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La Política para Spinoza.

Estado de naturaleza y estado


civil
Spinoza expone su filosofía política en dos obras: El "Tratado teológico-
político" y el "Tratado político", que son una extensión a la realidad social
de su metafísica y su filosofía ética.
Continúa la tradición moderna de la filosofía política inaugurada por
Maquiavelo, en los siglos XV y XVI, y Hobbes, en el siglo XVII. Dicha
tradición se caracteriza por huir del utopismo moral tanto antiguo como
medieval (como en Platón, Tomás Moro, e incluso Tomasso Campanella),
es decir de la prescripción de las leyes morales y políticas que deben regir
una sociedad ideal exenta de conflictos, para, en cambio, pasar a plantear
la resolución de los conflictos que se dan en las sociedades reales, a partir
de su estudio objetivo.
Se trata por tanto de pasar de un estudio "moral" a un estudio "científico"
de la sociedad humana, percibiendo a estos dos autores, junto a
Maquiavelo, como iniciadores de la política como ciencia, con sus
relaciones humanas, sus leyes, su organización del Estado y su relación
con otros estados, anteriores, en todo caso, a Montesquieu y a Rousseau,
aplaudidos siempre como los padres del Estado moderno, como hoy es
concebido, incluso en el caso de la interpretación de Althusser que
únicamente pone en valor a Montesquieu, tirando por tierra toda la labor
anterior a él, por no ser “científica”.
En efecto, la filosofía política de Spinoza, al igual que la de Hobbes, parte
de la distinción de un "estado de naturaleza" y un "estado civil".
Como expone en la Ética, los seres humanos se esfuerzan por perseverar
en su ser, para ello pueden, o bien guiarse por la razón, o bien por sus
pasiones. Si los seres humanos fuesen capaces de guiarse sólo por la
razón, podrían vivir sin ninguna autoridad exterior en colaboración y paz
los unos con los otros, pero dado el carácter limitado de la naturaleza
humana, los hombres se guían antes por las pasiones que por la razón, y
por consiguiente, en estado de naturaleza, es decir, en ausencia de
autoridad política, tienden a ser enemigos los unos de los otros y por
tanto tienden a su destrucción.
Es por ello, que los seres humanos, de forma tácita o expresa, deben
ceder su poder a una autoridad política, para que ésta, guiada por la
razón, dirija la sociedad. Esta cesión de poder, para ser efectiva, debe ser
absoluta, dado que o es absoluta, o no sería tal, de modo que toda
insubordinación al poder político debe estar prohibida y considerarse un
crimen. De ahí que Spinoza llame a la autoridad política "suprema
potestad".
En consecuencia, en toda sociedad, para que sea libre, la obediencia a la
suprema potestad debe ser absoluta, por lo que sólo puede haber una
autoridad a la que todos los demás poderes deben someterse. De ahí que
no sólo los individuos, sino también las iglesias deben someterse al poder
del Estado.
Aparece así una contradicción: por una parte, los individuos para escapar
a sus pasiones y poder vivir en libertad (o sea, conforme a la razón) deben
ceder su poder, y por tanto su libertad a una potestad suprema, y
obedecerla absolutamente, confiando en que esta "potestad suprema" se
guíe por la razón para que la sociedad pueda vivir en libertad. Por otra
parte, la “potestad suprema” puede dejarse guiar por las pasiones,
esclavizando a sus súbditos.
Se establece una tensión entre la autoridad política y los súbditos, dado
que del mismo modo que si los súbditos no obedecen a la autoridad la
sociedad se destruirá, si la autoridad política no gobierna racionalmente
en favor de sus súbditos, éstos, enfurecidos la acabarán desobedeciendo,
y, o bien destruirán la sociedad, o bien alzarán al poder a otra autoridad
(dado que las masas, comprenden que sólo obedeciendo a una autoridad
pueden vivir en sociedad), que, a su vez podría convertirse en tiránica.
¿Cómo alcanzar el equilibrio entre una obediencia absoluta y un gobierno
racional?
Mediante la garantía de la libertad de conciencia y expresión. Así, para
que un estado dure en el tiempo, debe, por una parte asegurar la
obediencia de sus súbditos, y, al mismo tiempo, permitir que éstos
piensen por sí mismos y se expresen con libertad, obteniendo la libertad
propia a través de la razón al igual que los gobernantes que, al fin y al
cabo, deben ser elegidos democráticamente por los mismos hombres
libres que quieren ser gobernados en libertad.
"Los hombres son, por lo general, de tal índole, que nada soportan con
menos paciencia, que el que se tenga por un crimen opiniones que ellos
creen verdaderas, y que se atribuya como maldad lo que a ellos les mueve
a la piedad con Dios y con los hombres. De ahí que detesten las leyes y se
atrevan a todo contra los magistrados, y que no les parezca vergonzoso,
sino muy digno, incitar a la sedición y planear cualquier fechoría. Dado,
pues, que la naturaleza humana está así constituida, se sigue que las leyes
que se dictan no para reprimir a los malintencionados, sino más bien para
irritar a los hombres de bien, no pueden ser defendidas sin gran peligro
para el Estado" (Tratado teológico-político)
Es decir, que para que se preserve la paz, debe haber una reciprocidad de
intereses entre los ciudadanos y la autoridad política (principio de utilidad
que nos hace retroceder a las tesis de Maquiavelo sobre el buen
gobernante).
Los hombres sólo pueden ser libres, es decir guiados por la razón en el
seno de un estado, es decir, sometidos a una autoridad política. Por otra
parte, la autoridad política sólo puede persistir si se guía por la razón y no
contradice los intereses de la mayoría, para lo cual, debe garantizarles la
libertad de expresión de su propio pensamiento. Es así que del mismo
modo que los seres humanos solo pueden ser libres como ciudadanos en
el seno de un estado, la autoridad de éste sólo puede persistir si asegura
la libertad de sus súbditos.
Esa es para Spinoza, la esencia del pacto social: los seres humanos se
convierten en súbditos de una autoridad al cederle su poder, pero ésta, a
cambio, les trata como ciudadanos al concederles libertad de expresión.
Por tanto, todas las formas de gobierno tenderán, en la medida que se
estabilicen, hacia la democracia, es decir, a que la suprema potestad sea
una asamblea cuyos integrantes hayan sido elegidos, dado que la
asamblea, al ser un órgano colectivo responsable ante sus electores, es,
en cuanto suprema potestad, menos proclive a dejarse guiar por sus
pasiones.
Y, en palabras del propio filósofo holandés, podemos afirmar que "tales
absurdos son menos de temer en un Estado democrático, donde es casi
imposible, en efecto, que la mayor parte de la asamblea, si ésta es
numerosa, se ponga de acuerdo en un absurdo. Lo impide, además, su
mismo fundamento y su fin, el cual no es otro que evitar los absurdos del
apetito y mantener a los hombres, en la medida de lo posible, dentro de
los límites de la razón, a fin de que vivan en paz y concordia" (Tratado
teológico-político).
La diferencia esencial entre la teoría política de Hobbes y la de Spinoza
reside en que en el primero existe una “ruptura” entre el estado de
naturaleza y el estado civil, mientras que en el segundo, existe una
continuidad, puesto que el estado civil sería una consecuencia de un
estado de naturaleza más perfeccionado. Si la esencia de todo ser humano
es perseverar en su ser, y para ello necesita de la colaboración consciente
de otros seres humanos, el estado civil y su institución en el Estado, no
sería más que un estado de naturaleza llevado a una mayor perfección,
tanto mayor cuanto mejor se configure el Estado para preservar la paz y la
seguridad de sus ciudadanos, donde volvemos a encontrar esos conceptos
de Maquiavelo sobre paz y seguridad dentro del Estado.
En el Tratado Teológico-Político, Spinoza recorre la historia bíblica del
pueblo hebreo a su salida de Egipto, dirigido por Moisés, como ejemplo
paradigmático, de pueblo que se constituye en estado. Así, cuando los
hebreos salen de Egipto, liberados por Moisés, se encuentran como
"pueblo sin estado", que debe "partir de cero", para constituirse como
estado.
Los hebreos, ante la necesidad de constituir una suprema potestad,
deciden transferir su poder a Dios, y constituirse en una teocracia. Ahora
bien, el lugar de Dios debe ser ocupado por una autoridad humana, que
en primer lugar representa el profeta Moisés, el líder que los liberó de
Egipto.
Una vez que Moisés muere, su lugar debe ser ocupado por un monarca
que "represente la voluntad de Dios". Sin embargo, si bien Moisés
detentaba la autoridad divina de forma "natural" (puesto que es él quien
recibe las Tablas de la Ley), toda autoridad posterior, debe contar con
algún mecanismo "psicológico" para asegurarse la obediencia de los
súbditos. Dicho mecanismo, es, obviamente, la religión judía.
La religión judía, juega para los hebreos un doble papel político: el de dar
cohesión al colectivo al reconocerse cada individuo como perteneciente a
un colectivo obediente a una fe y a unas leyes heredadas del profeta
Moisés; y por otra parte como representación "imaginaria" de la autoridad
política efectiva.
De esa manera, la religión judía aparece como una "ideología nacional",
una representación "imaginaria" de la unidad de la nación judía, y como
tal, una justificación de la obediencia a la autoridad que, de forma efectiva
constituye el estado. De este modo, se dan dos realidades paralelas: por
una parte, la "realidad" de la obediencia de los súbditos a un soberano, y
por otra parte la "representación imaginaria" de esa realidad, ya que, los
súbditos obedecen al soberano al "representarse imaginariamente" la
obediencia a éste como la obediencia a Dios.
Así, Spinoza muestra como la religión revelada no es una verdad histórica,
y los milagros y los relatos de los profetas no son realidades
sobrenaturales causadas por Dios (si Dios y la Naturaleza son lo mismo,
Dios no puede actuar contra las leyes de la Naturaleza, que es él mismo)
sino una mitología que se presentó al pueblo hebreo de forma fantástica
por la imaginación de los profetas como una manera sencilla de que
comprendieran verdades universales, como la necesidad de obedecer las
leyes que constituyen el estado, y la de que la verdadera religión consiste
en la práctica de la caridad y la justicia.

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