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El bordado de Dios

Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de


ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba
bordando. Siendo yo pequeño, observaba el trabajo de mi mamá desde abajo, por
eso siempre me quejaba diciéndole que solo veía hilos feos. Ella me sonreía,
miraba hacia abajo y gentilmente me decía: “Hijo, ve afuera a jugar un rato y
cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo
desde arriba”. Me preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros
y porqué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Más tarde
escuchaba la voz de mamá diciéndome: “Hijo, ven y siéntate en mi regazo.” Yo lo
hacía de inmediato y me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello
atardecer en el bordado. No podía creerlo; desde abajo solo veía hilos enredados.
Entonces mi mamá me decía: “Hijo mío, desde abajo se veía confuso y
desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía un
hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, que bello. ”

Muchas veces a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho: “Padre, ¿qué
estás haciendo?”. Él responde: “Estoy bordando tu vida.” Entonces yo le replicó:
“Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿por qué
no son más brillantes?” El Padre parecía decirme: “Mi niño, ocúpate de tu trabajo
confiando en Mi y un día te traeré al cielo y te pondré sobre mi regazo y verás el
plan desde mi posición. Entonces entenderás…”

La vida que sostienes está en tus manos

Un grupo de chicos conocían a un hombre sabio de su pueblo y urdieron un plan


para engañarle. Atraparían a un pájaro vivo e irían a visitar al hombre sabio. Uno
de ellos sostendría el pájaro detrás de la espalda y le preguntaría: “Hombre sabio,
¿el pájaro está vivo o muerto?”.

Si el hombre sabio respondía que estaba vivo, el chico aplastaría rápidamente al


pájaro y diría: “No, está muerto”. Si el hombre sabio decía: “El pájaro está muerto”,
el chico le
enseñaría el pájaro con vida.

Los chicos consiguieron que el hombre sabio los recibiera, el que sostenía al
pájaro le preguntó: “Hombre sabio, ¿el pájaro está vivo o muerto?”
El hombre sabio permaneció en silencio durante unos instantes. Después se
agachó hasta que quedó a la misma altura que el chico y le dijo: “La vida que
sostienes está en tus manos”.

El Obstáculo en el Camino

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Se
escondió y miró para ver si alguien quitaba la tremenda piedra. Algunos pasaron
simplemente dando una vuelta. Muchos culparon al rey por no mantener los
caminos despejados, pero ninguno hizo nada para sacar la piedra del camino.

Un campesino, que pasaba por allí con una carga de verduras, la vio. Al
aproximarse a ella, puso su carga en el piso y trato de mover la roca a un lado del
camino. Después de empujar y fatigarse mucho, con gran esfuerzo, lo logró.
Mientras recogía su carga de vegetales, vio una bolsa en el suelo, justo donde
había estado la roca.

La bolsa contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey diciendo que
el oro era la recompensa para la persona que removiera la piedra del camino.

El campesino aprendió ese día que cada obstáculo puede estar disfrazando una
oportunidad.

Compartiendo la luz

​Hu-Song, filósofo de Oriente, contó a sus discípulos la siguiente historia:

“… Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna
donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender
una pequeña tea. Pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver
nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que
cada uno de los demás prendieran su propia tea y así compartiendo la llama con
todos la caverna se iluminó”.

Uno de los discípulos preguntó a Hu-Song: ¿Qué nos enseña, maestro, este
relato?
Y Hu-Song contestó: Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la
compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la
desvanece, sino que por el contrario la hace crecer.

El sembrador de dátiles

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba
el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus


camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

-Que tal anciano? La paz sea contigo.

– Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.

-¿Qué haces aqui, con esta temperatura, y esa pala en las manos?

-Siembro -contestó el viejo.

-Qué siembras aqui, Eliahu?

-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.

-¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor
estupidez.

-El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. ven, deja esa tarea y vamos a la
tienda a beber una copa de licor.

– No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…

-Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?

-No sé… sesenta, setenta, ochenta, no sé.. lo he olvidado… pero eso, ¿qué
importa?

-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién
después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy
deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes
que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y
ven conmigo.

-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con
probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los
dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale
la pena terminar mi tarea.

-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de
monedas esta enseñanza que hoy me diste – y diciendo esto, Hakim le puso en la
mano al viejo una bolsa de cuero.

-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me


pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin
embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de
monedas y la gratitud de un amigo.

​El proceso de la búsqueda

Al final del campo donde vivía Hu-Song había un barranco. Para pasar al otro
lado, en el que había un hermoso prado y una fuente de aguas claras, la gente
debía bajar trabajosamente para subir luego una pendiente muy empinada. Todos
los días Hu-Song tomaba unos guijarros y los lanzaba al fondo del barranco.

-¿Para qué haces eso, maestro? -le preguntó uno de sus discípulos-. Y respondió
Hu-Song: -Es mi aporte para reducir el abismo que nos separa de lo que
deseamos. Si todos hacemos lo mismo, si nuestros hijos y nietos también lo
hacen, alguna vez el barranco quedará cubierto y los hombres podrán disfrutar sin
fatigas de lo que ahora nosotros debemos sufrir para gozar. Mis guijarros son
pequeños ya que no puedo cargar los grandes, pero gracias a ellos la fuente y el
prado están cada día más cerca”.

​Posición de responsabilidad

Cuando el enorme bosque comenzó a incendiarse, cada animal asustado, se


lanzó a correr…

La mayor parte dejó las llamas atrás y cruzó a la otra orilla del río, salvando su
vida. Desde allí veían como todo desaparecía bajo el fuego…

De pronto uno de ellos vio que un pequeño picaflor hacía algo extraño. Con su
pequeño pico tomaba agua del río, volaba hasta el incendio y dejaba caer gotitas
de agua sobre las llamas.
Los animales, al verlo comenzaron a reírse; y le preguntaron si no se sentía
ridículo haciendo eso…

El picaflor los miró y les contestó: yo, simplemente, estoy haciendo mi parte.

Al entender su actitud cada animal comenzó a juntar agua del río y llevarla de
alguna manera hacia el incendio hasta apagarlo.

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