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Los picapedreros

C harles Péguy contó la historia de un hombre que se dirigía a pie a Chartres, en la Edad Media,
y se encontró en su camino a un hombre que desempeñaba el más duro de los oficios:
picapedrero.
—Vivo como un perro —le dijo el hombre—. Expuesto a la lluvia, al viento, a la helada, al sol,
hago un trabajo penoso por cuatro cuartos. Mi vida es nula. No merece el nombre de vida.
Un poco más lejos, el mismo hombre se encontró con otro picapedrero que tenía una actitud
muy diferente.
—Es un trabajo duro —le dijo—, es verdad, pero al menos es un trabajo. Me permite alimentar a
mi mujer y a mis hijos. Además, estoy al aire libre, veo pasar a la gente, no me quejo. Hay situaciones
peores que la mía.

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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El sueño del dragón

U na historia de sueños clásica, que se cuenta desde hace mucho, sobre todo en China y Corea,
habla de un hombre que duerme y que sueña. Sueña con un dragón terrible, espantoso,
que, muy amenazador, abre sus fauces en llamas y brama. El hombre, enloquecido, le pregunta:
—Pero ¿qué va a pasar? Estoy aterrado, ¿me vas a devorar?
—¿Qué quieres que te diga? —le responde el dragón—. ¡Es tu sueño!
Se encuentra la misma estructura en la historia, esta vez europea, de una mujer que en su sueño
se adentra sola por una calle poco iluminada. Un hombre surge de la oscuridad, la sigue, la aborda,
tiende la mano como para tocarla, como para cogerla por la cintura.
—Señor —grita ella—, ¿qué está haciendo? ¡Pare inmediatamente o llamo a un guardia!
—Señora —le dice entonces el hombre con voz ahogada—, no olvide que es usted quien está
soñando.

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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La oración adecuada

E n una mezquita, un imán, en un arrebato de elocuencia sagrada durante el rezo del viernes
gritó:
—¡Oh, Alá, dueño del mundo! ¡Concédeme la fe! ¡Dame la fuerza, la misericordia y la humildad!
¡Serena mi alma! ¡Dame amor por la justicia! Concédeme el sentido del perdón y la generosidad con
los pobres!
Nasrudin, que se hallaba presente, se levantó bruscamente y se puso a gritar:
—¡Oh, Alá, dueño del mundo! ¡Dame una docena de jarras llenas de oro! ¡Dame una casa grande
y fresca, con jardín y estanque! ¡Dame cuatro mujeres seductoras que sepan hacerme feliz!
El imán trató de hacerle callar, le llamó descreído, blasfemo y sacrílego, y quiso que lo expulsaran
de la mezquita.
—Pero ¿por qué? —preguntó Nasrudin—. He hecho exactamente lo que hace el imán.
—¿Qué quieres decir?
—Pues eso, ¡que cada uno pide lo que no tiene!

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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El amor del río

C uando Narciso murió, contó Oscar Wilde, todas las flores de la orilla del agua se entristecieron
y pidieron al río unas gotas de agua para llorar.
—¡Ay! —dijo el río—, aunque todas mis gotas de agua fueran lágrimas, no tendría suficientes
para llorar la muerte de Narciso. Porque yo le amaba.
—¿Cómo no amarle? —dijeron entonces las flores—. ¡Era tan guapo!
—¿Era guapo? —preguntó el río.
—¿Y quién iba a saberlo mejor que tú? —le dijeron las flores—. Todos los días se inclinaba sobre
el río y contemplaba su belleza en tus aguas.
—Pero no era por eso por lo que yo le amaba —dijo el río.
—Entonces ¿por qué?
—Porque, cuando se inclinaba, yo podía ver la belleza de mis aguas en sus ojos.

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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El tercer deseo

J orge Luis Borges, en un prólogo a las Novelas ejemplares de Cervantes aparecido en 1946,
recuerda un fragmento de Las mil y una noches. En él, el rey Suleimán (Salomón) aprisiona a
un genio dentro de una vasija de cobre y lo arroja al fondo del mar.
El genio jura hacer rico a quien lo libere. Pasan cien años. El genio jura que convertirá a su
liberador en dueño y señor de todos los tesoros del mundo. Nada sucede en los cien años siguientes.
El genio jura entonces que cumplirá tres deseos, cualesquiera que sean, formulados por quien
lo libere. Nada. Pasan los siglos.
El genio hace entonces juramento de matar a quien le devuelva la libertad.
Borges consideraba que esta historia presentaba un «hallazgo psicológico, verosímil y
sorprendente al mismo tiempo».

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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El secreto del placer

U n hombre aquejado de un eccema pertinaz fue a ver a un dermatólogo famoso, que le


examinó y le dijo:
—Ya veo lo que es y se lo voy a quitar. Verá, va a aplicarse esta pomada dos veces al día y pronto
estará curado.
—¿Seguro?
—Sí, sí, seguro. En una semana habrá desaparecido su eccema.
El paciente cogió la receta, la dobló, la metió en su bolsillo. Como al retirarse parecía descontento,
el especialista preguntó:
—¿Ha algo que no va bien?
—No —dijo el hombre—. Todo va bien.
—No, no, dígame, me doy cuenta de que hay algo que no le gusta.
—Es que —dijo el paciente—, ¿dónde encontraré ahora el placer que me daba rascarme?

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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La centésima noche

E sto sucedió en China hace mucho tiempo.


Un rico mandarín se enamoró perdidamente de una cortesana. Solicitó con ardiente
insistencia sus favores y ella le dijo:
—Me entregaré a ti cuando hayas pasado cien noches en mi jardín, esperándome en un taburete
bajo mi ventana.
El mandarín, que conocía el carácter difícil de la mujer, aceptó y se sentó, noche tras noche, en
un taburete al pie de las ventanas de la dama, quien, por su parte, se entregaba a la vida alegre. Le
llegaban los ecos.
El hombre hizo lo mismo durante noventa y nueve noches. Por la mañana se levantó, cogió su
taburete y se fue para no volver jamás.

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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El buen alumno

A final de curso, en la escuela coránica, el maestro hace el último examen. Le pregunta


a un alumno:
—Te doy a elegir: dos preguntas fáciles o una difícil.
—Me quedo con la difícil —dice el alumno.
—Muy bien. En ese caso, respóndeme: ¿cómo nació el primer hombre?
—Nació del vientre de su madre —contesta el alumno.
—Admitámoslo. ¿Y cómo nació su madre?
—¡Ah! —dice el alumno—. Esa es una segunda pregunta.

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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Las preguntas útiles

N
piedra?
asrudin Hodja tenía un hijo que, curioso por naturaleza, le preguntó un día:
—¿Cómo es posible que la madera flote en el agua en lugar de hundirse como una

Nasrudin se quedó un rato pensativo antes de responder con sinceridad:


—Hijo, no lo sé.
—¿Y cómo consiguen respirar los peces bajo el agua?
—No tengo la menor idea —respondió Nasrudin tras otra larga reflexión.
—¿Y las mareas? ¿A qué se deben? ¿Cómo es posible que el mar avance y retroceda?
—No lo sé, hijo mío.
—Pero no te molesta que te haga todas esas preguntas, ¿verdad, papá?
—¡En absoluto! ¡Si no hicieras preguntas, nunca aprenderías nada!

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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El otro perro

U n hombre estaba tranquilamente sentado en su jardín público sujetando la correa de un


perro que dormitaba a sus pies.
Una dama se acercó, se sentó a su lado, miró un instante al perro y preguntó al hombre:
—¿Es cariñoso su perro?
—Es muy cariñoso —respondió el hombre.
La mujer alargó su mano hacia el perro, entonces éste se incorporó bruscamente y la mordió
con ferocidad.
—Pero ¿qué me había dicho usted? —preguntó la mujer, furiosa y ensangrentada—. ¡Me había
dicho que su perro era cariñoso!
—El mío sí. Pero éste es el perro de mi hermana.

Tomado de: Carriére, Jean-Claude, El segundo círculo de los mentirosos, Lumen, Barcelona, 2008.

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