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Coordinación Psicología Clínica y de la Salud

2°, 7° y 8° semestres

enas

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONÓMA DE MÉXICO


DIVISIÓN DE ESTUDIOS PROFESIONALES
FACULTAD DE PSICOLOGÍA

2º, 5º y 7º. semestres

Aproximaciones al Proceso Salud-Enfermedad Clave 1201

Bioética Clave 1519

Teorías Psicológicas de la Salud Clave 1721

Actualidad del Suicidio:


Perspectiva Crítica

Autor
Ricardo Trujillo Correa
Actualidad del Suicidio

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONÓMA DE MÉXICO


DIVISIÓN DE ESTUDIOS PROFESIONALES
FACULTAD DE PSICOLOGÍA

2º, 5º y 7º semestres

Aproximaciones al Proceso Salud-Enfermedad Clave 1201

Bioética Clave 1519

Teorías Psicológicas de la Salud Clave 1721

Actualidad del Suicidio:


Perspectiva Crítica

Autor
Ricardo Trujillo Correa

Semestre 2021-2

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Actualidad del Suicidio

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Actualidad del Suicidio

Retrospectiva
Roland Barthes (1975), filósofo francés, solía comentar: ¿quién no siente lo natural
que resulta en Francia ser católico, casado y tener buenas calificaciones académicas?
Lo interesante de la afirmación es la ironía que encierra: él era protestante,
homosexual y no tenía doctorado. Podemos usar el mismo ejemplo para
preguntarnos: ¿Quién no siente lo natural que es considerar el suicidio como un
problema subyacente de una alteración psicológica?

Encontramos que es consenso de la comunidad científica que el suicidio se


encuentra altamente relacionado con trastornos psicológicos (Alvarez y Fontenla,
2010; et al, 2010; Nock, et al., 2008; Kapur & Gask, 2006; Joiner Jr., 2011). Al
revisar la literatura científica vemos ejemplos que soportan esta hipótesis: se le
vincula o atribuye a depresión (Goodale, 2014), baja autoestima (Oliver, 1996),
fatalismo (Peck & Bharadwaj, 1980), relaciones fallidas (Taylor, 2007), o trastorno
limítrofe de personalidad (Silvers et al., 2016), entre muchos otros. No obstante el
aparente categórico acuerdo, también hemos encontrado evidencia de que
podríamos estar haciendo un abordaje incompleto o equivocado al respecto de la
Suicidología. En este documento se abrirá el debate con elementos centrales para
considerar por la psicología clínica y de la salud, a saber:

a) el suicidio no es un acto individual ni efecto de un desorden psicológico,


sino un acto colectivo, con historicidad e implicaciones éticas, políticas y
sociales

b) la importancia de identificar los contextos de violencia como estrategia


para la prevención del suicidio

c) la necesidad de revisar los fundamentos de la disciplina psicológica, que


tiende a patologizar e individualizar el sufrimiento
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Actualidad del Suicidio

Veamos un primer ejemplo, podemos solicitar a los alumnos este ejercicio para
reflexionar y hacer conciencia de la necesidad de repensar los fenómenos
psicológicos y la enfermedad mental. A saber, buscar en Google imágenes que
configuran una forma de sufrimiento psicologíco, como: ‘suicidio’, ‘adicción’ o
‘depresión’. Observaremos una representación social con elementos en común:
personas solitarias, en colores oscuros, sin movimiento y ensimismadas. No es una
forma de interpretación erronea per-se, pero si muestra una tendencia a la
simplificación de estos fenómenos. Pridmore y Bowen (2009) cuestionan tal
sencillez reflexiva al pensar el tema del suicidio: “si la intuición nos indica que los
objetos pesados caen más rápido que los livianos, de igual forma pensamos que
todo suicidio resulta de un desorden mental” (p. 61). Nos encontramos ante un
fenómeno complejo, con matices y condicionantes sociales, que esta lejos de ser
entendido al presentarnos versiones de personas tristes y solitarias que son poco
realistas o de tono moralista (Pridmore y Pridmore, 2019). Esta visión, ingenua
desde la perspectiva del actor, parte de la socialización de la metáfora médica del
cuerpo reparable y el patógeno que se remueve, lo que se extrapola a otros saberes
y define a un sujeto solipsista, sin historicidad y responsabilidad de sus actos
(Rovaletti, 1998). Lo que produce un discurso médico acrítico, que asume
erroneamente a su paciente como una persona alienada, a la que se debe establecer
la etiología y corregir la anomalía patológica (Gonthier y Casado, 2017).

Con este contexto, responder a los desafíos actuales que se plantean en el tema del
suicidio requiere de un mayor contexto disciplinar y hacer conexiones con distintos
dominios del conocimiento (Reynolds, 2016). Por tanto este ejercicio se
fundamenta en la necesidad deontológica de que el profesional en la salud revise
cíclicamente su disciplina y entorno, sobre todo en aquello que se considera un
consenso en la comunidad académica. No es un ejercicio abstracto para definir qué
es el suicidio, sus causas y soluciones. Más que eso, es la propuesta del
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Actualidad del Suicidio

replanteamiento de todo un campo de experiencia en cuanto a quien tiene la


autoridad del conocimiento sobre el suicidio, los sobrevivientes, sus familias,
amigos y el profesional involucrado en la prevención e investigación (Marsh, 2016).
Desde aquí, el experto redefinirá formas complejas e integrales de aproximarse al
fenómeno y cíclicamente las instituciones impondrán un nuevo marco de toma de
decisiones al profesionista y al receptor del servicio. El principal riesgo de no
discutir el consenso actual en las ciencias de la salud es que al prevalecer una sola
mirada, la producción de nuevo conocimiento será solo la confirmación de lo que
ya conocido, justo en los términos que propuso Thomas Khun (1962). Necesitamos
reconocer que estamos limitados por los términos y categorías que hemos heredado
(Gergen, 1991) y volver a poner a prueba nuestras premisa. Esto no debe ser un
ejercicio marginal, sino normalizado en nuestra disciplina. Al igual que toda
política pública manejada por “consenso es peligrosa” (Peterson, Peterson &
Peterson, 2005, p., 764) debemos asumir que la mejor toma de decisiones en
grupos y comunidades son tomadas en condiciones que favorecen el disenso (Toma,
Gilles & Butera, 2013). Es por tanto un reto para la Suicidología poner a prueba las
categorías asumidas y actualizar los postulados de investigación contemporáneos
dialogando también desde el disenso con otras epistemologías y disciplinas.

La prueba emerge al revisar reportes de suicidios en artículos de divulgación


científica encontramos esta validación ya descrita, de la ocurrencia de un acto
individual en una persona vulnerable y con pocos recursos personales. Sin embargo,
al trasladar el punto de referencia a una perspectiva constructivista aparece como
característica diversidad de sentidos, contextos, ambigüedades y consideraciones
que ponen a prueba nuestras certezas.

En este sentido Reynolds (2016) nos aporta un primer elemento para analizar las
representaciones sociales alrededor del tema del suicidio, al estudiar los discurso

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Actualidad del Suicidio

en círculos científicos, medios de comunicación y personas relacionadas a los


sucesos. Concluye que existen cuatro puntos en común en los que el lenguaje
normalizado del suicidio opera:

i. se oscurece la violencia del contexto

ii. se oculta la resistencia de la violencia

iii. se oscurece al perpetrador de responsabilidad

iv. y se tiende a culpabilizar a la víctima.

Nolle et al. (2012), por ejemplo, reportan lo que parece un intento de suicidio
típico de una adolescente norteamericana de origen mexicano. En un principio se
asume que ella es una personalidad frágil en una edad problemática. Hasta aquí
pudo haber quedado como una confirmación de la opinión pública al respecto de la
causalidad del suicidio. Sin embargo, el autor retoma el caso desde una perspectiva
cualitativa y descubre una historia no visibilizada de violencia familiar y
degradación. Su padre la reprendía constantemente por ser una carga y no ser una
buena hija: “tenemos una hija que no vale nada y ella solo nos mete a nosotros en
problemas” (p. 324). La joven, llena de culpa, atribuyó sus actos como un sacrificio
para aliviar de un peso a su familia, haciéndose responsable por el daño que les
causó. En este sentido, es importante empezar a considerar que el acto suicida no
aparece espontáneamente ni en la soledad, sino se acompaña de escenarios de
violencia que rara vez se consideran.

Así vamos dando cuenta de casos donde se pone mínimo énfasis por revisar los
contextos de violencia familiar, social o institucional donde estos acontecen. Lo
que además tiene la consecuencia de despolitizar cualquier cuestionamiento a las
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Actualidad del Suicidio

condiciones estructurales donde se dan los actos. Por ejemplo en España ocurrió el
caso paradigmático de Amaia Egaña, mujer de mediana edad, que se tiró de la
ventana de su apartamento. Lo que en principio parece un evento desafortunado,
resulta en un posterior escándalo mundial al conocer la historia completa: el suceso
ocurrió cuando la comitiva judicial subía por las escaleras para desahuciarla. A
partir de este caso se empezó a hablar de la ola de suicidios como consecuencia de
la nueva legislación hipotecaria, denominada “la economía de los desahucios”,
que contabilizaba al 2016 un total de 38 suicidios directamente relacionados. Aquí
la violencia a nivel institucional y por parte del estado se identifica como la
principal detonante de esta crisis humanitaria. Actualmente, como consecuencia de
estos acontecimientos, han aparecido movimientos sociales como Stop Desahucios1,
en un intento por derogar la ley y aportar alternativas y apoyo a las personas
afectadas.

En otro ejemplo que adquirió fama en los medios de comunicación, Megan Meier2,
de 13 años de edad, es encontrada muerta colgada de su closet. Previamente había
sido diagnosticada con depresión ‘por sentirse gorda’ y fue medicada por ello. Se
reportó inicialmente como un caso más de una adolescente enferma. Sin embargo,
indagando sobre los motivos del suicidio, sus padres y la policía encontraron que
un grupo de chicos empezó a postear cosas negativas sobre ella en MySpace. Megan
recibió un mensaje diciendo que toda su escuela sabía que era una mala persona,
que todos la odian. Minutos después se quita la vida. Posteriormente se descubrió
que fue grupo de adultos que acordó crear una página falsa para acosar a la menor.
El ensañamiento con el que se le atacó fue tomado como un acto excepcional de un

1
[ http://afectadosporlahipoteca.com/stop-desalojos/]
2
[ https://www.meganmeierfoundation.org/]

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grupo de personas y un riesgo más del acceso a las nuevas tecnologías. No se


discutió la feroz denigración y exclusión social producto de las altas presiones por
exito, reconocimiento, belleza y popularidad.

Como se muestra en estos ejemplos, las personas que cometieron suicidio se


encontraban en desventaja, fueron violentados a nivel familiar, social, institucional
y/o económico. Como Lester y Lester (2015) exponen: “el suicidio no solo es
suicidio, y rara vez se investiga la naturaleza del acto, revelando un fenómeno
complejo y diverso en sus medios y fines” (p. 7). Por ello es común la atribución a
la debilidad o alteración personal del individuo que decide terminar con su vida,
pero no sobre la sociedad ante el ensañamiento y su nivel de agresión contra
personas y grupos vulnerables. Debe considerarse entonces que más que atender a
personas con factores de riesgo, es necesario atender los contextos donde se
producen ya que puede ser una forma más eficiente de disminuir la tasa de suicidio
en poblaciones vulnerables (White, 2016b; Tizón, 2016). Es por ello que
actualmente debe revisarse la pertinencia de poner el énfasis en la investigación del
suicidio y su vínculo con alteraciones psicológicas, abrir un espacio a la inquietud y
cuestionar esta creencia ‘natural’. Como universitarios, somos convocados a
observar el fenómeno y al sujeto desde un abordaje amplio e integral. Debemos ir
más allá de individualizar el suicidio ya que todo acto, en sí mismo no es simple,
aislado, ni causal, sino que es complejo, sistémico, posee significado y está
vinculado al contexto, que como argumentó Bruner (1991), los actos son moldeado
por estados intencionales en la participación de sistemas simbólicos de la cultura.

Las revisiones de casos ‘típicos’ arrojan que cada ideación, intento o consumación
se encuentra pleno de diversos sentidos, y no se justifica solo en la evasión o
desesperación producto de una enfermedad mental. Por ejemplo, Orri, et al. (2014)
documentan un intento de suicidio como una forma de agresión hacia los demás,

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una represalia: “yo estaba convencido, quería hacerlo, venganza... Esto obtienes
por tratarme así todo estos año, ahora mírame y y sufre” (p. 6). Hay un acto
suicida, pero también un(a) destinatario(a) de una revancha amorosa. Desde aquí
se entiende al acto suicida como la construcción de un acto colectivo, una
comunicación (Tizón, 2016) exitosa o fallida hacia un otro, presente, ausente, real,
ficticio, fáctico y/o abstracto. Es por lo tanto, la continuación y alteración de una
relación con el mundo y su temporalidad, más que la simple terminación de la vida
(Carbonell, 2007).

Veamos otras clases del acto suicida. Aquellas que se configuran como un acto
hacia un otro, performances desde una perspectiva Goffmamiana. Es decir, un acto
teatral donde cuidadosamente se elige el tiempo, lugar, método y otras
circunstancias, para aumentar el impacto y enmarcar el suicidio de la forma como
eligieron (Lester y Lester, 2015). Por ejemplo, podemos citar los sucesos donde dos
hombres turcos, en diferentes momentos y circunstancias, se suicidan disparando
un arma de fuego en vivo vía Facebook y causando conmoción nacional, uno había
terminado con su novia3, el otro era un padre de familia, cuya hija se casaba sin su
permiso4. También Rosen (1975) reporta un patrón similar, en uno de los primeros
estudios cualitativos sobre suicidio, al describir la escenificación necesaria y
paradójica del acto suicida en personas que habían sobrevivido de arrojarse del
Golden Gate en San Francisco. Parte importante de la elección del escenario fue la
relación entre el puente y su propia muerte. Es decir, un final, dramático, estético y
de inspiración romántica, un perfecto montaje.

3
[ https://www.thesun.co.uk/news/1950143/horrific-moment-heartbroken-young-man-shoots-
himself- live-on-facebook-after-break-up/]
4
[ https://www.mirror.co.uk/news/world-news/dad-livestreams-suicide-facebook-over-11398667]

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En Holm y Severinsson (2011) identificamos otra modalidad del sentido del acto
suicida. Esta puede ser escenificada como una liberación actuada, la autoagresión
como una forma de adquirir el control de la propia vida. Morir representa una
forma de reivindicación ética de la existencia, ante la imposibilidad de su control.
Esto no necesariamente representa una novedad, pensando como se representa
históricamente en suecesos como el suicidio de Sócrates, o en la propuesta estética
de los ‘poetas malditos’ o en ficciones fílmicas como Mommy (Corbell, Dolan,
Grant, Lafontaine y Dolán, 2014) o Thelma & Louise (Polk, Khouri, O’Brien, Scott y
Scott, 1991). En todos ellos se identifica como un camino para salir del dominio del
otro. Como lo reflexiona Zizek (2012) en la escena del ‘Club de la Pelea’ donde el
personaje de Jack (interpretado por Edward Norton) se golpea a sí mismo en la cara
como una metáfora para la revolución: antes de vencer a tus jefes, debes primero
vencerte a ti mismo.

Hemos visto diversos sentidos del acto suicida. Pero los problemas en su abordaje
no se detienen ahí. Existe también la dificultad para determinar si ha ocurrido o no
un acto suicida. Por ejemplo, el “suicidio lento”, reportado por Dedesma et al.
(2014) consiste en la descripción de de una mujer de mediana edad de Boston, cuyo
alcoholismo y conductas de riesgo inevitablemente llevan a un ciclo de
autodestrucción, con la esperanza de un desenlace fortuito. Esto se puede
considerar como una forma de suicidio “bajo el radar”, ya que rara vez se reporta
como tal y por tanto escapa de las estadísticas. En la novela semi autobiográfica de
John O’Brien, que se produjo después en la película “Adios a las Vegas” dirigida
por Figgis (Cazés, Fischer, Regen, Simpson, Stewart y Figgis, 1995), se expone esta
variante poco conocida. Otro ejemplo es reportado por Kidd y Krall (2002), quien
documenta que en el 22% de los casos las personas dedicadas a las drogas y
prostitución dejan de interesarse por su vida y salud, buscando morir

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Actualidad del Suicidio

paulatinamente, lo que consiste en otra forma de “suicidio lento” que no se


atribuye como tal.

Valach et al. (2006) expone incluso otro tipo de evento que desafía la clasificación
del acto suicida como tal. Encuentra que existen sobrevivientes clasificados como
suicidas que no tenían la intención de hacerlo, sin embargo pusieron
inintenciadamente su vida en riesgo. En México, ocurrió el caso atípico de un
infante de 10 años en Coahuila que queda en el misterio5. En el día preguntó a su
madre: ¿qué se sentirá ahorcarse? En la noche encontraron al menor colgado de un
cinto atado a su cuello. Para los padres, no había ningún indicio que apuntara al
suicidio. No se sabe si fue efectivamente un acto suicida, un acto autolesivo o más
presumiblemente una experimentación desafortunada que derivó en tragedia. Aquí
se desafía la creencia común de identificar positivamente un acto suicida como tal.
Esta dificultad suele ser mayor en los casos de adultos mayores, donde es
problemático diferenciar el suicidio de un accidente (Diggle-Fox, 2016).

Si se revisan los casos enunciados, reparamos que hemos cubierto sin empeño las
categorías clásicas propuestas por Durkheim (1897/2007) de suicidio egoísta y
anónimo. Pero si hacemos justicia a esta clasificación, falta el suicidio altruista,
que corresponde a otra variante vinculada a una alta adhesión a la comunidad.
Veamos el caso de un “hombre bomba” en Erbil Irak, que se hace estallar. Es
común la atribución de estos actos al extremismo islámico, pero no suele
describirse las condiciones de presión social (explotación pasada, pobreza,
educación limitada, marginación social, etc.) y razones ideológicas (defensa de la
propia nación contra la ocupación extranjera, venganza, etc.) detrás de ello
(Msellemu, 2016). Pedahzur, Perlinger y Weinberg (2003) exploran los casos de

5
[ http://www.eluniversal.com.mx/estados/nino-de-10-anos-se-suicida-en-coahuila]

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palestinos suicidas en Israel, y encuentra evidencia que relaciona estos actos como
suicidios fatalistas-altruistas en función de la clasificación propuesta por Durkheim.
O el suicida altruista agudo, donde un monje budista se inmola en protesta por un
acuerdo en Japón como compensación a las esclavas sexuales en tiempos de guerra6.
El ejemplo de un suicidio altruista obligatorio, que ocurre en el proceso de Sócrates
en el que se le acusa de subvertir la creencia de la existencia de los dioses,
corrompiendo a la juventud. Condenado a muerte, evade la posibilidad de exiliarse
y conservar la vida, que al mismo tiempo “sería contravenir el principio mismo de
su vida (jamás responder a la injusticia con otra injustica)”7. No es solo un acto
ético, sino la defensa ética más profunda de la vida misma, al obligarse a no violar
las leyes de la ciudad de Atenas, paradójicamente al aceptar la muerte.

Agreguemos más ejemplos que dificultan aún más pensar el suicidio como un acto
patológico e individual. Si revisamos acontecimientos colectivos en la historia,
confirmamos que los actos corresponde a un tiempo, contexto y cultura. Por
ejemplo, a mediados del siglo XIX como parte de un grupo de profecías fatalistas,
la población Xhosa asesinó a su ganado, destruyó su comida y futuras cosechas,
acto que provocó una hambruna que acabó con la vida de más del 80% de su
población (Kowit, 2004). También se ha documentado el suicidio colectivo como
un gesto heroico contra la opresión, como el sitio a Masada que derivó en el
suicidio en masa para evitar que los judíos cayeran en manos del imperio romano
(Witztum y Stein, 2012). O el suicidio hindú Jauhar, cometido por las mujeres en el
pasado cuando sus hombres enfrentaban la muerte, para evadir la vergüenza y

6
[ https://www.theguardian.com/world/2017/jan/08/buddhist-monk-sets-himself-on-fire-in-south-
korea-over-comfort-women-deal]
7
[ http://www.revistaaleph.com.co/component/k2/item/346-socrates-entre-pena-de-muerte-y-suicidio-
ejemplar.html]

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escapar del deshonor sexual (Vijayakumar, 2004). Ya en el siglo XX son conocidos


los casos de suicidio colectivo de la Indonesia en Bali, donde se ejecuta el pupután,
último acto simbólico del fin del drama-tragedia (Creese, 2006). Son más conocidos
los casos recientes de suicidios masivos de inspiración religiosa, como los sucesos
de Jonestown en Guyana, Waco Texas, la Orden del Templo Solar y el de la Puertas
del Cielo, que se pueden pensar como una forma de patología colectiva religiosa, se
conforman como una reacción a la sociedad capitalista (Dein & Littlewood, 2005),
cuestionando su trasfondo sagrado y denominándolos como “suicidios
apocalípticos” en un nicho discursivo de opresión de la posmodernidad, ofreciendo
la oportunidad del éxtasis de la comunión y una cruzada contra el mundo corrupto
a través de un salvador carismático.

Resumiendo los casos expuestos, encontramos: violencia familiar, acoso en línea,


violencia política y social, una forma de venganza, una escenificación dramática,
un acto estético, liberación del otro, morir lentamente por volición, un suicidio que
no tenía la intención de serlo, altruismo, fatalismo, actos heroico y una forma de
oponerse a la sociedad contemporánea. Con esta breve compilación hallamos
evidencia para proponer que el suicidio se caracteriza por la multiplicidad, la
inestabilidad, el contexto social, la complejidad y la contingencia histórica (White,
et al., 2016). Por tanto, el entendimiento de sentido común del suicidio se continúa
debatiendo entre profesionales de la salud (Pouliot, L. y De Leo, 2006; Rodgers, et
al., 2007), sugiriendo que la materia de las causas del suicidio no es tan evidente
como se cree (White, 2016b). Aún tendemos a trabajar sobre criterios causales,
deterministas, clasificatorios y ponderaciones a ciertos estándares y entidades
nosológicas. A pesar de contar con una perspectiva de racionalidad, aparentemente
no problemática, subyacente a los enfoques basados en evidencias, los fenómenos
sociales simplemente no pueden ser completamente entendidos ni resueltos a
través de una exclusiva dependencia de las metodologías positivistas, prácticas y
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Actualidad del Suicidio

políticas (Goldson y Muncie, 2006). En este sentido, cabe asumir la propuesta de


White (2016b) que postula la experiencia emocional del suicidio como fluida,
compleja y en capas. Por lo mismo, no hay actualmente una definición de consenso,
aprobada y universal sobre lo que es la ideación, el intento y el acto suicida.
Tenemos un vocabulario empobrecido para entender como el sujeto negocia una
serie de cambiantes procesos, contextos y realidades que incluyen vivir y morir,
por lo que debemos apelar a una suicidología ética y crítica (Jaworski y Scott,
2016).

En el suicidio concurren la dinámica sociocultural, las vulnerabilidades


individuales, las identidades relacionales y las expectativas familiares y culturales,
por lo que los discursos normativos se entrecruzan de una manera compleja y
conflictiva (White, 2016b). Es así que el suicidio puede ser provocado en efecto por
una enfermedad mental, pero es más común que se trate de la combinación de
estresores incluyendo desempleo, rompimiento de una relación, drogas y
emociones dolorosas como vergüenza y culpa, entre otras causas (Ross, Kolves y De
Leo, 2017). No es el resultado de la depresión o de problemas mentales, sino que en
ocasiones el sujeto puede experimentar una necesidad de escape a un dolor que el
percibe como insoportable, sin estar directamente vinculados por una causalidad
(Cover, 2012 en White & Kral, 2014).

Hay por tanto, elementos para considerar que la suicidología actual conoce poco de
su sujeto de investigación. Históricamente se ha visto limitada por su paradigma
epistemológico, se aleja de su objeto de estudio y se desentiende del sufrimiento
que acontece a un ser. La exploración cuantitativa producida en el campo no es
creativa, sino que tiende a ser repetitiva e imposibilitada de proveer de nuevo
conocimiento significante (Hjelmeland y Knizek 2010 en Hjelmeland, 2016). Así,
formula categorías, descripciones, instrumentos y estadísticas los cuales tienen

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Actualidad del Suicidio

cierta utilidad, pero debe trascenderse a otras esferas de conocimiento. En


consecuencia, una suicidología crítica se hace nuevas preguntas, busca nuevos
métodos y persigue alternativas para pensar sobre el suicidio y la prevención de
este (Kral y Idlout, 2016). Necesita abrirse a una estructura amplia entre lo que
damos por sentado y la deconstrucción de conceptos, lo que incluye hacerse
preguntas penetrantes, desafiar estructuras de poder, descubrir apropiados
métodos de investigación y contextualizar datos e ideas; así como dar vigencia al
contexto histórico, social, cultural y político de los conceptos en las realidades de
una comunidad donde el suicidio toma una posición y puede ser prevenido (Kral y
Idlout, 2016).

Asimismo, hace falta aumentar las investigaciones con relación al suicidio donde la
Psicología como ciencia debe lograr un rol más protagónico en el estudio del
comportamiento suicida (Flores, 2017). A pesar de los distintos esfuerzos
institucionales y profesionales, los resultados han sido cuestionables: en pocos
casos se han reducido las tasas de suicidio de forma significativa (White, 2016b). Es
tiempo de una aproximación alternativa (Kral y Idlout, 2016), la cual se plantea
sobre un abordaje intersubjetivo, articulado y puesto en juego dentro de unas
relaciones de poder cada vez más sofisticadas (Velasco & Pujal, 2005). Conocer del
sujeto desde el actor y no desde el espectador, que además de todo sanciona. Esto
nos da una mejor comprensión y abre posibilidades al desarrollo de mejores
perspectivas de prevención e intervención. Porque como Brown (en Rohleder, 2012)
señala: la mejor forma de aprender algo sobre cualquier cosa, es preguntando.

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Actualidad del Suicidio

Perspectiva:
La Suicidología Contemporánea
Rousseau, en su escrito Discursos sobre las ciencias y las artes (1750), formuló
consideraciones importantes y actuales:

¿Existe relación entre la virtud y la ciencia?

¿Contribuirá la ciencia para disminuir la separación entre teoría y


práctica?

Más de 200 años después, las preguntas conservan vigencia. Nos encontramos en el
“fin de un ciclo de hegemonía de un cierto orden científico” (Santos, 2009, p. 20)
y las inquietudes de Rousseau no han sido respondidas favorablementehacer. En
Suicidología esta creencia se manifiesta en sus prácticas y representaciones. En este
caso, por ejemplo la representación del experto al sujeto desde el sentido
asistencial. En el “VI Congreso Internacional de Prevención del Suicidio”
celebrado en 2015 en Aguascalientes, se diseñó un Cartel8 oficial del evento con
una imagen donde aparecen dos manos que se aproximan una a la otra desde
posiciones diferentes. Una, desde la parte superior derecha del cartel, representa al
profesionista, el experto, la institución. La otra, proviene de abajo a la izquierda,
personifica al paciente, al enfermo, al débil (recuerda la obra de “La creación de
Adán” de Miguel Ángel). El mensaje semiótico es claro, la Suicidología es el
experto que ayuda a alguien desvalido, débil o en falta. Representa el discurso
médico-paciente que domina la suicidología y que como analiza Foucault (1966) es
la construcción de una relación dispar entre quien sabe y quien ignora. Desde esta
premisa se considera en duda el vínculo entre la ciencia y la virtud al que alude

8
[ https://www.dropbox.com/s/wsxxw6vinshlmk6/vicartel_Congreso.jpg?dl=0]

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Actualidad del Suicidio

Rousseau, y más bien, encontramos un discurso, el poder y la objetivación del


sufrimiento. El investigador desconociendo este proceso se aproxima a su objeto de
forma ingenua, identifica un sujeto como posible suicida, se le objetiva y
categoriza, por lo que las aproximaciones de detectar e intervenir en una crisis
reflejan una mentalidad de “una talla se ajusta a todos” (Rogers & Soyka, 2004 en
White & Kral, 2014), haciendo que las personas que reciben el tratamiento se
sientan deshumanizadas y objetificadas. Por tanto el papel que juega el modelo
médico en el caso de pacientes suicidas tiende a victimizar al sujeto: se siente
“como si el experto suicidólogo nos mira a través del lado equivocado del
telescopio” (Webb, 2010 en White, et al., 2016, p. 21).

Este breve ejemplo recuerda la necesidad de mantener vigente las reflexiones de


carácter crítico. Ya lo menciona Ibañez (1994, p. 217): ”la psicología crítica debe
ser como Penélope, de día hilar, para que en la noche se vuelva a destejer”. Así, lo
que aparece a simple vista automático demuestra que no lo es. Es el caso de la
suicidología, que se cuestiona por su carácter irreflexivo (White, et al., 2016) y
ateórico (Hjelmeland, 2016) hacia la investigación y práctica que determina una
forma singular de producir conocimiento y prevenir el suicidio. El fondo teórico en
una disciplina consiste en una serie de aforismos base que asumen una postura
sobre el sujeto que es investigado y el que investiga. Define un posicionamiento
ontológico, epistemológico, ético y político (Denzin y Lincoln, 2005) que
constituye un marco de referencia sobre las posibilidades y límites de nuestro
horizonte de investigación. Sin ello, es probable caer en razonamientos en los
cuales surgen contradicciones o paradojas irresolubles; entendiendo que la
experiencia no dispensa a la teoría previa (Santos, 2009). Ejemplo de esto es el
propio concepto de salud mental, que es un consenso sin fundamento teórico. Si la
OMS define desde 1948 la salud como el estado de “completo bienestar físico,
mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad o debilidad”; y el
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Actualidad del Suicidio

“bienestar” es “un estado de felicidad, salud y prosperidad” (Princetos’s Wordnet,


2009 en Pridmore y Bowen, 2009), ambos conceptos se refieren a sí mismos de
manera circular. No hay solidez argumentativa y si lagunas insalvables, mas sin
embargo sigue siendo un consenso débil, pero que la OMS sostiene desde hace 6
décadas (Pridmore y Bowen, 2009).

La psicología de la salud no debe ser ajena a esta polémica. Al trabajar para el


sistema médico, se tiende a seguir el modelo de predecir y controlar a la ciencia de
la patología individual (Marsh, 2016), quedando fuera de los debates
epistemológicos del siglo XX, donde en la era postmoderna se cambió el adentro
por el afuera, de la psique al texto (Kvale, 1992). No obstante, la psicología de la
salud ha puesto más atención al proceso interindividual confiando en que la
realidad existe independientemente del observador y esta puede ser observada y
medida (Parker, et al., 1995). Debido a esta línea de razonamiento, la mayoría de
las investigaciones en suicidio y su prevención tienden a emplear métodos
cuantitativos situados en la perspectiva positivista (Morris y Crooks, 2015),
decretando entonces que lo que no es cuantificable es científicamente irrelevante.
Esto conlleva a reducir la complejidad de forma metódica: conocer significa dividir
y clasificar, y después determinar las relaciones sistémicas entre lo que ya se separó
(Santos, 2009).

Con este escenario, cabe entonces la pregunta: ¿Cómo es que se deconstruye un


discurso en la Suicidología? Una forma de abordar esta perspectiva es mapear las
prácticas, los discursos e instituciones que lo hacen propio de su actuar. Como
Butler afirma (2004, en Marsh, 2016): “ciertos tipos de prácticas que están
diseñadas para manejar ciertos tipos de problemas producen, con el tiempo, un
dominio establecido de la ontología como consecuencia, y este dominio ontológico,
a su vez, limita nuestra comprensión de lo que es posible” (p. 309). El lenguaje en

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Actualidad del Suicidio

este sentido no es entendido como una articulación cognitiva, sino como


constructor y producto de ideologías, patrones y formas de actuar y conocer. Estas
construcciones son luego nuestro punto de referencia para definir como pensar el
suicidio, como estudiarlo y responder a él. Solo al cuestionar críticamente estas
premisas, poner en contexto y analizar sus efectos podremos preguntarnos si
construir el sujeto de esa forma es útil o válido (Brookfield en Marsh, 2016). Marsh
en este sentido propone 3 asumpciones particulares que dominan el discurso de la
Suicidología:

I. La Suicidología como ciencia

II. El suicidio es individual

III. El suicidio es patológico

Los cuales se discutiremos.

I. La Suicidología como ciencia

Siendo el discurso científico uno de los pilares de la Suicidología, se trae a memoria


como Parson (en Saínz y Sánchez, 2015) definió el suicidio como un hecho social.
Entonces, por definición, rebasa las capacidades de los investigadores médicos,
pues permanecen ajenos al conglomerado social de donde procedían los sujetos de
estudio. No obstante, la medicina y ciencia dominaron el tema, siendo ahora
condición natural del suicidio. Por ejemplo, en la apertura del libro International
Handbook of Suicide Prevention (2011) se propone que la Suicidología es la ciencia
del suicidio y su prevención (O’Connor, Platt y Gordon, 2011 en Marsh, 2016). Esta
potestad de la ciencia y la experimentación incide en que la mayoría de los estudios
sean de corte positivista, inscritos en el método hipotético-deductivo (Gómez,
Cervantes y Arce, 2015), y las revistas científicas publiquen estudios

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Actualidad del Suicidio

epidemiológicos y factores de riesgo con el objetivo de reconocer lo que se asocia al


suicidio y al intento suicida. Así, se ha ligado el suicidio a la depresión, las
características de la personalidad, las adicciones, las condiciones psicosociales y
factores biológicos (Gómez, Cervantes y Arce, 2015). Esta visión, que
originalmente era valiosa, queda limitada al entenderse como una única forma de
producir conocimiento y limitándose otros acercamientos. Un caso que lo
ejemplifica es la afirmación del editor de Suicide and Life-Treatening Behavior
“que solo las pruebas de hipótesis con pruebas justas, usando métricas válidas y
cuantificables, es como el campo de la Suicidología avanzará” (en Joiner, 2011, p.
471).

El predominio de esta perspectiva metodológica, teórica y epistémica como criterio


de cientificidad y su centralización en una arista del problema para desde ahí
plantear generalizaciones, conlleva el riesgo de reducir el problema del suicidio a
un nivel descriptivo, explicativo, taxonómico, sin aportar a un entendimiento más
complejo de posibilidades (Gómez, Cervantes y Arce, 2015). Y aunque se define
entonces al suicida como un paciente en una situación mental intensa,
paradójicamente no se investiga el concepto vivencial del fenómeno en sí. Por su
amplitud y diferenciación, el suicidio no puede ser sectorizado a un factor
hipotético exclusivo experimental, como permite el método científico. Es necesario
entonces un sistema (Saínz y Sánchez, 2015) donde la conducta y lo social sean
vistos como entidades separadas y el sujeto es despojado de su contexto social
(Chamberlain, 1999). En esta línea de pensamiento no es posible apreciar la
naturaleza construida, fluctuante, histórica, contingente y relacional del suicidio.
Asimismo, no da espacio para consideraciones de prevención múltiples,
emergentes y contextualizadas (White, 2012 en Marsh, 2016). La mayoría de
estudios de factores de riesgo da la impresión de que no producen conocimiento
nuevo o útil (Hjelmeland, 2016). Las escalas para estimar el riesgo suicida tienen
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Actualidad del Suicidio

una alta tasa de falsos positivos y negativos (Álvarez y Fontenla, 2010) y no


demuestran de forma inequívoca la relación riesgo y suicidio (Large, et al., 2011).
De hecho, cuando surgen resultados contradictorios se explica como el efecto de
una variable presente o ausente (Smedslund, 2009), por lo que es de gran
importancia asumir que el contexto es crucial. En caso contrario, tenemos un
conocimiento local, inestable, fragmentado y sujeto a escalas e inventarios que
olvidan que la experiencia es construida, y es fundamental en la vida de las
personas (Murray y Chamberlain, 1999).

De todo esto se suma que el método científico falla y no puede ser aplicado de
forma metódica, pues no se corresponde a las estadísticas de suicidio post factum
(Saínz y Sánchez, 2015). El conocimiento desde la perspectiva cuantitativa es
importante para establecer tratamientos basados en evidencias, pero es limitado.
Hjelmeland y Knizek (2011 en Marsh, 2016) opinan que la Suicidología debe dejar
de tratar de explicar la conducta e ir directamente hacia su entendimiento, abrazar
métodos plurales y desarrollar nuevo conocimiento. Se demandan por tanto otras
formas de producción de conocimiento, y en su caso, no se propone desechar la
perspectiva cuantitativa, sino apoyarse en ella para hacer un seguimiento
cualitativo de los factores de riesgo (Hjelmeland, 2016).

Gavin y Rogers (2006, en Gómez, Cervantes, Arce, 2015) afirman que se obtendrían
datos de gran valor si se escucharan las narrativas de los sujetos suicidas, así como
las de aquellos cercanos a estos e incluir en matriz de significados las
constelaciones vinculares y emocionales, lo cual constituye un acercamiento al
fenómeno desde la perspectiva de los actores, ya sea desde una visión multi, inter o
transdisciplinar. Existen aún pocas investigaciones cualitativas, como estudio de
caso, fenomenología, hermenéutica, teoría fundamentada, métodos biográficos y

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Actualidad del Suicidio

etnografía. Por tanto, son requeridos estudios de frontera en el área (Gómez,


Cervántes, Arce,2015).

II. El suicidio es individual

Otra premisa que paradójicamente tiene motivos históricos y políticos para haber
predominado (Smith, 2016) es la individualización del sujeto de estudio. Yardley
(1999) nos aporta un ejemplo para explicar las limitantes de esta perspectiva: la
desorientación si bien ocurre a una persona, no puede ser entendido el evento
como tal porque es la combinación del individuo, su conducta y el contexto de sus
actividades. Si “alguien se siente desorientado es, por definición, incierto sobre su
relación al ambiente, y la desorientación por lo tanto solo surge en el curso de
alguna clase de interacción entre los individuos y sus alrededores” (p. 39).

Con esta premisa solipsista que subyace la investigación y práctica, el suicidio se


procesa y produce en una condición personal. Desde la definición de que el suicidio
es un acto deliberado de tomar su propia vida, ya en sí mismo, establece una
definición de naturaleza individual. Cuando se explica así, el suicidio se entiende
como algo privado, divorciado de la justicia social, de las prácticas de exclusión y
opresión, políticas, estigma, relaciones de poder y odio (Reynolds, 2016). El origen
último, independiente de cualquiera de los estresores, recae en la persona. Se
espera por tanto que, si identificamos los factores individuales correctos, se pueda
algún día predecir y prevenir el suicidio.

Esta creencia es un estilo de explicación de la Suicidología que se defiende con


vehemencia (Kral, 1998 en Marsh, 2016) por su origen histórico e ideológico,
donde el modelo biomédico se expande y domina las intervenciones del profesional
de la salud. En este enfoque el paciente se asume como un organismo contaminado
por un patógeno, que el experto será capaz (o no) de extraer para evitar una

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Actualidad del Suicidio

tragedia (Hardey 1998 en Rodleher, 2012). Ante la necesidad perentoria de una


explicación más amplia del sufrimiento humano se propone ya no un modelo
exclusivamente biologicista sino biopsicosocial, el cual extiende el concepto de
salud a un proceso que depende de la relación entre los dominios cuerpo-mente-
cultura. Este aforismo se vuelve la norma y consenso para el profesional de la salud,
y por lo mismo, es adoptado por la psicología de la salud como un estándar
(Yardley, 1999) sin mediar ninguna discusión crítica. No obstante su popularidad,
el modelo no va más allá de presentar ejemplos de cómo los factores psicológicos o
sociales pueden influenciar al cuerpo (Stam, 2004 en Rodleher, 2012). Armstrong
(1987 en Rodleher, 2012) dice que el modelo biopsicosocial permanece
básicamente como biomédico, con los factores adicionales no propiamente
desarrollados. La psicología de la salud, aunque da importancia al modelo
biopsicosocial, falla en encontrar los temas políticos y sociales de la salud y el
cuidado de la salud (Rodleher, 2012), por lo que autores como Ogden (1997)
muestran que el modelo biopsicosocial es a final de cuentas biomédico, pero
adecuado retóricamente para aparentar la consideración de otros dominios.

De esta forma, la psicología de la salud continúa privilegiando la etiología


biológica que promueve la separación mente-cuerpo y desarticula el cuerpo de lo
social (Murray y Chamberlain, 1999). Estas prácticas privatizan el problema,
soslayando los problemas sociopolíticos, económicos, históricos y de poder que
mantienen el estatus quo y perpetúan las vulnerabilidades (Reynolds, 2016). Por
ello se recomienda reflexionar en este sentido para promover la investigación que
busque aumentar la complejidad epistemológica, lo que se traduce en el
conocimiento del participante y los mecanismos que producen el conocimiento
(Sather, Newman y Centre, 2010).

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Actualidad del Suicidio

III. El suicidio es patológico

Esta es la más común asunción de la Suicidología, que alega que el suicidio es


producido generalmente por una psicopatología previa. Según Marsh (2016), “Es
difícil pensar de otra manera o imaginar programas de prevención que no se
relacionen con la enfermedad mental, detección y tratamiento” (p. 17). Al respecto,
Watters (en Bergmans, et al., 2016) nota que desde pasadas décadas el
entendimiento occidental biomédico y psiquiátrico de enfermedad se ha
diseminado agresivamente alrededor del mundo, reemplazando varios
entendimientos culturales, sociales y personales de lo que es un síntoma. Esta
sustitución de la subjetividad Rose (1990) la identifica en las prácticas, dispositivos
y tecnologías de la psicología, que inscriben y calibran la psique humana para
identificar la salud y la patología como ejemplo de tecnologías humanas. Desde
esta postura, el MMPI no contribuye a mostrar la realidad de la personalidad del
sujeto, sino que intenta estructurar la experiencia humana creando categorías,
clases y diagnósticos relacionados con la persona y sus comportamientos
“saludables”. Es decir, la subjetividad no está en el sujeto, sino que está en el
MMPI. Con esta configuración las instituciones y prácticas reproducen discursos en
donde el instrumento es sensible y se valida así mismo, y se ha establecido un estilo
de razonamiento auto-autenticable que genera su propia objetividad y su propio
estándar, un régimen de “verdad” formado alrededor de una ontología compulsiva
de patología, aunque es un campo que ha permanecido a la defensiva, sin reflexión
y crítica. (Marsh, 2016).

Ahora bien, ¿cómo es que la enfermedad mental y el suicidio se construyeron como


dos entidades tan unidas? Para sustentar esta relación, la Encuesta Nacional de
Epidemiología Psiquiátrica reportó que 75% de los intentos suicidas tenían algún
antecedente de trastorno psiquiátrico (Borges, et al., 2010). Pero si bien es cierto

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Actualidad del Suicidio

que las personas que tienen una enfermedad mental cometen suicidio más a
menudo, la población sin enfermedad mental es más grande y contribuye más al
total de suicidios (Pridmore, 2015). Un factor que explica estos datos es el
considerar todas las formas de decepción y tristeza como desorden
depresivoPridmore, 2015). Sin embargo, esta técnica de investigación ha recibido
diversas críticas, en cuanto a su teórica, metodología y analítica (Shahtahmasebi,
2014). Milner, Sveticic y De Leo (2012 en Ross, Kolves & De Leo, 2017) realizaron
una revisión sistemática de estas autopsias psicológicas y encontraron una
considerable proporción (37%) en el que los casos de suicidio no tenían ningún
trastorno psiquiátrico previo. Las variaciones se debieron a como las condiciones
psiquiátricas fueron definidas y medidas, concluyendo que esta relación difiere en
contextos geográficos y según las variaciones culturales.

Hay otros reportes que ponen en duda esta relación tan cercana e inmediata entre
patología y suicidio. Por ejemplo, si el desorden mental es una causa del suicidio,
Australia tendría tres veces más desórdenes mentales que Grecia, y Lithuania
tendría tres veces más desórdenes mentales que Australia, pero no es el caso
(Pridmore, 2015). Stengel (1964) por su parte, estimó esa relación en un 37%,
mientras que Wang y Stora (2009) calculan un 61% y en China encontraron una
baja tasa en la relación, aunque encontraron altos estresores sociales. Maselko y
Patel (2008) reportan la relación en un 37%, pero al igual que el estudio anterior
reportan altos niveles de exposición a violencia y hambre. Law y Liu (2008)
concluyen que con bajas tasas de suicidios relacionados con enfermedad mental, se
pueden explicar más por los efectos sociales, culturales y económicos.

Pridmore, et al. (2017) cita el caso de Grecia en que las tasas de suicidio se
encontraron estables entre 2 a 4.5 por cada 100,000 habitantes, pero después de la
crisis económica este índice se elevó a 5 o 6. Con estos datos se expresa que el

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Actualidad del Suicidio

suicidio puede conceptualizarse como una respuesta que se elabora diferente en


cada cultura y esto explica las diferencias de tasas de suicidio en el mundo
(Pridmore, et al., 2017). Por lo que la creencia del vínculo enfermedad mental-
suicidio es cuando menos poco convincente (Marsh, 2016). No obstante, es cierto
que contribuye no como causa, sino como acto de evasión por la pérdida de
reputación, personas amadas, salud y finanzas (Pridmore, Ahmadi & Reddy, 2012).
Es necesario, por tanto, un enfoque que disminuya el rol del doctor e incremente la
responsabilidad de la comunidad en la disminución de las tasas de suicidio
(Pridmore, 2015).

La actualidad del suicidio

Otro lugar común en los artículos de suicidio es iniciar el texto con estadísticas,
alertas sobre la gravedad del fenómeno, que aumenta, que requiere de atención
inmediata, etc., lo cual es muy cierto. Las recomendaciones de estos trabajos se
enfocan en hacer llamados a las autoridades responsables en implementar
programas de prevención, lo que también merece consideración. Sin embargo, no
se discute en estas introducciones sobre las condiciones socioculturales,
económicas, de violencia y exclusión que son el espacio propicio para que
cualquier ejercicio epidemiológico tenga sentido. Para ello, es necesario salir del
encuadre empirista e incluir la historicidad, modos de vida y sistemas ecológicos
(Breihl, 2010).

Necesitamos considerar la construcción de una epidemiología que vea el fenómeno


del suicidio como parte de una red social. La epidemiología actual es un buen
punto de apoyo, pero tiene carencias a analizar. La información con que se cuenta
en México presenta deficiencias en los datos epidemiológicos sistemáticos, ya sea
por la dificultad de distinguir una muerte accidental o un homicidio de un suicidio
(Chávez-Hernández, Medina y Macías-García 2008), ya sea porque no se lleva la
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Actualidad del Suicidio

información sobre intentos o ideación suicida (Borges, et al., 2010). También la


información sobre trastornos mentales o conflictos psicológicos en la población
joven, y la infraestructura y recursos para su atención son escasos o inexistentes
(Chávez- Hernández, Medina y Macías-García 2008).

Demos una mirada a los números sobre el tema. A nivel mundial según la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2018 un millón de personas murieron
por suicidios anualmente, alcanzando una tasa de mortalidad de 10.7/100,000. Un
dato importante es que en cuanto a tasa de prevalencia por 100,000, la mayoría de
los suicidios (75%) ocurren en países en vías de desarrollo (Sri Lanka, Lituania,
Guyana, Mongolia, entre otros). Por región quien se destaca es Europa con una tasa
de 14/100,000, mientras Latinoamérica reporta 10.3/100,000.

Antes de continuar saturándonos de números y comparaciones, vamos a destacar


algo que se esconde detrás de tanta cuantificación y señalamientos, ya que es una
forma de ver los datos que pocas veces se discute entre los expertos. Los países con
más suicidios en bruto (por número de personas al año) son China, India, EUA,
Rusia y Japón. Esto corresponde a 5 de las naciones con mayor economía en el
mundo9, lo que merece separar para el análisis como una relación entre economía y
suicidio… aunque es cierto que son también los que más población neta tienen.
Aquí sorprende la forma como se reporta el suicidio por organismos como la OMS,
donde el estándar es la tasa por cada 100,000 personas, lo que distorsiona la
perspectiva del fenómeno. Da la impresión de que países como Sri Lanka o Lituania
tienen un serio problema de suicidio. No obstante, solo se suicidaron
aproximadamente 4,000 personas y 1,000 personas respectivamente. Mientras que
China tiene 287,000, India 135,000, EUA 42,773, Rusia 28,743 y Japón 25,000

9
[ https://elpais.com/economia/2015/04/15/actualidad/1429060990_180502.html]

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Actualidad del Suicidio

personas. Merece un momento para pensar el estándar al reportar prevalencia de


suicidio en el mundo, ya que no nos permite observar datos que muestran otro tipo
de tragedia si contamos el número de sujetos.

México es un caso atípico, con alrededor de 6,000 personas mantiene para el año
2015 actualmente una tasa de 5.2/100,000 (WHO, 2018), la cual puede
considerarse baja en relación al promedio mundial (10.7/100,000). Sin embargo,
ha sido uno de los países que la prevalencia se mantiene al alza (Borges, et al.,
2010; Benjet, et al., 2017) junto con Corea, Estados Unidos, Portugal, Holanda,
Tailandia entre otros. No obstante, este hecho, ha tenido muy poca atención por
parte de las autoridades sanitarias y políticas (Benjet, et al., 2017). Por ejemplo, se
reportó en el año 2000 (WHO, 2000) que era uno de los países que mostraba una
constante tendencia al alza en la década de los 90s, al pasar de 2.2/100,000 a
3.4/100,000 para un aumento de 55%. Posteriormente WHO (2017) reporta que del
año 2000 al 2010 el incremento fue a 4.2/100,000 lo que se estima en un
crecimiento proporcional del 23%. Y en los 5 años siguientes alcanzó un aumento
de 19% proporcional para ubicarse en 5.2/100,000. Si tomamos en cuenta la cifra
desde 1990 al 2015, el incremento ha sido de 127%, lo que debería constituir un
punto de alarma para cualquier sistema de salud nacional. Es de hacer notar que, si
bien las tasas de suicidio en promedio son bajas en México con relación al mundo,
en algunos estados de la República se cuentan con tasas que igualan la media
mundial: es el caso de Chihuahua con 11.4/100,000 y Aguascalientes con
9.9/100,000 (INEGI, 2018)INEGI, 2017). Los grupos de mayor riesgo son los
extremos de vida, concentrando el 41.3% en la población joven de 15 a 29 años
(INEGI, 2017) y personas con escolaridad básica. La vivienda particular sigue
siendo el lugar más utilizado en el suicidio (76.2%) y el ahorcamiento,
estrangulamiento o sofocación es el método más utilizado (79%) (INEGI, 2017).
Estos datos podrían ser aún más alarmantes, puesto que se estima que por cada
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Actualidad del Suicidio

tentativa existen veinte que no se registran (Chávez-Hernández, Medina y Macías-


García, 2008).

En un estudio con notas suicidas y escalamiento multidimensional, se encontró que


la población mexicana expresa menos “objetivos para vivir” (Chavez, et al., 2015),
asumiendo un contexto social que no cuenta con promisorias expectativas de futuro
de vida y laboral. Así mismo, conforme aumenta la edad aparecen más problemas
económicos y de salud. Es notable la falta de trabajo de investigación cualitativa en
población mexicana y con otras poblaciones vulnerables, además de adolescentes,
en relación al tema que nos ocupa.

Habiendo contextualizado las características de la disciplina y el panorama


epidemiológico, pasaremos a analizar las estrategias de prevención y atención,
asumiendo una postura al respecto. Si bien se considera necesario un abordaje
interdisciplinario e intersectorial del suicidio debido a la complejidad de este
fenómeno, también se requiere incluir un enfoque de salud para su estudio. No
para sustituir el de enfermedad, sino para complementarlo y, de esta forma,
abarcarlo de manera integral (Sánchez y Vazquez, 2015).

Dentro de los programas de prevención actualmente no hay evidencia definitiva


que demuestra que una estrategia específica es más efectiva en la reducción de
muertes por suicidio que otra (White, 2016b; De Leo 2002; White & Kral, 2014;
Miller, Eckert & Mazza, 2009; Sánchez y Vazquez, 2015). Muchas interrogantes
quedan aún por resolver sobre el impacto de los programas sobre las conductas
suicidas, y al mismo tiempo se requiere tener más alternativas de investigación, así
como controles más rigurosos en los diseños metodológicos. Es común encontrar a
nivel mundial reportes con limitantes en el diseño de experimento, como la falta de
grupos al azar controlados, no usar evaluaciones ad hoc, descripción pobre de los
programas y sin procesos de evaluación (Harlow, Bohanna, Clough, 2014). Esto se
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Actualidad del Suicidio

refleja, por ejemplo, en Estados Unidos, uno de los países con mayor población que
muere por suicidio y también con mayor desarrollo y publicación de programas de
prevención e intervención. A pesar de los esfuerzos e infraestructura desplegados,
las estadísticas reportadas por el Center for Disease Control and Prevention (CDC)
en 201710 son de atención. Los suicidios en población joven alzaron a su pico en el
periodo 85-95 con una taza 18.1/100,000 entre población masculina y 4.1/100,000
en femenina. De ahí fue decreciendo a 12/100,000 en el 2005. Pero ha comenzado
nuevamente a repuntar a partir del 2007 al 2015, siendo que la población femenina
aumento de 2.4/100,000 a 5.1/100,000 y a 14.1/100,000 en masculina. El
promedio en población general también se incrementó de 9.7/100,00(2000) a
12.6/100,000 (2015) en un lapso de 15 años11. Cabe señalar que es en este periodo
donde se ha presentado una crisis económica desatada por una burbuja
especulativa con bienes inmuebles.

En cuanto al tipo de programas de prevención, la mayoría de estos están dirigidos a


población joven. Suelen agruparse en: a) identificación y referencia del joven a
tratamiento, b) atacar los factores de riesgo y c) mejorar los factores protectores
(Kalafat, 2006). En cuanto a los primeros, los más comunes son los programas
escolares, incluyendo: programas curriculares que se dirigen a todos los estudiantes,
programas de detección que derivan a tratamiento a posibles víctimas,
mejoramiento de soporte social y desarrollo de habilidades, entrenamiento de
portero escolar que enseña al personal a reconocer y responder a un potencial
suicida, programas multinivel que combinan diferentes estrategias (White, 2016b.
Aunque muchos de estos programas parecen prometedores, tienen limitantes

10
[ https://www.cdc.gov/mmwr/volumes/66/wr/mm6630a6.htm]]
11
[ http://apps.who.int/gho/data/node.main.MHSUICIDEASDR?lang=en]

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metodológicas que ponen restricciones a sus conclusiones. Solo programas como el


SOS y Good Behaviour Game han reportado reducción en autoreportes de intentos
suicidas. Los programas basados en currículo han sido más evaluados, pero solo
mejoran el conocimiento y actitudes sobre el suicidio, teniendo poco conocimiento
de su impacto real en los actos suicidas (White, 2016b). Actualmente, gracias a la
tecnología, existe una nueva forma de acercar la prevención del suicidio a través de
aplicaciones informáticas (chats, mensajes de texto, apps en teléfonos inteligentes y
aplicaciones basadas en web). Larsen, Nicholas y Christensen (2016) contabilizaron
alrededor de 123 aplicaciones, de los cuales 49 contenían características
interactivas de prevención. Pero aún no hay estudios que hayan evaluado el
impacto de los servicios electrónicos en el suicidio, la ideación y los intentos
(Larsen et al., 2016), por lo que ese campo está todavía abierto de investigación.

Dentro de los programas que se dedican a la disminución de riesgo, suele


encontrarse la restricción del acceso a medios para el suicidio como armas y droga
(Borges, et al., 2010), implementar políticas para reducir el abuso del alcohol y
fomentar los reportes responsables de los casos de suicidio en los medios de
comunicación (WHO, 2012 en González y Jimenez, 2015; Kalafat 2006), ya que el
suicidio es “contagioso” ante el ojo del público espectador de los medios de
difusión como “moda de imitación” (De Leo y Heller, 2008 en Kral e Idlout, 2016).
También se han implementado medidas físicas en instalaciones vulnerables o de
fácil acceso para el suicidio, como estaciones de metro, las que incluyen puertas
pantalla de plataforma, pozos de suicidio, luces azules (Barker, Kolves, & De Leo,
2017), teniendo diferentes resultados de eficiencia. Con relación a los esfuerzos de
intervención terapéutica para la prevención del suicidio, Brown y Green, (2014)
hace una revisión sistemática de la literatura en relación a este tema. Aunque se
han encontrado resultados prometedores en la reducción de intentos suicidas y
violencia autodirigida, también subyacen limitantes metodológicas y lagunas por
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Actualidad del Suicidio

cubrir: se puede evaluar la reducción de intentos suicidas, pero no se tiene forma


de saber si realmente se reducen los suicidios, porque no necesariamente un
intento suicida realmente tiene el objetivo de terminar con la vida. Los estudios se
enfocan en pacientes de alto riesgo, pero se desconoce su impacto en población de
bajo riesgo, que también presenta casos de suicidio. Entre otras carencias, existe
poca psicoterapia dirigida a población vulnerable incluyendo adultos mayores y no
se conducen estudios de réplica, para conocer el impacto en otros contextos. En
cuanto a las limitantes metodológicas, hay falta de consenso en cuanto a los
términos empleados, no se desarrollan manuales de implementación se tiene poco
poder para detectar los efectos del tratamiento y existe un riesgo alto de sesgo por
el tipo tan especializado de población a las que se orientan estos programas.

Ante este panorama, White (2016b) recomienda repensar la prevención hacia una
mayor flexibilidad y múltiples marcos de referencia, que dejen establecido en la
conciencia de los factores relacionados con el estudio y la prevención que el
sufrimiento y el suicidio van más allá de formulaciones biomédicas y profesionales
de entendimiento: se necesitan además marcos de referencia culturales y
perspectivas de justicia social. Klimes-Douga,n et al. (2013 en Chávez-Hernández,
Medina y Macías-García 2008) sugieren aproximaciones de prevención basados en
preferencias, que enfatizan la elección, el empoderamiento y compromiso. Desde
estos planteamientos se elige una perspectiva de investigación acción participativa
y constructivista, que pueden explorar explicaciones culturales, sociales y políticas
del suicidio a partir de los propios sujetos de microinteracción (Gubriem y Holstein,
2008 en White y Krall, 2014). Para ello, es necesario: hablar de las experiencias y
hacerse preguntas de los beneficios y limitantes de programas de prevención,
generar ideas que hagan sentido, considerar el rol dominante de los discursos
culturales que moldean ideas, involucrar el pensamiento crítico buscando
desarrollar habilidades sociales como cuestionamiento de premisas, colaboración,
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Actualidad del Suicidio

decisiones de grupo, resolución de problemas, imaginar futuros alternativos y


organización de cambio social, reconocer al sujeto como agente activo y autoridad
de su propia vida, hacer un énfasis menor en transmitirle conocimiento empírico o
hechos sobre el suicidio y privilegiar espacios que crean conocimiento local y
acción conjunta. Técnicas de este tipo son el Digital storytelling y el mapeo de
comunidad, los que permite generar formas de representación de la comunidad.
Estos programas deben de ir aparejados al trabajo de cambio de contexto y políticas
que permitan un mejoramiento de las condiciones sociales, ya que se parte de la
premisa que el suicidio es un performance y acto social vinculado al contexto
(White, 2016b). La conclusión es sencilla: la eficacia colectiva contribuye al
bienestar personal (Kral y Idlout, 2009 en White 2016b).

Con este panorama, es importante orientar esfuerzos en identificar factores


protectores y no tanto en los de riesgo, con el fin de contribuir en el desarrollo de
programas de promoción para la educación mental (González y Jiménez, 2015).
Hay que tomar nota de las experiencias de búsqueda de ayuda por parte del sujeto
susceptible a suicidarse ya que puede ser un factor a tomar en cuenta a la hora de
acceder a los servicios de salud, reduciendo las barreras del uso de servicios en esta
población (Borges, et. al, 2010). Klimes-Dougan, Klingbeil y Meller (2013)
encontraron que los programas de prevención tienen un limitado impacto en la
búsqueda de ayuda por parte de la población en riesgo, encontrando incluso datos
de efectos iatrogénicos. Gilchrist y Sullivan (2006 en Morfín y Sánchez, 2015)
identifican la falta de confianza en los miembros de la comunidad, el estigma del
suicidio y limites en el conocimiento y responsabilidad de la comunidad en el
combate de esta situación. El énfasis en buscar a un profesional es limitado, ya que
solo el 50% de personas buscan atención después de una crisis suicida, lo cual es
bajo (Michelmore y Hindley, 2012 en White, 2016b). Aunque la atención
profesional es importante, los modelos de servicio profesional no son atrayentes
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Actualidad del Suicidio

para los jóvenes, dado que se enfocan en déficits, problemas y trastornos, por lo
que el rechazo de acceder a los servicios profesionales no necesariamente se debe a
la falta de conocimiento o déficit de búsqueda de ayuda, siendo en estos casos la
preferencia hacia el apoyo de redes informales y amigos (Kalafat, 2003 en White,
2016b). En el caso de adultos mayores, muchos visitan los servicios de salud entre
la primera semana y los 6 meses antes del intento de suicidio, pero al igual que los
jóvenes, prefieren discutir sus ideaciones suicidas con personas significativas más
que en los servicios de salud (Diggle-Fox, 2016; Álvarez y Fontenla, 2010).

Esto abre el debate sobre el trabajo por hacer en la formación de profesionales


especialistas en la atención del suicidio. Desde los programas curriculares, solo una
minoría de ellos ofrecen entrenamiento específico para el trabajo con individuos
que cometen suicidio (Kalafat, 2006 en White, 2016b). Por ejemplo, Pallikkathayil
y Morgan (1988 en White, 2016b) encontraron que la naturaleza altamente
estresante del paciente suicida y su sentido de pérdida de control produce en las
enfermeras furia y frustración por la falta de recursos para la atención. Otro
problema que se reporta es que existe una tendencia a “inundar” de servicios al
paciente suicida, lo que hace que se le impongan actividades contra sus
preferencias. Vannoy (2010 en White, 2016b) reporta la necesidad de que la
atención del médico sea apropiada, sensible y de apoyo. Ellos identificaron que una
minoría de los médicos atienden de forma inadecuada al paciente suicida, fallando
en contextualizar la entrevista y haciendo preguntas de si o no, fraseo que induce la
respuesta de “no hay problemas”. Cardell y Pitula (1999) reportan beneficios
positivos en pacientes institucionalizados cuando se les asigna a un observador que
provee de relación humana de soporte. Con estos antecedentes, la evidencia apunta
a que es necesario incrementar el trabajo de entrenamiento en grupos de
profesionales para mejorar la atención secundaria y terciaria, que conlleva
características específicas por el tipo de episodio que vive el paciente.
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Actualidad del Suicidio

En el caso particular de México la situación no es mejor. Falta y deficiencias en la


investigación, la mayoría es evaluativa en lugar de enfocarse en la transformación
y replica modelos estadounidenses sin contextualizar a la realidad nacional. Por lo
que en política de salud se hace necesario contar con un organismo evaluador o
investigador de los planes, estrategias y acciones para la prevención y atención al
suicidio (Ibarra, et al., 2015). Hay razones de peso para no estar satisfechos con lo
que se hace actualmente.

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Actualidad del Suicidio

Prospectiva
Para cerrar esta discusión, cabe destacar un interesante análisis de Hjelmeland
(2016) a propósito de un artículo de Messias (et al, 2011) sobre factores de riesgo.
En el estudio se reporta que jugar videojuegos por más de cinco horas incrementa
el riesgo de suicidio y en contraste, una hora de videojuegos tiene un efecto
protector. El resultado se valora como una aportación valiosa para la Suicidología,
lo que pudiera derivar en políticas de prevención y educación para la restricción
del uso de videojuegos por parte de padres a adolescentes. Todo en orden. Sin
embargo, aquí Hjelmeland hace un alto y propone reflexionar sobre las preguntas
que faltan por hacer: ¿Por qué se obtuvo este resultado? ¿Cuál es la razón por la
cual se vinculan los videojuegos con los suicidios? ¿Cómo ir más allá de la
descripción y adentrarse en la comprensión del fenómeno suicida? ¿Por qué jugar
una hora resulta un factor de protección? Por su diseño, los estudios de riesgo no
pueden dar respuesta a estas interrogantes. Y por el contrario, profundizar con
métodos cualitativos en este tipo de casos resulta muy ilustrador. Hjelmeland
concluye: quien juega solamente una hora es porque los padres están más al
pendiente del desarrollo y educación emocional de su hijo. No es el uso de
videojuegos lo que determinó el resultado, sino la aparición de un factor protector
invisible que no se consideró como conclusión del artículo citado. Ilustrativo
ejemplo de una ciencia irreflexiva, transforma la naturaleza en números, gana en
objetividad, pero pierde en interés y busca universalidad sobre la base de la
fragmentación de la realidad.

Resumiendo los argumentos vertidos anteriormente, en la Suicidología ha


dominado el enfoque de enfermedad mental, marcando el rumbo de la
investigación y práctica. Esto ha sido así porque la medicina determina la agenda
de la investigación y producción del conocimiento (Parker, et al., 1995). Las

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Actualidad del Suicidio

preguntas que se hacen construyen realidades en el lenguaje, que a su vez


producen efectos materiales en términos de políticas nacionales e internacionales,
prioridades de investigación, recursos y prácticas de prevención (Marsh, 2016).
Para superar este dilema Khuniano necesitamos repensar los marcos de referencia
de la disciplina. Contextualizar el conocimiento, para que el investigador se asuma
también como sujeto político, histórico y ético (Denzin y Lincoln, 2015).

Todo esto nos conduce a un enfoque orientado a la justicia social, donde debemos
reflexionar críticamente las experiencias y tomar acciones basados en principios de
empoderamiento, colaboración, equidad y participación local (White & Krall,
2014). El tema lo demanda, ya que apela a un sujeto de investigación que es
complejo, simbólico, interpretativo, dialógico, diverso, contingente, moral y
político. Así la determinación de la intención y la agencia del suicidio se deben
convertir en las preocupaciones centrales para la comprensión del acto suicida. Los
seres humanos, lejos de ser lineales, racionales, determinables y causales,
presentan más las características de un sistema con contexto (Hjelmeland & Knizek,
2010; Kalafat, 2006). Desde el paradigma clásico, las narrativas complejas,
ambiguas o contradictorias son normalmente pasadas por alto (Kidd, 2004 en
White, 2016b), pero aquí adquieren presencia y vigencia en el acto como potencia
de sentidos, como el caso de la ideación suicida donde el deseo de morir ofrece,
paradójicamente, una forma de escape y libertad, una forma de mantenerse en la
vida (Holm y Severinsson, 2011). O cuando para el suicida implica la doble
condición de estar fuera de control, siendo el suicidio una forma de recuperarlo
(Pavulans, et al, en White, 2016b).

Es en este marco de referencia ontológico, epistémico y ético, la subjetividad se


analiza como categoría analítica, política e intencional. Aquí no se pueden hacer
concesiones, la cultura no es una variable medible, ni tampoco el comportamiento

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Actualidad del Suicidio

aislado. Sino como visión holística, los actos son moldeados por “estados
intencionales en la participación de sistemas simbólicos de la cultura” (Bruner,
1991). Esta premisa adquiere mayor vigencia si damos cuenta de las características
inéditas de la sociedad actual. Ya Walter Benjamín notaba desde la primera mitad
del siglo XX, que el capitalismo producía dislocaciones físicas y psicológicas. La
experiencia de la ubicuidad, las masas, el transporte y la novedad creaban una
situación en que el sujeto se convertía en un sujeto pasivo que era movilizado hacia
la autoconciencia y la alienación (Yardley, 1999). En la actualidad de la llamada
posmodernidad, “es el fin de la era de los grandes proyectos e ideas sociales, el
descreimiento del proyecto moderno y la dificultad de tener medios de trabajo y
productividad que permitan tener un mínimo nivel de vida decoroso, son creadores
de malestar en la población joven” (Sánchez, et al., 2015). Es aquí que desde esta
perspectiva surge una lectura que cuestiona a la tradición de la nosología
psicopatológica, para pensar el suicidio no como un efecto de la depresión, sino en
su relación directa con el malestar de la cultura. La depresión así se desmitifica
como un trastorno afectivo-biológico, como una metáfora de una máquina con mal
funcionamiento, para proponerse como una forma particular de habitar la cultura
posmoderna, una menos cínica. Desde esta condición, el depresivo parece tener un
saber, sobre la inconsistencia del otro y la inutilidad de servirlo, de “las
condiciones contemporáneas del malestar” (Kehl, 2015, p. 109). El depresivo,
atento de ser engañado, resuelve su conflicto posicionándose contra sí mismo. Esta
argumentación abre posibilidades diferentes a la comprensión del suicidio justo
como una forma de actuación ética y política, una forma de invisibilizarse, es decir
no es una patología, sino una respuesta a un dilema psicosocial (Roen, Scourfield,
McDermott, 2008).

Ante estos escenarios se propone por tanto ampliar la definición de prevención e


intervención de la salud como un proceso cultural, social, ambiental, económico y
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Actualidad del Suicidio

político, que se centre en potenciar la salud de las personas de forma que “la buena
salud se convierta en la principal herramienta para lograr una vida productiva y
agradable” (Vázquez et al., 2015). La OMS se propone incluir las circunstancias
sociopolíticas, dificultades financieras y el contexto cultural en temas de salud,
tanto en la etiología como en la fenomenología del suicidio (Fleischmann y De Leo,
2014). Realizar y promover un abordaje ético y sociopolítico desde la perspectiva
de la psicología de la salud comunitaria es entonces imperativo. Se debe lograr
entonces que los niveles de intervención lleguen al abordaje de políticas y de
cultura de la comunidad en sus condiciones sociales. El reto es inducir la
transformación social como meta (White y Krall, 2014), lo que representa un
objetivo para expandir la investigación actual. Y de esta forma se descarta la
concepción ideologizada de que la atención del suicidio es responsabilidad de solo
ciertas instituciones, ya que no se limita la responsabilidad individual y la de la
sociedad (Chávez et al., 2015) mientras se revitaliza su lectura en relación a las
prácticas de opresión como homofobia, racismo, exclusión y colonización (Morris,
2016).

El suicidio es entonces una construcción con redes sociales, el contexto y los


recursos comunitarios con los que se cuenta en una cultura particular. Es una
acción humana plena de significados (Wexlex y Gone, 2016) y relacional, por lo
que siempre es una comunicación (Tizón, 2016) que apunta a saltar el puente entre
sus otros significantes para resolver un punto muerto (Orri et al., 2014). No
obstante, se encuentran pocas referencias sobre el entendimiento del suicidio como
fenómeno subjetivo y discursivo. Es entender la paradójica condición del suicidio
como mundano, accesible, horrífico e inexplicable, requiriendo continuamente
racionalización y explicación.

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Actualidad del Suicidio

Como señala Wertz (2014), nos encontramos ante un cambio de paradigma en la


investigación en psicología clínica y de la salud. Y la investigación en suicidio
requiere más que nunca de trabajo de metodologías cualitativas. Es necesario
conocer cómo se posiciona subjetivamente un sujeto frente a su entorno, al
lenguaje y a sí mismo. Romper con el ciclo del experto que impone un saber y que
el conocimiento y las soluciones vengan de quien las vive. Porque queda claro que
la población en riesgo o los mismos sujetos que han intentado suicidarse, por
definición disciplinar, nunca se les ha otorgado voz en el tema.

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Actualidad del Suicidio

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Actualidad del Suicidio

Departamento de Publicaciones

Responsable de la edición, Diseño y Formación: Lic. Claudia Rodríguez Esquivel.

Revisión Técnica: Lic. Rosa Isela García Silva

Primera Versión digital agosto


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Hecho en México Año 2020

Este material didáctico apoya a las materias de Aproximaciones al Proceso Salud-


Enfermedad, Bioética y Teorías Psicológicas de la Salud, que se imparten en 2º, 5º y 7º
semestres, y su publicación no tiene fines de lucro. Los contenidos y la redacción son
responsabilidad del autor.

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Dra. Emilia Lucio y Gómez Maqueo


Directora Interina

Dra. Patricia Ortega Andeane


Secretario General

Lic. Guillermo Huerta Juárez


Secretario Administrativo

Dra. Natalia Arias Trejo


Jefa de la División de Investigación y Posgrado

Dr. Oscar Zamora Arévalo


Jefe de la División de Estudios Profesionales

Mtro. Jorge O. Molina Avilés


Jefe de la División Sistema de Universidad Abierta

Mtra. Susana Lara Casillas


Jefa de la División de Educación Continua

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Primera versión digital llevada a cabo en el Departamento


de Publicaciones de la Facultad de Psicología de la UNAM, en agosto de 2020.

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