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Carlos Mejías S.
Universidad Autónoma de Chile
cmejiass@yahoo.com
Introducción
La educación y el currículo principalmente apuntan a una supuesta equidad,
inclusión y justicia social, lo que se ha naturalizado como agente para su
consecución y lo que es defendido desde todos los sectores, inclusive aquellos
que se denominan críticos. Las causas son y se fundan, en parte, a la
maleabilidad que ofrece el tema para la demagogia, pero también a los principios
políticos, económicos y filosóficos que componen las definiciones de educación y
currículo. La pluralidad de enfoques, la variedad temática y metodológica no
implica pluralidad de materializaciones, aunque por lo general, predominan los
estudios cuantitativos que focalizan su centro en las temáticas de cobertura,
exclusión, retención o eficiencia terminal entre otros. En menor grado se estudian
las complejidades que implican los contenidos curriculares como problema de
equidad, meritocracia o justicia social o, en su caso, la mirada hegemónica de los
contenidos se concentra en la relación entre calidad educativa y resultados de
aprendizaje, resultados que son instrumentales y no de aprendizajes.
Estos estudios, que son realizados y monitoreados por los organismos nacionales
de evaluación o los organismos internacionales dedicados a la evaluación
supervisados por supra organismos como el banco mundial, que parten del
supuesto que el tipo de conocimiento que se evalúa es resultado de un consenso
a nivel global. Si bien es cierto ese supuesto, dentro de la lógica hegemónica de la
colonialidad eurocentrada, es coherente con su manera de imponer teorías,
conocimientos, metodologías como universales, en la realidad no dan cuenta de lo
que sucede educacional y curricularmente en el mundo.
Ante el predominio de esta visión, consideramos importante que se deben
problematizar el tipo de conocimiento que se prescribe y observar los procesos de
exclusión simbólica y real que producen para llevar la relación entre pluralidades
de saberes y espacios educativos1 a senderos comúnmente soslayados.
Situándonos en el contexto de la educación superior y particularmente de las/os
Trabajadoras/es Sociales todas las cifras y estadísticas recientes sobre el ejercicio
profesional nos demuestran que estamos viviendo algunos cambios situacionales
en la historia de la disciplina y el ejercicio de la profesión en América Latina y en
Chile específicamente.
El aumento considerable de proyectos de formación, cada vez más profundos en
su concepción colonial-eurocentrada que se mantienen de forma sostenida hasta
nuestros días tienden a estabilizarse y reducirse por diversas y disimiles
circunstancias, así el aumento explosivo de profesionales que se colocaron en el
“mercado laboral” en los años pasados y que excedieron y saturaron el número de
plazas disponibles en el ámbito público, privado y del tercer sector, hoy se
desplazan a ocupar plazas en espacios colaborativos-educativos y de gestión
asociados a los Trabajos Sociales. Sin embargo, la formación de esas
trabajadoras y Trabajadores sigue en su proceso de involución, marcadamente
neoliberal, alejado de las personas, tecnocrático, seudocrítico y alejado de las
transformaciones requeridas.
Lo anterior produce un proceso de desajustes estructurales donde la formación se
encuentra en un debate constante y creciente por su papel protagónico en la
formación del ser social. Como plantea Dussel
Totalizar la exterioridad, sistematizar la alteridad, negar al otro como otro [...] La
totalidad, el sistema tiende a totalizarse, a auto concentrarse, y pretender eternizar
su estructura presente; especialmente a incluir intrasistemáticamente a toda
exterioridad posible… Se aliena el ser del otro al descolonizarlo de su propio
centro; al hacerlo girar en torno del centro de la totalidad ajena” (2011: 91).
Suramérica no se ha replanteado seriamente escenarios no tradicionales o
distintos de educación y tampoco de pensar currículos que rompan con estas
concepciones debido a la forma de ver su propia realidad social, cuestionándose
de forma progresiva la mirada eurocentrada como paradigma del cual se
adaptaron y adoptan esquemas y formas de interpretar el mundo. Estos patrones
de dominación incorporaron modelos que han sido naturalizados cultural,
económica, política, social y educativamente y sólo cumplen un rol paliativo que se
asimilado y aceptado en todos los ámbitos, cubriendo sus claras y notorias
1
Entendemos los espacios educativos como las formas, maneras, metodologías de trasmisión de saberes
dadas por las comunidades que recogen su historia, sus espiritualidades, sus formas de vida.
desigualdades, exclusiones y violencias como un manto nebuloso que recubre las
problemáticas suramericanas a través de esquemas descontextualizados,
fragmentados e inventados sobre nuestras realidades.
Por ello, se hace necesario poder comprender cómo opera la dominación de la
colonialidad eurocentrada para así poder abrir espacios que nos permitan
reconocer-nos y auto valorar los momentos culturales propios negados y
despreciados. El pensar-nos desde la subalternidad, desde los históricamente
excluidos y menospreciados, se constituye en un proceso descolonial necesario
para mirar más allá de la cultura de la colonización interna que se configura como
colonizaciones eurocentradas capitalista, para habilitar el diálogo con otros
mundos y para la liberación de la opresión cultural de los pueblos.
En la realidad actual, no debiese ser posible realizar reflexiones sobre lo curricular
sin hacer referencia a las prácticas educativas o formativas de la colonización
interna eurocentrada, es decir, a las relaciones interpersonales que se desarrollan
en los diferentes espacios educativos, o fuera de éstos, entre todos los
involucrados en estos procesos (profesoras, profesores, estudiantes, familias) y en
los cuales los contenidos curriculares tienen una importancia extraordinaria,
puesto que el currículum no escapa a esta construcción de realidad y legitima,
aunque no siempre de manera lineal y determinante, la reproducción y el
sostenimiento de la dominación colonial. Máxime, si consideramos que en toda
propuesta curricular se hace una selección cultural, clasificación que no es neutral
sino realizada desde unas hegemonías, intencionalidades y determinadas
relaciones de poder desde la colonialidad eurocentrada.
La educación, la dinámica escolar y los diferentes diseños y propuestas
curriculares expresan decisiones y posicionamientos en torno a las disputas y
luchas sociales en diferentes campos. Esa toma de decisiones, que siempre
supone un recorrido y una trama de relaciones de fuerzas, contribuye a legitimar e
institucionalizar ciertos “mundos” y no otros. Esto constituye un sentido amplio de
currículum: como un campo en sí mismo, como una política pública y como un
proceso de construcción de identidades individuales y colectivas.
De acuerdo a esta concepción, la política educativa y el currículum, son
resultantes de la disputa entre diferentes sujetos sociales en el proceso de
construcción de hegemonía, en el proceso de construcción de mundos. El
currículum se constituye en ese entramado político y cultural, en el juego de esas
relaciones de poder que se dan en un contexto de colonización interna
eurocentrada. Contexto en el cual aún sobrevive la concepción de conocimiento
objetivo, científico y universal y la representación de la sociedad liberal capitalista
como un modelo de organización superior y universal que traza el camino natural
a seguir por el resto de las sociedades.
El currículum conserva marcas de esas luchas en la que se priorizó y prioriza un
mundo posible sobre otro, se visibilizaron ciertos actores e invisibilizaron otros y se
legitimaron ciertos saberes deslegitimando e invisibilizando otros.
Esta colonización interna eurocentrada expresada en el currículo ha implicado,
también una formación que ha influido negativamente en la conformación de una
mirada educativa autocrítica donde se han obviado o silenciado las
epistemológicas autóctonas, los saberes ancestrales que pudiesen aportar a
resolver nuestros propios dilemas y a repensarnos, y repensar la educación y
particularmente el currículo, desde nuestras propias culturas.
La concepción de la colonización interna eurocentrada en la formación y el
currículo sólo ha cooperado en ahondar en la idea de una Suramérica incapaz de
identificar sus problemáticas propias y mucho menos plantearse soluciones, por lo
que se siguen buscando recetas mágicas en modelos o currículos de los países
“desarrollados”, pero que no dan cuenta de lo que somos, de nuestros saberes, de
nuestras praxis ni de nuestras historias.
La educación es la estrategia de colonialidad por antonomasia, de modo tal que es
con ella que se siguen consolidando -y a veces con las mejores intenciones como
son las campañas intensivas de alfabetización- el funcionamiento de la matriz
colonial en la formación de los imaginarios, entendiendo por éstos las formas de
percibir y comprender el mundo propias de cada cultura, siempre conflictivas y
contradictoria (Palermo 2014, 45).
Consideramos que con el concepto de currículum está ocurriendo eso: para un
pensamiento y una educación descolonial / descolonizadora lo dicho y definido
hasta el momento acerca del currículum merece ser revisado, profundizado,
especificado, aclarado, potenciado, quizás modificado. En esta línea, el presente
escrito entiende como necesario trabajar con una perspectiva de currículos
decoloniales que habiliten las co-presencias y co-construcciones profesionales y
las diversas alternativas que de ellos surgen visibilizando saberes otros. Esto
permitiría dar cuenta de los procesos curriculares que en diferentes instancias de
concreción y con diferentes sujetos se llevan a cabo y que, sin duda, son parte de
lo que el concepto de currículum (en su sentido amplio) pudiese abarcar.
El currículo colonial como dominación en los Trabajos Sociales
La palabra currículo y su significación: “se empleó, inicialmente en los siglos XVI y
XVII para designar el proceso temporal, lo recurrente, lo que se repetía año tras
año” (Hoyos, Hoyos, y Cabas, 2013:13). Esta manera de comprender los procesos
educativos fue dando origen y consolidando una mirada reduccionista de currículo
que lo encasillaba como listado de contenidos que eran y son desarrollados
anualmente por una o un docente a distintas generaciones de estudiantes. Esta
concepción curricular respondía, y sigue, en muchos casos, respondiendo a
modelos pedagógicos y didácticos cuyo propósito está centrado en la edificación y
perpetuación de la memoria y en el amoldamiento de conductas bajo los preceptos
de la ideología cristiana impuesta en la colonia y profundizada por la colonización
interna eurocentrada.
Esta concepción de poder asume el currículo como contenido, lo cual implica
asumirlo como un documento sin vida, que enumera y jerarquiza los saberes. Es
decir, el currículo deja de ser una construcción colectiva para convertirse en un
compendio de temas que el profesorado debe reproducir año tras año sin que
medie entre él y el documento una reflexión que involucre al estudiantado, las/os
apoderadas/os, las comunidades que participan de ese proceso, convirtiendo los
procesos de aprendizaje en una imposición que limita creativamente y encasilla
doctrinalmente.
Estas relaciones pedagógicas reproducen de manera coherente las estructuras de
poder que mantienen vigente un sistema que produce inequidad y que multiplica la
pobreza. A pesar de las importantes reflexiones de la pedagogía crítica, esta
mirada tradicional del currículo sigue teniendo muy buena acogida en los
discursos escolares y sus modificaciones han sido más bien cosméticas que
transformadoras.
Esta situación representa una debilidad muy profunda de los procesos educativos
pues sin metas, propósitos, proyectos ni participación, las actividades humanas
carecen de sentido. De nada sirve al estudiantado saber fórmulas matemáticas,
teorías filosóficas, reglas gramaticales sino perciben su sentido, su valor, su
importancia, su materialidad, su historia, sus identificaciones no solo en su vida
sino en la construcción social y comunitaria de vida. En otras palabras, los
currículos de la colonización interna eurocentrada como proyectos sociales y
educativos no se constituyen en iniciativas de transformación social (Zavala y
Zubillaga, 2017), que formen para y por la vida, para humanidades otras, para el
buen vivir.
Muy por el contrario, define los papeles del profesorado y estudiantado y sus
relaciones, redistribuyendo funciones de autoridad e iniciativa. Determina lo que
pasa por conocimiento válido y por formas válidas de verificar su adquisición.
Desplaza ciertos procedimientos y concepciones epistemológicas, colocando otros
en su lugar. Efectúa un proceso de inclusión de ciertos saberes y de individuos,
excluyendo otros y fabrica los objetos de que habla: saberes, competencias, éxito,
fracaso y produce los sujetos de los cuales habla, los individuos que interpela para
establecer diferencias, construir jerarquías y producir identificaciones.
Las representaciones, las materializaciones y las narrativas contenidas en los
currículos actuales de las escuelas de Trabajo Social privilegian los significados, la
cultura y el punto de vista de los grupos raciales, étnicos y de género dominantes.
En suma, si entendemos el currículo como un territorio cuestionado, por constituir
procesos de construcción de posiciones dominantes a través del conocimiento en
él corporizado, entonces, el currículo es un territorio colonizado desde donde se
expande la colonización interna eurocentrada y desde donde se construyen falsos
imaginarios de la realidad, donde se inventan historias nacionales que excluyen a
otras, donde se establece qué es conocer, qué es conocimiento y cómo debe
entenderse, comprenderse y aceptarse la realidad de la dominación. Los planes y
programas de estudio incluyen y excluyen determinados saberes, espiritualidades,
historias, contenidos y procesos cognitivos a partir de relaciones de poder entre
los diversos actores (Pinar, 2004) que lo definen. El resultado nunca es
homogéneo, aunque ese sea su norte, y tiende a imbricar las fuerzas antagónicas
bajo un consenso coyuntural impuesto para producir un sentido común acerca de
las relaciones legítimas y jerárquicas entre saberes y conocimientos y los grupos
sociales dentro de una sociedad. En otras palabras, el currículo legitima las
estructuras sociales, económicas, políticas y culturales hegemónicas y, por
supuesto, las desigualdades materiales y simbólicas que las constituyen. Todas
las asignaturas cumplen esta función, pero donde más tangiblemente se puede
ver es en las dedicadas a la enseñanza de las ciencias sociales, la historia del
Trabajo Social y las de formación ciudadana.
En el caso particular Chile, se ha optado por un proceso mixto donde la
autorregulación interna de las universidades tiene un peso específico complejo, es
decir, unos programas consistentes y congruentes en sí mismo, pueden ser
universales y replicables en “infinidad” de veces, especialmente en muchas
universidades privadas donde las razones financieras y de lucro tienden a primar,
aun cuando en ellos se aprecia una baja sostenida en los procesos de matrícula,
tanto en la formación diurna como vespertina. Por el contrario, las universidades
públicas han limitado la implementación de sus proyectos académicos solo a un
programa.
En otro ámbito, podemos señalar que estos criterios autoevaluativos y
autorregulatorios se enfocan básicamente en la reflexión y análisis internos que
determinen los contenidos teóricos y metodológicos, así como la formación
práctica elemental de una/un profesional del Trabajo Social para los próximos
años. Este proceso, especialmente en los últimos veinte años, se han visto
ajustado a dos factores centrales: Por un lado, los diversos modelos educativos
existentes en estas universidades han ido determinando el enfoque
marcadamente instrumental en lo pedagógico, la didáctica y la metodología, y por
otro, el denominado “sello” institucional ha ido reenfocando ciertos énfasis y
aspectos claves de la formación hacia comprimir y arrinconar el pensamiento
crítico. Cada universidad va estableciendo sus áreas prioritarias de acción, desde
donde operan los principios y opciones ideológicas que las carreras que movilizan
a las mallas curriculares en la formación de un/a otro/a, ya sea planteándose su
énfasis en lo puramente técnico y optan por la profesionalización hasta aquellas
que declaran su plan de estudios con énfasis en lo científico-disciplinario. Otro
tanto sucede con los propósitos, planteándose posturas que van desde el
bienestar social a los derechos de la humanidad, pero desde concepciones más
bien instrumentales y seudo críticas.
Con ello establecemos que producir y organizar un plan de estudios profesional en
el ámbito del Trabajo Social es una tarea política que determina una dirección y
una forma de alcanzar una determinada meta. Precisamente, esta meta se ha
envuelto, matices más, matices menos, con un manto neoliberal, homogeneizante,
seudo universalista, atemporal y desvinculados de territorios e identificaciones.
Para efectos de este escrito se revisaron los currículos de quince universidades
estatales chilenas2 y nueve universidades suramericanas 3. Se constata a través de
esta revisión una supuesta diversidad curricular importante que contemplan, por
ejemplo; mallas curriculares que van desde las 43 a 63 cursos o asignaturas 4 y
donde se puede apreciar una diversidad de temas o nombres de los cursos, tanto
en el ámbito disciplinario como profesional.
Todos estos procesos cuentan, en mayor o menor medida, con reflexiones de los
equipos docentes con mayores experticias académicas y con especialistas y
asesores/as que acompañan el proceso, pero ni la experticia académica y el
apoyo técnico de los expertos/as son garantía de alcanzar una mirada profesional
y/o disciplinaria de diferente o con una crítica al proceso de colonización interna
eurocentrada. Esta supuesta diversidad no se refleja en las categorías
encontradas, se logró reconocer una tendencia que configura un ciclo en la
formación de las/os trabajadores sociales que va desde lo básico a lo complejo y
una tipificación de asignaturas agrupadas por contenidos y propiedades los cuales
fueron categorizados de la siguiente manera:
1. Asignaturas de formación disciplinaria, subdivididas en
a. Asignaturas disciplinarias preliminares e introductorias
b. Asignaturas disciplinarias básicas
c. Asignaturas disciplinares de especialización
d. Asignaturas disciplinares de conocimiento avanzado
2. Asignaturas de formación profesional subdividas en
a. Asignaturas profesionales sobre áreas de conocimiento
específico del ejercicio profesional
b. Asignaturas profesionales de conocimiento técnico
instrumental
c. Asignaturas para el desarrollo de competencias profesionales
d. Asignaturas de ética profesional
3. Asignaturas de formación Práctica
4. Asignaturas de formación teórico-práctica
5. Asignaturas de formación complementaria subdivididas en
a. Asignaturas de apoyo teórico social o sociológico
b. Asignaturas de apoyo teórico psicológico
c. Asignaturas de apoyo teórico antropológico
2
Consideramos universidades chilenas que dictan Trabajo Social: Tarapacá, Arturo Prat, De Antofagasta, De
Atacama, Valparaíso, Católica de Valparaíso, De Chile, Tecnológica Metropolitana, Católica del Maule, Bio-
Bío, Concepción, Católica de Temuco, De la Frontera, De Los Lagos y De Aysén.
3
Consideramos una universidad de cada país de Suramérica, idealmente de las más importantes y que
dictasen la carrera de Trabajo social: La República (Uruguay); San Marcos (Perú); Universidad Central
(Venezuela); Universidad de Buenos Aires (Argentina); Universidad Central del Ecuador (Ecuador);
Universidad de Caldas (Colombia); Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia); Universidad Nacional de
Asunción (Paraguay); Universidad Federal de Río de Janeiro (Brasil).
4
Consideremos a los cursos electivos como uno, dos o tres dependiendo de la cantidad que la malla posee y
no contabilizamos la cantidad y diversidad de cursos o asignaturas referidas a sus temáticas, es decir, si la
malla dice electivo sólo consideramos aquello y no a la posibilidad que la universidad presenta al estudiante
que pueden ser 10 o más temáticas referidas a un tema.
d. Asignaturas de apoyo en derecho
e. Asignaturas de apoyo científico metodológico
6. Asignaturas de formación general
a. Asignaturas electivas de especialidad
b. Asignaturas electivas variadas
Lo anterior sólo reafirma dos situaciones, la primera, que los currículos tienen una
estructura parecida, donde los contenidos de esos programas no disienten ni se
diferencian de manera abismante, por el contrario, tienden a ser parecidos en
varios aspectos como la bibliografía, fundamentalmente europea, el
desconocimiento de nuestras historias originarias y se privilegia la historia del
Trabajo Social eurocentrado, lo mismo sucede con la teoría social, el concepto
más colonial como es la intervención y donde se realiza. Ello no niega la variedad
de enfoques, teorías y énfasis que esta matriz tiene, donde se transita de visiones
muy críticas y emancipadores hasta lógicas de gerencia social. Sin embargo, las
visiones críticas no necesariamente rompen con el patrón de la colonización
interna eurocentrada, en muchos casos, y sin ser consciente de ello, estas
visiones críticas apuntan a la mejora de las políticas públicas, de las metodologías
y procesos de intervención, pero siempre desde dentro del sistema, son
maquillajes para mejorar la dominación, disfrazar la pobreza y la exclusión y
exotizar a los pueblos originarios o la lucha contra la discriminación de género. Es
decir, implica desconocer las realidades particulares de territorios, saberes,
historias locales, identificaciones, espiritualidades, ancestralidades; ellas no es
parte de los currículos.
La segunda situación está dada por la no ruptura de la lógica del pensamiento
eurocéntrico, esto es que el conocimiento se construye a través de la relación
sujeto-objeto. En la educación esta estructura se reproduce de manera
permanente, en el caso de Suramérica, desde la génesis del sistema educativo en
la colonia.