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En la antigüedad, los pactos se hacían con una ceremonia.

Se mataban animales,
partiéndolos a la mitad, desde la cabeza hasta la cola. Este corte dejaba un charco de
sangre entre las dos partes. En la ceremonia del pacto, los participantes debían caminar
en medio de las partes de los animales, manchando sus vestiduras con la sangre del
sacrificio. Luego de pasar, decían: “¡Que así me sea hecho, si no cumplo con mi parte del
pacto!”. Los pactos eran compromisos muy serios, no del diente al labio. Era un
compromiso de vida o muerte, y para siempre.
La palabra en hebreo que define “el profundo sueño” es “Tardema”, que también significa:
letargo o trance. No es una palabra común en la Biblia, y la primera vez que se menciona
es cuando Dios hizo caer a Adán en un sueño profundo para sacar a Eva de su costado. En
esta ocasión, Dios puso a dormir a Abram, mientras que el Señor accionaba sobre el
sacrificio.

Nótese que sólo Dios pasó entre las partes, y a Abram lo puso a dormir.

En esto hay un gran mensaje: Dios se comprometió a cumplir el pacto, pero no


condenaría a Abram con la muerte si no cumplía con su parte. Sólo el Señor
derramaría Su Sangre, en la persona de Jesucristo, para que todos fuéramos
incluidos en el Pacto que Dios hizo con Abram. Así se cumpliría la promesa: “y en
ti serán benditas todas las naciones de la Tierra” (12:3).
Como parte del Pacto, Dios explicó otros detalles que Abram debía saber con
respecto al cumplimiento del Pacto y la promesa:
(Gen. 15:13-16) Y Dios dijo a Abram: Ten por cierto que tus descendientes serán
extranjeros en una tierra que no es suya, donde serán esclavizados y oprimidos
cuatrocientos años. (14) Mas yo también juzgaré a la nación a la cual servirán, y
después saldrán de allí con grandes riquezas. (15) Tú irás a tus padres en paz; y
serás sepultado en buena vejez. (16) Y en la cuarta generación ellos regresarán
acá, porque hasta entonces no habrá llegado a su colmo la iniquidad de los
amorreos.

Dios le reveló a Abram que daría la Tierra Prometida a su descendencia. Pero antes
de eso, ellos iban a ser esclavos. La tierra no les sería quitada a los amorreos sino
hasta que hubiera llegado al colmo su maldad. Iban a pasar 400 años antes de que
su descendencia poseyera la Tierra. Así mismo sucedió.
(Éxodo 12:40-41) El tiempo que los hijos de Israel vivieron en Egipto fue de
cuatrocientos treinta años. (41) Y sucedió que al cabo de los cuatrocientos treinta
años, en aquel mismo día, todos los ejércitos del SEÑOR salieron de la tierra de
Egipto.

Las dos partes que realizaban el mutuo acuerdo, pasaban juntas


entre las partes de los animales sacrificados y divididos,
simbolizando el juicio que caería sobre ellos si violaban el
acuerdo. Significativamente, en este pacto de Dios con Abraham,
el patriarca no pasó entre los trozos de aquellos animales.
Solamente Dios lo hizo porque este era un pacto unilateral, en el
que Dios prometía algo, que El mismo llevaría a cabo. Aquí el
horno humeante nos habla de juicio, y la antorcha de fuego
simboliza a Cristo, que es la luz del mundo.

Los partió de manera que fueran dos partes idénticas, pero contrarias. (Derecha izquierda,
así se hacían los pactos antiguos). La tórtola y el palomino no fueron partidos, Dios les ve
como dos pueblos unidos uno frente al otro (Judá y casa de Israel, Judaísmo y
cristianismo)

Sólo el Señor derramaría Su Sangre, en la persona de Jesucristo, para que todos fuéramos
incluidos en el Pacto que Dios hizo con Abram. Así se cumpliría la promesa: “y en ti serán
benditas todas las naciones de la Tierra” (12:3).

Dios se representa a sí mismo con dos emblemas: Un horno humeando, y una antorcha de
fuego.

▪ El horno humeando nos hace recordar la columna de nube que representa


la presencia de Dios (Éxodo 13:21-22), el humo en monte Sinaí (Éxodo
19:18), y las nubes de la gloria Shekiná de Dios (1 Reyes 8:10-12).
▪ La antorcha de fuego nos hace recordar la columna de fuego que
representa la presencia de Dios (Éxodo 13:21-22), nos hace recordar la zarza
que quemaba sin consumirse, que demostraba la presencia de Dios ante
Moisés (Éxodo 3:4), y nos hace recordar el fuego del cielo que, a veces,
consumía holocaustos que agradaron a Dios (1 Reyes 18:38, 1 Crónicas 21:26,
2 Crónicas 7:1).
Abram nunca “firmó” el pacto porque Dios lo “firmó” por los dos
Así que, la seguridad del pacto que Dios hizo con Abram, no está basada en lo que
Abram fuera o hiciera, sino que está basada en Dios y quien es él. El pacto no podía fallar
porque Dios no puede fallar.

De cierta manera, para establecer su pacto con nosotros, Dios el padre camino entre los
pedazos del cuerpo quebrado y sangriento de Jesús, y Dios “firmó” el pacto por él y por
nosotros también. Nosotros meramente entramos en el pacto por fe; nosotros no
“hacemos” el pacto con Dios.

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