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1. Una aproximación… sin miedo.
Seguro que te estarás preguntando, ¿Qué es esto de la Filosofía? No te preocupes, lo veremos
en las siguientes páginas. Sé que estás acostumbrado a la comodidad de las redes sociales en
donde todo sucede de manera inmediata…, sin esperas. Siento decirte que filosofar requiere
tiempo…, ¡qué digo tiempo!, más bien necesita que se pare el tiempo. Por eso has de tener
mucha paciencia y prestar atención a cada palabra. Una buena forma de afrontar este reto es
comenzar fijándonos en la propia palabra “filosofía”, y analizarla etimológicamente, es decir, saber
cuál es su origen y procedencia que explica su significado y su forma.
El término “filosofía” viene del griego philosophía, que es una palabra compuesta de un
verbo sustantivado, philia, y de un sustantivo, sophía. Este último significa “saber” o “sabiduría”,
o cierto tipo de saber o de sabiduría. Philía, por su parte, procede del verbo philei que significa
cierto tipo de “relación con”, de “pertenencia a”, de “amistad con”. En el compuesto philosophía,
philía viene a significar una inclinación y una disposición activa hacia aquello que tiene por
objeto o, para ser más exactos, por objetivo. Por tanto, filosofía es la “disposición a la verdad,
para el desvelamiento del ser (aletheia). Filosofía es un compromiso con la verdad. El que
filosofa, ama el saber.
Por lo pronto, hay dos cosas que hemos de tener en cuenta:
- La filosofía consiste en algún tipo de relación al saber.
- La filosofía NO es ella misma un saber, sino un tipo de relación con el saber a la que
alude metafóricamente el término philía.
Sin filosofar es imposible hacer ciencia, pero la filosofía no es ciencia alguna. La filosofía
POSIBILITA la esencia misma de la ciencia, pero precisamente eso que da a la ciencia la
posibilidad de sí misma es algo más original que la propia ciencia. La ciencia debe su origen a la
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filosofía; por eso solemos decir que la filosofía es la madre de todas las ciencias. En resumen, no
hay ciencia, si previamente no se ha tomado una actitud filosófica. La filosofía es la “actitud” que
hace posible que haya en general conocimiento (episteme), verdad (aletheia), manifestación o
desvelamiento del ser.
La actitud natural.
Para el agricultor, el sol es lo que hace madurar el cereal que ha sembrado; las nubes son la
fuente de la que este último recibe el agua que hace posible su crecimiento; las lombrices son el
aliado benefactor que oxigena la tierra; los pájaros son el enemigo del que es preciso poner a salvo
el grano; el trigo ya maduro y cosechado es la riqueza de la que él y su familia obtienen su
subsistencia, etc. En esta experiencia inmediata y primera del mundo, éste se presenta, en efecto,
como un conglomerado de cosas a mano, sin tomar distancia alguna con ellas. Las características
propias del mundo correspondiente a esta experiencia primera son las siguientes:
1. Funcionalidad: las cosas se definen, son esperadas y se las utiliza en cuanto que instrumentos
o medios para satisfacer deseos y necesidades: su esencia consiste en cumplir la función a que
están destinadas, y se agota en ella. Nuestra pareja representa un medio para alcanzar la felicidad:
familia, hijos, estabilidad emocional, placer sexual…etc.
1. Incuestionabilidad: las cosas existen y nos rodean; pero en la medida en que nos limitamos
a usarlas y contribuyen a que consigamos nuestros fines, casi ni percibimos su presencia y no nos
fijamos en ellas. Los utensilios, mientras funcionan, favorece una actitud IRREFLEXIVA, natural y
espontánea, que excluye el plantearse problemas teóricos: científicos o filosóficos. Mientras que
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nuestra relación vaya viento en popa, esto favorecerá el hecho de no plantearnos ciertos
interrogantes con respecto a nuestra relación o al amor.
2. Orden: la función inherente a cada cosa hace que los utensilios se encuentren siempre en
el lugar que les corresponde y que formen series de referencia. Así, el bolígrafo remite a la mesa, la
mesa al despacho, el despacho al edificio comercial, éste al centro urbano, etc. Cada utensilio se
mantiene, disponible, en su propio lugar.
3. Hospitalidad: si los utensilios cumplen su función (funcionalidad), si no presentan
problemas a resolver (incuestionabilidad) y si todos forman un conjunto ordenado (orden), es
comprensible que el mundo se nos presente como el espacio hospitalario en que vivimos: como la
casa o el hogar a punto para ser habitado. En la actitud natural el mundo se constituye como aquel
lugar protegido en el que nuestra actividad se desarrolla confiadamente y sin contratiempos.
En un mundo configurado de tal modo, podemos decir que sabemos, en la medida en que
conocemos la utilidad de las cosas y somos diestros en su manejo. En el nivel de la actitud natural,
el sabio es el experto, que es el que ha acumulado suficiente experiencia (empeiria) en el trato con
tales o cuales cosas. “Sabio”, en este contexto, es el que posee el conocimiento de lo que hay que
hacer ante una diversidad de situaciones concretas para lograr un determinado propósito.
Ejemplo: siguiendo con el caso del amor de pareja, si alguna vez sufrimos un desamor, puede que
necesitemos de la ayuda de un psicólog/a, el técnico/a en recuperar nuestro estado de ánimo. Sin
embargo, el psicólogo/a, en tanto que psicólogo/a, nada sabrá acerca de “qué es el amor”. Se trata
por tanto de un conocimiento técnico. Entonces, el saber propio de la actitud natural es un saber
empírico, además de técnico. Este conocimiento no explica en realidad nada, no da razón de lo que
de verdad ocurre. La empeiria está muy lejos de ser un conocimiento en sentido estricto. Para los
griegos, el conocimiento como tal, el verdadero conocimiento (episteme), se alcanza con otro tipo
de actitud radicalmente distinta a la natural, a la que llamaron actitud teórica.
La actitud teórica
Una cosa es usar las cosas (actitud natural; experiencia; técnica; experto) y otra saber qué
son (actitud teórica; verdadero conocimiento; saber). Una cosa es saber qué hacer con ellas y otra
conocer lo que en sí mismas son. Una cosa es saber qué hacer con mi pareja, y otra muy distinta
saber qué es el amor. En la actitud natural, por ejemplo, el agua solo me inquieta en la medida en
que me falta, se desborda, inunda…etc.: no me inquieta en absoluto LO QUE ES. En la medida en
que el mundo se pone de manifiesto como un conjunto de cosas más o menos articulado y
ordenado de cosas a la mano, no suscita cuestiones acerca de su ser. Para que el ser del agua se
convirtiera en objeto de nuestra preocupación o de nuestro interés, algo tendría que hacernos salir
de esa experiencia inmediata y elemental del mundo que hemos llamado actitud natural. ¿Qué
puede hacer tal cosa? A veces, aparece en nuestra vida algo que desbarata el orden habitual de los
utensilios y no se deja reducir a la cotidianidad, nos vemos entonces obligados a mirarlo
atentamente de manera distinta a como lo hacemos con las restantes cosas que tenemos a la
mano. La extrañeza ante lo que nos sorprende provoca un requerimiento (pregunta, curiosidad,
búsqueda) que acaba con la incuestionabilidad del mundo. Pero ¿qué puede venir a romper la
hospitalidad, la familiaridad, el orden y la Incuestionabilidad del mundo de la actitud natural y a
hacernos contemplarlo de una forma totalmente inédita?
Platón (427-347 a.C) y Aristóteles (384-322 a.C), maestro y discípulo respectivamente,
sugirieron que el que ciertas cosas se muestren o se hagan presentes como lo hacen suscita en
nosotros una “admiración” tal que, por primera vez, nos hace contemplarlas (actitud teórica) y no
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meramente experimentarlas (actitud natural), independientemente de lo que son por relación a
nuestros proyectos, intereses, necesidades o deseos, como siendo lo que son en sí mismas. Es la
mirada hacia el ser. Es el desencadenamiento de una violencia brutal que hace trizas nuestro
habitual modo de ver las cosas o, al contrario, el descubrimiento de una perfecta armonía o
proporcionalidad que hasta el momento se nos había ocultado, lo que produce en nosotros una
perplejidad que nos obliga a considerar el mundo como teniendo una realidad distinta de la que
se nos da en la experiencia cotidiana del mismo y que nos incita a dirigir la mirada hacia (admirar=
mirar hacia) dicha realidad. Por seguir con el ejemplo del amor: la actitud teórica podría aparecer
por dos motivos:
1. Nuestra pareja nos dice un día que es poliamorosa, pero que no nos lo había dicho antes
porque no lo creía relevante. Entonces nuestra pareja ya no es funcional, su amor es cuestionable,
el orden de las cosas se desbarata y en consecuencia el mundo deja de ser un lugar amable y
hospitalario.
2. De repente, caemos en la cuenta de que el sentimiento que nuestra pareja despierta en
nosotros es tan extraño que es imposible no preguntarse por el amor, y entonces, de nuevo,
nuestra pareja ya no es funcional, su amor es cuestionable, el orden de las cosas se desbarata y en
consecuencia el mundo deja de ser un lugar amable.
Theoreîn es mirar atentamente las cosas en aquel aspecto (eidos) de las mismas en el que
se hace manifiesto lo que son. Pero este mirar revela un interés por las cosas que no se daba en la
actitud natural. Y este interés, esta inquietud por lo que las cosas son, (por lo que es el amor en sí
mismo) es el interés o la inquietud propiamente filosófica; es la filosofía misma. Por eso,
llamamos filosofía a ese mirar inquisitivo ante el que las cosas comparecen en lo que son. Bajo
esa mirada, las cosas pierden su carácter de utensilio y aparecen como entes, es decir, como seres
dotados de una consistencia propia, independiente de la que ellos mismos tienen por relación a
nuestras ocupaciones.
ACTIVIDADES.
0. Pon dos ejemplos de la vida cotidiana que expliquen la actitud natural y la teórica.
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3. Filosofía: teoría y verdad.
Originalmente, theorós1 era un embajador u observador que se enviaba de una polis a otra
para presenciar en ella una manifestación esencial de la cultura de esta última o para participar en
un acto sagrado, una ceremonia, unos juegos o una fiesta. El theorós es un extranjero que viene
de fuera para presenciar lo que otros ejecutan. Sin embargo, es precisamente este que viene de
fuera el que más radicalmente se acerca a lo que se está ejecutando, más que los propios
ejecutantes.
La teoría (theoría) es la actividad o la actitud por la que arribamos al ser, por la que la esencia de
lo que acontece se hace presente.
Así pues, la teoría, pese a ser un distanciamiento respecto de la praxis, es la praxis más
auténtica, pues implica un modo de participación en el juego más radical que el simple jugarlo. Si
uno está totalmente dentro del juego, entonces no lo percibe como tal, simplemente lo juega sin
saber qué juego está jugando, ni siquiera si está jugando algún juego. Saber qué está uno
haciendo, o poder siquiera preguntarse tal cosa, comporta una distancia o independencia con
respecto a eso que se está haciendo. Esta toma de distancia es lo propio de la filosofía. Tanto
teoría como filosofía, vienen a nombrar ese distanciamiento en virtud del cual lo que hay y lo que
acontece se hace por primera vez presentes, presentes en lo que son. La filosofía, como apunta
Aristóteles, es “vida contemplativa” (bios theoretikos), una forma superior de vida, una vida
independizada de la vida cotidiana de los hombres, una vida libre, autónoma, que justamente por
mor de su libertad y de su autonomía es capaz de percibir el qué de la vida misma. La teoría no
responde a ninguna necesidad vital: al contrario, nace de la liberación de toda necesidad y de
todo negocio (negación del ocio). Se realiza con vistas a sí misma, no en aras de conseguir otra
cosa en el contexto de la vida, razón por la cual solo es posible en el “ocio” (scholé=escuela) en la
des-ocupación. La teoría no es por tanto un hacer productivo que tenga como fin (telos) la
obtención de algo más allá de él mismo, sino una praxis, una acción existencial, un modo de
realización del existir. Más aún, es la praxis suprema o más auténtica del ser humano. Es una vida
entregada al examen libre de lo que las cosas son en sí mismas; examen que solo puede ser
querido por sí mismo. Teoría es el mirar, el contemplar, el sumirse en la vista o aspecto que algo
ofrece, el demorarse mirando algo que nos llama la atención. Platón, a este aspecto en el que lo
presente muestra lo que es, lo llama idea o forma (eidos) “Ver” la idea (con la razón), a eso lo
llamamos conocer en sentido estricto. El “qué es ser… caballo o zapato, o el “en qué consiste
ser…, esto o lo otro, es designado por Platón mediante el término “IDEA”. Y como a este hacerse
presente los griegos lo denominaron “ser”, podemos decir que:
La idea de algo es aquello en lo que consiste su ser, el conjunto de características que le es propia,
su esencia (ousía). La esencia de una cosa es su ser, aquello que la hace ser lo que es y no otra cosa. La
esencia es aquello que siempre es. Por tanto, la verdad de las cosas está en su esencia. Conocer es conocer
esencias, pero solo conocemos si desvelamos el auténtico ser de las cosas (“aletheia”: verdad como
desvelamiento) Por eso la actitud teórica consiste en “dejar ser al ente tal como el ente es”, traer a la
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La historia del concepto THEORÓS es larga. Data de la Grecia antigua, del culto a Dionisos que los griegos se apropiaron del oriente
medio; el THEORÓS entonces era el participante de las fiestas dionisiacas, era pues quien padecía (pathos) la posesión de
Dionisos-Baco, dios del vino, de la embriaguez de la vida, de la fertilidad. Luego entró en el juego el dios de las formas, Apolo;
entonces las bacanales se transformaron en rituales dramáticos y dramatizados, la musa del drama Melpómene, patrona de los poetas
dramáticos (Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, etc), transformó al THEORÓS DIONISIACO en un participante-espectador, que
tiene como principal tarea la de observar la obra que sucede ante si. Platón y Aristóteles continúan diciendo, "una vida que no puede
ser contemplada, no merece ser vivida"; estamos a un paso de que el THEORÓS se convierta en un vulgar TEÓRICO.
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superficie, declarar, descubrir lo oculto o velado. Así entendida la verdad, podemos decir que la tarea
filosófica es la ver.
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enseñanza razonada, mientras que la otra es producto de la persuasión. Mientras la
primera va siempre acompañada del razonamiento verdadero, la segunda carece de razón;
la una no puede ser alterada por la persuasión, mientras que la otra está abierta a ella o es
vulnerable a ella. A este respecto es interesante lo que nos dice Platón: “ante los que no
saben, el que no sabe resulta más persuasivo que el que sabe”. La elocuencia del
ignorante, resulta más convincente que la verdad. Lo que Platón reprocha a los oradores de
su época (y lo que nosotros podríamos reprochar a la gran mayoría de los tertulianos de
televisión) es justamente su indiferencia hacia la verdad en el uso público de la palabra y su
interés casi exclusivo por arrancar el asentimiento de su audiencia a cualquier precio.
Diálogo y tertulia.
Vivimos en una sociedad en la que, se trate de lo que se
trate, todo el mundo tiene siempre algo que decir, y sin
embargo, rara vez nadie cree tener nada que pensar. El
ejemplo más extremo de esto son los debates
televisivos en que un cantante de rock o la ex-novia de
un torero dicen, sin ningún pudor y generalmente a
gritos, todo lo que se les ocurre sobre cualquiera que
sea el tema acerca del cual se les proponga hablar. Es
obvio que el interés en estos casos no reside en lo que
digan, sino el hecho de ser justamente ellos quienes lo
dicen. Lo interesante, no es qué se dice en el transcurso del debate, sino quién lo dice, contra
quién lo dice, con qué gracia lo dice, etc. Eso es lo que aplaude el público que asiste a esos
programas. El uso que hacemos de la palabra, responde al modelo de la tertulia. Lo cual no tiene
nada de malo, mientras no pretendamos, al usar la palabra de ese modo, estar haciendo otra
cosa que lo que hacemos: participar en un juego de exhibición narcisista y de seducción, en una
lucha por el reconocimiento y por el dominio del otro.
Pero no es este el aspecto de la tertulia que nos interesa destacar ahora, sino aquél por el cual
más esencialmente se distingue de la discusión teórica. Tal aspecto consiste en un tipo específico
de falta de respeto. Mucha gente se queja del poco respeto que los participantes en esas
tertulias televisivas suelen mostrar los unos hacia los otros. Pero pocos son los que extienden su
queja a la falta de respeto que todos ellos muestran hacia el objeto o el tema sobre el que
hablan. Es a la cosa misma por cuyo ser pregunta el que quiere de verdad llegar a saber algo, el
que no desea exhibirse, sino ser instruido, a la que se falta constantemente al respeto en este
tipo de intercambios. Y ello hasta el punto de que la única pregunta con la que de verdad
prestaríamos a la cosa la atención que se merece, la pregunta “¿qué es?”, la pregunta por su ser,
parece estar prohibida de antemano en toda tertulia. En su lugar se plantea constantemente,
como si fuera la misma, la pregunta “¿y usted qué opina?”
El que solo persigue convencer sobre algo a otro (y no la búsqueda de la verdad sobre ese
algo) no necesita conocer los objetos en sí mismos, sino haber inventado cierto procedimiento de
persuasión que, ante los ignorantes, le haga parecer más sabio que los que realmente saben. No
hace falta que los juicios sean verdaderos, basta con que sea verosímil. Lo verosímil es la opinión
de la muchedumbre, lo que a la gente le parece que algo es. Verosímil es aquello a lo que la
multitud asiente fácilmente y de buen grado. Pero esto no tiene nada que ver con lo verdadero
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(aletheia) La verdad se refiere a la cosa (su ser), mientras que lo verosímil apunta al sujeto que la
contempla o la considera. En ocasiones, lo verdadero puede llegar a ser muy poco verosímil,
como se demostró, por ejemplo, con la negación de la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo
(era poco verosímil que la Tierra se moviera, pero era cierto que se movía y se mueve) o en grado
extremo las teorías físicas contemporáneas (la física cuántica), donde la verdad solo puede ser
pensada; donde lo real es solamente inteligible y donde cualquier imagen o representación
sensible que nos hagamos de ello no pasa de ser una mera sombra de lo que verdaderamente es.
Sin embargo, el filósofo, que está enamorado de lo que es y de la verdad, desprecia la
falsedad y no se conforma con la apariencia de verdad, ni se deja convencer por lo verosímil si no
es porque el razonamiento le fuerce a ello. Es propio de los filósofos no decir nada al azar, sino con
argumentos: el filósofo busca el convencimiento por medio de argumentos y no por
procedimientos retóricos.
Los amigos de la opinión son esclavos de lo que ven, incapaces de un juicio
verdaderamente independiente de sus inclinaciones, su conveniencia o sus intereses; incapaces de
una mirada que mire atentamente a “lo que es” y que no se halle condicionada por lo que a ellos
mismos les apetecería que las cosas fuesen. En este sentido, la resistencia de la Iglesia a aceptar el
heliocentrismo, radicaba en su particular visión del mundo, en creencias religiosas basadas en la
Biblia; los terraplanistas niegan la esfericidad de la Tierra porque son esclavos de lo que sus
sentidos les dicen; la física cuántica es inverosímil dado que contradice nuestras intuiciones más
básicas (la dualidad de la materia, el principio de incertidumbre…etc) A este respecto es muy
esclarecedor el siguiente fragmento de Aristóteles, de su obra Ética a Nicómaco:
“No hemos de hacer caso a quienes dicen que, puesto que somos hombres, debemos pensar solo
humanamente y que, siendo mortales, debemos ocuparnos solo de las cosas mortales, sino que,
en la medida de lo posible, debemos inmortalizarnos y hacer todo lo que esté a nuestro alcance
por vivir de acuerdo con lo más excelente que hay en nosotros, que no es otra cosa que la
razón”.
En su obra magna, La Crítica de la razón pura, Inmanuel Kant (1724-1804) viene a coincidir
con Platón en su consideración de la necesidad de distinguir nítidamente entre el conocimiento
propiamente tal y la opinión o la creencia, y hará un distinción entre el saber, la creencia y el
opinar. Kant sostiene que, por relación a la convicción y a la verdad, la posición subjetiva del juicio
tiene tres grados: la opinión, la creencia y el saber. La opinión, dice Kant, es un tener por verdad
con conciencia de que es insuficiente tanto subjetiva como objetivamente. Si solo es
subjetivamente suficiente y es a la vez, considerado como objetivamente insuficiente, se llama
creencia. Finalmente, cuando el tener por verdad es suficiente tanto subjetiva como
objetivamente, recibe el nombre de saber.
Respecto a la opinión, lo que viene a decir Kant es que hay cosas que no son en absoluto
opinables, ámbitos sobre los que “es absurdo opinar”, como el de las matemáticas o el de los
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principios de la moralidad, por ejemplo, respecto a los cuales “o bien se sabe, o bien hay que
renunciar a todo juicio”.
El término creencia por su parte, no se refiere más que a la guía que me ofrece una idea y
al impulso subjetivo que ella ejerce sobre mis actos de razón y que me mantiene firme en la
misma, aunque sea incapaz de justificarla desde un punto de vista objetivo.
El saber, por último, adquiere caracteres de universalidad y necesidad, pues la validez de
sus juicios ya no depende en modo alguno de la subjetividad porque estos ya solo tienen que ver
con el objeto, es decir, la razón se ve obligada a asentir su verdad. No hay causa subjetiva, sino
objetiva.
La opinión es siempre el “punto de vista” o el parecer de alguien: expresa lo que las cosas
le parecen a un determinado sujeto. Mientras que la ciencia, vendría a expresar lo que las cosas
son en sí mismas, con independencia de lo que nos parecen.
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fría, ni tibia, ni caliente, sino a 57º, por ejemplo; este trozo de cuarzo no es ni mucho ni poco
pesado, sino que pesa 249 g.; apalear a un inmigrante o a un indigente no puede ser bueno o malo
o regular, es simplemente intolerable, etc, etc, etc. Este nuevo mundo que abrió la filosofía, y del
que venimos hablando desde el comienzo de estos apuntes, es un mundo en el que descubro que
ya no tengo nada que decir ni qué hacer. Un mundo solo inteligible en el que, nada se podía tocar,
oír, oler o gustar; un mundo cuyos objetos solo se podían pensar. Ahora bien, pensar no es fácil, ni
es nada que se aprenda espontáneamente. ¿Comprendes ahora la necesidad de cursar Filosofía?
ACTIVIDADES:
1. ¿Cuál es tu diagnóstico para las situaciones que se plantean al comienzo de estos apuntes?
2. Haz una breve redacción que ilustre cuál es, a tu juicio, la situación mundial en la actualidad.
La educación
Es cierto que no todo es malo en el mundo y que en nuestro país mucha gente disfrutamos
de un nivel de vida más que aceptable. Pero, en cualquier caso, y tras la lectura de algunas de las
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noticias de actualidad que se encuentran en los medios de comunicación, cabe preguntarse lo
siguiente: el mundo, tal y como nos lo encontramos, ¿es inevitable? ¿Cabe alguna solución para los
problemas existentes? ¿Entendemos realmente cómo funciona el mundo y, en caso de saberlo,
podríamos mejorarlo o corregirlo? Por mucho que no nos guste, es inevitable que tengamos que
aguantarnos cuando llueve y nosotros no queremos que llueva. Pero existe un ámbito humano en
el que sí podemos decidir, precisamente porque sobre el mundo de los humanos somos
responsables los humanos, y nadie más. Hay una pregunta filosófica que podemos hacernos aquí:
¿aceptaría una persona libre un mundo en el que ocurren cosas como las que hemos leído en las
noticias? ¿Es este mundo responsabilidad, efecto y consecuencia de una humanidad libre (libertad
del pensamiento)?
Es verdad que la humanidad siempre ha tenido que enfrentarse a numerosos males, que el
sufrimiento humano no es algo nuevo, por supuesto. Pero además de desarrollar técnicas y
sistemas para ir superando los problemas y dificultades de la vida diaria, mejorar los mecanismos
de cultivo, la construcción de viviendas más cómodas y seguras, y el desarrollo de las medicinas,
por ejemplo, hay algo que siempre ha resultado imprescindible para la humanidad en su camino
hacia la libertad: la educación. Solo un mundo de personas educadas, de ciudadanos capaces de
pensar por sí mismos, es un mundo constantemente corregible por éstos. Un esclavo acepta sus
cadenas; un hombre libre no tiene por qué aceptar lo que no le gusta. Y aunque no es lo único
necesario para mejorar nuestro mundo, la educación es imprescindible. La educación nos brinda
conocimientos y herramientas para conocer por nosotros mismos. Y resulta que el conocimiento es
la llave de la libertad: solo el que conoce la realidad puede transformarla y mejorarla. El que la
ignora, en cambio, se encuentra sometido al curso de las cosas, al igual que un pez al que lleva la
corriente. La ignorancia nos convierte en seres sometidos y pasivos; el conocimiento, en cambio,
nos libera, nos independiza, nos capacita para ser sujetos autónomos2.
ACTIVIDADES:
3. ¿Cuál es el valor que tiene la educación para la construcción de sociedades más libres?
La alegoría de la caverna
Como ya hemos visto, un ser humano libre, decimos, tiene que ser capaz
de pensar por sí mismo. ¿Pero cómo saber que somos nosotros verdaderamente
los que pensamos y hablamos, y no, en cambio, son los prejuicios de nuestra
cultura, nuestro país, nuestros profesores y padres, los que hablan a través de
nosotros? ¿Cómo podríamos asegurarnos de que somos nosotros, y solo
nosotros, los que pensamos lo que pensamos? El filósofo griego Platón (427-347
a. C.), que reflexiona toda su vida sobre estos temas, distinguió entre dos tipos de ignorancia: por
un lado, yo puedo saber que no sé cuántos años más podrá el Sol seguir brillando y alimentando a
la Tierra; por otro lado, yo puedo creer que sé que las mujeres son menos inteligentes que los
hombres. En el primer caso, ignoro algo; en el segundo caso, ignoro que ignoro la verdad sobre
algo cuando digo saberlo y, por lo tanto, me engaño. La primera ignorancia se cura con
información, con conocimiento. Pero ¿cómo se cura el segundo tipo de ignorancia? (La alegoría de
la caverna “interactiva”)
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Persona capaz de darse a sí misma (auto), de manera racional, las reglas (nomos) de conducta. Aquel que no es
esclavo ni de sus pasiones (cuerpo), ni de su cultura, prejuicios, familia, condición social, sexual, etc., etc. La autonomía
se opone a la heteronomía. Ser heterónomo significa que tanto mi pensamiento como mi conducta está determinado
por reglas o normas (nomos) culturales, religiosas, familiares, pasionales o cualquier otra fuente distinta (hetero)
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La filosofía lucha contra este segundo tipo de ignorancia, ya que es la más preocupante.
Platón encontró un modo de explicar qué es la educación, qué es la filosofía y cuál es el papel que
ésta ha de tener en la sociedad mediante un breve y famoso cuento. En él se describe una
situación en la que todos los seres humanos estamos condenados; una situación que constituye
nuestro inevitable punto de partida, el de todos nosotros. Vamos a leer un pasaje de la República
(diálogo platónico), en el que se describe esta alegoría de la caverna.
– “A continuación, compara nuestra naturaleza respecto de su educación y de su falta de educación
con una experiencia como ésta. Represéntate hombres en una morada subterránea en forma de caverna,
que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están desde niños con las piernas y el
cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas
les impiden girar en derredor la cabeza. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás
de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique
construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por
encima del biombo, los muñecos.
– Me lo imagino.
– Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios
y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que
pasan unos hablan y otros callan.
– Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
– Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los
otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?
– Claro que no, si toda su vida están forzados a no mover las cabezas.
– ¿Y no sucede lo mismo con los objetos que llevan los que pasan del otro lado del tabique?
– Indudablemente.
– Pues entonces, si dialogaran entre sí, ¿no te parece que entenderían estar nombrando a los
objetos que pasan y que ellos ven?
– Necesariamente.
– Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan
del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa
delante de ellos?
– ¡Por Zeus que sí!
– ¿Y que los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales
transportados?
– Es de toda necesidad.
– Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué
pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente,
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volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera
incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le
dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio, está más próximo a lo real, vuelto
hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del
otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en
dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran
ahora?
– Mucho más verdaderas.
– Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma, ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla,
volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que
las que se le muestran?
– Así es.
– Y si a la fuerza se lo arrastrara por una escarpada y empinada cuesta, sin soltarlo antes de llegar
hasta la luz del sol, ¿no sufriría acaso y se irritaría por ser arrastrado y, tras llegar a la luz, tendría los ojos
llenos de fulgores que le impedirían ver uno solo de los objetos que ahora decimos que son los verdaderos?
– Por cierto, al menos inmediatamente.
– Necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar las cosas de arriba. En primer lugar miraría
con mayor facilidad las sombras, y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en el
agua, luego los hombres y los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que hay en el cielo y
el cielo mismo, mirando la luz de los astros y la luna más fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol.
– Sin duda.
– Finalmente, pienso, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le
son extraños, sino contemplarlo como es en sí y por si en su propio ámbito.
– Necesariamente.
– Después de lo cual concluiría, con respecto al sol, que es lo que produce las estaciones y los años y
que gobierna todo en el ámbito visible y que de algún modo es causa de las cosas que ellos habían visto.
– Es evidente que, después de todo esto, arribaría a tales conclusiones.
– Y si se acordara de su primera morada, del tipo de sabiduría existente allí y de sus entonces
compañeros de cautiverio, ¿no piensas que se sentiría feliz del cambio y que los compadecería?
– Por cierto.
– Respecto de los honores y elogios que se tributaban unos a otros, y de las recompensas para aquel
que con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique, y para el que
mejor se acordase de cuáles habían desfilado habitualmente antes y cuáles después, y para aquel de ellos
que fuese capaz de adivinar lo que iba a pasar, ¿te parece que estaría deseoso de todo eso y envidiaría a los
más honrados y poderosos entre aquéllos? ¿O más bien no le pasaría como al Aquiles de Homero, y
preferiría ser un labrador que fuera siervo de un hombre pobre o soportar cualquier otra cosa, antes que
volver a su anterior modo de opinar y a aquella vida?
– Así creo también yo, que padecería cualquier cosa antes de soportar aquella vida.
– Piensa ahora esto: si descendiera nuevamente y ocupara su propio asiento, ¿no tendría ofuscados
los ojos por las tinieblas, al llegar repentinamente del sol?
– Sin duda.
– Y si tuviera que discriminar de nuevo aquellas sombras, en ardua competencia con aquellos que
han conservado en todo momento las cadenas, y viera confusamente hasta que sus ojos se reacomodaran a
ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve, ¿no se expondría al ridículo y a que se dijera de él
que, por haber subido hasta lo alto, se había estropeado los ojos, y que ni siquiera valdría la pena intentar
marchar hacia arriba? Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran?
– Seguramente.
– […] Pues bien, mira si me das también la razón esto: no hay que asombrarse de que quienes han
llegado allí no estén dispuestos a ocuparse de los asuntos humanos, sino que sus almas aspiran a pasar el
tiempo arriba; lo cual es natural, si la alegoría descrita es correcta también en esto.
– Muy natural.
15
– Tampoco sería extraño que alguien que, de contemplar las cosas divinas, pasara a las humanas, se
comportase desmañadamente y quedara en ridículo por ver de modo confuso y, no acostumbrado aún en
forma suficiente a las tinieblas circundantes, se viera forzado, en los tribunales o en cualquier otra parte, a
disputar sobre sombras de justicia o sobre las figurillas de las cuales hay sombras, y a reñir sobre esto del
modo en que esto es discutido por quienes jamás han visto la Justicia en sí.
– De ninguna manera sería extraño.
– Pero si alguien tiene sentido común, recuerda que los ojos pueden ver confusamente por dos tipos
de perturbaciones: uno al trasladarse de la luz a la tiniebla, y otro de la tiniebla a la luz; y al considerar que
esto es lo que le sucede al alma, en lugar de reírse irracionalmente cuando la ve perturbada e incapacitada
de mirar algo, habrá de examinar cuál de los dos casos es: sí es que al salir de una vida luminosa ve
confusamente por falta de hábito, o si, viniendo de una mayor ignorancia hacia lo más luminoso, es
obnubilada por el resplandor. Así, en un caso se felicitará de lo que le sucede y de la vida a que accede:
mientras en el otro se apiadará, y, si se quiere reír de ella, su risa será menos absurda que si se descarga
sobre el alma que desciende desde la luz.
– Lo que dices es razonable.
– Debemos considerar entonces, si esto es verdad, que la educación no es como la proclaman
algunos. Afirman que, cuando la ciencia no está en el alma, ellos la ponen, como si se pusiera la vista en
ojos ciegos.
– Afirman eso, en efecto.
– Pues bien, el presente argumento indica que en el alma de cada uno hay el poder de aprender y el
órgano para ello, y que, así como el ojo no puede volverse hacia la luz y dejar las tinieblas si no gira todo el
cuerpo, del mismo modo es preciso mover el alma entera, hasta que llegue a ser capaz de soportar la
contemplación de lo que es, y lo más luminoso de lo que es, que es lo que llamamos el Bien. ¿No es así?
– Sí.
– Por consiguiente, la educación sería el arte de volver este órgano del alma del modo más fácil y
eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la posee, sino, en caso
de que se lo haya girado incorrectamente y no mire adonde debe, posibilitando que mire adonde es
menester.
– Así parece, en efecto.
– […] ¿ Y no es también probable, e incluso necesario a partir de lo ya dicho, que ni los hombres sin
educación ni experiencia de la verdad puedan gobernar adecuadamente alguna vez el Estado, ni tampoco
aquellos a los que se permita pasar todo su tiempo en el estudio, los primeros por no tener a la vista en la
vida la única meta a que es necesario apuntar al hacer cuanto se hace privada o públicamente, los segundos
por no querer actuar, considerándose como si ya en vida estuviesen residiendo en la Isla de los
Bienaventurados?
– Verdad.
– Por cierto que es una tarea de nosotros, los fundadores de este Estado, la de obligar a los hombres
de naturaleza mejor dotada a emprender el estudio que hemos dicho antes que era el supremo, contemplar
el Bien y llevar a cabo aquel ascenso y, tras haber ascendido contemplado suficientemente, no permitirles lo
que ahora se les permite.
– ¿A qué te refieres?
– Quedarse allí y no estar dispuestos a descender junto a aquellos prisioneros, ni participar en sus
trabajos y recompensas, sean éstas insignificantes o valiosas.
– Pero entonces, ¿seremos injustos con ellos y les haremos vivir mal cuando pueden hacerlo mejor?
– Te olvidas nuevamente, amigo mío, que nuestra ley no atiende a que una sola clase lo pase
excepcionalmente bien en el Estado, sino que se las compone para que esto suceda en todo el Estado,
armonizándose los ciudadanos por la persuasión o por la fuerza, haciendo que unos a otros se presten los
beneficios que cada uno sea capaz de prestar a la comunidad. Porque si se forja a tales hombres en el
Estado, no es para permitir que cada uno se vuelva hacia donde le da la gana, sino para utilizarlos para la
consolidación del Estado.
– Es verdad; lo había olvidado, en efecto.
16
– Observa ahora, Glaucón, que no seremos injustos con los filósofos que han surgido entre nosotros,
sino que les hablaremos en justicia, al forzarlos a ocuparse y cuidar de los demás. […] Cada uno a su turno,
por consiguiente, debéis descender hacia la morada común de los demás y habituaros a contemplar las
tinieblas; pues, una vez habituados, veréis mil veces mejor las cosas de allí y conoceréis cada una de las
imágenes y de qué son imágenes, ya que vosotras habréis visto antes la verdad en lo que concierne a las
cosas bellas, justas y buenas. Y así nuestra ciudad vivirá despierta y no entre sueños, como para
actualmente en la mayoría de las ciudades, donde compiten entre sí como entre sombras y disputan en
torno al gobierno, como si fuera algo de gran valor. Pero lo cierto es que el Estado en el que menos anhelan
gobernar quienes han de hacerlo es forzosamente el mejor y el más alejado de disensiones.
– Es muy cierto.
Platón, República (541a-520s), en Diálogos IV, traducción de Conrado Eggers Lan (con pequeñas
modificaciones), Gredos, Madrid, 1998, pp. 338-346
ACTIVIDADES:
4. los dos tipos de ignorancia de los que habla Platón. ¿Cuál de ellas es la más peligrosa?
5. Haz un resumen del fragmento de la República que acabamos de leer.
6. En esta alegoría platónica se relata, de manera simbólica, el paso de la ignorancia al saber. Realiza un
dibujo-mural, graba una canción, un vídeo, obra de teatro (grupal) o una poesía, en el que expliques a qué
se refieren los siguientes símbolos que aparecen en la alegoría de la caverna:
Caverna; cadenas que atan a los hombres; sombras; incapacidad de ver fuera de la caverna; camino
empinado para salir de la caverna; honores y alabanzas en el interior de la caverna; incapacidad de ver a
la vuelta del exterior; burlarse de quien les quiere hacer salir de la caverna y asesinarlo.
7. ¿Qué significa la frase “la educación sería el arte de volver este órgano del alma del modo más fácil y
eficaz en que puede ser vuelto, mas no como si le infundiera la vista, puesto que ya la posee, sino, en caso
de que se lo haya girado incorrectamente y no mire adonde debe, posibilitando que mire adonde es
menester”
8. ¿Qué actitud se critica cuando se refiere a la Isla de los Bienaventurados?
9. ¿Por qué es importante bajar a la caverna?
10. ¿Cuál sería la función de la educación, según el mito?
11. ¿De qué está hecha la ignorancia?
12. ¿Qué es para Platón, la opinión?
13. ¿Cuál es el papel que desempeña el filósofo en el mito?
14. ¿Cuál es la diferencia entre vencer y convencer?
ACTIVIDADES:
15. ¿Qué se requiere como paso previo a la libertad? ¿Por qué?
16. ¿Debemos limitarnos a conocer las cosas?
17. ¿Podemos estar seguros de haber salido de la caverna? ¿Pon dos ejemplos de esas “cadenas”
tan peculiares de las que estamos hablando.
18. ¿A qué llamamos filosofía?
La tierra de nadie.
La filosofía nace de ciertas experiencias que deja al hombre
perplejo y desconcertado. Hay un ejemplo que tenemos muy a mano
(que ya viste en Valores Éticos el curso anterior), en otra asignatura:
la geometría (medida=metría; geo=de la tierra). La geometría es una
cosa y la filosofía otra. Pero en la sede por antonomasia de la filosofía
griega, en la Academia de Platón, estaba grabado en el umbral “no
entre aquí quien no sepa geometría”, y ello tiene que deberse a
alguna razón que nos interesa vivamente. El hecho debió de ser que,
frente a la geometría, los griegos experimentaron una inmensa perplejidad, de la cual la filosofía se
desprendía por sí misma. ¿Qué tiene de sorprendente la geometría? En una ocasión, Sócrates
(470-399 a.C.) maestro de Platón, estaba dialogando con un sofista llamado Menón. Sócrates le
había pedido que definiera qué entendía por virtud. Pero, por más que se esforzaba, Menón no
hacía sino fracasar en sus intentos de definición. Cansado del asunto, acabó por concluir que el
conocimiento era imposible. Entonces Sócrates mandó llamar a un esclavo y –trazando un
19
cuadrado sobre el suelo- le preguntó si sabría construir otro el doble de grande. Por supuesto, el
esclavo era completamente ignorante, pero, guiado por las preguntas que le iba haciendo Sócrates,
logró construir el cuadrado sobre la diagonal del primero, en lo que fue una aplicación exitosa del
teorema de Pitágoras.
De este modo, Sócrates demostró a Menón que sí es posible conocer. Pero es sumamente
interesante el hecho de que lo lograra a través de un esclavo, pues los griegos decían que los
esclavos eran “los carentes de palabra”, al contrario que los ciudadanos, que eran los que podían
tomar la palabra y hacerse escuchar en la Asamblea. Sin embargo,
ante los ojos atónitos del ciudadano Menón, un esclavo
absolutamente ignorante había sabido deducir el teorema de
Pitágoras. Menón no tiene más remedio que estar de acuerdo con él
en el modo en que se construye un cuadrado doble que otro. Uno
podría preguntarse, una vez sentado este precedente, ¿en cuántas
cosas más tendría que estar Menón de acuerdo con su esclavo?
Pongamos que, en lugar de ser un esclavo, hubiese sido una esclava.
Las mujeres tampoco tenían derecho a tomar la palabra en la
Asamblea. Y, sin embargo, Menón, un ciudadano griego de pleno
derecho, habría tenido que estar de acuerdo con ella. Pongamos que
la esclava fuera negra, de algún lejano pueblo bárbaro del alto Egipto.
Los griegos estaban orgullosos de ser griegos. Los atenienses de ser
atenienses, los espartanos de ser espartanos. Por lo mismo, los atenienses despreciaban a los
espartanos y viceversa. Pero ambos despreciaban más a los persas, lo mismo que los persas
despreciaban a los griegos. Sin embargo, frente al teorema de Pitágoras, todos tenían que estar de
acuerdo. Frente a la geometría, todos ellos eran iguales.
Ahora bien, ¿qué tierra es esa que mide la geometría si no es la tierra de los espartanos ni
de los atenienses, ni de los hombres ni de las mujeres, ni de los negros ni de los blancos? Esa tierra
no es la patria de ninguno de esos pueblos, sexos o razas. No es la tierra de nadie, aunque, por lo
mismo, puede ser considerada la patria de todos.
ACTIVIDADES:
19. ¿Qué significa la expresión: “Frente a la geometría todos somos iguales”?
20. ¿Qué entiendes por “la tierra de nadie”?
¿Qué tipo de comunidad política sería posible fundar sobre esta “tierra de nadie”?
20
Pensemos en la promesa política que se ha abierto de pronto, entre Menón y el esclavo, al
descubrir que hay algo en lo que están de acuerdo. ¿Podría ser ese acuerdo el comienzo de todo
un proyecto político? Si están de acuerdo en el modo en que hay que medir la tierra, si están de
acuerdo en la “geo-metría”, ¿por qué no habrían de estarlo en la forma de habitarla? Pero en una
comunidad política construida a partir de semejantes acuerdos, ¿seguiría habiendo esclavos? ¿las
mujeres seguirán sin tener derecho a hablar? ¿los extranjeros carecerán de derechos? En
definitiva, ¿qué pasaría si no aceptáramos ninguna autoridad política más alta que la razón? ¿qué
autoridad tendrían entonces los sacerdotes, la tradición, las dinastías, los reyes y sus ministros?
Mientras que los atenienses hacían leyes para los atenienses, y los espartanos leyes para los
espartanos, la filosofía proclamaba la posibilidad de hacer leyes universales, leyes que no
convendrían solo a Atenas o Esparta, sino leyes que fueran buenas para toda la humanidad, con
las que ni las mujeres, ni las razas, ni los extranjeros pudieran ser sojuzgados.
ACTIVIDADES.
21. ¿Por qué crees que Platón quería expulsar a los poetas?
22. ¿Quiénes crees que son nuestros “poetas” de hoy día?
23. En grupos de 6, elegid un tema de actualidad y preparad una comunidad de investigación en clase. Uno
de vosotros hará de Sócrates y exigirá a todo aquel que hable que defina con exactitud cada cosa que diga.
24. Imagina que una mañana te despiertas en una sociedad donde la única ley que impera es la razón. Ese
lugar en el que te despiertas es la “tierra de nadie, y de todos”. Haz una redacción donde describas los
aspectos más peculiares que tendría esa sociedad. Puedes ayudarte con imágenes.
Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole,
origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Los representantes del pueblo francés, que han formado una Asamblea Nacional, considerando que
la ignorancia, la negligencia o el desprecio de los derechos humanos son las únicas causas de calamidades
públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne estos
derechos naturales, imprescriptibles e inalienables; para que, estando esta declaración continuamente
presente en la mente de los miembros de la corporación social, puedan mostrarse siempre atentos a sus
derechos y a sus deberes; para que los actos de los poderes legislativo y ejecutivo del gobierno, pudiendo ser
confrontados en todo momento para los fines de las instituciones políticas, puedan ser más respetados.
De esta forma, ese extraño lugar que habíamos vislumbrado primero gracias a la geometría,
se convertía nada más y nada menos que en la vara de medir con la que podía ser juzgado
cualquier acto político. La decisión de construir una comunidad desde una tierra “de nadie y de
todos” comenzaba, así, a hacerse realidad.
Nos corresponde, por tanto, llevar una vida racional. Pensar y actuar racionalmente. Lo
curioso es que eso de pensar y actuar racionalmente, dice Aristóteles que nos sitúa por encima
de nosotros mismos, en tanto que somos hombres y somos mortales. Este enigma es el corazón
de la filosofía. Cuando somos racionales estamos por encima de todo aquello que nos define
antropológica o sociológicamente hablando. Nos situamos en un lugar en el que ya no hablamos
ni actuamos en tanto que somos extremeños o espartanos, hombres o mujeres, negros o blancos,
ciudadanos o esclavos. No es que dejemos de ser todas esas cosas, pero sí se trata de que nuestros
actos no sean esclavos de todo eso que somos (hombre, lesbiana, gay, rico, tímido, egoísta,
pacense…etc., etc.) Ser racionales es no ser esclavos de nada, ni siquiera de lo que nos define en
tanto que seres humanos nacidos en Extremadura o en Andalucía, hombres o mujeres, ricos o
pobres, negros o blancos. Y que nuestros actos no dependan de nada de eso, en el sentido de que
no sean un mero efecto de lo que somos, es, sin más, lo que significa ser libre (libertad del
pensamiento). Por tanto, ese lugar al que hemos llamado razón, podemos llamarle también
libertad.
ACTIVIDAD:
25. Después de lo que llevamos visto hasta el momento, ya debes ser capaz de responder a estas
cuestiones: - ¿Qué significa ser libre? - ¿Qué significa ser racional?
22
8. Tales de Mileto y el nacimiento de la Filosofía.
Tales de Mileto (Presocrático. 640-546 a.C) pasa por ser el primer
filósofo de la historia, ¿pero qué aspecto de su modo de proceder le ha
hecho merecedor de semejante título? De Tales se cuenta que ayudó al
ejército de su país a vadear un río sin que éste tuviera que moverse
siquiera del sitio; hizo que se construyera una presa aguas arriba y
desvió el cauce del río haciéndolo discurrir justo a espaldas de los
soldados, que pudieron vencer en la batalla. Se dice también que predijo
un eclipse y que sus amplios conocimientos le permitieron saber con
antelación que la cosecha de aceitunas de cierto año sería mucho más
abundante de lo habitual. Ello le animó a comprar todas las prensas para
fabricar aceite que pudo encontrar. Aquel año, los propietarios de olivos acumularon cantidades
ingentes de aceitunas que, sin embargo, no podían transformar en aceite, porque Tales se había
hecho con casi todas las prensas. Al final, todos tuvieron que acudir a él para alquilar, a muy alto
precio, las prensas que previamente le
habían vendido. La leyenda dice que
repartió las ganancias entre los
ciudadanos.
Platón cuenta en el Teeteto (diálogo
platónico) que, yendo un día muy
concentrado en sus pensamientos, se cayó
en un pozo, provocando la hilaridad de
una jovial sirvienta tracia que presenció el
accidente. Entonces las malas lenguas empezaron a murmurar que Tales ya no sabía ni dónde
ponía los pies. Le acusaban de que cada vez se mostraba más interesado en adquirir conocimientos
a los que nadie veía utilidad alguna, como si era o no el agua el principio (arkhé) de todo o si se
podía demostrar que “en cualquier círculo cualquier diámetro lo divide en dos partes iguales”.
Nadie entendía por qué Tales perdía tanto tiempo en semejantes asuntos. Pero éste parecía
preocupado por otra cosa:
Quería saber por saber, por amor al saber. Y fue justamente por esto por lo que
comenzaron a llamarle philósophos, que, como ya sabrás, significa “amante del saber”. Tales,
había descubierto algo que le había dejado tan pasmado que no podía sino ir en pos de ello
aunque no obtuviera ningún beneficio. Y ese algo, no era otra cosa que la VERDAD misma, la
necesariedad que la palabra (logos) era capaz de poner de manifiesto.
Es cierto: con la filosofía “no se puede hacer nada”. El objetivo de la filosofía es lo
verdadero, lo necesario. La filosofía tiene vocación de eternidad, de intemporalidad: su dinamismo
no responde al pulso del tiempo. Lo verdaderamente valioso se busca por sí mismo, no porque
sirva para algo o para obtener otra cosa a partir de ello. Como el verdadero amor, la filosofía no
busca un fin más allá del objeto amado, sino que se satisface plenamente en él. Es un interés
desinteresado por algo valioso en sí mismo, que se persigue por sí mismo y que, es
perfectamente inútil, pues no sirve para nada (para conseguir nada ulterior, distinto de ello
mismo) Las obras completas de Shakespeare me pueden servir para sujetar la puerta y evitar que
la corriente de aire la cierre de golpe, pero nada de eso
23
tiene que ver con el valor que la obra tiene por sí misma, independientemente de la utilidad que
pueda encontrar en ella.
ACTIVIDAD:
26. Haz una breve reflexión sobre la siguiente afirmación: “La filosofía no sirve para nada”.
Los sofistas (maestros ambulantes que cobraban por enseñar retórica y oratoria) hacían ver a los
atenienses que muchas de las leyes que ellos tenían como fijas e inamovibles (la Constitución, leyes de la
ciudad, etc.…) no eran más que construcciones humanas, convencionales, variables y acomodaticias. Por
esta razón, distinguían entre lo que es por naturaleza (physis) y lo que es por convención (nomos)
Naturaleza (physis) Convención ()
La ley natural (p.ej.: la ley de la gravedad) Ley humana (p.ej.: ley de educación)
Universal (no admite excepciones) Particular (no vale para todos)
Necesaria (no puede ser de otra forma) Contingente (puede ser de otra forma)
Inmutable, fija. Cambiante.
Los sofistas habían viajado mucho y conocían muchas constituciones y muchas leyes. La naturaleza
genera leyes naturales, pero las humanas son fruto de factores históricos y de intereses de grupo. Y por
supuesto, se pueden modificar y cambiar. Por lo tanto, las leyes y las normas humanas no tienen carácter
fijo y universal; su aceptación procederá única y exclusivamente del acuerdo. Si no hay una ley general,
cualquiera (o al menos unas cuantas) puede establecerse. Por esta razón eran relativistas y escépticos. Eran
relativistas en tanto que afirman que nada es verdadero (ni falso) y nada es bueno (ni malo); los predicados
“verdadero”, “falso”, “bueno” y “malo” deben dejar de utilizarse. Eran escépticos (del griego skeptomai que
significa “mirar cuidadosamente“, “vigilar”, “examinar atentamente”), porque tendían a mirar
cuidadosamente antes de pronunciarse sobre algo o tomar una decisión. El fundamento de la actitud
escéptica es la cautela, la prevención. El relativismo de los sofistas está perfectamente expresado en una de
las frases más famosas de la filosofía, pronunciada por Protágoras: “El hombre es la medida de todas las
cosas; de las que son, en tanto que son; de las que no son, en tanto que no son”. A diferencia de los
Presocráticos, los sofistas no se van a preguntar por el ser o arjé de las cosas, sino por las cosas tal y
como aparecen en la realidad concreta en que se dan. La combinación de escepticismo y relativismo, les
lleva a sostener el rechazo a la búsqueda de una verdad universal. Por esa razón, en ellos desaparece la
noción de verdad entendida como desvelamiento (aletheia), y mantendrán que las cosas son como
aparecen. El concepto de verdad es sustituido por el de validez de la misma manera que el concepto ley
universal (physis) fue sustituido por convención (nomos). Sostienen un relativismo epistemológico (no
existe una verdad absoluta, no se puede fundamentar el conocimiento, todas las opiniones son válidas) y un
relativismo ético y político (no hay ningún fundamento que determine que unas leyes, instituciones,
costumbres o normas sean mejores que otras. Cada pueblo tendrá unas diferentes atendiendo a sus
circunstancias concretas). El relativismo inicial de los sofistas se va agudizando y termina en un claro
escepticismo que queda perfectamente reflejado en las famosas (pero difíciles de entender) tesis de
Gorgias: 1. no existe realidad alguna; nada es. 2. Si algo existiera, seria incognoscible, no lo conoceríamos. 3.
Si algo fuera cognoscible, sería incomunicable, no podríamos comunicárselo a los demás.
25
Es RACIONAL porque intentamos dar respuesta a los problemas con argumentaciones
justificadas, alejadas del mito, la tradición y los prejuicios.
ACTIVIDAD:
27. ¿Qué diferencia existe entre el uso que los sofistas hacían de la palabra y el uso que
hacían Sócrates, Platón y Aristóteles?
A la filosofía le interesa el desinterés, le interesa por ejemplo, que no se haga pasar por
argumento desinteresado lo que no es sino una interesada manipulación. A los intereses
particulares de la sociedad, por su parte, les interesa que se sigan dando por buenas sus mentiras,
que se sigan creyendo sus mitos y que continúen siendo aceptadas sus injusticias, par que todo
siga encajando y funcionando de la manera habitual. La filosofía, en este sentido, siempre ha
resultado “peligrosa”, o al menos poco conveniente, para el statu quo de cualquier sociedad en la
cual lo que rija sea algún interés particular en vez del desinterés de lo universal. La tercera
característica de la filosofía es su interés por lo universal (por lo que es de todos y de nadie, sin
excepción)
Es UNIVERSAL porque sus respuestas son globales, es decir, intentan ser válidas para toda
la humanidad.
ACTIVIDAD:
28. ¿Qué quiere decir que la filosofía es una actividad desinteresada?
29. ¿Cuál crees que es la relación existente entre el carácter desinteresado de la filosofía y el
“aburrimiento”?
26
Desde que Tales de Mileto se cayera al pozo, las metas políticas que nos
podemos proponer ya nunca fueron las mismas. Frente a nosotros se alza el
ideal de una “república cosmopolita”, de un verdadero “Estado de Derecho” en
el que espartanos, atenienses o persas seamos todos iguales y gocemos de los
mismos derechos. Para entender esto, no hay mejor forma que leer un texto de
Plutarco (Queronea, 46 o 50-Delfos, 127) en el que nos dice que Alejandro
Magno intentó, en efecto, administrar su imperio según un principio heredado
de la filosofía que tenía, sobre todo, su origen en Platón:
¿Qué nos dice el texto? En primer lugar, que los griegos no debían considerar griegos a los
que hubieran nacido en Atenas, en Esparta o Mileto, sino a los que fueran virtuosos, aunque
hubieran nacido en Etiopía o Afganistán. Ya no debían considerar parientes a sus familiares, sino
que debían considerar familiares y parientes a los buenos y ajenos y extraños a los malos (aunque
fuesen sus parientes sanguíneos)
¿Qué se esconde en semejante pretensión? Pues nada más y nada menos que un mundo
político en el que nunca ocurra que los lazos de sangre, los lazos familiares, tribales o nacionales,
pretendan tener más autoridad que la razón. Que sea la razón quien determine lo que es lícito y lo
que no, lo que es justo y lo que no, lo que es bueno o lo que es verdadero. Aunque para ello tenga
que enfrentarse a siglos de tradición o a costumbres milenarias, aunque todo ello remita a la
autoridad de la religión. O aunque para ello tenga que enfrentarse a la fuerza de toda una familia,
de toda una tribu, de toda una nación o incluso de toda una civilización si es que éstas han
legislado instituciones injustas.
En resumen, la razón no nos autoriza a llamar buenos a nuestros amigos y malos a nuestros
enemigos, sino que nos incita a llamar amigos a los buenos y enemigos a los malos. En un cierto
sentido, este es el principio del que emana la pretensión política de lo que llamamos un Estado de
derecho. Pues poner las cosas “en estado de derecho”, es decir, obligarlas a conformarse con las
exigencias del derecho, implica que no haya familia, tribu, nación, clan, secta o mafia que pueda
pretender legislar con una autoridad más alta que la razón. Es lo que en nuestro mundo político
suele expresarse diciendo que no hay ningún Estado que esté autorizado a violar la Declaración
Universal de Derechos Humanos.
3
Composición literaria o representación artística que tiene sentido simbólico.
27
consciente de que solo existe un único mundo, de que dentro y fuera de la caverna estamos en el
mismo mundo, en este mundo. Lo que hay es, más bien, dos formas de iluminar este mundo, dos
formas de verlo, dos formas de comprenderlo, dos formas de habitarlo y dos formas de intentar
actuar en él.
El mundo que experimentamos desde la filosofía es, sin duda, este mundo, pero visto a la
luz (sol) de la VERDAD, la JUSTICIA y la BELLEZA. Cuando los espartanos ven el mundo, creen estar
viéndolo digamos que “a la luz del sol”. Sin embargo, lo están viendo también a la luz de las
tradiciones espartanas, a la luz de la religión espartana heredada de sus padres y abuelos, a la luz
de los que en Esparta tienen más poder para hacerse oír en los medios de comunicación, más
poder para la propaganda, más poder, incluso, para mentir, si es eso lo que les conviene; lo están
viendo a la luz de un millón de prejuicios que la historia de Esparta ha ido depositando en sus
cabezas, en su cultura, en sus costumbres… Un espartano mide los contornos del mundo “a lo
espartano”. Pero ya hemos visto que la geometría es testigo de que es posible medir el mundo a
una luz distinta, independiente de todo ese tejido cultural. Esto ocurre cuando medimos el mundo
con la razón. Pues bien, la luz que permite orientarse a la razón, la luz que ilumina el mundo para la
razón es lo que la filosofía llamó verdad.
Ahora bien, si en lugar de medir el mundo se trata de ocuparse de él, de actuar o vivir en
él… ¿tendríamos que haberlo necesariamente en tanto que espartanos? ¿y si intentáramos vivir
en el mundo desde ese mismo lugar en el que nos hemos descubierto independientes de nuestro
ser espartanos (o atenienses o persas)? No por eso tenemos necesariamente que dejar de ser
espartanos. Podemos incluso estar muy orgullosos de serlo, pero de lo que se trata es de que
nuestros actos NO DEPENDAN del hecho de que seamos espartanos, que no sean un mero efecto
de ello. Es lo que antes hemos llamado LIBERTAD (eleutheria), libertad del pensamiento, la
auténtica libertad. En tanto que somos libres, no solo no somos un efecto de lo que somos (por
ejemplo, extremeños), sino que, incluso, podemos decir que no hay derecho a que las cosas sean
como son: por mucho que, por ejemplo, en Extremadura llevemos siglos y siglos haciendo las cosas
así.
Por ejemplo: durante siglos se practicó la esclavitud. Pero fue, sin duda, la voz de la libertad
la que exigió, siempre, desde la razón, que eso no podía ser así. No hay que perder de vista
ingenuamente que, sin duda, en la historia no sucede necesariamente, ni siquiera frecuentemente,
lo que exige la razón. De hecho, es preciso tomar conciencia de la fragilidad de esta extraña planta
que es la razón. Una planta que exige condiciones materiales muy concretas, por desgracia
inusuales, para poder germinar. A menudo incluso puede parecer que las personas y los estados
aparentemente siguen a la razón, cuando en realidad obedecen a intereses muy particulares. Pero
esta evidencia no debe menguar la consistencia misma de esa tozuda e insobornable voz de la
razón. Ella, con independencia de los intereses particulares y los verdaderos hilos que muevan la
historia, con independencia incluso de si el suelo en el que está obligada a crecer es fértil o más
bien está estropeado, manda incansablemente lo mismo. Y una vez la razón y la libertad pudieron,
por distintas causas, germinar en la historia, ésta quedó obligada a no poder nunca más, así como
así, a mirar hacia otro lado para hacer como si la razón exigiese lo que a cada uno conviniese en
cada momento. Y así, eso que incansablemente exigió la razón, se plasmó para todos los gobiernos
y parlamentos del mundo en la declaración de derechos humanos. Viendo el mundo con los ojos
de la razón (y no con los del poder, la tradición, la religión o la costumbre), la esclavitud es,
sencillamente, inadmisible. Es por lo que podemos decir que la luz que ilumina el mundo para la
libertad es lo que la filosofía llamó JUSTICIA (diké)
28
Veamos pues qué significa ver el mundo a la luz de la filosofía.
Si lo que queremos es buscar LA VERDAD, porque nadie quiere la mentira (bueno, quizá alguien
la quiera), tenemos que hacerlo desde la razón. Pero buscando la verdad desde la razón, nos
encontramos con algo muy sorprendente: desde la razón, ante la verdad, todos somos iguales.
Incluso en los temas políticos, esperamos también que se nos digan cosas objetivas.
Tenemos la sensación de que alguien está razonando cuando nos da la impresión de que está
30
diciendo cosas que son independientes de sus intereses particulares. En efecto, uno de los
síntomas de que nos están dando “gato por liebre” en un discurso político es que podamos
responder: “Eso lo dices porque eres rico; si fueras pobre, ya veríamos lo que dirías”; o “Eso lo
dices porque eres el empresario; si fueras uno de tus obreros, no dirías lo mismo”; en definitiva,
“Se te ve el plumero”, “No estás razonando, estás intentando engañarnos”. Así pues, sea en
matemáticas, sea en otras ciencias, sea respecto a cualquier cosa, una persona que razona es una
persona que está en condiciones de decir: “Lo que yo estoy diciendo lo diría igual si yo fuese otro”.
Cuando razonamos, estamos diciendo ciertas cosas con la pretensión de que las diríamos
igual si fuésemos otro, porque como seres racionales, lo único que ha de importarnos es la verdad,
y ante la verdad todos somos iguales. Verdad e Igualdad se implican mutuamente.
Si lo que buscamos es LA JUSTICIA, porque nadie quiere la injusticia (bueno, quizá alguien la
quiera), tenemos que hacerlo desde la razón. Pero buscando la justicia desde la razón, nos
encontramos con otra cosa muy sorprendente: desde la razón, ante la justicia, todos somos
libres. De hecho, no existe otra forma de entender la libertad que desde la razón.
En clase de Ética: el profesor de Ética nos plantea una cuestión crucial, ¿Cómo sería el acto
de alguien que, ante una situación dada, decidiese comportarse simplemente como un ser
racional? ¿Qué sería lo que yo haría en esa determinada situación si, en lugar de comportarme
como gallego o andaluz, rico o pobre, mujer o varón, cristiano o musulmán, alcohólico o abstemio,
depresivo u optimista…, me comportara sencillamente en tanto que ser racional? Tendríamos que
decir que un ser racional se comportaría de un modo tal que, después de haber actuado, pudiera
decir algo así como “He hecho esto siendo mujer, pero de haber sido hombre o de cualquier otro
género, habría hecho lo mismo”; “Siendo heterosexual, he actuado de este modo, pero hubiera
actuado igual, si hubiese sido de cualquier otra orientación sexual”, etc. Un ser racional, en
definitiva, se habría comportado de tal modo que, si hubiese sido otro, habría hecho exactamente
lo mismo, porque lo ha hecho de manera desinteresada.
El profe nos plantea el siguiente caso: pongamos que vamos por la calle y vemos a un grupo
de neonazis propinando una paliza a un inmigrante. Es posible que un hombre rico se dijese a sí
mismo: “Bah, no creo que mis acciones vayan a bajar por esto”. También es posible que alguien
presenciase el incidente y pensase que la cosa no iba con él, puesto que el hombre al que estaban
pegando era demasiado negro para ser de su misma nacionalidad, o que pensase que no valía la
pena intervenir por ayudar a alguien que, seguramente, sería musulmán y no cristiano, como su
abuela. Pongamos, en cambio, que, al ver la citada escena, me digo a mí mismo que eso es
intolerable. Pongamos que llamo inmediatamente a la policía, que pido a gritos la intervención de
los transeúntes, que me interpongo entre el inmigrante y sus agresores y trato de persuadir a éstos
de que lo que están haciendo es una barbaridad, o que me lío a golpes con los neonazis, salvo al
pobre muchacho, y hago huir a sus agresores después de darle su merecido. Ahora bien, ¿Qué es
lo que me resulta intolerable: que estuviesen pegando a una persona que muy bien podría ser
como yo, extremeña, cristiana y de buena familia? Eso podría disgustarme personalmente, pero lo
intolerable en sí mismo es que estaban pegando a un ser humano. Ahora bien, ¿desde dónde,
desde qué instancia, desde qué lugar se siente eso de que al que están pegando es un “ser
humano”, y que por tanto es algo intolerable? ¿De qué modo me estoy tratando a mí mismo
cuando siento eso? Vamos a fijarnos en una cosa. Si una vez puestos en fuga los neonazis, el héroe
de esta película es entrevistado por los periodistas, ¿qué tipo de explicación esperamos que nos dé
sobre su conducta? Pongamos que nos dice lo siguiente: “miren ustedes, yo es que soy irlandés y
voy algo borracho, y cuando los irlandeses hemos bebido un poco más de la cuenta, lo que más
nos gusta es montar bronca, así es que, cuando he visto a esos malnacidos montando bronca, he
reaccionado de forma instintiva y me he dicho a mí mismo ¡ésta es la mía!”. En el fondo está
31
respondiendo: “Si he hecho eso es porque… así soy yo”. Una respuesta de este tipo hace que todo
el aspecto heroico del protagonista se venga abajo, porque ha actuado de manera interesada:
actuó así porque le interesaba en tanto que irlandés. Puede incluso que nos haga gracia, pero esa
respuesta hace que le perdamos, de pronto, todo el respeto.
Por el contrario, lo que esperamos de nuestro héroe para seguir respetando lo que ha
hecho, es que conteste: “No es nada, cualquiera habría hecho lo mismo de encontrarse en mi
lugar”. Lo que nuestro protagonista declara es que lo que ha hecho, lo habría hecho igual si
hubiese sido otro. Que él es irlandés, pero que, si hubiera sido andaluz, habría hecho lo mismo;
que es rico, o pobre, o mujer, o gay, o heterosexual, o cristiano, musulmán o ateo, o depresivo,
pero que, si hubiese sido otra cosa, también habría hecho lo mismo, porque su acto no ha
dependido de ninguna de esas cosas, su acto, en definitiva, ha sido desinteresado, no ha sido
consecuencia de su forma particular de ser, no ha dependido de nada, lo cual, es tanto como decir
que su acto ha sido, sencillamente, un acto libre, que ha actuado con libertad.
Es la segunda vez que nos topamos con la palabra libertad. Y resulta ser una palabra que
nos sirve para designar ese mismo enigmático lugar al que antes llamamos razón. Se trata, en
efecto, del mismo lugar en el que nos encontramos instalados cuando deducimos el teorema de
Pitágoras. Solo que ahora vemos que, si actuamos desde ese lugar, tratándonos a nosotros mismos
de la misma manera como nos tratamos cuando deducimos el
teorema, lo que ocurre es que actuamos independientemente
de que seamos esto, lo otro o lo de más allá, o, lo que es lo
mismo, actuamos libremente.
Razonar y actuar, pues, tienen algo en común. Cuando
razonamos, estamos diciendo ciertas cosas con la pretensión de
que las diríamos igual si fuésemos otro, porque como seres
racionales, lo único que ha de importarnos es la verdad, y ante
la verdad todos somos iguales (IGUALDAD). Cuando actuamos,
hacemos ciertas cosas con la pretensión de que las haríamos
igual si fuésemos otro, porque como seres racionales lo que
nos incumbe es la justicia, y ante la justicia todos somos libres
(LIBERTAD). El matemático sabe muy bien que cualquier otro,
en su lugar, habría dicho lo que él. Sabe, además, que si alguien, en su lugar, frente a esa pizarra,
no dice eso que está siendo ahí demostrado, es que merece, de alguna forma, suspender, o como
diría Kant, es algo que de lo que NO se puede opinar porque la razón se ve obligada a admitir su
verdad.
Pues bien, nuestro héroe, cuando actúa, también está seguro de que, en su lugar, cualquier
otro habría hecho lo que él ha hecho. Ahora bien, a éste se le podría objetar que está muy lejos de
ser así. ¿Cómo que cualquiera habría hecho lo que él? Ése, aquél, el otro, aquel de más allá que
pasó leyendo el periódico, ese otro que pasó como quien no quiere la cosa, aquel que se dijo a sí
mismo “esto no va conmigo”, o “llego tarde al trabajo”…etc., etc., todos hicieron algo distinto de
lo que él hizo. Sin embargo, en un sentido distinto al de la clase de matemáticas, hemos de
reconocer que todos esos que pasaron de largo, merecían, de alguna forma, suspender.
Suponemos, en efecto, que a todos ellos, al mirarse al espejo, se les debe “caer la cara de
vergüenza”. En lugar de decir eso de que “cualquier otro habría hecho lo que yo”, nuestro
protagonista podría haber dicho que, si hizo lo que hizo, es porque, si hubiera pasado de largo, “se
le habría caído la cara de vergüenza”. Pero pensemos un poco en esto. ¿Es su cara de extremeño la
que se le habría caído de vergüenza? ¿Su cara de macho ibérico que no desperdicia una
oportunidad de meterse en peleas? No, es su cara de ser racional, que en verdad no es otra cosa
que su DIGNIDAD. Habría sido indigno pasar de largo, viendo cómo apaleaban a un inocente. De lo
que se habría arrepentido si hubiera “pasado de largo” no es de haber dejado mal la cara de
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Extremadura o de los hinchas del Real Madrid. Se habría arrepentido de haber dejado en mal lugar
su dignidad de ser racional. Cuando nuestro protagonista dice eso de que cualquiera habría hecho
lo que él, lo está diciendo tan en serio que, en ese “cualquiera”, habría que incluir también a los
marcianos (si es que estos existieran y fueran seres racionales).
Veámoslo desde un punto de vista cinematográfico. Entre las viejas películas del Oeste,
había muchas que tenían un argumento que nunca fallaba: pongamos un pueblo de gente común y
corriente, en el que cada uno cumple su función: el párroco en su iglesia, los campesinos y
campesinas, que labran la tierra y tienen hijos, los vaqueros, que cuidan de sus vacas mientras el
enterrador entierra a los muertos, y las actrices que cantan en el saloon. Un día, unos bandidos
irrumpen en el pueblo y se instalan ahí para cometer todo tipo de injusticias. Nadie se atreve a
hacerles frente: ni el párroco en su parroquia, ni los campesinos en sus tierras, ni los vaqueros, ni
el enterrador. Nadie, excepto un forastero (El forastero, la película que mejor ejemplifica esto) que
ha llegado de no se sabe dónde, un jinete solitario que no tiene ni parroquia, ni tierra, ni vacas, ni
raíces, ni familia, solo un oscuro y misterioso pasado. Por no tener, no tiene ni prejuicios: por
ejemplo, es el único que trata con respeto y de igual a igual a una mujer a la que todo el pueblo
considera deshonrada. Mientras el párroco hace su función en la parroquia, los campesinos en sus
tierras, los vaqueros con sus vacas, la función del protagonista es la de no tener ninguna función. Él
no se va a comportar como piel roja, ni como campesino, ni como párroco… El jinete solitario no
está ahí para comportarse según sus costumbres o su condición, sino para actuar en tanto que ser
libre. Así pues, lo que hace es enfrentarse a los bandidos y vencerles. Al final de la película, el
jinete solitario, sin ley, patria ni familia, ha salvado al pueblo de los bandidos; y los ciudadanos,
agradecidos, le ponen la estrella de sheriff, la insignia de la Ley. Y a los espectadores nos parece de
lo más razonable: el único que puede representar a la Ley en esa película es el único que se ha
comportado libremente, es decir, el único que ha decidido algo, el único que ha actuado. El
párroco no actuó, se comportó como un párroco, se movió como se mueven los párrocos,
trajinando por aquí y por allá en su parroquia. Lo mismo puede decirse del campesino, del
enterrador, del rico, del pobre, de los borrachos… etc. El jinete solitario, en cambio, es el único
que puede decir que lo que ha hecho, lo habría hecho igual si hubiese sido otro, porque lo que ha
hecho no ha sido consecuencia o efecto de nada de lo que él es. De hecho, ¿quién es él? Como él
no tiene, ni patria, ni familia, ni dios, ni amo, es un poco como si fuera “nadie”, como si sus actos
fueran los actos de “nadie”. Si se enfrenta a los bandidos es porque ve que lo que ahí está
ocurriendo es intolerable y porque, si pasara de largo ante eso intolerable, luego no podría mirarse
al espejo sin que se le cayera la cara de vergüenza. Así pues, el héroe de la película hace,
sencillamente, “lo que tiene que hacer”. Lo que esperamos de él es, en efecto, que al final de la
película pueda decir “no es nada, solo hice lo que tenía que hacer, eso es todo”. Esta frase significa,
en realidad, lo mismo que esa otra que antes apuntábamos: “No es nada, cualquiera habría hecho
lo mismo”. ¡Pero nadie ha hecho lo que él, se podría objetar! Todo el mundo, por el contrario, pasó
de largo, mirando hacia otro lado; solo él hizo “lo que tenía que hacer”. Así es, en verdad, pero
¡con qué vergüenza! ¡Con qué vergüenza el párroco se comportó como párroco, el enterrador
como enterrador, el irlandés como irlandés! Todos ellos saben, en el fondo de su alma, que no
hicieron lo que tenían que hacer… es decir, que no hicieron lo que habría hecho… cualquiera. En
definitiva, nuestro protagonista se comportó ante la situación, de forma muy parecida a como lo
hizo nuestro profesor de matemáticas respecto a la demostración del teorema de Pitágoras.
Si lo que buscamos es LA BELLEZA, porque nadie quiere la fealdad (bueno, quizá alguien la
quiera), tenemos que hacerlo desde la razón. Pero buscando la belleza desde la razón, nos
encontramos con algo verdaderamente enigmático: desde la razón, ante la belleza, sentimos que
el resto de la humanidad siente lo mismo que yo o debería sentirlo.
En el mito de la caverna, Platón resumió la luz de la verdad y la luz de la justicia en la
idea de BIEN, y la comparó metafóricamente con la luz del sol, una luz vedada a los que habitaban
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en la caverna. Pero Platón nos habla de otra luz capaz de iluminar este mundo para la filosofía. Se
trata de la belleza.
En clase de Fundamentos del arte o de Estética: Hasta aquí, hemos dicho que ante la
geometría, es como si el ser humano tuviera que decirse a sí mismo: “lo que estoy diciendo lo
tendría que decir también si fuese otro”. Pero hemos visto que la libertad también nos pone, de
algún modo, por encima de nosotros mismos, por encima de nuestras idiosincrasias tribales o
culturales. Está bien ser del barsa, extremeño, o de “hazte oír”, pero no está bien ser siervo o
esclavo de lo barcelonés, lo extremeño o de lo… No está bien, porque no está bien ser esclavo:
aquel que diga querer serlo, no puede decirlo de veras. Está bien ser hombre o mujer, pero no ser
siervo o esclavo de lo varonil o de lo femenino. Está bien, quizá, ser católico o musulmán, pero no
obedecer a las jerarquías católicas o islámicas por encima de lo que a uno le dicta su propia razón.
Nadie tiene, por ejemplo, derecho a lapidar a una mujer adúltera por muy musulmán que sea.
Ahora bien, esto quiere decir que la libertad, de algún modo, nos obliga también a decirnos a
nosotros mismos: “lo que estoy haciendo no depende de que sea espartano, o varón, o católico, no
es un mero efecto de lo que soy. Lo estoy haciendo porque es mi decisión y mi decisión está por
encima de todo eso que yo soy o dejo de ser”.
Pues bien, el caso es que ante ciertas cosas bellas, cuando de verdad lo son, sentimos
también algo verdaderamente peculiar. Es verdad que “sobre gustos no hay nada escrito” (aunque
corre por ahí un medio chiste que dice: “¿Quién dijo que sobre gustos no hay nada escrito?: La
Crítica del juicio de Kant; Lo bello y lo siniestro, de Eugenio Trías…etc.; vamos que sí, que sobre
gustos hay mucho escrito), que los espartanos tienen gustos espartanos, y los persas, gustos
persas. Si a mí me gusta el pollo frito y a mi amigo las espinacas hervidas, no vamos a discutir por
ello. Cuando algo me gusta no pretendo que le tenga que gustar a los demás. Sin embargo, existen
ciertas cosas que nos obligan a decir algo más que, sencillamente, “esto me gusta”; antes ellas,
nos descubrimos a nosotros, como de improviso, diciendo “esto es bello”. Cuando decimos que
algo es bello, en realidad estamos diciendo que no solo nos gusta, sino que es esperable que gusta
a todo el mundo. Ante una puesta de sol, por ejemplo, no decimos, “esto me gusta”, decimos
admirados que “es bella”. Lo mismo nos pasa ante las obras de arte. Nadie discute sobre el pollo
frito, pero sí sobre obras de arte. Porque quien considera que algo es bello, es como si no
concibiera que a los demás no se lo parezca.
Por supuesto, es muy difícil distinguir si en cada caso particular estamos ante algo
verdaderamente bello o si, sencillamente, estamos intentando imponer a los demás nuestros
gustos personales. Pero eso no es lo importante ahora. Lo importante es que ante las cosas bellas
sentimos de una forma muy especial. Porque sentimos que lo que sentimos lo seguiríamos
sintiendo igual si fuésemos otros, si en lugar de ser espartanos varones, por ejemplo, fuésemos
mujeres persas. Sentimos que cualquiera sentiría la misma admiración que nosotros sentimos.
Quizá demos o no en el clavo con esa pretensión, pero el caso es que el sentimiento en cuestión es
interesantísimo. En suma: al sentir la belleza nos sentimos sintiendo lo mismo que todos los
demás. Lo importante no es si los demás lo sienten también efectivamente o no. Lo importante es
el hecho mismo de que sentimos que es así. Nos sentimos, por tanto, en comunicación con todos
los demás, nos sentimos, de alguna forma, lo mismo que ellos, o, por decirlo más técnicamente:
sentimos una especie de fraternidad universal.
Es muy importante reparar en que acabamos de dar con el tercer término que nos faltaba
para completar el lema de la Revolución francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Y no debemos menospreciar lo que de inquietante tiene el asunto: con ese lema se
guillotinó a un rey y se removieron las entrañas del cuerpo político de la humanidad, de modo que
ya nada volvió a ser como antes
La idea revolucionaria de una república cosmopolita, en la que todos seamos libres,
iguales y fraternos, es hija de la filosofía.
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Incluso en el AMOR: allá donde los familiares y amigos ven esclavitud, los amantes viven la
más completa libertad, pues están viviendo todo lo contrario: al encadenarse al deseo se sienten
liberados de todo aquello que les esclaviza: su “raza, color, sexo, religión, opinión política o de
cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra
condición” (artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948) Esto es lo
que tiene el amor de filosófico. El amor nos deja al desnudo de lo que somos, obedece solo a un
interés desinteresado. Decir a una chica o chico aquello de “eres mi media naranja”, no es una cosa
muy pertinente, pues eso de encajar con el otro no es realmente lo que se juega en el amor. Ni
siquiera a un nivel sexual se da en el clavo por ese camino. No es lo mismo decir “te amo” que
decir “qué bien hacemos el amor”, o “qué bien encajan tus genitales con
los míos”. Romeo era de los Montescos y Julieta de los Capuletos, pero
cuando deciden amarse, se LIBERAN de su condición social, aún a riesgo
de perder la vida. Cuando amamos, seguimos siendo pobres o ricos,
hombres o mujeres, negros o blancos, religiosos o ateos, pero esas
contingencias ya no nos esclavizan, ya no dependemos de ellas como si
fueran un destino fatal de nuestras vidas. Es una decisión que ya no
depende de nada, una decisión libre. El amor te desnuda, por encima de
todo, de ti mismo.
Es muy difícil ser cualquiera. Uno siempre hace, por ejemplo, lo que hacen los extremeños
si es extremeño, lo que hacen los ricos si se es rico, o lo que hacen los neuróticos obsesivos si es
que se es neurótico obsesivo. El que ha hecho “lo que cualquiera habría hecho” no es el que ha
hecho “como todo el mundo”, sino, precisamente, el que ha hecho lo más excepcional. Así pues,
podríamos concluir que ese lugar al que hemos llamado “lugar de cualquier otro”, se trata del
lugar desde el que actuamos de tal modo que nuestro acto no depende del hecho de que seamos
gallegos o andaluces, ricos o pobres, hombres o mujeres, hombre o marcianos, es decir, cuando
actuamos de tal modo que nuestro acto no depende de nada. Eso no quiere decir, por supuesto,
que al actuar no tengamos en cuenta que somos todas esas cosas. Sería absurdo andar por la vida
sin tener en cuenta lo que somos. Lo único que quiere decir es que nuestro acto no es
consecuencia de que seamos esas cosas, es decir, que no somos esclavos de esas cosas que somos.
Se comprende, así, que esto que estamos llamando “el lugar de cualquier otro” es lo que
llamamos, también, Libertad.
Todo esto es en el fondo el meollo del pensamiento ético de Immanuel Kant, uno de los
más grandes filósofos de la historia. Cuando un ser racional, sea extremeño, persa o marciano, ve a
un grupo de individuos golpeando a un hombre indefenso, hace “lo que tiene que hacer”, y lo que
esperamos oír es algo del tipo “cualquiera habría hecho lo que yo”; pero, también, algo así como
“no he hecho más de lo que tenía que hacer, lo que era mi deber”.
ACTIVIDADES:
30. Hemos visto que desde la razón, podemos iluminar el mundo de tres formas. La primera es desde la
verdad, la segunda desde la justicia y la tercera desde la belleza: explica con ejemplos las implicaciones de
cada una de ellas
31. ¿Es cierto que Platón establece la existencia de dos mundos diferentes? Justifica tu respuesta.
32. ¿Y tú, iluminas el mundo desde tu ser heterosexual, rico, extremeño, europeo…etc., etc., o lo ves desde
la razón?
33. Completa: “iluminando el mundo desde la razón (y no desde la opinión, desde lo que a mí me parece),
nos damos cuenta que ante la verdad todos somos _________; ante la _____________ todos somos libres;
y ante la belleza, todos somos ______________”.
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34. ¿Qué significa “ser cualquiera”, “actuar como hubiera actuado cualquiera” o “ocupar el lugar de
cualquier otro?
36. ¿Qué diferencia existe entre decir “esto me gusta” y “esto es bello”?
37. ¿Reflexiona sobre eso de que el amor también nos haga ocupar “el lugar de cualquier otro”.
38. Escucha estos temas musicales y extrae fragmentos o expresiones que tengan que ver con el hecho de
que cuando amamos, estamos también en ese lugar que hemos llamado de “cualquier otro”, la razón.
Puedes elegir otra canción que guarde relación con este tema.
Concha Piquer: “Y sin embargo, te quiero”
Amaral: “Sin ti no soy nada”
39. Pon ejemplos que te sirvan para explicar por qué, y qué significa, que ante un conocimiento verdadero
(p.ej., la fórmula del agua) todos somos iguales; ante cualquier acción todos somos libres, y ante una cosa
bella, todos sentimos lo mismo.
40. Reproduce esta tabla en un documento word, y complétala:
¿Qué parte del lema de la
Caso práctico ¿Somos iguales, libres o ¿Por qué? Revolución Francesa le
sentimos lo mismo? corresponde?
Ante la fórmula del
agua.
Añade otro caso.
Vamos a juicio por haber
traficado con
estupefacientes. Añade
otro caso.
Contemplamos el patio
de los leones de la
Alhambra. Añade otro
caso.
Ante el objeto bello, lo que sentimos, lo que experimentamos es, precisamente, que estamos
en un lugar que no es nuestro lugar (ya seamos espartanos, atenienses o persas), sino que es el
lugar de todos y de nadie, el lugar, nos dice, de cualquier otro. Esto quiere decir, que desde el
mismo momento en que nos situamos ante una cosa bella, sentimos algo tan extraño que es como
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si, en virtud de ese objeto, o, si se quiere, por culpa de él, nos precipitásemos de golpe en ese pozo
en el que cayó Tales. En ese pozo, no solo se precipitó Tales, sino que con él se precipitó también
toda la historia de la filosofía. Y en ese pozo volvemos a precipitarnos cada vez que tenemos la
experiencia de la verdad, de la libertad o de la belleza. En ese pozo ya no podemos conformarnos
con tratarnos a nosotros mismos en tanto que espartanos, atenienses o persas. Ya hemos visto que
Aristóteles lo decía de una forma aún más radical: a partir de ese momento, ni siquiera podemos
ya conformarnos con tratarnos simplemente en tanto que mortales, puesto que mortales somos,
sino que, en la medida en que hay algo divino en nosotros (la razón), debemos intentar
inmortalizarnos tanto como nos sea posible… Cada vez que nos topamos con la belleza, cada vez
que experimentamos nuestra libertad o cada vez que experimentamos la verdad de algo, es como
si se abriera a nuestros pies el pozo de Tales.
Pero el texto de Kant es todavía más interesante para nuestros propósitos, porque nos
proporciona la clave de aquello en lo que consiste la filosofía. Estamos preguntándonos en qué
consiste la experiencia filosófica de este mundo. Qué es lo que caracteriza a la forma de vivir el
mundo que tiene la filosofía. Hemos hablado de la experiencia de la belleza, de la verdad, de la
justicia. Éstas son las experiencias vitales que sirven de embrague para la historia de la filosofía.
Pero si buscamos una palabra que resuma lo que estas experiencias tienen en común, el texto de
Kant la subraya suficientemente: DESINTERÉS.
O sea, que en ese “pozo” en el que se cayó Tales, no solo podemos pensar y hablar
teniendo una actitud teórica o científica, sino que también podemos intentar actuar desde él, e
incluso, resulta que también podemos, lisa y llanamente, sentir. Pero, en los tres casos, estamos
marcados por lo desinteresado.
La filosofía y el ocio.
La experiencia del desinterés es la que originó en la
historia de la humanidad esa aventura asombrosa a la que
llamamos historia de la filosofía. En cierta forma, resulta que lo
que buscábamos y al final hemos encontrado lo teníamos ya
desde el principio, aunque no nos diéramos cuenta. Y lo
teníamos contenido en el término mismo del que partíamos:
“filo-sofía”; (phylos=amor o disposición a; sophia=sabiduría); amor al saber; un saber por saber. Un
saber que no es saber para esto o para lo otro, sino un saber que es meramente “saber por saber”,
“saber desinteresado” y, por tanto, saber “de todos” y “de nadie”, saber “de cualquier otro”.
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Platón y Aristóteles defendieron en diversas ocasiones que la filosofía nace del ocio. Solo
en el ocio, las cosas se nos revelan en cuanto entes, y solo en cuanto entes, pueden revelársenos
en lo que son. Solo cuando no estamos ocupados en ellas, cuando no hacemos nada con ellas ni
queremos nada de ellas, las cosas se presentan en su “mismidad”, en el ser que en sí mismas son.
Solo en el ocio, cuando interrumpimos momentáneamente el cuidado por la supervivencia y
escapamos a las urgencias de la vida (por favor, borrad de la cabeza la expresión “centro de ocio”,
que es de todo menos de ocio. El ocio del que hablamos no es ése.), podemos llegar a admirarnos
de que esto o aquello sea precisamente como es. Y es esta admiración, que el
no-tener-nada-que-hacer-con-las-cosas hace posible, la que constituye el comienzo mismo de la
filosofía. El tipo de interés en que consiste la filosofía solo puede surgir cuando las coas han dejado
de interesarnos. El ocio consiste en esta despreocupación, y solo de esta puede surgir aquella
especie de interés no interesado (o interés desinteresado) al que denominamos filosofía. Según
Aristóteles, el hombre debe atender a las distintas necesidades de la vida. Ello requiere un cierto
tipo de saber denominado tékhne. Pero no toda tékhne (técnica) constituye un saber acerca de
cómo satisfacer las necesidades elementales de la vida. Hay otras técnicas que versan sobre cómo
alcanzar el placer (hedoné) o la comodidad (rhastone) o una vida fácil y agradable (diagogé) Pero
es solo después de que las diferentes técnicas nos hayan permitido obtener lo que requerimos
para subsistir, es cuando podemos alcanzar el estado verdaderamente propicio para ese tipo
totalmente nuevo de actitud hacia las cosas que llamamos theoría. El vacar y no tener que
participar apremiantemente en el juego de la vida es lo que nos proporciona la posibilidad de
contemplarla y de aprehenderla en lo que es. No hay filosofía sin tiempo libre. Por esta razón la
theoría da lugar a una clase de saber completamente distinto del tékhne, al que Platón y
Aristóteles denominan episteme, ciencia o conocimiento propiamente tal, que es el tipo de saber
que busca o persigue la filosofía. Este estado de ocio desde el que se hace posible la
contemplación del ser y el conocimiento solo es posible para el hombre en la medida en que éste
dispone de libertad (eleuthería) El hombre es libre en tanto que es para sí mismo y no para otro, es
decir, en tanto que dispone plenamente de sí mismo, lo cual solo puede ser alcanzado bajo la
condición de ciudadano, en el seno de la polis (ciudad), porque solo la ciudad es capaz de generar
un espacio público libre de los requerimientos inexcusables de la supervivencia. Solo mediante la
libertad que alcanza el hombre siendo ciudadano le permite llegar a ese privilegiado estado de
des-ocupación que hace posible la contemplación de las cosas en cuanto que son y en lo que son.
Y por esta razón, podemos hacernos un tipo de pregunta como la que se formuló Leibniz, y que
enseguida fue aceptada como la formulación más profunda de la filosofía: ¿Por qué hay algo y no
más bien nada? Sí, hay que estar aburrido para hacerse tal pregunta, hay que liberarse del tiempo
para formularla. Es una pregunta completamente ociosa, en el sentido de que no hay nada
especial que nos empuje a plantearla, ni esperamos ganar nada con ello. Una pregunta semejante
se plantea desde el más completo desinterés. Pues bien, es desde este desinterés radical desde el
que surgen, paradójicamente, unos intereses más elevados: el interés por la verdad, por la justicia
y por la belleza. La filosofía es el descubrimiento de lo muy interesante que es lo desinteresado.
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Las cosas son entes, algo que tiene ser, algo que es.
En este sentido, la filosofía comienza siendo “onto-logía”, saber sobre el ser. Hay un texto del
español José Ortega y Gasset4 (1883-1945) que lo expresa de manera admirable:
Al “desintegrar las cosas de mi vida, como dice Ortega, lo que hago es desempotrarlas de
todo aquello que me hace ser “espartano, ateniense o persa”. Me sitúo, entonces, ante las cosas
de forma completamente desinteresada, para dejar que se muestren tal como son en sí mismas.
Ante las cosas podemos sentir temor o alivio, podemos huir de ellas o utilizarlas para nuestros
fines. Muy distinto es el caso cuando sentimos asombro ante las cosas, como si nos quedáramos
boquiabiertos ante el mero hecho de que estén ahí y sean lo que son, con independencia de
nosotros. Por supuesto, esto no es algo que nos ocurra cuando estamos muy ocupados en esa
particular lucha contra las cosas que es nuestra vida. Para que surja la pregunta por el ser es
necesario situarse ante las cosas ahí donde no hay nada que hacer con ellas, es decir, tomar una
actitud teórica, no natural.
ACTIVIDAD RETO:
41. Toma un objeto que tengas a mano, una acción o una afirmación, y
desintegrarla como si fueras un verdadero filósofo, preguntándote por su ser, por
su esencia.
ACTIVIDAD:
42. Realiza una disertación a favor o en contra de la filosofía. Aquí encontrarás las pautas
para llevarla a cabo.
Bibliografía:
– VV.AA: Filosofía y ciudadanía. Grupo Pandora, Akal, 2011.
– Pedro Fernández Liria: ¿Qué es filosofía? Akal.
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