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Universidad Juárez Autónoma de Tabasco

División Académica de Ciencias Sociales


Humanidades

Licenciatura en Derecho

Derecho Administrativo

ACOSTA GARCIA MOISES

ACTIVIDAD 7

Ignacio Paulino Martínez Jiménez

Matricula 212F39325
FACULTADES METACONSTITUCIONALES DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

El momento político actual en México, sostengo, solo puede ser explicado y comprendido
desde una perspectiva histórica en el estudio de sus instituciones políticas y la forma
como emergieron y se sucedieron sus diferentes élites gobernantes. Al igual que en la
mayor parte de los países latinoamericanos, en México se ha influido el presidencialismo
puro o equilibrado de la Constitución de los Estados Unidos, a fin de adaptarlo a las
necesidades de las élites nativas, para dar como resultado las diferentes alternativas de
presidencialismo.

Las facultades metaconstitucionales del presidencialismo mexicano no siempre fueron las


mismas y tuvieron una evolución en su sustento. Primero, fue un sustento exclusivamente
militar. Después, el tránsito a presidentes civiles y las necesidades de crecimiento y
desarrollo económico trajeron aparejada la institucionalización de la lucha por el poder
político, que conoce de 1977 a la fecha un periodo de transición a la democracia,
entendida ésta como un proceso de cambio que permite la llegada al poder mediante
elecciones auténticas y un ejercicio del poder presidencial más o menos sujeto a frenos y
contrapesos institucionales, incluso con alternancia; pero lejos de estar consolidados los
mecanismos constitucionales de control del ejecutivo federal. Durante la etapa de
institucionalización, hasta antes de llegar a los gobiernos divididos, el sustento de las
facultades metaconstitucionales estuvo en la mayoría calificada necesaria para la reforma
constitucional y la designación de altos funcionarios. Sin embargo, el gobierno dividido no
fue obstáculo para las reformas constitucionales, por el contrario, fue un aliciente para la
negociación como sucedió con Pacto por México, un caso emblemático de concertación
política entre el gobierno federal, el partido gobernante y los partidos de la oposición, cuya
pronta terminación, ocurrió por no haber transitado a un gobierno de coalición; el que solo
quedó como reforma constitucional pactada y más tarde aprobada. Otra característica
clave del empoderamiento presidencial ha sido la casi permanente centralización de
nuestro federalismo. La distribución de competencias en nuestro sistema federal ha
conocido una permanente centralización en beneficio de los órganos federales de
gobierno, la cual necesariamente ha conducido a un empoderamiento del presidente de la
República al interior del sistema federal, mediante el ejercicio de sus facultades
constitucionales.
El principio de legalidad nos marca que las autoridades sólo pueden hacer aquello que
expresamente la ley les autoriza, a diferencia de los particulares, quienes podemos hacer
todo aquello que no nos esté prohibido. Este principio, ha sido tomado categóricamente,
sobre todo, durante los últimos periodos presidenciales, ya que un presidente manifieste
que su actuación se ceñirá a lo previsto por las leyes. No obstante, es necesario que en
este momento de transición política y rediseño institucional nos planteemos una
interrogante: ¿Es el principio de legalidad tajante, tal y como se ha indicado con
anterioridad? Bueno, esta interrogante anterior se expone, no con el afán de pretender
legitimar las actuaciones ilegales del servidor en comento, sino para plantear, o replantear
el concepto que tradicionalmente se ha sostenido respecto de las facultades
metaconstitucionales.

Pero debemos entender que de acuerdo con lo indicado por el diccionario Larousse de la
lengua española, el prefijo meta significa más allá, además, después, junto a; lo que nos
lleva a establecer que el concepto metaconstitucional significaría más allá de en la
Constitución. Si interpretamos un poco el concepto anterior, podemos establecer que la
referencia “más allá” implica todo aquello que la Constitución no prevea, no sólo en
cuanto a una facultad expresa, sino también todas aquellas facultades que derivan de las
funciones y facultades que la propia Carta Magna ha establecido a favor de un órgano
determinado.

Ya en la escena jurídica, las facultades metaconstitucionales se definen como aquellas


por las que el presidente de la República predominaba respecto al resto de los poderes,
justificando la existencia de éstas por los motivos siguientes:

a) Es el jefe del partido predominante, partido que está integrado por las grandes
centrales obreras, campesinas y profesionales.
b) El debilitamiento del poder legislativo, ya que la gran mayoría de los legisladores son
miembros de partido predominante y saben que si se oponen al presidente las
posibilidades de éxito que tienen son casi nulas y que seguramente están así frustrando
su carrera política.
c) La integración, en buena parte, de la SCJN por elementos políticos que no se oponen a
los asuntos en los cuales el presidente está interesado.
d) La marcada influencia en la economía a través de los mecanismos del banco central,
de los organismos descentralizados y de las empresas de participación estatal, así como
las amplias facultades que tiene en materia económica.
e) La institucionalización del ejército, cuyos jefes dependen de él.
f) La fuerte influencia en la opinión pública a través de los controles y facultades que tiene
respecto a los medios de comunicación masiva.
g) La concentración de recursos económicos en la federación, específicamente en el
Ejecutivo.

El poder ejecutivo está basado en la en la organización, disciplina y liderazgo del partido,


y el multipartidismo en América Latina es meramente una pantalla, para esconder una
dictadura de un solo partido, lo que ha contribuido a una concentración de poderes en
favor del ejecutivo. En el caso particular de México, el primer momento en el que
podemos hablar de una concentración de facultades, fue al instaurarse el régimen
presidencial y conformarse el Partido Nacional Revolucionario, en 1929, que buscaba
agrupar y unir a todas facciones postrevolucionarias en el reparto del poder,
aprovechando la ausencia de instituciones electorales que garantizarán la transparencia
en los procesos electorales, así como la ausencia de un pluripartidismo.

El régimen autoritario se construyó sobre dos pilares, la hegemonía de un solo partido


político y la concentración del poder en la presidencia de la república, existiendo una
relación directa entre ambos, ya que es el presidente de la república quien nombra y
designa al presidente del comité ejecutivo nacional o partido, éste recibe órdenes
presidenciales que acata sin mayor problema, en otras palabras, el presidente de la
república es el “presidente” o jefe real del partido.

Tener un claro control sobre el partido, otorga al presidente las ya mencionadas


facultades metaconstitucionales, abriendo la puerta a la posibilidad de elegir a su sucesor,
el nombramiento de los gobernadores, senadores, de la mayoría de los diputados, de los
principales presidentes municipales, todo esto debido a que el PRI era el partido
predominante, brindando al ejecutivo el control sobre las organizaciones más fuertes de la
sociedad, la obrera, campesina y la de los profesionales.

Como consecuencia del ejercicio metaconstitucional del presidente, en México no existió


durante mucho tiempo un poder legislativo o judicial que no se encontraran subordinados
al ejecutivo, dichas facultades permitieron al presidente en turno, controlar al gobierno
federal, la administración pública y paraestatal, así como al poder estatal.

La falta de transparencia en la organización y calificación de las elecciones mantuvo la


fortaleza en las facultades metaconstitucionales, debido a que el proceso de elección
estaba controlado por el presidente a través del Secretario de Gobernación, quien dirigía
en un principio la Comisión Federal Electoral creada en 1946, después llamada Consejo
General del Instituto Federal Electoral, en 1990, la validez de los resultados estaba a
cargo del propio partido oficial, estamos ante la presencia del sistema de auto calificación,
que terminó en el año de 1996 cuando se le otorga al Consejo General su autonomía, y
surge la hetero calificación. Hablando de la sucesión presidencial, aparecen las figuras
conocidas coloquialmente como “el tapado” y “el dedazo”, haciendo referencia a las
etapas de dicho proceso, una oculta y otra pública, la primera le servía al presidente para
“advertir” sobre las lealtades de los miembros del partido, la segunda comenzaba con la
proclamación oficial del candidato y culminaba con la victoria electoral.

En lo que se refiere al sucesor, hay discrepancia entre distintos autores acerca de la


forma de elección, sin embargo, se puede decir que el candidato seleccionado es aquél
que tiene el voto del presidente en funciones, y los votos de las más altas esferas de la
jerarquía política. Sin embargo, se dice que el presidente escogía a su sucesor, con el
único impedimento de que el elegido sea alguien propenso a ser rechazado por diferentes
sectores del país, una vez hecha esta elección tiene el carácter de irreversible.

Pasamos a la designación de los gobernadores, ésta debe ser ratificada por el titular del
ejecutivo, quien tiene la última palabra, una vez electos los gobernadores recae sobre de
ellos un control presidencial, como lo son las ayudas económicas, y las obras a los
insuficientes presupuestos locales. Dichos controles no son del todo eficaces, puesto que
han existido insubordinados, así como se tiene el poder de designar, el titular del ejecutivo
puede remover a los gobernadores que le causasen un conflicto a sus intereses,
históricamente se habla de dos vías para hacerlo, la presentación de renuncia del
respectivo gobernador, o la declaración de desaparición de poderes en determinada
entidad federativa, ya que en virtud de la fracción V del artículo 76 constitucional se
establece que el senado está facultado para declarar una desaparición de poderes y
nombrar un gobernador provisional, es importante puntualizar que dentro de este proceso
se presentan las cuatro condiciones que causan del fortalecimiento del presidencialismo
mexicano, a) el diseño constitucional de un sistema presidencial fuerte, b) un gobierno
unificado, es decir que un partido dominara la presidencia y el congreso c) disciplina
partidaria, que garantizará en el congreso una votación de acuerdo a las posturas
presidenciales y d) el reconocimiento por las fuerzas políticas del liderazgo presidencial
dentro del partido oficial.

Por lo tanto, la Constitución de 1917 consagró el sistema presidencial que hasta el


momento y con pocas pero significativas modificaciones rigen en la actualidad. Sin
embargo, el diseño constitucional no impidió nuevamente la concentración excesiva del
poder en la figura del presidente de la República, fundamentalmente a partir de la
acumulación de las denominadas facultades metaconstitucionales. El proceso de
concentración de tales facultades, que tuvo su primer impulso con la instauración del
régimen presidencial, se gestó en los años siguientes a la adopción del texto
constitucional, principalmente con la conformación, en 1929, del Partido Nacional
Revolucionario (PNR, 1929-38)5 y con la definición del modelo de sucesión presidencial
conocido con el desafortunado pero revelador término del “dedazo” o con la figura del
“tapado” en referencia al candidato presidencial seleccionado por el propio presidente
para sustituirlo en el mando. De esta forma, el régimen autoritario mexicano se construyó
sobre dos pilares: la hegemonía de un solo partido político y la concentración del poder en
la Presidencia de la República, incluyendo el liderazgo del presidente en el partido oficial.
Así, durante décadas el PRI monopolizó el acceso a los cargos de elección y a los
puestos administrativos tanto en el Gobierno Federal, como en los Estados y en los
municipios. El Ejecutivo Federal, por su parte, como líder de facto del partido hegemónico,
tenía el control de los órganos constitucionales y el diseño de las políticas públicas. Si
bien la Constitución de 1917 estableció un régimen democrático y un sistema político con
clara división de poderes, en la práctica todo el sistema respondía a la voluntad del
presidente en turno.

Pero en nuestro caso que es el de México, el debilitamiento de estas facultades comienza


con la reforma política de 1977, en la que finalmente se acepta la oposición política, y se
adopta la representación proporcional, propiciando una mayor participación parlamentaria
en la Cámara de Diputados, que traería consigo el inicio de un contrapeso al ejecutivo, la
reforma de 1994 en la que al poder judicial se le constituyó la construcción de una
judicatura independiente, dejando así, de estar subordinado al ejecutivo, en 1996 se
otorga autonomía al IFE y se incorpora el Tribunal Electoral al Poder Judicial de la
Federación, con las elecciones de 1988 si bien el PRI mantuvo la presidencia y el senado,
perdió la mayoría en la Cámara de Diputados, iniciando así un desmantelamiento del
partido hegemónico y el nacimiento de un equilibrio político, limitando así al poder
presidencial.

El golpe más fuerte que recibió el sistema presidencial autoritario lo dieron las elecciones
del 2000, en las que por primera vez después de 70 años, el PRI perdería la presidencia,
trajo consigo una falsa esperanza en la alternancia que, si bien acabó con la hegemonía
del PRI, no significó la transformación de la clase política ni la ruptura con el viejo
régimen.

Dentro de todas las facultades metaconstitucionales del presidencialismo mexicano el


control de la sucesión presidencial constituyó una de las más importantes. La facultad de
seleccionar al candidato que habría de sustituirlo y la falta de procedimientos claros y
transparentes para la elección interna de candidatos a cargos de elección popular en los
partidos políticos, dieron al presidente en turno un poder de facto muy efectivo para
controlar a los posibles aspirantes y mantener la disciplina partidista.

Por otra parte, la creación del partido oficial fue una herramienta necesaria y a la postre
indispensable para que el presidente ejerciera el poder de manera casi absoluta. Sin un
partido oficial fuerte e ideológicamente cohesionado las luchas por el poder hubieran
pasado nuevamente de la arena política a la lucha armada. Por ello, como sugiere Jeffrey
Weldon, el presidencialismo mexicano requirió al menos de cuatro condiciones
necesarias:

1. El diseño constitucional de un sistema presidencial fuerte


2. La existencia de un gobierno unificado, esto es que un mismo partido controlara el
Congreso de la Unión y la presidencia de la República
3. Una disciplina partidaria rigurosa, que garantizara en ambas cámaras del
Congreso una votación cohesionada y coherente con las posturas presidenciales
4. El reconocimiento por las fuerzas políticas del liderazgo presidencial dentro del
partido oficial capaz de mantener la cohesión y la disciplina partidistas.
La desaparición de cualquiera de estos elementos implicaría el inicio del fin del
presidencialismo autoritario tal como funcionó por décadas; asimismo, la ausencia de
cualquiera de las últimas tres condiciones enunciadas provocaría, como en efecto
sucedió, el desmantelamiento de las facultades metaconstitucionales del presidente.
Conclusión

Pues quiero indicar que, en el ejercicio de las facultades metaconstitucionales, en su


sentido político, es donde se encontraba el síndrome patológico del presidencialismo
mexicano. Pues considero que se denominó democracia a la mexicana e indicaba que la
principal facultad que estaba contrastando con el régimen democrático fue la designación
del sucesor presidencial, por lo que, si ahora ya no se designa unilateralmente al sucesor,
ya que contamos con un proceso democrático, podemos decir que las facultades
metaconstitucionales han dejado de lado la práctica política, pero no las diversas
titularidades del presidente.
Si bien se debe acotar constitucionalmente las funciones del presidente de la república,
no es válido debilitarlo, sumirlo en la impotencia o subordinarlo incondicionalmente al
legislativo. Se debe seguir el sistema presidencial sin los vicios ya que se habla de
colaboración y equilibrio de poderes. Así entonces, no podemos seguir considerando la
absurda idea de que el presidente de la República sólo puede hacer lo que la ley le ha
indicado clara y expresamente, pues seguiríamos limitando los poderes presidenciales,
situación peligrosa ya que entonces, estaríamos ante la presencia de muchas ausencias
de actuación que no podrían cubrirse. De igual manera, convertiríamos el texto
constitucional en un listado de funciones y atribuciones rompiendo la naturaleza misma de
documento básico, con establecimiento de principios, mismos que deberán ser
interpretados y reglamentados en las legislaciones secundarias, la jurisprudencia, los
reglamentos, la costumbre constitucional, etcétera.
Entonces vemos que, en la actualidad el poder presidencial se encuentra limitado por los
poderes constituidos, el poder judicial ya no está subordinado a éste, y el poder legislativo
es independiente, además de la existencia de instituciones que limitan las posibilidades
de vuelta al presidencialismo autoritario, ayuda la función del INE y el Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación para la transparencia en los procesos electorales, el
control del financiamiento de los partidos políticos, así como la garantía de los derecho
político electorales de los ciudadanos y militantes, así ratificaciones de tratados
internacionales en materia de derechos fundamentales, así como el reconocimiento de la
competencia mecanismos de supervisión.
Pues, un presidente puede ser de un partido diferente al que tiene predominio en el
Congreso, causando una serie de desacuerdos políticos entre el Ejecutivo y el Congreso,
teniendo el primero el veto como único recurso constitucionalmente reconocido para
hacerle frente al Poder Legislativo. El cambio político no solo se encuentra en el
Congreso, sino también en la voluntad del presidente. La alternancia en el poder debe
llevar consigo una transformación de las maneras autoritarias y populistas en estrategia
de negociación y búsqueda de consensos. La prudencia y la tolerancia deben dominar el
quehacer político, conjugarse con un gobierno efectivo y un ejercicio de autoridad firme,
bajo un diseño que garantice el control del poder y salvaguarde los derechos
fundamentales.
Referencia:
Serrano, M. (2006). Facultades metaconstitucionales del Poder Ejecutivo en México.
México: UNAM.

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