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El ministerio diaconal.

Desafíos para una Iglesia ministerial


Pedro Trigo SJ

Apostolicam Actuositatem n° 2-3 y 8

La ministerialidad en la Iglesia

Antes de hablar de los desafíos, tenemos que situar la ministerialidad en el conjunto de la


Iglesia: la ministerialidad está toda entera al servicio de la edificación del pueblo de Dios, es
decir, a que todo el pueblo de Dios sea, en efecto, el sujeto portador del misterio de salvación
que se le confió y a que cumpla con la mayor plenitud posible la misión de llevar esa salvación
al mundo entero. Así lo dice la Comisión Teológica Internacional refiriéndose al documento
conciliar sobre la Iglesia: “La secuencia: Misterio de la Iglesia (cap. 1), Pueblo de Dios (cap.
2), Constitución jerárquica de la Iglesia (cap. 3), destaca que la jerarquía eclesiástica está puesta
al servicio del Pueblo de Dios con el fin de que la misión de la Iglesia se actualice en
conformidad con el designio divino de la salvación, en la lógica de la prioridad del todo sobre
las partes y del fin sobre los medios”1.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que los ministros son integrantes del pueblo de Dios
antes que ministros. Así lo dice el papa Francisco respecto de él mismo: “El Papa no está, por sí
mismo, por encima de la Iglesia, sino dentro de ella como bautizado”2. Por eso, como ante todo
son bautizados, en el servicio que ejercen, ellos son ante todo sujetos pacientes: lo hacen no
sólo para el bien de los demás sino también de ellos mismos porque lo necesitan. Lo que son es
cristianos, seguidores de Jesús. Esa es su identidad. El ministerio que se les ha confiado no los
define. Los define el seguimiento. Es el seguimiento el que incluye la misión. Ya que seguir a
Jesús es hacer en nuestra situación el equivalente de lo que él hizo en la suya. Por eso para
seguirlo es indispensable conocer lo que Jesús hizo en su situación y conocer nuestra situación.
Sólo en los evangelios podemos conocer lo que hizo Jesús en su situación. Por eso un seguidor
de Jesús, en nuestro caso un ministro, necesita contemplar asiduamente los evangelios con su
mismo Espíritu. Y necesita también conocer la situación en la que vive, como conoció Jesús la
suya: encarnándose solidariamente en ella. No puede mantenerse al margen de la situación
porque vive en lo suyo y lo suyo no puede ser doctrinas, preceptos y ritos, tiene que ser ante
todo los santos evangelios y desde ellos entregarse a los seres humanos como se entregó Jesús,
que para estar con ellos completamente no tuvo donde reclinar la cabeza.

Esta relación entre ministerio y seguimiento aparece muy clara en el caso de Pedro, que
es aquel a quien más directamente Jesús le confiere el ministerio de apacentar a sus ovejas. Lo
primero que dice Jesús a Pedro cuando lo llama en la playa es sígueme (Mc 1,16-18) y eso es
también lo último que le dice en la aparición, también en la playa, que consigna el cuarto
evangelista (Jn 21,22). Pedro es, pues, ante todo y sobre todo, seguidor de Jesús, como los
demás. Como Jesús lo escoge para que cuide de que a ningún compañero le falte el alimento,
tiene que tener cuidado, ante todo, de seguir a Jesús ya que sólo así podrá ser buen pastor, es
decir serlo al modo de Jesús según la medida del don recibido. Si descuida el seguimiento,

1
Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 2018, 54
2
Discurso con motivo del 50 aniversario de la institución del Sínodo de obispos (17 de octubre de 2015), in: AAS 107/11
(2015) 1144
acabará siendo pastor como los del orden establecido y entonces, en vez de ayudar, desayudará
a las ovejas porque se creerá dueño de ellas y buscará en ellas su propio provecho.
Además, el pastoreo no es eterno; sólo dura lo que dura esta vida. También por eso el
ministro no se puede definir por su ministerio sino por la condición de discípulo de Jesús, y en
él, de hijo de Dios y hermano de todos, que es una condición eterna. Dicho gráficamente, en el
cielo no habrá papas ni obispos ni presbíteros ni laicos, sino sólo hijas e hijos de Dios y
hermanas y hermanos de todos, en Jesús el Hijo único y eterno y el Hermano mayor que nos
hermana.
Ahora bien, no pocos ministros se identifican con esa condición de ministros y no con su
ser de cristianos. Éste es un problema gravísimo ya que es un terrible desenfoque en el modo
de entenderse a sí mismo y a su ministerio. En este sentido es también un desafío.

El desafío es servir al modo de Jesús siguiéndolo

Entrémosle ahora al desafío. Aunque pueda sonar a una petición de principio, a una
simple redundancia insulsa, tenemos que afirmar sin rodeos que el desafío para una Iglesia
ministerial es que se acepte como tal, que los ministros nos aceptemos como tales y que
sirvamos fraternamente en seguimiento de Jesús. Como ha insistido el papa Francisco, las
autoridades en la Iglesia se llaman ministros y los oficios ministerios, porque tienen que
desempeñarse conforme al tenor original de la palabra, que significa servir y servir desde abajo,
ya que la palabra arranca con el prefijo minus, que significa menos, en este caso menor. Lo
mismo podemos decir del ministerio diaconal, si se lo asume como equivalente, ya que diácono
en lengua griega significa servidor, sirviente, criado encargado de diversas tareas domésticas,
asistente, ayudante. Así lo expresa el Concilio: “Este encargo que el Señor confió a los pastores
de su pueblo es un verdadero servicio, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad
diaconía, o sea ministerio (cf. Hch 1,17 y 25; 21,19; Rom 11,13; 1 Tm 1,12)”3. Lo mismo repite
el papa Francisco: “en esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por
debajo de la base. Por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según
el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo
al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la grey que le ha sido encomendada, vicarius
Christi[20], vicario de Jesús, quien en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los
apóstoles (cf. Jn 13,1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es
el servus servorum Dei[21]”4. Así lo decía Agustín: “los que mandan están al servicio de quienes,
según las apariencias, son mandados. Y no les mandan por afán de dominio, sino por su
obligación de mirar por ellos; no por orgullo de sobresalir, sino por un servicio lleno de
bondad.”2. Así lo asegura el Concilio: “No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo
desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo
para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido”5.

Para Pablo VI, todo en la Iglesia, todo en el Concilio, está para servir a la humanidad: “Toda
esta riqueza doctrinal se orienta en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus
condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades. La Iglesia se ha declarado casi la

3
LG 24
4
Discurso del Papa Francisco en la conmemoración del 50 aniversario de la constitución del sínodo de obispos
(17 de octubre del 2015)
5
GS 3
sirvienta de la humanidad. Precisamente en el momento en que tanto su magisterio eclesiástico
como su gobierno pastoral han adquirido mayor esplendor y vigor debido a la solemnidad
conciliar; la idea de servicio ha ocupado un puesto central”6. Los ministros son los que ayudan a
toda la Iglesia a ponerse en trance de servir: “Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo
siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia diversos ministerios, ordenados al bien de todo el
Cuerpo. Pues los ministros que poseen la sacra potestad están al servicio de sus hermanos, a fin
de que todos cuantos pertenecen al Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la verdadera dignidad
cristiana, tendiendo libre y ordenadamente a un mismo fin, alcancen la salvación”7.

Precisándolo más, el desafío es pasar del sentido que la autoridad tiene en la sociedad
piramidal, que se formó desde que hubo división de trabajo y grandes aglomeraciones
humanas8, que implica mando y mando desde arriba, a esta manera servicial de ejercer la
autoridad. Y más específicamente, pasar en la Iglesia de esta concepción de autoridad típica de
la sociedad piramidal, una concepción sacralizada, porque se entendía que en definitiva había
sido dada por Jesucristo, a la manera como él ejerció la autoridad, que es desde abajo y dando
a todos derecho sobre su espacio y su tiempo y entregándose fraternamente a todos, desde la
preferencia por los de abajo. Citemos de nuevo al papa: “Nunca lo olvidemos. Para los
discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único
poder es el poder de la cruz, según las palabras del Maestro: ‘ustedes saben que los jefes de las
naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no
debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el
que quiera ser primero, que se haga esclavo’ (Mt 20,25-27). ‘Entre ustedes no debe suceder
así’: en esta expresión alcanzamos el corazón mismo del misterio de la Iglesia —‘entre ustedes
no debe suceder así’— y recibimos la luz necesaria para comprender el servicio jerárquico”9.

Así pues, el ministro, según la imagen de Jesús, que debemos investir los cristianos, es
un servidor, aunque insistiendo en que ninguna autoridad en la Iglesia sustituye a Jesús ya que
él es el único Maestro y todos nosotros hermanos (Mt 23,8). Entendiendo con eso, no que
ningún cristiano está por encima de todos porque por encima está Jesús, sino que ningún
cristiano y específicamente ningún ministro puede servir a todos, como sirvió y sigue sirviendo
Jesús, y que a nosotros nos basta con servirnos unos a otros. No tenemos capacidad para más.

Ese es el sentido del lavatorio de los pies, como acabamos de ver en la cita del papa. Jesús
lo hizo sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y sabiendo que había
salido de Dios y que volvía a él, y teniendo conciencia de que era el Maestro y el Señor (Jn
13,1.13). Y precisamente por eso, porque sabía quién era y lo ejercía, les lavó los pies y pudo
lavarles los pies a todos. Les dice que les da ejemplo para que se laven los pies unos a otros:
para que se sirvan mutuamente desde los dones de cada uno. Él es el único que nos sirve siempre
a todos, porque tiene capacidad para hacerlo y porque quiere hacerlo.

6
Valor religioso del Concilio n° 13. Pablo VI, Discurso de clausura del Concilio 7/12/1965
7
LG 18
8
Cuando se inventó la agricultura y la ganadería y la fabricación de ladrillos y cerámica y la cantería y el laboreo
de los metales y con ello la división de trabajo y fue posible que pocos alimentaran a muchos y así surgieron las
ciudades
9
Id
Sin embargo, si no vemos este acto simbólico desde su vida sino desde la proyección
sublimada de los señores del orden establecido, lo que ha hecho Jesús y hacen muy
estilizadamente los jerarcas el jueves santo, es un acto de humildad. Entenderlo así es no
entender nada. Es situarnos en la perspectiva del orden establecido y no en el seguimiento de
Jesús.
En el fondo, el problema estriba en cómo se entienda a Dios. Desde el orden establecido
Dios es aquel a quien todo el universo sirve y a quien tiene que servir toda la humanidad y,
sobre todo, sus adoradores. Sin embargo, el Dios de Jesús es aquel que sirve a todos y a quien
nadie puede servir. Así lo ve el profeta en Babilonia: ve que los ídolos, como no tienen entidad
propia, se recargan en sus adoradores. Por eso cuanto mayor sea un dios resulta un peso más
insoportable para ellos. En cambio, Dios carga con su pueblo desde su niñez y no le pesa (Is
46,1-4). Por eso los profetas y los salmos dicen que Dios no quiere más sacrificios, que no se
alimenta de toros ni de cabritos ni bebe sangre; pero, además, si se alimentara, no se lo pediría
a nadie porque suyas son todas las fieras del bosque (Sal 50,8-13,22-23). Lo que quiere es que
amemos la justicia y la lealtad y que caminemos humildemente en su presencia (Miq 6,8).

El problema no es la validez sino la fidelidad

El problema no es si Jesús mismo nombró a los ministros o si al menos él está detrás de


esos nombramientos, es decir, si, aunque indirectamente, se pueden remontar hasta él. Esto
último lo damos por descontado. El problema está en el desempeño: “el problema no está tanto
en el origen y finalidad de la autoridad de la Iglesia –que a nivel teórico ha conseguido una clara
purificación, incluso presente en la legislación, como hemos visto–, sino a nivel práctico: el modo
concreto de ejercerla. Desde aquí se hace necesario un proceso de desmantelamiento de la
imagen de una Iglesia-poder a una Iglesia-pobre-servidora a todos los niveles”10.
El problema está en entender los ministerios según el orden establecido, es decir que están
para mandar y desde arriba y no para servir.

Y un problema mayor es, sacralizando el derecho romano, asumir que todo lo que hagan,
como tienen el nombramiento, lo hace Jesús, que todo es automáticamente conducente, que por
eso nunca se pueden equivocar11.
El problema de fondo es no reconocer que el nombramiento lleva consigo una exigencia
de fidelidad a Jesús de Nazaret, para representarlo en espíritu y en verdad, y que, si no se da
esta fidelidad, el ejercer su oficio puede dañar gravemente a la comunidad. Así lo dice el
Concilio respecto de los presbíteros: “en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrará el
sacerdote el vínculo de la perfección sacerdotal que lleve a la unidad de su vida y acción”12.

La representación jurídica, que existe, no puede ser el último criterio, de ningún modo.
Así lo insiste el papa Francisco: “No somos expresión de una estructura o de una necesidad
organizativa: también con el servicio de nuestra autoridad estamos llamados a ser signo de la
presencia y de la acción del Señor resucitado, por lo tanto a edificar la comunidad en la caridad

10
José San José Prisco, La función de gobierno como servicio. Mater Clementissima 2 (2017) 103
11
Se ha extrapolado la afirmación de que los fieles reciben realmente a Jesús de Nazaret cuando comulgan,
aunque el sacerdote sea pecador, si tiene voluntad de consagrar dentro de la Iglesia y como lo entiende ella, a
pretender que todo lo que hace oficialmente tiene sentido y causa salvación
12
PO 14
fraterna […] La falta de vigilancia –lo sabemos– hace tibio al Pastor; le hace distraído, olvidadizo
y hasta intolerante; le seduce con la perspectiva de la carrera, la adulación del dinero y las
componendas con el espíritu del mundo; le vuelve perezoso, transformándolo en un funcionario,
un clérigo preocupado más de sí mismo, de la organización y de las estructuras que del verdadero
bien del pueblo de Dios. Se corre el riesgo, entonces, como el apóstol Pedro, de negar al Señor,
incluso si formalmente se presenta y se habla en su nombre; se ofusca la santidad de la Madre
Iglesia jerárquica, haciéndola menos fecunda”13. Benedicto XVI recalca que sólo Jesús puede
indicar de modo autorizado cómo servir: “El munus regendi constituye para el obispo un auténtico
acto de amor a Dios y al prójimo, que se manifiesta en la caridad pastoral […] Sólo Cristo, que
es el amor de Dios encarnado, puede indicarnos de modo autorizado cómo amar y servir a la
Iglesia”14.

Vamos a poner dos ejemplos extremos. El primero tiene que ver con el cristianismo que
se ha vivido en gran parte del territorio venezolano, sobre todo en el oriente y en los llanos y
singularmente en tiempo de la república. Por ejemplo, cuando acontece la independencia el país
tiene tres diócesis, de oeste a este: Mérida de Maracaibo, Caracas y Guayana. La de Guayana
tenía ciento diez parroquias y cubría todo el este del país de norte a sur. Por efecto de la guerra
tan prolongada, cuando a fin de los años veinte va a tomar posesión el primer obispo de la época
de la independencia se encuentra que sólo hay diez curas, cinco de ellos gravemente enfermos.
Le agarra tal depresión, que se devuelve a Caracas. Eso significa que, si los orientales son
cristianos, como la mayoría lo son, además de por la gracia de Dios, es porque se lo han
trasmitido unos a otros, sin el concurso de curas ni obispos. Ellos han funcionado de ministros
unos de otros, especialmente las catequistas y las abuelas.

Esto, de lo que se habló en el Concilio Plenario Venezolano, que tuvo lugar del 2000 al
2006, refiriéndose al catolicismo popular, lo confirmó el cardenal Velasco en el grupo que le
tocó referente a su diócesis natal de Portuguesa y a la adyacente de Barinas en los llanos
noroccidentales. Dijo que cuando él era muchacho en toda la diócesis sólo había dos curas y no
había carreteras, luego, fuera de las dos poblaciones donde residían, la mayoría no veía a un
cura sino alguna vez en la vida; y lo mismo, aseguró, pasaba en Barinas.

El extremo opuesto es el salto que da la Iglesia latinoamericana por el ministerio de tantos


obispos que reciben el Concilio con fidelidad creativa desde Medellín y Puebla y animan a sus
comunidades de manera que florece la Iglesia y por la extraordinaria fecundidad de sus vidas
pueden ser considerados con toda justicia como los modernos Padres de la Iglesia
Latinoamericana15. Es claro que lo que distingue a esos obispos de los demás no es su
nombramiento, que siguió el mismo procedimiento de siempre, sino el seguimiento eximio,
insisto, con creatividad fiel, del pastor eterno Jesús de Nazaret.

Así pues, cuando hay ministros con el corazón de Jesús, su ministerio, absolutamente
horizontal y nada protocolizado, anclado, como el de Jesús en la vida, incluyendo el carácter
simbólico que tiene la vida, expresado, sobre todo, en la Cena del Señor y en el bautismo,

13
Profesión de Fe con los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana, Basílica Vaticana, 23 de mayo de 2013
14
Discurso a los obispos nombrados en los últimos doce meses, 21 de septiembre de 2006
15
Bidegaín, Obispos de la Patria Grande. Editorial CELAM Bogotá 2018; Comblin, “Saudades da America
Latina”. En A esperanca dos pobres vive, Sao Paulo: Paulus,
obtiene frutos ubérrimos: ayuda como Jesús a que el pueblo postrado se ponga en pie y se
convoque y que caminen humanizadoramente dándose vida y trasformando superadoramente
las situaciones y así la Iglesia se constituye efectivamente en sacramento de la unificación
personalizada y dinámica del género humano.
El que los ministros sirvan, en vez de mandar desde arriba, es, pues, el desafío que tiene
nuestra Iglesia latinoamericana y que, desgraciadamente sólo una minoría ha asumido desde su
pertenencia solidaria al pueblo de Dios.

En este orden establecido piramidal en el que servir es un oficio subalterno no es fácil


apostar por el seguimiento como lo más elevado, lo más humanizador, lo mejor que podemos
hacer. Por eso me parece crucial que consideremos un caso, vivido por la mayoría de los
humanos, en que todos consideramos que servir es una expresión genuina de amor y de
grandeza humana. Es el caso de nuestras mamás. Nos sirven y nunca de arriba abajo y con toda
asiduidad. Y a nadie se le ocurre pensar que porque nos sirven son inferiores a nosotros. Al
contrario, sabemos que nos sirven porque son más que nosotros. Las mamás son las que más se
parecen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y a Jesús de Nazaret. A ese mismo servicio
estamos llamados todos los cristianos y en particular lo ministros. En cualquier otro caso, no
somos fieles y hacemos daño.

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