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2°, 7° y 8° semestres
enas
Autor
Ricardo Trujillo Correa
Actualidad del Suicidio
2º, 5º y 7º semestres
Autor
Ricardo Trujillo Correa
Semestre 2021-2
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Actualidad del Suicidio
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Actualidad del Suicidio
Retrospectiva
Roland Barthes (1975), filósofo francés, solía comentar: ¿quién no siente lo natural
que resulta en Francia ser católico, casado y tener buenas calificaciones académicas?
Lo interesante de la afirmación es la ironía que encierra: él era protestante,
homosexual y no tenía doctorado. Podemos usar el mismo ejemplo para
preguntarnos: ¿Quién no siente lo natural que es considerar el suicidio como un
problema subyacente de una alteración psicológica?
Veamos un primer ejemplo, podemos solicitar a los alumnos este ejercicio para
reflexionar y hacer conciencia de la necesidad de repensar los fenómenos
psicológicos y la enfermedad mental. A saber, buscar en Google imágenes que
configuran una forma de sufrimiento psicologíco, como: ‘suicidio’, ‘adicción’ o
‘depresión’. Observaremos una representación social con elementos en común:
personas solitarias, en colores oscuros, sin movimiento y ensimismadas. No es una
forma de interpretación erronea per-se, pero si muestra una tendencia a la
simplificación de estos fenómenos. Pridmore y Bowen (2009) cuestionan tal
sencillez reflexiva al pensar el tema del suicidio: “si la intuición nos indica que los
objetos pesados caen más rápido que los livianos, de igual forma pensamos que
todo suicidio resulta de un desorden mental” (p. 61). Nos encontramos ante un
fenómeno complejo, con matices y condicionantes sociales, que esta lejos de ser
entendido al presentarnos versiones de personas tristes y solitarias que son poco
realistas o de tono moralista (Pridmore y Pridmore, 2019). Esta visión, ingenua
desde la perspectiva del actor, parte de la socialización de la metáfora médica del
cuerpo reparable y el patógeno que se remueve, lo que se extrapola a otros saberes
y define a un sujeto solipsista, sin historicidad y responsabilidad de sus actos
(Rovaletti, 1998). Lo que produce un discurso médico acrítico, que asume
erroneamente a su paciente como una persona alienada, a la que se debe establecer
la etiología y corregir la anomalía patológica (Gonthier y Casado, 2017).
Con este contexto, responder a los desafíos actuales que se plantean en el tema del
suicidio requiere de un mayor contexto disciplinar y hacer conexiones con distintos
dominios del conocimiento (Reynolds, 2016). Por tanto este ejercicio se
fundamenta en la necesidad deontológica de que el profesional en la salud revise
cíclicamente su disciplina y entorno, sobre todo en aquello que se considera un
consenso en la comunidad académica. No es un ejercicio abstracto para definir qué
es el suicidio, sus causas y soluciones. Más que eso, es la propuesta del
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En este sentido Reynolds (2016) nos aporta un primer elemento para analizar las
representaciones sociales alrededor del tema del suicidio, al estudiar los discurso
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Nolle et al. (2012), por ejemplo, reportan lo que parece un intento de suicidio
típico de una adolescente norteamericana de origen mexicano. En un principio se
asume que ella es una personalidad frágil en una edad problemática. Hasta aquí
pudo haber quedado como una confirmación de la opinión pública al respecto de la
causalidad del suicidio. Sin embargo, el autor retoma el caso desde una perspectiva
cualitativa y descubre una historia no visibilizada de violencia familiar y
degradación. Su padre la reprendía constantemente por ser una carga y no ser una
buena hija: “tenemos una hija que no vale nada y ella solo nos mete a nosotros en
problemas” (p. 324). La joven, llena de culpa, atribuyó sus actos como un sacrificio
para aliviar de un peso a su familia, haciéndose responsable por el daño que les
causó. En este sentido, es importante empezar a considerar que el acto suicida no
aparece espontáneamente ni en la soledad, sino se acompaña de escenarios de
violencia que rara vez se consideran.
Así vamos dando cuenta de casos donde se pone mínimo énfasis por revisar los
contextos de violencia familiar, social o institucional donde estos acontecen. Lo
que además tiene la consecuencia de despolitizar cualquier cuestionamiento a las
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condiciones estructurales donde se dan los actos. Por ejemplo en España ocurrió el
caso paradigmático de Amaia Egaña, mujer de mediana edad, que se tiró de la
ventana de su apartamento. Lo que en principio parece un evento desafortunado,
resulta en un posterior escándalo mundial al conocer la historia completa: el suceso
ocurrió cuando la comitiva judicial subía por las escaleras para desahuciarla. A
partir de este caso se empezó a hablar de la ola de suicidios como consecuencia de
la nueva legislación hipotecaria, denominada “la economía de los desahucios”,
que contabilizaba al 2016 un total de 38 suicidios directamente relacionados. Aquí
la violencia a nivel institucional y por parte del estado se identifica como la
principal detonante de esta crisis humanitaria. Actualmente, como consecuencia de
estos acontecimientos, han aparecido movimientos sociales como Stop Desahucios1,
en un intento por derogar la ley y aportar alternativas y apoyo a las personas
afectadas.
En otro ejemplo que adquirió fama en los medios de comunicación, Megan Meier2,
de 13 años de edad, es encontrada muerta colgada de su closet. Previamente había
sido diagnosticada con depresión ‘por sentirse gorda’ y fue medicada por ello. Se
reportó inicialmente como un caso más de una adolescente enferma. Sin embargo,
indagando sobre los motivos del suicidio, sus padres y la policía encontraron que
un grupo de chicos empezó a postear cosas negativas sobre ella en MySpace. Megan
recibió un mensaje diciendo que toda su escuela sabía que era una mala persona,
que todos la odian. Minutos después se quita la vida. Posteriormente se descubrió
que fue grupo de adultos que acordó crear una página falsa para acosar a la menor.
El ensañamiento con el que se le atacó fue tomado como un acto excepcional de un
1
[ http://afectadosporlahipoteca.com/stop-desalojos/]
2
[ https://www.meganmeierfoundation.org/]
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Las revisiones de casos ‘típicos’ arrojan que cada ideación, intento o consumación
se encuentra pleno de diversos sentidos, y no se justifica solo en la evasión o
desesperación producto de una enfermedad mental. Por ejemplo, Orri, et al. (2014)
documentan un intento de suicidio como una forma de agresión hacia los demás,
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una represalia: “yo estaba convencido, quería hacerlo, venganza... Esto obtienes
por tratarme así todo estos año, ahora mírame y y sufre” (p. 6). Hay un acto
suicida, pero también un(a) destinatario(a) de una revancha amorosa. Desde aquí
se entiende al acto suicida como la construcción de un acto colectivo, una
comunicación (Tizón, 2016) exitosa o fallida hacia un otro, presente, ausente, real,
ficticio, fáctico y/o abstracto. Es por lo tanto, la continuación y alteración de una
relación con el mundo y su temporalidad, más que la simple terminación de la vida
(Carbonell, 2007).
Veamos otras clases del acto suicida. Aquellas que se configuran como un acto
hacia un otro, performances desde una perspectiva Goffmamiana. Es decir, un acto
teatral donde cuidadosamente se elige el tiempo, lugar, método y otras
circunstancias, para aumentar el impacto y enmarcar el suicidio de la forma como
eligieron (Lester y Lester, 2015). Por ejemplo, podemos citar los sucesos donde dos
hombres turcos, en diferentes momentos y circunstancias, se suicidan disparando
un arma de fuego en vivo vía Facebook y causando conmoción nacional, uno había
terminado con su novia3, el otro era un padre de familia, cuya hija se casaba sin su
permiso4. También Rosen (1975) reporta un patrón similar, en uno de los primeros
estudios cualitativos sobre suicidio, al describir la escenificación necesaria y
paradójica del acto suicida en personas que habían sobrevivido de arrojarse del
Golden Gate en San Francisco. Parte importante de la elección del escenario fue la
relación entre el puente y su propia muerte. Es decir, un final, dramático, estético y
de inspiración romántica, un perfecto montaje.
3
[ https://www.thesun.co.uk/news/1950143/horrific-moment-heartbroken-young-man-shoots-
himself- live-on-facebook-after-break-up/]
4
[ https://www.mirror.co.uk/news/world-news/dad-livestreams-suicide-facebook-over-11398667]
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En Holm y Severinsson (2011) identificamos otra modalidad del sentido del acto
suicida. Esta puede ser escenificada como una liberación actuada, la autoagresión
como una forma de adquirir el control de la propia vida. Morir representa una
forma de reivindicación ética de la existencia, ante la imposibilidad de su control.
Esto no necesariamente representa una novedad, pensando como se representa
históricamente en suecesos como el suicidio de Sócrates, o en la propuesta estética
de los ‘poetas malditos’ o en ficciones fílmicas como Mommy (Corbell, Dolan,
Grant, Lafontaine y Dolán, 2014) o Thelma & Louise (Polk, Khouri, O’Brien, Scott y
Scott, 1991). En todos ellos se identifica como un camino para salir del dominio del
otro. Como lo reflexiona Zizek (2012) en la escena del ‘Club de la Pelea’ donde el
personaje de Jack (interpretado por Edward Norton) se golpea a sí mismo en la cara
como una metáfora para la revolución: antes de vencer a tus jefes, debes primero
vencerte a ti mismo.
Hemos visto diversos sentidos del acto suicida. Pero los problemas en su abordaje
no se detienen ahí. Existe también la dificultad para determinar si ha ocurrido o no
un acto suicida. Por ejemplo, el “suicidio lento”, reportado por Dedesma et al.
(2014) consiste en la descripción de de una mujer de mediana edad de Boston, cuyo
alcoholismo y conductas de riesgo inevitablemente llevan a un ciclo de
autodestrucción, con la esperanza de un desenlace fortuito. Esto se puede
considerar como una forma de suicidio “bajo el radar”, ya que rara vez se reporta
como tal y por tanto escapa de las estadísticas. En la novela semi autobiográfica de
John O’Brien, que se produjo después en la película “Adios a las Vegas” dirigida
por Figgis (Cazés, Fischer, Regen, Simpson, Stewart y Figgis, 1995), se expone esta
variante poco conocida. Otro ejemplo es reportado por Kidd y Krall (2002), quien
documenta que en el 22% de los casos las personas dedicadas a las drogas y
prostitución dejan de interesarse por su vida y salud, buscando morir
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Valach et al. (2006) expone incluso otro tipo de evento que desafía la clasificación
del acto suicida como tal. Encuentra que existen sobrevivientes clasificados como
suicidas que no tenían la intención de hacerlo, sin embargo pusieron
inintenciadamente su vida en riesgo. En México, ocurrió el caso atípico de un
infante de 10 años en Coahuila que queda en el misterio5. En el día preguntó a su
madre: ¿qué se sentirá ahorcarse? En la noche encontraron al menor colgado de un
cinto atado a su cuello. Para los padres, no había ningún indicio que apuntara al
suicidio. No se sabe si fue efectivamente un acto suicida, un acto autolesivo o más
presumiblemente una experimentación desafortunada que derivó en tragedia. Aquí
se desafía la creencia común de identificar positivamente un acto suicida como tal.
Esta dificultad suele ser mayor en los casos de adultos mayores, donde es
problemático diferenciar el suicidio de un accidente (Diggle-Fox, 2016).
Si se revisan los casos enunciados, reparamos que hemos cubierto sin empeño las
categorías clásicas propuestas por Durkheim (1897/2007) de suicidio egoísta y
anónimo. Pero si hacemos justicia a esta clasificación, falta el suicidio altruista,
que corresponde a otra variante vinculada a una alta adhesión a la comunidad.
Veamos el caso de un “hombre bomba” en Erbil Irak, que se hace estallar. Es
común la atribución de estos actos al extremismo islámico, pero no suele
describirse las condiciones de presión social (explotación pasada, pobreza,
educación limitada, marginación social, etc.) y razones ideológicas (defensa de la
propia nación contra la ocupación extranjera, venganza, etc.) detrás de ello
(Msellemu, 2016). Pedahzur, Perlinger y Weinberg (2003) exploran los casos de
5
[ http://www.eluniversal.com.mx/estados/nino-de-10-anos-se-suicida-en-coahuila]
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palestinos suicidas en Israel, y encuentra evidencia que relaciona estos actos como
suicidios fatalistas-altruistas en función de la clasificación propuesta por Durkheim.
O el suicida altruista agudo, donde un monje budista se inmola en protesta por un
acuerdo en Japón como compensación a las esclavas sexuales en tiempos de guerra6.
El ejemplo de un suicidio altruista obligatorio, que ocurre en el proceso de Sócrates
en el que se le acusa de subvertir la creencia de la existencia de los dioses,
corrompiendo a la juventud. Condenado a muerte, evade la posibilidad de exiliarse
y conservar la vida, que al mismo tiempo “sería contravenir el principio mismo de
su vida (jamás responder a la injusticia con otra injustica)”7. No es solo un acto
ético, sino la defensa ética más profunda de la vida misma, al obligarse a no violar
las leyes de la ciudad de Atenas, paradójicamente al aceptar la muerte.
Agreguemos más ejemplos que dificultan aún más pensar el suicidio como un acto
patológico e individual. Si revisamos acontecimientos colectivos en la historia,
confirmamos que los actos corresponde a un tiempo, contexto y cultura. Por
ejemplo, a mediados del siglo XIX como parte de un grupo de profecías fatalistas,
la población Xhosa asesinó a su ganado, destruyó su comida y futuras cosechas,
acto que provocó una hambruna que acabó con la vida de más del 80% de su
población (Kowit, 2004). También se ha documentado el suicidio colectivo como
un gesto heroico contra la opresión, como el sitio a Masada que derivó en el
suicidio en masa para evitar que los judíos cayeran en manos del imperio romano
(Witztum y Stein, 2012). O el suicidio hindú Jauhar, cometido por las mujeres en el
pasado cuando sus hombres enfrentaban la muerte, para evadir la vergüenza y
6
[ https://www.theguardian.com/world/2017/jan/08/buddhist-monk-sets-himself-on-fire-in-south-
korea-over-comfort-women-deal]
7
[ http://www.revistaaleph.com.co/component/k2/item/346-socrates-entre-pena-de-muerte-y-suicidio-
ejemplar.html]
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Hay por tanto, elementos para considerar que la suicidología actual conoce poco de
su sujeto de investigación. Históricamente se ha visto limitada por su paradigma
epistemológico, se aleja de su objeto de estudio y se desentiende del sufrimiento
que acontece a un ser. La exploración cuantitativa producida en el campo no es
creativa, sino que tiende a ser repetitiva e imposibilitada de proveer de nuevo
conocimiento significante (Hjelmeland y Knizek 2010 en Hjelmeland, 2016). Así,
formula categorías, descripciones, instrumentos y estadísticas los cuales tienen
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Asimismo, hace falta aumentar las investigaciones con relación al suicidio donde la
Psicología como ciencia debe lograr un rol más protagónico en el estudio del
comportamiento suicida (Flores, 2017). A pesar de los distintos esfuerzos
institucionales y profesionales, los resultados han sido cuestionables: en pocos
casos se han reducido las tasas de suicidio de forma significativa (White, 2016b). Es
tiempo de una aproximación alternativa (Kral y Idlout, 2016), la cual se plantea
sobre un abordaje intersubjetivo, articulado y puesto en juego dentro de unas
relaciones de poder cada vez más sofisticadas (Velasco & Pujal, 2005). Conocer del
sujeto desde el actor y no desde el espectador, que además de todo sanciona. Esto
nos da una mejor comprensión y abre posibilidades al desarrollo de mejores
perspectivas de prevención e intervención. Porque como Brown (en Rohleder, 2012)
señala: la mejor forma de aprender algo sobre cualquier cosa, es preguntando.
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Perspectiva:
La Suicidología Contemporánea
Rousseau, en su escrito Discursos sobre las ciencias y las artes (1750), formuló
consideraciones importantes y actuales:
Más de 200 años después, las preguntas conservan vigencia. Nos encontramos en el
“fin de un ciclo de hegemonía de un cierto orden científico” (Santos, 2009, p. 20)
y las inquietudes de Rousseau no han sido respondidas favorablementehacer. En
Suicidología esta creencia se manifiesta en sus prácticas y representaciones. En este
caso, por ejemplo la representación del experto al sujeto desde el sentido
asistencial. En el “VI Congreso Internacional de Prevención del Suicidio”
celebrado en 2015 en Aguascalientes, se diseñó un Cartel8 oficial del evento con
una imagen donde aparecen dos manos que se aproximan una a la otra desde
posiciones diferentes. Una, desde la parte superior derecha del cartel, representa al
profesionista, el experto, la institución. La otra, proviene de abajo a la izquierda,
personifica al paciente, al enfermo, al débil (recuerda la obra de “La creación de
Adán” de Miguel Ángel). El mensaje semiótico es claro, la Suicidología es el
experto que ayuda a alguien desvalido, débil o en falta. Representa el discurso
médico-paciente que domina la suicidología y que como analiza Foucault (1966) es
la construcción de una relación dispar entre quien sabe y quien ignora. Desde esta
premisa se considera en duda el vínculo entre la ciencia y la virtud al que alude
8
[ https://www.dropbox.com/s/wsxxw6vinshlmk6/vicartel_Congreso.jpg?dl=0]
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De todo esto se suma que el método científico falla y no puede ser aplicado de
forma metódica, pues no se corresponde a las estadísticas de suicidio post factum
(Saínz y Sánchez, 2015). El conocimiento desde la perspectiva cuantitativa es
importante para establecer tratamientos basados en evidencias, pero es limitado.
Hjelmeland y Knizek (2011 en Marsh, 2016) opinan que la Suicidología debe dejar
de tratar de explicar la conducta e ir directamente hacia su entendimiento, abrazar
métodos plurales y desarrollar nuevo conocimiento. Se demandan por tanto otras
formas de producción de conocimiento, y en su caso, no se propone desechar la
perspectiva cuantitativa, sino apoyarse en ella para hacer un seguimiento
cualitativo de los factores de riesgo (Hjelmeland, 2016).
Gavin y Rogers (2006, en Gómez, Cervantes, Arce, 2015) afirman que se obtendrían
datos de gran valor si se escucharan las narrativas de los sujetos suicidas, así como
las de aquellos cercanos a estos e incluir en matriz de significados las
constelaciones vinculares y emocionales, lo cual constituye un acercamiento al
fenómeno desde la perspectiva de los actores, ya sea desde una visión multi, inter o
transdisciplinar. Existen aún pocas investigaciones cualitativas, como estudio de
caso, fenomenología, hermenéutica, teoría fundamentada, métodos biográficos y
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Otra premisa que paradójicamente tiene motivos históricos y políticos para haber
predominado (Smith, 2016) es la individualización del sujeto de estudio. Yardley
(1999) nos aporta un ejemplo para explicar las limitantes de esta perspectiva: la
desorientación si bien ocurre a una persona, no puede ser entendido el evento
como tal porque es la combinación del individuo, su conducta y el contexto de sus
actividades. Si “alguien se siente desorientado es, por definición, incierto sobre su
relación al ambiente, y la desorientación por lo tanto solo surge en el curso de
alguna clase de interacción entre los individuos y sus alrededores” (p. 39).
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que las personas que tienen una enfermedad mental cometen suicidio más a
menudo, la población sin enfermedad mental es más grande y contribuye más al
total de suicidios (Pridmore, 2015). Un factor que explica estos datos es el
considerar todas las formas de decepción y tristeza como desorden
depresivoPridmore, 2015). Sin embargo, esta técnica de investigación ha recibido
diversas críticas, en cuanto a su teórica, metodología y analítica (Shahtahmasebi,
2014). Milner, Sveticic y De Leo (2012 en Ross, Kolves & De Leo, 2017) realizaron
una revisión sistemática de estas autopsias psicológicas y encontraron una
considerable proporción (37%) en el que los casos de suicidio no tenían ningún
trastorno psiquiátrico previo. Las variaciones se debieron a como las condiciones
psiquiátricas fueron definidas y medidas, concluyendo que esta relación difiere en
contextos geográficos y según las variaciones culturales.
Hay otros reportes que ponen en duda esta relación tan cercana e inmediata entre
patología y suicidio. Por ejemplo, si el desorden mental es una causa del suicidio,
Australia tendría tres veces más desórdenes mentales que Grecia, y Lithuania
tendría tres veces más desórdenes mentales que Australia, pero no es el caso
(Pridmore, 2015). Stengel (1964) por su parte, estimó esa relación en un 37%,
mientras que Wang y Stora (2009) calculan un 61% y en China encontraron una
baja tasa en la relación, aunque encontraron altos estresores sociales. Maselko y
Patel (2008) reportan la relación en un 37%, pero al igual que el estudio anterior
reportan altos niveles de exposición a violencia y hambre. Law y Liu (2008)
concluyen que con bajas tasas de suicidios relacionados con enfermedad mental, se
pueden explicar más por los efectos sociales, culturales y económicos.
Pridmore, et al. (2017) cita el caso de Grecia en que las tasas de suicidio se
encontraron estables entre 2 a 4.5 por cada 100,000 habitantes, pero después de la
crisis económica este índice se elevó a 5 o 6. Con estos datos se expresa que el
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Otro lugar común en los artículos de suicidio es iniciar el texto con estadísticas,
alertas sobre la gravedad del fenómeno, que aumenta, que requiere de atención
inmediata, etc., lo cual es muy cierto. Las recomendaciones de estos trabajos se
enfocan en hacer llamados a las autoridades responsables en implementar
programas de prevención, lo que también merece consideración. Sin embargo, no
se discute en estas introducciones sobre las condiciones socioculturales,
económicas, de violencia y exclusión que son el espacio propicio para que
cualquier ejercicio epidemiológico tenga sentido. Para ello, es necesario salir del
encuadre empirista e incluir la historicidad, modos de vida y sistemas ecológicos
(Breihl, 2010).
Demos una mirada a los números sobre el tema. A nivel mundial según la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2018 un millón de personas murieron
por suicidios anualmente, alcanzando una tasa de mortalidad de 10.7/100,000. Un
dato importante es que en cuanto a tasa de prevalencia por 100,000, la mayoría de
los suicidios (75%) ocurren en países en vías de desarrollo (Sri Lanka, Lituania,
Guyana, Mongolia, entre otros). Por región quien se destaca es Europa con una tasa
de 14/100,000, mientras Latinoamérica reporta 10.3/100,000.
9
[ https://elpais.com/economia/2015/04/15/actualidad/1429060990_180502.html]
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México es un caso atípico, con alrededor de 6,000 personas mantiene para el año
2015 actualmente una tasa de 5.2/100,000 (WHO, 2018), la cual puede
considerarse baja en relación al promedio mundial (10.7/100,000). Sin embargo,
ha sido uno de los países que la prevalencia se mantiene al alza (Borges, et al.,
2010; Benjet, et al., 2017) junto con Corea, Estados Unidos, Portugal, Holanda,
Tailandia entre otros. No obstante, este hecho, ha tenido muy poca atención por
parte de las autoridades sanitarias y políticas (Benjet, et al., 2017). Por ejemplo, se
reportó en el año 2000 (WHO, 2000) que era uno de los países que mostraba una
constante tendencia al alza en la década de los 90s, al pasar de 2.2/100,000 a
3.4/100,000 para un aumento de 55%. Posteriormente WHO (2017) reporta que del
año 2000 al 2010 el incremento fue a 4.2/100,000 lo que se estima en un
crecimiento proporcional del 23%. Y en los 5 años siguientes alcanzó un aumento
de 19% proporcional para ubicarse en 5.2/100,000. Si tomamos en cuenta la cifra
desde 1990 al 2015, el incremento ha sido de 127%, lo que debería constituir un
punto de alarma para cualquier sistema de salud nacional. Es de hacer notar que, si
bien las tasas de suicidio en promedio son bajas en México con relación al mundo,
en algunos estados de la República se cuentan con tasas que igualan la media
mundial: es el caso de Chihuahua con 11.4/100,000 y Aguascalientes con
9.9/100,000 (INEGI, 2018)INEGI, 2017). Los grupos de mayor riesgo son los
extremos de vida, concentrando el 41.3% en la población joven de 15 a 29 años
(INEGI, 2017) y personas con escolaridad básica. La vivienda particular sigue
siendo el lugar más utilizado en el suicidio (76.2%) y el ahorcamiento,
estrangulamiento o sofocación es el método más utilizado (79%) (INEGI, 2017).
Estos datos podrían ser aún más alarmantes, puesto que se estima que por cada
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refleja, por ejemplo, en Estados Unidos, uno de los países con mayor población que
muere por suicidio y también con mayor desarrollo y publicación de programas de
prevención e intervención. A pesar de los esfuerzos e infraestructura desplegados,
las estadísticas reportadas por el Center for Disease Control and Prevention (CDC)
en 201710 son de atención. Los suicidios en población joven alzaron a su pico en el
periodo 85-95 con una taza 18.1/100,000 entre población masculina y 4.1/100,000
en femenina. De ahí fue decreciendo a 12/100,000 en el 2005. Pero ha comenzado
nuevamente a repuntar a partir del 2007 al 2015, siendo que la población femenina
aumento de 2.4/100,000 a 5.1/100,000 y a 14.1/100,000 en masculina. El
promedio en población general también se incrementó de 9.7/100,00(2000) a
12.6/100,000 (2015) en un lapso de 15 años11. Cabe señalar que es en este periodo
donde se ha presentado una crisis económica desatada por una burbuja
especulativa con bienes inmuebles.
10
[ https://www.cdc.gov/mmwr/volumes/66/wr/mm6630a6.htm]]
11
[ http://apps.who.int/gho/data/node.main.MHSUICIDEASDR?lang=en]
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Ante este panorama, White (2016b) recomienda repensar la prevención hacia una
mayor flexibilidad y múltiples marcos de referencia, que dejen establecido en la
conciencia de los factores relacionados con el estudio y la prevención que el
sufrimiento y el suicidio van más allá de formulaciones biomédicas y profesionales
de entendimiento: se necesitan además marcos de referencia culturales y
perspectivas de justicia social. Klimes-Douga,n et al. (2013 en Chávez-Hernández,
Medina y Macías-García 2008) sugieren aproximaciones de prevención basados en
preferencias, que enfatizan la elección, el empoderamiento y compromiso. Desde
estos planteamientos se elige una perspectiva de investigación acción participativa
y constructivista, que pueden explorar explicaciones culturales, sociales y políticas
del suicidio a partir de los propios sujetos de microinteracción (Gubriem y Holstein,
2008 en White y Krall, 2014). Para ello, es necesario: hablar de las experiencias y
hacerse preguntas de los beneficios y limitantes de programas de prevención,
generar ideas que hagan sentido, considerar el rol dominante de los discursos
culturales que moldean ideas, involucrar el pensamiento crítico buscando
desarrollar habilidades sociales como cuestionamiento de premisas, colaboración,
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para los jóvenes, dado que se enfocan en déficits, problemas y trastornos, por lo
que el rechazo de acceder a los servicios profesionales no necesariamente se debe a
la falta de conocimiento o déficit de búsqueda de ayuda, siendo en estos casos la
preferencia hacia el apoyo de redes informales y amigos (Kalafat, 2003 en White,
2016b). En el caso de adultos mayores, muchos visitan los servicios de salud entre
la primera semana y los 6 meses antes del intento de suicidio, pero al igual que los
jóvenes, prefieren discutir sus ideaciones suicidas con personas significativas más
que en los servicios de salud (Diggle-Fox, 2016; Álvarez y Fontenla, 2010).
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Prospectiva
Para cerrar esta discusión, cabe destacar un interesante análisis de Hjelmeland
(2016) a propósito de un artículo de Messias (et al, 2011) sobre factores de riesgo.
En el estudio se reporta que jugar videojuegos por más de cinco horas incrementa
el riesgo de suicidio y en contraste, una hora de videojuegos tiene un efecto
protector. El resultado se valora como una aportación valiosa para la Suicidología,
lo que pudiera derivar en políticas de prevención y educación para la restricción
del uso de videojuegos por parte de padres a adolescentes. Todo en orden. Sin
embargo, aquí Hjelmeland hace un alto y propone reflexionar sobre las preguntas
que faltan por hacer: ¿Por qué se obtuvo este resultado? ¿Cuál es la razón por la
cual se vinculan los videojuegos con los suicidios? ¿Cómo ir más allá de la
descripción y adentrarse en la comprensión del fenómeno suicida? ¿Por qué jugar
una hora resulta un factor de protección? Por su diseño, los estudios de riesgo no
pueden dar respuesta a estas interrogantes. Y por el contrario, profundizar con
métodos cualitativos en este tipo de casos resulta muy ilustrador. Hjelmeland
concluye: quien juega solamente una hora es porque los padres están más al
pendiente del desarrollo y educación emocional de su hijo. No es el uso de
videojuegos lo que determinó el resultado, sino la aparición de un factor protector
invisible que no se consideró como conclusión del artículo citado. Ilustrativo
ejemplo de una ciencia irreflexiva, transforma la naturaleza en números, gana en
objetividad, pero pierde en interés y busca universalidad sobre la base de la
fragmentación de la realidad.
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Todo esto nos conduce a un enfoque orientado a la justicia social, donde debemos
reflexionar críticamente las experiencias y tomar acciones basados en principios de
empoderamiento, colaboración, equidad y participación local (White & Krall,
2014). El tema lo demanda, ya que apela a un sujeto de investigación que es
complejo, simbólico, interpretativo, dialógico, diverso, contingente, moral y
político. Así la determinación de la intención y la agencia del suicidio se deben
convertir en las preocupaciones centrales para la comprensión del acto suicida. Los
seres humanos, lejos de ser lineales, racionales, determinables y causales,
presentan más las características de un sistema con contexto (Hjelmeland & Knizek,
2010; Kalafat, 2006). Desde el paradigma clásico, las narrativas complejas,
ambiguas o contradictorias son normalmente pasadas por alto (Kidd, 2004 en
White, 2016b), pero aquí adquieren presencia y vigencia en el acto como potencia
de sentidos, como el caso de la ideación suicida donde el deseo de morir ofrece,
paradójicamente, una forma de escape y libertad, una forma de mantenerse en la
vida (Holm y Severinsson, 2011). O cuando para el suicida implica la doble
condición de estar fuera de control, siendo el suicidio una forma de recuperarlo
(Pavulans, et al, en White, 2016b).
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aislado. Sino como visión holística, los actos son moldeados por “estados
intencionales en la participación de sistemas simbólicos de la cultura” (Bruner,
1991). Esta premisa adquiere mayor vigencia si damos cuenta de las características
inéditas de la sociedad actual. Ya Walter Benjamín notaba desde la primera mitad
del siglo XX, que el capitalismo producía dislocaciones físicas y psicológicas. La
experiencia de la ubicuidad, las masas, el transporte y la novedad creaban una
situación en que el sujeto se convertía en un sujeto pasivo que era movilizado hacia
la autoconciencia y la alienación (Yardley, 1999). En la actualidad de la llamada
posmodernidad, “es el fin de la era de los grandes proyectos e ideas sociales, el
descreimiento del proyecto moderno y la dificultad de tener medios de trabajo y
productividad que permitan tener un mínimo nivel de vida decoroso, son creadores
de malestar en la población joven” (Sánchez, et al., 2015). Es aquí que desde esta
perspectiva surge una lectura que cuestiona a la tradición de la nosología
psicopatológica, para pensar el suicidio no como un efecto de la depresión, sino en
su relación directa con el malestar de la cultura. La depresión así se desmitifica
como un trastorno afectivo-biológico, como una metáfora de una máquina con mal
funcionamiento, para proponerse como una forma particular de habitar la cultura
posmoderna, una menos cínica. Desde esta condición, el depresivo parece tener un
saber, sobre la inconsistencia del otro y la inutilidad de servirlo, de “las
condiciones contemporáneas del malestar” (Kehl, 2015, p. 109). El depresivo,
atento de ser engañado, resuelve su conflicto posicionándose contra sí mismo. Esta
argumentación abre posibilidades diferentes a la comprensión del suicidio justo
como una forma de actuación ética y política, una forma de invisibilizarse, es decir
no es una patología, sino una respuesta a un dilema psicosocial (Roen, Scourfield,
McDermott, 2008).
político, que se centre en potenciar la salud de las personas de forma que “la buena
salud se convierta en la principal herramienta para lograr una vida productiva y
agradable” (Vázquez et al., 2015). La OMS se propone incluir las circunstancias
sociopolíticas, dificultades financieras y el contexto cultural en temas de salud,
tanto en la etiología como en la fenomenología del suicidio (Fleischmann y De Leo,
2014). Realizar y promover un abordaje ético y sociopolítico desde la perspectiva
de la psicología de la salud comunitaria es entonces imperativo. Se debe lograr
entonces que los niveles de intervención lleguen al abordaje de políticas y de
cultura de la comunidad en sus condiciones sociales. El reto es inducir la
transformación social como meta (White y Krall, 2014), lo que representa un
objetivo para expandir la investigación actual. Y de esta forma se descarta la
concepción ideologizada de que la atención del suicidio es responsabilidad de solo
ciertas instituciones, ya que no se limita la responsabilidad individual y la de la
sociedad (Chávez et al., 2015) mientras se revitaliza su lectura en relación a las
prácticas de opresión como homofobia, racismo, exclusión y colonización (Morris,
2016).
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