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Las cuatro libertades de RooseveltNinguna

ONG acusa a ningún gobierno por el hambre de sus ciudadanos.

PASCUAL SERRANO 26/10/2015
 
El 6 de enero de 1941, el entonces presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt se
dirigió al Congreso en su discurso del Estado de la Unión. Aquella intervención se conoce como
Discurso de las Cuatro Libertades (Four Freedoms Speech) porque Roosevelt sintetizó en
“cuatro libertades humanas esenciales” los objetivos de Estados Unidos para el mundo de
posguerra: la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de vivir sin penuria y la
libertad de vivir sin miedo (freedom of speech, freedom of religion, fredom from want and
freedom from fear). Incluso Jimmy Carter, durante su presidencia, citaba entre los “derechos
humanos fundamentales” la “prohibición del sufrimiento causado por una asistencia sanitaria
inadecuada”. De las dos últimas libertades de Roosevelt, que ahora nos parecen tan lejanas, me
quisiera ocupar. 

Es evidente que el campo socialista ponía el acento en esos derechos sociales, incluso en
detrimento de libertades públicas como las de asociación, movimiento o expresión. La caída del
bloque del Este supuso una victoria ideológica tal de los sectores neoliberales económicos que
borraron de nuestra cosmovisión los derechos sociales hasta el punto de que hoy la libertad de
vivir sin penuria parece un desiderátum de otro mundo. Y por supuesto no de un país de
economía capitalista como es Estados Unidos. Esta victoria ideológica se ha impuesto también
en las ONG's de desarrollo y de derechos humanos. Hoy ninguna acusa a ningún gobierno por
el hambre de sus ciudadanos, el desahucio de familias de sus viviendas, la falta de un trabajo
para sobrevivir o una inadecuada asistencia sanitaria. Todas ellas violaciones de “la libertad de
vivir sin penuria”, una de las libertades humanas esenciales para la presidencia de Estados
Unidos hace 75 años. Abducidas por el modelo neoliberal que prioriza las libertades e ignora
los derechos sociales, nuestras ONG's denunciarán que un gobierno clausure una organización
de vecinos pero ignorará que esos mismos vecinos no tengan trabajo, ingresos para comer o un
techo donde guarecerse. Nuestras ONG's acusan a gobiernos porque no autorizan a una
empresa extranjera para poner en marcha un periódico, pero no les acusarán de mantener en el
analfabetismo al 60% de la población, lo que impediría que ese porcentaje pueda leer los
periódicos. El informe anual de una organización de derechos humanos recogerá la denuncia a
un gobierno africano por prohibir una manifestación pero no acusará al gobierno en ese mismo
informe por la muerte de hambre de miles de personas.

En cuanto a “la libertad de vivir sin miedo”, a los ciudadanos de países occidentales y bien
armados nos sugiere el miedo a un atentado, pero el filósofo italiano Doménico Losurdo señala
que sería bueno pensar en esos otros países débiles que, independiente de que nos guste o no
su gobierno, sus ciudadanos temen constantemente por su seguridad a causa del despliegue
amenazador en sus fronteras o la presencia a poca distancia de ellos de un poderoso dispositivo
militar. Es el caso de Cuba. Esa amenaza de agresión constante impide dedicar todos los
recursos materiales necesarios a la realización de los derechos sociales y económicos. Pero
también se resienten los derechos civiles y políticos. No tanto porque forme parte del modelo
socialista elegido, sino porque viven en un estado constante de alerta y acoso. ¿Acaso no se
limitan gravemente esos derechos en los países más democráticos cuando su seguridad
nacional está en peligro?

Pues bien, esta “libertad de vivir sin miedo” también ha sido olvidada por ONG's y
organizaciones de derechos humanos. En los juicios de Nuremberg se condenó a muerte a
muchos mandos nazis por haber desencadenado una guerra, violando el derecho humano a la
“libertad de vivir sin miedo”. Hoy es Estados Unidos el país que más pone en cuestión esa
libertad en la medida en que tiene instaladas bases militares por todo el mundo y se reserva el
derecho de atacar cualquier país. Sin embargo a ninguna organización se le ocurre acusarle de
violar las principales libertades planteadas por Franklin D. Roosevelt, trigésimo segundo
presidente de los Estados Unidos de América.

Cuatro libertades para


la humanidad

29 MiércolesOCT 2014

Carta Fundacional de las Naciones Unidas, Declaración Universal de los Derechos Humanos, Franklin D.


Roosevelt, Las Cuatro Libertades, libertad de expresión, Libertad del temor, Libertad frente a la
miseria, Libertad religiosa, Norman Rockwell

El día 6 de enero de 1941, el entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D.


Roosevelt, pronunció en el Congreso el Discurso sobre el Estado de la Unión conocido
como el “Discurso de las Cuatro Libertades” (Four Freedoms Speech), en el que
proponía como objetivo cuatro libertades fundamentales que todas las personas “en
cualquier lugar del mundo” deberían disfrutar. La esencia de esas “cuatro libertades”
tuvo una profunda influencia en la redacción de la Carta Fundacional de las Naciones
Unidas aprobada el 26 de junio de 1945 y, de modo muy explícito, en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos.
El pintor e ilustrador Norman Rockwell supo muy bien expresar esas cuatro libertades
en escenas idealizadas de la vida cotidiana norteamericana. Sin embargo, qué gran
bendición sería si todas y cada una de las personas de este mundo pudiera disfrutar
plenamente de esas libertades. Este fue discurso de Roosevelt, ilustrado ahora por las
bellas ilustraciones de Norman Rockwell:

“En los días futuros, que tratamos de hacer seguros, anhelamos un mundo fundado en
las cuatro libertades humanas esenciales:
“La primera es la libertad de palabra y expresión, en cualquier lugar del mundo.
“La segunda es la libertad de cada persona para adorar a Dios a su propio
modo, en cualquier lugar del mundo.

“La tercera es la libertad frente a la miseria, que, traducida en términos mundiales,


significa acuerdos económicos que aseguren a cada nación una vida saludable y en paz
para todos sus habitantes, en cualquier lugar del mundo.

“La cuarta es la libertad frente al miedo, que, traducida en términos mundiales,


significa una reducción a escala mundial del armamento hasta tal punto y de manera
tan profunda que ninguna nación esté en situación de cometer un acto de agresión
física contra ningún vecino, en cualquier lugar del mundo.

 
“Esta no es la visión de un milenio lejano. Es una base concreta para una clase de
mundo alcanzable en nuestro propio tiempo y en nuestra generación. Esa clase de
mundo es justamente la antítesis del llamado “Orden Nuevo” de tiranía que los
dictadores procuran crear con el estrépito de una bomba. […] El orden mundial que
buscamos es la cooperación entre países libres, trabajando juntos en una sociedad
civilizada y amistosa.
“Esta nación ha colocado su destino en las manos, las mentes y los corazones de
millones de hombres y mujeres libres, y en su fe en la libertad bajo la guía de Dios. La
libertad significa la supremacía de los derechos humanos en todo el mundo. Nuestro
apoyo se dirige a aquellos que luchan por lograr esos derechos o por mantenerlos.
Nuestra fuerza es nuestra unidad de propósito.
“Para tan alto designio no puede haber otro final, salvo la victoria”.
– Franklin D. Roosevelt, 6 de enero de 1941.

«Discurso de las cuatro libertades»


pronunciado por Franklin D. Roosevelt el 6
de enero de 1941

«Me dirijo al Congreso en un momento sin precedentes en la historia de


los Estados Unidos. Empleo estas palabras porque en ningún otro
momento la seguridad de los Estados Unidos se ha visto tan amenazada
desde el exterior como en el actual.
Las luchas napoleónicas y la Gran Guerra no llegaron a representar más
que una pequeña amenaza para el porvenir de América. Sin embargo, en
la actualidad un país aspira a colocarse por encima de todos los demás.
El pueblo norteamericano se ha opuesto siempre a esto, pero la
seguridad futura de nuestra nación y de nuestra democracia están
implicadas de manera ineludible en los acontecimientos que se
desarrollan a gran distancia de nuestras fronteras. La defensa armada de
la existencia democrática se está efectuando ahora valientemente en
cuatro continentes. Si esta defensa fracasa. toda la población y todos los
recursos de Europa, Asia, África y Australia serán dominados por los
conquistadores.
Se ha discutido mucho acerca de la. imposibilidad de una invasión
directa a través de los mares. Evidentemente, mientras la Marina
británica conserve su potencia ningún peligro de esa clase existe; incluso
si la Marina británica no existiera, es poco probable que el enemigo sea
el que fuere, fuera lo suficientemente estúpido para atacarnos
desembarcando en los Estados Unidos a través de miles de millas de
océano antes de haber obtenido bases estratégicas desde las cuales
pudiera operar.
La primera fase de la invasión en el hemisferio americano sería la
ocupación por agentes secretos y sus cómplices inocentes (y gran
número de ellos se encuentran ya aquí y en América Latina) de los
puntos estratégicos necesarios. Mientras los países agresores conserven
la ofensiva, serán ellos y no nosotros los que escogerán la hora, el lugar
y el método de su ataque. Por este motivo el porvenir de todas las
repúblicas americanas está hoy en un serio peligro. Tengo la convicción
de que la justicia y la moralidad terminarán por vencer.
Mi política se resume en tres conceptos. Primero: Como consecuencia de
la expresión de la voluntad pública, sin distinción de partidos, los Estados
Unidos han afrontado la tarea de llevar a cabo un programa comprensivo
de Defensa Nacional. Segundo: Como consecuencia de la misma
expresión de la opinión pública, los Estados Unidos se han
comprometido a apoyar íntegramente a todos aquellos pueblos resueltos
que en cualquier parte resisten a la agresión y la mantienen así alejada
de este hemisferio. Tercero: Por los mismos, motivos anteriormente
enumerados, los Estados Unidos se han comprometido a mantener la
idea que los principios de moralidad y las consideraciones de su propia
seguridad no les permitirán jamás consentir en una paz dictada por los
agresores bajo la égida de los partidarios de la pacificación.
Para recuperar el retraso en el programa de entrega de aviones
terminados se trabaja noche y día. Se activa al mismo tiempo la
construcción de barcos de guerra y se van a pedir nuevos créditos a fin
de intensificar la fabricación de municiones y de material suplementario
que ha de ser entregado a las naciones en lucha con los países
agresores.
Nuestra labor más útil es la de actuar en calidad de arsenal para ellos al
mismo tiempo que para nosotros. Estas naciones no tienen necesidad de
recursos humanos, pero sí necesitan miles de millones de dólares de
armas de defensa. Se acerca el momento en qué no podrán ya pagarlas
en especies contantes y sonantes. No podemos y no queremos decirles
que han de capitular a causa de su incapacidad actual para pagar las
armas que sabemos les son necesarias. No recomiendo que les
hagamos un empréstito en dólares para pagar esas armas, empréstito
que habría de ser reembolsado en dólares. Recomiendo que facilitemos
a esas .naciones el seguir obteniendo materiales de guerra en los
Estados Unidos ajustando sus encargos a nuestro propio programa. Casi
todo su material sería útil para nuestra propia defensa en caso necesario.
Por esto lo enviamos al extranjero, que nos devolverá, dentro de un plazo
razonable después del fin de las hostilidades, materiales semejantes u
otras mercancías, según nuestra preferencia.
Digamos a las democracias: “Nosotros, americanos, estamos totalmente
en vuestra defensa de la. Libertad. Os prestamos nuestras energías,
recursos y potencia de organización con el fin de daros la fuerza de
volver a ganar la guerra y mantener la libertad del mundo. Os enviaremos
en cantidades cada vez mayores barcos, aviones, carros de combate y
cañones. Éste es nuestro objetivo y nuestra promesa. En el cumplimiento
de este fin no nos dejaremos intimidar por las amenazas de los
dictadores, que consideran como una infracción al Derecho internacional
y como un acto de guerra nuestra ayuda a las democracias que se
atreven a resistir a su agresión. Esta ayuda no es un acto de guerra
aunque un dictador proclame unilateralmente que lo es. Cuando los
dictadores estén dispuestos a hacernos la guerra no esperarán a que
realicemos por nuestra parte un acto de guerra. No esperaron a que
Noruega, Bélgica y los Países Bajos cometieran un acto de guerra. Sólo
se interesan por el Derecho internacional en un sentido único y no
recíproco en su observación y que, por lo tanto, se convierte en un acto
de opresión.
En los días futuros, que pretendemos hacer seguros, esperamos ver un
mundo fundamentado en cuatro libertades humanas esenciales.
La primera es la libertad de discurso y expresión – en cualquier sitio del
mundo.
La segunda es la libertad de cualquier persona para adorar a Dios a su
propio modo – en cualquier sitio del mundo.
La tercera es la libertad de querer – que, traducido en términos
mundanos, significa llegar a acuerdos económicos que aseguren a toda
nación una vida en paz y con salud para sus habitantes – en cualquier
sitio del mundo.
El cuarto es la libertad de miedo- que, traducido en términos mundanos,
significa una reducción a nivel mundial de los armamentos hasta un
punto y de una manera tan concienzuda que ninguna nación estará en
situación de cometer ningún acto de agresión física contra ningún vecino
– en cualquier sitio del mundo.
Esto no es la visión de un milenio distante. Es una base definitiva para un
mundo posible en nuestro propio tiempo y generación. Ese tipo de
mundo es la antítesis del denominado nuevo orden de tiranía que los
dictadores pretenden crear a golpe de bombas.
A ese nuevo orden oponemos una mayor concepción — el orden moral.
Una buena sociedad es capaz de afrontar esquemas de dominación
mundial y revoluciones extranjeras sin miedo.
Desde el comienzo de nuestra historia americana hemos estado
implicados en el cambio a lo largo de una revolución perpetua, pacífica,
una revolución que sigue adelante sin parar, con tranquilidad,
ajustándose a las condiciones cambiantes sin el campo de concentración
o cal viva en la fosa. El orden mundial que queremos es la cooperación
de países libres, trabajando juntos en una sociedad civilizada y amistosa.
Esta nación ha puesto su destino en las manos y las mentes y los
corazones de sus millones de hombres y mujeres libres, y su fe en la
libertad bajo la guía de Dios. La libertad implica la supremacía de los
derechos humanos en todos lados. Nuestro apoyo es para aquellos que
luchan para obtener esos derechos y mantenerlos. Nuestra fuerza es
nuestra unidad de propósito.
A ese gran concepto no le puede seguir otro final que no sea la victoria».
Franklin Delano Roosevelt no fue un presidente más en los Estados
Unidos. Tampoco fue sólo el presidente que sacó a la potencia del
norte de la peor crisis económica de su historia, luego del crack
bursatil de 1929. FDR fue también el único presidente
norteamericano en conseguir cuatro mandatos presidenciales (y
seguidos), fue quien dirigió al país durante la Segunda Guerra
Mundial y quien llevó a la economía nacional por rumbos entonces
inexplorados: el keynesianismo..

Nacido el 30 de enero de 1882, en el Condado de Dutchess, en


Nueva York, Roosevelt se crió en el seno de una familia
acomodada, gracias a la fortuna hecha por su padre, James
Roosevelt, miembro de la “landed gentry”, la clase tradicional de
ricos propietarios de tierras. Claro que su madre, Sara Ann Delano,
también pertenecía a una familia acomodada y tuvo una mayor
presencia en la educación de Franklin. Gracias a su situación
privilegiada, FDR tuvo la posibilidad de practicar deportes como la
caza o la equitación y viajar por el mundo y aprender idiomas. En la
primera década del nuevo siglo, se graduó en artes y moda en
Harvard y luego llegó hasta el final de la carrera de abogado en
Columbia. Entretanto, se casó con Eleanor Roosevelt, sobrina del
entonces presidente Theodore Roosevelt, quien también era un
pariente no muy lejano. Los Roosevelt tendrían seis hijos, de los
cuales cinco llegarían a viejos.
Pero a diferencia del resto de sus familiares, de tradición
republicana, como el ex presidente Theodore, los Roosevelt de
Hyde Park, como se conocía al grupo de FDR, eran demócratas. En
1910, el joven Franklin logró ser electo senador estadual de Nueva
York. Dirigía entonces un grupo reformista que le permitió
destacarse y ser llamado a ocupar la Secretaría de Marina, en 1912,
de la mano del presidente demócrata Woodrow Wilson. Desde allí,
dirigió las operaciones de Marina en América Central y el Caribe y
las de la Primera Guerra Mundial, en tanto no lograba acceder al
Senado nacional y era duramente derrotado como vicepresidente
demócrata en las elecciones nacionales de 1920.

Luego de algunos años ocupado en arreglar los desengaños


amorosos en que incurría y luego paralizado por un ataque de
poliomelitis, FDR logró triunfar en las elecciones estaduales y se
convirtió en gobernador de Nueva York para el período 1929-1932,
luego de triunfar por 25 mil votos, en las más reñidas elecciones de
la historia del estado. Finalmente, una buena gestión y el
hundimiento de la administración nacional republicana en la crisis de
1929, le dieron el espaldarazo necesario para alcanzar la
presidencia de la nación en 1933.
Los primeros años de gobierno fueron de grandes cambios. En
pleno período de entreguerras, FDR se concentró en delinear lo que
se conoció como el New Deal, un ambicioso plan de intervención del
Estado en la reconstrucción de la economía nacional, buscando
reorganizar el capitalismo, estabilizar el sistema y contener las
numerosas rebeliones que surgían al calor de la crisis. Los
importantes resultados, aunque la disputa contra los monopolios no
fuera del todo exitosa, le dieron a FDR una gran legitimidad y
reconocimiento de la población, que lo eligió sucesivamente en
1936, 1940 y 1944.

El 12 de abril de 1945, a los 63 años y h

“En los días futuros, que tratamos de hacer seguros,


anhelamos un mundo fundado en las cuatro libertades
humanas esenciales: La primera es la libertad de palabra y
expresión, en cualquier lugar del mundo. La segunda es la libertad
de cada persona para adorar a dios a su propio modo, en cualquier
lugar del mundo. La tercera es la libertad frente a la miseria, que,
traducida en términos mundiales, significa acuerdos económicos
que aseguren a cada nación una vida saludable y en paz para todos
sus habitantes, en cualquier lugar del mundo. La cuarta es la
libertad frente al miedo, que, traducida en términos mundiales,
significa una reducción a escala mundial del armamento hasta
tal punto y de manera tan profunda que ninguna nación esté en
situación de cometer un acto de agresión física contra ningún
vecino, en cualquier lugar del mundo.”

El 'Acuerdo europeo de las cuatro libertades'


Desde su mismo origen, la consolidación de un verdadero mercado común es
uno de los elementos fundamentales del proceso de integración europea. Para
lograr esa unidad de mercado, clave de una Europa Unida, el Tratado de la
Comunidad Europa y el acervo comunitario establece las llamadas 'cuatro
libertades básicas':

1. La libre circulación de mercancías.


Es la base de la unión aduanera y una de las finalidades del mercado interior, en
tanto espacio sin fronteras interiores. 
La libre circulación se aplica no sólo a las mercancías ‘originarias’ de los Estados
miembros, sino, también, a los productos de terceros Estados que se consideren
en "libre práctica” en un Estado miembro (mercancías que han entrado en el
territorio comunitario habiendo cumplido todas las formalidades aduaneras
exigidas para ello)
La libertad de circulación se extiende, en principio, a todo el territorio aduanero
comunitario, pero caben regímenes especiales respecto a determinados territorios
de los Estados, como los de ultramar y las regiones ultraperiféricas (como
Canarias, Ceuta y Melilla, Azores y Madeira).
La libre circulación de mercancías puede, no obstante, prohibirse o restringirse
por razones de orden público, moralidad o seguridad públicas; también, para la
protección de la salud y vida de las personas y animales, la preservación de los
vegetales, para la protección del patrimonio artístico, histórico o arqueológico
nacional, o para la protección de la propiedad industrial y comercial. Pero en
ningún caso han de constituir un medio de discriminación arbitraria ni un modo
encubierto de restricción indebida o ilícita de la libertad de comercio y libre
competencia.
En el ámbito de la agricultura hay que tener en cuenta que la circulación de los
productos agrícolas se rige por las normas particulares de la Política Agrícola
Comunitaria que restringen en gran medida la libre circulación de mercancías.

2. La libre circulación de personas


La libre circulación de personas es, además de un elemento esencial del mercado
interior, la base de la ciudadanía de la Unión. 
La libre circulación de personas consiste en la posibilidad de desplazamiento y
residencia de los nacionales de los Estados miembros de un Estado a otro para
desarrollar una actividad económica (con la reserva de los empleos en la
Administraciones Públicas) e implica, consecuentemente, la prohibición de todo
trato discriminatorio por razón de la nacionalidad.
Las únicas limitaciones generales a esta libertad son las que se justifiquen por
razones de orden público, seguridad y salud públicas.
3. La libre circulación de servicios
Se consideran como servicios las prestaciones realizadas normalmente a cambio
de una remuneración y que no se rijan por las disposiciones relativas a la libre
circulación de mercancías, personas o capitales.
No caben más limitaciones a esta libertad que las basadas en razones de orden
público, seguridad y salud públicas; también, puede prohibirse la prestación de
un servicio que implique ejercicio de autoridad pública y, por el T.J.C.E., se ha
aceptado que los Estados miembros puedan tomar medidas por razones de interés
general, con el fin de proteger a los usuarios del servicio o a los que puedan
resultar afectados por su prestación.

4. La libre circulación de capitales


La libre circulación de capitales, que abarca desde los movimientos de capitales
que supongan inversiones directas, incluidas las inmobiliarias, hasta la prestación
de servicios financieros o la admisión de valores en los mercados de capitales, se
establece, también, como elemento y requisito para la realización del mercado
interior y en parte de su contenido viene a completar y hacer más efectivas las
demás libertades, particularmente la libre circulación de mercancías.

Ante la lentitud del proceso de consolidación de estas libertades básicas, el Acta


Única Europea (A.U.E., 1987) y el Tratado de la Unión Europea (T.U.E., 1992)
prepararon las bases para que, ya en época muy reciente, se haya consolidado
definitivamente la Unión Económica y Monetaria.

Las cuatro libertades


Por Vicente Huerta

La persona humana es principio de sus propias operaciones,


principalmente conocer y amar, que son las operaciones
específicamente humanas. A través de estas operaciones el hombre
posee enormes posibilidades de perfeccionamiento: puede conocer
más o amar más intensamente. La libertad es otra de las principales
características del ser personal. Permite al hombre alcanzar su máxima
grandeza o su máxima degradación, siendo, en cualquier caso, autor
de su propia vida. La libertad empapa todo el actuar humano, de modo
que no se concibe que se pueda ser verdaderamente humano sin ser
libre.

El hombre tiene distintas experiencias de la libertad. La más elemental


tiene una forma negativa: como ausencia de coacción (libertad de).
Más interesante -y más rica- es la forma positiva, entendida como
autoposesión o dominio de los propios actos (libertad para). Otra
forma de experimentar la libertad es mediante la experiencia de la
responsabilidad, pues nos hace sabernos dueños de nuestros actos y
por tanto responsables de ellos.

Un examen positivo del concepto de libertad nos muestra que se sitúa


entre tres coordenadas fundamentales: apertura, actividad y
posesión[1]. Ser libre estar abierto a nuevas posibilidades de
encuentro o nuevos fines, tener un fuera al que ir. Ser libre es
actividad, es moverse, poder cambiar. La modernidad interpreta la
libertad como cambio, como estar abierto al cambio, es más, como
capacidad de producir las posibilidades del cambio. Es evidente que
una radicalización de esta idea conduciría al absurdo: para que se
pueda dar una identidad tiene que haber cosas que no cambien (tiene
que haber una “verdad”, por eso la modernidad tiende al
escepticismo). Libertad, por último, es poseer y no ser poseído (que
sería esclavitud). Se pueden poseer cosas, pero no personas, la
relación posesiva con otras personas degradaría su dignidad. También
hay que tener cuidado con la posesión de cosas: el hombre necesita
tener cosas para vivir, pero la “necesidad” de tener cosas nos podría
empobrecer o minimizar la libertad. En realidad libertad es
autoposesión (poseerme a mí mismo).

La clave de una libertad que no sea destructiva está en la educación,


que –dicho sea de paso– constituye una de los fracasos más
espectaculares de la modernidad. Lo principal que se debe educar es la
voluntad. La educación consiste en adquirir un saber que me sirva
para dominarme a mí mismo respetando a los demás y usando las
cosas adecuadamente, un saber que me permita actuar estando a la
escucha de lo que en cada caso es más conveniente.

La libertad la podemos considerar en cuatro planos:

Naturaleza:

Todos igual
1. Libertad fundamental (querer)
2. Libertad de elección (preferir)
Persona:

Puede crecer
3. Libertad moral (un poder que crece con los hábitos)
4. Libertad política (lo que se me permite hacer)

En la exploración filosófica de la libertad a lo largo de los XXV siglos


de historia se ha analizado la libertad en estos cuatro aspectos. En los
dos primeros se nos habla de la libertad no como algo que se tiene,
sino como algo que se es: como lo más radicalmente constitutivo del
ser humano. Los dos segundos consideran la libertad no tanto en el
plano de lo dado, como en el de las conquistas, como un proceso de
liberación que se da a dos niveles: el biográfico personal moral y el
socio-político.

Libertad fundamental
Es el sentido más profundo de la libertad, sobre el que se fundamentan
los otros sentidos. Es una de las capacidades de la naturaleza humana,
forma parte del ser humano en el que hay un espacio interior –
intimidad– que nadie puede poseer si uno no quiere, en el cual yo me
encuentro a disposición de mí mismo. Es un poseerse en el origen, ser
dueño de uno mismo y, por tanto, de las propias acciones. La libertad
fundamental no se puede quitar de ningún modo, ningún cautiverio es
capaz de suprimir este nivel de libertad. El hombre tiene
un dentro que es inviolable y que le permite mantener un amor o una
creencia “contra viento y marea”, nunca podrán obligarme a amar u
odiar a nadie: en ese espacio interior no es posible la coacción. El
único modo de suprimir esta libertad sería suprimir al hombre mismo,
por eso todas las formas de perseguir la libertad de pensamiento o de
conciencia están condenadas al fracaso.

Esta libertad interior es el fundamento de la dignidad de la persona y


la base de los derechos humanos, pues de ella brotan la libertad de
expresión, el derecho a la libre discusión en la búsqueda de la verdad,
el derecho a la libertad religiosa, el derecho a vivir según las propias
convicciones y la propia conciencia, o el derecho a seguir el propio
proyecto vital o vocación.

Esta libertad es la “constitutiva apertura de nuestro ser a todo lo real”.


Pero además de apertura es actividad que debe realizarse diseñando
libremente la conducta. La libertad fundamental es, por tanto, la
inclinación a autorrealizarse haciendo que el hombre sea causa de sí
mismo en orden a las operaciones: se mueve uno a sí mismo hacia
donde uno quiere para alcanzar la propia plenitud. El hombre, en
cuanto es radicalmente libre, está en sus propias manos. Esta libertad
es la que hace que nos entendamos como un proyecto, la que hace
posible forjar un proyecto de vida. Ser libre es poseerse.

Es importante entender que la libertad del hombre no es una libertad


abstracta (no estamos hablando de un ser abstracto, que parte de cero)
es una libertad situada en unas circunstancias (herencia genética,
cultura, familia, etc.), una libertad que se encuentra con una “síntesis
pasiva” de circunstancias anteriores a ella y que deben ser asumidas.
Yo no soy libre de tener una determinada constitución biológica o
psicológica, pero si soy libre para asumirla o no en mi proyecto vital.
Hay cosas que nosotros queremos y cosas –buenas o malas– que “nos
pasan” sin que nosotros queramos. Imaginarse que la libertad consiste
en la ausencia total de limitaciones puede ser una peligrosa fantasía.
El hombre tiene cuerpo, historia, origen, y toda esa “síntesis pasiva”
de circunstancias que condicionan nuestra existencia, y esto no hemos
de verlo necesariamente como una rémora, sino como una riqueza que
me pone en condiciones para realizar mi proyecto vital.

La libertad de elección
Frente a esta libertad constitutiva ó fundamental está la libertad de
elección. Tenemos conciencia de que podemos elegir y de que
podemos elegir esto o aquello. Es lo que se conoce como libertad de
arbitrio o libertad de elección, es ésta la acepción más común de la
palabra libertad. Choice es la palabra inglesa que hoy se utiliza más
para designar la libertad de elección. Es la libertad que fomenta la
sociedad de consumo que tiende a considerar la sociedad como un
inmenso "supermercado". ¿Está la raíz de la libertad e esta posibilidad
de elegir? Es decir ¿el hombre es libre porque elige o elige porque es
libre? Elige porque es libre. La raíz de la libertad no está tanto en la
posibilidad de elección (en la existencia de alternativas) como en la
autoposesión. Reducir la libertad a la libertad de elección entre más o
manos ofertas es trivializar la libertad humana, que siempre implica
un cierto compromiso, una puesta en juego de la propia existencia.

El liberalismo se basará en un concepto de libertad que valora en


exceso la posibilidad de elegir. Dirá que la libertad significa, de modo
principal, elección, y que basta elegir para agotar los proyectos de
quien es libre. Lo importante es elegir; el bien o el mal son categorías
externas a la libertad, no influyen en ella. Representante cualificado
de este modo de pensar es J. S. Mill, para quien "si una persona posee
una razonable cantidad de sentido común y experiencia, su propio
modo de disponer de su existencia es el mejor, no porque sea el mejor
en sí mismo, sino porque es un modo propio"[2].

Sostiene Mill que “la única libertad que merece ese nombre es la de
perseguir nuestro propio bien a nuestra manera mientras no
intentemos privar a los demás del bien que es suyo (...) Cada uno es el
mejor guardián de su propia salud física o espiritual. La humanidad se
beneficia más consintiendo a cada uno vivir a su manera, que
obligándole a vivir a la manera de los demás”[3]. Esta mentalidad está
muy extendida en Occidente y viene a sostener que cada uno es libre
de elegir lo que quiera siempre que los demás no se vean
perjudicados: aunque alguien se equivoque, es preferible dejarle en el
error antes que imponerle una opinión o una elección que no sea la
suya propia. No se puede hablar de proyectos de libertad mejores o
peores. Lo más que se puede decir al hombre es que somos libres,
pero no cómo ser bueno, cómo vivir una vida buena.

Este modo de entender la libertad va necesariamente acompañado de


la idea de que todos los valores son igualmente buenos para aquél que
libremente los elige, pues lo que los hace buenos no es que en sí
mismo lo sean, sino el hecho de que son libremente elegidos. Las
categorías de verdad y bien han sido sustituidas por la autenticidad.
Lo importante no es hacer el bien o el mal (son categorías subjetivas,
que dependen de cada uno), sino ser coherente con uno mismo, actuar
de un modo auténtico, no siguiendo normas que vienen de fuera de
uno mismo. Este planteamiento tiene parte de verdad.

La libertad de elección, efectivamente, está en la base, sin ella no


habría libertad. Pero no podemos reducir la libertad a este único
aspecto, pues esto acarrearía importantes deficiencias:

· Reducir la libertad a espontaneidad

· Supone que el hombre es naturalmente bueno (ignora la realidad del


pecado)
· Deslizamiento hacia el individualismo y la insolidaridad

· Negar que las acciones tengan un valor objetivo: el único valor sería
la autenticidad

· Deslizamiento hacia un peligroso naturalismo: es bueno lo que me


apetece o lo que dicta el instinto[4].

Libertad moral
El uso del libre arbitrio produce costumbres y hábitos. La naturaleza
se perfecciona con los hábitos, ya que éstos hacen más fácil alcanzar
los fines del hombre. Se puede definir el hombre como un ser
intrínsecamente perfectible, que se tiene a sí mismo como tarea. Esto
es posible por el carácter abierto de la persona: sus posibilidades son
en cierto modo ilimitadas y están en función de las decisiones que
vamos tomando.

La creación de hábitos que facilitan el desarrollo de las posibilidades


de cada persona es lo que llamamos virtud. La virtud es un
fortalecimiento de la voluntad fruto de un ejercicio adecuado de
nuestra libertad, gracias a ella uno adquiere una fuerza que no tenía y
puede aspirar a bienes arduos cuya consecución exige tiempo y
esfuerzo. Si el hombre elige mal, si opta por lo que no le conviene, le
sobreviene un debilitamiento de su naturaleza que se llama vicio, una
especie de hábito negativo que le incapacita para conseguir posibles
bienes. Así pues, la libertad moral puede ser una ganancia de libertad
en la medida en que uno se vuelve capaz de hacer cosas que antes no
podía.

La realización de la libertad consiste, por tanto, en un conjunto de


decisiones que van diseñando la propia vida y que podemos
llamar proyecto vital. Vivir es ejercer la capacidad de forjar proyectos,
y de llevarlos a cabo. De ahí que, dependiendo de la ambición de los
proyectos las vidas sean grises, iluminadas, previsibles, rutinarias,
heroicas, aburridas, etc. La libertad fundamental con la que nos ha
dotado nuestra naturaleza debe ser desarrollada en el tiempo hasta
completar la propia biografía. Podríamos afirmar que la libertad moral
consiste en la realización de la libertad fundamental a lo largo del
tiempo según un proyecto vital.

En este camino la espontaneidad no basta. Si no hay un hacia dónde,


una meta, la libertad se hace irrelevante y trivial (¿whisky o ginebra?).
La libertad se mide por aquello respecto de lo cual la empleamos. Por
eso en ella lo importante son los proyectos, el blanco al que apuntan
las trayectorias, el fin que se busca. La vida de las personas se parece
más a una prueba de “tiro al blanco” que a una carrera (“corres bien,
pero fuera del camino...” dice San Agustín). “La existencia de los
héroes, según nos la cuentan, es simple; como una flecha, va en línea
recta a su fin” (M. Yourcenar).

A la virtud de aspirar a lo verdaderamente importante los clásicos la


llamaban magnanimidad. Nosotros hoy podemos seguir diciendo que
todo ser humano merece aspirar a cosas grandes, aunque su
consecución sea difícil. El riesgo y la dificultad son propios de los
valores más altos. Si no hay un fin alto e importante, un proyecto que
valga la pena, la elección se reduce a lo trivial y la persona se
empobrece vitalmente. A estas metas altas que el hombre se propone
se les llama ideales. Un ideal es un modelo de vida que uno elige para
sí y se convierte en un proyecto vital cuando se decide a ponerlo en
práctica.

Libertad política
La realización de la libertad exige que en la sociedad se pueda hacer
lo que uno quiere. La libertad social consiste en que los proyectos
vitales puedan vivirse, que toda persona tenga en sus manos la
posibilidad de realizar sus metas. La mayor miseria humana es la falta
de libertad para desarrollarse autónomamente, podríamos definir la
miseria como aquella situación en la que el hombre queda reducido a
una dinámica mecánica, en la que no puede crecer[5]. La libertad
social se puede definir como liberación de la falta de recursos
económicos, jurídicos, políticos, afectivos, etc. Liberación de la
ignorancia, la pobreza, la falta de propiedad, la opresión política, la
inseguridad, la soledad, etc. La miseria es la forma más grave de
ausencia de libertad, porque conlleva la falta de bienes necesarios para
la realización de la vida humana.

Una sociedad abierta[6] es aquella en la que la libertad existe, no sólo


en teoría, sino también en la práctica. En los últimos siglos la sociedad
norteamericana se ha convertido en un cierto prototipo de “sociedad
abierta” en la que cada uno es causa de su propio éxito o fracaso. La
radicalización de esta postura puede conducir a una sociedad
excesivamente competitiva, que no conoce la virtud de la piedad hacia
los perdedores. Por eso no es extraño encontrar bolsas de pobreza en
el seno de las sociedades más desarrolladas.

Las sociedades abiertas son –lógicamente– sociedades permisivas, en


las que el pluralismo, la diversidad y la tolerancia son valores
irrenunciables, que adoptan la forma de un ideal al que aspirar, a partir
del hecho de que somos distintos, y hemos de respetarnos como
somos. El proceso cultural de los últimos siglos en Europa nos ha
enseñado que esa pluralidad no es una pérdida, sino una ganancia. El
respeto al pluralismo es un valor que trasciende con mucho a la
tolerancia del permisivismo. En el fondo de lo que podríamos llamar
la “ideología de la tolerancia” encontramos una visión liberal del
hombre en la que la libertad es entendida, en gran medida, como
emancipación e independencia, es decir, como ausencia de vínculos y
autonomía respecto de cualquier autoridad. Este sentido de la libertad
conduce inevitablemente a la soledad.

La tolerancia entendida como permisivismo pretende excluir cualquier


forma de reproche hacia conductas distintas de las que nosotros
practicamos. Esto es lo que se llama “corrección política”, consiste en
no reprochar a nadie su conducta y evitar cualquier manifestación que
pueda ser interpretada como discriminación (querid@ amig@). Ahora
bien, el problema de esta manera de entender la sociedad es que si nos
olvidamos del valor de lo real, si todo se reduce a opiniones y ningún
tipo de convicción tiene más entidad que su contraria, nos quedamos
sin motivos para ser tolerantes. Una tolerancia absoluta (como un
relativismo absoluto) es insostenible. Siempre habrá cosas
“intolerables”. El problema es dónde poner los límites de la tolerancia
¿Qué pasaría en una sociedad democrática si la mayoría quisiera la
intolerancia o algo que va contra el ser humano? El defecto contrario a
la tolerancia sería el autoritarismo, una forma de gobierno paternalista
que considera a los hombres como menores de edad, no como seres
libres. Hoy en día el autoritarismo más temido es el que proviene
del fundamentalismo. Quizá un niño necesite un mando sin opción,
pero esto es en la medida en que se está afianzando su carácter. Una
educación –y un gobierno– es buena cuando incentiva a comportarse
libremente.

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[1] . Cfr. Alvira, R. La libertad y sus ilusiones, en Atlántida, 7 (1991)


37-43.

[2] . Stuart Mill, Sobre la libertad, Espasa Calpe, Madrid 1991, p. 161.

[3] . Ibid., 79.

[4] . Comenta Marina en un artículo a propósito de un consultorio


radiofónico en el que se aconsejaba a los jóvenes tener relaciones
sexuales cuando se desee: “Ese consejo es de una simplicidad mortal.
La libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá
que seguirlas y otras no (...) La inteligencia integra el deseo dentro de
proyectos más amplios brillantes y creadores (...) Con frecuencia se
confunde espontaneidad con libertad, lo cual es una muestra de
analfabetismo. Todos los burros que conozco son, desde luego muy
espontáneos, pero tengo mis dudas acerca de su libertad”

[5]. Cfr. J. Vicente - J. Choza, Filosofía del hombre, p. 413.

[6]. Por contraposición a las sociedades cerradas donde está casi todo
decidido de antemano, como ocurría en el sistema gremial de la Edad
Media. Era una sociedad mucho más “estática” en la que apenas había
la posibilidad de que uno pudiera elegir su destino.
Gentileza de http://www.arvo.net/

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