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Inés Quintero
Una definición útil del término caudillo es la que ofrece Domingo Irwing, quien
ubicándolo en el contexto político venezolano del siglo XIX, dice que «...es un jefe,
guerrero, político, personalista con un área de influencia directa, cuando más
regional, jefe de grupo armado, especie de ejército particular el cual emplea como
elemento fundamental de su poder». Estos serían los rasgos fundamentales del
fenómeno, una jefatura política personalista basada en el control de una hueste
armada que obedece a sus designios y que determina su capacidad de
negociación en la disputa por el poder, al margen de los principios y normas de un
marco institucional, a lo que podría agregarse la posesión de ciertas cualidades
personales que sostienen su autoridad carismática. El caudillo, continúa Irwing, no
es solamente un jefe guerrero y político, sino además lo que caracteriza su
actuación es el personalismo. Su beneficio personal estará siempre por encima del
bien común; su ambición de poder no reconoce límites institucionales ni credos
políticos.
El caudillo acepta una situación política siempre y cuando ésta no lesione sus
intereses particulares, no afecte su condición de jefe personalista ni disminuya su
carácter de jefe guerrero y político. Su área de influencia es local. En virtud de las
condiciones geográficas, espaciales y demográficas de la Venezuela
decimonónica, es en la localidad donde el caudillo constituye su pequeño ejército y
donde surgen las redes de lealtades que sustentan la hegemonía que le permite
ejercer su jefatura guerrera, política y personalista. En algunos casos la esfera de
influencia del caudillo puede ser más amplia y alcanzar una región o incluso darse
el caso de caudillos nacionales cuya hegemonía es reconocida en buena parte del
país como consecuencia de acuerdos políticos entre varios de ellos, lo que no
representa, en ningún caso, el control de las huestes y lealtades de los caudillos
que participan del acuerdo, ya que la forma en que se ejerce esta particular
modalidad de poder es piramidal, tal como lo plantea Diego Bautista Urbaneja en
su estudio «Caudillismo y pluralismo en el siglo XIX venezolano». Según apunta
Urbaneja, cada caudillo estaría en el vértice de la pirámide, siendo la base su
clientela personal; esta clientela obedece sólo a un caudillo, quien puede llegar a
acuerdos o negociaciones con otros pero ello no implica que sus huestes
obedezcan o se plieguen a los requerimientos de otro jefe, ya que se trata de
relaciones de poder intransitivas.
El caudillismo sería el sistema o forma de organización política en la cual las
bases efectivas del poder están determinadas por la acción de los caudillos. Se
trataría, entonces, de un sistema político en el cual los caudillos son la figura
protagónica esencial, constituyéndose en los factores que hegemonizan la toma
de decisiones y a través de quienes se ejecutan los mecanismos reales del
ejercicio del poder de manera ajena a la institucionalidad del Estado y a las
normas establecidas de manera formal. Se trata de una modalidad de poder pre-
estatal, donde las relaciones clientelares, el compadrazgo y la ausencia de un
ejército regular favorecen el predominio de los caudillos como figuras estelares del
sistema político.