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Causas IIGM IB Juan María Parrilla Ramírez.

Marina Pedraza Martínez

El fin del espíritu de Ginebra. La vuelta a los años difíciles


1929-1939.

1. La crisis de 1929 y sus consecuencias

En octubre de 1929 se inició en los Estados Unidos una crisis financiera que
acabará siendo conocida como la crisis mundial. El fenómeno del contagio es el
aspecto más llamativo de esta crisis que comenzó siendo financiera para acabar
repercutiendo en todos los campos: económico, social, político, cultural y, como
no, en las relaciones internacionales.

La recuperación económica del continente europeo a partir de 1925 repercutió


desfavorablemente sobre las exportaciones norteamericanas al viejo continente.
A partir de 1926 la economía de los Estados Unidos tenía que basarse en el
aumento de la demanda si quería seguir creciendo. La baja de los precios
agrícolas como consecuencia de la buena cosecha de 1928 vino a agravar aún
más la situación al contraer la demanda de productos industriales. La
Administración y los bancos recurrieron a estimular la demanda favoreciendo el
crédito. Se produjo una verdadera inflación crediticia que favoreció la especulación
y los negocios fáciles a corto plazo ocultando la verdadera situación económica
del país. Cuando, a mediados de octubre de 1929, los indicadores económicos
pongan de manifiesto el descenso de la producción y la rentabilidad de muchas
empresas, se inicia un movimiento de venta de valores industriales en la Bolsa
neoyorquina. Al comienzo es sólo un movimiento a la baja débil pero el día 23 se
acentúa y el 24 se hunden las cotizaciones extendiéndose el pánico por todo el
mundo de los negocios: los bancos cortan los créditos ante la falta de liquidez que
provoca la retirada de fondos y el impago de créditos; las fábricas sin créditos no
pueden seguir funcionando y comienzan a cerrar dejando a sus trabajadores sin
trabajo; la demanda se contrae aún más, a pesar de la caída de los precios.

Por si fuera poco, en el verano de 1930 la crisis se extiende al sector agrícola. La


sequía arruina las cosechas empobreciendo a los campesinos que no pueden
hacer frente a sus compromisos contraídos con los bancos, agravando la situación
de éstos; mientras que la escasez de productos básicos encarecía el precio de los
alimentos.

Hasta el momento la crisis es estrictamente norteamericana pero las dificultades


financieras obligan a los bancos americanos a cortar sus inversiones fuera de sus
fronteras y lo que es peor aún a repatriar los capitales invertidos a corto plazo;
colocando a Europa, sobre todo a los países más beneficiados por las inversiones
americanas, al borde del abismo financiero. La crisis financiera europea se inicia
en Austria, que busca solucionar el problema mediante la unión aduanera con
Alemania, los fantasmas de la unión austro-a1emana planean de nuevo sobre la
opinión internacional, lo que provoca la retirada masiva de capitales invertidos en
Austria. En la primavera de 1931 quiebra el banco más importante de Austria, el
Kredit Anstalt, arrastrando a otras instituciones de crédito que acaban afectando
a los bancos alemanes. La crisis se extiende así a Alemania donde el Reichsbank
no logra controlar la situación, tras agotar sus reservas en el mantenimiento de los
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créditos. Los negocios se paralizan ante las graves dificultades financieras. La


crisis alemana se contagia rápidamente a otros países de la Europa Central como
Hungría o Rumanía e incluso en el verano de ese año a los propios bancos
ingleses. Como consecuencia, Inglaterra abandona el patrón oro y devalúa la libra
esterlina. La crisis inglesa repercute en los países europeos y americanos
vinculados financiera y económicamente con Inglaterra.

La crisis en estos momentos es ya una crisis mundial; solamente Francia parece


en los primeros momentos poder hacerle frente en mejores condiciones, sin
embargo, sólo se tratará de un retraso, pues a partir del 36 también sus efectos
se dejarán sentir con intensidad en ella.

Tras la crisis financiera viene la económica y comercial. La producción industrial


se reduce en un 40% y el comercio casi se paraliza, siendo este aspecto uno de
los que más se vieron afectados por la escasez de medios de pago y, al mismo
tiempo, uno de los factores que más favorecieron la extensión de la crisis a los
países menos industrializados.

La crisis económica provocará la aparición de una grave crisis social que se


manifiesta en la existencia en 1932 de 30 millones de parados, lo que supone 120
millones de personas que en el mundo occidental viven en la miseria. Las
contradicciones del sistema se ponen de manifiesto y los fundamentos del sistema
capitalista -individualismo, libre iniciativa, ley de la oferta y la demanda- entran
también en crisis sustituyéndose por un nacionalismo económico que entra ahora
en acción: elevación de los aranceles para evitar importaciones, devaluaciones
monetarias para favorecer las exportaciones, intervencionismo del Estado en la
vida económica. Todo ello crea una opinión desfavorable para el sistema liberal
parlamentario al que se le acusa de ser el responsable de la situación, por su
incapacidad de evitar o frenar la crisis. La vida política se ve alterada por este
nuevo clima psicológico e ideológico. Los años treinta conocerán una
radicalización ideológica y política que se manifiesta en: el odio de clases, el miedo
a la revolución, las campañas demagógicas contra el «capitalismo internacional»,
el aumento de la agitación nacionalista y el retroceso de los planteamientos y
grupos moderados. El proletariado apostará por la revolución, las clases medias,
arruinadas, apostarán por soluciones de fuerza de carácter nacionalista que
también agradarán a la alta burguesía, encontrando la solución en el fascismo.

A partir de estos momentos las relaciones internacionales se verán afectadas por


la crisis económica y política que afecta al Estado liberal, sustituido en muchos
lugares por dictaduras agresivas. Un nuevo clima de inseguridad se apoderará del
ambiente internacional que se irá agravando hasta desencadenar la Segunda
Guerra Mundial. Los nacionalismos económicos enrarecen rápidamente las
relaciones internacionales, haciendo desaparecer el clima de cooperación y
confianza surgido unos años antes. La perturbación de los pagos internacionales
hace imposible el pago de las reparaciones alemanas, finalmente la Conferencia
de Lausanne de 1932 las suprime. Los antiguos beligerantes se niegan como
consecuencia a pagar sus deudas a los Estados U nidos que se aíslan si cabe
aún más.
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En el seno de las grandes potencias serán Alemania, Italia y Japón las más
afectadas por la crisis. En Japón la gravedad de la crisis económica no dejaba
entrever otra salida que la expansión territorial. Los Trust económicos y los
sectores más ultranacionalistas, de inspiración fascista, del ejército actuando
conjuntamente acabarán por imponer una política imperialista tremendamente
agresiva. En Italia Mussolini aumenta el tono nacionalista de su política y ante las
dificultades surgidas conduce a la opinión hacia asuntos de carácter internacional
reclamando para Italia un mayor protagonismo internacional. Y en Alemania la
crisis lleva al nazismo al poder. Las ambiciones de Hitler y la nueva Alemania eran
todavía más preocupantes: Hitler se aprestaba a liberar a Alemania del «dictak»
de Versalles, reunir en el III Reich a todas las poblaciones alemanas comenzando
por los austriacos y, a lograr para Alemania y la raza alemana un «espacio vital»
en la Europa Oriental.

A todos estos conflictos se les suma el ideológico en el que se enfrentan fascismo,


comunismo y democracia liberal, que da el tono al período anterior a la guerra.

2. Los fracasos de la seguridad colectiva

Las iniciativas del Japón en 1931, de Alemania en 1933, y de Italia en 1935,


pusieron en duda los principios de la seguridad colectiva. Sin el apoyo de
Inglaterra y Francia, la Sociedad de Naciones no pudo garantizar el respeto de los
tratados ni el mantenimiento de la paz.

En septiembre de 1931 se produce la ocupación japonesa de la región china de


Manchuria. El gobierno chino lleva el caso a la Sociedad de Naciones. Japón por
su parte lanza un golpe de mano contra Shangai y proclama la independencia de
Manchuria con respecto a China, pasando a convertirse en un protectorado
japonés, el Manchukuo. La reacción ante la agresión japonesa por parte de las
potencias fue nula. La Sociedad de Naciones sin el apoyo de éstas, más
preocupadas por sus propios problemas, no declaró tan siquiera agresor al Japón
y sólo pronunció una condena suave. Pero Japón, ofendido por ello aprovecha
para retirarse de la organización en marzo de 1933, teniendo a partir de entonces
las manos libres para nuevas intervenciones. La falta de reacción de la Sociedad
de Naciones en el asunto de Manchuria será el primer acto de debilidad de la
misma y el inicio del fin del sistema de seguridad colectiva.

Desde la llegada de Hitler al poder, Alemania había iniciado el rearme


clandestinamente. En mayo de 1933, exige en la Conferencia del Desarme la
igualdad de trato para Alemania con respecto a otras potencias. Ante el rechazo
y la oposición de Francia, en octubre abandonaba la Conferencia y la Sociedad
de Naciones. En el verano de 1934 el asesinato del canciller austriaco Dollfuss
hace presagiar el «Anschluss». Pero la reacción de Mussolini enviando tropas a
la frontera del Brennero, neutraliza la acción alemana. La actitud alemana moviliza
la acción de la diplomacia francesa, que dirige Louis Barthou, hacia la consecución
de un pacto de asistencia mutua que garantizase el statu quo. La propuesta
francesa encuentra amplio eco en los países de la llamada Pequeña Entente que
refuerzan sus lazos con Francia. Barthou además inicia la aproximación
diplomática hacia la Unión Soviética, que en septiembre de 1934 ingresa en la
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Sociedad de Naciones. Pero tras el asesinato de Barthou y su sustitución por


Pierre Laval la orientación de la política exterior francesa cambiará. Laval corta la
aproximación hacia la Unión Soviética y trata de acercarse a Italia, así como
mostrarse conciliadora con la Alemania de Hitler, desinteresándose de la cuestión
del Sarre. El 13 de enero de 1935 el Sarre vota su incorporación a Alemania. Hitler
afirma que ya no habrá más reivindicaciones territoriales contra Francia; pero dos
meses después, el 16 de marzo anuncia el restablecimiento del servicio militar
obligatorio, violando una de las cláusulas fundamentales del Tratado de Versalles.

La acción alemana provoca la reunión de las grandes potencias europeas


occidentales en la localidad italiana de Stresa. Tras la Conferencia de Stresa,
Francia, Italia e Inglaterra declaran que no tolerarán ninguna revisión unilateral
más de los Tratados. Francia vuelve a plantear la aproximación hacia la Unión
Soviética, que ahora culmina con la firma de un pacto de asistencia mutua
francosoviética, firmado en mayo de 1935.

Sin embargo, el frente de Stresa no logra restablecer la confianza pues cada uno
de sus componentes actúa movido por sus propios intereses. Inglaterra concluye
en junio un acuerdo naval con Alemania, para salvaguardar sus intereses
marítimos, que reconoce implícitamente el rearme alemán. Por otro lado Italia, al
aproximarse a Francia e Inglaterra, sólo busca su apoyo o tolerancia para su
acción en África.

Mussolini había puesto sus miras en el continente africano, en Etiopía, vecina de


la Somalia italiana. Quería asegurar a Italia un vasto territorio donde extraer
materias primas y colocar sus excedentes de población; al mismo tiempo que
borrar la vieja herida de la derrota sufrida en 1896 en aquel territorio. Etiopía era
un reino arcaico gobernado por un soberano feudal, Haile Selasie, el Negus, que
no quería conceder a Italia ninguna facilidad económica. Mussolini estaba
dispuesto a solucionar el problema de Etiopía por la fuerza. En diciembre de 1934
se produjo un incidente fronterizo en la frontera ítalo-etiope, aprovechado
inmediatamente por Mussolini como pretexto para iniciar las hostilidades contra
Etiopía. Mussolini contaba con la seguridad dada por Laval de que Francia no se
opondría a la acción italiana. Sin embargo, no contaba con la reacción británica
que en esta ocasión apoyará las tesis de Etiopía defendidas por el Negus en la
Sociedad de Naciones, como miembro de la misma. Inglaterra presiona a Italia
con una potente demostración naval en el Mediterráneo que lleva a las dos
naciones a un enfriamiento total de sus relaciones. Pero el prestigio de la Italia
fascista estaba en juego y Mussolini no da marcha atrás, en octubre de 1935
invade Etiopía. El Consejo de la Sociedad de Naciones condena a Italia por la
agresión y recomienda la aplicación de sanciones.

Inglaterra estaba dispuesta a apoyar la aplicación de sanciones económicas y la


causa de la seguridad colectiva, pero no a llegar a la guerra con Italia. Francia,
por su parte, sorprendida por la acción británica se mostraba indecisa y su opinión
dividida: la derecha era contraria a enfrentarse con Italia, la izquierda reclama el
respeto a la ley internacional y a los compromisos contraídos por el Pacto. El
gobierno Laval, que no quería indisponerse ni con Italia ni con Inglaterra, se dedicó
a suavizar cuanto pudo la aplicación de las sanciones.
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Las sanciones impuestas a Italia por la Sociedad de Naciones no comprendían la


prohibición de vender petróleo a Italia, con lo cual ésta pudo continuar sin
problemas la guerra. El 9 de mayo de 1936 Italia se anexiona Etiopía, algunas
semanas después la Sociedad de Naciones levanta las sanciones contra Italia. El
conflicto ítalo-abisinio supuso un nuevo golpe al prestigio de la Sociedad de
Ginebra, así como la ruptura del llamado frente de Stresa, abriendo la puerta de
la aproximación italiana hacia Alemania. Unos meses antes Alemania había
denunciado los Acuerdos de Locarno y había anunciado la rernilitarización de
Renania, sin que se hubiesen producido reacciones por parte de Francia e
Inglaterra. La Sociedad de Naciones consideró teóricamente la acción alemana.
Alemania había modificado radicalmente el statu quo reinante.

3. Los conflictos localizados

A partir de 1936-37, la guerra de España y la agresión japonesa en China


supusieron para el mundo las primeras amenazas de guerra general.

La guerra civil española desde sus comienzos se convirtió en un conflicto de


carácter internacional, no sólo por ser un conflicto de tipo ideológico en el que se
enfrentaban el fascismo y el antifascismo, sino porque Italia y Alemania no
ocultaron sus simpatías hacia el bando nacionalista insurrecto que compartía su
odio al bolchevismo y cuya victoria reforzaría la posición de las dictaduras.
Mussolini desde 1934 venía cooperando con los grupos antirrepublicanos y
contaba con sacar ventajas económicas en España y asegurar la hegemonía
italiana en el Mediterráneo occidental. Alemania buscaba también ventajas
económicas en las exportaciones de minerales españoles necesarios para su
industria armamentística. Además de sus razones estratégicas, una España
franquista pro-alemana sería un elemento importante de presión en la frontera sur
pirenaica francesa.

Francia e Inglaterra eran conscientes del peligro que para sus intereses
mediterráneos suponía una coalición ítalo-española. Los ingleses temían por
Gibraltar, y los franceses por Marruecos. Pero una vez más como en las ocasiones
anteriores, la actitud de las democracias fue dubitativa e indecisa. En un principio
la actitud del gobierno del Frente Popular francés fue favorable al bando
republicano español, pero las presiones británicas y la caída de León Blum
acabaron cambiando esta actitud inicial. Francia como Inglaterra se mostraron a
favor de la no intervención en el asunto, dejando de apoyar a la República
española. Sólo la Unión Soviética se mostró decidida partidaria de la causa
republicana, a pesar de que su lejanía restaba eficacia a su ayuda.

En agosto de 1936, el gobierno francés inspirado por el de Londres, propone la


aplicación de un acuerdo de no intervención en el conflicto español. Alemania e
Italia aceptan la proposición francesa, a sabiendas que no compromete en
absoluto su apoyo a la causa franquista. Sólo Inglaterra aplicará estrictamente la
política de no intervención, aunque sus simpatías irán paulatinamente
deslizándose hacia el bando insurrecto.
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A pesar de las tensiones creadas por el conflicto español, la guerra de España


fue un conflicto que se mantuvo localizado sin llegar a provocar el estallido de una
guerra generalizada, aunque la derrota de la Segunda República española supuso
también la derrota de las democracias europeas frente a las dictaduras, además
de acercar Italia a Alemania desde octubre de 1936 con el pacto del Eje Roma-
Berlín.

El 26 de julio de 1937, Japón ataca a China sin previa declaración de guerra. En


sus proyectos de expansión en Extremo Oriente, el imperialismo japonés veía a
China, por un lado, como aprovisionador de materias primas para su industria y
de alimentos, y por otro, como un inmenso mercado donde colocar su producción
industrial.

Desde la ocupación de Manchuria, la finalidad de la política japonesa consistía en


presionar militar y políticamente sobre el gobierno chino para que aceptase su
influencia económica.

El Gobierno de Nankín enfrentado a la acción interior de los comunistas no podía


reaccionar contra la constante agresión japonesa. Pero en diciembre de 1936 se
produce un cambio en la actitud de los comunistas chinos, dispuestos ahora a
aplazar su lucha contra el gobierno de Chiang-Kai-chek y a favorecer un frente
nacional contra los japoneses. Actitud apoyada también por los militares que
presionaron al gobierno para que cambiase su política de aceptación de las
agresiones japonesas. El cambio operado en la política china obliga a Japón a
modificar su táctica, contando con la no intervención extranjera: Francia e
Inglaterra se encontraban muy ocupadas en los problemas del Viejo Continente,
los Estados Unidos no dejaban de afirmar su aislacionismo, y la Unión Soviética
se mostraría prudente, a pesar de sus hostilidades, por el Pacto Antikomintern,
firmado en diciembre de 1936 por Japón. Japón, decide atacar ocupando
rápidamente las provincias del norte. Pero Japón que había previsto una victoria
rápida y fácil, se encontrará con un largo conflicto que no finaliza hasta 1945.

De 1931 en adelante, como puede comprobarse, las relaciones internacionales


no habían cesado de deteriorarse. La Sociedad de Naciones se había mostrado
incapaz de asegurar el respeto a los tratados, base en la que descansaba todo el
sistema de la Seguridad colectiva, que se había venido abajo arrastrando a la
quiebra a la propia Sociedad de Naciones.

Cierto que siempre fue difícil su vida, dado el momento en que le tocó vivir, que
la ausencia de los Estado Unidos, la entrada tardía de la Unión Soviética, y la
salida de Japón y Alemania jugaron un papel importante en su debilidad. Pero la
responsabilidad mayor de su fracaso se debe, sobre todo, a la actitud titubeante y
poco comprometida para con el Pacto que mantuvieron Francia e Inglaterra.
Actitud que permitió el éxito de las dictaduras y alentó sus ambiciones.

4. La actitud alemana

A partir de 1938 las relaciones europeas estuvieron dominadas por las iniciativas
de Hitler, que estaba dispuesto a la edificación de la Gran Alemania. El momento
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parecía favorable: las potencias que podrían obstaculizar sus planes se


encontraban divididas o en todo caso indecisas. Inglaterra y su primer ministro,
Chamberlain, se mostraban partidarios de evitar caer en un conflicto generalizado
con su política de «apaciguamiento». Chamberlain estaba dispuesto a aceptar
cualquier compromiso; Francia, consciente de su debilidad ante la agresiva
Alemania, no tenía más remedio que confiar en Inglaterra y mostrarse
estrechamente solidaria de la política de ésta; y la Unión Soviética aislada no
confiaba en las democracias capitalistas; a partir de 1938 actúa sin esperar ya
nada del sistema de la seguridad colectiva.

Hitler, decidido a anexionarse a Austria, convoca el 12 de febrero de 1938 a su


residencia de Berchstesgaden al canciller austríaco, Schuschnigg, y le exige, bajo
amenaza, el nombramiento del nazi austriaco Seyss-Inquart como ministro del
Interior. Así dueños del aparato policial y desde el propio Estado los nazis
preparan la incorporación de Austria a Alemania, el Anschluss, a pesar de la
oposición del canciller que anuncia la celebración de un plebiscito sobre la
independencia de Austria. Hitler, inquieto por el resultado, sitúa tropas alemanas
en la frontera y ordena la acción en el interior de las formaciones paramilitares de
Seyss-Inquart.

Schuschnigg renuncia al plebiscito y debe dimitir para que Seyss-Inquart ocupe


la cancillería. El nuevo canciller para «asegurar el orden» llama a las tropas
alemanas, que el 12 de marzo ocupan Austria. Proclamándose la anexión,
ratificada mayoritariamente en un referéndum convocado a tal efecto, poco
después.

Europa no reacciona ante una cuestión en la que hasta ahora se había mostrado
tan sensible.

El segundo objetivo de Hitler será Checoslovaquia. Las razones que tenía Hitler
por destruir Checoslovaquia son varias: era la más eficaz de las aliadas de Francia
en la Europa Oriental, ya que contaba con una economía moderna y una fuerza
militar real, era un rico territorio cuyas materias primas agrícolas, mineras e
industriales podían venir muy bien a la política de autarquía alemana; además tras
el Ansch1uss el territorio checoslovaco quedaba encajonado en el Reich alemán.

La existencia de una minoría alemana, los Sudetes, en una región de


Checoslovaquia, permitirá la intervención de Hitler en los asuntos checos. Los
Sudetes habían mantenido su personalidad a pesar de la eslavización sufrida por
el país tras 1920. El problema principal era que habitaban la rica región de
Bohemia vital para Checoslovaquia. A partir de 1933, se forma un partido pro-nazi
que en 1938 reclama la autonomía completa de las zonas alemanas de
Checoslovaquia.

En mayo de 1938 tiene lugar la primera alerta de la crisis de los Sudetes; el


gobierno checo moviliza sus fuerzas y solicita ayuda a los gobiernos aliados;
Francia y la Unión Soviética están dispuestas a acudir en ayuda de su aliada
Checoslovaquia, pero Inglaterra comunica que no irá a la guerra por esa cuestión.
En septiembre se vuelve a plantear la crisis cuando tras un violento discurso de
Hitler en Nuremberg, el partido pro-nazi de los Sudetes solicitó la incorporación de
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la región a Alemania. El primer ministro Chamberlain se entrevista con Hitler en


Berchtesgaden el 15 de septiembre, reconoce las justas reivindicaciones nazis y
aconseja a Francia acepte las pretensiones alemanas. Ambos gobiernos
presionarán en este sentido al gobierno checoslovaco. El 22 de septiembre
Chamberlain mantiene una segunda entrevista con Hitler, en la que éste reclama
todas las regiones donde viven sudetes antes del 1 de octubre. La guerra, pues,
parece inminente. Checoslovaquia procede a la movilización general, mientras
que Francia, Italia, la Unión Soviética y Alemania llaman a sus reservistas.

En el último momento Chamberlain sugiere una conferencia internacional para


evitar la guerra, durante la noche del 29 al 30 de septiembre. Hitler, Mussolini,
Chamberlain y Daladier se entrevistan en Munich sin la presencia de ningún
representante de la Unión Soviética ni de Checoslovaquia. En la entrevista se
acaban aceptando todas las reivindicaciones alemanas sobre Checoslovaquia.

Las consecuencias del Pacto de Munich no se hacen esperar: comienza la


desmembración de Checoslovaquia: Alemania ocupa los Sudetes, Polonia ocupa
Teschen y Hungría el sur de Eslovaquia. Francia queda desacreditada a los ojos
de sus aliados de Europa Oriental; y la Unión Soviética, dejada de lado en Munich,
desconfía cada vez más de la actitud de Francia e Inglaterra para con Alemania.

Pero la cuestión checa no había finalizado todavía. Con la segunda crisis


checoslovaca, Hitler pasa de las reivindicaciones nacionales a las del «espacio
vital». Alemania venía sosteniendo también al movimiento de autonomía eslovaco
que había formado su gobierno autónomo. En marzo de 1939, el presidente Hacha
intenta poner fin a la secesión eslovaca. El 14 de marzo Eslovaquia proclama su
independencia, el 15 Hitler amenaza con destruir Praga, si no se solicita la
intervención del ejército alemán. El presidente Hacha cede, y las tropas alemanas
entran en Bohemia. Desaparece el Estado checo, convertido en un Estado satélite
alemán; y Hitler crea el Protectorado de Bohemia-Moravia, primera colonia
europea de la «Gran Alemania». Ante una Europa sin capacidad de reacción y
todavía asombrada, Hitler impone a Lituania la cesión del puerto de Memel.

Mussolini siguiendo el ejemplo alemán ocupa Albania el 7 de abril.

Todas estas agresiones demuestran la ineficacia de la política de apaciguamiento


que finalmente es desechada por Inglaterra, que mientras tanto ha procedido a su
rearme. A partir de este momento se produce un cambio radical en la política
exterior británica; el gobierno inglés, secundado por el francés, resuelve oponerse
por la fuerza a toda iniciativa de las potencias del Eje.

Pero las reclamaciones alemanas no cesan.

El 31 de marzo, Hitler reclama la ciudad de Dantzig, así como la carretera y la


línea férrea que uniese el territorio de Dantzig con Alemania. Hitler estaba
amenazando de hecho la existencia de Polonia. Inglaterra y Francia se aprestan
rápidamente a garantizar la integridad polaca y la de todos los países amenazados
por el Eje. Pero ya los pequeños Estados no conceden mucho crédito a las
seguridades anglo-francesas, tras la experiencia de Munich.
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Marina Pedraza Martínez

La decisión rusa de buscar su seguridad sorprende a todo el mundo, cuando el


23 de agosto se conoce la noticia de la firma de un Pacto de no-agresión germano-
soviético. Pero el Pacto germano-soviético deja las manos libres a Hitler que
vuelve a presionar al gobierno polaco sobre el asunto de Dantzig. El Pacto preveía
en un protocolo secreto el reparto de Polonia. El 1 de septiembre, sin declaración
previa de guerra, el ejército alemán invade Polonia. El día 3 de septiembre
Inglaterra y Francia declaran la guerra a Alemania.
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