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El cuerpo de la mujer
Son dos las mujeres que se presentan a lo largo de la novela de Saer: Gina, esposa
de Bianco e hija de inmigrantes italianos en el presente narrativo y la Violadita, personaje
de una analepsis que se conecta luego con el resto de los acontecimientos narrados. Para
tener conciencia de la construcción del cuerpo de la mujer, detengámonos en la primera:
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[…] Gina es como una fuerza en expansión, elástica, dura, y en sus diecinueve años no hay la
menor sombra de la matrona que sin duda será más tarde, cuando lo puramente femenino
empiece a predominar, porque ahora la energía que emana de ella es independiente de su sexo
[…] (Saer, 2009: 103).
¿Qué es, sin embargo, lo puramente femenino? Siguiendo la lógica de este fragmento,
aquellos rasgos que ligan a la mujer al desenvolvimiento de su sexualidad, a la delimitación
de la maternidad, etc. Sigmund Freud, en su conferencia “La feminidad”, advierte que la
psicología ha tratado de diferenciar lo “masculino” de lo “femenino” atribuyendo a cada
uno de estos campos una serie de comportamientos que, más bien, son rastreables desde la
flexibilidad anatómica y la convención social (Freud, 1991: 106). De asociarse,
complementa Freud, lo “masculino” a la dominación y lo “femenino” a la pasividad se
habría logrado una primera relación que reduciría lo “masculino” al acto violento de
penetrar el cuerpo de una conciencia pasiva y expectante. Y esta reducción, por supuesto,
no contemplaría casos ni de la sexualidad animal ni del cambio de roles que ocurre en toda
maternidad, por ejemplo. Saer advierte que esta correspondencia es insuficiente y, por ende,
aquello que anticipa el fragmento anteriormente citado no alcanza a ocurrir en cuanto a lo
“puramente femenino”, sino en cuanto a lo “femenino” hecho enigma.
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segregada capaz de segregar, a su vez, más materia, hostil, seductor. Es, a momentos, capaz
de desenvolverse pasiva y expectantemente como cuando Bianco, observando su
maduración, se resiste a poseerlo, pero también inquisitivamente y, por ello, abandonando
el espacio de la pasividad, como cuando a Bianco le parece que Gina “[…] había
interpretado los eufemismos, circunloquios, alusiones de esos dos años de espera desde el
momento en el que él había fijado los ojos en el ruedo tumultoso del vestido sobre los
zapatitos blancos […]” (Saer, 2009: 123). Es esta oscilación la que convierte al cuerpo de
Gina en indeterminable y es la atención depositada en él la que le devuelve a Bianco, al
menos, dos certezas: aquella que lo sitúa aprisionado, también, dentro del “magma
material” de un cuerpo; aquella que ratifica que, en ocasiones, el pensamiento será incapaz
de dirigir la materia, como cuando al final de la primera parte, testigo de una escena que lo
incomoda, yace tendido sobre el cuerpo de Gina, rendido cuando le sobreviene el orgasmo,
“[…] preso en las garras excremenciales de lo secundario […]”. (Saer, 2009:52).
El gesto de placer
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Bianco se queda inmóvil, con la mano derecha en el picaporte, la izquierda aferrando el
bolso de cuero, recibiendo en la cara empapada el primer relente de aire de la habitación
[…]” (Saer, 2009: 34). Pues es en ese preciso instante de comunión entre el espacio de
afuera con el de adentro, al abrirse la puerta, que a Bianco le invade una serie de
sensaciones, malestares y dudas respecto a lo que acaba de presenciar. Solamente en lo que
dura el instante, antes de volverse con toda naturalidad al saludo de Garay López, Bianco se
ha visto interpelado por el enigma.
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rompiendo su ensimismamiento) la imposibilidad de toda comunicación posterior o
resolución. Por otra parte, y siguiendo el hilo del anterior subtítulo, que tanto la sexualidad,
lo femenino y el placer son conceptos que se construyen fuera de toda norma negando
cualquier mera reducción de la mujer a ellos.
La última escena a la que quiero referirme enfatiza todavía más la separación entre
mujer y placer. La historia del tape Waldo, narración que se continúa y relaciona con la de
Bianco, presenta, entre los varios individuos que configuran la familia del gaucho y la vida
en la pampa, a la nena, cuarto retoño del hombre desertor del Ejército Grande. Antes de
hallar la muerte en manos de sus hijos, el padre había forzado en varias ocasiones a sus
hijas mayores, por lo que depositaría su atención en la nena, a quien también poseería. Es
ella, junto a su hermano menor Waldo, quien asiste como testigo a la brutal muerte que le
propinan al padre sus hermanos mayores. Y tal acontecimiento, como es posible de
suponer, funda en los hermanos menores un trauma: la pérdida o atrofia del habla en uno, la
pérdida del placer en la otra. La focalización de la narración no se deposita en ninguno de
los personajes, pero prioriza la historia de Waldo, quien empieza a emitir octosílabos
dísticos que su entorno, al no entenderlos, los admite proféticos en cuanto coinciden con
ciertos acontecimientos. Uno de estos habría tenido que ver con la muerte de Costa, quien
habría intentado forzar a la nena (conocida, luego del asesinato del padre, como la
Violadita). Pues bien, la toma de distancia en esta escena no ocurre a nivel actancial, sino
narrativo. La focalización, al no depositarse en un actante como Bianco, imposibilita
afirmar a ciencia cierta el origen del rechazo de la Violadita a las intenciones de Costa o la
mudez de Waldo. En cambio, los plantea como una posibilidad, como un enigma
irresoluble:
Costa empezó a rondar a la Violadita, que parecía no únicamente no entender, sino ni siquiera
escuchar sus alusiones y que tal vez efectivamente no las escuchaba ni las comprendía, por haber
agotado, ocho o nueve años atrás, en dos o tres acoplamientos vertiginosos, todo lo que Costa le
proponía […] (Saer, 2009: 159. Las cursivas son mías).
Retomo, para finalizar este espacio, las palabras de Beatriz Sarlo, quien alude que la mujer
de La ocasión es un ser cerrado al conocimiento e interpretación. Añado, además, que lo es
no solamente en cuanto a materia y pensamiento, sino también en cuanto a gestos, y que
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esto se debe a la toma de distancia que se ejerce sobre ella como también a la imposibilidad
de toda interlocución: “El goce de la mujer es incognoscible e independiente del hombre.
[…] Ensimismada en su naturaleza, la mujer es un enigma cuyo mayor engaño es despertar
la esperanza de que pueda ser descifrado.” (Sarlo, 2007: 286)
Concluyo este ensayo con un par más de ideas. Beatriz Sarlo cierra su texto
afirmando que la literatura de Saer habla bellamente de la imposibilidad. (Sarlo, 2007:
288). Es mi intención, entonces, precisar esta afirmación. Más allá de narrar imposibles,
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Saer, en La ocasión, se dedicaría a construirlos. Me detengo en el término “imposible”
poniendo sobre la mesa el amplio bagaje filosófico que le dedica Jaques Derrida y que
considero pertinente. Si entendemos lo imposible como opuesto a lo posible y esto último
como, en palabras de Horacio Potel (estudioso de Derrida), “un conjunto de procedimientos
regulados, de prácticas metódicas, un camino seguro, una ruta pavimentada y señalizada
que no conduce a ningún lugar”. (Potel, 2010: 4), lo imposible se configura como la ruptura
de todo programa, de lo que se prevé. No es complicado, a partir de esta precisión,
relacionar lo que Freud en su conferencia cataloga como flexibilidad anatómica y
convención social al reino de lo posible. De donde la escritura de La ocasión configura un
avatar preciso del terreno de la imposibilidad en el enigma irresoluble. Ni los personajes de
la narración ni el narrador ni los lectores alcanzan a resolver los varios enigmas que la
novela plantea. Es más, si en algún momento esta los resolviera, las respuestas obtenidas,
por defecto, se adscribirían a lo posible. Finalmente, lo que Saer obtiene en la construcción
del personaje mujer como enigma es, entonces, muestra fiel de que la literatura es campo
propicio para la creación de imposibles. Tenía Freud, pues, razón al concluir su conferencia
de la siguiente manera: “Si ustedes quieren saber más acerca de la feminidad, inquieran a
sus propias experiencias de vida, o diríjanse a los poetas, o aguarden hasta que la ciencia
pueda darles una información más profunda y mejor entramada.” (Freud, 1991: 125).
Bibliografía
Freud, Sigmund. “La feminidad”. Volumen XXII. Obras completas. Buenos Aires:
Amorrortu editores, 1991.
Sarlo, Beatriz. “Mujer pena y misterio (1988)”. Escritos sobre literatura argentina. Buenos
Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2007.
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Potel, Horacio. “Cuestiones de herencia. Fantasma, duelo y melancolía en Jacques
Derrida”. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2010.