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Elvis

Presley es una figura de talla mundial de la cultura popular, un artista


cuyo talento y fama sólo fueron igualados por sus excesos y su trágico final.
Con su deslumbrante voz, este ícono del siglo XX incorporó influencias del
rhythm and blues y del folk de raíces americanas para crear un tipo de música
completamente nuevo y una nueva manera de expresar la sensibilidad
masculina.
En Ser Elvis. Una vida solitaria, el veterano periodista de rock Ray Connolly
ofrece una revisión de la carrera del cantante más famoso de la música
popular, ubicándolo no sólo bajo las chillonas luces de neón de Las Vegas,
donde concluyó su carrera, sino también en el contexto del sur de Estados
Unidos, en los barrios pobres donde Elvis creció y se formó musicalmente
asintiendo a conciertos clandestinos de blues, frecuentando iglesias donde
escuchaba góspel y aprendiendo a tocar la guitarra entre melodías de country
y hillbilly.
A través de entrevistas a músicos que lo conocieron personalmente, como
John Lennon, Bob Dylan, B. B. King, Sam Phillips y Roy Orbison, entre
muchos otros, Ray Connolly logra uno de los retratos más matizados y
maduros escritos hasta el presente del fenómeno cultural que fue Elvis
Presley.

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Ray Connolly

Ser Elvis
Una vida solitaria

ePub r1.0
Titivillus 16.08.2022

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Título original: Being Elvis. A Lonely Life
Ray Connolly, 2016
Traducción: Ana Pérez Galván
Corrección técnica a cargo de Sara Vicente Castaño

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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Índice

Agradecimientos

Nota del autor

Prólogo

«Ser Elvis. Una vida solitaria»

Epílogo

Cuando Elvis murió, ¿qué fue de…?

Las mejores grabaciones de Elvis Presley

Bibliografía

Créditos de las canciones

Notas

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Para Louise y para mis nietos, Jack y Olivia.

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Agradecimientos

Años antes de que decidiera escribir este libro, entrevisté, como parte de mi
trabajo de periodista y luego de guionista, a muchas de las personas
involucradas en la historia de Elvis, incluyendo a Sam Phillips, Marion
Keisker, el reverendo W. Herbert Brewster, Carl Perkins, el saxofonista Boots
Randolph, Roy Orbison, Mike Stoller, Rufus Thomas, Jerry Wexler, Paul
McCartney, John Lennon, Ringo Starr, Chris Hutchins, Bob Dylan, Stanley
Booth, B. B. King, Freddy Bienstock, Billy Swan, George Klein, el
«Coronel» Tom Parker y mi amigo el ya fallecido Mort Shuman. Luego, por
supuesto, estuvo el propio Elvis. Así que estoy muy agradecido a todos ellos
por compartir conmigo su tiempo y sus pensamientos, y a YouTube por hacer
tan fácil el acceso a muchas entrevistas con aquellos que lo conocían.

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Elvis, vas a ser una gran estrella. Aquí van unos consejos. No te escondas. Sal a la calle, ve a
restaurantes, y no te escondas. Porque, si lo haces, serás el chico más solitario del mundo.
Jackie Gleason a Elvis, 1956

En el culmen de la histeria, aquello fue matador para nosotros los Beatles. Pero éramos cuatro
para compartirlo. Elvis estaba solo. Solo estaba él. Debió de ser insufrible.
John Lennon a Ray Connolly, 1970

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Nota del autor

Una mañana de agosto de 1969, me vi sentado en una oficina de Nueva York


hablando por teléfono con Bob Dylan. Yo era por entonces el crítico de rock
del London Evening Standard y, como Dylan iba a participar pronto en el
Festival de Música de la isla de Wight, en Inglaterra, llamé a su representante,
Albert Grossman, para ver si podía concertar una entrevista con el gran
hombre.
La respuesta, como era de esperar, fue «no». Pero entonces —me figuro
que Grossman estaba pensando en la venta de entradas del festival, que decían
que era floja—, de repente, me dijo que Dylan podía estar dispuesto a hablar
conmigo por teléfono. Y, allí mismo, sobre la marcha, le pidió a su secretaria
que pusiera a «Bobby» al habla.
Normalmente, me gustaba planificar mis preguntas antes de hacer una
entrevista. Pero, en esa ocasión, me plantaron de pronto el teléfono en las
manos, con el cantautor más huraño del mundo esperando al otro lado de la
línea. Al final, Dylan se mostró de lo más amable y paciente con mis
preguntas, supongo que bastante tediosas para él, y enseguida, seguramente a
falta de algo mejor que decir, mencioné que había estado en Las Vegas para
ver el regreso de Elvis Presley a los escenarios.
«¿En serio?», el tono de Dylan cambió. «¿Estuviste allí? ¿Qué tal
estuvo?». Y casi antes de que pudiera responderle, añadió: «Leí sobre ello en
The New York Times. ¿Estuvo bien? ¿Estaba Scotty Moore [el primer
guitarrista de Elvis] con él? ¿Qué cantó? ¿Le hicieron los coros los
Jordanaires? ¿Tocó algo de la época de Sun Records? ¿Y “That’s All Right”?
¿O “Mystery Train”? ¿“Heartbreak Hotel”? ¿Y qué más? ¿Cantó alguna
canción nueva? ¿Quién estaba en la banda? ¡Tenía una orquesta en el
escenario! ¿En serio?».[1]
Y así seguimos. Bob Dylan me estaba haciendo más preguntas a mí de las
que yo le había hecho a él. Ya no era uno de los hombres más famosos del
mundo y yo un entrevistador pillado por sorpresa. Éramos iguales,
admiradores de la misma persona, hablando emocionados como si los dos
tuviéramos quince años y acabáramos de descubrir el rock.

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Hacia el final de la conversación, mencioné que Elvis había grabado una
de las canciones de Dylan, «Tomorrow Is a Long Time», lo cual éste
obviamente ya sabía. Era, dijo, su versión preferida de todas las canciones que
había escrito, lo cual, supongo, no era de extrañar viniendo, como venía, de
un fan de Elvis.
Unos días después, ya de regreso en Londres, tuve la oportunidad de
llamar a John Lennon. Esto, debo decir, era algo habitual, ya que por aquel
entonces yo veía bastante a Lennon y a Paul McCartney. Volví a mencionar
otra vez que acababa de ver a Elvis y, de nuevo, tuve que hacer frente a una
sarta de preguntas casi idénticas a las de Dylan.
«¿Estaba Scotty Moore con él? ¿Y los Jordanaires? —Por cierto, la
respuesta en ambos casos fue que “no”—. ¿Y qué hay de sus primeras cosas
con Sun Records? ¿Cantó “Baby Let’s Play House”? ¿Y “I Got a Woman”?
¿Estuvo bien? ¿Estaba gordo?».[2]
Aprendí algo de aquellas dos llamadas telefónicas: básicamente que, en el
fondo, las estrellas de rock en realidad solo son fans maduros. Por muy
famosos y célebres que fueran ya por entonces Bob Dylan y John Lennon,
seguían siendo fans del hombre que los había iniciado en la música, y seguían
fascinados por los sonidos que habían marcado su juventud. Elvis había
disparado sus sueños adolescentes, como los de Paul McCartney, Keith
Richards, Bruce Springsteen y muchos más.
Igual que los míos, aunque en mi caso llevara mi carrera en otra dirección.

Ray Connolly

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Prólogo

«¿Cómo me recordará la gente cuando me haya ido?», quiso saber. «¿Me


olvidará pronto?»[1]
Era mayo de 1977. Acostado en su suite de un hotel de la pequeña ciudad
de Binghamton, Nueva York, solo y deprimido, temporalmente abandonado
después de que su última novia se hubiera aburrido de la rutina de la gira,
Elvis Presley había hecho llamar a su cantante soprano, Kathy Westmoreland,
para que lo acompañara. No podía soportar estar solo, dormir solo. A su
camarilla tampoco le gustaba que durmiera solo. Se preocupaban cuando no
había nadie que lo vigilara.
Kathy, una antigua amante y todavía amiga que llevaba siete años con él
en los escenarios, se sentó a su lado aquella noche y la siguiente,
escuchándole hablar de su madre, su peso, su salud y su hija, consolándole
mientras se angustiaba por el libro que pronto publicarían tres de sus antiguos
empleados contándolo todo sobre él, y meneando la cabeza mientras él se
preocupaba por que le olvidaran rápidamente tras su muerte.
«Nunca he hecho algo duradero…», le dijo. «Nunca he hecho una película
clásica».
Por mucho que sus canciones hubieran gustado o que él hubiera ayudado
a cambiar el rumbo de la música popular, lo único que veía era que no había
conseguido convertirse en «una verdadera estrella de cine». Y eso le
atormentaba.
Con cuarenta y dos años, pero enfermo con un montón de problemas
médicos, adicto, agotado y terriblemente desilusionado, ya hablaba de sí
mismo en pasado. En un momento dado intentó bromear con Kathy: debía
ponerse algo blanco en su funeral. Ella se rio y le prometió que lo haría.
Luego le cogió de la mano hasta que se durmió. El sueño que siempre
ansiaba, pero que casi siempre le resultaba tan difícil conciliar.
Así era Elvis Presley, reconocido hoy como el artista más querido de
todos los tiempos, pero entonces un hombre enfermo ahogado por la
preocupación en los últimos meses de la tragedia en que se había convertido
su vida.

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¡Pero qué vida! Durante prácticamente toda su vida adulta, todo el mundo
sonreía cuando él entraba en una habitación. Cuando hacía una broma, todos
se reían con él, solo que más fuerte; y cuando pedía algo, sus ayudantes se
apresuraban a complacerle. Todos querían satisfacerlo, desde la camarilla,
que se debatía a diario entre la servidumbre y la amistad mientras lo atendían,
hasta el interminable clan de parientes que dependían de él para tener un
trabajo y una casa. Y luego estaban todas las novias cuyo cariño recompensó
regalándoles coches y diamantes.
Sí, ¡qué vida! Podía comprar cualquier cosa que quisiera, y así lo hizo:
casas, flotas de Cadillac, aviones, pistolas… y también algunos médicos. Y
aunque le gustaba ser él quien daba siempre, cuando pedía un favor casi
siempre se lo hacían. Dos presidentes de los Estados Unidos atendieron sus
llamadas, y algunos senadores, gobernadores estatales, celebridades del cine,
el rock y el deporte hicieron cola entre bastidores para poder sonreírle,
estrecharle la mano y fotografiarse con él. Era un imán. Todos se acercaban a
él, mientras la policía local de Memphis, las autoridades sanitarias y la prensa
hacían la vista gorda cuando creían que eso era lo más prudente.
Cómo no iban a hacerlo. Era Elvis, el hombre joven que, a mediados de
los cincuenta, había pasado en treinta meses de graduarse en la escuela
secundaria a ocupar el primer puesto de las listas mundiales de éxitos, y que,
por medio de la televisión, había provocado el escándalo y la devoción hacia
él a escala nacional primero e internacional después.
Siendo la música el camino más corto hacia los sentimientos, las estrellas
de la canción viene y van mecidas por breves oleadas de entusiasmo, pero
había algo en su voz, en su actitud, en su sonrisa tímida, en su belleza juvenil,
en sus movimientos corporales al cantar, en su atractivo sexual y en su
historia personal que se quedó grabado de manera indeleble en el imaginario
de las masas. Y ahí sigue, convirtiéndolo en el mayor icono estadounidense y,
cuarenta años después de su muerte, en el más duradero también.
Cuando era niño soñaba que el éxito les salvaría a su familia y a él de la
pobreza. Pero luego descubrió que, a aquel nivel, la fama era una cárcel tanto
como una salvación. No fue el primer cantante de rock & roll, pero sí la
primera superestrella del rock, una condición que implicaba que no solo no
había nadie de cuya experiencia pudiera aprender, sino que tampoco había
nadie con quien compartir la carga de ser él mismo, de ser Elvis. A lo largo de
su vida dijo muchas veces que siempre se había sentido solo. Era
comprensible. Nadie, aparte de él, sabía lo que era estar bajo el incansable

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foco de la atención y la admiración, ser el alquimista que podía convertir la
música en tanto amor y tanto oro.
Su ambición había sido hacerse rico y famoso. Y su extraordinaria voz de
dos octavas y media —y otro nivel en falsete— le había dado eso y mucho
más. Pero cuando se bajaba del escenario, cuando las cámaras y los focos se
apagaban, entonces, ¿qué? ¿Dónde encajaba él? En ninguna parte. Imposible
de clasificar, su escandalosa fama le impidió acceder a cualquier atisbo del
mundo real. Y a medida que pasaron los años, se retiró a su corte, ya fuera a
Graceland, su mansión en Memphis, o a Hollywood o a Las Vegas, lugares
donde su séquito le protegería de sus miedos, sus inseguridades y sus
depresiones.
Para cuando pasó aquella noche en Binghamton con Kathy
Westmoreland, solo catorce semanas antes de su muerte, ya estaba
mentalmente roto, emocionalmente exhausto. ¿Cómo podía haber llegado a
ese estado de desesperación? ¿Qué le había ocurrido a aquel hombre
bendecido con tantos dones y tanto talento? Desde fuera, parecía tenerlo todo.
Pero una noche, unos meses antes, al mirar a los fans que le adoraban, le
había dicho desolado a alguien de su equipo: «Esa gente no me ama de forma
personal. No saben qué hay dentro de mí»[2].
No podían. Pero si hubieran podido ver el interior de su cabeza, ¿qué
habrían encontrado? Seguramente una colisión múltiple de deseos, deberes y
presiones en pie de guerra. Para entonces, su pasado mantenía un interminable
conflicto con su presente durante más de veinte años, la brutal realidad había
ido empañando sus sueños, mientras sus ambiciones artísticas capitulaban
ante sus necesidades, y las de su representante, que exigían un interminable
suministro de dinero. En las películas y en los escenarios mostraba un arrojo
fascinante. Pero era solo una máscara tras la cual escondía sus miedos y sus
debilidades.
En aquellos últimos meses se preguntaba en alto si sus admiradores le
seguirían siendo fieles a medida que fuera haciéndose mayor. Temía su
deserción y lo que pensarían cuando se enteraran de sus secretos más oscuros.
Luego estaban sus preocupaciones más personales. ¿Y qué decir de sus
patológicas compras compulsivas? Él sabía, en sus momentos más positivos,
que le estaban arruinando, pero no podía controlarse. ¿Se quedaría pronto sin
dinero? Su padre lo veía posible. Incapaz de refrenarse, había dilapidado gran
parte de su fortuna o la había regalado. Y luego estaba su mayor temor, la
pesadilla recurrente: que pronto se vería obligado a vender su casa,
Graceland, y que algún día terminaría otra vez como había empezado, pobre

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de solemnidad, recordado solo como una sombra de lo que fue, o peor aún,
como un patético chiste.
Desde el principio, el enigma que era Elvis —el pobre chico blanco del
segregado Misisipi que decidió cantar la música negra de sus héroes
musicales— había sido una mezcla explosiva. Nacido en la pobreza rural de
los años treinta más sombríos, ganó cientos de millones de dólares durante su
carrera, pero al final de su vida, sin inversiones a las que poder recurrir,
dependió de los préstamos de su banco para cubrir sus gastos entre gira y gira
y para pagar las deudas de juego de su representante.
Luego estaban sus complejas creencias religiosas. Cristiano pentecostal
lector de la Biblia de toda la vida, también hizo incursiones en la numerología
y el misticismo; y, aunque a menudo rezaba y era pródigamente generoso con
las organizaciones benéficas, también era un esposo sistemáticamente infiel y
promiscuo, mientras que exigía absoluta fidelidad a las muchas mujeres de su
vida. El rock & roll le convirtió en una estrella, pero inicialmente él quería
formar parte de un cuarteto vocal de góspel y toda su vida prefirió los
espirituales y los himnos a cualquier otro tipo de música.
Estaba plagado de contradicciones. Mientras fue el cantante más
escandaloso y sexy del mundo, estuvo a la vez muy ligado a su madre. En su
día un rebelde melenudo, se convirtió después en un soldado modélico y
acabó cantando himnos patrióticos en sus conciertos. Y mientras que por
fuera siempre parecía una estrella mundial con una aplastante seguridad en sí
mismo, en su camerino se ponía tan nervioso que, antes de cada actuación,
necesitaba una inyección de anfetaminas que le diera el valor suficiente para
salir al escenario.
Luego, cuando no estaba en el escenario, cuando era el público en pases
privados de cine, se convertía en el cinéfilo que reservó durante años salas de
cine fuera del horario habitual para poder ver las películas que le gustaban,
antiguas y nuevas; un amante del cine con suficiente bagaje cinematográfico
como para odiar y avergonzarse de la mayoría de sus películas.
No cabe duda de que era autodestructivo, pero más allá de su
ensimismamiento, ¿tenía motivos para ello? ¿Por qué siendo el cantante más
popular del mundo, para quien cualquier compositor destacado hubiera
querido componer, desperdició su voz y su talento con tantas melodías y
letras trilladas de canciones para las bandas sonoras de las películas que tanto
odiaba? Y en todo caso, ¿qué hacía un hombre enfermo e irremediablemente
adicto a las pastillas haciendo giras y dejándose grabar en un especial de
televisión solo unas semanas antes de su muerte? ¿Estaba realmente tan

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necesitado de dinero? ¿O era su representante, el autodenominado «Coronel»
Tom Parker, quien estaba más desesperado que él?
En cuanto a la adicción a las pastillas, ¿exactamente cuándo comenzó?
¿Fue antes de lo que nadie se figuraba, durante su periodo en el ejército de los
Estados Unidos o, como ahora parece más probable, incluso antes? ¿Y cómo
podía una estrella con tantos seguidores en todo el mundo tener tan poco
carácter y pasar tantos años sin plantarse y hacerle frente a su abusivo
representante? ¿Tenía razón su madre al referirse a Parker desde el principio
como «el mismísimo diablo»?
«Estoy tan cansado de ser Elvis Presley»[3], decía en los últimos meses de
su vida. Por momentos, como veremos, es fácil entender por qué. ¿Pero
realmente tenía que ser así? ¿Y dónde y cuándo se sembraron exactamente en
la vida de Elvis Presley las semillas de sus éxitos, sus excesos y sus
debilidades?

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1
«Lo único que conocí desde los dos años fue música
góspel»[1]

Sus comienzos difícilmente podrían haber sido más humildes ni sus


expectativas más limitadas. Nació a eso de las cuatro y media de la mañana
del 8 de enero de 1935, en una casucha de dos habitaciones en Tupelo,
Misisipi, donde la única luz que había provenía de un par de lámparas de
aceite y el agua que hacía falta hervía en una estufa de leña. Treinta minutos
antes había venido al mundo un hermano gemelo, pero nació muerto. Les
llamaron Jesse Garon y Elvis Aaron. Sus jóvenes padres, Vernon y Gladys
Presley, sospechaban que podían esperar gemelos —había antecedentes en
ambas familias—, pero no habían podido pagar el coste de la atención médica
durante el embarazo de Gladys. Un vecino llamó al doctor solo cuando
Gladys comenzó a tener complicaciones en el parto. Su tarifa era de quince
dólares. La abonaría una organización benéfica.
Enterraron a Jesse en una tumba anónima del cementerio Priceville de
Tupelo más o menos un día después, pero para entonces Gladys, que había
perdido mucha sangre, había sido ingresada en un hospital junto al bebé que
había sobrevivido. Cuando Elvis era mayor se preguntaría si Jesse y él habían
sido gemelos idénticos, y por qué había muerto su hermano y no él, ya que,
como decían en la iglesia, siempre tiene que haber una razón para todo. A
veces le daba por imaginarse a ambos jugando juntos felizmente, como
hermanos; en otras ocasiones, le preocupaba que hubiesen sido rivales, como
los bíblicos Caín y Abel. Cuando se hizo famoso, le pidió un par de veces a la
gente que tratara de averiguar exactamente en qué parcela del cementerio
había sido enterrado Jesse[2]. Pero nunca lo averiguaron; no quedó constancia
del lugar en ningún documento. A veces le decían que cuando un gemelo
muere, el que sobrevive crece con las cualidades adicionales del otro. Su
madre le animó a pensar eso, a creer que él era especial. Ella estaba
convencida de que lo era.

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Tupelo, Misisipi, hacia 1920, con sus casas de madera y, al fondo, la fábrica de algodón que dio trabajo
a muchos de los habitantes de la zona hasta su cierre a finales de los años treinta.
Library of Congress, Cont. Numb: 2018676325

Tupelo, Misisipi —entonces, como ahora, el estado más pobre de la


Unión—, era en los años treinta un pueblo cochambroso de unos seis mil
habitantes, y el pequeño hogar de los Presley era una casa de madera
construida sobre bloques de cemento sin electricidad ni agua corriente en un
camino de tierra que discurría cerca del arroyo y la carretera, rodeado de
bosques y granjas. En la escuela, le explicaron a Elvis que Tupelo era el
nombre que los indios choctaw daban a esa zona, y que, en los años treinta,
había muchos Presley en Tupelo y alrededores. También había mucha
religión. Así que no es de extrañar que sus padres, Vernon Presley y Gladys
Smith, se conocieran en la iglesia de la Primera Asamblea de Dios Pentecostal
de East Tupelo.
Gladys era la cuarta de nueve hermanos. Su madre, Doll Smith, era una
enferma crónica casi profesional a la que Gladys cuidó de niña, además de
tener que encargarse también de sus hermanos y hermanas menores. Doll
murió el año antes de que naciera Elvis y su marido, Bob Smith, la siguió
poco después. Él había sido aparcero, arrastrando a su familia en busca de
trabajo de granja en granja por toda la región. Las malas lenguas decían que,
además, Bob destilaba aguardiente casero ilegal para tratar de llegar a fin de

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mes, aunque nunca lo conseguían. Los Smith parecían predestinados a morir
jóvenes.
El padre de Vernon era Jessie D. Presley, según el resto de la familia, un
hombre apuesto, malhumorado, mujeriego, muy bebedor, que trabajaba un
poco en el campo, y que en los años treinta le hizo la vida imposible al
adolescente Vernon. La mujer de Jessie, Minnie-Mae, la abuela de Elvis, una
mujer alta y delgada, también lo pasó mal con aquel hombre. Él la abandonó
antes de que su nieto pudiera conocerlo, y ella se fue a vivir con su hijo
Vernon, su esposa Gladys y Elvis. Desde que una vez esquivara una pelota de
béisbol que Elvis lanzó hacia ella sin querer él siempre la llamó «Dodger»
[‘Regateadora’].
Vernon, a quien le gustaba bromear diciendo que le habían criado entre
algodones, solo tenía diecisiete años cuando, apenas un par de meses después
de conocer a Gladys, que entonces tenía veintidós, se escapó con ella al
condado contiguo para casarse. Fue en 1933. Ambos mintieron sobre su edad,
poniendo en su licencia matrimonial que él era mayor y que Gladys era más
joven. Ella trabajaba por entonces en el Tupelo Garment Center, sentada ante
una máquina de coser por dos dólares al día, mientras Vernon hacía cualquier
trabajo que pudiera encontrar. Estados Unidos estaba en plena Depresión, así
que no era nada fácil. Una vez casados, vivieron con los padres de él durante
un tiempo, y luego pidieron prestados 180 dólares a un prestamista local
llamado Orville Bean para construirse una casa junto a la de los viejos
Presley, en un solar vacío también propiedad de Bean. Vernon había trabajado
algo como carpintero, así que se construyó él la casa con la ayuda de su padre
y un hermano.
A la mayoría de la gente no le habría parecido un gran lugar para vivir, sin
techo (solo tejado), ni una cocina independiente y con el baño fuera, al que
Gladys tenía que llevar el agua desde una fuente comunitaria que había
carretera abajo y almacenarla en un tanque de diez litros. Pero cuando Elvis
era pequeño, su madre le contaba lo feliz y orgullosa que se había sentido
cuando se mudaron. Mucha gente no tenía casa propia, le decía. Tenían
gallinas en el corral y, durante su embarazo, ella y papá se sentaban en el
porche en las calurosas noches de verano y hacían planes. Con la muerte de
Jesse, Elvis se convirtió en el único plan de Gladys.
Según la historia familiar, muchos de sus antepasados eran originalmente
escoceses o irlandeses o una mezcla de ambos, pero Gladys contaba que antes
de la Guerra Civil, su tatara, tatara, tatarabuela había sido «una india cheroqui
de pura cepa llamada Morning Dove White». A Elvis le gustaba esa leyenda

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y, más tarde, se imaginaría a Morning Dove como una de esas lindas niñas
piel roja que salían en las películas de indios. Seguramente no se dio cuenta
hasta que era ya una estrella y trabajaba en Hollywood de que las actrices que
interpretaban a las chicas piel roja tenían más papeletas de provenir de
Baltimore o Chicago que de una reserva india.
Al salir del hospital, Gladys no regresó a su antiguo trabajo de cosedora
en el Garment Center. En lugar de ello, desde septiembre fue a recoger
algodón y, con Elvis acostado en un saco a su lado, lo arrastraba tras ella por
las hileras de plantas. A él también le gustaba esa historia suya, y contaba que
cuando era un poco más mayor la ayudaba con el algodón, recogiendo las
bolas de los tallos. Era un trabajo duro, árido y con el que uno se raspaba las
yemas de los dedos, pero todas las familias de East Tupelo vivían de ello.
Un vago recuerdo de infancia les situaba a ambos viajando regularmente
120 kilómetros en un autobús Greyhound a través de Misisipi cuando él tenía
tres años. El simple hecho de hacer un largo viaje en autobús habría sido
emocionante, y más sabiendo que él y mamá iban a ver a su padre. Lo que no
había captado entonces era que el lugar donde vivía Vernon era Parchman
Farm, es decir, la penitenciaría del Estado, una granja de trabajo rodeada por
kilómetros de campos circulares de labranza cercana al río Misisipi.
La versión de los hechos que contaba la familia para explicar el
encarcelamiento de su padre, en las raras ocasiones en que se mencionaba
aquella vergonzosa historia, era que él y el hermano menor de Gladys, Travis
Smith, junto a un amigo, se habían emborrachado y habían falsificado un
cheque firmado por Orville Bean. Este era el hombre que le había prestado a
Vernon el dinero para construir su casita. Según Bean, su gran corazón le
había llevado a darles un cheque por 4 dólares en pago de un cerdo que
vendían, pero luego estos cambiaron la cantidad a 14 o 40 dólares (nadie
puede recordar la cantidad exacta) y fueron a un banco de Tupelo a cobrarlo.
Como era de esperar, les pillaron y llamaron a la policía.
El tío abuelo de Elvis, Noah Presley —que más tarde se convertiría en
alcalde de East Tupelo y que conducía el autobús escolar—, le suplicó a Bean
que no presentara cargos y le ofreció devolverle el doble de dinero. Pero el
prestamista quería que pagasen por lo que había hecho.
Tras seis meses en prisión preventiva en la cárcel de Tupelo, Vernon sería
sentenciado a pasar tres años en Parchman Farm, aunque salió a los nueve
meses, cuando vecinos y amigos solicitaron su liberación. Hasta Orville Bean
llegó a escribir una súplica, aunque para entonces ya había desalojado a
Gladys de su casa al no poder afrontar el pago del alquiler mensual de 12

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dólares. Esa era la regla de Orville: te prestaba dinero para construir una casa
en su terreno, pero si dejabas de pagarle, te quitaba la casa.
Después de eso, Gladys, que dependía de la beneficencia, cogió a Elvis y
se fue a vivir con sus familiares, yendo de una familia a otra hasta que Vernon
volvió con ellos y alquilaron otro sitio por su cuenta. Años después, Elvis
llegó a contar más de siete casas diferentes en las que vivieron durante su
estancia en Misisipi, y luego varias más tras mudarse la familia a Memphis
cuando él tenía trece años. Alguna gente, la que no tenía problemas de dinero,
decía que los Presley eran el tipo de familia que siempre se mudaba cuando
vencía el alquiler. Para Elvis, era injusto. Su madre era tan honrada como la
que más.
Gladys sufría de los nervios y era, incluso, algo huraña. Pero era diligente
y muy trabajadora. Mientras que Vernon, que nunca fue capaz de conservar
un trabajo mucho tiempo, solía pedir dinero prestado para subsistir, Gladys
siempre intentaba asegurarse de que lo devolvían y de que se pagaban todos
los recibos. Elvis presenció su lucha durante su infancia y escuchó a su padre
leer la Biblia y rezar todas las noches para poder liberarse de algún modo de
su pobreza. «Sí, éramos pobres», admitió Vernon años después, «pero no
éramos basura»[3].
Puede que la vida fuera difícil para los Presley, pero Elvis no era un niño
triste. Él no sabía que eran pobres. Nadie que conocieran tenía casi nada, así
que no sabía lo que era la gente rica y la vida tan diferente que llevaban. Y
sus padres siempre lo tuvieron cerca: solo ellos tres.
Dondequiera que vivieran, todos dormían en la misma habitación, y
cuando Vernon estaba fuera y, más adelante, cuando lo liberaron de Parchman
e iba de vez en cuando a buscar trabajo a otras ciudades, Elvis dormía con su
madre en la misma cama. A veces, por la mañana, él y Gladys se quedaban
tumbados juntos, hablando en su propio idioma infantil. Él la llamaba Satnin.
En otras ocasiones, ella le leía historias de la Biblia para Niños, y le contaba
las aventuras de Jonás en el vientre de la ballena y de Josué en la batalla de
Jericó. Más tarde, Elvis grabó himnos sobre Jonás y Josué.

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Elvis Aaron Presley nació alrededor de las cuatro de la mañana del 8 de enero de 1935 en esta casa de
madera de dos habitaciones de East Tupelo (Misisipi). Abajo, reconstrucción del dormitorio donde
Gladys, su madre, dio a luz, con un par de lámparas de aceite como única fuente de luz y una estufa de
leña para hervir el agua.
Casa donde nació Elvis Aaron Presley, exterior. Library of Congress, Cont. Numb: 2017885682

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Reconstrucción del dormitorio donde Gladys, su madre, dio a luz, con un par de lámparas de aceite
como única fuente de luz y una estufa de leña para hervir el agua.
Habitación donde nació Elvis Aaron Presley. Library of Congress, Cont. Numb: 2017879180

Cuando era mayor, a veces oía a papá decir que habían sido tan pobres
que había ocasiones que «no tenían nada más que pan de maíz y agua para
comer». Pero no era así como él lo recordaba. «Teníamos chuletas de cerdo o
jamón de Virginia y puré de patatas. Cosas así, con salsa red-eye», le dijo una
vez a un periodista[4].
Eso no era todos los días, pero, por lo que podía recordar, nunca se
acostaba con hambre, aunque «a veces estuvimos a punto». Y aunque sabía
que lo que algunas personas decían de que su padre no tenía ambición podía
ser hasta cierto punto verdad, él siempre le defendía. «No tienen ni idea de lo
difícil que fue para él», decía. «Para mí fue maravilloso, y aunque él y mamá
discutían, ella le quería».
De joven, Vernon era un hombre apuesto, y Gladys, que nunca quería usar
zapatos, bailaba sola con la música de la radio mientras su hijo la miraba.
Antes de casarse, le encantaba ir a bailar a Tupelo, y su sueño imposible, le
decía al niño, era poder convertirse en bailarina de cine. Dotada de una buena

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voz, se pasaba también todo el rato cantando, igual que papá, casi siempre
himnos, y Elvis se unía a ellos.
«Recuerdo que, de pequeño, la gente me escuchaba cantar por todo el
barrio de protección oficial en que vivíamos», diría Elvis más de treinta años
después[5]. El himno favorito de toda la familia era «Peace in the Valley», que
evocaba imágenes de cuentos: «Bueno, el oso será noble y el lobo será manso,
y el león se tumbará junto al cordero». Le encantaba, y como los himnos se
convirtieron en una parte esencial de su vida, y luego siguieron siéndolo, lo
cantaba en la pequeña iglesia que estaba a la vuelta de la esquina de su casa.
Iba toda la familia, vestida con su mejor ropa, tres veces los domingos y todo
el día durante los revivals, y entonces Elvis observaba al predicador moverse,
suplicar y rezar a Jesús, y a la congregación balanceándose en sus asientos,
invocando y moviendo los pies. Algunos les llamaban «fanáticos religiosos»,
pero él nunca lo hizo y se enojaba cuando escuchaba esta expresión. Creía
que era irrespetuosa con su religión.
A Gladys le gustaba contarle que cuando tenía menos de dos años, en la
iglesia, se bajaba de su regazo, corría hacia la nave lateral e intentaba cantar
con el coro. Era demasiado pequeño para saberse las letras, decía ella, pero
podía seguir la melodía, mirar las caras de los cantantes e intentar imitar lo
que hacían. Por entonces, la iglesia significaba para la familia tanto culto
religioso como entretenimiento. No había mucho más. «Lo único que conocí
desde los dos años fue música góspel», recordaría más tarde al grabar sus
álbumes sacros[6]. «El estilo de nuestras canciones estaba inspirado en los
salmos de los negros. Solíamos ir a esos cánticos religiosos todo el tiempo.
Los predicadores corrían por todas partes, saltando sobre el piano y
moviéndose en todas direcciones. Al público le gustaba y creo que aprendí de
ellos».

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Una familia seria. Con un semblante como si hubieran salido de las páginas de Las uvas de la ira,
Vernon y Gladys Presley posan en 1937 con Elvis Aaron, de dos años de edad. Él ya era el centro de sus
vidas.
© Michael Ochs Archive/Getty Images

La religión tuvo una fuerte influencia sobre él desde pequeño. En una


ocasión, Gladys le dio unos azotes cuando le pilló robando botellas vacías de
Coca-Cola de los patios traseros de los vecinos y llevándolas a la tienda de
comestibles para pedir el centavo de devolución del casco vacío. Pero peor
castigo que ese fue que también le llevó a la iglesia, donde tuvo que confesar
su delito ante la congregación.

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Aparte de ser físicamente singular al tener unidos el segundo y el tercer
dedo de uno de los pies, era muy parecido a cualquier otro niño, con las
enfermedades habituales: resfriados, gripe, sarampión y tosferina. Sin
embargo, en una ocasión se puso tan enfermo de anginas que sus padres
pensaron que verdaderamente podían perderlo. Sin dinero para un médico ni
poder plantearse el acceso a un hospital, ambos se arrodillaron junto a su
cama y rezaron por él. Y se le quitó la fiebre. Después de eso, Gladys creyó
que su supervivencia había sido un mensaje de Dios, una prueba de que su
hijo realmente era especial.
A ella le preocupaba todo. Había perdido un hijo, después había tenido un
aborto espontáneo, y tuvo miedo de perder a Elvis. «Cuando era pequeño,
nunca me dejaba que me fuera donde no pudiera verme», recordaría Elvis[7].
Un día, mientras jugaba con otros niños cerca del arroyo cercano, se cayó
en él. No había peligro, pero recibió una azotaina cuando llegó a casa con los
pantalones mojados. Para que supiera que no tenía que preocupar a su madre.
Si lo hacía, lo amenazaba con la escoba. Y, cuando otros niños lo acosaban,
también les amenazaba con ella. Normalmente era una mujer tranquila, pero,
como decía un amigo suyo, «cuando estaba enfadada, se la podía oír hasta en
Cleveland».
A veces, los vecinos murmuraban y decían: «Gladys adora tanto a ese
chico que lo echará a perder». Y sí que lo malcrió, con lo poco que podía
darle. Tal vez los berrinches que después le daban eran por eso. Hasta su
adolescencia, siempre tuvo un plato, una taza, un cuchillo, un tenedor y una
cuchara propios, que incluso llevaba a la escuela, para asombro de algunos de
sus compañeros. Por alguna razón, Elvis no soportaba que los usara nadie
más, y explotaba furioso si lo hacían. No sabía por qué le molestaba.
Simplemente, le molestaba. Toda su vida se enfadaba por tonterías, aunque
sabía que realmente no debía hacerlo, y casi siempre con la gente a la que
tenía más cariño. «Siempre haces daño a quien amas», decía la letra de la
vieja canción de los Mills Brothers, y él veía que era cierto. ¿Hirió alguna vez
a su madre? Sí, pero nunca a propósito.
Según contaba todo el mundo, fue un hijo dócil y obediente. Las únicas
preocupaciones que les dio a sus padres fueron las pesadillas y el
sonambulismo que sufría de vez en cuando. No sabía decir qué estaba
haciendo o a dónde creía que iba en sueños. Su madre decía que buscaba a
Jesse. Bueno, quizás. Pero ella simplemente lo llevaba de vuelta a la cama y
él se tranquilizaba de nuevo.

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«No te preocupes, mamá. Cuando crezca, te compraré
una buena casa y pagaré todo lo que debes en el
colmado, y compraré dos Cadillac, uno para ti y papá, y
otro para mí»

Su primera escuela fue la East Tupelo Consolidated. Era muy pequeña, con
dos cursos por aula. Inicialmente, Gladys lo acompañaba allí todas las
mañanas y lo iba a buscar por las tardes, aunque más tarde ya iba con los
otros niños del vecindario. La historia de que ella lo llevó a la escuela todos
los días hasta los catorce años fue solo eso: una historia.
Sus padres no habían recibido mucha educación. Gladys nunca pasó más
de cuatro meses al año en clase. Sin embargo, estaba decidida a que a Elvis le
fuera mejor que a ella y a Vernon, que se graduara en la escuela secundaria y
se convirtiera en alguien importante, con un buen trabajo fijo.
En aquellos días, la escuela era estricta, y Elvis era muy normal y tímido.
Siempre le habían enseñado a ser cortés y gentil y a decir «sí, señora» y «no,
señora»[1], lo cual continuó haciendo toda su vida, pero en clase nunca dijo
mucho más. Cuando fue famoso y vio viejas fotografías suyas en la escuela
con sus compañeros de clase de cuando tenía seis o siete años —un niño flaco
con peto—, debió de preguntarse qué futuro podría haberse estado
imaginando. Por entonces tenía el pelo claro, de un color rojizo claro que se
volvía más rubio en verano.
Cuando estaba en su primera escuela, los Estados Unidos entraron en la
Segunda Guerra Mundial y, con los soldados estadounidenses luchando en
Europa y en el Pacífico, los niños cantaban en la escuela «God bless
America» [‘Dios bendiga a América’]. En cierta ocasión, cuando tenía siete
años, hizo un dueto con una niña llamada Shirley. Cantaron «You Are My
Sunshine», con Elvis simulando tocar una guitarra con una de juguete que
alguien le había regalado[2].
¿Se imaginaba que estaba en el Grand Ole Opry, el programa de radio en
directo que la familia y todos a los que conocía escuchaban los sábados por la

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noche? Era un lujo semanal. A veces, papá tenía que conectar la radio a la
batería de su coche cuando el lugar donde vivían no tenía electricidad. Vernon
casi siempre tuvo un coche viejo de algún tipo, aunque a menudo se le
estropeaba nada más comprarlo.
El Opry fue probablemente donde Elvis escuchó por primera vez a Red
Foley cantar la vieja y triste canción country «Old Shep». Había tenido en su
día un perro llamado Rex, del que se encariñó mucho, pero cogió la sarna y
hubo que sacrificarlo. Así que debió de empatizar con la idea de un niño que
crece con un perro como mejor amigo. «Old Shep» fue una de sus canciones
favoritas durante toda su infancia, y también fue la primera canción que
cantaría en público el día infantil de la Feria Agrícola de Misisipi-Alabama,
cuando tenía diez años[3].
La feria era un día grande en Tupelo. Todas las escuelas locales enviaban
a los niños al recinto ferial y algunos elegidos cantaban en un concurso de
jóvenes talentos. Durante un ensayo en la escuela, su maestra de quinto curso,
la Sra. Oleta Grimes, le oyó cantar en las oraciones de la mañana y le sugirió
al director que le apuntara a la competición. Ella era hija de Orville Bean, así
que tal vez quiso compensar de alguna manera lo que le había sucedido a sus
padres. Sea como fuere, el gran día se subió a una silla para llegar al
micrófono y, vistiendo unos vaqueros planchados, una corbata desanudada y
gafas de montura metálica, con el cabello corto y rubio con raya a un lado,
cantó a capela. En una fotografía se le ve de pie, muy serio, junto a los
ganadores, dos niños mayores: a su derecha, una niña vestida como Annie
Oakley con una guitarra y un sombrero vaquero, y, a su izquierda, un niño
negro con bombín y chaleco. Según recordaba él, quedó el quinto en el
concurso, aunque a algunos les gustó decir que Elvis quedó segundo. En
cualquier caso, consiguió como premio viajes gratis en el parque de
atracciones. «Pero», recordaría, «también debí de hacer algo mal.
Seguramente en uno de esos viajes gratis. Porque mamá me dio una azotaina
ese día y pensé que ya no me quería»[4].
Once años después, cuando se fue a Hollywood, grabó «Old Shep» para
su segundo álbum. Muchos fans no podían entender qué pintaba allí esa
canción junto a «Long Tall Sally» y otras dos canciones de rock & roll de
Little Richard. No sabían que la llevaba cantando casi toda su vida.
Las guitarras llegaron a su vida cuando le regalaron la primera en su
undécimo cumpleaños. Una guitarra era un regalo común donde él creció, ya
que era el instrumento preferido de los trabajadores, barato y fácil de
transportar. En realidad, él quería una bicicleta, pero eso era demasiado caro y

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Gladys temía que un coche lo atropellara en la carretera. También había
pedido un rifle de caza, aunque le dijo a su padre que no quería «disparar a
ningún pájaro». La guitarra fue idea de Gladys. «Puedes tocarla cuando
cantes, Elvis», dijo, «sabes que a la gente le gusta oírte cantar»[5].
Así que terminó haciéndose con un pequeño instrumento Gene Autry, que
les costó a sus padres unos 7,50 dólares en una ferretería. Más tarde, el dueño
de la tienda diría que a Elvis le dio un berrinche cuando vio que no le habían
regalado el rifle que quería, pero Elvis no recordaba que pasara eso. Al
menos, no ese día. Posiblemente le dio una pataleta otro día en la tienda
cuando no pudo salirse con la suya. Toda su vida le darían repentinos ataques
de ira por frustración.
Al final, la guitarra resultó ser un regalo de lo más acertado. Poco
después, papá le compró un libro de música que le enseñaba dónde colocar
los dedos en los trastes para hacer los acordes básicos, y el pastor de su
iglesia, que además era pariente suyo, le dio algunos consejos sobre cómo
tocar. A partir de ahí, aprendió más o menos solo y, desde entonces, la música
y el canto comenzaron a ocupar cada vez una parte mayor de su tiempo. De
todos modos, como puede verse en otra fotografía, consiguió la bicicleta al
año siguiente.
Nadie que él conociera tenía televisor y para entonces estaba desesperado
por ver cómo era la televisión. Pero tendría que esperar y, para entretenerse,
acudía a ver un programa radiofónico vespertino de aficionados, Saturday
Jamboree, en la emisora de Tupelo. Se emitía desde el antiguo edificio del
juzgado, y a veces le invitaban a cantar. Casi siempre cantaba «Old Shep»,
sobre todo tras aprender algunos acordes de guitarra. «Sonaba como si
alguien estuviera golpeando la tapa de un cubo», bromearía más tarde en
alusión a casi todos sus primeros intentos de tocar un acompañamiento, pero
la guitarra le ayudaba a mantener el ritmo.
Un cantante de country llamado Mississippi Slim cantaba habitualmente
en el programa canciones de este género y, como había estado en Nashville y
había sacado algunos discos, a Elvis le parecía muy famoso y glamuroso. Era
la primera estrella que conocía, y en una ocasión incluso acompañó al niño
con su guitarra. Debía de ser un hombre amable.
Sin embargo, el mundo en general aún no era amable con los Presley y,
cuando Elvis tenía doce años, tuvieron que irse de donde vivían en el campo
predominantemente blanco de las afueras de East Tupelo porque, una vez
más, se quedaron sin dinero. Cruzaron hacia la parte principal de la ciudad y
terminaron alquilando una casa al borde de lo que, en aquellos días, se

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conocía como el área de Shakerag, que era donde vivía la mayoría de la gente
de color de Tupelo. En aquellos días, la segregación reinaba en Misisipi: los
blancos tenían sus propias escuelas, iglesias, peluquerías y todo lo demás, y la
población negra, las suyas.
East Tupelo había sido una zona de clase trabajadora blanca donde la
música country era el centro de la diversión de la gente. Pero vivir cerca de
Shakerag, un conjunto de chozas y chabolas pobres, pasar junto a las
pequeñas iglesias y escuchar el canto de los himnos provenientes de ellas y,
tal vez, siguiendo calle abajo, la música de las salas de baile populares, debió
de ser algo nuevo y emocionante para un chico como Elvis. Por entonces
también estaba descubriendo el rhythm & blues negro en la radio. Sus padres
lo regañaban por escucharlo, pero no dejó de hacerlo. Gladys siempre le
inculcó que no olvidara que, a ojos de Dios, no era mejor que nadie más, pero
luego, paradójicamente, también le advertía que no se liara «con ninguna
chica de color». Simplemente, a ella la habían criado así, diría más tarde al
recordarlo. Pero él nunca lo hizo.
Debido a que ahora estaban en Tupelo propiamente dicho, tuvo que
cambiar de escuela y comenzó a asistir a la Milan Junior High, donde era
consciente de que era el único niño de la clase que todavía llevaba peto. Era
todo lo que sus padres podían permitirse. Años más tarde, en los años sesenta,
cuando todos los jóvenes usaban vaqueros, le preguntarían que por qué él
nunca los usaba. Lo cierto era que cuando era niño, la tela vaquera, el
uniforme de los pobres, era prácticamente lo único que tenía para ponerse.
Así que, salvo cuando usaba jeans interpretando el personaje de una película,
nunca se los ponía. Le recordaban demasiadas cosas en las que no quería
pensar.
No es de extrañar que en casa de los Presley nunca hubiera muchos libros
aparte de la Biblia, por lo que Gladys le apuntó a la biblioteca de Tupelo. Fue
un par de veces, pero lo que realmente le gustaba eran los gordos cómics de la
época, con sus historietas de dibujos animados completas del Capitán Marvel
y Flash Gordon. Los chicos se los cambiaban en la escuela, pero él siempre se
aseguraba de recuperarlos, mantenerlos ordenados y apilados juntos. Los
conservó durante años, mucho después incluso de hacerse famoso. También
le gustaban las películas, e iba a ver las sesiones continuas de los sábados
protagonizadas por Roy Rogers y Gene Autry, aunque papá le dijo que no le
contara a nadie de la iglesia que iba al cine. Algunos eran más estrictos que
sus padres y creían que ver películas era pecado.

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Vernon, Gladys y Elvis, rubio, con siete años, en el primer curso de primaria, en el exterior de otra casa
alquilada. Los Presley se vieron obligados a mudarse muchas veces a lo largo de la infancia de Elvis,

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siempre buscando una vivienda con un alquiler más barato.
© Alamy/Cordon Press

Los feligreses consideraban pecaminosas muchas cosas, pero


afortunadamente la música no era una de ellas, y para entonces él llevaba
habitualmente su guitarra a la escuela, donde un día unos gamberros se la
robaron y le cortaron las cuerdas. Les parecía una buena broma. Pero a Elvis
no, y todo el mundo vio lo mucho que se enfadó. Tal vez un maestro insinuara
algo, el caso es que, al día siguiente, algunos niños hicieron una colecta entre
ellos y recaudaron suficiente dinero para que pudiera comprarse unas cuerdas
nuevas.
Seguramente lo organizaron las chicas de la clase. Las niñas solían ser
mejores en ese sentido. Elvis solo tenía doce años, pero ya estaba loco por
ellas. Siempre le gustaron las chicas y su compañía. Una vez, mientras vivía
en East Tupelo, escribió su nombre y el de una niña en el certificado de
matrimonio de sus padres, pero luego cambió de opinión y le dio una nota
diciendo que ahora le gustaba más una de sus amigas. Y eso fue todo: estaban
divorciados.
El dinero siguió siendo siempre un problema en casa, y desde la niñez
Elvis pareció comprender que dependía de él hacer algo al respecto. En una
ocasión, al oír a sus padres preocuparse porque no podían pagar el alquiler o
porque no podían encontrar unos dólares para pagar la compra, le dijo a
Gladys: «No te preocupes por nada, mamá. Cuando crezca, te compraré una
buena casa y pagaré todo lo que debes en el colmado, y compraré dos
Cadillac, uno para ti y papá, y otro para mí»[6]. Gladys solo sonrió, pero papá
se echó a reír y abrazó al niño, diciendo: «Mientras que no te dé por robar
uno, hijo».
No sabía cuándo se les ocurrió a sus padres dejar Tupelo. Vernon había
estado trabajando mucho y había pasado algún tiempo en Memphis pero,
cuando Elvis tenía trece años, él tenía un trabajo que le gustaba: conducir un
camión de venta de comestibles al por mayor por todo el norte de Misisipi.
Sin embargo un día volvieron a despedirle. Le habían pillado traficando con
un poco de aguardiente casero durante sus repartos. Para la gente del sur el
aguardiente casero no era nada del otro mundo, pero era ilegal, y el jefe dijo
que no tenía más remedio que echar a Vernon.
Así que, de la noche a la mañana, los Presley hicieron lo que la gente hace
siempre cuando las cosas ya no pueden ir peor. Vendieron los muebles que
pudieron, que de todos modos eran casi todos de segunda mano, y regalaron

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el resto. Luego metieron todo lo que podían llevarse en un baúl de madera y
lo ataron al techo del Plymouth de 1937 que Vernon conducía entonces. Y,
con mamá al frente y Elvis atrás con la abuela, se pusieron en marcha, en
busca de trabajo. Otra vez estaban en la ruina total. Las cosas solo podían
mejorar. Memphis, 160 kilómetros al noroeste, era el lugar evidente al que ir.

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«Me sentaba allí en clase y miraba por la ventana…
Pensaba en ser una estrella y cantar. Me pasaba todo el
tiempo soñando»

Todos sus cambios tuvieron lugar en Memphis. Dejó atrás la infancia cuando
la familia se marchó de Tupelo. Era noviembre de 1948 y tenía casi catorce
años. Seguramente se le humedecieron los ojos al dejar todo y a toda la gente
que conocía, pero percibió la emoción latente en Memphis casi nada más
llegar. Era esa clase de lugar. La única vez que había visitado la ciudad había
sido un día en que el tío Noah había llevado a algunos niños de Tupelo en el
autobús escolar al zoológico de Overton Park. Noah les había llevado por la
ribera del río para mostrarles el Misisipi y el puente de Arkansas. Como eran
niños de una ciudad pequeña, les pareció una ciudad grande y amenazadora,
sombría y alta, donde estaban los viejos almacenes de algodón. Pero ningún
lugar sigue siendo aterrador mucho tiempo cuando se convierte en tu ciudad.
Al principio, Gladys estaba angustiada y sola en la ciudad, pero Elvis por
su parte se hizo con ella en menos de dos semanas. No es que se hubieran
mudado a Chicago o Nueva York precisamente. Memphis se extiende ahora
bastante hacia los suburbios, pero en aquellos días la zona de alrededor de la
parte posterior de la calle Front, y también el norte y el sur de allí, estaba
formado solo por unas pocas manzanas sueltas aquí y allá. Y esa era la única
parte de Memphis que él tenía que conocer.
Los primeros dos o tres lugares donde se alojaron fueron pensiones: una
sola habitación para cocinar, dormir y comer, con un hornillo, baño
compartido y sin bañera. Pero luego Vernon consiguió un empleo en la
empresa de revestimientos United Paint Company y Gladys se puso a trabajar
como operaria de costura, un trabajo que ya había hecho de niña. Y cuando,
un poco más tarde, el hermano de ella, Travis Smith, y su esposa, Lorraine,
les siguieron desde Tupelo, también en busca de trabajo, la situación mejoró y
la vida se volvió más acogedora. Unos meses después, la Oficina de Vivienda
de Memphis les asignó un piso en Lauderdale Courts, un proyecto de
viviendas familiares de protección oficial del New Deal, subvencionado por el

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gobierno federal. Alguna gente le habría hecho ascos a vivir allí, y la
urbanización de edificios de ladrillo de tres pisos tampoco era especialmente
atractiva. ¿Pero dos dormitorios, una sala de estar, una cocina y un baño
propio? Era la mejor casa en la que habían vivido los Presley. Cuando el
funcionario de la vivienda les visitó para ver cómo les iba y alabó a la señora
Presley por lo limpio y ordenado que tenía todo, Gladys se puso contenta.
Siempre le había gustado tener la casa impecable, pero era la primera vez
desde que Elvis era bebé que tenía un hogar del que sentirse orgullosa. Para
Elvis fue un buen lugar donde crecer.

Memphis en 1945. Con su importante puerto comercial volcado sobre el río Misisipi y sus altos
edificios, la ciudad debió de impresionar al joven Elvis, pero ningún lugar sigue siendo aterrador mucho
tiempo cuando se convierte en tu ciudad.

La segregación racial estaba a la orden del día en Memphis tanto como en


Tupelo, pero mientras que Lauderdale Courts y la escuela de Elvis, Humes
High, estaban en un barrio blanco, el cercano centro de Memphis era una
ciudad más de negros de lo que él esperaba, sobre todo al llegar a la calle
Beale y más allá. En aquel momento no se dio cuenta, pero tuvo en él un
profundo efecto, ya que debido a ello escuchó en la radio sobre todo lo que se
llamaba música «racial». Gladys y Vernon seguían queriendo escuchar solo

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himnos o canciones country de Bill Monroe o Hank Williams, pero, como
decía Elvis, a él también le gustaban «los verdaderos cantantes de
Misisipi»[1], gente como Big Bill Broonzy y Big Boy Crudup. Si nunca se
hubiera ido a vivir a Memphis y hubiera estado expuesto a tanto blues y
rhythm & blues en sus años de formación, su vida y su carrera habrían sido
totalmente diferentes. No podía haberlo sabido entonces, pero Memphis fue
donde se hizo.
El instituto Humes High School estaba a unas diez manzanas de donde
vivía. Cuando lo vio por primera vez, pensó que parecía una cárcel. Y al no
saber dónde ir o cómo encajar, y con su pequeño tartamudeo de siempre
cuando no sabía cómo expresarse y que le hacía atascarse en los when
[‘cuándo’], where [‘dónde’] y why [‘por qué’], y en casi todas las palabras
que en inglés comienzan con uve doble, al principio estaba, como diría él,
«muerto de nervios». Tener lo que algunos niños consideraban un nombre
extraño tampoco ayudaba mucho. «Elvis» no era un nombre de pila del todo
desconocido en Tupelo, pero seguramente nunca hubo un Elvis en Humes
High antes que él, aunque puede que después sí hubiera uno o dos.
En el instituto, algunos chicos decían que era el enchufado del profe y se
burlaban de su forma de hablar de Misisipi, que era entonces muy pueblerina,
pero él no sabía comportarse ni hablar de otro modo. Su asignatura favorita
siempre fue inglés, y su maestra de ese primer curso decía que se le daba bien
la parte oral, aunque criticaba su gramática, que en su opinión era
«espantosa». Pero era la gramática que todo el mundo usaba en Tupelo.
Cuando se hizo famoso y los periodistas le preguntaron a sus antiguos
compañeros de clase y profesores, leyó que según ellos había sido un niño
educado y tímido. Tal vez había sido demasiado educado y demasiado
respetuoso con la gente que tenía una mínima autoridad, pero claro, sus
padres también eran humildes. Esa era la forma en que uno se comportaba si
era pobre y no tenía mucho a su favor.
Al principio no llevaba su guitarra al instituto ni cantaba porque no sabía
cómo reaccionaría la gente. Además, por entonces le estaba cambiando la
voz, y no sabía qué sonido saldría cuando abriera la boca para cantar. Aunque
no lo decía, eso le preocupaba. Él ya tenía claro que quería ser cantante y le
agobiaba que, cuando terminara de cambiarle la voz, la hubiera perdido.
No obstante, por lo demás, tenía una buena vida en los Courts, a los que
todo el mundo llamaban «pisos de protección oficial». Vivían allí otros tres o
cuatro niños más o menos de su misma edad, y salían juntos, para jugar al
fútbol americano o, simplemente, dar una vuelta por la calle sin más. También

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había chicas, y en verano a veces se sentaba en el césped delantero de la casa
con alguna de ellas. Había una tal Betty y una tal Billie. Esta le rompió el
corazón durante uno o dos días al preferir a un marinero. De vez en cuando,
los chicos hacían fiestas en el sótano y jugaban a gira-la-botella cuando se
apagaban las luces. Eso era todo lo lejos que llegaban, pero, a los catorce
años, gira-la-botella podía ser muy divertido.
Hacía años que sabía todo del sexo. Los niños que crecen en el campo, o
cerca de él, donde hay granjas con animales que copulan al aire libre, siempre
saben de estas cosas, y en Tupelo no era el único que dormía en la misma
habitación que sus padres. Los niños como él oían lo que pasaba por la noche,
pero aprendían a no preguntar demasiado. Y el sexo estaba en un orden de
cosas completamente diferente al de gira-la-botella.
De todos modos, cantar era más importante para él, y, cuando recuperó la
voz, se sentaba en las escaleras a tocar la guitarra y cantar para sí mismo.
Podía lograrse un gran eco cantando en el hueco de la escalera, que es lo que
hacían todos los grupos de doo wop [‘du duá’], de Nueva York y Filadelfia
que le gustaban. Pero no es precisamente que todo el mundo quisiera oírle.
Había quejas: vecinos que intentaban dormir al bebé y personas mayores que
querían paz y tranquilidad. Y cada vez que papá pasaba junto a él, repetía
como un disco rayado: «No he conocido a ningún guitarrista que ganara un
dólar»[2]. En cambio, Gladys nunca dejaba de animar a su hijo.
El domingo seguía siendo un día de culto para los Presley, como al
parecer lo era para la mayoría de la gente de Memphis, donde había una
iglesia de un rito u otro casi en cada esquina. Ellos iban a la Primera
Asamblea de Dios de la avenida McLemore. Pero lo que para él tenía cada
vez más interés eran los grupos de góspel, como el Blackwood Brothers
Quartet y los Statesments, que cantaban en las reuniones revival a las que
también asistían en familia. Cantar con un pequeño grupo era emocionante
para Elvis. Siempre lo sería.
Ahora que sus padres ya trabajaban entraba más dinero del que jamás
habían tenido en Tupelo, pero aún así nunca era suficiente, porque también
tenían que cuidar de la abuela. Así que, cuando papá compró un viejo
cortacésped, Elvis fue por la calle llamando a las puertas de los vecinos para
ofrecerse a cortar el césped. No le fue mal y le daba orgullo poder pagar la
factura de la tienda de comestibles. Vernon, que no tardó en hacerse daño en
la espalda cogiendo una lata de pintura de 20 kilos, estaba satisfecho.
«Siempre has tenido un gran corazón, Elvis», le decía cuando este le daba lo

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que había ganado. La reacción de Gladys era siempre la misma: «Eso está
bien. Siempre y cuando también estés haciendo tus deberes».
Lo estaba… lo mejor que podía. Pero pasaba más tiempo estudiando la
música que escuchaba en la radio que escribiendo redacciones. Y los
estudiaba a conciencia, fijándose cómo un cantante como Billy Ward de los
Dominoes podía doblar una nota, qué armonías usaban y cuál era la mejor
forma de cantar el verso de una canción.
Más tarde, a veces le parecería que aquellos primeros años de
adolescencia se le habían pasado en un suspiro, sin darse cuenta. Todo era el
instituto, salir, la radio, el cine, la iglesia y su guitarra. Pocos años después, se
le relacionaría mucho con la guitarra, pero él siempre diría alegremente que
no hacía más que marcar ritmos, que usaba el instrumento más que nada para
tener algo que hacer con las manos mientras cantaba. Los sofisticados punteos
de sus discos siempre los harían otros, los guitarristas de verdad.
Lo mismo pasó con el piano. La familia nunca tuvo un piano en casa
cuando él era joven, pero había aprendido algunos acordes de góspel en la
iglesia de Tupelo, y mientras estaba en Humes High a veces le dejaban
tontear un poco con las teclas. Obviamente, nunca hubo dinero para clases de
piano, así que, igual que con la guitarra, fue autodidacta. Nunca aprendió a
tocar a Rachmáninov o Chopin como otros niños del colegio, pero sí a sacar
de oído, probando una y otra vez, lo que oía en la radio o en la iglesia.
Durante mucho tiempo, el único tocadiscos que tuvieron los Presley fue
un pequeño RCA Victrola de cuerda y, cuando ahorraba suficiente dinero, los
sábados iba a la tienda de discos de Charlie de la calle North Main para poner
canciones en la gramola que allí había y, tal vez, comprarse un disco que le
gustara. Solo podía permitirse comprarlos de uno en uno. En aquel entonces
eran discos de 78 r.p.m., y al menos dos tercios de su colección eran de
artistas negros[3].
Más tarde comenzó a comprar discos sencillos de 45 r.p.m. y, cuando se
casó, Priscilla se preguntaría por qué tenía todavía tantos viejos singles en la
gramola de Graceland. A ella le gustaban Peter, Paul and Mary, pero, aunque
a él también, sus viejos discos tenían un valor añadido para él. Volvería a
ellos toda su vida. Le traían muchos recuerdos. Para la gran mayoría de la
gente, su gusto musical es el de la adolescencia, y para Elvis la adolescencia
era oír al cantante local de blues Rosco Gordon, al grupo de rhythm & blues
The Clovers y al de doo wop los Orioles. Para la gente un poco más joven era
oírle cantar a él «Love Me Tender».

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En la vida de todo joven siempre hay días muy especiales. En su caso uno
fue cuando a los quince años se sacó el carnet de conducir con el antiguo
Buick del tío Travis. Como todos los chicos de campo, llevaba años
conduciendo, prácticamente desde que, con diez, manejaba el volante del
coche sentado en el regazo de papá. Pero conducir por Memphis, llevar a su
madre en el viejo Lincoln de papá y enseñarle sitios, era algo especial. A las
chicas también les gustaba que las llevaran en coche.
Por aquella época, las cosas comenzaron a cambiar en el instituto. Nunca
había sido un niño alborotador ni agresivo, pero a partir de los dieciséis años
empezó a encontrarse a sí mismo. ¿O fueron los demás quienes le
descubrieron cuándo él se reinventó del modo que creía que debía ser? Había
visto a otros chicos hacerlo. Un día eran mansos e invisibles y, al siguiente, se
les disparaban las hormonas: se les llenaba la piel de espinillas y se desataban.
Desde luego a él le salieron espinillas. Fue un caso realmente grave, con
poros abiertos como cráteres lunares. Eso fue lo malo de la adolescencia. Lo
bueno fue que ya había comenzado a trabajar después de clase como
acomodador en el cine Loew’s State, con lo que podía ver las películas gratis
y ganar algo de dinero al mismo tiempo. Gladys trabajaba por entonces como
auxiliar de enfermería en el Hospital St. Joseph, por lo que finalmente podía
disponer de algo de dinero para sí mismo. La mayoría de los chicos de su
clase llevaban jerséis y vaqueros, pero él bajaba a la tienda de Tiger o a Ike’s
de North Main, donde iban los músicos negros, y se compraba ropa de colores
chillones, como una camisa rosa, una chaqueta y prendas de paño, y
pantalones de pinzas[4]. Llevar ropa llamativa sería prioritario para él toda su
vida.
Para sí mismo él ya era un cantante famoso, incluso años antes de que
empezaran a pagarle por cantar, o de que nadie le hubiese oído cantar
siquiera. Y, como para convencerse de que era una estrella antes de serlo,
comenzó a vestirse como tal. Llevar ropa de colores vivos en el escenario era
su forma de hacerse notar cuando no había el menor motivo para que nadie se
fijase en él. Y lo mismo sucedía con su pelo. Gladys le decía que tenía un
pelo muy bonito, por lo que se lo dejó largo y, cuando tuvo la edad suficiente,
también se dejó patillas, se ponía pomada Royal en el tupé y sacaba el peine
cada vez que creía que podía estar algo despeinado[5]. Nadie más que él
conociera llevaba patillas entonces, pero quería parecerse a propósito a un
joven soldado confederado que acabara de salir de la Guerra Civil.
Todo le venía de las películas, generalmente de las del oeste. Iba al cine al
menos dos veces por semana y se imaginaba a sí mismo como el protagonista.

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Más tarde bromearía diciendo que simplemente quería parecer duro como un
camionero, pero seguramente tanto los camioneros como él solo intentaban
parecerse a Tony Curtis. ¿Era vanidoso? Por supuesto que sí. Las estrellas y
los aspirantes a estrellas siempre lo son. Nunca fue capaz de pasar por delante
un espejo sin mirarse rápidamente, por si acaso. Ese era Elvis.
Era consciente de que los niños del instituto pensaban que tenía una pinta
muy rara con su pelo y su ropa sofisticada, pero le daba igual. Una vez, unos
chicos idearon un plan para quitarle la tontería de encima, una especie de
«pilla pilla», recordaría él después. Burlándose de él, le acosaron en grupo en
el vestuario, dispuestos a cortarle el pelo, y probablemente lo habrían
conseguido si no hubiera sido por un chico llamado Red West[6] que se
interpuso en su camino. No había muchos chicos que pudieran con Red West,
que, incluso de adolescente, era muy duro. Después de aquel día, Elvis y él
seguirían siendo amigos casi de por vida.
Se habían conocido en el equipo de fútbol americano. A Elvis le gustaba
el fútbol, pero tuvo que dejarlo cuando comenzó a trabajar en el cine después
del instituto. Gladys se alegró. Ella estaba en el hospital cuando ingresaron a
un niño gravemente herido en un partido de fútbol. Eso la había asustado.
Nada debía lastimar a Elvis. Los partidos del sábado en el parque Guthrie con
equipos improvisados en los que Elvis y Red jugarían de vez en cuando más
adelante eran más amistosos.
Independientemente de lo que pensaran en el instituto, no dejó de cantar.
A Elvis le encantaba cantar, pero siempre en privado o en fiestas, donde,
como le daba vergüenza empezar, hacía que los otros niños apagaran las luces
antes de hacerlo. Luego ya no había quien lo parara. Le atraía todo tipo de
música, no solo las estrellas de rhythm & blues. Cuando tenía diecisiete años,
cruzó el parque Overton para asistir a un concierto de una gran orquesta.
Fascinado de que los músicos pudieran tocar durante horas, se dio cuenta de
que la mayoría de las veces «el director ni siquiera miraba la partitura»[7]. Él
ya tenía discos de la Metropolitan Opera de Nueva York y de Mario Lanza,
que por entonces era ya una gran estrella tras participar en las películas El
gran Caruso y El príncipe estudiante. Le fastidiaba no saber leer partituras y
le preocupaba que eso pudiera ser un lastre para él.
Todavía no era especialmente popular en el instituto o, como dijo él, «no
salía con nadie», pero todos los meses de abril había un espectáculo anual de
cantantes en el que cualquier alumno que tocara algo, cantara, bailara o
hiciera piruetas podía levantarse y actuar ante el auditorio. Por alguna razón,
su profesora de aquel año, Mildred Scrivener, le apuntó como guitarrista.

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Salía en el programa en decimosexto lugar de un total de veintidós actuantes,
con su apellido mal escrito como «Prestly», y justo antes de un chico que
bailaba claqué. Cuando subió al escenario, oyó los murmullos y cuchicheos
porque la mayoría de la gente no sabía ni siquiera que cantase, pero decidió
cantar el éxito de Teresa Brewer «Till I Waltz Again With You» y les gustó.
«Les gusté. Les gusté de verdad», le dijo a la señorita Scrivener cuando salió.
Estaba alucinado. «Fue increíble lo popular que me hice después de aquello»,
se reiría más tarde[8].
Para entonces tenía dieciocho años y estaba casi al final de su carrera
escolar. Si hubiera sido por él, seguramente habría abandonado el instituto
dos años antes. A Vernon no le habría importado, pero Gladys no quería ni oír
hablar del tema. Así que siguió adelante, trabajando por la noche cuando
podía, hasta que, la tarde del 3 de junio de 1953, sus padres estaban entre el
público en el Auditorio Ellis cuando recibió su diploma del instituto. Era el
primer miembro de su familia en graduarse de secundaria. Elvis estaba muy
orgulloso esa noche, contento no solo por él, sino por su madre. Todo era
gracias a ella.
«Sinceramente, no sé por qué me dieron un diploma», diría más tarde.
«Me limitaba a sentarme en clase y mirar por la ventana. No entendía nada de
lo que decía la profesora. Pensaba en Tony Curtis y en Marlon Brando y en
ser una estrella y cantar. Me pasaba todo el tiempo soñando».[9]
Algunos compañeros de Humes High fueron a la universidad, pero de los
que él conocía solo fueron un par. La universidad no era una opción para
gente de su extracción social. «Me habría gustado ir a la universidad, pero no
teníamos suficiente dinero», diría[10].

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Anuario escolar de L. C. Humes High School, The Herald, de 1953. Además de su afición a la Historia,
a la Biología y a la Retórica, entre las actividades preferidas de Elvis figura el programa de
Entrenamiento para el Cuerpo de Oficiales de la Reserva (R. O. T. C).

La universidad era para chicos acomodados. Nadie de su instituto le


planteó nunca algo así. Los profesores sabían que era imposible. Simplemente
querían educarle para que pudiera encontrar una forma de ganarse la vida.
Como familia, los Presley estaban empezando de la nada, y Elvis tenía que
ayudar en casa con lo que ganaba. Había trabajado todos los veranos desde
los quince años en cualquier trabajo que pudiera conseguir, y estaba orgulloso
de haber podido hacerlo.
Durante un breve espacio de tiempo estuvo pensando en solicitar su
ingreso en la policía de Memphis; sin duda el uniforme y la camaradería,
junto con la idea de conducir un coche de policía como los de la serie
televisiva Dragnet debieron de resultarle atractivos. Pero una vez terminado
el instituto estaba dispuesto a aceptar cualquier trabajo que pudiera conseguir.
Así que una semana después de graduarse fue a la oficina de empleo de
Tennessee en busca de un trabajo a jornada completa.

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«No me parezco a nadie»

Había leído en un periódico que el Servicio de Grabación de Memphis era un


lugar al que se podía entrar sin más y grabar un disco para llevártelo a casa.
También había oído hablar de Sam Phillips. Era el dueño de la compañía y,
para 1953, se había convertido en todo un personaje en la ciudad. Había
empezado como ingeniero de radio, pero había dejado su trabajo para
moverse por todo Memphis haciendo grabaciones privadas de bodas,
funerales y discursos en clubs de empresarios. «Grabamos cualquier cosa, en
cualquier momento, en cualquier lugar», prometía Phillips en los anuncios de
su empresa que publicaba en los periódicos de la ciudad. Eso ocurría antes de
que nadie tuviera grabadora, así que era una buena idea.
Pero Elvis también sabía que el Servicio de Grabación de Memphis era
solo un negocio secundario, algo para ayudar a Phillips a pagar el alquiler
mientras ponía en marcha su propia compañía discográfica. El nuevo sello se
llamaba Sun, y en él Phillips grabaría a algunos de los músicos de blues de la
calle Beale, gente como B. B. King, Ike Turner y Howlin’ Wolf, los tipos a
los que nadie más quería grabar. Luego, arrendaría las cintas principalmente a
Chess, un sello mucho más grande, de Chicago. Phillips era un hombre blanco
de Alabama que amaba la música que salía de la calle Beale. Así que, para
Elvis, era sin duda el hombre al que debía conocer. ¿Pero cómo? Llamando
directamente a la puerta de Phillips, decidió.
El Servicio de Grabación de Memphis ocupaba un edificio de una sola
planta con ventanales en el 706 de la avenida Union, haciendo esquina con la
avenida Marshall, por el que había pasado muchas veces, esperando ver
saliendo de él a Phillips, o tal vez incluso a Rufus Thomas, un pinchadiscos
negro de Memphis que había grabado un disco para Sun llamado «Bear Cat»,
una canción de réplica al «Hound Dog» de Big Mama Thornton, que Elvis se
había comprado. Pero el chaval nunca había visto a Rufus ni a Phillips.
Así que, más o menos una semana después de graduarse, se vio un sábado
por la tarde andando arriba y abajo delante del estudio, tratando de mirar un
par de veces por la ventana, para alejarse nuevamente cuando le fallaba el

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valor. Finalmente se dio cuenta de que una mujer rubia le estaba observando
desde detrás de las persianas venecianas de su despacho en Sun. Le dio
demasiada vergüenza volver a irse.
Cuando finalmente entró, ella sonrió como si estuviera recompensándole
por atreverse a abrir la puerta. Tenía unos treinta y tantos años y llevaba
gafas. Sentada tras una gran máquina de escribir en el pequeño despacho
delantero, parecía una de esas maestras amables pero firmes que había
conocido en Humes High.
Había otros jóvenes esperando en la pequeña oficina, algunos con
guitarras, supuestamente esperando que los descubrieran también, así que
tuvo que aguardar su turno. Cuando por fin pudo atenderle la secretaria, él le
dijo que quería hacer una grabación para el cumpleaños de su madre, lo cual
era una mentirijilla porque el cumpleaños de Gladys era en abril y no en julio.
Pero después de apuntar su nombre y el número de teléfono de contacto de la
familia que vivía en el piso de al lado —porque los Presley no tenían teléfono
—, la secretaria le pidió 3,98 dólares más impuestos y lo llevó al estudio de la
parte de atrás. Más tarde se daría cuenta de lo pequeño que era, apenas del
tamaño de un bar muy pequeño. Pero era su primera vez en un estudio de
grabación, por lo que le pareció bastante impresionante.

Beale Street en 1945, una de las cunas del blues de Memphis. Howlin’ Wolf, Willie Nix, Ike Turner y
B. B. King, entre muchos otros, tocaron en los locales de Beale Street.

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Library of Congress, Cont. Numb: 2017755108

Colocándole de pie ante el micrófono, la secretaria charló unos minutos


con él tratando de tranquilizarlo.
—Bueno, pues ¿qué tipo de cantante eres? —preguntó.
No sabía qué responder, así que dijo sin más:
—Canto de todo.
—¿Pero a quién te pareces? —quiso saber ella.
—No me parezco a nadie.
—¿Cantas hillbilly?
—Sí.
—Entonces, ¿a quién te pareces dentro del hillbilly?
—No me parezco a nadie.[1]
Para entonces ella ya había terminado los preparativos.
—Vale. Puedes empezar cuando estés listo —dijo ella, y yendo al final de
la habitación, entró en la cabina de control y le dio a los botones que tenía que
dar.
A estas alturas, él estaba tan nervioso que tenía la boca seca, pero se las
arregló para cantar la balada de amor «My Happiness». Había sido un éxito
de Ella Fitzgerald y un par de cantantes más unos años atrás. En aquellos días
era normal que varias grandes estrellas grabaran el mismo lanzamiento y
compitieran por las ventas. Después, como el dinero que había pagado le daba
derecho a una grabación por ambos lados de un disco de acetato de 10
pulgadas, cantó «That’s When Your Heartaches Begin», de los Ink Spots, un
cuarteto armónico negro con guitarras y bajo. Cuatro años más tarde grabaría
esa misma canción de modo profesional para la RCA y la pondría en la cara B
de «All Shook Up». La voz del tenor principal de los Ink Spots, Bill Kenny,
fue una gran influencia para él, y durante años había estado cantando la parte
alta de Kenny y también la del cantante bajo.
Todo el tiempo que estuvo ante el micrófono notaba que la secretaria le
observaba. Lo que no sabía era que a mitad de la primera canción ella había
encendido secretamente la grabadora para poder ponérsela luego a Sam
Phillips, que estaba grabando una boda. Más tarde se enteró de que la señora
se llamaba Marion Keisker y que había ayudado a Phillips a montar el estudio
tras conocerse mientras trabajaban juntos en una emisora de radio de
Memphis, y que se había enamorado de él, un hombre casado. Tiempo
después, Elvis también supo que para recordar quién era él, Marion había
escrito «Timothy Sideburns» [‘Timothy Patillas’] junto a su nombre y a las

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canciones que había cantado. Ella no se lo dijo ese día, pero le gustó lo que
había oído. Pensó que tenía un sonido suplicante y quejumbroso. «Buen
cantante de baladas: conservar», había escrito en una tarjeta para sus archivos.
Naturalmente, Elvis había esperado encontrarse con el gran Sam Phillips,
pero, aunque no había sido así, estaba emocionado de llevarse su acetato a
casa y ponerlo una y otra vez hasta que, como diría, «debió de quedar casi
liso». Lo guardó toda su vida. Años más tarde, al volver a escucharlo, le hizo
gracia oír lo aguda que era su voz cuando tenía dieciocho años.
Como es lógico, Gladys estaba muy orgullosa, y le hizo poner el disco a
los pocos vecinos que conocía. Él pensó que quizá papá también estaría
contento, aunque Vernon nunca decía gran cosa. Elvis creía que el mero
hecho de tener un disco suyo, aunque fuera uno que hubiera pagado él mismo,
era prueba suficiente de algún tipo de determinación. Pero seguía dándole
vueltas a lo que la señora del estudio de grabación le había preguntado. ¿Qué
tipo de cantante era él? Realmente no lo sabía. Le gustaban Dean Martin y
Bing Crosby y ese tipo de crooners. Pero también le gustaba el country de
Hank Williams. Su madre se había pasado todo el día llorando cuando
anunciaron la muerte de Williams en la radio. El problema era que la música
pop y la música country no parecían pegar mucho. Al menos no en la radio.
Había emisoras distintas para cada uno de los dos géneros musicales. Y
ninguno de los dos encajaba con las bandas de rhythm & blues que él
escuchaba todas las noches, ni con los grupos negros de doo wop a los que le
gustaba imitar. Aparte estaba su primer amor, la música góspel.

Más o menos por entonces empezó a salir con una chica llamada Dixie Locke.
Tenía quince años e iba a una escuela diferente de la suya. La había visto en
la iglesia con sus amigos, y había oído a las chicas hablando en alto que
pensaban ir a patinar al Rainbow Rollerdrome el viernes siguiente.
Naturalmente, se tragó el anzuelo y se plantó allí sin falta. De alguna manera,
Dixie y él se pusieron a hablar, como ambos querían, y él la llevó de vuelta a
casa en el viejo coche que Vernon le había comprado por 50 dólares en su
decimoctavo cumpleaños. Quedaron para la semana siguiente, pero cuando
fue a recogerla a su casa, sus padres se negaron a dejarla salir con él. Con su
ropa estridente, su pelo largo y sus patillas, no parecía la clase de chico al que
unos padres respetables le confiarían a su hija. Así que, en vez de salir, se
quedó con la familia y jugaron al Monopoly[2].
Sin embargo, de alguna manera, debió de impresionarles, porque más o
menos una semana después, los padres de Dixie cedieron y pronto empezaron
a ir al cine juntos y a sentarse en la cafetería del parque Riverside escuchando

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la gramola. Hacían la clase de cosas que hacen los adolescentes, aunque bien
es verdad que eran unos tiempos más inocentes.
Dixie era pequeña y tenía una melena larga y morena que le llegaba hasta
los hombros, llevaba calcetines cortos blancos y siempre estaba sonriendo.
También era leal, y no le importaba que Elvis pareciera una especie de bicho
raro. Iba con él a escuchar góspel y, a veces, a una iglesia bautista negra en la
avenida East Trigg, al sur de Memphis. El pastor, el reverendo Herbert
Brewster, era famoso por sus sermones y por haber escrito el primer éxito de
Mahalia Jackson, «la reina del góspel», «Move On Up a Little Higher»[3].
Elvis ya tenía algunos de los discos de Mahalia.
Puesto que, en el Memphis segregado, los blancos no podían entrar en una
iglesia de gente de color a un oficio más de lo que las dos razas podían
sentarse juntas en un restaurante, Dixie y él se quedaban como invitados en
un pequeño porche que había detrás de una especie de puerta lateral de la
iglesia a mirar y escuchar. Según Elvis, «era siempre maravilloso». Si pudiera
cantar como algunos de los solistas que tenía el reverendo Brewster, o como
Clyde McPhatter, que cantaba con el grupo de doo wop Drifters, «no pediría
más nada», le decía a Dixie. Ella se reía amablemente y corregía su
gramática.
De hecho, durante un tiempo, parecía que sería posible iniciar una carrera
cantando en un grupo de góspel, y se entusiasmó cuando le dieron la
oportunidad de hacer una prueba para entrar en un cuarteto joven que cantaba
en la iglesia a la que asistía. Se llamaban los Songfellows y eran buenos.
Desgraciadamente, ellos no pensaron lo mismo de él. Le rechazaron porque,
dijeron, no sabía cantar en contrapunto. Él creía que sí sabía, pero,
obviamente, su voz no encajaba. Se molestó y nunca lo olvidó. Cuando
empezó a grabar discos un poco más tarde, hizo álbumes con todos sus
himnos favoritos acompañado por un cuarteto masculino.

Su primer trabajo después de la escuela había sido en una línea de montaje,


pero no le gustaba y se fue al cabo de unas semanas, para hacerse aprendiz de
electricista en Crown Electric. A Gladys le gustó. Siempre había querido que
fuera electricista.
«Me tomaba el trabajo en serio», recordaría Elvis. «Pagaban tres dólares
la hora».
No obstante, cuando no estaba aprendiendo a hacer empalmes y
conexiones, la mayor parte del tiempo conducía una pequeña camioneta
Chevrolet negra entregando equipos por Memphis. Eso le vino bien, porque le
dio la oportunidad de pasar por Sun dos o tres veces para preguntarle a

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Marion Keisker si conocía a alguien que necesitara un cantante. Nunca dijo
que sí, pero como ella siempre era amable, grabó otro par de pistas en un
acetato para él unos meses más tarde y aprovechó para recordarle dónde podía
localizarle por teléfono.
Su empuje nunca decayó. Cuando era mayor, resumiendo lo que era la
ambición, la describió como «un sueño con un motor V8», algo que nunca le
faltó a él, que estuvo buscando trabajo como cantante en varios lugares de
Memphis ese año después de graduarse. En un pequeño club nocturno
llamado Hi Hat le dijeron que no lo lograría nunca. Volvió a disgustarse.
Gladys meneaba la cabeza ante la necedad de los que le rechazaban, pero
papá se encogía de hombros como diciendo: «Bueno, ¿qué esperabas?».
Vernon también tenía una buena voz, y Elvis se preguntaba a veces si había
una parte de papá que realmente no quería que su hijo tuviera éxito porque él
nunca lo había tenido. Pero es que Vernon tampoco lo había intentado nunca.
Le dijo a Elvis que debía concentrarse en ser electricista, porque era un buen
trabajo.
Elvis no estaba tan seguro. «Los electricistas tienen que concentrarse en lo
que hacen», decía. «Si se distraen lo más mínimo pueden hacer que la casa de
alguien salga volando por los aires. Yo andaba siempre soñando, con la
cabeza en otra parte».
Durante más de veinte años, estuvo riéndose de sí mismo por haber estado
«conduciendo una camioneta» y haber caído de algún modo, casi
accidentalmente, en «este mundo loco de la música»[4]. Pero esa era una
versión demasiado modesta de lo que sucedió. Tuvo suerte, sí, era innegable.
Llegó en el momento justo. Pero en ningún caso tenía previsto seguir
conduciendo una furgoneta para siempre. Eso era lo que hacía mientras
encontraba su camino. No entró en la música de forma accidental. Nunca dejó
de trabajar en ello.

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Memphis Recording Service fue inaugurado por el pionero del rock Sam Phillips en 706 Union Avenue
en Memphis, Tennessee, el 3 de enero de 1950. En febrero de 1952, Phillips fundó Sun Records, sello
donde grabaron artistas del Delta Blues como Ike Turner, B. B. King, Howlin’ Wolf o Bobby «Blue»
Bland; y, posteriormente, Johnny Cash, Elvis Presley, Carl Perkins, Roy Orbison y Jerry Lee Lewis.
Library of Congress, Cont. Numb: 2010630851

En eso, una calurosa mañana de sábado de finales de junio de 1954,


cuando había pasado casi un año desde el día que terminó el instituto y se
presentó en Sun por primera vez, Marion Keisker le llamó al trabajo para ver
si podía estar en la avenida Union a las tres. Luego ella bromearía diciendo
que se había plantado allí casi antes de que le diera tiempo a colgar el
teléfono.

Seguramente nunca le había dicho más de diez palabras a Sam Phillips antes
de ese sábado por la tarde, porque cuando se había pasado por la oficina de
Sun o se había dejado caer como si nada por el café de Taylor que estaba al
lado del estudio donde toda la gente de Sun iba entre una sesión y otra,
Phillips siempre estaba ocupado con algo. Así era Sam Phillips: siempre
ocupado. Tenía la energía y el empuje de tres hombres juntos y, aunque solo
tenía treinta y un años, parecía saber mucho y poder hacer aun más.
Con el paso de los años, Elvis leería cómo, cuando se conocieron por
primera vez, Sam pensó que tenía «la misma expresión cohibida que algunos

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cantantes de blues cuando llegaban a Sun, una mirada que decía que la gente
como ellos no pintaba nada en un sitio así»[5]. Tal vez la actitud de Elvis
efectivamente sugería eso. Esos cantantes negros eran solo unos pobres chicos
intentando dejar su huella, igual que él. Pero había algo más. Sam, a quien
siempre llamaba señor Phillips, era un líder nato cuya estatura y labia daban
respeto. De hecho, seguramente era la persona más impactante que los
cantantes de blues de la calle Beale o el propio Elvis hubieran conocido. Y,
aunque era pequeña, tenía su propia compañía discográfica. No es de extrañar
que todos se sintieran fuera de lugar.
A Phillips le gustaba contar cómo se había criado en una granja de
Alabama y cómo había conocido el blues por un anciano invidente que había
contratado su padre llamado Uncle Silas Payne. El «Tío» Silas había nacido
en esclavitud, y Phillips ahora consideraba que una de sus misiones en la vida
era poder «darle voz al pobre negro en un lugar donde no la tenía». Pero
también solía decirle a Marion que si alguna vez encontraba a un chico blanco
que cantara con la pasión de un negro «ganaría un millón de dólares». Por eso
ella le insistió tanto en que escuchara a Elvis cantar, y llamó a este para que
fuera. Sin la fe de Marion en él y su apoyo no habría sido posible nada de lo
que sucedió, diría siempre Elvis. Al menos, no exactamente de la manera
como sucedió.
Aunque Sun ya había lanzado algunos discos, el nuevo sello solo había
tenido un pequeño éxito local el año anterior con un grupo llamado los
Prisonaires, surgido en la Penitenciaría del Estado de Tennessee, tres de cuyos
miembros eran asesinos. El cantante principal, Johnny Bragg, condenado por
seis violaciones a los diecisiete años[*], tenía una bonita voz y, cuando Sam se
interesó por el grupo, los llevaron a todos a Memphis custodiados por una
escolta armada para grabar su disco: «Just Walkin’ in the Rain». Dos años
después, la canción sería un gran éxito internacional con Johnnie Ray.
Ese sábado de 1954, cuando citaron a Elvis en Sun, Phillips acababa de
regresar de Nashville con otra nueva canción titulada «Without You», escrita
por otro preso. Necesitaba un cantante para ella, así que Marion le había
sugerido a Elvis. Y Phillips había decidido que valía la pena intentarlo. Su
técnica en el estudio era seguir probando cosas diferentes para ver qué
funcionaba. Así que Elvis pasó la tarde cantando la nueva canción de todas
las formas posibles. Phillips, infinitamente paciente, simplemente escuchaba y
le animaba antes de pedirle que la cantara una vez más. Finalmente, dijo:
«No te preocupes. No eres tú, Elvis. Tal vez la canción no es lo que creí
que era. ¿Qué más sabes? Relájate. Cántame algo que signifique algo para ti».

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[6]
Así que Elvis cantó todo lo que se le ocurrió: canciones pop, espirituales,
las favoritas de siempre, o tan solo palabras sueltas de cualquier cosa que
pudiera recordar. Calculó que debió de estar allí tres horas, y Sam Phillips
estuvo mirándolo todo el tiempo, concentrado. Finalmente, Phillips se levantó
y le dio las gracias. «Lo has hecho bien, Elvis, muy bien. Déjame pensar en
ello».
Y eso fue todo. Elvis pensó que seguramente Phillips solo lo estaba
rechazando de la manera más amable posible y se fue a casa completamente
abatido. Esa había sido su gran oportunidad. ¿La había perdido? Creía que sí.

Pero resultó que, cuando dos miembros de los Blackwood Brothers, un


cuarteto blanco de góspel, murieron esa misma semana en un accidente aéreo
en Alabama, se le quitó de la cabeza aquel supuesto fracaso. Puede que fueran
cantantes de góspel, pero para los Presley los Blackwood eran auténticas
estrellas y era la primera vez que moría una estrella que Elvis conocía. ¿Cómo
podían pasar estas cosas?, se preguntaba mientras llevaba a Dixie y a sus
padres al funeral. Tenía que haber una razón. Le habían dicho en la iglesia
que Dios siempre tenía una razón. Luego se sentó en el abarrotado auditorio y
oyó a otros coros cantar los himnos que habían interpretado siempre los
Blackwood.
Dixie se fue de vacaciones con sus padres a Florida a la mañana siguiente,
y Elvis se quedó solo, disgustado por el accidente aéreo y temiendo que Dixie
conociera a otra persona mientras estaba fuera, pensando lo que sucedería si
lo hacía. Siempre había sido, y siempre sería, celoso y desconfiado.
Simplemente no podía evitarlo.
Sin ella, y sin nada mejor que hacer, se fue al cine, y allí estaba sentado en
la oscuridad cuando la linterna del acomodador le iluminó. Gladys le hacía
señas desde el pasillo para que fuera hacia ella.
Le contó que un guitarrista llamado Scotty Moore había llamado al
teléfono del vecino de los Presley diciendo que el señor Sam Phillips le había
pedido que organizara una prueba para Elvis. Tenía que llamar a Scotty ya.

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5
«¿Pero qué diablos estáis haciendo?»
Sam Phillips

Para la mayoría de la gente de Memphis, ese domingo, 4 de julio de 1954, fue


un húmedo fin de semana festivo. Elvis no fue a la iglesia esa mañana. Los
Presley no estaban yendo con tanta regularidad como en Tupelo. Ahora Elvis
solía ir por la tarde, pero cuando llegó la de ese domingo, estaba ocupado
cambiando todo su futuro. Tenía diecinueve años.
Nunca había oído hablar de Scotty Moore hasta que le había devuelto la
llamada la noche anterior y el guitarrista le había propuesto que fuera a su
casa en el norte de Memphis el domingo por la tarde. Cuando llegó allí, no
pudo evitar quedarse impresionado con lo mucho que a Scotty le había
cundido la vida. A los veintitrés años, Scotty ya había servido en un
portaaviones de la Marina de los Estados Unidos en la Guerra de Corea, se
había casado por segunda vez, tenía dos hijos de su primera esposa, su
pequeña banda de honky tonk llamada Starlite Wranglers y vivía en un piso en
lo que para Elvis era una zona atractiva de la ciudad. Ah, y sí, como la
mayoría de los guitarristas de Memphis, tenía un trabajo diurno: limpiando
sombreros en una tintorería. Era un hombre ocupado con una vida ocupada;
sin embargo, era el tipo más tranquilo, ordenado y sin pretensiones que se
pudiera conocer.
Después de que Elvis y él charlaran un rato, un amigo de Scotty que vivía
calle abajo se unió a ellos. Era Bill Black, un contrabajista. Elvis conocía al
hermano menor de Bill, que había vivido en Lauderdale Courts, por lo que
había oído hablar de él. Pero Bill no tocó ese día. En cambio, él y Bobbie, la
nueva esposa de Scotty, se quedaron sentados en silencio, mirando los
pantalones de color rosa y la camisa blanca de encaje que Elvis se había
puesto con la esperanza de causar una buena impresión, mientras Scotty
tocaba algunas canciones con él.[1]
«¿Qué tal ha ido?», preguntó Gladys cuando Elvis volvió a casa.

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No lo sabía. No le habían echado, pero podía ser perfectamente otro
callejón sin salida. Así que cuando al día siguiente recibió una llamada en el
trabajo de Marion Keisker pidiéndole que, cuando saliera esa noche, fuera al
estudio para trabajar con Scotty y Bill, fue un alivio. Al parecer los dos
músicos habían coincidido con Sam en que el chico sabía cantar, aunque,
según descubrió Elvis más tarde, no creían que fuera «nada especial». Y ni a
ninguno de los dos, ni a la esposa de Scotty, les había preocupado lo más
mínimo lo que habían llamado su «ropa salvaje». A casi nadie le preocupaba.
En aquel momento de su vida, Elvis no había cantado ni tocado con
ningún otro músico, así que Sam Phillips tenía curiosidad por ver si realmente
podía hacerlo y cómo sonaría grabado. Phillips le contaría luego que notaba
algo en la voz de Elvis, pero no sabía qué. Elvis tampoco lo sabía.
No se podía poner el aire acondicionado en el pequeño estudio de Sun
durante las sesiones de grabación, por lo que cuando los tres «músicos por
debajo de la media», según dijo Scotty, fueron a trabajar esa noche, hacía un
calor pegajoso[2]. Sin batería, solo con Bill y su gran y viejo contrabajo,
adornado con cinta blanca, por un lado, y con Scotty, con su guitarra eléctrica,
por el otro, Elvis tocó los pocos acordes que sabía en la guitarra rítmica.
Mientras tanto, Phillips estaba detrás del cristal en la sala de control, haciendo
de productor e ingeniero. Utilizando todos los trucos que había aprendido
cuando trabajaba en la radio, estaba dispuesto a intentar lo que fuera para
conseguir el sonido que estaba buscando. Y no le importaba nada lo que
pudieran tardar. Más adelante, cuando Elvis se cambió a RCA, se enteró de
que las reglas sindicales estipulaban que una sesión de grabación no podía
durar más de tres horas. Pero Phillips no le pagaba a ninguno de ellos por
horas, ni en realidad de ninguna otra forma aún. Mientras que la «sensación»,
como decía él, fuera buena, le daban igual las reglas sindicales y cualquier
otro tipo de reglas, del mismo modo que no le importaba que hubiera errores
o incluso alguna nota incorrecta. «Muy bien, Elvis», decía, animándole todo
el rato por el micrófono mientras Elvis iba repasando «I Love You Because»,
«Harbour Lights» y otras cuantas baladas pop que daba por hecho que Sam
quería oír.

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Elvis adolescente, hacia 1954, con su colección de discos. En la mano sostiene uno de 45 r.p.m. de King
Records, discográfica fundada en 1943, en Cincinnati, especializada en música hillbilly y country.
Debajo queda su colección de discos 78 r.p.m. que reunía todos los estilos: doo wop, rhythm & blues,
country, baladas…
© Bettmann / Getty Images

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De todos modos, enseguida se dieron cuenta de que fuera lo que fuera lo
que Elvis estaba haciendo no estaba suficientemente «bien». No sonaba
diferente. Y aunque Phillips no lo admitió, era evidente que estaba
decepcionado, tal vez pensando ya que había cometido un error al
convocarlos a todos. Así que, cuándo, a última hora de la tarde, se tomaron un
descanso, Elvis casi esperaba que Phillips diera por acabada la sesión,
diciendo que todos tenían que levantarse temprano para trabajar al día
siguiente. Lo inquietante era que, simplemente, no sabía lo que Phillips
quería. Allí estaba él, en el lugar donde se habían hecho todos esos discos de
blues que le gustaban, y no dejaba de mirar alrededor del pequeño estudio
imaginando a B. B. King y Howlin’ Wolf allí con él. ¿También ellos lo habían
hecho mal? Él había escuchado sus grabaciones. Sabía que ellos no habían
escuchado las suyas.
Debía de estar pensando en el blues, porque, mientras esperaba a que
Scotty y Bill se tomaran una bebida para refrescarse, y Sam se afanaba
registrando unas pistas que habían grabado, empezó a llegarle a la cabeza una
vieja canción de blues. Conocía docenas de piezas de blues, pero esta la
ponían mucho en la radio cuando acababa de llegar a Memphis. Era de un tipo
llamado Arthur Crudup, aunque todos le conocían como Big Boy Crudup.
Como estaba bastante nervioso y no soportaba un silencio incómodo, para
romper la tensión comenzó a canturrear para sí mismo, a lo tonto: «Well,
that’s all right, Mama, that’s all right for you…» [‘Bueno, está bien, mamá,
está bien para ti…’].
De inmediato, Bill se levantó, agarró su bajo, que era casi tan alto como
él, y comenzó a palmearlo como si estuviera tocando un tambor. Scotty cogió
su guitarra y se unió a ellos. De repente, los tres estaban tocando sin más por
pura diversión. Era la primera jam session en la que Elvis participaba, cuando
la voz de Sam se coló en ella desde la sala de control.
—¿Pero qué diablos estáis haciendo?
—No sé. Solo estamos haciendo el tonto —le dijo Scotty.
—Bueno, pues no suena nada mal —replicó Sam—. Pensad qué estáis
haciendo, encontrad un buen punto de partida y dejadme que lo ajuste.[3]
Y eso es lo que hicieron. Mientras lo ensayaban, de una manera u otra,
acordaron que Elvis tocaría los acordes de guitarra rítmica y empezaría a
cantar antes de que entraran Bill, primero, y Scotty, después. Era algo sencillo
y desenfadado. Todo el tiempo, Sam, que estaba alucinado de que Elvis
conociera siquiera la canción de blues, iba dando consejos.
«No lo compliques, Scotty. Que sea sincero. Si hubiéramos querido a

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Chet Atkins, lo habríamos traído desde Nashville. Quiero que sea fresco. Y,
Elvis, cántalo quejoso y necesitado. Es lo que te sale bien».[4]
Hicieron seis tomas. Tres o cuatro se cayeron cuando se olvidaban de sus
partes, luego Sam se quedó con una o dos y eso fue todo.
«Bueno, ¿pues qué demonios es esto?», preguntó Scotty cuando estaban a
punto de irse.
A Bill le hacía gracia. Solía hacérsela. No era el mejor bajista del mundo
—Sam bromeaba diciendo que de hecho tal vez era el peor—, pero siempre
estaba alegre.
«¡Maldita sea!», bromeó, «si alguna vez lo emiten, nos echarán de la
ciudad».
Todos sabían a qué se refería. Lo que habían grabado no era negro, ni
blanco, ni pop. No era blues y desde luego tampoco era hillbilly. Sin querer,
habían fusionado una canción de blues con el sonido country. A la gente que
quería que los cantantes blancos hicieran country puro no le iba a gustar.
Estaba claro. En cuanto a las emisoras de radio con pinchadiscos que solo
ponían discos de música negra… No tenían forma de saber cómo iban a
reaccionar. Era tan diferente a todo lo que ninguno de ellos hubiera cantado,
tocado o escuchado antes…
Por supuesto, el trabajo estaba a medio terminar. Necesitaban una cara B
para el disco, así que la noche siguiente todos volvieron al estudio después del
trabajo. Probaron con «Blue Moon» de entrada. A Elvis le gustaba la versión
de Billy Eckstine, pero la letra parecía abigarrada con demasiadas palabras,
así que simplemente canturreó la melodía como en un pasaje instrumental.
Marion dijo que le parecía fantástico. Pero de nuevo Sam no estaba contento
y, después de probar unas cuantas ideas más durante tres o cuatro horas, se
despidieron por aquella noche. No sabían qué hacer.
Sin embargo, para entonces Sam ya le había puesto «That’s All Right» al
pinchadiscos de Memphis Dewey Phillips. Aunque se apellidaban igual,
Dewey no tenía nada que ver con Sam, pero eran buenos amigos, sobre todo
en lo relativo a la música. Si a Dewey le gustaba el disco y lo ponía en su
programa nocturno, Red, Hot and Blue de la WHBQ, Sam podría tantear por
la reacción de la gente si valía la pena lanzarlo.
Elvis siempre escuchaba el programa de Dewey porque era el único
pinchadiscos de Memphis que ponía tanto rhythm & blues negro como
hillbilly blanco. Así que, cuando recibió una llamada de Marion diciéndole
que Dewey pensaba poner «That’s All Right» aquella noche, no supo si
morirse de miedo o de vergüenza. En cualquier caso, sintonizó la radio en el

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punto correcto en el dial y les dijo a Vernon y Gladys que la escucharan desde
las nueve hasta medianoche, y luego se fue de nuevo solo al cine. Sin Dixie,
esa semana pasó mucho tiempo en el cine. La verdad es que tenía miedo de
que la gente se riera cuando escuchara el disco. Así que allí estaba de nuevo,
escondiéndose en la oscuridad del cine Suzore, a pocas manzanas de su casa,
cuando, una vez más, Gladys vino a buscarlo.
—¿Ha puesto Dewey Phillips mi disco? —le preguntó, mientras ella le
sacaba a la calle a toda prisa.
—¿Que si lo ha puesto? Lo ha estado poniendo durante más de una hora y
la gente no ha dejado de llamar. Acaban de llamar desde la emisora para decir
que Dewey quiere que vayas para hablar contigo en la radio.
¡Hablar en la radio! Pero si casi ni había hablado en clase.
Ya fuera bebiendo o hablando, o haciendo cualquier otra cosa, el
parlanchín Dewey Phillips era famoso en Memphis por no andarse con
medias tintas. Algunos dicen que aquella noche puso «That’s All Right» once
veces en su programa, prácticamente una detrás de otra. Elvis no lo sabía.
Estaba muerto de miedo.
—No tengo ni idea de hacer entrevistas —dijo mientras Dewey le sentaba
en el pequeño estudio de la WHBQ en el Hotel Chisca.
—No te preocupes, Elvis. No digas nada obsceno y ya está, ¿vale?[5]
Ahora, por saberlo, antes de nada… Cuéntame un poco sobre ti. ¿De dónde
eres, Elvis?
Elvis le habló de Tupelo.
—¿Y a qué escuela fuiste?
Así que le habló de Humes High y de la iglesia a la que iba, y ese tipo de
cosas. Y al cabo de un rato, Dewey simplemente dijo:
—Gracias, Elvis.
—¿No vas a entrevistarme? —preguntó Elvis, decepcionado de pronto.
—Ya lo he hecho —dijo Dewey—. Todo el tiempo que has estado
hablando estabas en directo. Si te hubiera dicho que estabas en el aire, te
habrían comido los nervios. Te he preguntado por la escuela a la que fuiste
porque mucha de la gente a quien le gusta tu disco cree que debes ser de
color, cantando como cantas.
Elvis entendía a lo que se refería. Puede que a Dewey no le importara el
color si le gustaba un disco, pero había a los que sí. Lo que todos querían,
tanto Dewey como Sam Phillips, era conseguir un disco de fusión que les
gustara a todos, tanto blancos como negros. Elvis estaba aprendiendo sobre el
color de la música.

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Al día siguiente, cuando Marion Keisker se vio recibiendo pedidos sin
parar de las tiendas de discos de Memphis para conseguir copias de «That’s
All Right», se hizo urgente grabar una cara B. Así que esa misma noche
empezaron otra vez, todos proponiendo canciones e ideas, que no acababan de
convencer a Sam. Solo empezó a asentir cuando Bill se puso a canturrear
«Blue Moon of Kentucky», la canción más country que cualquiera de ellos
pudiera conocer.
«Esa es una idea. Probemos con eso».
Primero lo intentaron despacio, como la cantaba Bill Monroe, el autor de
la canción.
«No, no. Eso no es suficientemente original. Podrías ser cualquier hillbilly
cantando así, Elvis», gritó Sam.
Lo intentaron de nuevo acelerando el ritmo y poniendo un nuevo arranque
a la canción para que comenzara como un ataque. Eso estaba mejor. Sam
sonreía de nuevo.
—Diablos, ahora sí que suena diferente. Ahora sí que es una canción pop,
o casi, chaval —le dijo a Elvis.[6]
—Pero no le digas a Bill Monroe lo que hemos hecho con su canción —se
rio Bill.
Resultó que Bill Monroe odiaba lo que habían hecho. «El Elvis ese ha
arruinado mi maldita canción», se quejó por todo Nashville cuando escuchó el
disco. En Memphis, al pequeño grupo le dio igual. A todos les gustaba.
«That’s All Right» era una canción de blues a la que los punteos cortos de
Scotty le daban un toque country, y la de la otra cara, «Blue Moon of
Kentucky», era un clásico del country que estaba de moda.
Antes de marcharse del estudio esa noche, Sam le grabó a Elvis un acetato
de ambas pistas. Era muy tarde cuando Elvis llegó a casa, pero, como
siempre, Gladys le estaba esperando. Ella nunca se iba a la cama hasta que él
regresaba. Tenía que poner su disco otra vez para ella. Con el eco que Sam
había puesto a su voz, Elvis sonaba más claro, más intenso, de alguna manera,
más libre de lo que nunca se había oído.
Sentado allí con su madre en una especie de callado asombro, debió de
parecerle que al fin se estaba convirtiendo en el Elvis Presley que había
estado imaginando que era en los últimos tres años.

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6
«¿Qué pasa, qué pasa?». «No sé, Elvis, pero, sea lo que
sea que estabas haciendo, vuelve ahí y hazlo de nuevo»
Elvis Presley y Sam Phillips

Su mundo había cambiado. En cuanto se hicieron copias del disco, lo


pusieron en todas las emisoras de Memphis. A los pinchadiscos de
rhythm & blues les gustaba «That’s All Right», mientras que los de country
se quedaban con el bluegrass «Blue Moon of Kentucky». La banda se
preguntaba dónde encajarían musicalmente, pero descubrieron que estaban
gustando en los dos mercados. Para Elvis, lo más emocionante era caminar
por North Main y quedarse remoloneando por la tienda de Charlie hasta que
veía a alguien comprarse una copia, o poner ambas caras en la gramola de
allí. Con seis mil copias vendidas a los pocos días de su lanzamiento, el disco
enseguida llegó al número tres de la lista local.
Él sabía que eso no significaba nada para el resto del mundo, porque nadie
fuera de Memphis lo había escuchado aún, pero más tarde descubriría que era
igual de dulce que tener un éxito mundial como «Don’t Be Cruel». Para él
siempre sería casi imposible entender la fama internacional, porque no
conocía a las personas que compraban sus discos. No se podía saborear ese
tipo de fama del mismo modo que cuando se logra en la propia ciudad natal,
donde todos se alegran por ti, salvo la gente que no te soporta o que,
simplemente, está celosa. Y siempre la hay.
Dixie oyó por primera vez «Blue Moon of Kentucky» en la radio del
coche de su padre cuando se acercaban a Memphis de vuelta a casa de las
vacaciones en Florida. Elvis le había enviado un telegrama contándole lo que
había sucedido, pidiéndole que volviera a casa deprisa. Ella realmente no
había entendido lo que quería decir. ¡Pero cuando su novio sonó en la radio
del coche…!
Entonces lo entendió. Habían pasado tantas cosas en las dos semanas que
había estado ausente, y se lo había perdido todo. Le diría una y otra vez que
nunca había conocido a nadie que hubiera hecho un disco, que no parecía

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posible. Luego, casi de inmediato, comenzó a darse cuenta de que los planes
que habían hecho tal vez ya no valían. Tenía solo quince años, pero ya habían
hablado de matrimonio, bueno, según recordaba Elvis, ella más que él. De
todos modos, todas esas ideas quedaron en suspenso.
La oficina de Sam Phillips en Sun era pequeña, así que cuando Sam
quería hablar de algo con más de una persona, se reunían en Taylor, el café de
al lado. Fue allí donde Sam le mostró un día a Elvis, Scotty y Bill los
formularios sindicales para músicos e insistió en que todos se sindicaran
enseguida, y les aconsejó que los tres debían convertirse legalmente en una
banda. Sam creía que Scotty debía ser el representante. Lo que se acordó fue
que Sam obtendría el 10 % de lo que obtuviera por sus contrataciones, que
Scotty y Bill obtendrían el 25 % del resto en calidad de músicos, y que Elvis
se quedara con el otro 50 %. Como Elvis tenía solo diecinueve años, Vernon
tuvo que firmar el contrato en nombre de su hijo.
Scotty y Bill eran músicos profesionales, mientras que Elvis ni siquiera
había cantado en público aún, así que habría aceptado casi cualquier cosa que
le hubieran ofrecido. Sabía que el disco no se habría hecho de la forma en que
se hizo sin los otros dos, con la guitarra de Scotty haciendo una especie de
dueto con su voz. Pero tuviera Elvis experiencia o no, Scotty creía que el líder
debía cobrar más, así que eso fue lo que obtuvo Elvis. A lo largo de su
carrera, Elvis nunca prestó mucha atención a los contratos y los pagos. Era
complicado y no tenía tiempo ni interés en ello. Pero, años más tarde, sabría
que aunque había ganado una montaña de dinero, también le habían tangado
millones de dólares muchas veces. Le daba un poco igual. No obstante, en
aquel entonces Scotty no le robó. Ni un centavo.
Tampoco es que ninguno de ellos ganara nada todavía. Y aunque Elvis
había grabado un disco que sonaba en la radio, todavía tenía que ir a trabajar,
conducir su furgoneta de reparto por toda la ciudad y asistir a los ensayos con
Scotty y Bill en un cuarto situado encima de la tintorería donde trabajaba
Scotty. No era glamuroso, pero sí emocionante. Un día, a la hora del
almuerzo, Marion lo llevó a conocer a su primer periodista, un reportero del
Memphis Press-Scimitar. Como a Elvis no se lo ocurría qué decir, ella
respondió a todas las preguntas por él, aunque cuando se publicó en el
periódico no lo parecía.
Aquel día, un reportero gráfico le hizo también su primera foto. Elvis era
tan delgado como un raíl, vestía una chaqueta estilo western y una corbata de
lazo, y tenía la cara llena de espinillas. Cuando vio la foto en el periódico,

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pensó que tenía un aspecto lamentable. «Cuando empezamos a darnos a
conocer tenía un acné mortal», diría[1].
Dixie y Gladys le dijeron que no se preocupara, que era guapo y él quiso
creerlas. Cuando tienes acné juvenil grave, necesitas todo el apoyo que
puedan darte. Él decidió asegurarse de tener mejor aspecto la próxima vez.
Por lo que podía ver en las películas y las revistas, las grandes estrellas no
tenían granos, aunque estaba seguro de que algunas debían tenerlos, y le
parecía que algunas también usaban en la pantalla maquillaje para los ojos.
Así que empezó a ponerse en los párpados un poco de sombra de ojos de
Gladys a escondidas. A otros chicos les habría resultado raro que un chico de
Memphis usara sombra de ojos, pero Elvis llevaba años viendo las cosas de
forma diferente.

De algún modo —aunque no podía imaginarse cómo—, un par de semanas


después Sam logró meterles a Scotty, Bill y él en un concierto en el anfiteatro
del Memphis Overton Park Shell. Aquel sería su debut público, con Slim
Whitman, que acababa de tener un éxito millonario con «Indian Love Call»,
como cabeza de cartel. En realidad, como principiantes que eran, ellos ni
siquiera deberían haber estado allí en absoluto, con una compañía tan estelar.
Así que Elvis temblaba de nervios al tener que enfrentarse por primera vez a
cientos de personas, algo a lo que no ayudó el hecho de que pusieran otra vez
su nombre mal, que figuraba en los anuncios como Ellis Presley.
Cuando los tres salieron al escenario para el espectáculo vespertino, vio a
sus padres sentados con Dixie. Por un momento, el trío se quedó helado. El
lugar parecía tan inmenso. Entonces Bill comenzó a marcar el ritmo con su
bajo, Elvis se unió a él con su guitarra y se lanzaron a tocar «That’s All
Right».

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Primera imagen promocional de Elvis Presley. A sus 19 años, y a pesar de su incipiente popularidad,
Elvis seguía trabajando de camionero para la Crown Electric. La fotografía ilustró una noticia publicada
el 28 de julio de 1954 del periódico local Memphis Press-Scimitar (Memphis, Tennessee) en la que se
hablaba de su inesperado éxito con «That’s All Right».

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© Memphis Brooks Museum/Michael Ochs Archives/Getty Images

Al principio estaba tan concentrado que no se dio cuenta, pero, a medida


que avanzaba la canción, cayó en que algunas de las chicas del público
gritaban y chillaban mucho, cada vez más y más alto cuando empezó a cantar
«Blue Moon of Kentucky». Estaba confuso. Era un sonido salvaje. ¿Se
estaban riendo de él?
—¿Qué pasa, qué pasa? —le preguntó a Sam cuando bajaron del
escenario.
—No sé, Elvis, pero sea lo que sea que estabas haciendo, vuelve ahí y
hazlo de nuevo —dijo Sam sonriendo.[2]
Así que volvieron y cantaron nuevamente las canciones; las únicas
canciones que sabían. Y esta vez las chicas se volvieron aún más locas.
Tras la actuación, Scotty explicó lo que él creía que había sucedido. La
mayoría de los cantantes de aquellos días se quedaban plantados quietos junto
al micrófono de pie y cantaban. Pero como los muchachos y él no tenían
batería, Elvis había utilizado su cuerpo para seguir el ritmo, inclinándose
hacia adelante sobre las puntas de los pies y sacudiendo la pierna para ir al
paso de la música. Y como llevaba unos pantalones plisados muy holgados,
su continuo movimiento, que también había hecho durante la grabación,
parecía «bueno… algo provocativo». Bill lo planteó de otra manera. Para él,
parecía que «pasaba algo dentro de sus pantalones». Eso fue lo que
revolucionó a las chicas.
Elvis había visto a los predicadores y cantantes de la iglesia moviéndose
así en las reuniones de revival, pero juró que la primera vez que él lo hizo en
el escenario causando furor no lo había hecho aposta. Después de eso, ya sí,
se lo trabajó. Aprendió rápido. Volvió a actuar con Slim Whitman varias
veces, y esta estrella del country —famoso además por su habilidad en el
canto tirolés— siempre le recordaba a Elvis que aquel día en Memphis le
había robado el espectáculo. Whitman no lo decía por amabilidad. Puede que
Elvis estuviera paralizado por el miedo escénico, pero algo sucedió entre los
asistentes cuando cantó y enseguida el público se acostumbraría a esperarlo y
adorarlo.

Todas las noches de aquel verano de 1954 las pasó con Dixie o probando
canciones diferentes en casa de Scotty. Sam concertó una aparición regular
varias veces a la semana en un club llamado Eagle’s Nest, y luego actuaron en
la inauguración de los almacenes Katz, donde tocaron en un camión de

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plataforma —igual que como tocarían tres años después en la película Loving
You—.[3] Como estaban en un aparcamiento público, no fue una actuación
segregada racialmente, por lo que fue la primera vez que vio a los chavales
negros del público disfrutando también. Le pagaron 32,50 dólares por aquella
breve aparición, que era casi lo mismo que ganaba trabajando toda la semana
para la Crown Electric. Johnny Cash estaba entre la multitud ese día y más
tarde diría que ver a Elvis en el escenario le había impulsado a iniciar su
propia carrera.
Empezaron a llegar otras contrataciones: clubes, polideportivos e, incluso,
una actuación benéfica en el ala de un hospital para paralíticos. Eran todas
pequeñas actuaciones locales, pero en aquel momento fue muy emocionante
cuando las ventas del disco se extendieron a Arkansas, Misisipi y Texas. Y
cuando Elvis vio su disco en la lista de country de la revista Billboard para la
región del Medio Oeste, estaba borracho de emoción. «Blue Moon of
Kentucky» fue el mayor éxito fuera de Memphis, pero para Elvis «That’s All
Right» fue su comienzo, y la cantaría el resto de su vida al subirse a un
escenario.

Si hubiera podido volver a vivir un solo momento de su vida, seguramente


habría sido ese verano de 1954. Los discos de éxito mundial, los programas
de televisión, las películas, las giras, los discos de oro, el dinero, la fama… sí,
todo eso lo disfrutaba. Pero tener diecinueve años, que la chica a la que amas
te quiera, que tus padres estén orgullosos de ti y sacar un disco que sea un
éxito en tu ciudad natal… ¿Acaso podía haber algo mejor?
Ahora que ganaba un poco más de dinero con las actuaciones incluso
pudo comprarse una guitarra nueva. La barata que tenía nunca les había
gustado a Scotty y a Sam, así que fue a una tienda que había justo un poco
más arriba de Sun Records y consiguió una Martin D18. Scotty le ayudó a
elegirla. Costaba 175 dólares y era lo más caro que había tenido nunca, así
que pidió que grabaran su nombre en ella. El dependiente que se la vendió le
dio ocho dólares por la vieja y le dijo que iba a tirarla a la basura. Debería
haberla guardado.
Para Elvis, cada día sucedía algo nuevo. Le gustaban los colores vivos y el
estilo de la ropa que solía ver en el escaparate de la tienda Lansky Brothers de
la calle Beale y que compraban los cantantes negros, pero nunca había tenido
el valor ni el dinero suficientes para entrar. Ahora sí, aunque le quedaba poco
dinero después de comprar la guitarra. Daba igual. Empezaba a sentirse digno
de estar allí y mezclarse con los famosos de Memphis que también iban.
Años antes de que grabara «Walking the Dog», Rufus Thomas era asiduo

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de la oficina de Sun, un bromista que, como gran amigo de Sam que era,
andaba siempre tomándole el pelo ante Elvis para que el chico grabara su
canción «Tiger Man», algo que este haría finalmente catorce años después, en
1968. Elvis se sentía halagado. Y entonces, un día Sam le presentó a
B. B. King. ¡Qué verano!

A principios de septiembre necesitaban sacar un segundo disco. Así que, un


sábado, todos volvieron al estudio. Probaron nuevamente varias canciones,
pero al final se decidieron por un viejo clásico de rhythm & blues, «Good
Rockin’ Tonight», de Roy Brown, y para la cara B por un éxito de Patti Page,
«I Don’t Care If the Sun Don’t Shine», que Elvis había visto cantar a Dean
Martin en la televisión. Seguían sin tener un batería, por lo que Sam le pidió a
uno de la otra banda de Scotty, los Starlite Wranglers, que fuera y tocara la
caja de la guitarra como si fuera un bongó. Sam era de lo más inventivo.
Marion también andaba siempre por allí, cuidando a Elvis, ayudándole como
pudiera. Y como «I Don’t Care If the Sun Don’t Shine» solo tenía un verso,
rápidamente escribió otro para que lo cantara él. Cuando los editores de
Nueva York vieron lo que había hecho, no se opusieron, pero no dejaron que
su nombre apareciera en el disco como co-letrista ni repartieron con ella los
royalties de composición. En aquel entonces se rio sin más.[4] Simplemente se
alegraba de escuchar sus palabras en la radio, pero no hubiera estado mal
tampoco que se colara en su cuenta bancaria un pequeño cheque por royalties
dos veces al año durante el resto de su vida. Tal y como Elvis aprendería
pronto, el negocio de la música siempre supo a codazos cuidarse solo.
Mientras tanto, rápidamente Elvis estaba demostrando ser lo que, en
cualquier otro tipo de música, podría llamarse un portento. Con solo
diecinueve años y apenas experiencia profesional, usaba el estudio de Sun
como un laboratorio donde experimentar con sus diferentes voces y estilos.
Era como si hubiera pasado sus años de adolescencia como un aspirador
musical, acumulando todas las influencias que descubría en su pila de discos
de 78 r.p.m. Ahora, con la seguridad que transmitía el entusiasmo de Sam y el
respaldo de Scotty, estaba exhalando esas influencias: las canciones doo wop,
el rhythm & blues, el country, las baladas, los ruegos, súplicas y
provocaciones cambiaron sutilmente al pasarlos por el tamiz de su propia vida
y su propia voz. Para cuando hizo su segundo disco, su seguridad en sí mismo
era asombrosa. No lo sabía, no podía saberlo, pero estaba inventando el
fenómeno moderno de la estrella de rock con guitarra en ristre.

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El acontecimiento más importante de los sábados por la noche seguía siendo
el Grand Ole Opry de Nashville, así que cuando Sam movió más hilos y
consiguió que incluyeran a la banda en el programa, les pareció que habían
alcanzado la cima del éxito.[5] Elvis no había dormido fuera de casa ni una
sola vez, y como los Presley no tenían maleta, Marion le prestó una.[6]
Hay más de 320 kilómetros de Memphis a Nashville y se pasó todo el
camino hasta allí en el Cadillac de Sam, soñando con el famoso y hermoso
auditorio Ryman desde donde se retransmitía el programa. La radio tenía la
magia de ayudar a los oyentes a evocar imágenes, y Elvis había construido el
Ryman en su imaginación como si fuera una catedral de la música. Sin
embargo, cuando llegaron a Nashville y vio el decrépito teatro del siglo
pasado, se sintió decepcionado.
No fue el único en sentirse defraudado. Cuando los que dirigían el Opry
vieron a Elvis, Scotty y Bill, y el pequeño amplificador de Scotty, lo primero
que dijeron fue: «¿Dónde está el resto de la banda?». La mayoría de las
bandas de country tenían al menos cinco miembros, y la destreza de Sam
Phillips grabando había hecho que pareciera que eran un grupo mucho mayor.
«No hay nadie más», explicó Scotty, «solo nosotros».
Era la primera vez que Elvis cantaba en la radio como músico profesional,
y aunque lo hizo lo mejor que pudo e, incluso, se puso esmoquin, el público
simplemente no lo entendió. No es que no aplaudieran, pero tampoco gritaron
ni chillaron, y él se sintió idiota y fuera de lugar. La mayor parte del público
era gente de mediana edad aficionada al hillbilly, algunos hombres llevaban
sombreros de cowboy y algunas mujeres vestían como Doris Day en Calamity
Jane, y se daba cuenta desde el escenario que simplemente no les gustaba lo
que estaba haciendo. Se acostumbraría a ello. No iba a gustarle a todo el
mundo. Alguna gente incluso le odiaría.
Cuando se bajaron del escenario, Sam les dijo que no se preocuparan por
ello, pero cuando un mando intermedio que trabajaba allí le dijo a Elvis con
mala intención que no dejara de conducir el camión todavía, le dolió. Cuando
alcanzó el éxito, el Opry volvió a invitarle varias veces, pero nunca fue.
Al igual que los Presley, que escuchaban desde casa, Marion y la esposa
de Scotty, Bobbie, tampoco habían sido invitadas a Nashville. Pero en el
último momento les siguieron junto con la esposa de Bill, Evelyn, en el coche
de Bobbie. Y después del espectáculo todos fueron persiguiendo a Phillips
por Broadway mientras buscaba en los bares a un pianista del que había oído
hablar. Siempre estaba buscando nuevas actuaciones.

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Elvis no se quedó mucho rato en el bar. Era un lugar duro, con alcohol y
palabrotas, y la clase de mujeres que, bueno… Se excusó por lo bajo, salió y
esperó en la calle. Finalmente, Scotty y Bobbie fueron a buscarlo, y le
preguntaron si estaba bien. Sí, lo estaba, explicó, pero no era el tipo de lugar
en el que sus padres querrían verlo.[7] Al oírlo, ellos se asombraron.
Era muy joven. Una cosa era el tipo atrevido, provocativo y sexy que
saltaba por el escenario y al que la gente pronto comenzaría a llamar Hillibilly
Cat [‘Gato Hillbilly’] y King of Western Bop [‘Rey del Bop del Oeste’]. Pero
fuera del escenario era totalmente lo opuesto.

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7
«Hola, chicos, aquí os mando el dinero para pagar las
facturas. No le digáis a nadie cuánto he enviado.
Mandaré más la próxima semana… Con amor, Elvis»
Telegrama de la Western Union

Dejó su trabajo en Crown Electric a principios de octubre de 1954, solo tres


meses después de haber hecho su primer disco. No le había durado mucho
tiempo el trabajo «fijo», como diría Vernon, pero, a partir de entonces,
siempre sería un cantante profesional.
Su empleador, el señor Tipler, fue muy comprensivo. Le gustaba Elvis y
no quería perderlo, pero veía cómo estaban yendo las cosas. De hecho, Tipler
y su esposa, otra Gladys, estaban entre los primeros fans de Elvis Presley,
iban a apoyarlo a él y a la banda al Eagle’s Nest, y la señora Tipler incluso
envió a Elvis a una peluquería a la que ella solía ir, Blake’s Coiffures. A ella
le hacía gracia la cantidad de tiempo que pasaba moldeando su cabello,
mojando el peine en agua antes de acicalarse frente a un espejo. Blake’s era
una peluquería de señoras, por lo que Elvis tenía que pedir cita fuera del
horario habitual de atención al público, cuando cerraban, porque algunos lo
habrían considerado un mariquita si lo hubieran visto yendo allí durante el día
con las mujeres. Pensemos que en 1954 los barberos solo conocían una forma
de cortar el pelo a los hombres y esa era usando la maquinilla como una
cortadora de césped eléctrica. Odiaba la maquinilla desde la adolescencia y,
cuando ingresara en el ejército, la odiaría aún más.
Siempre se había preocupado por su pelo. Una vez, en la escuela
secundaria, había llevado una permanente Toni, como su madre, pero en clase
se rieron de él, por lo que se sintió aliviado cuando el pelo volvió a crecer.
Otra vez, las esteticistas de la señora Tipler le aclararon el pelo de rubio, pero
eso tampoco le gustó. No podía imaginarse a su antepasada Morning Dove
con el pelo rubio. Además, todas las estrellas de cine parecían tener el pelo
oscuro. Así que volvió a su castaño natural, aunque el aceite que se ponía en
el pelo hacía que pareciera mucho más oscuro.

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Viviendo en casa, como siempre haría, seguía dándole a su padre su paga
todas las semanas para ayudar, por lo que ni Gladys ni Vernon se alegraron de
que renunciara a su trabajo. Papá, casi no sabía lo que era cobrar una paga
regular, y tenía la espalda mal otra vez. Gladys había tenido que dejar su
trabajo en el hospital, del cual estaba muy orgullosa, para evitar que los
echaran de la vivienda de protección oficial por superar por poco el límite
salarial permitido, y no había tenido otro trabajo desde entonces. Y luego
estaba la abuela, que nunca había trabajado desde que estaba con ellos. Así
que Vernon era cauteloso. «¿Qué pasa si no te sale bien, hijo?», preguntaba
una y otra vez.
Gladys nunca dudó del talento de Elvis, pero tenía miedo de que saliera al
mundo exterior. Ella disfrutaba de la atención que le estaban prestando, y que
en su opinión demostraba que había estado en lo cierto sobre él todo el
tiempo, pero Elvis sabía que realmente esperaba que sus canciones no le
llevaran más allá de Memphis y sus alrededores. Eso era lo máximo hasta
donde llegaba su horizonte, que a su vez era el mínimo al que llegaba la
ambición de Elvis. Cuando le veía irse a alguna cita fuera de la ciudad, se
inquietaba. Y siempre le advertía de que no quería que se juntara con malas
compañías.
El mundo exterior la asustaba y, a medida que el éxito de su hijo crecía,
sus temores aumentaban. Él se dio cuenta de que su madre había comenzado a
tomarse algunas píldoras que le daba el médico y que la hacían ir por la casa
nerviosa e hiperactiva, limpiando todo, acelerada.
—¿Para qué son? —le preguntó una vez cuando la sorprendió tomando
una.
—Estoy cogiendo peso —le dijo—. El médico dice que me ayudarán a
mantenerme delgada. Quiero estar guapa y esbelta para ti. No quiero que te
avergüences de mí ante tus nuevos amigos.
Él odiaba que se le pudiera pasar algo así por la cabeza. Había una cosa de
la que podía estar segura, le dijo, nunca se avergonzaría de ella. Y nunca lo
hizo. Más adelante, cuando los periodistas le preguntaron por su devoción
hacia su madre, él se sorprendió de que la cuestionaran siquiera. «¿Acaso no
quiere todo el mundo a sus padres?», respondió. Así que Gladys siguió
tomando las píldoras y bebiendo un poco a escondidas. Él fingía no darse
cuenta de lo de la bebida, porque nunca tocó el alcohol y no le gustaban los
borrachos. La abuela le había dicho que su abuelo, Jessie Presley, había sido
alcohólico. Pero al ver cuánta energía le daban a su madre, a veces tomaba
algunas de sus pastillas para adelgazar, anfetaminas hoy en día. Necesitaba

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energía para lo que hacía en el escenario casi todas las noches, y le parecía
que le sentaban bien.
Para Gladys iba todo demasiado deprisa. Le hubiera gustado que Elvis
sentara la cabeza y se casara pronto con Dixie. Le gustaba mucho la chica y
en el sur los jóvenes se casaban pronto.
Pero Dixie había visto cómo reaccionaban las chicas ante Elvis cuando
estaba en el escenario. Ella no decía nada y no se quejaba, y él se avergonzaba
de ello e intentaba decirle que no tenía importancia, que gritaban solo por el
gusto de hacerlo, para divertirse, lo cual era en parte verdad. Al oírlo, ella se
limitaba a sonreír y decía: «Lo sé, Elvis. Lo sé». Pero luego se quedaba
callada y él se daba cuenta de que estaba preocupada. La cierto es que aunque
él fingía que le daban igual los gritos, le encantaban. ¡Cómo no le iban a
gustar! Y seguía el juego. Cuanto más se emocionaban las chicas, más se
movía él, doblando las piernas, provocándolas. Cuando estaba en el escenario,
coqueteaba con todo el público femenino. Y algunas veces, cuando estaba de
viaje, tocando fuera de la ciudad, empezó a hacer algo más que coquetear con
ellas, después de lo cual siempre se sentía culpable.
Cuando, años después, le preguntaron sobre el matrimonio, bromeó: «Lo
más cerca que estuve de casarme fue justo antes de empezar a cantar. De
hecho, mi primer disco me salvó el cuello»[1]. Pero eso era hablar a toro
pasado. Había ido realmente en serio con Dixie.
Scotty y Bill también renunciaron a sus trabajos de día cuando lo hizo
Elvis. Los dos se hacían llamar ahora los Blue Moon Boys. Scotty había
dejado su banda, los Starlite Wranglers, cuando «That’s All Right» empezó a
despegar. Habiendo aprendido la lección de lo sucedido con el Grand Ole
Opry, Sam organizó enseguida la participación del trío en el programa de
radio Louisiana Hayride, de Shreveport, Luisiana, famoso por promocionar el
talento joven. Eso significaba que tenían que pasar cada vez más tiempo en la
carretera, usando el coche de la mujer de Scotty, ya que ella tenía el único
vehículo fiable de todos ellos.
Shreveport estaba a siete horas en coche de Memphis, donde se quedaban
en el hotel más barato que podían encontrar, Scotty y Bill en una habitación
doble y Elvis en otra. Él sacaba 18 dólares por actuación, y los dos músicos
12 dólares cada uno. No era una fortuna para un programa que escuchaban
millones de personas en todo el sur y el suroeste. Pero, como decía Sam, la
ayuda de Hayride para darse a conocer no tenía precio.

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Scotty Moore, Elvis Presley y el bajista Bill Black en una transmisión semanal del Lousiana Hayride,
en el Auditorio de Shreveport. Por esta época, el grupo se hacía llamar The Blue Moon Boys.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

Al principio solo tenían las cuatro o cinco canciones que ya habían


grabado y que sabían tocar, pero poco a poco empezaron a incluir otras
nuevas. Les gustaba tocar «Maybelline» de Chuck Berry, «Fool, Fool, Fool»
de los Clovers, y «Tweedlee Dee», de LaVern Baker. Elvis quería que ese
fuera su próximo disco, y lo grabaron, pero Sam no lo sacó y la grabación se
perdió.

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«Elvis», le decía Sam, «no tiene sentido que hagas versiones de canciones
de otros cantantes que ya están en las malditas listas de éxitos. Tienes que ser
diferente».[2]
Desgraciadamente, ninguno de ellos, ni Scotty, ni Bill, ni Sam ni Elvis
escribían canciones. «Ni aunque mi vida dependiera de ello, podría escribir
una canción», decía a veces Elvis.[3]
Al menos no una buena canción, una que no sonara como algo que ya se
hubiera oído antes. Así que allí estaban en Sun, revisando viejos discos
tratando de encontrar canciones que todo el mundo hubiera olvidado ya para
poder darles un nuevo aire. Así fue como grabaron su tercer sencillo:
«Milkcow Blues Boogie», un blues clásico que se había escrito antes de que
Elvis hubiera nacido siquiera. Y así fue como pasó el resto de 1954 y los
primeros meses de 1955. Cantando y tocando sin más en gimnasios de
escuelas secundarias y en pequeños clubs, y luego conduciendo sin parar,
durmiendo en la parte trasera del coche mientras iban de ciudad en ciudad, a
veces con el tiempo justo para lavarse antes de la siguiente actuación.
Si le hubieran pedido a Elvis que describiera cómo se sentía en aquellos
primeros meses, podría haber dicho que como una piedrecita arrojada a un
estanque. Al principio, las ondas eran pequeñas, pero, por algún motivo,
nunca llegaban al borde del estanque, porque este seguía creciendo y, cuanto
más grande era, más grandes se volvían las ondas. Cuando habían empezado,
en verano, se habían emocionado por tener actuaciones en West Memphis,
que está al otro lado del puente hacia Arkansas. Pero después de tocar en el
Louisiana Hayride un par de veces, les hicieron un contrato de un año para
salir en el programa todos los sábados por la noche. Fue entonces cuando los
gritos empezaron a volverse realmente altos.
También fue cuando metieron batería en la banda. D. J. Fontana era el
batería en plantilla del Hayride y enseguida empezó a respaldarlos cuando
iban a Shreveport para el programa. Le gustaba hacer la broma de que, como
a veces tocaba en garitos de striptease, estaba habituado a seguir el ritmo a
golpe de caderas, «aunque no de unas como las de Elvis». Pero a menudo
cuando los gritos eran tan fuertes que no podía oír la voz de Elvis, era lo
único a lo que podía agarrarse para seguir el ritmo.[4]
Hacia las Navidades de 1954, Scotty decidió que ya no quería representar
al grupo. Prefería concentrarse en ser músico, así que un amigo llamado Bob
Neal, que había sido pinchadiscos en Memphis, se hizo cargo de su agenda.
Al mismo tiempo, Elvis se compró un coche nuevo; al menos era nuevo para
él. Era un Lincoln de 1951, y le encargó a un taller de pintura que pusiera

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«Elvis Presley – Sun Records» en los laterales. Luego ataban el gran bajo de
Bill en la baca del coche y se iban a trabajar tantas noches como pudieran,
allá donde les quisieran.
Después de una actuación, Elvis no paraba de parlotear, cambiando de
emisora en la radio del coche, buscando los discos que le gustaban, con las
manos y los pies aún en movimiento. A menudo, cuando ya se habían alejado
del lugar en el que habían actuado casi 50 kilómetros, una distancia segura, le
pedía a los otros que pararan el coche para poder andar un rato y calmarse.
Siempre le acompañaba alguno en el paseo por si acaso andaba rondando
algún novio o esposo queriendo pegarle un tiro o darle un puñetazo por haber
exaltado a su mujer o su novia. La primera vez que tuvo problemas por una
actuación fue una noche en una base del ejército cerca de Texarkana, donde
tocaron en un club en el que hacía mucho calor y estaba lleno de humo. Tras
la primera parte del espectáculo, Elvis salió fuera a las escaleras para tomar el
aire, y un marido le siguió y le dio un puñetazo que le tiró escaleras abajo.
—¿Por qué has hecho eso? —dijo Elvis, devolviendo el golpe. El esposo
le golpeó de nuevo.
—Mientras cantabas, mi esposa se ha emocionado demasiado. Nunca la
había visto así antes. Nadie tiene permiso para poner a mi mujer así.
Afortunadamente, enseguida llegaron otros dos soldados y les separaron.
Pero eso era por lo que Scotty, Bill y ahora también D. J. no dejaban nunca
solo a Elvis después de las actuaciones. Se había convertido en un joven
apuesto, y eso despertaba celos.
Si su hiperactividad después de cada actuación tenía en parte un origen
químico, es algo que él nunca llegaría a saber realmente. Más allá de las
píldoras que pudo haberle cogido a su madre, esos eran tiempos en que
cualquiera podía comprar Benzedrina sin receta médica para mantenerse
despierto al volante. Casi todos los que estaban de gira en aquellos días lo
tomaban. Elvis no sería una excepción.

Día a día se fue corriendo la voz en todo el sur de que el chico de Memphis
era algo especial y su paga fue mejorando. Pero no era algo regular. Los
royalties de los discos que vendía tardaban mucho en llegar y en casa seguían
teniendo que atender las facturas. Así que si le pagaban en efectivo por una
actuación, él mandaba el dinero a casa vía Western Union. Gladys solía
guardar los giros postales en una caja según llegaban. En uno de Houston,
fechado en noviembre de 1954, decía: «Hola, Chicos, aquí os mando el dinero
para pagar las facturas. No le digáis a nadie cuánto he enviado. Mandaré más
la próxima semana… Besos, Elvis»[5].

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Aún no tenía ni veinte años y ya estaba manteniendo a su familia.
Mientras él estaba fuera, Dixie iba a ver a Gladys, y cuando Elvis llamaba
a casa —ahora los Presley ya tenían teléfono—, solía estar allí. Gladys y ella
iban juntas de compras y hablaban sobre lo que Elvis hacía y dónde estaba.
Pero, siempre temeroso de que ella pudiera empezar a ver a otra persona
mientras él estaba fuera, si Dixie no estaba en casa cuando llamaba, Elvis
siempre quería saber si había ido a ver a Gladys y lo que había dicho. Aunque
él no era precisamente un ángel, no podía evitar ser desconfiado y celoso.
Luego, cuando volvía a casa en Memphis para grabar algo, Dixie y él
discutían, y todo para volver a hacer las paces cuando tenía que irse.
No obstante, Memphis era ahora por lo general un caramelo para él. Todo
el mundo parecía conocerle. Iba de compras por la calle Beale y le daban la
mano y le pedían autógrafos gente que no conocía. Era blanco, pero era
aceptado allí. Lo que no notó en esos primeros meses, o simplemente dio por
sentado que sería así, fue que Scotty y Bill empezaron a tratarle como si fuera
su Niño Prodigio. El mundo que compartían giraba totalmente a su alrededor,
era el centro de atracción absoluto en el escenario y fuera de él. Cuando había
ido a casa de Scotty por primera vez la tarde del 4 de julio, tan solo seis meses
antes, lo único que esperaba era impresionarle. Ahora, en lo que a la música
que tocaban se refería, les decía a ambos lo que quería que hicieran, el orden
de las canciones que quería cantar y las nuevas canciones que tenían que
aprender. Cuando estaban en la carretera, por supuesto hablaban de música y
probaban diferentes ideas y él escuchaba lo que cualquiera de ellos sugería,
pero al final era él, el benjamín de la banda y el más novato, quien tomaba
todas las decisiones. Y como le gustaba más el rhythm & blues que a Scotty,
de ahí es donde surgieron «Money Honey» y «I Got a Woman». En el estudio
era diferente. Si quería grabar algo, tenía que convencer a Sam, y eso no
siempre era fácil.
A medida que pasaban las semanas y los meses, las actuaciones se iban
volviendo más salvajes cada noche. Bill era un bromista, hacía el tonto,
gritaba y simulaba montar su contrabajo como si fuera un caballo, mientras
que Elvis, se retorcía y se alejaba de él, llevando el ritmo con todo el
cuerpo… y revolucionando a las chicas. Y, entre ellos, estaba Scotty, sin
moverse ni decir palabra, solo concentrándose en su guitarra como si la locura
que había a su alrededor no tuviera nada que ver con él. A veces, Elvis salía al
escenario, oía los gritos, se paraba en seco y se limitaba a mirar fijamente al
público, quieto como una estatua. Y cuanto más lo hacía, más gritaban las

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chicas. D. J. Fontana solía decir que las strippers utilizaban los mismos
trucos. «Juega con ellas, diviértelas, provócalas», le animaba.
La gente mayor enseguida comenzaría a decir que lo que Elvis hacía era
obsceno. Pero él nunca lo creyó. Para él, solo era una broma. Nunca se
consideró un peligro. Las chicas entendían la broma, aunque algunos de sus
padres no lo hicieran.
«Apuesto a que podría eructar y chillarían igual», se reía.
¿Pero cómo sabía hacer todo eso? Nunca lo dijo. Seguramente no lo sabía
ni él. Se movía instintivamente al cantar, como le pasaba a Gladys de niña, y
a alguna gente que veía de pequeño en la iglesia. Así que después de aquella
primera vez en Memphis, su actuación se convirtió en una especie de
conversación con las fans. Hacía algo con la pierna, y las fans respondían
gritando. Así que lo volvía a hacer, quizá incluso un poco más, y había más
gritos. Y así todo el rato. Amaba a las fans. Le gustaba la misma música que a
ellas y sentía que era uno más entre ellas. Siempre se ponía nervioso antes de
las actuaciones, pero, en cuanto salía al escenario, dejaba los nervios a un
lado y estaba totalmente cómodo. Él era joven y las fans eran jóvenes, la
mayoría incluso más que él. Las llamaba amigas. «Gracias, amigas», decía,
como un predicador o un político, porque le parecían amigas y su reacción
formaba parte del show tanto como la de él. Eran las jueces. Si la música que
la banda y él tocaban no hubiera sido buena, si no hubieran hecho una buena
actuación, con él cantando canciones que les gustaran a las chavalas y los
chavales como les gustaba, con un ritmo que les llegara al alma y a los pies,
no habría movimiento de cadera alguno que les hiciera gritar. Lo sabía. Era la
música la que lo hacía. Él simplemente la cantaba de la forma en que a los
fans les gustaba oírla. Pero nunca dejó de trabajar y de pensar qué hacer, qué
imagen dar y qué cantar, y de asegurarse de que todo salía bien.
Otras bandas no tardaron mucho en fijarse en ello y empezar a hacerlo
ellas también. Fue en una actuación en Lubbock, Texas, justo después del
Año Nuevo de 1955, cuando conoció por primera vez a un desconocido
Buddy Holly. Un par de años después, sus discos competían entre sí en las
tiendas de discos por alcanzar la cima del Top 100.

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«Ese coronel… es el mismo diablo»
Gladys Presley

La primera vez que vio al hombre que se hacía llamar Coronel Tom Parker
fue uno o dos días después de su vigésimo cumpleaños, cuando él y la banda
estaban en Shreveport para el Louisiana Hayride. Al principio pensó que
Parker, que era un hombre grande y corriente de unos cuarenta años, solo le
estaba haciendo un favor a Bob Neal, ayudando al nuevo representante a
cerrar algunas actuaciones. Parker ya llevaba en el candelero un tiempo y
tenía muchos contactos. Pero, después de conocerle un poco, enseguida le
resultó evidente que Parker siempre tenía previsto algo más que hacer
favores.
El cotilleo que pululaba por el Hayride entonces —los sábados por la
noche el lugar era un hervidero de chismes— era que Parker acababa de ser
despedido por el cantante Eddy Arnold, a quien había representado durante
casi diez años. Se decía que habían tenido una disputa por dinero, y que ahora
Parker se había asociado con otro cantante de country, Hank Snow, en una
compañía llamada Jamboree Attractions. Cualesquiera que fueran las razones
del despido de Parker, una semana después, Elvis, Scotty y Bill estaban de
gira con Hank Snow, tocando en locales más grandes que los que Scotty o
Bob Neal jamás les habían conseguido. Y eso no era todo. Antes de que
empezara la gira, Parker le había enviado a Elvis un cheque por 425 dólares
como anticipo. Elvis nunca había recibido un anticipo. De hecho, nunca había
visto una cifra tan grande en un trozo de papel con su nombre. Así que le
impresionó. Y cuando llegó otro gran cheque de Parker un par de semanas
después, le impresionó aún más.
Aunque su paga también aumentó, a Scotty y Bill nunca les gustó Parker.
Era un tipo tosco y tajante al que nunca le preocupó gustarle o no a la gente.
Con un puro casi siempre entre los labios, era, ante todo, un sacacuartos.
«Ese tipo no distinguiría una canción de un barril de cerveza», se decía
por el Hayride, y Elvis no podía negarlo. Pero lo que más molestaba a los dos

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músicos era que Parker había ido a algunos de los miembros de la banda de
Hank Snow y les había preguntado si querrían reemplazarles acompañando a
Elvis. Al final no salió nada de ahí, pero estaba claro cómo funcionaba la
mente de Parker. ¿Por qué pagar dos bandas, cuando una sola podía
acompañar a ambos cantantes? No entendía que Scotty y Bill ayudaban a
Elvis a conseguir el sonido que los chavales querían escuchar. De hecho, la
única música que entendería jamás sería la de un balance en una hoja de
papel. Elvis lo sabía y al principio mantuvo a Parker lejos de cualquier asunto
musical. Más tarde, se convertiría en un verdadero problema muy dañino.
Bill siempre veía el lado divertido de las cosas, y le hacía mucha gracia la
historia de que Parker había tenido un trabajo como perrero oficial de la
perrera de Tampa Bay, Florida. Pero también había otros chismes, cuya
veracidad nadie sabía a ciencia cierta. Según Parker, se había quedado
huérfano y había crecido trabajando en el Great Parker Pony Circus de su tío,
y luego había estado en parques de atracciones, donde pintaba gorriones de
amarillo y los vendía como canarios. Elvis no tenía ni idea de si ese episodio
era cierto, y seguramente no lo era, pero, de todos modos, le pareció
divertido. Cuando Parker estaba de buen humor, podía divertir a la gente.
Pero cuando no lo estaba era como un militar retirado, diciéndole a la gente lo
que tenía que hacer, dándoles órdenes y soltando exigencias.
En cierto sentido, eso era también divertido, porque todo el mundo sabía
que el título militar de Parker se lo había dado el gobernador de Luisiana,
Jimmie Davis, por una cuestión de vanidad. La historia era que Parker le
había hecho un favor a Davis en unas elecciones y, como recompensa, este le
había nombrado «coronel» a título honorario. Los gobernadores estatales
podían hacer eso en Luisiana. De hecho, otro gobernador de Luisiana, Earl
K. Long, también nombraría a Elvis coronel honorario en 1956. Eran cargos
de tres al cuarto, y la mayoría de los beneficiarios se lo agradecían al
gobernador, guardaban el título en un cajón y se olvidaban de él. Eso fue lo
que hizo Elvis con el suyo, y también Scotty cuando le dieron uno. Pero no
Tom Parker, él comenzó a usarlo en cartas, telegramas, contratos…, en todas
los sitios que pudo. Debía de pensar que daba la impresión de que alguna vez
había sido un militar de categoría y eso le confería más autoridad que el
simple Tom Parker. Seguramente era así.
Pero era algo que molestaba al batería D. J. Fontana, que decía que era
una farsa y nunca llamaría a Parker «Coronel». «Simplemente, no está bien»,
decía, y Parker tuvo que aguantar sin más que D. J. lo llamara «señor Parker».
Sam Phillips pensaba lo mismo. Nunca le llamó más que Tom Parker. A Sam

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tampoco le gustaba el Coronel. Pero es que no le gustaba a mucha gente. Era
un fanático del control.
A Elvis todo eso le daba igual. Veía que el dinero que ganaba no dejaba
de aumentar todo el tiempo y estaba agradecido al Coronel, a quien él sí
llamaba siempre así. Sin embargo, lo que sí le molestaba, a él y a todos los
que entraban en contacto con Parker, era que era imposible discutir con él.
Clavaba sus ojos azules en quienquiera que fuese su interlocutor sin pestañear
hasta que el sujeto en cuestión apartaba la vista, avergonzado. Se lo hizo a
Elvis cuando se conocieron. A veces, si las cosas iban bien, la mirada
terminaba en una sonrisa. Cuando no, hacía que la persona con la que
estuviera hablando se sintiera muy incómoda. Por eso, pensaba Elvis, Parker
era tan buen negociador. Prefería que negociara por él que contra él.
Parker tampoco se mordía la lengua con nadie. Desde el principio le dijo a
Elvis que si alguna vez hacía algo para perjudicarle, se quedaría fuera. Tal y
como lo planteó, Elvis era un chico afortunado por conseguir que Parker le
llevara y, sin él, no tardaría en volver a la oscuridad. Al parecer, Elvis le
creyó y nunca se preguntó si, en realidad, no era Parker quien había tenido
mucha suerte. Cuando Parker representaba a Eddy Arnold, se contaba la
historia de que Arnold estaba tan harto del continuo entrometimiento de su
representante, que un día le dijo: «¿No tienes un hobby o algo mejor que
hacer?», a lo que Parker respondió: «Tú eres mi hobby».[1] Elvis se
convertiría en el hobby más lucrativo que Parker jamás pudiera haber
imaginado.
Hasta que Parker empezó a involucrarse, Elvis, Scotty y Bill habían
formado una pequeña banda de tres hombres que compartían todo. Pero a
medida que Parker comenzó a buscarles actuaciones en nuevas zonas del Sur,
las relaciones en la banda cambiaron, hasta que Bill y Scotty pronto pasaron a
cobrar un sueldo en lugar del 25 % de todas las ganancias del grupo que se
había acordado inicialmente. Parker solo hablaba de Elvis: «Sacar a Elvis en
la televisión lo antes posible» y «llevar a Elvis a Hollywood». Elvis sabía que
Scotty y Bill no estaban contentos con el rumbo que estaban tomando las
cosas, pero, aun a sueldo, ganaban más de lo que habían ganado nunca, por lo
que, si se quejaron del nuevo acuerdo, él nunca lo oyó o, al menos, nunca
reconoció haberlo oído. ¿Les falló Elvis? Ellos pensaban que sí. Pero, como
Parker le dijo a Elvis, todos podían ver lo que sucedía cuando estaban de gira:
él era por quien las chicas gritaban.
No obstante, aún no gritaban en todas partes. En marzo de 1955, Parker
les llevó en avión a Nueva York para hacer una prueba para el programa de

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televisión Arthur Godfrey’s Talent Scouts. Era la primera vez que Elvis
volaba en avión. Fue emocionante; de hecho, tal como transcurrió todo, fue la
parte más emocionante del viaje, porque ni siquiera pasaron la prueba para
participar en el show. Tiempo después, Buddy Holly tampoco la pasó, pero sí
seleccionaron a Pat Boone. Obviamente, Elvis y Buddy no eran lo que
buscaban los jueces. O tal vez fuera que a los jueces no les gustó lo que
vieron al mirar a Elvis. Aparte de su pelo, sus patillas y su ropa, las hormonas
de Elvis habían decidido revolucionarse esa semana y tenía el acné en plena
erupción haciendo estragos en sus mejillas y su frente. No había maquillaje
que hubiese podido ocultar los cráteres y lo que parecían explosiones
inminentes de su piel.
El rechazo fue decepcionante, aunque no del todo sorprendente. En todo
caso, después de eso, Elvis siempre creyó que nunca se sentiría en Nueva
York como en casa, y que la «gente sofisticada de la Costa Este» le
despreciaban a él y a su música. Podía haber algo de cierto en ello.
Así que tocaba volver al sur y a la carretera nuevamente para acudir a las
citas en Misisipi, Alabama y Texas a bordo del nuevo Lincoln que Elvis se
había comprado, aunque no siguió nuevo por mucho tiempo porque Scotty lo
estrelló contra un camión de heno. El siguiente coche que se compró, un
Cadillac negro y rosa seminuevo de 1954, enseguida se incendió y se calcinó.
Esos eran los peligros de las giras. Los músicos estaban acostumbrados a ellos
y, de una forma u otra, conseguían llegar a su siguiente espectáculo. Pero
cuando Elvis y los chicos llegaban tarde a un concierto, Parker les retenía
parte de su paga. ¿Tenía derecho legalmente a hacer eso? Seguramente nunca
se lo preguntaron.

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En el estudio de grabación de Sun Records, en Memphis, Tennessee, el 3 de febrero de 1955. De
izquierda a derecha: Elvis Presley, Bill Black, Scotty Moore y, a los mandos, Sam Phillips.
© GAB Archive/Redferns/Getty Images

Florida era el territorio favorito de Parker y en mayo de 1955 tocaron


varios días en el estadio de béisbol Gator Bowl de Jacksonville, actuando
justo antes de Hank Snow, que cerraba el espectáculo. Una noche, cuando
terminaban, Elvis gritó, bromeando: «Vale, chicas, os veo detrás del
escenario»[2], como resultado de ello, cientos de chicas se levantaron de sus
asientos y corrieron para tratar de llegar al susodicho backstage. A Hank
Snow no le hizo mucha gracia. Tuvo que tocar para un estadio medio vacío.
Esa misma semana, Elvis conoció a una mujer llamada Mae Axton. Era la
publicista de la gira y, tras una actuación en Daytona Beach, se encontró por
casualidad a Elvis sentado solo en un balcón del hotel, mirando al mar.
«¿Sabes, Mae?», le dijo, «daría cualquier cosa del mundo por tener dinero
suficiente para traer a mis padres aquí a ver el océano».[3]
Mae pronto le ayudaría a hacer realidad aquel sueño.

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Aunque técnicamente Bob Neal seguía siendo el representante de Elvis, el
Coronel ya estaba moviendo casi todos los hilos, y a Neal no le gustaba cómo
estaban yendo las cosas. Sin embargo, no era rival para el maquiavélico
Parker. Las cosas solo irían a peor.
Elvis también tenía problemas. Al volver a casa a Memphis esa primavera
para hacer una grabación, se encontró a Gladys esperándole con malas
noticias. Dixie había ido a verla unos días antes y le había dado un mensaje
para Elvis. Quería que Gladys le dijera que estaba saliendo con otro chico.
Tenía miedo de decírselo ella directamente porque sabía que él la convencería
de dejarlo.
Debería haberlo visto venir. Mientras él andaba por ahí haciéndose
famoso, ella estaba sentada en casa, esperando. Así que desde el punto de
vista racional, lo entendía. Pero emocionalmente estaba destrozado. Nunca se
había tomado bien los rechazos, del tipo que fueran, y nunca lo haría.
Teniendo en cuenta cómo se había comportado él en sus giras, sabía que
seguramente no se merecía a Dixie, pero le habían criado en un mundo muy
machista, en el que había chicas con las que uno casaba y chicas que eran
solo, bueno…, para divertirse. Tuvo que aceptar que Dixie no le quería. De
todos modos, siguió mencionándola en sus entrevistas durante los dos años
siguientes como la chica de Memphis de la que había estado enamorado.
Lo superó. Tenía veinte años y había chicas allá a donde mirara. El
Coronel le aleccionaba sobre cómo un pequeño desliz podía arruinar toda su
carrera, pero no le resultaba siempre fácil recordarlo, sobre todo ahora que ya
no tenía que sentirse culpable.
Sin embargo, aún así tuvo problemas. Una de las primeras veces que llevó
a una chica a su habitación del hotel, se rompió el preservativo.
—¿Y ahora qué hago? —le preguntó a Scotty y a Bill, que estaban
esperando cuando bajó al vestíbulo del hotel.
—Bueno, una de dos, o te casas con la chica o te vas de la maldita ciudad
a toda pastilla —bromeó Bill.[4]
Al final, Elvis la llevó a las urgencias de un hospital, donde le dieron una
ducha vaginal. Pero la experiencia le asustó. Estaba dejándose la piel en la
tarea de ser Elvis Presley, escuchando discos todos los días, tratando de
descubrir la pequeña magia que Ray Charles o Clyde McPhatter ponían en sus
canciones, planeando sus espectáculos, eligiendo su ropa y su imagen, y
hablando con cualquier pinchadiscos de pueblo que le preguntara. Luego,
estaban los miles de kilómetros al mes que recorrían en coche por todo el
Medio Sur: la banda calculó que solo ese año hicieron más de 160.000

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kilómetros en la carretera, tocando casi 250 días. Elvis no podía permitirse el
lujo de cometer ningún error. No se trataba solo de su carrera. Sabía que
también decepcionaría a su familia si lo hiciera. Y ahora sus padres dependían
de él financieramente para pagar el nuevo pequeño chalet adosado de
Memphis que acababa de alquilar para ellos.
No es que su vida sexual fuera lo único sobre lo que Parker le daba
charlas. Independientemente de lo que Elvis hiciera físicamente cuando
estaba cantando —cada vez más decían que su actuación era indecente—, las
palabras obscenas o las insinuaciones, del tipo que fueran, estaban prohibidas
en el escenario; y eso estropeó uno de los resortes de su show. Como cantaba
con tanta energía, moviéndose por todo el escenario, Bill y él habían ideado
un pequeño diálogo que le permitiera recuperar el aliento entre canción y
canción. Bill decía:
—El color de las Rosas es el rojo, el de las Violetas el rosa.
—No, Bill. Las Rosas son rojas, las Violetas son azules —le cortaba
Elvis, aún jadeando.
—No, Elvis —decía Bill sacudiendo la cabeza—. El de las Rosas es el
rojo, el de las Violetas el rosa.
Así que Elvis decía nuevamente:
—Bill, ¡las Violetas son azules…!
—No —decía en ese punto Bill—, no lo son. El de las Violetas es el rosa.
Mira, las tengo aquí mismo —y sacaba un par de bragas de color rosa del
bolsillo de su chaqueta.[5]
A Elvis aquello le parecía totalmente inofensivo y al público siempre le
hacía gracia. Pero al Coronel no, así que lo quitaron.
El Coronel pronto estaba tomando todas las decisiones extramusicales y,
en algún momento entre el verano y el otoño de 1955, pasó gradualmente de
ser simplemente el agente de contrataciones de la banda a convertirse en un
asesor especial de Bob Neal. Elvis no se enteraba de la mitad de lo que pasaba
porque, según le decía siempre Parker: «Esto son negocios, Elvis. Tú, canta».
Así que apartaba la vista y hacía exactamente eso.

Habiéndose ocupado ya de Scotty y de Bill, el siguiente obstáculo para Parker


era Sun Records. Durante meses se había quejado de que Sun era un sello
demasiado pequeño para que Elvis pudiera progresar realmente en su carrera.
Y, como Sam Phillips aún no tenía una buena distribución nacional para Sun,
las circunstancias le daban a Parker la razón. Así que Parker empezó a
plantearle a Elvis abiertamente que dejara a Phillips.

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Quizá la imagen más icónica de la música rock, esta fotografía de Elvis en el escenario de Tampa,
Florida, en julio de 1955 —un año después de las primeras actuaciones en el Eagle’s Nest— se usaría
en la carátula de su primer álbum con la RCA. Una fotografía en blanco y negro con rótulos rosas y
verdes. Fue una incendiaria presentación del cantante, y la mejor portada de los álbumes de Elvis.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

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Elvis no quería irse. Acababa de grabar la canción que Sam Phillips
consideraba su «obra maestra», «Mystery Train», así como «I Forgot to
Remenber to Forget», su cara B más fuerte hasta entonces, y «Baby, Let’s
Play House» seguía estando en la lista nacional de música country de
Billboard. Le parecía que Sam sabía cómo sacar lo mejor de él en un estudio
de grabación.
Pero a Phillips empezaron a llegarle ofertas de otras compañías
discográficas, incitadas por Parker, queriendo comprarle el contrato de Elvis.
Le contactó MGM, al igual que Columbia de Nueva York. Ahmet Ertegun y
Jerry Wexler de Atlantic también estaban interesados, y luego estaba RCA,
con quien Parker había tratado durante años por Eddy Arnold y Hank Snow.
Al principio, Sam los despachó exigiendo 40.000 dólares por su estrella, un
precio tan alto que sabía que no lo pagarían. Ertegun y Wexler de Atlantic
solo pudieron recabar 20.000 dólares y se rindieron. Pero Parker tenía
contactos y se aseguró de que uno de los pretendientes no se fuera del todo.
Así que, mientras Elvis estaba de gira cantando, estaban planeando y
peleándose por su futuro.
Finalmente, como Elvis todavía era menor de edad, en octubre de 1955
Parker escribió a sus padres pidiéndoles que firmasen un documento que le
daba derecho a negociar un nuevo contrato discográfico en nombre de su hijo.
Bob Neal, que no sabía nada de ello, se enfureció cuando se enteró del doble
juego de Parker. Le había puenteado, y desde entonces cada vez que Parker y
él trabajaban juntos saltaban chispas, con Parker echándole la culpa a Neal si
las cosas salían mal, y si salían bien también se inventaba reproches.
Elvis observaba todo con sentimientos encontrados. Veía que lo que
Parker estaba haciendo era lo mejor para sus intereses, así como para los del
propio Parker. Pero no le preocupaban algunas de las tácticas intimidatorias
de Parker. Tal vez en el fondo sabía que debería haber participado más de la
toma de decisiones, pero con las cosas yendo tan bien no quería agitar las
aguas. Era ambicioso.
Sabía que papá llamaba a Sun cada dos semanas preguntando dónde
estaban los royalties por los 100.000 discos que al parecer había vendido.
Pero cuando Sam le dijo que estaba esperando a que los distribuidores le
pagaran a él, le creyó. Así era el negocio de la música, donde nada es sencillo,
y papá realmente no sabía mucho sobre ningún negocio, y mucho menos
sobre el de la música. Al principio, Vernon había sido cauteloso con el
Coronel, pero cuanto más hablaba Parker, y más aumentaba la paga de Elvis
por cada actuación, más le gustaba.

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Gladys lo veía de otro modo. Ella no confiaba en Parker y nunca le gustó
ni se sintió cómoda con él. Y aunque él siempre se aseguraba de hablarle con
dulzura, ella a menudo le decía a Elvis, «Ese coronel… es el mismo diablo».
Sabiendo lo que pensaba, Parker incluso hizo que Hank Snow, cuya voz a ella
le encantaba, la llamara de vez en cuando para decirle qué gran tipo era el
Coronel. Pero, siguiendo su instinto, a ella nunca le convenció. La gente
como Gladys no hablaba de pactos fáusticos, pero, independientemente de la
cantidad de fama y dinero que Parker estuviera consiguiéndole a Elvis, le
parecía que su hijo estaba vendiendo su alma y su talento a un Satanás de
carne y hueso.
Elvis creía que estaría más contenta cuando Vernon y ella se mudaran al
bungalow, en el que habría más espacio para la abuela. Pero Gladys estaba
todo el tiempo peor de sus «nervios». La carrera de su hijo se había apoderado
ya de la vida de todos.
La negociación continuó durante semanas. A Sam le preocupaba que Elvis
anduviera corriendo con su moto nueva por Memphis, siempre temeroso de
que acabara en el hospital y tal vez perdiera su voz o su físico, o incluso su
vida. James Dean había muerto en un accidente de coche a fines de
septiembre y eso había impactado a todo el mundo, incluido Elvis. Aún no
había visto Rebelde sin causa, pero, como a casi todos los demás chicos de su
edad, cuando Dixie y él habían ido a ver Al este del Edén, Dean le había
cautivado.
Independientemente de las presiones que le llegaran, Phillips seguía
resistiendo. En el fondo, no quería que Elvis se fuera. Le tenía cariño al
chaval y estaba orgulloso de lo que habían hecho juntos. Pero una noche de
finales de octubre, mientras estaban en el estudio grabando «When It Rains It
Really Pours», una canción de blues que le gustaba a Elvis, para la cara B de
«Trying to Get To You», Sam recibió una llamada telefónica. Scotty, Bill y
Elvis esperaron en el estudio mientras Sam atendía la llamada desde su
despacho.
Cuando acabó, entró en el estudio e hizo un aparte con Elvis.
«No quería hacerlo, Elvis», le dijo, «pero, en principio, he llegado a un
acuerdo con Tom Parker para vender tu contrato discográfico a la RCA. No
puedo decir que me alegre, pero creo que probablemente será lo mejor para ti
y para tu carrera. Y tu papá estará encantado».[6]
La cifra que había pedido era astronómica para aquellos días, y Elvis se
sentía halagado de que Sam la hubiera conseguido. Pero también estaba
preocupado.

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—Si me voy a la RCA, ¿sabrán grabarme tan bien como usted, señor
Phillips? —preguntó Elvis.
Sam le miró con amabilidad.
—Mira, tú ya sabes cómo hacerlo —dijo—. Ve a la RCA en Nashville y
no dejes que nadie te diga lo que tienes que hacer. Creen en ti lo suficiente
como para haber depositado una buena cantidad de efectivo, así que diles tú
lo que piensas y lo que quieres hacer.[7]
Los días de Elvis en Sun Records se habían acabado. La semana siguiente,
cuando «I Forgot to Remember to Forget» llegó al número 3 en la lista de
country nacional de Billboard, firmaron el acuerdo en la oficina de Sam. La
RCA, que en ese momento era una de las mayores compañías discográficas
del mundo, le pagó a Sam 35.000 dólares por los discos de Elvis, incluidos las
que no se habían lanzado aún, y otros 5.000 por los royalties pendientes de
pago, lo que fue el mayor trato firmado hasta entonces por un cantante. Elvis
recibió un royalty del 5 % de sus discos, por los que Sam solo le había estado
pagando el 3 %, un embriagador adelanto en efectivo de 5.000 dólares y otros
1.000 dólares más en efectivo de la casa discográfica Hill and Range, Julian y
Jean Aberbach, que respaldaban al Coronel.
Su plan era montar una compañía discográfica a nombre de Elvis, Elvis
Presley Music, propiedad conjunta de Hill and Range y el cantante. De las
canciones que Elvis grabase que publicara la compañía, se llevaría entre un
tercio y la mitad del royalty de composición, así como una parte del de
publicación, todo ello además de su royalty como cantante. Dado que los
royalties de publicación de los discos tanto por ventas como por emisiones en
la radio generalmente se dividían al 50/50 entre las discográficas y los
compositores de las canciones, eso significaba que el trozo de pastel de los
royalties que Elvis —y, por tanto, el Coronel— se llevaban por disco era
enorme. Los Aberbach tampoco saldrían mal parados, ya que podían hacer
contratos de publicación de cualquier canción que otras discográficas le
trajeran a Elvis.[8]
Naturalmente, Elvis estaba entusiasmado, tan entusiasmado que
seguramente no se paró a pensar qué opinaban los compositores de tener que
renunciar a una gran parte de sus ingresos para que él cantara sus canciones.
Tener su propia compañía discográfica debía de parecerle ideal, ya que, en
lugar de tener que rastrear discos antiguos en busca de material, ahora le
ofrecerían canciones nuevas hechas para él. Tardaría un tiempo en darse
cuenta de que ese acuerdo paralelo tan beneficioso tenía un fallo importante; a
saber, que en última instancia se vería obligado a grabar canciones que

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coeditaba, en lugar de canciones de las que no tenía derechos de publicación.
Y podían no ser tan buenas. De hecho, muchas no lo eran.

Recortes de prensa del año 1955 anunciando conciertos de The Blue Moon Boys. A lo largo de ese año,
Elvis Presley, Bill Black, Scotty Moore y D. J. Fontana recorrieron miles de kilómetros y llegaron a
realizar alrededor de 330 actuaciones, en ocasiones con hasta tres pases diarios en distintas ciudades y
con aforos que llegaban a los 6.000 espectadores.

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Lo que Elvis no sabía hasta que se acordó fue que Phillips había insistido
en recibir un pago no reembolsable de 5.000 dólares en concepto de opción
preferente, mientras se llevaban a cabo las negociaciones, y que el Coronel lo
había pagado de su propio bolsillo o, seguramente, con la ayuda de los
hermanos Aberbach de Hill and Range. Sea como fuere, era algo que Parker
no dejó que Elvis olvidara nunca cuando el cantante se ponía difícil.
Elvis nunca supo con exactitud realmente por qué Sam le dejó marchar.
Como con la mayoría de las cosas, probablemente no hubo una sola razón,
pero el dinero jugó el papel principal. Phillips tenía tensiones de tesorería
debido a los retrasos en los pagos de los distribuidores, y acababa de montar
la primera emisora de radio de Estados Unidos solo para mujeres en
Memphis, la WHER, en la que Marion Keisker hacía de presentadora.
Además de eso, le estaban llegando nuevos talentos. Carl Perkins, Jerry Lee
Lewis y Johnny Cash habían acudido a Sun Records atraídos por el éxito que
había tenido con Elvis.
Pero puede que hubiera algo más. Phillips veía que Elvis ambicionaba ser
algo más que una estrella discográfica. Él realmente quería lo mejor para el
chaval, a quien describió como «una de las personas más introvertidas que he
conocido nunca»[9]. Y sabía que él no podría cumplir el sueño de Elvis en
Sun. Sam era de Memphis. Le encantaba. Ir a Hollywood no era para él. Así
que vendió. Tampoco se le dio mal la venta; con ella pudo liquidar sus deudas
e invertir parte del dinero que le habían pagado por Elvis en una nueva
compañía que estaba empezando en ese momento en Memphis. Era una
cadena hotelera llamada Holiday Inn.
Y, como le aseguró a Elvis, seguiría allí en el 706 de la avenida Union
siempre que quisiera hablar.
A Elvis debió de parecerle que el futuro no ofrecía más que emociones.
De lo que no debió de darse cuenta es de que, a partir de entonces, casi todas
las decisiones sobre su carrera se regirían únicamente por su potencial para
hacer caja.

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«¡Si no me muevo, no puedo cantar!»

Elvis no lo sabía entonces, pero ese diciembre de 1955 fue la última vez que
podría ir de compras de Navidad como cualquier otra persona. La gente le
reconocía en las tiendas del centro de Memphis porque había salido
recientemente en los periódicos locales, cómo no y, de todos modos, le
delataban las patillas. Pero no le importaba. Le gustaba. No había peleas ni
histeria. Por lo general, la gente se limitaba a sonreír, se alegraba de verle y le
dejaban seguir gastándose su dinero. Y gastó mucho. Era la primera Navidad
en la que tenía dinero de verdad para gastar.
Vernon y Gladys siempre habían festejado la Navidad lo mejor posible, y
en Tupelo habían hecho grandes planes familiares con los Presley y los Smith,
aunque no había habido regalos caros. Ahora, con el anticipo de la RCA, y un
año de gira, Elvis tenía la billetera a reventar. Había ganado 25.240 dólares
durante el año[1], aproximadamente diez veces más de lo que Crown Electric
le habría pagado si se hubiera quedado allí. Así que se divirtió. La tienda de
Lansky significaba comprarse aún más ropa, y las tiendas de discos, que
visitaba cada vez que iba a casa, debían de alegrarse mucho de verle. También
compró muchos equipos en la tienda de cámaras de Ed, incluido un proyector
de dibujos animados y una cámara de cine para hacer sus propias peliculitas,
y agasajó a sus padres con regalos. Habría estado bien tener una novia en
Navidad, una buena chica como es debido con quien a Gladys le hubiera
gustado verle, pero no era así como iban las cosas.
Así que compartió la Navidad con los admiradores haciendo una
actuación especialmente larga en el Hayride. El Coronel casi lo estropeó
enviándole una nota a Bob Neal, que aún andaba por allí, diciéndole que se
asegurara de que Elvis no hiciera ningún gesto vulgar ni saliera con
improvisaciones provocativas. Esta intromisión en lo que Elvis hacía en el
escenario molestó al cantante, y debería haberse quejado, pero Parker le
estaba haciendo ganar más dinero del que jamás había visto antes. Así que,
nuevamente, en lugar de protestar, se divirtió cantando el «Only You» de los
Platters, que seguirían siendo su grupo favorito durante años.

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La Navidad vino menos de un mes después de haber firmado con la RCA,
y aún no había grabado para la compañía, pero ahora todos los días eran una
carrera. Cuando estaban de gira, Red West, su amigo del equipo de fútbol del
instituto, solía acompañarlo como conductor y guardaespaldas extraoficial.
Con Scotty, Bill y D. J. a cargo de los instrumentos en otro coche distinto,
necesitaba que alguien se asegurara de que las fans, y puede que algunos de
sus novios, no se extralimitaran. Y estaba bien tener a alguien de fuera de la
banda con quien hablar cuando las cosas se ponían tensas. Jamás ha habido
una banda en la que, después de estar una o dos semanas en la carretera, no
empiecen a quejarse unos de otros. Y la creciente atención que ahora recibía
él, en detrimento de Scotty y Bill, debió de molestarles. Él se hacía cargo.
Red estaba con él cuando la RCA lo llevó a Nashville para presentarle a
los pinchadiscos que había en la Convención de Pinchadiscos de Música
Country. Todavía se sentía incómodo en estos eventos, así que fue un alivio
cuando vio una cara amiga: Mae Axton, la publicista que había conocido a
principios de año en Florida.
«Elvis, quiero que oigas una cosa», dijo Mae inmediatamente, con el tipo
de voz de alguien que no aceptará un «no» por respuesta. «Va a ser tu primer
éxito en la RCA».
Insistió en que fuera a su habitación y escuchara una demo que había
traído con ella, diciéndole que había escrito la letra después de leer en un
periódico que un tipo había dejado una nota que decía «Camino por una calle
solitaria» antes de suicidarse.
A él no le parecía que el suicidio fuera el tema idóneo para un disco de
éxito, y realmente no quería escucharlo. Pero cuando lo hizo, inmediatamente
vio el potencial que tenía. «Es genial, Mae, ponlo otra vez», dijo[2]. Y ella lo
hizo. Una y otra vez. «Heartbreak Hotel…» donde «the bellhop’s tears keep
flowin’, and the desk clerk’s dressed in black» [‘las lágrimas del botones no
paran y el recepcionista va vestido de negro’]. Era tan diferente que no podía
quitárselo de la cabeza y empezó a cantarlo de inmediato en el camino.
Así que, cuando él y la banda llegaron a Nashville para su primera sesión
con la RCA el 10 de enero de 1956, dos días después de su vigésimo primer
cumpleaños, todos sabían cómo iban a tocar la canción. A Elvis todavía le
preocupaba que sin Sam Phillips en el control no sonara igual, y la gran sala
de la iglesia metodista de techos altos que la RCA usaba entonces para las
sesiones tenía una acústica bastante diferente a la del pequeño estudio de Sun.
De lo que no se dio cuenta fue de que había gente de la RCA que estaba tan
inquieta como él, principalmente Steve Sholes, el productor. Era quien había

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convencido a la compañía para que pagaran tanto por el contrato de Elvis y, a
modo de seguro, había invitado como músicos de acompañamiento a Ben y
Brock Speer, dos cantantes de góspel, así como a Chet Atkins para la guitarra
y a Floyd Cramer para el piano. Y, dado que Scotty se había pasado su carrera
haciendo en la guitarra lo mismo que Chet con la suya, seguramente también
se quedó un poco impresionado.
La primera canción que grabaron fue «I Got a Woman» de Ray Charles,
que ya debían de haber tocado unas doscientas veces durante sus giras. Al
conocerla bien deberían haber estado relajados, pero no fue así, y Elvis no
dejaba de salirse de micro al moverse mientras cantaba. Los ingenieros le
insistían en que se quedara quieto frente al micrófono, pero, cuando lo hacía,
se le iba toda la energía.
—¡Si no me muevo, no puedo cantar! —le dijo a Steve Sholes, que estaba
preocupado detrás del cristal del control.
—Tú inténtalo, Elvis —dijo Sholes al principio.
No obstante, al final lo entendió, y solucionaron el problema instalando
micrófonos adicionales a ambos lados del cantante, para que pudiera moverse
y cantar al mismo tiempo.
Mientras tanto, a Chet Atkins le parecía tan asombroso, por no decir
divertido, la forma en que Elvis actuaba y se movía al grabar, que llamó a su
esposa durante un descanso y le dijo que fuera al estudio de inmediato,
porque «nunca vas a ver algo igual» durante una sesión de grabación.
Luego hicieron «Heartbreak Hotel», un blues aciago y siniestro, que
prácticamente pedía a gritos lo que Sam Phillips solía llamar el «espaldarazo»
del eco que conseguía en Sun conectando sus dos sistemas de grabadora
Ampex. Los ingenieros de la RCA, sin embargo, no lograron el mismo efecto.
Al final, el disco salió con un sonido como si Elvis estuviera gritando desde
un pozo. Pero, con el corte de piano de Floyd Cramer en el medio, Elvis sabía
lo que tenían. También sabía que, según lo acordado en su nuevo contrato con
Hill and Range, tendría además una participación en la composición y
publicación de la canción.
En total, grabó cinco canciones durante los siguientes dos días, que era
más o menos la mitad de lo que él y la banda habían lanzado durante los
dieciocho meses con Sun. La RCA no creía en pasar una noche entera o
incluso dos o tres noches luchando con una canción como hacía Sam. El éxito
de rhythm & blues de los Drifters «Money Honey» siempre resultaba
divertido cuando iban de gira, así que lo hicieron, y también un par de baladas
nuevas. Elvis había querido grabar «I Was the One» en Sun, pero Sam no le

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dejó, así que lo hizo ahora, acompañado por los dos cantantes. Era la primera
vez que otros cantantes participaban en una de sus sesiones y, para que todo el
mundo se relajara, se sentó al piano y cantó un par de himnos góspel con ellos
antes de empezar a grabar. No sabía qué le parecía eso a la gente de la RCA,
que no paraba de mirar el reloj, pero a él le hacía sentirse mejor, y sería algo
que haría a partir de entonces en muchas sesiones. Los deportistas calientan
dando vueltas al campo antes de jugar. Elvis se preparaba cantando himnos.
Desde su punto de vista, las sesiones fueron bien, y estaba satisfecho
consigo mismo cuando, de vuelta en Memphis unos días después, regresó a la
Humes High School y cantó un par de canciones en una velada del Día del
Padre.
Sin embargo, en Nashville, Steve Sholes no estaba tan seguro. Había
enviado cintas de las sesiones a los altos mandos de la RCA en Nueva York y
no les había gustado lo que escucharon, para nada…, especialmente
«Heartbreak Hotel». Y no eran los únicos. A Sam Phillips tampoco le gustó.
En lo relativo a la música, Memphis era un pueblecito en el que todo el
mundo hablaba, y corrió el rumor de que cuando Sam escuchó por primera
vez «Heartbreak Hotel» en la radio, dijo que era un «desastre morboso y
melodramático»[3]. Elvis no solía discrepar con él, pero esta vez sabía que
Sam estaba equivocado. Todos lo estaban. No lo dudó jamás.

Debió de haber un momento en la RCA en que se plantearon no sacar la


canción bajo ningún concepto. Pero debió de gustarles todavía menos el resto
de la sesión de Nashville, porque al final la lanzaron el día antes de que Elvis
hiciera su debut en la televisión nacional en el Stage Show de la CBS.
Jackie Gleason, que por entonces era una gran estrella de la televisión,
coproducía el programa junto con los directores de banda Tommy y Jimmy
Dorsey, y Elvis estaba deseando conocer a los Dorsey. Eran, diría, un par de
«viejos majetes de la era del swing». Pero cuando llegó por primera vez al
estudio de televisión en Nueva York, les vio mirándole como si acabara de
salir de las cavernas.
El programa se emitió en directo una fría y húmeda noche de sábado en
Nueva York desde el estudio 50 de la CBS en Broadway. Con la rutilante
estrella Perry Como en la NBC al mismo tiempo, no fue precisamente el
espectáculo más popular y el teatro ni siquiera estaba lleno después de que a
la CBS le hubiese costado hasta regalar entradas gratis para esa noche. Sarah
Vaughan también estaba en el programa, pero en ese momento Elvis era
totalmente desconocido en Nueva York y no tenía nada de tirón.
Llevaba puesta una chaqueta drapeada larga con pequeños lunares y el

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tipo de pantalones plisados sueltos que le gustaban a él. La camisa era negra y
la corbata, clara. En los días de la televisión en blanco y negro todo era gris,
así que no importaba tanto el color como el contraste. Milagrosamente, su
acné había mejorado bastante desde su última visita a Nueva York, y las
maquilladoras de la CBS le maquillaron los ojos como a él le gustaba.
Era su primera aparición en la televisión nacional de costa a costa, y con
Scotty, Bill y D. J. ya esperando en el plató, él se paseaba arriba y abajo por el
lateral mientras Bill Randle, un pinchadiscos de Cleveland que conocía, le
presentaba.
«Creemos que esta noche va a hacer historia en la televisión para ustedes.
Damas y caballeros… Elvis Presley».[4]
Y dicho eso, Elvis apareció corriendo en el plató como si llegara tarde al
trabajo. «Bueno, sal de esa cocina y sacude las ollas y sartenes», cantó la
primera frase de «Shake, Rattle and Roll», y se disiparon todos los nervios.
Sabía qué hacer y cómo hacerlo. Los productores le habían advertido: «Esto
es un programa de televisión prime time, así que no hagas mucho esos
meneos». Así que no lo hizo.
Según sus estándares, se moderó y, al principio, el público estuvo
apagado. Pero en cuanto entró la guitarra de Scotty a mitad de canción y
empezó a moverse un poco, provocando las primeras risas y aplausos y luego
algunos gritos divertidos, notó el entusiasmo inesperado del público. Nadie
sabía qué esperar de aquella noche. Ahora no sabían qué pensar.
Antes del espectáculo, había dado por hecho, como es lógico, que cantaría
«Heartbreak Hotel». Eso era lo que solía pasar cuando un artista tenía un
disco nuevo. Pero en los ensayos le habían dicho que los productores no la
querían. Al parecer a ellos tampoco les gustaba «Heartbreak Hotel». Lo
irónico era que, si hubieran oído antes la letra de «Shake, Rattle and Roll», no
le habrían dejado cantarla de ninguna de las maneras; ni tampoco el Coronel
«antiobscenidades». La canción, que va de sexo, había sido un éxito de Bill
Haley un par de años antes. La versión de Elvis, sin embargo, estaba basada
en la grabación original de Big Joe Turner e incluía un par de líneas de «Flip,
Flop and Fly», otro de los éxitos de Turner. La cantaría durante meses antes
de darse cuenta incluso él de lo mundanas que eran las letras.
«Soy como un gato tuerto mirando furtivamente en una pescadería, te veo
y sé que ya no eres una niña», cantó. Pero, si la CBS quería «Shake, Rattle
and Roll», ¿quién era él para discutirlo?
Le habían cogido para que cantara solo una canción, pero durante los
ensayos, Jackie Gleason le había sorprendido. Le gustaba lo que estaba

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escuchando. «Que cante también “I Got a Woman”», le había comentado a
los hermanos Dorsey. Así que eso fue lo que hizo Elvis.
Al día siguiente, el Coronel Parker dijo que los teléfonos no habían dejado
de sonar en la CBS toda la noche con mucha gente quejándose de Elvis. Pero,
a la vuelta de la esquina en el Hotel Warwick, Elvis se había ido a dormir
feliz. Le habían visto millones de estadounidenses, muchos más de los que le
habrían visto en diez años de gira. Le habían pagado 1.250 dólares por la
actuación, 1.232 dólares más de lo que había cobrado justo un año antes por
salir en el Louisiana Hayride. Y estaba emplazado para volver al programa el
siguiente sábado. Tal vez entonces le dejarían cantar «Heartbreak Hotel».

No obstante, Steve Sholes quería que, primero, volviera a grabar cuanto antes
para remediar lo que sus jefes seguían considerando el desastre de Nashville,
así que lo primero que hicieron el lunes por la mañana, Elvis, Scotty, Bill y
D. J., es montar el equipo en los estudios de la RCA en Nueva York en el 24
de la calle East. No les pusieron cantantes de apoyo, por lo que esta vez no
hubo himnos. Pero sí tuvieron la ayuda de un pianista de Broadway llamado
Shorty Long. Por entonces, la canción «Blue Suede Shoes» de Carl Perkins
estaba situada entre las Top Cien de Billboard, ya que Sam Phillips había
conseguido un acuerdo de distribución para ella mejor del que había logrado
para ninguno de los discos de Elvis, así que este decidió cantar primero una
versión de ella. Creía que no lo hacía tan bien como Carl Perkins, únicamente
más rápido y sin el descanso del compás entre paradas, pero como iba ser solo
una pista del álbum, no importaba. No estaba compitiendo con Carl. De
hecho, como Perkins había escrito la canción y Phillips poseía parte de la
edición, les estaba haciendo un favor a ambos incluyéndola en su álbum,
aunque Sam quería que Steve Sholes le prometiera que la RCA no lanzaría la
versión de Elvis como un sencillo para hacerle la competencia.
La RCA mantuvo su promesa en lo referente a Estados Unidos, pero lo
lanzaron como la canción principal en un E. P. de cuatro canciones unas
semanas más tarde y se convirtió en un sencillo en Reino Unido y Canadá,
vendiendo suficientes copias para ganar un disco de oro. No obstante, en ese
momento la versión de Carl Perkins había vendido un millón de copias en
todo Estados Unidos, por lo que no se quejó, y los royalties de composición
que cobró por el disco de Elvis a lo largo de las siguientes décadas debieron
de ser sustanciales. Con lo que pudo sentirse agraviado es con que la canción
se asociara más a Elvis que a él, a pesar de que su versión tuvo más éxito en
Estados Unidos.

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En total, esa semana de enero de 1956 Elvis grabó ocho canciones en dos
sesiones en Nueva York; todas las demás eran versiones de canciones
estándar de rhythm & blues que, juntándolas con algunas canciones inéditas
de Sun, valdrían para componer su primer álbum: Elvis Presley. Ya se había
seleccionado la fotografía de portada del álbum. Salía en blanco y negro en lo
que parecía una especie de éxtasis cantando en el escenario, con su nombre en
rosa y verde en el lado izquierdo y en la parte inferior. Para su época, el
diseño era en sí una declaración de principios. Era incendiario, y de lejos la
mejor portada que la RCA hizo jamás para un álbum de Elvis Presley.
También era provocativa para aquellos a quienes no les gustaba Elvis, y
naturalmente algunos críticos del mundo de la música optaron por reseñar la
portada en lugar de las canciones. Pero, como dijo el Coronel: «No te
preocupes por lo que dicen, Elvis. Todo es publicidad, y gratis».
Ese invierno, estuvo solo una semana en Nueva York, pero resultó ser la
estancia más larga que pasaría en la ciudad. Cuando llamaba todas las noches
a casa, Gladys le preguntaba por las visitas turísticas y los rascacielos. Por
entonces, Memphis solo tenía un edificio alto, y no era ni un cuarto del
Empire State. No obstante, en realidad, Gladys solo quería saber si su hijo
estaba bien y feliz. Él le aseguró que sí, ya que el personal de la RCA y la
CBS estaban volcados en serle de ayuda y en que se sintiera como en casa.
Aunque con su charla rápida y sus salidas mordaces, a veces aún le hacían
sentirse excluido. Con su ruido constante, sus tipos de personas tan diferentes
con una seguridad aplastante, la ciudad de Nueva York era lo más opuesto a
su hogar que cualquier otro lugar de la tierra que se hubiera podido imaginar.
Julian y Jean Aberbach, los editores de Hill and Range que habían
apoyado al Coronel Parker en el acuerdo de la RCA, vivían en Nueva York y
se encargaron de mostrarle un poco la ciudad a Elvis en sus días libres. Eran
una pareja de austriacos que se habían ido a los Estados Unidos en los años
treinta, se habían metido en el negocio de la música country y les había ido
muy bien. Cuando Julian lo invitó una noche a cenar en su elegante casa para
conocer a algunas personas importantes del mundo discográfico Elvis debió
de pensar que era, sin duda, el negocio en el que había que estar. Fue todo
muy cordial y la esposa de Julian era una señora agradable, pero cuando
sirvieron la cena, la estrella de la fiesta casi se atragantó cuando vio un
extraño cordero rosado en su plato.
«Pero si todavía está sangrando», dijo Elvis horrorizado.
La señora Aberbach se quedó sorprendida, pero se llevó el plato
enseguida. A continuación hubo uno de esos momentos en los que Elvis deseó

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haberse quedado callado. Todo volvió rápidamente a la normalidad, pero a él
nunca antes le habían servido cordero poco hecho. No era así como lo comían
en Memphis. Años más tarde bromearía diciendo que a él le gustaba la
comida «bien hecha. Cocinada. No he pedido una mascota», pero esa noche
en Nueva York se había sentido abochornado.

Tras su nerviosismo antes del primer Stage Show al que había ido, cuando
regresó a la CBS el sábado siguiente para su segunda aparición, estaba más
seguro de sí mismo. Sin embargo, había malas noticias. «Heartbreak Hotel»
aún no tenía ventas, así que, una vez más, los productores no le dejaron
cantarla. Estaba decepcionado. Pero como la RCA acababa de relanzar
«Baby, Let’s Play House» y estaba en la lista de country, cantó eso en su
lugar y siguió después con «Tutti Frutti».
A todos les gustaban las canciones de Little Richard, puede que incluso
hasta a los hermanos Dorsey, porque después del espectáculo llevaron a la
banda al club de baile Roseland de Broadway, donde, según le dijeron, habían
tocado hacía una generación. Mientras se sentaban a una gran mesa redonda
desde la que veían la pista de baile Tommy Dorsey les explicó que ese lugar
había sido uno de esos sitios de bailes a diez centavos la pieza de los años
treinta, cuando estaban empezando a tocar.

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Recortes de prensa de principios de 1956. Elvis no lo sabía entonces, pero la fama que acaparó tras sus
seis apariciones en The Dorsey Brothers Stage Show, entre el 28 de enero y el 24 de marzo de ese año,
cambiaron radicalmente su vida.

Algunas parejas estaban bailando jive y una atractiva mujer mayor de la


CBS se volvió hacia Elvis y señaló la pista. ¿Le apetecía bailar? Una pequeña
multitud se había fijado en él y le observaban. Toda la semana había habido
gente mirándole de reojo o de frente, y algunos chavales le habían seguido
para pedirle un autógrafo, aunque no tanto como en el sur. Ahora, después de
su segunda aparición en la televisión, se estaban fijando más en él, y no
quería hacer el ridículo en la pista de baile.
—Bueno, lo haría si pudiera, señora. Pero, lo siento, nunca he sabido
bailar —dijo, como siempre hacía cuando le pedían bailar.
La mujer de la CBS pareció sorprendida. ¿Hablaba en serio?
—Quiero decir que no sé bailar con alguien —tartamudeó, avergonzado.
A los hermanos Dorsey aquello debió de parecerles gracioso. No bebía, no
fumaba y ahora decía que tampoco bailaba.

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Mientras tanto, Jackie Gleason tenía algo importante que decirle. «Elvis»,
le dijo, «vas a ser una gran estrella. Ahí van unos consejos. No te escondas.
Sal a la calle, ve a restaurantes, pero no te escondas. Porque si lo haces, serás
el chico más solitario del mundo»[5].
¿Estaba escuchándole Elvis o estaba demasiado abstraído con las
maquinaciones de su representante? En un telegrama al Coronel esa semana,
escribió: «Eres la mejor persona y la más maravillosa con la que podría haber
soñado trabajar[6]. Créeme cuando te digo que me quedaré contigo en lo
bueno y en lo malo… Te quiero como a un padre».

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«¿Por qué iba la música a contribuir a la delincuencia
juvenil? Si hay gente que va a ser delincuente juvenil,
será delincuente juvenil aunque escuche las rimas de
Mamá Oca»

La televisión lo consiguió. Después de cada aparición en el Stage Show, y


ahora le habían contratado para cuatro más, la gente iba corriendo a comprar
entradas, y no solo para el programa en vivo, sino también para las
actuaciones que hacía entre sus apariciones en televisión. Y ya no eran solo
los adolescentes blancos los que iban. Obviamente, en el estudio de Nueva
York no había segregación en el público, pero en los estados del sur en los
que había actuado hasta ahora casi exclusivamente, a los fans negros solo se
les había permitido pasar a los palcos. En aquel momento no le había parecido
especialmente extraño. Había crecido con la segregación. Estaba
acostumbrado a ella. Pero ahora que muchas de las canciones que cantaba
estaban escritas por compositores y músicos negros, y que sus discos sonaban
en las emisoras raciales y salían tanto en las listas de rhythm & blues como en
las de pop y country, no tenía ningún sentido segregar a sus fans.
Tal vez debería haberse negado, como Bill Haley, a tocar para públicos
segregados, pero no lo hizo. ¿Lo pensó? Posiblemente. Pero, como siempre le
decía el Coronel Parker, su trabajo no era involucrarse en política. Así que
hizo lo que le dijeron, cumplió las reglas y siguió cantando; y no tuvo que
perder ni un solo momento del día preparando el calendario de actuaciones
sueltas que ahora programaba Parker. De modo que, a las dos de la tarde del
domingo, después de su segunda aparición en la CBS de Nueva York, estaba
en Richmond, Virginia, comenzando una gira de tres semanas por toda la
Costa Este desde las Carolinas hasta Florida.
Con solo los sábados libres para volar de regreso a Nueva York para las
actuaciones en televisión, la banda y él no paraban de moverse. Cuando era
niño, el sábado por la noche había estado reservado para cantar góspel en la
iglesia, seguido de más iglesia los domingos. Pero ya no iba tanto a la iglesia.

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El sábado noche era la gran noche para el entretenimiento y casi todos los
domingos la banda y él estaban también contratados para actuaciones
matutinas. Aunque solo hacían seis canciones por actuación, a veces hacían
cuatro shows al día, con el resto de los participantes de la gira mirando entre
bastidores cómo enardecía al público. Al ser un chico respetuoso, tranquilo y
bien educado, su comportamiento en el escenario era tan sorprendente para él
como para los demás.
«Todo mi cuerpo se revoluciona», explicaba. «Es como si me atravesara
una descarga eléctrica… Siento que me va a explotar el corazón».
Sin duda, disfrutaba de la emoción que causaba, pero, a veces, en
momentos más reflexivos, también se preguntaba si no sería contraproducente
toda esa histeria.
«No voy a conseguirlo nunca», se quejaba una noche después de una
actuación. «No va a pasar. Nunca van a oírme, porque están gritando todo el
tiempo».
Se acostumbraría y, por fin, «Heartbreak Hotel» llegó a las listas. Así que,
en su tercer programa, los productores de la CBS le dejaron cantarla, aunque
la estropearon metiendo el estridente acompañamiento de la banda de Dorsey.
A Elvis le pareció que los arreglos eran horribles, pero tiró para delante con
una triste sonrisa, como siempre hacía con todos los contratiempos. Pero los
Dorsey se habían equivocado. Si de algo trataba «Heartbreak Hotel» era de la
desesperación romántica. Todo el mundo la sufre alguna vez, sobre todo los
chavales que comprarían el disco. Pero ahí estaba la banda de Tommy Dorsey
burlándose de la canción, y de Elvis por cantarla, al ponerle un falso y
ridículo acompañamiento musical. Como dijo Scotty más tarde, si hubieran
puesto ese arreglo de Dorsey en el disco, la RCA no habría vendido una sola
copia. Tommy y Jimmy Dorsey eran buenos chicos, pero eran de otra época
y, sencillamente, no lo entendían. Elvis era demasiado joven e inexperto para
enfrentarse a la CBS, pero se aseguró de que Steve Sholes de la RCA supiera
cómo se sentía. Su queja debió de funcionar porque cuando actuó la semana
siguiente no usaron el arreglo de big band.
En todo caso, no tuvo mucho tiempo para preocuparse por ello, porque a
las 7:30 de la mañana siguiente él y la banda estaban de vuelta en el aire
rumbo a Norfolk, Virginia, para tres shows ese domingo.
Como viajaban tanto, el primo de Elvis, Gene Smith, empezó a ayudar a
Red en los desplazamientos, y Vernon había ayudado a construir un pequeño
remolque blanco y rosa para llevar las guitarras, el contrabajo de Bill y los
trajes de Elvis. Para Elvis, los fans querían ver el espectáculo tanto como

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oírlo, y calculaba que para entonces tenía veinte trajes diferentes, todos tan
ostentosos como el que más. Todo formaba parte de la experiencia. Lo había
aprendido viendo a Liberace en la televisión. No había nadie más escandaloso
que Liberace, pero el chico también sabía tocar el piano. La gente a la que no
le gustaba Liberace, se olvidaba de ello cuando les cegaba la purpurina. Lo
mismo pasaría con Elvis. Los que le menospreciaban, se olvidaban de que
sabía cantar y, cuando lo hacía, no escuchaban a propósito.
Vernon estaba orgulloso del remolque que había construido, que Scotty y
Bill enganchaban a su coche, aunque Red decía que pensaba que parecía el
camión de los helados. Para entonces, Vernon había dejado el trabajo para
ocuparse de los asuntos personales de su hijo. Cuando los periódicos se
enteraron, se burlaron de él diciendo que se había retirado a los treinta y
nueve años, aludiendo a los rumores de que siempre había sido un haragán.
Elvis no lo veía así. Decía que para él no tenía sentido saber que podía ganar
en un día lo que su padre ganaba en un año. Papá era mucho más útil
ayudándole que conservando su trabajo. Ahora había cada vez más cartas de
admiradores y se estaban acumulando toda clase de cosas, cosas que el
Coronel simplemente no hacía. Así que Vernon se encontró con una segunda
carrera profesional.

Hasta entonces, Elvis estaba disfrutando todo lo que podía de la fama, pero
durante los primeros meses de 1956 pasó algo que comenzó a preocuparle. Ya
se había dado cuenta de que el Coronel no era la persona a quien acudir para
consultarle un problema y, al no poder hablar de ello con sus padres, visitó al
único otro adulto que conocía en quien podía confiar: Sam Phillips.
—Señor Phillips, ¿puedo preguntarle algo con total confianza? —
preguntó.
Por supuesto que podía. Sam le había dicho que volviera siempre que
quisiera hablar.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Sam.
—Bueno, señor Phillips, creo que puedo tener sífilis.[1]
Sam Phillips no era un hombre que se sorprendiera fácilmente, pero en
esta ocasión no pudo ocultarlo.
—¿Sífilis?
—O algo por el estilo —continuó Elvis—. Tengo los síntomas.
—¿Conoces los síntomas?
—Leí acerca de ello en una revista.
—Bueno, ¿y no deberías ir a ver a un médico?
—Me da miedo ir, por si se filtra y sale en los periódicos y todo eso.

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—Elvis —dijo Sam meneando la cabeza—, hay una cosa llamada
juramento hipocrático que prohíbe a los médicos hablar sobre las
enfermedades de sus pacientes. Aparte de eso, me sorprendería mucho que
tuvieras sífilis. Es muy poco común.
—Pero tengo un bulto.
—¿Qué tipo de bulto?
—En mi…, ya sabe… —dijo Elvis señalándose la ingle.
—Bueno, por lo que yo sé, eso no me suena a sífilis —respondió Sam.
—Pero…
Ambos estaban avergonzados, pero después de hablar un poco más,
decidieron que Elvis debía bajarse los pantalones para mostrarle a Phillips el
bulto, que estaba entre el vello púbico.
Al verlo, Sam sonrió.
—Bueno, yo no soy médico, pero estoy completamente seguro de que eso
no es sífilis. Lo que tienes ahí es un forúnculo, seguramente causado por un
pelo enquistado o algo así. ¿Por qué no llamo a un médico que conozco en el
St Joseph’s Hospital para que te lo saje? Podemos entrar por una puerta
trasera. Nadie lo sabrá.
Y eso fue lo que hicieron. Sam había sido más que un productor
discográfico para Elvis y en aquel primer año de fama echó de menos sus
buenos consejos. Se decía que la RCA le había tanteado para ver si quería
trabajar para ellos como productor independiente con Elvis, pero Sam nunca
sería un hombre de empresa. Además, el Coronel controlaba ahora la carrera
de Elvis. Nunca habría permitido que Phillips volviera a entrar.

El sueño de su madre siempre había sido tener una casa propia, y Elvis
siempre le había prometido que, en cuanto pudiera permitírselo, le compraría
una. Así que lo primero que hizo cuando tuvo una buena cantidad de dinero
fue comprar una casa de siete habitaciones, tipo rancho, en Audubon Drive,
un sitio tranquilo de un suburbio de Memphis. Pagó 22.500 dólares en
efectivo, que era mucho dinero entonces, y estaba orgulloso de decir que la
casa de los Presley era la única de la calle sin hipoteca. La gente preguntaba a
veces por qué no les compraba una casa a sus padres y él se iba a vivir por su
cuenta a otro lugar ya que podía permitírselo. Pero nunca se le ocurrió vivir
en otro lugar que no fuera con su familia. Para Elvis, sus padres eran su hogar
y lo que era suyo era de ellos. Esa siempre sería su actitud.
Estaba de gira cuando sus padres se mudaron a Audubon Drive y apenas
estaría en casa durante 1956. Pero la primera vez que fue allí, le incomodó
darse cuenta de que los muebles que sus padres habían traído de su antigua

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casa no pegaban. Se veían viejos. Necesitaban unos muebles mejores. Así que
los llevó al centro y compró todo nuevo hasta que la casa estaba llena de
muebles. Demasiados, en realidad. Ese siempre sería un rasgo suyo. Era un
exagerado con todo, especialmente cuando quería complacer a alguien.
Veía que su madre estaba agradecida y orgullosa de su nuevo hogar, pero
ahora parecía aún más cohibida y le preocupaba qué dirían los vecinos cuando
las fans empezaran a congregarse fuera en la calle. Él se daba cuenta de que
ella no sentía que ese fuera su sitio.
—Es como un palacio, Elvis —repetía con indecisión—. Como un
palacio.
—Te acostumbrarás a ella, mamá —le dijo.
Y luego estaba su salud. Ella no estaba bien. Seguía tomando pastillas
para adelgazar, pero también bebía un poco más, bastante más. Cuando Elvis
tuvo que irse, volvió a ponerse triste y taciturna, así que se alegró de que papá
pudiera estar con ella en casa todo el tiempo. No quería que estuviera sola en
su nueva casa.

Después de semanas de gira sin parar, hizo su sexto y último Stage Show en
Nueva York a finales de marzo. Habían pasado solo dos meses desde su
primera aparición, pero parecía que medio país hablaba ya de él. «Heartbreak
Hotel» estaba en las primeras posiciones de las listas de pop, country y
rhythm & blues, su primer álbum estaba en las tiendas y, con él, su primer
E. P. Como «Blue Suede Shoes» estaba tanto en el álbum como en un E. P.
superventas, la RCA y la CBS querían que la cantara en el último show. Pero
no pudo hacerlo.
Durante meses había mantenido una rivalidad amistosa con Carl Perkins,
habiéndole conocido en Sun cuando se sentaban juntos en el café de Taylor y
hablaban de música. Pero un par de días antes del show de la CBS, mientras
sus discos competían en el Top 40, Carl y su banda tuvieron un accidente de
coche. De camino a The Perry Como Show en la NBC, su conductor se había
quedado dormido al volante y se había matado, y el hermano de Carl, que
tocaba con él, tenía una fractura cervical. Carl estaría meses hospitalizado.
Gladys tenía razón en preocuparse. Estar constantemente de gira podía ser
peligroso.

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Tras el éxito de sus primeras grabaciones con la RCA, Elvis no tardó en aparecer en televisión. Aquí
junto a Scotty, Bill y D. J. en su quinta aparición en The Dorsey Brothers Stage Show, el 17 de marzo de
1956 (Estudios CBS, Nueva York). Interpretaron «Heartbreak Hotel» y «Blue Suede Shoes».
© Alamy/Cordon Press

Como muestra de respeto a Carl Perkins, Elvis se negó a cantar «Blue


Suede Shoes» aquella noche por mucho que intentaran convencerle la CBS y
la RCA. En lugar de ello, cantó «Money Honey».
Scotty, D. J. y Bill condujeron de vuelta a Memphis tras el show y, de
camino, pasaron por el hospital de Delaware para ver a Carl. Elvis envió un
telegrama deseándole que mejorara; habría ido también si hubiera podido,
pero estaba en un avión, camino a Los Ángeles. El Coronel y la agencia
William Morris lo habían estado promocionando mucho en Hollywood y la
oportunidad de una prueba de pantalla en la Paramount con Hal Wallis era un
paso importante.

Antes de comenzar su carrera, Elvis había soñado con convertirse algún día
en una estrella de cine. Ver a James Stewart en Flecha rota y Winchester 73
cuando era niño, y luego ver todas las grandes películas, desde El Mago de Oz
hasta Salvaje, De aquí a la eternidad y La ley del silencio, le había creado un

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sueño paralelo al de su faceta de cantante. Simplemente había querido
aparecer en las películas. Sabía que muchos jóvenes albergaban el mismo
sueño; formaba parte de la vanidad juvenil. Pero seguramente lo deseaba más
que la mayoría, aunque en la escuela apenas había actuado, excepto tal vez en
los conciertos navideños cuando vivía en Tupelo. Ni siquiera se había
presentado para las obras que hacían en el instituto. Pero ahora que las chicas
le gritaban, su pequeño sueño no parecía tan tonto. Quizá James Dean marcó
la diferencia para él. Siempre que echaban Rebelde sin causa en cualquier
ciudad en la que hubieran parado, iba a verla.
Desde que se mencionó Hollywood por primera vez, le dijo a Parker que
quería ser un actor de verdad, que no solo quería cantar en películas. Le
parecía que los cantantes iban y venían, pero que las estrellas de cine se
mantenían mucho tiempo. Parker le dijo que transmitiría el mensaje. Si lo
hizo o no, o si alguien le escuchó, Elvis no podía saberlo. Pero no fue así
como salieron las cosas.
Todo sucedía tan rápido que cuando le dijo a un periodista que realmente
estaba asustado, no mentía. Al parecer, la fama había venido de la nada, y le
preocupaba que algún día pudiera «apagarse como una luz… tal como se
había encendido»[2]. Trataba de mantener la cabeza bien equilibrada, porque
la mitad del tiempo no sabía a dónde iba a estar al día siguiente. Tenía tantas
cosas en la mente y no quería decepcionar a nadie.
«Sé lo que está bien y lo que está mal», decía, «pero es muy fácil meterse
en líos. Puedes verte atrapado en algo que tal vez no pensabas hacer. Pero mis
padres no se preocupan por eso. El peor problema en el que me he metido
jamás fue robar unos huevos cuando era muy pequeño».[3]
No obstante, estaba siempre cansado, a veces no dormía más de tres o
cuatro horas por la noche y probablemente tomaba demasiadas pastillas de
NoDoz o de Benzedrina para mantenerse despierto. Esperaba recuperar el
sueño mientras volaba a Los Ángeles esa primera vez, pero fue imposible.
Estaba demasiado excitado y no paraba de leer una y otra vez el guion que la
Paramount le había enviado. Las escenas que le habían dicho que se
aprendiera eran de una película que iba a rodarse pronto titulada The
Rainmaker [El farsante], protagonizada por Katharine Hepburn y Burt
Lancaster. La mera idea de encontrarse entre esos dos le asustaba.
La mano derecha de Tom Parker, Tom Diskin, le estaba esperando a su
llegada a Los Ángeles, y le llevaron en limusina a Beverly Hills. No estaba
cansado, pero no salió a ver la ciudad. En lugar de ello, llamó a casa. Como
Chuck Berry escribiría y Elvis cantaría después: «… Esta es la llamada desde

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la Tierra Prometida y el chico pobre está al aparato». Ese era Elvis en marzo
de 1956. Solo que, de repente, ya no era tan pobre.

En comparación con la expectación que estaba acostumbrado a suscitar en el


Sur, su llegada a California fue tranquila, ya que sus discos apenas estaban
empezando a despegar allí. Pero cuando llegó a los estudios de la Paramount
al día siguiente y las secretarias se pusieron a avisarse unas a otras y a salir de
sus oficinas para echarle un vistazo, comenzó a sentirse más en casa. No sabía
nada de la gente del cine…, pero a las chicas sí sabía cómo manejarlas. Y
aunque las secretarias podían estar acostumbradas a ver estrellas de cine, él
era la primera estrella de rock con la que se cruzaban.
El plan era que hiciera un par de escenas con un actor para una prueba de
pantalla, a ver cómo iba. Le preocupaba su tartamudeo, pero Hal Wallis,
productor de gran parte de las películas de Elvis, le dijo que no sería un
problema porque simplemente le haría parecer más natural. Así que intentó
ponerse en la piel del personaje que estaba interpretando y actuar con la
mayor soltura posible.
Le pareció que lo había hecho bien. Pero, a pesar de lo que le había dicho
al Coronel de no querer cantar en las películas, Hal Wallis quería ver cómo se
le veía en el celuloide cantando. Así que le pusieron una grabación de «Blue
Suede Shoes», le dieron una guitarra de mentira y le pidieron que hiciera
playback. Debería haberse dado cuenta en ese momento de que lo que
realmente les interesaba era que cantara, pero, como siempre, simplemente
hizo lo que se le pedía.
Unos días después, una periodista le preguntó qué tal había ido la prueba
de pantalla y él le dijo que iba a salir en The Rainmaker, creyendo que así era.
Así que se sintió abochornado cuando el Coronel le dijo que no y que, aunque
había firmado un contrato con Hal Wallis, le habían cedido de forma
inmediata a la Twentieth Century Fox para otra película. Aquello le dejó
perplejo. Si bien veía que era halagador que le quisieran dos estudios, también
se sentía un poco como un coche de alquiler que se pasaban alegremente de la
Paramount a la Fox. Y al Coronel no le hizo mucha gracia que hablara con la
periodista.
«Es mejor que no hables con los periódicos, Elvis», le dijo Parker. «Lo
único que harán será tergiversar lo que digas».
Pero no siempre era fácil evitarlos después de los shows, especialmente
cuando había artículos sobre él en Time, Newsweek y Life, y gente, que creía
que debía saber más, que le acusaban de ser vulgar, dejando caer que con sus
canciones alentaba el consumo de drogas y la delincuencia juvenil. «¿Por qué

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iba la música a contribuir a la delincuencia juvenil?», le respondió a un
periodista. «Si hay gente que va a ser delincuente juvenil, será delincuente
juvenil aunque escuche las rimas de Mamá Oca»[4]. Le parecía que lo que él
hacía era saludable y divertido, que nadie tenía que drogarse para hacerlo ni
para disfrutarlo. «No creo que yo esté haciendo nada obsceno en el escenario,
ni nada que pueda avergonzar a mi madre. No lo creo», dijo.
Y cuando, algo más tarde, alguien inventó la frase «Elvis the Pelvis»
[‘Elvis la Pelvis’], lo odió.
«Eso», espetó, «me parece la cosa más estúpida que una persona adulta
puede decir».[5]

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«Tío, la gente de color lleva cantando y tocando como
yo lo hago ahora más años que yo qué sé. Tocaban así
en sus chozas y en sus cantinas con gramola y nadie
hacía ni caso hasta que yo aparecí»

En aquellos días, en el negocio de la música daba igual el éxito que tuvieras,


en cuanto tu último disco llegaba a la cima de las listas de éxitos, todo el
mundo te perseguía para hacer el siguiente. Así que, después de un par de
actuaciones en San Diego, una aparición en el programa de televisión Milton
Berle Show de Los Ángeles y una breve gira, Elvis, Scotty, Bill y D. J.
volvieron a los estudios de la RCA en Nashville.
El día empezó mal cuando el piloto del pequeño avión alquilado que
habían contratado en Wichita Falls, Texas, se dio cuenta de que estaba
perdido y que no tenía suficiente combustible.
«Creo que es mejor que todos miremos al suelo a ver si hay algún lugar
donde podamos aterrizar», les dijo.
Naturalmente, todos se asustaron, pero finalmente uno de ellos vio una
pista de aterrizaje. El avión aterrizó sin problemas y todos fueron a comer
algo mientras un operario llenaba los tanques del avión.
Cuando partieron de nuevo, Scotty estaba sentado delante, en el asiento
del copiloto, y el piloto de repente le dijo:
—Toma, cógelo mientras busco un mapa debajo del asiento para ver
dónde estamos.
Scotty se quedó helado:
—Yo no sé pilotar un avión.
Tras él, sentado con Elvis y D. J. iba Bill, que estaba a punto de hacer su
testamento.
—Tú solo mantenlo firme —dijo el piloto.
Pero, justo cuando Scotty cogió los mandos, ambos motores
chisporrotearon y se pararon.

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Todos se miraron. Estaban a 2.000 metros de altura y los motores se
habían apagado. Se acabó. Pero luego el piloto le dio a un botón y los motores
volvieron a arrancar. Más tarde pensaron que seguramente se había olvidado
de cambiar de nuevo al tanque principal antes de reemprender el vuelo, pero
todos estaban conmocionados. Cuando finalmente llegaron a Nashville, Elvis
dijo:
«Hemos terminado con este tío. Para la vuelta cogeremos un vuelo
comercial ordinario».[1]
Todavía estaban tensos cuando llegaron al estudio, pero también lo
estaban todos los demás. Puede que Chet Atkins fuera un gran guitarrista,
pero Elvis tenía la sensación de que aquel hombre diez años mayor que él
apenas le veía como flor de un día. Había pedido que le hicieran los coros los
Jordanaires, un cuarteto vocal masculino que admiraba mucho después de
conocerlos en el Louisiana Hayride, pero la RCA solo había contratado a uno
de ellos, Gordon Stoker, para unirse a los otros dos cantantes, Ben y Brock
Speer, que habían hecho con él «I Was the One» en la última sesión de
Nashville. Eran buenos, pero Elvis necesitaba la voz adicional en el centro de
un cuarteto para que la armonía fuera como él quería. Así que se enfadó.
Tenía el single, el E. P. y el álbum más vendidos en todo el país, pero la RCA
recortaba gastos para ahorrarse unos dólares en la sesión.
El otro problema era el material. Ni Steve Sholes ni los editores de Elvis,
Hill and Range, habían dado con nada excepcional que pudiera cantar.
«I Want You, I Need You, I Love You» era lo mejor que tenían, pero a él le
sonaba más como una canción de relleno. Lo hicieron lo mejor que pudieron
en las tres horas que les dio la RCA, pero Elvis sabía que podía haber sido
una grabación mejor con más tiempo. La lanzaron en cuanto «Heartbreak
Hotel» y «Blue Suede Shoes» empezaron a bajar en las listas, y llegó al
número uno, con «My Baby Left Me», otra composición de Big Boy Crudup
que habían grabado en Nueva York, como cara B, y que también funcionó
bien. Pero, aunque lo cantó en la gira durante un par de meses, solo lo hizo
dos veces en televisión. Seguramente le gustaba más a los fans que a él,
aunque eso era algo que podía decirse de muchos de sus éxitos, que, una vez
grabados, no volvía a cantar. Pero, a pesar de todo, la sesión resultó ser una
experiencia útil. A partir de ese momento, se cercioró de ser él quien tomaba
todas las decisiones en el estudio de grabación y no volvió a grabar en
Nashville en dos años.
Uno de sus recuerdos más felices y tranquilos de aquella época fue
cuando terminaron una actuación en Houston y cruzaron la ciudad hasta un

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pequeño club que el batería D. J. conocía, donde tocaba Lowell Fulson. Elvis
era admirador suyo y había comprado el disco de Fulson «Reconsider Baby»,
por lo que cuando el cantante de blues les invitó a subir al escenario para
tocar con él se entusismó. Ver a Scotty y Fulson tocando juntos mientras él
cantaba fue un lujo. Cuatro años después, le devolvió el detalle grabando su
propia versión de «Reconsider Baby».

Cuando Elvis y la banda habían empezado a ir de gira, aparecían


principalmente en sesiones de hillbilly, pero como el Coronel no quería que
ninguna otra música le robara protagonismo a su cliente, comenzó a enviar a
un cómico con ellos para que entretuviera al público hasta que llegaba Elvis.
Además era mucho más barato que contratar a otros músicos.
Por muchos defectos que tuviera Parker, era meticuloso en los detalles, se
levantaba a las 5:30 cada mañana en su casa de Madison, Tennessee, o donde
fuera que Elvis estuviera de gira, para planificar todo y, en aquellos primeros
tiempos solía acertar mucho. Aunque no siempre. No identificaba a los fans
que compraban los discos, así que cuando acordó la actuación de Elvis en el
New Frontier Hotel de Las Vegas para una temporada de dos semanas, Bill
Black no fue el único que no lo vio claro. «El filete se les va a indigestar
cuando salgamos a tocar», bromeó.
Estaba en lo cierto. Por primera vez en su corta carrera, Elvis quiso
morirse todas las noches. Todos se vistieron para la ocasión, la banda con
pajaritas y Elvis con una chaqueta deportiva y mocasines, pero simplemente
no fueron capaces de llegar al público, que oscilaba entre la mediana edad y la
madurez, en todo caso casi nadie menor de treinta y cinco años, todos
sentados a las mesas. Fue una nueva experiencia para Elvis ver entre el
público al cómico calvo Phil Silvers, entonces universalmente conocido como
Sargento Bilko, en lugar de a chicas gritando. Después de las actuaciones
Elvis salía a la calle para tratar de descifrar qué estaban haciendo mal. Pero no
eran ellos, y tampoco era el público. Simplemente no encajaban.
Desgraciadamente, cuando un público no reaccionaba, se ponía nervioso e
intentaba ganárselos con chistes.

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«¡Si no me muevo, no puedo cantar!». The Blue Moon Boys en una actuación del 26 de junio de 1956
en el Coliseum de Charlotte (Carolina del Norte). Detrás de D. J. Fontana, Nipper, el perro del logo de
la RCA, preside el espectáculo.
© NBCU Photo Bank/NBCUniversal/Getty Images

«Sal del corral, abuela, eres demasiado vieja para hacer el ganso»,
improvisaba en broma. O, «amigos, nunca ordeñen una vaca en un día
lluvioso. Si cae un rayo, es posible que tengan que cargar con el muerto».[2]
El Coronel no estaba presente y no lo escuchó, pero cuando le llegó la
noticia a través de la Agencia William Morris, le dio una charla a Elvis para
que no molestara al público con chistes de paletos. Eran de mal gusto, dijo
Parker. A Elvis no se lo parecía. El público se reía de los chistes. Eran las
canciones las que no les gustaban. Así que, como solo tenían que hacer dos
actuaciones cada noche de aproximadamente 12 minutos cada una, y no había
viajes de por medio, se tomó Las Vegas como unas vacaciones. A diferencia
del Coronel, nunca jugaba, así que las máquinas tragaperras y las mesas no
eran para él. Coquetear con las chicas del espectáculo era más divertido. Y
montar en los coches de choque en la feria toda la noche. Le encantaba Las

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Vegas para divertirse, pero no volvió a trabajar allí hasta trece años más tarde,
cuando ya se acercaba a la edad del público y, al fin y al cabo, treinta y cinco
le no parecían tantos años.
En lo profesional, seguramente lo mejor que sacó de esas dos semanas fue
que vio a Freddie and the Bellboys un par de veces en el Hotel Sands
cantando el éxito de Big Mama Thornton «Hound Dog». En realidad es una
canción de una mujer que le dice a un chico malo que deje de husmear por su
casa, haciéndole perder el tiempo y comiéndose su comida. Pero Freddie la
había cambiado un poco cantando: «Nunca has cogido un conejo y no eres
amigo mío».
La letra no tenía ningún sentido, pero la canción le parecía a Elvis un
bombazo. Así que, en cuanto comenzó a viajar de nuevo, que fue más o
menos a la semana siguiente, terminaba el espectáculo con «Hound Dog» en
todas partes, noche tras noche, al otro lado del Medio Oeste, y luego por toda
California, y no fallaba nunca. Los gritos se estaban volviendo más fuertes
con el tiempo, tan fuertes que Scotty dijo que ya no podía ni oírse a sí mismo
tocando. Y, cada día, se agudizaban las acusaciones de los periódicos.
Su segunda aparición en Los Ángeles en The Milton Berle Show a
principios de junio desencadenó una oleada de ira sobre Elvis que, al parecer,
se había estado fraguando durante meses. Esta vez hizo «Hound Dog» sin
guitarra y simplemente dejó que sus piernas y brazos fueran a su aire… con lo
que al día siguiente cuando se despertó se encontró con que los columnistas
de los periódicos le describían como «un degenerado moral», «primitivo»,
«lascivo», «obsceno», «indecente» y «vulgar», y uno incluso decía que
parecía que estaba haciendo un striptease con la ropa puesta. También
dijeron, una vez más, que no sabía cantar, y que estaba llevando a los
chavales, mediante el rock & roll, hacia la delincuencia juvenil y el consumo
de drogas. El aluvión periodístico continuó durante semanas, allá donde
tocara. Cuanto más gritaban las fans de emoción, más se enfurecían los
comentaristas, los maestros y los predicadores. Cuando llamaba a casa,
Gladys no estaba contenta, y la NBC hablaba de cancelar una actuación que
estaba prevista en The Steve Allen Show en Nueva York a principios de julio.
El Coronel seguía diciéndole que no se preocupara, que cualquier publicidad
era buena publicidad, pero era inevitable que a Elvis, que todavía tenía solo
veintiún años, le afectara la avalancha de insultos.
Finalmente, cuando un periodista le siguió dentro de un restaurante, saltó.
Estaban en Charlotte, Carolina del Norte, y el periódico local acababa de
reimprimir algo realmente desagradable sobre él del New York Herald

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Tribune. Eso le molestó de verdad. Debra Paget también había salido en The
Milton Berle Show, dijo, y se había puesto mucho más provocadora que él.
«Llevaba plumas en el trasero, donde más se menean, y botaba y se
contoneaba por todo el lugar. Nunca he visto nada parecido. En comparación,
yo era un angelito. ¿Pero según los periódicos quién fue obsceno? ¡Yo!».[3]
Luego le dijo al periodista a las claras que todos los periodistas que
escribían cosas malas sobre él sencillamente no entendían de música.
«Tío, la gente de color lleva cantando y tocando como yo lo hago ahora
más años que yo qué sé. Tocaban así en sus chozas y en sus cantinas con
gramola y nadie hacía ni caso hasta que yo aparecí. Lo saqué de ellos… En
Tupelo, Misisipi, solía escuchar al viejo Arthur Crudup dándole a su caja
como lo hago yo ahora, y me dije que si alguna vez yo llegaba a estar en
posición de sentir todo lo que Arthur sentía, sería un músico como nadie
hubiera visto jamás».[4]
El periodista estaba un poco sorprendido, pero Elvis no había terminado.
«Cuando canto himnos con mis padres en casa, me quedo quieto y siento
lo que se siente cuando se cantan himnos. Pero cuando canto rock & roll, no
puedo evitar cerrar los ojos y mover las piernas. Pero me da igual lo que
digan. No es malo».[5]
Por supuesto, esa entrevista se distribuyó también a muchos más
periódicos. Elvis desoyó el consejo del Coronel de no hablar con los
periodistas y se alegró de ello. Se había desahogado. Como Gladys le dijo:
«No importa lo que diga la gente, tú sabes quién eres. Eso es lo único que
importa»[6].
Naturalmente, la NBC no canceló su aparición en The Steve Allen Show.
Había sido una falsa amenaza en busca de publicidad. Pero le hicieron usar
esmoquin con faldones y cantar «Hound Dog» [‘Sabueso’] a un perro de caza
que estaba atado. Eso iría pronto contra la ley al ser considerado crueldad
hacia los animales. Pero en ese momento era solo crueldad hacia Elvis. Se
sentía estúpido. En aquel entonces había algo desagradable instalado en la
televisión. Puede que los productores pensaran sencillamente que el número
del perro era bueno y divertido para las familias. Pero no fue divertido para él
Elvis. Lo que los guionistas esnobs y algunas personas de la televisión nunca
entendieron fue que aquello era un asunto serio para Elvis y su banda, que
hacían lo que hacían lo mejor que podían, tratando de darle más emoción a las
canciones y más diversión al espectáculo. Puede que a los productores les
pareciera música barata, pero las emociones no son baratas. Era su intensidad
la que vendía discos. A Elvis le parecía que la gente que se burlaba de ella y

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que llamaba «idiotas» a los fans que la disfrutaban, también se estaban
burlando de ellos, a menudo de sus propios hijos. Y eso era una lástima.
«El rock & roll es algo sano. No hay que estar drogado para hacerlo»[7],
insistía, pasando por alto, tal vez, las anfetaminas esporádicas que tomaba
para seguir tirando.
No es que importara lo que dijera. Los comentaristas no escuchaban.
Tendría que esperar una generación entera para el rock & roll se tomara en
serio, y para entonces él ya no lo cantaba tanto.
A juzgar por las reacciones que «Hound Dog» suscitó en la gira, cuando
se metieron a grabarlo en el estudio de la RCA de Nueva York la tarde
después del The Steve Allen Show sabía que sería un éxito. Una vez más, la
banda y él se la sabían tan bien que debería haber sido fácil, pero tuvieron que
grabarlo treinta veces para que saliera bien. Ahora Elvis estaba a cargo del
estudio, y al escuchar la reproducción, insistía en repetir una toma tras otra
para ajustar primero esto y luego aquello, e hizo que el ingeniero abriera el
micrófono de la batería de D. J. hasta tal punto que sonaba como una
ametralladora.
Los hermanos Aberbach de Hill and Range le llevaron otro par de
canciones para que las oyera. Una de ellas era «Don’t Be Cruel», que hizo a
continuación, casi a cappella, junto a los Jordanaires, que ahora trabajaban
con él todo el tiempo; también había ganado esa batalla. Normalmente se
trataba de sacar los hits más obvios por separado para duplicar las ventas,
pero lanzaron «Hound Dog» y «Don’t Be Cruel» en las dos caras del mismo
disco, lo que hizo que un mismo disco tuviera dos éxitos monstruosos,
llegando ambos al número uno. Las dos eran buenas canciones y se
convirtieron en éxitos de una magnitud que ni él ni nadie había tenido antes,
vendiendo cinco millones de copias solo en los Estados Unidos. No estaba
mal para ser el trabajo de una tarde. Ya daba igual lo que dijeran los
periódicos: los fans le adoraban.
Como todos los días habían sido muy intensos en los últimos seis meses,
decidió volver a casa en Memphis desde Nueva York en tren, junto con un
fotógrafo llamado Alfred Wertheimer que le había estado sacando fotos en el
estudio para la RCA. Para entonces, ya se había acostumbrado a que lo
fotografiaran, con los flashes disparándose allá donde fuera, por lo que apenas
se dio cuenta de que estaba allí, pero fue una pena que Wertheimer no
estuviera con él cuando se topó con Gene Vincent en la estación de
Pensilvania cuando corría a coger el tren.

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En ese momento Gene tenía su primer gran éxito en las listas de más
vendidos, «Be-Bop-A-Lula» y se mostró ansioso por decirle a Elvis que no le
había copiado, aunque claramente lo había hecho. Elvis le siguió la corriente
y no le dijo que tanto Gladys como Scotty, Bill y D. J., cuando escucharon
por primera vez «Be-Bop-A-Lula» en la radio habían pensado que el que
cantaba era Elvis. No le importaba que Gene lo hubiera copiado. Por su parte,
consideraba que era un buen disco lo cantase quien lo cantase.
Después de dormir toda la noche, cambiaron de tren en Chattanooga y
cogieron el tren local. Pero, ansioso por llegar a casa sin demasiado alboroto,
cuando se detuvieron en una señal de stop a las afueras de Memphis, cogió
sus maletas, se bajó del tren y cruzó los campos a pie.

Siempre había habido chicas desde el día en que empezó a cantar. Con
algunas había ido en serio y con otras no tanto. Algunas de ellas eran incluso
conocidas o medio famosas, y los periódicos y revistas se pegaban a ellas con
la esperanza de descubrir algún secreto. No obstante, la mayoría de las chicas
con las que salió no eran conocidas: una chica bonita seguía siendo una chica
bonita, fuera famosa o no. A lo largo los años, hubo algunas chicas que
vendían su vida privada, y eso le decepcionaba.
Sin embargo, él nunca habló. Trató de seguir siendo amigo de todas sus
exnovias, y todavía se mantenía en contacto con Dixie, que le escribía de vez
en cuando. Así que, cuando fue a casa de vacaciones ese verano, fue a verla a
su casa y le dio una vuelta en moto, asegurándose de que volvían temprano
por si iba a buscarla su nuevo novio. Luego estaban su amiga de la escuela,
Barbara Hearn, y una chica que había conocido en Biloxi, June Juanico, cuyos
padres dijeron a los periódicos que estaban comprometidos tras pasar unos
días juntos en Nueva Orleans. No era cierto, pero el Coronel Parker se enfadó,
diciendo que si las fans se lo creían arruinaría la carrera de Elvis, y le recordó
que le había prometido no casarse antes de tres años, algo que, de todas
formas, Elvis no tenía intención de hacer.

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Elvis y The Blue Moon Boys actuaron el 4 de julio de 1956 en un concierto benéfico en Russwood Park
(Memphis, Tennesse) ante unas 10.000 personas. Sus padres, su abuela y su novia, Barbara Hearn, se
encontraban entre el público.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

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Unas noches después de volver a Memphis, Parker se quejó de nuevo.
Elvis había estado toda la noche presenciando una sesión de góspel de los
Blackwood Brothers, tal como solía hacer, y se había subido al escenario a
unirse a ellos.
«Cuántas veces tengo que decirte que sin un contrato firmado por mi
mediación y sin que te paguen, no cantas», le machacaba Parker. «¿Lo
entiendes? No cantas en público a cambio de nada».
A Elvis no le sorprendía. A Parker tampoco le había hecho gracia cuando
se había enterado de la jam session nocturna con Lowell Fulson en Houston.
Pero después de la noche de los Blackwood, nunca volvió a subirse al
escenario a cantar con nadie. Había sido divertido, y lo había disfrutado, pero
le daba demasiados problemas. Así que pasó la mayor parte de su mes de
descanso haciendo un poco de esquí acuático en el cercano lago McKellar,
montando a caballo en un rancho para turistas, visitando a familiares en
Tupelo y llevando a sus padres a Biloxi, Misisipi, para pasar allí unos días de
vacaciones.
Vernon estaba encantado con la nueva vida que tenía, con tres Cadillac y
un Lincoln aparcados fuera de la casa de Audubon Drive, y que hacían que
pareciera el «concesionario Presley de coches de segunda mano». A veces,
Elvis estaba sentado en casa y papá se reía de repente y decía: «¿Qué pasó,
hijo? Lo último que supe de ti era que conducías un pequeño camión. Y
ahora…».
Mientras que Gladys simplemente se quedaba mirando al vacío, diciendo
una y otra vez: «No me lo puedo creer. Realmente no puedo».
Elvis tampoco podía, pero, casi antes de darse cuenta, el mes había
terminado y estaba de regreso en Florida, donde un juez puso agentes de
policía a ambos lados del escenario con instrucciones de arrestarlo si al cantar
movía cualquier parte de su cuerpo que no fuera su dedo meñique. Así que
solo movió su dedo meñique y eso también volvió locas a las chicas.
Después de eso, se fue a Hollywood para convertirse en una estrella de
cine.

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«¡Imaginaos! Un chico de Memphis con Natalie Wood
montada detrás de mí en mi moto»

Si Elvis Presley no hubiera existido, la película Love Me Tender [Ámame


tiernamente] se habría hecho igual, pero se habría titulado The Reno Brothers
y no habría tenido ninguna canción. Lo que se decía en Hollywood en el
verano de 1956 fue que The Reno Brothers era una película barata, en blanco
y negro y de serie B, hecha deprisa, que estaba a punto de rodarse cuando, de
repente, metieron a Elvis para interpretar al hermano menor, Clint Reno. Eso
exigía una rápida reescritura del guion, cuatro nuevas canciones y un nuevo
título. Las melodías de las cuatro canciones eran de dominio público, y la de
«Love Me Tender» se remontaba a la Guerra Civil, época en la que se
llamaba «Aura Lee». La habían utilizado también apenas un par de años antes
como tema de fondo en otro western.
Así que, cuando Ken Darby, director musical de la Twentieth Century Fox
en Love Me Tender, le puso letra a la canción (bajo el nombre de su esposa,
Vera Matson) y la convirtió en un éxito, estaba utilizando una melodía que ya
se había probado. El otro nombre en los créditos de la canción era el del
propio Elvis, ya que Julian y Jean Aberbach insistieron en que figurara como
coautor, tal como habían hecho con «Don’t Be Cruel». Elvis admitiría
sinceramente que no había escrito ni una palabra ni una nota de ninguna de
las dos canciones. Pero tampoco lo había hecho Vera Matson. Al principio de
su carrera le atribuyeron a Elvis varias veces la composición de algunas
canciones, hasta que, avergonzado por ello, pidió que dejaran de hacerlo. Le
parecía tramposo arrogarse el crédito por algo que no había hecho.
«No he escrito una canción en mi vida», decía. «Es todo un gran engaño».
Aun así, su empresa de composición se apropió de la mitad de los
derechos de autor de los compositores, de lo cual se beneficiaron él, el
Coronel y los Aberbach. Así funcionaba el negocio de la música; así funciona
aún en muchas ocasiones.
Grabaron las canciones en la Twentieth Century Fox antes de que
comenzara el rodaje, y Scotty, Bill y D. J. volaron a Los Ángeles para

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acompañar a Elvis. Pero no tenían que haberse molestado. Los productores de
la película creían que las canciones no eran lo suficientemente hillbillys, lo
cual era algo nuevo para Scotty y Bill, que tenían una banda de hillbilly
cuando Elvis los conoció. En lugar de ellos, la Fox puso a unos músicos
locales de Los Ángeles y Elvis lo hizo lo mejor que pudo. Siempre le gustó
una canción, «We’re Gonna Move», ya que era una vieja melodía espiritual,
pero solo «Love Me Tender» sonaba a algo parecido y era un éxito.
De hecho, la letra y la melodía de «Love Me Tender» eran tan simples
que, cuando la estaba grabando, sabía que no podía fallar. Pero mientras que
el productor, tras solo dos tomas, estaba satisfecho, él no lo estaba tanto. Al
escuchar la reproducción, le pareció que a veces sonaba un poco plana y quiso
repetirla. Pero nadie más lo veía así y, como en la Twentieth Century Fox no
tenía el poder que tenía ya en la RCA, tuvo que aguantarse. Tampoco montó
un escándalo por ello. La cosa quedó así. Un poco plana o no, lo cierto es que
tenía lo que sería uno de sus éxitos más duraderos con una melodía
centenaria.
«Hasta ahora, mucha gente pensaba que solo sabía berrear», dijo cuando
el disco llegó al número uno.
Uno de los que seguramente lo pensaba era el actor Dennis Hopper. Una
esperanzadora promesa de Hollywood que había conseguido colarse en la
sesión y, según dijo, se quedó: «en el estudio, a menos de diez metros de
Elvis para ver cómo trabajaba». Y cuando, de repente, oyó la grabación por
los altavoces, se quedó asombrado. Estaba cerca de Elvis y ni siquiera lo
había oído cantar. «Love Me Tender» es una canción tranquila. Elvis la había
cantado al micrófono casi como si estuviera diciéndole esas palabras a una
chica. Por eso funcionó, y por eso Hopper no le había oído.
Tardaron menos de tres semanas en rodar su parte en la película. Elvis se
había leído el guion tantas veces y tenía tantas ganas de causar buena
impresión que se había memorizado el papel de los demás actores también.
Debra Paget, a quien había conocido en The Steve Allen Show unas semanas
antes, interpretaba a la protagonista femenina y, aunque estuvo rondándola
durante todo el rodaje, quedó patente que ella no estaba interesada en él. Más
tarde, leyó que ella había dado por hecho que él era «un imbécil» antes de
trabajar juntos, y que luego se había quedado «gratamente sorprendida» al
descubrir que no lo era. Obviamente, no lo suficiente.
Apenas cinco años antes trabajaba de acomodador de cine después del
instituto, y ahora iba a salir en una película. Como diría más tarde, estaba
«totalmente verde» en producción de películas[1], pero se animó cuando

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descubrió que el productor, David Weisbart, era quien había producido la
película de James Dean Rebelde sin causa el año anterior. Weisbart fue
paciente mientras Elvis le preguntaba sobre Dean, y luego le presentó a Nick
Adams, que había interpretado junto a Dennis Hopper a uno de los pandilleros
del instituto en la película. Después de eso, como suele pasar en estos casos,
Adams llevó a Natalie Wood, la protagonista femenina de Rebelde sin causa,
a la suite del cantante en el hotel Beverly Wilshire. El rock & roll era un
mundo pequeño y ahora Elvis comenzó a darse cuenta de que Hollywood
también lo era. Un contacto llevaba al siguiente. Echando la vista atrás, no
creía que a «Mad Nat», como llegaría a llamarla en privado, le impresionara
que le recitara el diálogo de Dean, pero ahora le tocaba a él ser un admirador.
Aunque su nombre y su imagen ocuparían todo el cartel de la película, su
participación en Love Me Tender era bastante pequeña, por lo que mientras
estuvo en Hollywood, le dio tiempo a hacer por las tardes un nuevo álbum en
el estudio de Radio Recorders en Sunset Boulevard. La estrategia de la RCA
era simplemente inundar el mercado con discos de Elvis antes de que los fans
se aburrieran de él, así que ese fue su segundo álbum del año. Y con todos los
sencillos que había grabado en la época de Sun ahora disponibles en su nuevo
sello, se lanzaron siete sencillos más en un día mientras filmaba. El resultado
fue que tenía simultáneamente nueve discos en el top cien. Nunca le había
pasado a nadie nada parecido.
Sin embargo, para sacar tantos discos había que estar buscando siempre
material nuevo, y la mejor canción para el nuevo álbum, una de Jerry Leiber y
Mike Stoller titulada «Love Me», la lanzaron en un E. P. nada más grabarla,
con lo que enseguida compitió en las listas con «Love Me Tender». Hacía
falta más tiempo para encontrar nuevas canciones y decidir cómo grabarlas,
pero tiempo era algo que no tenía y, al final, el segundo álbum se completó
con tres versiones de Little Richard. Las canciones de Little Richard siempre
funcionaban bien cuando iban de gira, pero eran los éxitos de este, no los de
Elvis.
Perdió un hit por no haber tenido tiempo de escuchar la demo que el
editor le envió con «Don’t Forbid Me», que se convirtió en un gran éxito con
la voz de su rival Pat Boone. Le gustó la versión de Boone, y le encantaba su
voz, pero le habría gustado haber sido el primero en oír la canción, ya que
sospechaba que la habían escrito pensando en él, en Elvis.
Si lo de las grabaciones en el estudio fue exagerado, lo de la televisión no
fue para menos. Ed Sullivan siempre había dicho que no llevaría a Elvis a su
programa bajo ningún concepto, pero cuando Sullivan resultó herido en un

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accidente de coche, la CBS contrató al actor Charles Laughton como
presentador suplente.
«La música, con su hechizo, amansa el corazón salvaje…», citó Laughton
con su gran voz teatral antes de que Elvis cantara «Love Me Tender» por
primera vez en televisión[2]. Sin Sullivan, pero con Elvis, el programa de
Sullivan tuvo la mayor audiencia que había tenido ningún programa en la
historia de la televisión.

Elvis había vuelto a Tupelo muchas veces desde que se había marchado con
su familia con trece años, pero nunca había actuado allí. Así que, cuando le
llegó una invitación para aparecer en la Feria Agrícola de Misisipi-Alabama,
el lugar donde había cantado por primera vez «Old Shep», era imposible que
se lo perdiera. El show era el 26 de septiembre de 1956, el alcalde lo
proclamó el «Día de Elvis Presley» y la ciudad bullía de emoción. Hubo un
desfile por las calles, fueron periodistas de todo el mundo y Movietone filmó
la actuación de la tarde entera.
Saber que casi todos los que conocía del instituto estarían allí tratando de
comprender cómo había pasado de ser aquel niño pequeño y tímido a la
famosa estrella que ahora condenaban los periódicos (excepto, obviamente, el
Tupelo Daily Journal), fue algo especialmente emocionante para el hijo más
famoso de Tupelo. Y, por supuesto, Gladys y Vernon estuvieron allí también,
así como varios familiares de Misisipi.
En general, fue un gran regreso al hogar, viendo a viejos amigos todo el
día, incluido el exjefe de Vernon en L. P. McCarty, el mayorista de
ultramarinos, que, al despedirle ocho años atrás, había provocado su traslado
a Memphis y el eventual éxito de Elvis. Vernon no era de los que guardan
rencor. Se alegraba de ver al tipo de nuevo, de mostrarle lo bien que le había
ido.
Gladys no lo veía de la misma manera. «Me pone mala volver aquí así
para recordar lo pobres que éramos», dijo.[3]
Elvis hizo una actuación especial ese día, aunque apenas pudo oírse a sí
mismo. Se organizó al aire libre en el recinto ferial delante de una gran carpa
y, mientras cantaba en el show de la tarde, pudo ver pasar, al fondo, un largo
tren de carga. A nadie le importaba, y menos a él. Llevaba zapatos blancos y
una camisa de terciopelo azul oscuro que le había regalado Natalie Wood, y
que Gladys había tenido que arreglar para que le quedara bien.
La Guardia Nacional de Misisipi rodeó el escenario durante el show
vespertino, pero, cuando estaba terminando «Hound Dog», las chicas se

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abalanzaron hacia delante. Temiendo que aquello se desmadrara, Elvis y la
banda salieron por una trampilla de la parte trasera del escenario y se subieron
a un coche de policía antes de que pudieran darse cuenta las fans. Ya nunca
podían hacer bises al final de las actuaciones. Llegaría el día en que un
locutor anunciaría a los fans por un altavoz: «Elvis has left the building»
[‘Elvis ha abandonado el edificio’], para que supieran que el espectáculo
había terminado y que era hora de irse a casa. Pero no había llegado aún.
Gladys no había ido a muchas de las últimas actuaciones de su hijo y le
sorprendió lo histéricas que se volvían las fans, y empezó a preocuparle cada
vez más que un día le hicieran daño a Elvis. Sencillamente, no se
acostumbraba a cómo les había cambiado la vida.
«Elvis, el Coronel te va a matar de tanto trabajar. No está bien», decía una
y otra vez.
No estaba bien y no lo estaría nunca, pero Elvis no se quejaba. Como le
diría a los periodistas cuando le preguntaran cómo se sentía tras haberse
hecho millonario de repente: «El Señor da y el Señor quita. El año que viene
podría estar pastoreando ovejas»[4]. Se reían, pero lo decía en serio, menos lo
del pastoreo. Él nunca se creería el éxito que había tenido, por lo que nunca
rechazó un trabajo, y Parker se aseguró de que siguieran llegando ofertas.
Como el Coronel nunca se cogía vacaciones, no veía por qué los demás
debían hacerlo.
En cuanto terminó el show de Tupelo, Elvis volvió a ponerse a recorrer el
país, parando solo para visitar Los Ángeles y ponerse fundas en los dientes
por segunda vez. Sus padres no habían tenido dinero para dentistas y aparatos
cuando era niño, pero la pantalla grande exigía una sonrisa radiante, así que
hubo que trabajarla. Era importante que Elvis Presley, ahora una estrella de
cine, tuviera una dentadura perfecta, que se cepillaría obsesivamente varias
veces al día durante el resto de su vida.
Lo siguiente fue volver al estudio para grabar otra estrofa para la canción
del título «Love Me Tender». La Twentieth Century Fox había hecho un pase
privado de la película y parte del público se había molestado cuando su
personaje se moría al final. Así que, ahora el plan era que su fantasma saliera
en los títulos finales, cantando algunas líneas más de la canción para
tranquilizar a los fans y decirles que estaba bien, de verdad. Después de eso,
hizo una breve gira por Texas, y luego fue a Nueva York para su segunda
aparición en The Ed Sullivan Show. Esta vez, el propio Sullivan estaba allí,
comiéndose sus palabras, dándole la mano a Elvis y siendo amable y cortés.
Era increíble, debió de pensar Elvis, lo rápido que la gente de la televisión

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cambiaba de opinión sobre él cuando veían cómo subía su audiencia cuando
él iba a sus programas.
Fue igual de sorprendente ver la cantidad de niños estadounidenses cuyos
padres los llevaron a vacunarse contra la polio después de que saliera una foto
de Elvis vacunándose el día después de acudir al show de Sullivan: en los seis
meses siguientes le pondrían la inyección a un 84 % de la población infantil
de los Estados Unidos.
Luego volvió a Memphis para ir a buscar a Natalie Wood a su llegada en
avión desde Los Ángeles. Estaba acostumbrado a que las chicas le siguieran a
él, pero Natalie era una estrella de cine, y le halagaba que hubiera venido
desde California. Así que, aprovechó la oportunidad para presumir de ella,
llevándola a Guthrie Park para que le viera jugar al fútbol con Red West y sus
amigos, paseándola luego por la ciudad en la parte trasera de su Harley
Davidson, esperando que la gente les viera juntos. «¡Imaginaos!», bromeó con
sus amigos. «Un chico de Memphis con Natalie Wood montada detrás de mí
en mi moto». Y cuando la llevó a ver a Dewey Phillips, el parlanchín
pinchadiscos, este prácticamente se quedó sin habla.
Así que, sí, estaba prendado de la estrella. Para él, y para toda una
generación de jóvenes, Natalie era la chica que, de pie entre los coches
acelerando, bajaba los brazos para dar comienzo al duelo en la carretera en
Rebelde sin causa. Hay algunas escenas de películas que no se olvidan, y
Elvis soñaba con aparecer en una película como esa dentro de poco.

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La primera vez que Elvis se subió a un escenario fue en la Feria Agrícola de Misisipi-Alabama de
Tupelo, cuando, con gafas y peto, quedó quinto cantando «Old Shep». Once años después, el 26 de
septiembre de 1956, el joven más famoso de EE. UU. actuó en la misma feria en el «Día de Elvis
Presley» vistiendo una camisa de terciopelo que le había regalado Natalie Wood.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

Natalie nunca dijo lo que pensó de Elvis y de sus padres cuando los
conoció en Memphis. Eran de mundos diferentes y Gladys no se quedó
precisamente impresionada con Natalie y la forma en que recorría la casa ante
Vernon, Elvis y su nuevo amigo Nick Adams vistiendo solo un exiguo
camisón. Los albañiles que estaban trabajando en la remodelación de la casa
tampoco pudieron evitar darse cuenta.
Natalie había pensado quedarse una semana, pero se fue a los tres días,
poniendo una excusa. Fue un alivio para todos cuando se fue. Tenía solo
dieciocho años y acababa de terminar el instituto, pero había sido una niña
prodigio de Hollywood prácticamente toda su vida. Mientras Elvis pescaba
cazones en Mud Creek, cerca de Tupelo, ella ya salía en De ilusión también
se vive con Maureen O’Hara en la Twentieth Century Fox. Así que era normal
que ella pareciera mayor y más sofisticada, y, sí, también que tuviera mucha
más experiencia sexual que él. Le habían dicho A Elvis que después de

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conocerse en Los Ángeles, ella pensó que él era un poco parado.
Probablemente lo fue con ella.
Las fans que esperaban fuera de la casa, y siempre estaban allí, día y
noche, también se alegraron de que ella se marchara. No les gustaba
compartir a Elvis, especialmente con alguien tan famoso. Compartirlo con su
familia era diferente.
Pero hasta las familias más unidas tienen sus tiranteces. El hecho de que
ya no estuvieran todos encerrados en un piso de dos habitaciones no
significaba que no hubiera momentos tensos. Puede que Gladys fuera tímida
en público, pero en casa la tomaba con Vernon cuando se enojaba, y este
simplemente agachaba la cabeza. Elvis estaba seguro de que las fans que
había fuera debían de oírla a veces.
Vernon, por su parte, sermoneaba en ocasiones a Elvis por alguno de sus
caprichos, como si tuviera doce años, pero Elvis siempre se las arreglaba para
hacer lo que quería. Desde su punto de vista, el dinero estaba para gastarlo y
para darlo.
«Hijo,» solía decir Vernon, agitando una nueva factura delante de Elvis,
«nos vas a llevar a la ruina».[5]
Sabiendo la pobreza de la que provenía su padre, Elvis entendía su
inquietud, y a veces le resultaba hasta divertida, teniendo en cuenta lo que
ganaba él. Pero Vernon, que todos sabían lo agarrado que era con el dinero,
podía ponerse muy pesado machacando con ello todo el rato.
Una vez, Elvis acababa de regresar de una gira y salió por Memphis con
su primo Harold Lloyd a comprar discos, y también volvió a casa con una
bolsa de púas de guitarra. Podría decirse que eran sus herramientas de trabajo.
No debieron de costarle más que unos pocos dólares, pero para Vernon esa no
era la cuestión. Quería saber para qué demonios seguía Elvis comprando púas
de guitarra, cuando tenía la casa llena de ellas. Gastaba dinero como si
creciera en los árboles.
Así que, delante de Harold, Elvis le explicó que las había comprado
porque se le rompían todo el rato o se las tiraba a las fans como recuerdo. La
gente también se las robaba, pero realmente no le importaba porque no
costaban mucho.
Le importaba a Vernon. Elvis no paraba de «gastar dinero», dijo,
«simplemente gastar dinero».
Mientras tanto, Gladys y la abuela escuchaban la discusión con una
sonrisa en la cara. Conocían a Vernon y conocían a Elvis.

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Normalmente, Elvis se habría encogido de hombros sin más, pero en esa
ocasión Vernon siguió dale que dale hasta que su hijo se hartó.
Finalmente, Elvis dijo: «Papá, cuidaste de mí y de mamá cuando yo era
pequeño, trabajaste duro y te estoy agradecido porque lo hicieras. Pero ahora
es mi turno de cuidaros a vosotros. Y si quiero una púa, me la compraré. Si
quiero un camión entero de púas, me lo compraré. De hecho, me compraré
una fábrica de púas si me apetece. Y si lo hago, no es asunto tuyo. Es mi
dinero y haré con él lo que quiera. Así que no me vuelvas a mencionarme las
púas de guitarra nunca más».
Vernon lo hizo, por supuesto, pero no esa noche. Vivir con tus padres
cuando eres ya una persona adulta puede suponer ese tipo de tensiones. Pero
para Elvis, valía la pena intercambiar algún exabrupto de vez en cuando si eso
significaba que seguían todos juntos. Eso es lo que siempre quiso.

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«Odio liarme en estas jam sessions porque luego
siempre soy el último en irme»

En el otoño de 1956, el gran evento para Elvis fue el rápido lanzamiento de


Love Me Tender. Una semana más tarde, lanzaron la última película de James
Dean, Gigante, después de tardar en montarla un año entero tras su muerte.
La película de Elvis, sin embargo, la montaron en apenas unas semanas. Al
igual que la RCA, Hollywood quería hacer caja con él mientras durase su
atractivo. Por otro lado, él también estaba haciendo caja, rezando para que
durara para siempre.
Había visto la película antes de que la estrenaran, y fue a una sala de cine
en Memphis un par de veces más para verla sentado entre el público, llegando
tarde y saliendo pronto antes para evitar que los fans le descubrieran.
Al principio no creía que lo hubiera hecho tan mal. Al ser quien era,
esperaba una buena tunda por parte de los críticos: era ya un blanco
demasiado grande como para que no le dieran. Pero hubo unos cuantos que
realmente fueron a hacer daño. Y aunque el Coronel siguió diciéndole que
daba igual lo que dijeran los críticos, que la película había recuperado la
inversión en dos semanas, habría mentido si hubiera dicho que algunas de las
pullas no le dolieron. Estaba acostumbrado a leer que no sabía cantar y que
era como el flautista de Hamelín llevando a los niños a las drogas y al sexo.
Podía asumirlo porque sabía que no era cierto. Pero leer algunas de las
críticas de Love Me Tender fue duro. Vale, la película era un «folletín de
caballos»; supuso que era la forma de decir que era un western. ¿Pero era él
realmente «una salchicha de 80 kilos y 1,80 de alto»[1] (en realidad, pesaba
solo 73 kilos), «un pececito de colores», y de verdad su voz sonaba como
«una bocina oxidada»? Si hubiera salido en un periódico de Maine, Oregón o
del centro de África, no le habría importado demasiado, pero salió en Los
Angeles Times, y sabía que todo el mundo de la industria cinematográfica lo
vería y se reiría. Los cantantes de rock & roll también tenían sentimientos.
No tardó en pensar que no debería haber participado en la película. El
Coronel solo había querido conseguirle algo, cualquier cosa, rápido, y eso era

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lo único que había disponible. Siempre le había parecido que los mejores
actores de cine simplemente se interpretaban a sí mismos, pero en Love Me
Tender él no había podido hacerlo porque el personaje que retrataba era «tan
distinto a mí, que ni siquiera era gracioso»[2]. Sabía moverse con las
canciones y en los estudios de grabación, pero tenía mucho que aprender
sobre el cine.

Afortunadamente, 1956, el año de su triunfo, finalmente empezaba a


calmarse, y después de hacer ciento noventa y un shows en más de sesenta
pueblos y ciudades de todo el país, conducir o volar cientos de miles de
kilómetros, hacer nueve apariciones en las televisiones nacionales, grabar
treinta y cinco nuevas canciones y hacer una película, le dieron unas semanas
de vacaciones para que se fuera a casa.
Sin embargo, cuando llegó no sabía qué hacer. No estaba acostumbrado a
tener tiempo libre. Así que fue un alivio cuando, una tarde, conduciendo por
la avenida Union en el nuevo Cadillac que acababa de comprarse,
enseñándole a una chica que había conocido en Las Vegas el lugar donde
solía grabar, vio otros tres o cuatro Cadillac, cada uno de un color diferente,
aparcados en batería en la calle de Sun Records. Parecían, como diría Marion
Keisker, «totalmente una hilera de gallos encaramados a una cerca»[3], por lo
que no pudo evitar entrar para ver qué estaba pasando allí. Sumó su Cadillac a
la hilera de coches y entró.
Estaba bien volver a Sun. Se acababa de terminar una sesión con Carl
Perkins y sus hermanos, con el chico nuevo Jerry Lee Lewis al piano; y allí
estaba Sam Phillips dándole la bienvenida a casa a su descubrimiento,
sonriendo como un padre orgulloso, mientras hacía que trajeran café y dónuts
de la cafetería de Taylor que había al lado. Para Elvis, después de pasar meses
siendo el centro de atención nacional, fue como volver a ser un miembro de la
pandilla, y le gustó ver a Carl recuperado después del accidente
automovilístico.

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Admiradoras de Elvis firmando el cartel de Love Me tender. Elvis soñaba con ser una estrella de cine y,
de manera precipitada, el Coronel Parker le hizo firmar un contrato con Hal Wallis para la Paramount,
que lo prestó inmediatamente a la Twentieth Century Fox para este western de bajo presupuesto. La
película fue para Elvis la primera decepción de muchas en Hollywood, pero le proporcionó uno de sus
mayores éxitos.

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1956. Library of Congress, Cont. Numb: 95513174

Se pusieron todos a hablar enseguida y, como pasa siempre cuando se


juntan músicos, no tardaron en ponerse a hablar por medio de las canciones
que conocían, Elvis sobre todo al piano, a pesar de que estaba Jerry Lee,
cantando y tocando juntos. Se pasaron horas así, al principio sobre todo con
canciones góspel, luego con algunas country de Bill Monroe que todos
conocían del Grand Ole Opry, y después con «Brown Eyed Handsome Man»
de Chuck Berry, que Elvis siempre quiso grabar y nunca llegó a hacerlo, y
«Too Much Monkey Business», que sí grabaría. Sencillamente, le encantaba
el ingenio de las letras de Berry.
Había ido a ver a sus queridos Billy Ward and the Dominoes en Las
Vegas un par de semanas antes, y le contó a sus amigos cómo había vuelto
cuatro noches seguidas porque «había con ellos un chico de color cantando
“Don’t Be Cruel” mucho mejor» que él en su disco. Así que la cantó para
ellos más despacio, de la forma en que lo había hecho el chico de The
Dominoes, de la forma en que ahora habría querido grabarla. Más tarde
descubrió que el cantante era Jackie Wilson. Sería un admirador suyo para
siempre.
Sam Phillips estaba encantado de ver a todos sus chicos juntos, y se alegro
aún más cuando se presentó allí Johnny Cash, que acababa de tener «I Walk
the Line» en las listas, y llamó a un fotógrafo del Memphis Press-Scimitar
para que les sacara una foto. Johnny luego se fue a hacer unas compras
navideñas.
Para Elvis fue como retroceder en el tiempo al momento antes de
convertirse en el famoso Elvis Presley, cuando pasaba el rato en el estudio por
el puro placer de hacerlo.
«Odio liarme en estas jam sessions porque luego siempre soy el último en
irme»[4], dijo, cuando tenían que terminar y él se levantó del piano.
Lo decía en serio. Había dejado de tener que ser la gran estrella durante
unas horas y se había divertido. En aquel estudio, eran todos más o menos
iguales.

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De izquierda a derecha: Jerry Lee Lewis, Carl Perkins, Johnny Cash y Elvis. El periódico local publicó
un artículo con esta imagen y les bautizó como «Million Dollar Quartet» [‘El Cuarteto del Millón de
dólares’]. Los cuatro improvisan durante una visita sorpresa de Elvis a su antigua discográfica. La
sesión fue grabada por Sam Phillips y saldría a la luz décadas después.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

Puede que pensara en ello en el camino de vuelta a casa y llegara a la


conclusión de que, por dulce que fuera la fama, también era una cárcel, solo
que no estaba encerrado dentro, sino fuera, aislado de cualquier tipo de vida
normal. Estaba atrapado. Había pasado menos de un año desde que había
grabado «Heartbreak Hotel», pero la gente ya decía que era el segundo
hombre más famoso de Estados Unidos después del presidente. La música y
la televisión lo habían catapultado a una fama instantánea, inimaginable hasta
entonces. Su vida había cambiado para siempre. Había conseguido lo que
quería, era rico y le adoraban, y era difícil verle alguna vez sin una hermosa
chica al lado, ni siquiera en ese viaje de regreso a casa cruzando Memphis. Su
música era el sonido de la juventud de Norteamérica; su imagen, su tótem.
Era el joven que todos los chicos con una guitarra querían ser; el chico que la
mitad de las adolescentes querían para sí. Nunca había tenido una fama así

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alguien tan joven, ni seguramente de cualquier edad. Era demasiado, tan
abrumador, a veces tan histérico, que le resultaba difícil comprenderlo. Todo
parecía posible. Lo mejor de todo es que ahora mantenía a sus padres, como
siempre había prometido que haría. Incluso tenían su propia criada, Alberta
Holman, que había sido colega de Gladys cuando ambas trabajaban juntas en
la cafetería Britling de Memphis.
Pero ya no podía ser invisible. Pasar desapercibido entre la gente como
cualquier otra persona se estaba haciendo imposible. «No te escondas», le
había dicho Jackie Gleason. A veces era difícil no desearlo. Apenas un par de
semanas antes estaba en una gasolinera cuando aparecieron un montón de
fans. La cosa había ido bien hasta que el dependiente le pidió que circulara.
Entonces, de alguna forma, las cosas se pusieron feas y el dependiente sacó
un cuchillo. Entonces, Elvis le dio un puñetazo.
«Era pegar o que me pegaran», dijo. «Puedo soportar la calumnia y el
ridículo, pero, si hace falta, también sé cuidar de mí mismo».[5]
Los policías llegaron en un par de minutos y le arrestaron y le llevaron
ante el juez. Se retiraron los cargos de asalto y agresión, pero aquello le sirvió
para aprender lo rápido que las cosas podían irse de madre. Todo estaba
poniéndose de tal manera que pensó que ya no podía salir de casa sin causar
algún tipo de alboroto. Y al conducir de vuelta a Audubon Drive y
encontrarse con el habitual carnaval de fans esperando fuera de su nuevo
hogar, se preguntó si la vida sería ya siempre así.

Sam no había hablado mucho aquella tarde en Sun, algo inusual para él, pero
a mitad de jarana debió pedirle discretamente a Jack Clement, su ingeniero,
que metiera una cinta de siete pulgadas en su grabadora Ampex. Unos días
después, entregaron en Audubon Drive una grabación de las canciones de
aquella tarde a modo de regalo de Navidad anticipado. El Coronel se habría
puesto furioso si hubiera sabido que su cliente había estado cantando de
nuevo en Sun y que Sam le había grabado, así que Elvis se aseguró de que no
se enterara.
Seguramente tampoco le contó que, un par de noches después, un viejo
amigo del instituto, George Klein, le llevó a una gala benéfica en la que se iba
a hacer un repaso de lo que llamaban «solo talento negro» que emitía una
emisora de radio de Memphis. Rufus Thomas era el locutor e iban a participar
en el programa B. B. King junto con el autor de «Mystery Train», Little
Junior Parker, Ray Charles y los Moonglows, un grupo de doo wop que le
gustaba. Era todo un cartel. Al ser 1956, era un show segregado, por lo que él
se quedó entre bastidores. Pero cuando le convencieron para subir al

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escenario al final de la noche, el público se alegró tanto de verlo como él de
ver a Ray Charles y Little Junior Parker. Esos tipos habían escrito dos de las
canciones con las que había empezado su carrera y aún seguiría cantando «I
Got a Woman» veinte años después.
Sabía que algunas personas le acusaban de robar la música negra
grabando tantas canciones de rhythm & blues. Él no lo veía así en absoluto.
El rhythm & blues era solo una parte de la música que él amaba. Y también
sabía que había personas que lo llamaban «negro blanco» por la forma en que
cantaba y por lo que cantaba. Tampoco lo veía así. En un momento dado,
comenzó a circular un feo rumor de que le había dicho a alguien en Boston
que «lo único que los negros pueden hacer por mí es comprar mis discos y
limpiarme los zapatos». Eso le había disgustado. Le había enfadado. «La
gente que me conoce sabe que yo no diría eso», les dijo a los periodistas[6].
Sencillamente no era cierto. Además, ni siquiera había estado nunca en
Boston.
Pero es que se dijeron y escribieron muchas cosas sobre él ese año que no
eran ciertas. Parecía que simplemente era otra parte del precio de ser Elvis.

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«Ojalá fuéramos pobres otra vez, de verdad»
Gladys Presley

Pasaron una buena Navidad en su primera casa de Audubon Drive. Se quedó


con ellos una guapa bailarina que Elvis había conocido en Las Vegas llamada
Dottie Harmony, colocaron un gran árbol de Navidad de nylon blanco con
luces, demasiadas luces, y hubo comida abundante y regalos de sobra para
todos. También hubo discos de oro, algunos aún sin abrir, y una casa llena de
ositos de peluche que le habían enviado a Elvis a raíz de que el Coronel
comentara públicamente que debían de gustarle, ya que había ganado tantos
en ferias.
Todas las noches, Elvis cantaba himnos y villancicos con Gladys y
Vernon como siempre lo habían hecho en Tupelo, pero con él ahora tocando
un mini órgano. También tenía su propia sala de billar, para cuando aparecían
sus primos y amigos, y una mañana después de Navidad los chicos se las
arreglaron para jugar al fútbol americano sin montar un gran follón.
Pero no todo iba bien. Al invitar a Dottie a quedarse en su casa, se habían
enfadado dos de sus otras novias del momento, June y Barbara. Este tipo de
cosas sucedían todo el rato, ya que tenía novias allá donde fuera, y, como
decía, se enamoraba «al menos una vez a la semana». Muchas de estas
relaciones, aunque no todas, eran solo flechazos inocentes. Puede que hubiera
algunas caricias, bueno, algunas caricias intensas con algunas de ellas, pero si
una chica no quería, o era virgen, él se quedaba conforme. En aquellos días,
las chicas llamaban a ese comportamiento «ser un caballero», lo cual la
verdad es que le gustaba bastante. Quería casarse con una virgen, así que
ponía a las chicas que decían que «no» en un pequeño pedestal.
Pero había otra cosa que le preocupaba. Como sobre cualquier otro joven
estadounidense de su edad, se cernía el servicio militar sobre él. Y aunque fue
tranquilizador que le clasificaran como «1-A» en la revisión médica que se
hizo a principios de enero de 1957, y tampoco estuviera mal que le dijeran
que tenía una «inteligencia media» y, por tanto, no era el zoquete absoluto

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que decían algunos columnistas de los periódicos, también significaba que
podían llamarle pronto a filas. De hecho, era casi seguro. Si los militares no le
reclutasen, habría parecido como si le hubieran dejado escaquearse de alguna
manera. Y la junta de reclutamiento de Memphis no quería eso. ¿Pero cuándo
sería? No lo sabía. Rezó en silencio: «Por favor, Dios, todavía no».
En lo referente a su carrera, la televisión le había situado donde estaba,
pero el Coronel ya estaba planeando una nueva estrategia. Ya no iba a dejar
que las fans vieran a Elvis gratis, que era lo que pasaba cuando salía en la
televisión. Ahora tendrían que pagar, y sería con las películas. Así que a
principios de 1957 Elvis hizo su último viaje en tren a Nueva York para su
última aparición el 6 de enero en The Ed Sullivan Show.
Viajaron con él sus primos Junior y Gene Smith, y Scotty, Bill y D. J., así
como los Jordanaires. Fue como una gira presidencial ya que, mirando por la
ventana del tren, podía ver a las fans de pie en las estaciones del trayecto
esperando poder verle fugazmente. Cuando el tren se detuvo en una estación,
unas chicas se subieron y se sentaron junto a él para pedirle que les firmara
todas las cosas que llevaban suyas y de sus amigas del colegio. Luego se
bajaron en la siguiente parada.
Cuando llegaron a la CBS de Nueva York, habían bloqueado las calles de
alrededor del estudio con policías a caballo, y Ed Sullivan se comportaba ya
como si fuera él quien hubiera descubierto a Elvis. La CBS no solo le cedió
literalmente el show a Elvis y le dejó cantar siete canciones, incluyendo
«Peace in the Valley» de su nuevo E. P. de himnos religiosos, sino que
Sullivan incluso dijo que era «un chico realmente estupendo y educado», para
luego volverse hacia él y añadir: «Nunca hemos tenido una experiencia tan
buena con un famoso como contigo»[1]. Sin duda Sullivan había cambiado su
tono, pero eso no impidió que la CBS, seguramente alentada por el Coronel,
fuera objeto de risa en los titulares de los periódicos del día siguiente al haber
grabado a Elvis solo de cintura para arriba. A Elvis le daba igual. Las fans
entendían el chiste y eso era lo que importaba.

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Elvis interpretó siete temas en su tercera y última aparición en The Ed Sullivan Show, el 6 de enero de
1957, en los estudios de la CBS (Nueva York). Cuando empezó a hacer sus movimientos de baile, las
cámaras le censuraron y los telespectadores solo pudieron verle de cintura para arriba desde sus casas.
En esta imagen le acompañan Los Jordanaires y Scotty Moore.
© Steve Oroz/Michael Ochs Archives/Getty Images

Así que regresó a Memphis y a Audubon Drive. Ahora, sin embargo, las
cosas empezaron a ponerse feas. Al principio, cuando se mudaron de casa,
Gladys había acogido amablemente a las fans, dándoles refrescos o agua
cuando lo pedían y, algunas veces, dejando que utilizaran el teléfono para
llamar a casa para decirles a sus padres dónde estaban. Y cuando la piscina
estuvo terminada, había invitado a algunos de los vecinos a darse un
chapuzón en los días calurosos. Su casa era la única con piscina en su calle.

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Pero en los meses siguientes, su dirección se había vuelto propiedad pública y
las fans iban ahora a centenares, taponando la carretera con sus coches e
impidiendo que los vecinos pudieran acceder a la entrada de sus casas. Al
principio, algunas fans habían montado prácticamente un campamento en el
jardín delantero, dejando la hierba llena de socavones como recuerdo. Así
que, Vernon hizo construir un muro. Pero luego las chicas simplemente
saltaban la pared para escribir mensajes con lápiz de labios en los coches de
Elvis. Había incluso una furgoneta de helados en la calle los fines de semana
y otro hombre vendiendo perritos calientes. Para entonces, los vecinos no
paraban de llamar a la policía, pidiéndole que despejara la calle y que las
chicas bajaran la música de las radios de sus coches.
Cuando estaba en casa, a Elvis no le importaba firmar autógrafos hasta
que se hacía de noche, porque realmente disfrutaba de la compañía de las
fans. Y cuando, después de las actuaciones, parecían querer arrancarle la
camisa por la espalda, bromeaba: «Bueno, para eso han pagado». Pero ahora
ya le estaba resultando duro a sus padres verse virtualmente aislados en su
hogar todos los días, con las persianas permanentemente bajadas para tener
privacidad.
Ahora bien, lo que realmente le molestó fue la reacción de algunos de los
vecinos. Al principio, todos habían sido acogedores, emocionados por tener a
alguien famoso viviendo junto a ellos. La mayoría eran familias de
profesionales con cargos intermedios, orgullosos de sus nuevos hogares y de
lo bien que les iba en la vida. Y algunos habían invitado a los Presley a sus
casas y habían sido muy cordiales. Pero había otros que no eran tan amables.
Podía entender que protestaran por el ruido y el tráfico. No habían contado
con eso cuando compraron sus casas. Pero luego algunos comenzaron a
quejarse de que Gladys tendía la ropa, incluida su ropa interior, en un
tendedero en el jardín, y de que invitaba a sus familiares de Tupelo a quedarse
con ellos.
«Es como si siguiera viviendo en Misisipi», empezaron a cuchichear
algunos. «Está arruinando el vecindario con sus vulgares parientes».
A papá le daba igual lo que pensaran los demás, pero, cuando se corrió el
rumor de que un par de vecinos estaban promoviendo una petición para que
los Presley se fueran de Audubon Drive, Gladys se disgustó mucho. Cuando
un día Elvis la oyó hablar por teléfono con una amiga de Lauderdale Courts y
decirle: «Ojalá fuéramos pobres otra vez, de verdad», le rompió el corazón.
«Nuestra casa es la única aquí que está completamente pagada», repetía
cuando los periodistas le preguntaban por la petición vecinal. Pero ya lo había

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decidido. Si los vecinos no los querían en Audubon Drive, no se quedarían.
Irían a vivir a un lugar donde no tuvieran vecinos y donde mamá pudiera
colgar la colada en la cuerda como solía hacer cuando era niño, y donde
pudiera tener pollos correteando y huevos frescos como siempre había
querido. Así que les dijo a ella y a su padre que empezaran a buscar una
mansión en algún lugar donde pudieran vivir en paz y tranquilidad sin
molestar a los vecinos y sin que los vecinos molestaran a mamá.
Luego, justo en su vigésimo segundo cumpleaños, él y la banda cogieron
el tren hacia Los Ángeles para el comienzo de su segunda película. Incluso
hicieron una fiesta por el camino, con una tarta con velas y todo. Ahora,
viajaba mucho en tren. Se había asustado aquella vez que volando a Nashville
el avión alquilado casi se había quedado sin combustible y, lo que era más
importante, Gladys odiaba que volase. Habiendo sido siempre un hijo
obediente, si eso hacía que ella se preocupara menos, y podía ajustarlo a su
horario, cogía el tren. Y, como esos largos viajes a y desde California
llevaban mucho tiempo, le daban la oportunidad de pensar y de recuperar un
poco de sueño, del que no solía disfrutar mucho.

El mismo Hal Wallis, que en los veinticinco años que llevaba en Hollywood
había realizado unos cuantos clásicos del cine, iba a ser el productor de la
siguiente película de Elvis Presley. Y, como quería que el personaje que
interpretaba Elvis fuera lo más parecido posible a este, envió al guionista Hal
Kanter, que también era el director, a pasar unos días con la familia en
Memphis. Esta vez las canciones fueron más potentes, ya que el primo de
Aberbach, Freddy Bienstock, les pidió a todos los escritores de Hill and
Range que presentaran propuestas para la película. Así, Elvis consiguió otra
canción de Jerry Leiber y Mike Stoller, cuyos «Hound Dog» y «Love Me»
había convertido en un éxito. Esta vez fue una balada llamada «Loving You»,
que era tan buena que se convirtió en el título de la película. El plan de Wallis
era que Elvis grabara todas las canciones en un estudio de sonido de la
Paramount, como hacían los musicales de Hollywood. Pero a Elvis no le
gustaba trabajar en un estudio de sonido. Se había dado cuenta de ello en
«Love Me Tender». El sonido no era el adecuado ni la sensación tampoco, ya
que la gente no paraba de entrar y salir, solo para verle, desconcentrándoles a
él y a la banda.

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Elvis, 21 de abril de 1956, firmando autógrafos después de una actuación en el Municipal Auditorium
de Houston (Texas). Ese mes acababa de recibir su primer disco de oro por haber vendido más de un
millón de copias de «Heartbreak Hotel».
© Bettmann/Getty Images

Tal como lo veía Hal Wallis, se escribiría un arreglo musical, luego los
músicos tocarían, Elvis cantaría y ya está. Pero Elvis y los muchachos no lo
hicieron así. Tocando de oído, improvisaban constantemente, haciéndolo todo
de forma espontánea, sin ensayar realmente. Así que estuvieron varios días
haciendo lo que podían en el estudio de sonido de la Paramount hasta que
finalmente Wallis cedió y les dejó volver al estudio de Radio Recorders.
Incluso fue a ver cómo trabajaban, probando canciones así que asá hasta que
quedaban como querían grabarlas. Era, como le había pasado a Elvis con los
Dorsey, un problema generacional, pero siendo justos con Wallis, admitió que
era fascinante ver cómo hacían un disco, y no volvió a interferir.
Algo bueno que salió de esas sesiones fue que Elvis conoció al asistente
de dirección musical de la Paramount, un pianista negro de Los Ángeles
llamado Dudley Brooks que había trabajado con Lionel Hampton y Duke

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Ellington. Le enseñó a Elvis dos o tres cosas al piano y se convirtió en su
pianista para sus grabaciones en Hollywood hasta 1963. Brooks venía del
jazz, pero podía tocar cualquier cosa, y también era bueno en el rock & roll. Y
cuando terminaron las canciones para la película, se quedó y tocó en las
versiones de Elvis de «Blueberry Hill», de Fats Domino, y de un éxito de
rhythm & blues, la canción de Smiley Lewis «One Night».
Pensada originalmente como una canción de relleno para el álbum Loving
You, cuando se grabó, «One Night» sonaba como una posible candidata a un
single de éxito, hasta que alguien mencionó que, con esa letra, nunca la
pondrían en las emisoras de radio del Top Cuarenta.
Decía: «One night of sin, is what I’m now paying for, the things I did and
I saw» [‘Ahora estoy pagando por una noche de pecado, por las cosas que
hice y que vi’], que, aunque era un poco vago, sonaba sucio.
Así que, teniendo en cuenta que los ministros bautistas y las monjas
católicas hacían cola para pegarle un tiro Elvis, la aparcaron hasta que los
Aberbach consiguieran permiso del editor para que alguien adecentara la
letra. Cuando Elvis volvió a grabarla unos meses después con letras no
provocativas, se convirtió en uno de sus mayores éxitos.
Elvis siempre había pensado que su pelo era su mayor atractivo, pero
ahora un peluquero de la Paramount hizo una sugerencia. En la televisión en
blanco y negro y en las fotografías de los periódicos, la pomada que se ponía
en el pelo hacía que pareciera más oscuro de lo que era. Pero Loving You
[Amándote] sería en Technicolor. Si quería que su pelo pareciera oscuro, ¿por
qué no teñirlo de negro sin más? ¡Sí, por qué no! Así que se lo puso negro, y
desde entonces ya nunca se atrevió a volver a llevarlo de su color natural.
No sabía si eso era bueno o malo, pero se hizo famoso por tener un
determinado look, y sería difícil cambiarlo. Como no quería decepcionar a la
gente, su imagen se quedaría congelada en el tiempo hasta que se convirtiera
casi en una personificación de sí mismo. Una de las cosas que suponía ser
Elvis Presley era que debía tener la imagen que los fans de Elvis Presley
esperaban que tuviera.
Así que, con su cabello ahora de color negro azabache y ya no tan
grasiento, se puso en marcha el rodaje de Loving You, con su argumento en
torno a un niño que se convierte en una estrella de rock & roll. Lizabeth Scott,
que interpretaba a su representante, y Wendell Corey, que hacía el papel del
marido cínico pero divertido de esta, fueron de gran ayuda, y la tensión
amorosa recayó sobre una preciosa niña llamada Dolores Hart para la cual era
su primera película. Dolores tenía solo dieciocho años y era la sobrina del

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tenor Mario Lanza, y cada vez que Elvis cantaba en el plató, ella iba a verle.
Destilaba inocencia por los cuatro costados, pero, aun así, fue una sorpresa
cuando, unos años más tarde, Elvis se enteró de que había dejado Hollywood
y se había metido a monja en un convento de clausura. Él se tomaba en serio
su religión, pero Dolores debía tomarse la suya a un nivel completamente
diferente.
Fuera de cámara, había otras chicas, por supuesto. Scotty, Bill y D. J. eran
mayores que él y estaban casados, pero él era un chico joven y soltero en
Hollywood y quería divertirse. No obstante, aunque todo sonaba perfecto, no
todo iba bien. Ya conocía a algunos actores jóvenes de Los Ángeles, tipos
como Dennis Hopper, Sal Mineo, Nick Adams y Russ Tamblyn, pero siempre
tenía la sensación de que estaban interesados en él por su fama como
cantante. No tenía nada en común con ellos. Actuaba en películas, pero no le
trataban como a los demás actores, ni dentro ni fuera del plató. A veces se
sentía como un intruso por el mero hecho de estar en Hollywood. Y aunque,
como a otros actores, le invitaban a estrenos y pases de películas, rara vez iba.
Solo habría causado un follón. Una vez más, su enorme fama, le aislaba.
Así que, en lugar de unirse a la escena joven de Hollywood, se mantuvo al
margen y gradualmente comenzó a montarse su propia pandilla para pasar el
rato, de gente en la que podía confiar, primos que le conocían de toda la vida,
amigos que venían del mismo ambiente de Memphis. Red West había sido el
primero, pero ahora que Red estaba en la Infantería de Marina, Junior y Gene
Smith, los hijos de su tío materno, Travis, habían asumido el papel de
guardaespaldas y recaderos. Lo que Elvis necesitaba era lealtad. Sabía que a
algunas de sus novias no les gustaban los chicos. Decían que eran unos
parásitos y creían que algunos eran groseros y malhablados, y la verdad es
que algunos lo eran. A algunos directores tampoco les gustaban, uno de ellos
llegó a llamarles «lacayos recogepedos»[2]. Pero Elvis se acostumbró a
tenerlos cerca, haciéndole favores, manteniendo al mundo lejos cuando quería
tenerlo lejos, y básicamente estando ahí de acompañantes, pagados o, a
menudo, gratis. Por su parte, estar con Elvis no era una mala vida para un
hombre joven sin grandes expectativas profesionales, suponía tener todos los
gastos cubiertos y chicas a tutiplén.
Algunos de ellos le acompañaban al estudio de grabación, pero no se
entrometían en las grabaciones. Para eso pedía consejo a Scotty, Bill y D. J., o
a los Jordanaires, pero le daba igual lo que opinaran sus primos. De todas
formas, ellos siempre decían que les gustaba todo lo que grababa. A Vernon
nunca le importaron y creía que algunos eran una mala influencia, pero él

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nunca había sido Elvis Presley. Nadie lo había sido. Nadie más que él tenía ni
la menor idea de lo que era ser el centro de todo constantemente, que la gente
te sacara fotografías o te gritara y te saludara cada vez que salías, y que te
llamaran por teléfono tantos desconocidos que tenías que cambiar de número
cada semana. Ya nadie le conocía por primera vez sin mirarlo boquiabierto y
sin saber qué decir. Ni papá ni nadie tenían la menor idea de lo que era ser
adorado y venerado solo por ser él. Como decían las palabras de su canción,
«I was the one» [‘Yo era el único’]. Y lo era. No había nadie con quien
pudiera compartir la experiencia de ser Elvis Presley.
Los reyes y las reinas debían de tener esa misma sensación en los viejos
tiempos, debió de pensar a veces, y por eso se rodeaban de cortesanos y
aduladores, y probablemente también de lacayos recogepedos. Ahora él era
un rey. Al menos eso era lo que decía Variety: «Elvis Presley, el Rey del
Rock & roll». Era, pensó, otro estúpido apodo, como «Elvis la Pelvis». El
rock & roll no tenía rey ni necesitaba tenerlo. Solo era música, la música de
los chicos. La gente ya le decía que había cambiado el mundo, pero, para él,
eran tonterías. Lo único que había hecho era cantar.
«No quiero que la gente en casa piense que se me han subido los humos
solo porque he logrado hacer algo», le dijo a un periodista.

Tuvo que actuar mucho más en Loving You que en Love Me Tender, pero lo
que todos recordarían más tarde fueron las canciones, sobre todo la secuencia
final de «Got a Lot of Livin’ to Do», cuando se salió del escenario al pasillo
del teatro mientras cantaba. Todos las fans se dieron cuenta rápidamente de
que, sentados al final de la tercera fila, estaban sus padres. Mientras hacía el
playback de la canción, notaba a Gladys mirándolo, pero no se atrevió a bajar
la vista y mirarla a los ojos porque le habría descentrado. Cuando ella se vio
en la película terminada, le dijo que le parecía que salía gorda, pero él sabía
que ella y papá estaban encantados de salir en una película. Era lo que ella
había soñado de niña.
Cuando terminó el rodaje ese día, presentó a sus padres a todo el mundo, a
Hal Wallis, a Lizabeth Scott y a Wendell Corey. Les encantaba Hollywood y
a él le encantaba pasearles sin ningún tipo de vergüenza. Estaba orgulloso de
ellos y le dio pena que se volvieran a casa.
No habían pasado ni dos días de su regreso a Memphis, cuando llamaron
con buenas noticias. Habían salido a dar una vuelta en coche, dijo Vernon, y
habían visto una casa que creían que podía gustarle. Estaba a las afueras de
Memphis, de camino a Misisipi. Se llamaba Graceland.

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Era rico, era un hortera

Tan pronto como llegó de Hollywood a casa, llevó a sus padres por la
autopista 51 hasta Graceland. Estaba en Whitehaven, a unos 12 kilómetros al
sur del centro de Memphis, por entonces, en pleno campo. Al ver la casa
desde la carretera y luego al subir por el largo y serpenteante camino de
entrada bordeado por grandes y viejos robles, supuso que era una casa
anterior a la guerra, tal vez de unos cien años de antigüedad. Pero, en
realidad, tenía menos años que él. Aunque construida en 1939, en 1957 ya
estaba en un estado lamentable. Ubicada en lo que antes era un antiguo
rancho de ganado, las ventanas estaban rotas y había agujeros en las paredes,
mientras que los jardines y las más de 5 hectáreas que los acompañaban —
algunas de ellas de pastizal— estaban cubiertos de vegetación. Parecía que los
adolescentes habían estado colándose allí para hacer fiestas y también para
asar perritos calientes en las salas de la planta baja, y se decía que la
Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) quería comprarla para convertirla
en un albergue. No había mucha demanda de casas de ese tamaño en los
alrededores de Memphis.
Así que llegó Elvis y le encantó desde el mismo momento en que la vio.
Había suficiente espacio para hacer lo que quisiera y, gracias a sus siete
habitaciones, él y sus padres podrían invitar a sus parientes y amigos a
quedarse. Tampoco habría ningún problema con las posibles molestias a los
vecinos, porque no había ninguno, y las fans se quedarían a 100 metros de
distancia detrás de los muros de la finca. Pagó 1.000 dólares como depósito
ese mismo día y la compró por 102.500 tres semanas después, algo menos de
la mitad de esa cantidad en una hipoteca a veinticinco años.
Todo necesitaba mucho trabajo, renovación y redecoración, y puso a
Vernon a cargo mientras él estaba fuera ganando dinero para pagarlo todo.
Hizo cavar una piscina en el jardín —aunque a él no le gustaba mucho nadar
—, instaló una auténtica máquina de refrescos en el sótano, y un gallinero y
un corral detrás de la casa. Casi nunca paró de hacer cambios desde el
momento en que se mudó.

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Le gustaba dormir durante el día y salir a trabajar y tocar por la noche, por
lo que quiso que su habitación fuera de color azul marino oscuro con cortinas
también oscuras a juego para que la luz del sol no le despertara. Luego
encargó a medida una enorme cama de casi tres metros cuadrados. Su madre
quería un buzón junto a la puerta de la parte delantera de la casa, así que
hicieron que les instalaran uno, pero alguien se lo llevó de recuerdo unos días
después. Las grandes puertas de hierro electrónicas con notas musicales al
final del camino de entrada fueron idea suya. Algunos pensaban que eran
horteras, pero, después de las burlas que la familia había sufrido en Audubon
Drive, le daba igual lo que pensara la gente.
Desde que había empezado a cantar, habían criticado su gusto, su pelo, su
ropa, sus coches, su forma de hablar y su forma de cantar. Todo lo que hacía o
tenía era, decían, vulgar; el tipo de cosas «que uno se esperaría de un
camionero con suerte». Vale, pensó, a él no le importaba si todavía pensaban
eso. Porque, sí, era rico, era un hortera de Tupelo, Misisipi, y siempre lo sería.
Por eso se engrasaba el pelo al principio, por eso salía a veces al escenario
mascando chicle, y por eso se pondría aquel traje dorado en su gira de la
primavera de 1957. Sí, un traje dorado.
Una novia le había regalado un chaleco de lamé dorado por Navidad, y se
lo había puesto en The Ed Sullivan Show. Le gustaba. ¿Pero un traje dorado
entero? Nadie había visto antes algo así y a los fans les encantó cuando lo usó
en Chicago. Estaba hecho de lentejuelas de pan de oro y brillaba bajo las
luces. Era hortera, vale, tan hortera que la RCA lo pondría luego en la portada
de un álbum, el segundo volumen de Elvis’s Golden Records, que rendía
homenaje a algunos de los discos de oro que le habían otorgado por las ventas
millonarias de sus discos. Antiguamente, los reyes y las reinas se vestían de
oro y oropeles para que su pueblo les viera y supiera lo importantes que eran.
Eso es lo que hizo Elvis ahora y lo que haría durante toda su carrera. Se lo
había enseñado Liberace. Si quería ser una estrella, una gran estrella, no
bastaba con que la gente lo escuchara y lo viera. Tenía que asegurarse de que
no pudieran olvidarle. Tenía que darles espectáculo. Un traje dorado lo daba,
incluso aunque pareciera un poco estúpido. Y un Cadillac dorado no andaba
muy lejos.

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Elvis en junio 1958. Buscando tranquilidad ante la continua presencia de curiosos y fans. En marzo de
1957 compró Graceland, una mansión de estilo sureño rodeada de un extenso terrero a la que se mudó

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junto a su familia.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

El oro era casi una broma recurrente para él por la cantidad de discos
(bañados) de oro que había conseguido y que cada vez iba en aumento más
deprisa. Pero, ¿era posible que en el fondo de su mente tuviera el mito del rey
Midas y de cómo un día su hija pequeña había ido corriendo hasta él y, antes
de que pudiera detenerla, le había tocado y se había convertido también en
oro? En ese momento, parecía que todo lo que tocaba Elvis se convertía en
oro. ¿Terminaría también mal en su caso? Gladys, que siempre tenía un dicho
bíblico a mano, a veces le recordaba el Evangelio: «¿De qué le sirve a un
hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?»[1]. A veces pensaba en
ello.
Mientras tanto, había otro disco de oro en camino. Sería por «All Shook
Up», escrita por Otis Blackwell, el autor de «Don’t Be Cruel», y que llegó al
número uno en Estados Unidos, Gran Bretaña y en varios países la misma
semana en que se puso a la venta. Le parecía lógico ir a Inglaterra y hacer una
gira pronto, ya que había tenido tantos éxitos allí. De hecho, siempre supuso
que lo haría, pero, cuando lo mencionaba, el Coronel no parecía interesado.

En Hollywood el ritmo nunca decaía. Antes de que se estrenase Loving You,


ya estaba en la MGM para hacer Jailhouse Rock [El rock de la cárcel]. Por
esta película iban a pagarle 250.000 dólares y la mitad de las ganancias, por lo
que supuso que era otra producción de las de «coge el dinero mientras aún
estoy de moda», y que por eso se hacía en blanco y negro. Las películas en
color costaban más, pero no necesariamente hacían más caja ni daban
mayores beneficios. De todos modos, el guion tenía un atrevimiento que le
gustó, y el personaje que interpretaba era un hosco hijo de puta, el tipo de
hombre con el que siempre se identificaba cuando iba a ver una película al
cine. Así que estaba emocionado.
Como era habitual en las películas, primero grabaron las canciones, y una
vez más su forma de trabajar chocó con las exigencias del estudio. Después
de pasar la mañana de la primera sesión soltándose un poco cantando
espirituales con los Jordanaires, pararon para comer. Pero cuando volvió al
piano inmediatamente después del almuerzo y comenzó otro himno, se dio
cuenta de que cantaba él solo. «¿Qué pasa?», preguntó. Gordon Stoker, uno
de los Jordanaires, se lo explicó. El ejecutivo de la MGM a cargo de la
grabación les había dicho que, si Elvis empezaba a cantar de nuevo más

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canciones, no le siguieran, para ver si así se concentraba en grabar las
canciones de la película[2].

Una escena de Jailhouse Rock, mayo de 1957 (Estudios Metro-Goldwyn-Mayer, Hollywood,


California). Para su tercera película, Elvis recibió consejos del actor y bailarín Russ Tamblyn a quien
conoció durante el rodaje, y los puso en práctica en esta mítica escena de baile, que además da título a la
película.
© John Springer Collection/CORBIS/Corbis/Getty Images

El ejecutivo no podía haberlo hecho peor. Elvis no dijo ni una palabra. Se


limitó a levantarse del piano y regresar a su hotel, llevándose a su pandilla
con él. Ninguna de esa gente de Hollywood lo entendía. Debían de pensar que
era una especie de máquina de cantar, como una gramola. Bastaba con echar
la moneda en la ranura, colocarle ante el micrófono y, hale, que se pusiera a
hacer hits. Pero él se conocía a sí mismo y a su voz. Acababa de estar de gira
por el Medio Oeste, y cantar ante miles de jóvenes gritando noche tras noche
es muy diferente a cantar en una grabación. Tenía que volver a relajar su voz
y sabía que solo podía dar lo mejor de sí cuando estuviera listo. Si seguía
cantando himnos, quería decir que no estaba listo. No estaba siendo una

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estrella caprichosa. Pero seguía vivo el prejuicio de que el rock & roll era
sencillamente una música tonta y de baja calidad que cualquiera podía cantar.
De vuelta al hotel, lanzó todo tipo de improperios a sus primos. Cuando
las cosas iban mal siempre se la cargaban ellos. En parte, para eso estaban
allí. Dos días después, ya se había calmado y, cuando volvió al trabajo, grabó
«Jailhouse Rock». Nadie en la MGM volvió a decirle cómo tenía que hacer su
trabajo.
Pero tampoco fue todo furia y frustración, porque, cuando regresó al
estudio, los compositores Jerry Leiber y Mike Stoller, que habían escrito
cuatro canciones para la película, le estaban esperando. Eran un par de chicos
judíos de la Costa Este no mucho mayores que él, cuyas familias se habían
mudado a Los Ángeles, y que se habían conocido mientras echaban un vistazo
a los discos de rhythm & blues en una tienda de discos cercana al instituto de
Mike Stoller. Estaban en racha, con canciones como «Kansas City» y el
«Searchin’» de los Coasters en las listas de éxitos. De hecho, le dijeron en
plan burlón, habían tenido casi tantos éxitos como él, y luego les contarían a
los periodistas lo sorprendidos que se habían quedado al descubrir que a Elvis
le interesaba el rhythm & blues tanto como a ellos. Lo que no explicaron fue
cómo pensaron que llegaría a grabar «Money Honey» y «Good
Rockin’ Tonight».
Los compositores no solían ser particularmente bienvenidos en las
sesiones de grabación, pero Leiber y Stoller también producían discos, así que
eran muy útiles, y estaba bien tener a alguien nuevo con quien hablar de
música. De las nuevas canciones que habían hecho la favorita de Elvis era
«Treat Me Nice», y la grabó varias veces hasta que quedó bien. Pensó que
sería un éxito aun mayor que «Jailhouse Rock», pero, por una vez, se
equivocó.
«Sabes, me encantaría que me escribierais una canción de amor realmente
bonita»[3], le dijo un día Elvis a Mike Stoller. «¿Lo haríais?».
Por supuesto que lo harían. En la siguiente sesión, él y Leiber se
presentaron con «Don’t». Era una perfecta canción de amor adolescente,
construida en torno a una palabra que casi todos los chicos oyen en la segunda
cita. «Don’t (Don’t) Don’t (Don’t), That’s what you say… Baby, don’t say
don’t» [‘No, no, eso es lo que dices… Nena, no digas no’].
Lo que sorprendió a Elvis fue lo rápido que escribían. Cuando, en otra
ocasión, les pidió si podían hacerle un blues de Navidad, simplemente se
fueron a otra habitación y una hora más tarde volvieron con «Santa Claus Is
Back in Town»[4]. Era casi obsceno:

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Hang up your pretty stockings
And turn off the light
Santa Claus is comin’ down your chimney tonight

[Cuelga tus bonitos calcetines


Y apaga la luz
Santa Claus entrará por tu chimenea esta noche]

¿Le funcionarían esas letras?, se preguntaban todos. Le funcionaron.


Obviamente, Elvis, Leiber y Stoller formaban un buen equipo, pero al
Coronel no le había gustado la forma en que lo habían abordado directamente
con sus canciones en lugar de pasar por los editores de música Hill and Range
y, por tanto, por él.
«Eso», le explicó a Elvis, «ha hecho que te gusten un par de canciones y
que hayas prometido grabarlas antes de que hayamos podido cerrar un trato
con ellos para obtener una parte de los derechos de publicación».
A Elvis eso le daba igual, pero al Coronel, no. Por su descuido, Elvis
estaba tirando dinero, parte del cual debería haber sido para Parker y los
hermanos Aberbach. «Te lo he dicho cien veces», insistió. «Si quieres
mantenerte en la cima y seguir ganando el dinero que ganas, dedícate solo a
cantar. Déjame el negocio a mí».
Cuando el Coronel se ponía de ese humor, era imposible discutir con él.
Se limitaba a mirar a Elvis y hacerle sentirse desagradecido por todo lo que
hacía por él. Así que Elvis simplemente lo dejaba correr…

En Jailhouse Rock puede parecer que Elvis y la banda lo estaban pasando


bien, pero fuera de cámara su relación ya no era tan fluida. Ahora que Elvis
ganaba millones y la banda, aunque salía en la película, no, el dinero era un
problema. Pero también había claras frustraciones en otros aspectos. Bill
Black había crecido tocando un gran contrabajo en bandas de country, pero
ahora todos los grupos de rock estaban comprando el nuevo bajo eléctrico
Fender, que era mejor para el sonido rockero, además de ser
considerablemente más fácil de transportar de una actuación a otra.
Desgraciadamente, Bill no era capaz de colocar bien los dedos en la intro
de «Baby, I Don’t Care» con el Fender. Steve Sholes ya se había quejado al
Coronel de que la grabación se retrasaba muchas veces porque Scotty y Bill
no eran tan competentes como algunos músicos de estudio, y ahora Bill ni
siquiera podía hacer lo que le pagaban por hacer.
«Pásamelo»[5], dijo Elvis al final, mientras grababan.
Bill le deslizó el bajo Fender por el suelo del estudio sin decir palabra.

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Elvis lo cogió del suelo y, tras ensayar un poco, tocó él mismo la parte del
bajo, y agregó la pista vocal un par de días después. Intentó quitarle
importancia. Realmente parecía una situación graciosa, pero no para Bill.
Elvis, que generalmente solo tocaba la guitarra rítmica, había sido el guitarra
principal en «One Night» unas semanas antes, pero no porque Scotty no fuera
capaz de serlo. Elvis solo quería ver si podía hacerlo, del mismo modo que a
veces tocaba el piano en sus discos, además de cantar.
Sin embargo, Bill estaba avergonzado de su fracaso. Y Scotty tampoco
estaba muy contento. Aunque en su día habían sido amigos en el escenario y
en la carretera, tocando, conduciendo y durmiendo juntos, ahora la banda se
alojaba incluso en un hotel diferente al de Elvis en Los Ángeles.
También hubo un problema con los Jordanaires, esta vez totalmente por
culpa de Elvis[6]. Les pagaban 200 dólares a la semana cuando trabajaban y
100 cuando no se les necesitaba, tiempo durante el cual se había acordado que
podían hacer lo que quisieran. Elvis lo sabía, pero cuando se enteró de que, a
principios de año, habían cantado con Tab Hunter en «Young Love», el disco
que había desplazado a su «Too Much» del top de las listas, perdió los nervios
y les acusó de deslealtad. Al fan estándar quién hace los coros o quién toca
qué en los discos le da un poco igual, pero para Elvis entrar en las listas de
más vendidos se había convertido en algo tan importante que perdió por un
momento la perspectiva. A menudo celoso, Elvis siempre era posesivo con
quienes le rodeaban.
Al día siguiente, cuando se calmó, se disculpó. Los Jordanaires le dijeron
que no hacía falta, pero Gladys siempre le había enseñado que si molestaba a
alguien debía disculparse, y así lo hizo.
Siempre había dicho que «la fama no me cambiará en nada». Pero eso
había sido antes de hacerse famoso. Ahora se estaba dando cuenta de que, una
vez que se probaba la fama, la verdadera fama, uno nunca más volvía a ser la
misma persona.

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16
«Ese afrodisíaco con olor a rancio, el rock & roll, huele
a falso y a postizo»
Frank Sinatra

Jugar a las casitas en su propia mansión, eso es lo que hizo a los veintidós
años tan pronto como pudo regresar a Memphis. Vernon y Gladys ya se
habían mudado mientras se hacían las reformas, y ahora su hijo se compró un
tractor para moverse por la finca. Tan pronto como se corrió la voz de que
estaba en casa, las fans se agolparon en la entrada, pero él puso enseguida a
sus tíos, Travis Smith y Vester Presley, de porteros, lo que significaba dar
trabajo a otros dos parientes. A estas alturas, tenía ya a cinco miembros de su
familia, incluido su padre, trabajando para él. Más adelante habría más.
Gladys se alegraba de tenerle en casa, aunque seguía quejándose del
Coronel. Las cosas no habían mejorado entre ellos. Simplemente, no se fiaba
de él. Como le costaba acostumbrase al tamaño de la casa, estaba más a gusto
sentada a la mesa de la cocina con la cocinera, su amiga Alberta. Graceland,
como la mayoría de las mansiones sureñas de entonces, tendría siempre
sirvientas y cocineras negras como personal doméstico.
Cuando Elvis estaba en casa, Gladys charlaba con sus muchachos,
observando todas sus idas y venidas. A Vernon no le gustaba Red West, pero
Gladys siempre tendría debilidad por el viejo amigo de Elvis del colegio, así
como por George Klein, quien, aunque no era un empleado, a veces le
acompañaba en las giras. Y, como sabía que no tenía sentido preguntarle a
Elvis, ya que para él todo era un jaleo, interrogaba a este acerca de todo lo
que sucedía cuando estaban de gira.
Ella se preocupaba por Elvis tanto como él por ella. Seguía engordando y
le estaban saliendo bolsas oscuras bajo los ojos. También se le estaban
hinchando las piernas y se movía con mayor lentitud. Él sabía que estaba
bebiendo demasiado, sobre todo vodka, que le compraba Vernon. Pero, cada
vez que se lo mencionaba, ella lo negaba y se enfadaba y se alteraba. También
tomaba aún sus pastillas para adelgazar. Había ido a ver a los médicos al

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hospital, le dijo, y se había hecho pruebas, pero no habían encontrado nada
demasiado preocupante. Mientras él estaba con ella, estaba feliz, pero cuando
estaba fuera, se daba cuenta por sus conversaciones telefónicas diarias de que
se sentía sola. Se acordaba mucho de cuando era niña y se sentaba en el
porche, o cuando él era un bebé en Tupelo, y de cómo solía hablar con su
familia y amigos allí. Le gustaba tener dinero, obviamente, pero no lo gastaba
y casi nunca pedía nada. Ni todo el dinero del mundo podría devolverle
aquellos días en Tupelo. Elvis le había regalado su Cadillac rosa, pero, como
nunca había aprendido a conducir y no tenía ninguna intención de hacerlo, si
quería ir a algún sitio tenía que pedirle a Vernon o a alguien que la llevara.
Pero lo que más le preocupaba a Gladys era que llamaran a Elvis a filas. Ella
no era una mujer de mundo, nunca había ido muy lejos, y decía que tenía
miedo de que el presidente Eisenhower metiera a los Estados Unidos en una
guerra contra los comunistas e hirieran o mataran a Elvis si entraba en el
ejército. Seguramente todas las madres con un hijo a punto de ser reclutado se
preocupaban por lo mismo durante la Guerra Fría, pero eso no consolaba a
Gladys.

Aunque estaba viviendo otra vez en casa, todavía había muchas chicas en la
vida de Elvis. Justo antes de que salieran de Audubon Drive, una actriz
llamada Yvonne Lime había ido a pasar unos días con ellos y le había
enseñado Graceland. Pero luego ella le había contado su fin de semana con él
a la revista Modern Screen y cómo Gladys había hecho puré de patatas y
pastel de carne para cenar, así que no volvió a invitarla. Otra chica que
empezó a ir por Graceland con regularidad era una miss rubia que también
sabía cantar, llamada Anita Wood. Elvis la había visto en el programa de la
televisión local Memphis Top Ten Dance Party, presentado por Wink «Deck
of Cards» Martindale, y le había pedido a Lamar Fike, un amable chico
regordete que solía andar por Sun Records y que ahora se había unido a su
séquito, que la llamara por teléfono y le concertara una cita con ella. Así era
como solía funcionar ahora la cosa. Si a Elvis le gustaba una chica, casi
siempre hacía que otros hicieran la primera llamada.
Cuando su primera cita consistió nada más en dar una vuelta por Memphis
con Lamar, Gene y Junior Smith comiendo hamburguesas en el coche, Anita
no lo vio muy claro, pero las cosas mejoraron cuando conoció a sus padres. A
Gladys también le gustó. Elvis sabía que su madre tenía siempre la esperanza
de que sentara la cabeza pronto, que abriera una tienda de muebles o algo así
con su dinero, que se casara con una guapa chica de allí, como Anita, y
tuviera tres hijos. Pero, suponiendo que esa posibilidad hubiera sido alguna

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vez remotamente factible, hacía ya mucho que se había esfumado. No
obstante, Anita pronto tendría su propia habitación en Graceland.
Después de permitir que Elvis pasara unas semanas en casa, y sabiendo
que pronto estaría fuera de la circulación durante dos años, Parker y la RCA
empezaron a presionarle una vez más. Así que, después de otra corta gira por
el noroeste del Pacífico, durante la cual la policía montada de Vancouver
amenazó con arrestarlo si no bajaba el tono de sus actuaciones, volvió al
estudio de Hollywood para grabar un álbum de Navidad. Era algo que en
realidad no quería hacer. Le encantaba la Navidad, pero no veía dónde
encajaba en ella un cantante de rock & roll. Pero el Coronel insistió y, en lo
que a ventas se refiere, tuvo razón. Elvis’ Christmas Album se convertiría, con
el paso de las décadas, en su L. P. más vendido.
La canción destacada, aunque no quería hacerla, era el viejo éxito country
«Blue Christmas», que, bromeó, la RCA nunca lanzaría por cómo la había
cantado. Pero fue su versión de «White Christmas» la que causó más revuelo,
cuando Irving Berlin escribió a las emisoras de radio pidiéndoles que no la
pusieran. Elvis se ofendió. No había oído que Berlín se hubiera quejado
cuando Clyde McPhatter lanzó su versión de la canción un par de años antes,
y él había copiado el arreglo de McPhatter casi nota por nota. Seguramente
Berlin no había escuchado la versión de McPhatter.
Los tres días de grabación transcurrieron sin problemas hasta el final.
Scotty y Bill llevaban meses descontentos con lo poco que les pagaban —
como a los Jordanaires: 200 dólares por semana cuando trabajaban y solo 100
cuando no lo hacían— y, con razón, creían que ahora debían darles más. Le
habían planteado el asunto varias veces a Vernon, que les pagaba siguiendo
las instrucciones del Coronel, pero no se había hecho nada al respecto. Así
que Scotty y Bill sugirieron sacar ellos un álbum instrumental, con Elvis al
piano, para ganar algo más. Como Elvis no puso ninguna pega, reservaron el
estudio para cuando se hubiera terminado de grabar el álbum de Navidad.
Fue entonces cuando se enteró el Coronel. De ninguna forma iba a dejar
que Elvis saliera en un disco que no fuera suyo y, aduciendo un problema
legal, que puede que fuera cierto, o no, le pidió a su asistente, Tom Diskin,
que dejaran la sesión. Fue un bochorno para Elvis. Inmediatamente, Scotty y
Bill volaron de vuelta a Memphis, dejando a Elvis en Los Ángeles, donde, un
día después, le sorprendió recibir un envío especial de ellos. Era una carta de
renuncia.
Era una situación difícil y Elvis estaba pillado justo en medio de ella.
Parker, Freddy Bienstock, el primo de los Aberbach en Hill and Range que se

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encargaba de buscarle nuevas canciones a Elvis, y Steve Sholes de la RCA le
decían que ya no necesitaba a la banda y que podía contratar mejores
músicos, a los que solo habría que pagar cuando tocaran. Pero Scotty y Bill
eran amigos. Había empezado con ellos. Le habían criado. Por su parte,
Scotty y Bill consideraban a Parker un sacacuartos abusón, un analfabeto
musical que siempre había querido quitárselos de encima. Tenían toda la
razón.
Cuando regresó a Memphis, Elvis llamó a Scotty y le preguntó qué hacía
falta para llegar a un acuerdo. Scotty le dijo que 50 dólares más por semana y
10.000 dólares en concepto de pago retroactivo. Elvis le dijo que lo pensaría y
se lo contó a Vernon y al Coronel.
Pero desgraciadamente, para entonces, Scotty y Bill ya habían hablado
con un periódico de Memphis, el Commercial Appeal, sobre el motivo por el
que habían renunciado. El Coronel le aconsejó a Elvis que respondiera
mediante una carta abierta en el otro periódico local, el Memphis Press-
Scimitar. En ella, Elvis les deseaba buena suerte y decía que estaba seguro de
que podrían haberlo solucionado, pero que, debido a que habían ido a los
periódicos y habían intentado hacerle quedar mal, ya era demasiado tarde. Él,
dijo, les daría buenas recomendaciones. Sin duda, habían redactado la carta el
Coronel o un abogado. Elvis estaba descontento con todo el asunto. Había
mucho en el negocio que realmente no le gustaba. Unos días más tarde,
Vernon envió a Scotty y a Bill un cheque que daba por finiquitado su empleo.
A Elvis le parecía que todo era un terrible error. Ellos creían que había sido
desleal con ellos, y él que ellos habían sido desleales con él.
Ya había prometido hacer una función benéfica para el Centro de la
Juventud «Elvis Presley» de Tupelo, donde se estaba recaudando dinero para
comprar la casa en la que había nacido y algunas parcelas de alrededor. Pero
como solo le quedaba el batería (D. J. Fontana siempre había tocado a sueldo
y no había renunciado con Scotty y Bill), tuvo que contratar a un par de
músicos de estudio de Nashville como guitarra y bajo por un día. Los
Jordanaires también estaban allí, y el show salió bien, pero llevaba tres años
mirando de reojo a Scotty, sonriéndole, y echaba de menos la seguridad que le
daba la presencia de su amigo. El sustituto de Scotty, Hank Garland, era
bueno, muy bueno, pero Elvis siempre odiaba los cambios, del tipo que
fueran. Simplemente no le parecía bien.
Así que, a la semana siguiente, le pidió a Tom Diskin que llamara a Scotty
y les ofreciera a él y a Bill 250 dólares por show a cada uno para que
volvieran para hacer unas actuaciones en California y Hawái. Se entusiasmó

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cuando aceptaron sin vacilación. Salieron de Memphis en dirección a
California en su limusina y ninguno mencionó ni una sola vez el
desencuentro. Era, más o menos, como en los viejos tiempos. Pero nada
podría ser realmente lo mismo. Su relación había cambiado, él había
cambiado y no podía volver a ser el de antes.

El viaje desde Memphis a Los Ángeles es largo e iban escuchando la radio


mientras conducían. En muchas de las emisoras sonaba música country, pero
a última hora de la tarde, cuando los chavales salían de la escuela, buscaban
las emisoras del Top 40 que había a lo largo de la ruta. «Jailhouse Rock» y
«Treat Me Nice» sonaban en todas partes, por supuesto, pero también
sonaban los discos de algunos jóvenes nuevos que no se habrían oído en las
listas dos años antes.
Los Everly Brothers tenían «Wake Up Little Susie», que era incluso mejor
que «Bye Bye Love», luego estaba «That’ll Be the Day» de Buddy Holly and
the Crickets, Paul Anka, que tenía dieciséis años, con «Diana», Sam Cooke
rozando la perfección con «You Send Me», y un par de éxitos de Sam Phillips
y Sun Records con Jerry Lee Lewis y su «Whole Lotta Shakin’ Goin’ On» y
Bill Justis y su «Raunchy». Elvis no recordaba que las listas hubieran sido
nunca tan buenas. Y, mientras conducían, se preguntaba si, con tanto talento
nuevo de por medio, alguien le echaría de menos cuando le llamaran a filas.
Era una preocupación causada por la inseguridad, que le duraría los
siguientes dos años.

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Elvis en octubre de 1957, con Bill Black, detrás, al bajo. Durante las actuaciones de ese mes a lo largo
de la Costa Oeste se meneaba por todo el escenario con su deslumbrante chaqueta dorada, sacudiendo
las piernas y los brazos como si fueran tijeras, para después arrodillarse y saltar sobre Nipper, la réplica
del perro que aparece junto a un gramófono en el famoso logo de la RCA.
© Alamy/Cordon Press

Pero había algo más. Aparte de preocuparse de que le olvidaran, también


le preocupaba lo que podría pasarle a su voz. No sabía mucho de fisiología,
pero sí lo suficiente como para darse cuenta de que la voz la controlan los
músculos y las cuerdas vocales, que hay que ejercitar regularmente. ¿Cómo se
suponía que iba a ejercitar su voz cuando fuera soldado? Y después, ¿sería
capaz de cantar todavía igual de bien si no había trabajado esos músculos?
¿Sonaría diferente dentro de dos años? Sencillamente, no lo sabía. ¿Acaso
podía un futbolista o un tenista tomarse dos años de descanso en el apogeo de
su carrera y volver a jugar después tan bien como lo hacía antes? No lo creía.
Así que, cuando Elvis y la banda llegaron a su show en el Auditorio Pan
Pacific de Los Ángeles y se enteró de que estarían allí todo tipo de estrellas y
grandes personajes de Hollywood, gente a la que normalmente no se vería ni

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muerta en un espectáculo de rock & roll, se puso frenético. Estaba decidido a
que esa noche vieran al auténtico Elvis Presley y no a «la bola de sebo» sobre
la que habían leído. Y realmente lo dio todo. Había estado ensayando sus
movimientos y se meneó por todo el escenario con su extravagante chaqueta
dorada, sacudiendo las piernas y los brazos como si fueran tijeras, para
después arrodillarse como si estuviera rezando, y saltar a continuación sobre
Nipper, una gran estatua de resina, réplica del perro que aparece junto a un
gramófono en el famoso logo de la RCA, y que la propia discográfica insistía
en poner de mascota en el escenario en todos sus shows. Algunos críticos
dijeron de forma velada que parecía que fingía cepillarse al perro, pero él
insistiría en que no era así. Solo estaba demostrando que podía trabajarse a un
gran público.
Desde el principio, Bing Crosby se había deshecho en elogios hacia Elvis,
sin embargo, cada vez que se encontraba con periodistas en esa gira, uno u
otro le contaba lo que Frank Sinatra pensaba del rock & roll. Elvis había oído
y leído el elaborado u amargo insulto tantas veces que casi se lo sabía de
memoria:
Ese afrodisíaco con olor a rancio, el rock & roll, huele a falso y a postizo. Casi siempre lo cantan,
lo tocan y lo componen unos estúpidos cretinos… es la marcha militar de los delincuentes con
patillas… es la forma de expresión más salvaje, horrible, desesperada y viciosa que he tenido la
desgracia de oír.[1]

No cabía duda de que se refería a él y sus canciones. Elvis siempre


intentaba responder con calma, pero esta vez estaba que echaba humo. Sinatra
tenía derecho a opinar, dijo a los periodistas, y lo admiraba como intérprete,
cantante y actor. Pero creía que estaba equivocado. En su día, Sinatra también
había sido parte de una tendencia, dijo. Cada generación tenía su propia era
musical. Y, ¿qué pasaba con el baile pegado y los agarrados que solían hacer
ellos?, preguntó. El rock & roll no incentivaba eso.
No añadió que, aunque admiraba la voz de Sinatra, no le gustaban muchas
de las canciones que cantaba. Pero daba igual lo que dijera, la gente siempre
tendría su propia opinión. «Habrá gente a la que le gustes y gente a la que no
le gustes»[2], decía. «Independientemente de lo que hagas, no puedes
complacer a todos. Algunas personas odiaban a Jesús y era el hombre
perfecto».
Así que volvió al escenario e hizo su actuación, y la brigada antivicio del
Departamento de Policía de Los Ángeles le grabó y advirtió al Coronel que o
bien Elvis adecentaba su espectáculo o iría a la cárcel. Pero Elvis sabía que no

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lo decían realmente en serio. Era Elvis Presley. ¿Quién iba a encarcelar a
Elvis Presley en 1957?
En cuanto a la reportera que dijo que hacía movimientos sugerentes con
su cuerpo, le respondió con ingenio: «Mis movimientos, señora, son todos
movimientos de piernas. No hago nada con el cuerpo»[3].

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«Tengo la suerte de estar en condiciones de dar.
Realmente es un regalo poder dar»

Se cayó una película que estaba planeada, así que pasó las últimas semanas de
1957 en casa, en Graceland, ocupándose de algunas cosas y saliendo con sus
amigos. Siempre había sido un gran cinéfilo, pero ahora le era imposible
comprar una entrada y sentarse en un cine, así que empezó a alquilar la sala
Memphian después del último pase e invitar a todos sus amigos a ver
películas con él. A veces veían tres películas seguidas y se pasaban allí casi
toda la noche. En otras ocasiones, alquilaba el recinto ferial y todo el mundo
podía montar gratis en las atracciones. O iban al Rainbow Rollerdrome, el
lugar donde había hablado por primera vez con su exnovia Dixie Locke,
hacían dos equipos y jugaban a intentar derribarse con cojines. Tenían
cuidado con las chicas, como con su novia Anita, pero algunos de los chicos
hacían el bruto cuando se ponían a jugar, y a veces había lesiones. No era tan
tonto como para pensar que a él no le daban porque era demasiado rápido
para los otros jugadores. Nadie quería tener que ingresarlo en un hospital. Él
pagaba la manutención de la mitad de los muchachos que estaban allí. A
Gladys tampoco le habría hecho mucha gracia que le hubieran hecho daño.
Su séquito se iba haciendo cada vez más grande. Los chicos eran amigos
además de empleados, pero cuando, una tarde, jugando al bádminton, Lamar
Fike se peleó con otro compañero, Gladys se disgustó tanto que Elvis
despidió a los dos en el acto. Volvió a acogerlos más adelante, como solía
hacer, pero había dejado clara su postura. Se podían hacer fiestas, jugar al
billar y a las cartas y poner discos —aunque nunca los suyos: eso no estaba
permitido—. Pero, además de suya, aquella era la casa de sus padres y de su
abuela. Sus amigos tenían que respetarla.
Aquellas tardes eran sobre todo para divertirse, pero a menudo subía a su
habitación y se cambiaba de ropa, ya que se sentía en exposición incluso en su
propia casa cuando iba gente a verle. Desde el momento en que había
empezado a cantar, e incluso antes de eso si se cuenta su atuendo en el
instituto, siempre se arreglaba, incluso para pasearse por la casa. Puede que su

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camisa o su suéter fueran informales, pero siempre era ropa informal cara. No
quería volver a parecer pobre o anodino nunca más.
Sus recuerdos más duraderos de aquellas últimas semanas de 1957, como
se daría cuenta más tarde, eran de estar sentado con Gladys en el pequeño
comedor anexo a la cocina cuando Vernon se iba a Memphis por negocios o
con alguna otra excusa. Aunque entre el personal había una cocinera, a
Gladys siempre le gustaba cocinar para Elvis, y luego se sentaban a hablar.
Sabía que ella no podía entender ni por asomo el tipo de vida que él estaba
llevando ni sus ambiciones, pero siempre intentaba ayudar.
El Domingo de Pascua anterior había ido a la iglesia por primera vez
desde hacía más de un año y, por alguna razón, tras el oficio, se encontró
diciéndole al pastor: «Soy el joven más desgraciado que haya visto usted
nunca. Tengo más dinero del que puedo gastar, tengo miles de admiradores y
mucha gente dice que es amiga mía. Pero soy desgraciado».
Y ahora ahí estaba, en su propia mansión, ya casi en Navidad, diciéndole
a su madre el mismo tipo de cosas. Ella escuchaba y le decía: «Hijo, yo no
tengo las respuestas a tus problemas, pero sí sé que, si abres tu Biblia y la lees
todos los días, encontrarás las respuestas en alguna parte»[1].
Hasta cierto punto, eso le consolaba. Podía hablar con su madre mejor que
con cualquier otra persona. Sabía que le gustaba tenerle para ella sola, y a él
también le gustaba tenerla para él solo. Y más adelante daría gracias para
siempre por haber podido pasar juntos aquellos momentos. Porque, justo
antes de Navidad, recibió una visita de un miembro de la Junta de
Reclutamiento de Memphis para decirle que ya se había redactado su aviso de
alistamiento.
Tanto el Ejército como la Marina de los Estados Unidos le ofrecieron
estar en los Servicios Especiales, con la idea de que entretuviera a las tropas
durante dos años. Pero el Coronel, que ya estaba enviando las tarjetas de
Navidad «de parte de Elvis y el Coronel»[2], y que tomaba todas las
decisiones, no quiso ni oír hablar de ello. Elvis, insistió, tenía que ir y cumplir
con su deber como cualquier otro soldado estadounidense. Si no lo hacía,
nunca se lo perdonarían.
Así que Elvis les dijo a los periodistas que estaba «muy orgulloso de tener
la oportunidad de servir» a su país y que quería ser tratado como un soldado
normal. Pudo haber ingresado en cualquiera de los servicios, pero eligió el
ejército, que le concedió un aplazamiento hasta finales de marzo de 1958.
Después de eso, a pesar de las montañas de regalos que hizo, fue una
Navidad sombría. Gladys no estaba bien. Se pasaba muchas veces el día

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entero vestida con la bata de andar por casa y las zapatillas, y, casi llorando la
mayor parte del tiempo, ponía una y otra vez el E. P. de himnos de su hijo,
Peace in the Valley. Sabía que lo más probable es que le enviaran al
extranjero y eso la asustaba. El primo de Elvis, Junior Smith, que ahora
trabajaba para él, había regresado a casa de Corea con síndrome de estrés
postraumático y le habían licenciado como mentalmente no apto para el
servicio. Ahora tenía un problema con la bebida y las pastillas.
Para Elvis, el único alivio fue que pudo dejar atrás la incertidumbre, pero
empezó a sentir una necesidad casi suicida de desahogarse. Primero quedó
patente en un juego que se le ocurrió llamado «Guerra», que consistía en
gastarse 2.000 dólares en fuegos artificiales, que su pandilla se dividiera en
dos equipos y se los lanzaran, encendidos, unos a otros. Era peligroso, pero le
gustaba la emoción. Pero también empezó a brotarle una nueva tendencia.
Ignorando las objeciones de Vernon, sacó varios miles de dólares en efectivo
de su cuenta bancaria y comenzó a obsequiar con billetes de 100 dólares a
todos los que le rodeaban. Hasta un cartero recibió una propina de 100 dólares
por entregar un paquete. La postura de Elvis era que el dinero tomaba valor al
compartirlo. «Tengo la suerte de estar en condiciones de dar», decía.
«Realmente es un regalo poder dar».
Pero era una generosidad patológica, como si le avergonzara estar
acumulando tanto simplemente por hacer lo que más le gustaba.

Con el ejército de los Estados Unidos esperándole, todo se convirtió en una


carrera contrarreloj. Hal Wallis y la Paramount querían una nueva película y
la RCA insistía en conseguir algunas grabaciones nuevas para seguir lanzando
discos mientras Elvis estuviera fuera de la circulación. Así que,
inmediatamente después de su vigésimo tercer cumpleaños, cogió el tren de
regreso a Los Ángeles para empezar a grabar.
Su siguiente película, la cuarta en dieciocho meses, estaba basada en el
libro de Harold Robbins Una lápida para Danny Fisher, que leyó para
preparársela. Pero no tenía que haberse molestado. Para convertirla en algo
apropiado para él, cambiaron el personaje principal de boxeador a cantante, y
cuando Jerry Leiber y Mike Stoller, que estaban escribiendo algunas de las
canciones, aparecieron con una llamada «King Creole», la película también
pasó a llamarse así.
Durante una semana, grabó las nuevas canciones para el álbum de la
banda sonora de la película; esta vez, sin embargo, dado que la película se
localizaba en Nueva Orleans, además de Scotty y Bill, contó con el respaldo
de una banda de dixieland.

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Al principio, Leiber y Stoller también estaban con ellos, pero, de repente,
desaparecieron y regresaron a Nueva York. Se habían peleado nuevamente
con el Coronel cuando les dijeron a algunos productores de Broadway que
querían escribir un musical basado en una novela genial llamada Un paseo
por el lado salvaje, de Nelson Algren, y que Elvis estaría genial en el papel
principal. El Coronel no dejaba nunca que nadie más que él hablara sobre los
proyectos de Elvis, de modo que se produjo la inevitable disputa. Así que,
Leiber y Stoller se dieron por vencidos. Parker era imposible. Y cuando más
tarde el Coronel tuvo el descaro de enviarles un contrato en blanco
pidiéndoles su firma, solo con una nota garabateada que decía «detalles a
añadir más tarde», ni se molestaron en responder.
Elvis nunca volvió a ver a Leiber y Stoller. Tras licenciarse del ejército en
1960, grabó algunos temas más de ellos, sobre todo viejas canciones de
películas, pero su amistad en ciernes había terminado. Los dos tendrían un
gran éxito con numerosos hits de diversos cantantes, desde los Clovers y los
Coasters a Peggy Lee y Ben E. King. En cuanto a Elvis, hizo lo que el
Coronel le dijo que le pagaban por hacer y, sin discutir, continuó con el rodaje
de King Creole [El barrio contra mí].
El director era Michael Curtiz, que había dirigido Casablanca y Alma en
suplicio, y también tuvo nuevamente como coprotagonistas a Walter Matthau
y Dolores Hart. Con el rodaje localizado en Nueva Orleans y una cancioncilla
poco convencional que Elvis cantó con la cantante de jazz Kitty White
llamada «Crawfish», resultó ser la mejor película que haría jamás. Para
remate, durante un descanso del rodaje, incluso le fotografiaron con Sophia
Loren sentada en sus rodillas.

Entonces, de repente, su vida en el mundo del espectáculo se detuvo por


completo. De vuelta a Memphis, se compró algunos discos nuevos y pasó
toda la noche con sus amigos y chicas en el Rollerdrome. Y la mañana del
lunes 24 de marzo, se fue con sus padres, su amigo Lamar Fike, su novia
Anita y el Coronel a la junta de reclutamiento de la calle South Main, donde
le dieron un número sanitario y un número de serie. Ya no era Elvis la Pelvis,
o el Rey, o «el Matador del rock & roll» como le llamaban los alemanes, sino
el soldado Presley US53310761, con un sueldo de 78 dólares al mes, que
donaría a la caridad. Afuera, en la calle, el Coronel repartió globos de King
Creole.
Elvis estaba revuelto por dentro, pero estaba decidido a no mostrarlo por
fuera. Y, consciente de que los demás reclutas que estaban con él, y los padres
y las novias que habían ido a despedirlos, debían de estar igual, se subió al

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autobús del ejército y se despidió de los fans y de las cámaras. Más tarde
diría, en referencia a su carrera, que «todo había sido como un sueño. Y ahora
se acababa».
O, tal vez, no del todo, porque, primero, se realizarían análisis de sangre,
la jura de bandera y los exámenes médicos en el Hospital Kennedy. Luego le
pusieron a cargo de sus compañeros reclutas y un autobús Greyhound de
alquiler cruzó con él y sus nuevos camaradas el río Misisipi y les llevó por la
carretera hasta Fort Chaffee, Arkansas, perseguidos por un convoy de
fotógrafos y reporteros de televisión y de los periódicos, la familia, los
amigos, muchas fans y, por supuesto, su representante. Al día siguiente le
vacunaron y, luego, le hicieron unas pruebas de inteligencia para ver si era
apto para el entrenamiento como oficial. No lo era. «Nunca fui muy bueno en
aritmética», bromeó[3]. Luego, finalmente, llegó el momento que los
detractores de Elvis habían estado esperando: la castración simbólica del
ídolo del rock & roll, ya que el ejército permitió que las cámaras de los
noticieros filmaran cómo le cortaban el pelo con las maquinillas eléctricas que
no dejaban títere con cabeza. «Al final, todos calvos», musitó, mientras sus
famosas patillas y su cabello caían sobre la bata que llevaba sobre los
hombros.
Pero para los fans viendo la escena en televisión en todo Estados Unidos y
en todo el mundo durante los siguientes días, hubo una sorpresa. La mayoría
de los jóvenes orgullosos de su abundante cabello pierden su atractivo cuando
se lo cortan. Elvis estaba igual de guapo con el pelo corto que largo. Sin
embargo, parecía un poco más bajo para su 1,80. El ejército no permitía que
los soldados uniformados llevaran alzadores en las botas.

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Elvis besando a Gladys, ya muy enferma, poco antes de incorporarse a filas en marzo de 1958.
© Alamy/Cordon Press

Todo el tiempo, mientras le daban sus uniformes y sus botas, el Coronel


estuvo sonriendo. Luego, al final del todo, el soldado más famoso del mundo
dio una conferencia de prensa. Menos de cuatro años antes se asustaba y
había sido incapaz de hablar con un solo reportero de Memphis, y Marion
Keisker había tenido que responder por él. Ahora atendía a cientos de
periodistas y cámaras de noticieros con total desenvoltura. Cuando le
preguntaron cómo iba a tener ahora compañía femenina, dijo simplemente:
«Supongo que cuando un tipo va a un sitio nuevo es natural que trate de
encontrar una novia».
Fuera lo que fuese lo que estuviera pensando, cada palabra que dijo estuvo
cuidadosamente medida para presentarse diplomáticamente como un joven
estadounidense más. Si tenía que ingresar en el ejército, estaba decidido a
trabajar duro para ser un soldado ejemplar. Ya no era que el Coronel se lo
aconsejara, se lo remachaba. Así que esa fue la nueva meta de Elvis. Desde su
punto de vista, Parker le había hecho más famoso de lo que jamás hubiera
podido soñar, haciendo que le entrara tanto dinero como para que él y su

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familia vivieran en el lujo más absoluto de por vida. ¿Cómo no iba a estar
agradecido por ello? ¿Cómo no iba a cumplir los deseos del Coronel cuando
le debía tanto?

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Elvis posando en marzo de 1958 para la fotografía oficial del ejército de los EE. UU. De repente, Elvis
es el soldado Presley US53310761, con una paga mensual de 78 dólares.
© Alamy/Cordon Press

En teoría, Parker trabajaba para Elvis, pero tal como funcionaba su


relación, Elvis era un empleado del Coronel. Al final parecía que confiaba
más en la capacidad comercial de Parker que en su propio talento.

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«Despierta, mamá. Despierta, cariño, y habla con tu
Elvis»

El entrenamiento básico tuvo lugar durante un periodo de ocho semanas en la


extensa base militar de Fort Hood, Texas. Fue el momento más difícil de la
vida de Elvis, pero tuvo que ocultar sus sentimientos. Había crecido como
hijo único, un niño algo diferente, como de otro mundo, arropado por la
pequeña familia Presley. Después de eso, había tenido el apoyo de Scotty, Bill
y Sam Phillips, seguidos, a medida que estallaba su carrera, por su siempre
creciente escuadrón de amigos, primos, gorrones y, por supuesto, el Coronel.
En todo momento había sido el centro de atención, pero siempre se había
sentido solo. Ahora estaba más solo que nunca.
«Te diré algo», le había dicho a un periodista de Nueva York en 1957.
«Muchas veces me siento desgraciado. Y no sé a quién recurrir. Aunque estoy
rodeado de gente, me siento solo y me quedo mirando a la pared».[1]
En la mili seguía sintiéndose continuamente observado, y creía que los
otros soldados se burlaban de él algunas veces. Pero también sabía que
algunos de los que le vigilaban solo estaban esperando a que cometiera un
error. Siendo el joven más famoso del mundo, su experiencia vital reciente no
se parecía en nada a la de sus compañeros reclutas, y, desesperado por encajar
con ellos, hizo todo lo posible por hacerse amigo de aquellos con los que
dormía en su barracón compartido pagándoles a todos el almuerzo el primer
día y, luego, regalándoles otro uniforme de recambio a cada uno. Mientras
trabajaban y se entrenaban juntos, bromeaba con ellos, y también esperaba
con ellos en las filas de las cabinas telefónicas para llamar a casa.
Acostumbrarse a la vida militar es duro para cualquier soldado novato,
pero, con todos los ojos puestos en él, Elvis tenía que demostrar que era tan
bueno como cualquiera de los demás, incluso hasta el punto de tener que
mostrarse agradecido por la comida que le sirvieran, fuera lo que fuera.
«He comido cosas en la mili que no había comido antes», se reía, «y he
comido cosas que ni siquiera sabía qué eran. Pero después de un día de
entrenamiento básico, uno se comería hasta una serpiente de cascabel».

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Al mismo tiempo, habiendo sido siempre competitivo, también se sentía
orgulloso cuando completaba una marcha con carga completa bajo el ardiente
sol de Texas, mientras que otros habían abandonado. El ejercicio le favoreció.
En pocas semanas perdió cinco kilos y medio de peso. Le sentaba bien.
Sin embargo, lo más difícil fue la adaptación psicológica y, en eso, tuvo la
suerte de contar con la ayuda de un compasivo sargento instructor, Bill
Norwood. Poniéndole como única condición que no mostrara en público la
angustia que veía que sentía en privado, Norwood comenzó a permitirle usar
su propia casa en la base para llamar por teléfono y como lugar de encuentro
con Anita Wood cuando iba a verle en coche desde Memphis. Tuvo aun más
ayuda de un antiguo pinchadiscos llamado Eddie Fadal de la cercana Waco, a
quien había conocido cuando había ido a una emisora de radio allí dos años
antes. Al enterarse de que Elvis estaba en Fort Hood, a Fadal se le antojó ir a
la base, donde le sorprendió conseguir que le dejaran pasar las barreras de
control para ver al cantante, a quien encontró limpiándose las botas.
Dos semanas después, en su primer fin de semana libre, Elvis aceptó su
invitación y se presentó en la casa de Fadal, a las afueras de Waco, desde
donde llamó inmediatamente a sus padres. «Estaba hundido, muy deprimido,
de bajón»[2], diría Fadal. La llamada a casa fue muy triste.
«Se acabó, Eddie»[3], le dijo a Fadal, convencido de que en dos años todo
el mundo le habría olvidado. Ni siquiera las visitas que tuvo los fines de
semana siguientes de sus padres y su abuela pudieron levantarle el ánimo del
todo. Para la mayoría de los jóvenes, la mili era un preludio a, o una
interrupción de, sus carreras. Él la veía como el final de la suya.
Lo que ayudó fue un permiso de catorce días tras el entrenamiento básico
de diez semanas. Condujo de vuelta a casa en su Cadillac negro, que le habían
enviado a la base, llevando a otros dos reclutas de Memphis consigo. Luego,
al día siguiente, salió y se compró un Lincoln rojo descapotable nuevo, que
sumó a los otros siete coches que ya tenía. Había llegado a tener ocho en la
entrada, pero le había regalado su coche burbuja Messerschmitt de tres ruedas
a uno de los hermanos Lansky a cambio de la ropa que se llevó de su tienda.
Al principio disfrutó saliendo por la noche con Anita y los chicos al
Rollerdrome y de algunas de sesiones continuas de cine nocturnas, pero
después de llevar a sus padres a un pase privado de King Creole, volvió a
trabajar.
Desde que se enteró de que iban a reclutar a Elvis, el Coronel había estado
enfrentado con la RCA. Creyendo que la falta de discos nuevos haría que los
fans tuvieran aún más ganas de Elvis, su plan era que no hubiera sesiones de

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grabación durante los dos años que Elvis estuviera en el ejército. En lugar de
hacer nuevos discos, volverían a editar todo lo grabado hasta entonces en
forma de álbum. De esta manera, esperaba poder renegociar un contrato mejor
con la RCA y cobrar dos veces por los mismos discos. También creía que el
parón en la carrera de Elvis le permitiría atraer a un público más amplio
cuando finalmente terminara la mili. Era una apuesta muy arriesgada.
Sin embargo, la RCA, que sabía más que Parker sobre las veleidades de
los adolescentes compradores de discos, no estaba convencida. Querían tener
suficientes grabaciones disponibles para cubrir la brecha de dos años, ya que
les preocupaba, tanto como a Elvis, que su principal fuente de ingresos no
lograra recuperarse tras su ausencia si no se mantenía en contacto musical con
sus fans. Así que se celebraron reuniones en Graceland, donde Parker y su
personal, para el disgusto de Gladys, se hicieron cargo del funcionamiento de
la casa. Parker incluso cerraba las puertas dejando a Vernon fuera mientras
hablaba con su cliente en privado. A veces, Elvis salía de las reuniones con
cara de frustración. Pero, quizá, por una vez, Parker le hizo caso, porque
finalmente reculó y permitió a su cliente hacer una única sesión nocturna en el
estudio de Nashville de la RCA. Podría haber habido sido más sesiones. Elvis
podía haber insistido, y el reglamento del ejército no decía nada que le
impidiera grabar en su tiempo libre durante sus veinticuatro meses de servicio
militar. Pero Parker tenía su propio reglamento y Elvis, como siempre, no
insistió. Así que fue solo una noche.
Pero qué noche: la sesión más exitosa de la carrera de Elvis. Vestido en
todo momento con su uniforme del ejército —de hecho lo llevó puesto
durante todo el permiso, porque, decía: «Estoy orgulloso de él»—, grabó
cinco sencillos que fueron un éxito en todo el mundo, incluyendo «A Fool
Such As I», «A Big Hunk o’ Love», «I Got Stung» y «I Need Your Love
Tonight». Eso equivalió a una venta conjunta de al menos cinco millones de
discos el siguiente año, y solo con seis horas de trabajo.
Como no podían contar con Scotty Moore ni Bill Black porque ya estaban
cogidos en otra parte, volvieron a contratar a los músicos de reparto que se
habían presentado en el concierto de Tupelo el mes de septiembre anterior,
conocidos como el «Nashville A-Team», junto con los Jordanaires. Y era
cierto, trabajaban más rápido que Scotty y Bill. La RCA no era la única que
estaba entusiasmada con los resultados, Elvis también lo estaba.
Solo Parker se quejó. Tal vez aquellos tipos eran los mejores músicos de
rock de Nashville, le dijo a Elvis, pero no le gustaba la forma en que su
instrumentación eclipsaba a veces la voz de su cliente. Los chicos que

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compraban los discos querían escuchar a Elvis, no un montón de guitarras,
arguyó. Seguía sin entenderlo. Pero Elvis sí lo entendía. Siempre le había
gustado que su voz fuera parte de la banda y se fusionara con los coristas.
Esta vez, Parker no interfirió en las grabaciones cuando Elvis aprobó la
mezcla. Pero en los años venideros de vez en cuando enviaría a los ingenieros
de la RCA de Nueva York instrucciones, diciéndoles que subieran la voz de
Elvis y bajaran el acompañamiento antes de producir el disco. Y a veces
cuando Elvis oía sus nuevos discos en la radio por primera vez, se preguntaba
por qué no sonaban como cuando los había grabado.
Un par de días después de la sesión, Elvis estaba de vuelta en la base de
Fort Hood haciendo un cursillo avanzado de conducción de tanques. Ya le
habían asignado a la Tercera División Blindada, conocida popularmente como
«Hell on Wheels» [‘El infierno sobre ruedas’], que enviarían a Alemania
Occidental en septiembre, pero mientras tanto descubrió que, según el
reglamento del ejército, los soldados podían vivir fuera de la base si tenían
algún familiar dependiente viviendo en la zona. Desde luego, Vernon, Gladys
y la abuela dependían de él financieramente, pero si eso cumplía o no con el
espíritu de la norma podía ser cuestionable para algunos. Aun así, a mediados
de junio, alquiló una casa en el pueblo cercano de Killeen, Texas, y sus
padres, su abuela, su amigo y empleado, Lamar Fike, y él, se mudaron. Así
que, cuando tuvo buenas críticas por su papel en King Creole, y el sencillo de
la película, «Hard Headed Woman», llegó al número uno en las listas
estadounidenses, su estado de ánimo comenzó a mejorar. Lejos de la base,
donde siempre tenía que morderse la lengua, podía reflexionar nuevamente
sobre su carrera y decir lo que realmente le parecía la vida en el ejército sin
miedo a que sus comentarios salieran en los periódicos al día siguiente.

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Cartel de King Creole. Estrenada en Estados Unidos el 2 de julio de 1958 fue una de las pocas películas
de Elvis que obtuvo buenas críticas.

Pero la felicidad duró poco. A principios de agosto, Gladys enfermó de


hepatitis y hubo que hospitalizarla. Elvis la llevó a ella y a Vernon al tren en
Killeen. Tres días después, el médico de Gladys en Memphis, que le había
advertido que beber era malo para ella, envió un mensaje urgente para que
Elvis fuera al hospital lo antes posible. Elvis solicitó permiso. Sin embargo,
como el ejército no quería que pareciera que le daban un trato preferencial, al
principio se lo denegaron. Pero, al día siguiente, cuando el estado de su madre
empeoró y él amenazó con desertar, el doctor de Gladys, un antiguo médico
del ejército, hizo una llamada a un alto rango militar y se le concedió el
permiso.
Elvis voló a Memphis y corrió al Hospital Metodista. Gladys se alegró de
verle. «¡Oh, hijo mío… hijo mío!», gritó cuando entró en su habitación.
Parecía que estaba un poco mejor, aunque no muy contenta cuando él le dijo
que había ido a Memphis en avión. Seguía odiando que él volara. Al día
siguiente, se quedó con ella desde la mañana hasta la medianoche, momento
en que dejó con ella a Vernon, que dormía en un catre en la habitación, y
prometió regresar a la mañana siguiente.
Vernon le llamó a las 3:30 de la mañana. Elvis diría más tarde: «Sabía de
qué se trataba antes de descolgar el teléfono»[4]. Gladys había muerto.
Corrió hacia el hospital, y Lamar Fike le siguió en otro coche. Cuando
Lamar le alcanzó, oyó a Elvis y a Vernon llorando histéricos dentro de la
habitación de Gladys en el hospital. Como cantante, Elvis cantaba con sus
emociones más básicas; en el dolor, no podía ocultar sus sentimientos más
hondos.
A la mañana siguiente, él y Vernon lloraron juntos, sin vergüenza, a las
puertas de Graceland, mientras los periodistas y los fotógrafos subían
avergonzados por el camino de entrada.
«Vivíamos para ella», dijo. «Siempre fue la niña de mis ojos. Cuando
mamá no se encontraba bien, la paseábamos arriba y abajo del camino de
entrada para que se sintiera mejor».[5]
Puede que a algunos les pareciera que la camisa blanca que se había
puesto, con chorreras en la parte delantera, y que saldría al día siguiente en las
fotos de los periódicos de todo el mundo, era inapropiada. Pero no se lo
parecía a Elvis. A Gladys le gustaba verle con ella.

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Elvis llora sentado con su padre, Vernon, en los escalones de Graceland, tras la muerte de Gladys el 14
de agosto de 1958. Lleva puesta su camisa blanca con chorreras porque a su madre le habría gustado

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verle con ella.
© Bettmann/Getty Images

Durante los días siguientes, hubo noches en que apenas durmió y hubo
que llamar a un médico para que le diera tranquilizantes. Cuando el cuerpo de
Gladys, con un vestido azul claro que había hecho que se comprara, pero que
ella nunca se había puesto, fue depositado en el «mejor ataúd que el dinero
pueda comprar» y llevado a casa a Graceland, es como si retrocediera
temporalmente a una especie de segunda infancia. «Mamá, nunca querías
vestirte para mí y ahora aquí estás, vestida con tus mejores galas. Nunca te vi
vestida así»[6], dijo inclinándose sobre el cuerpo.
Cuando Eddie Fadal llegó de Texas, le pidió que se acercara, y dijo:
«Mira, mamá, aquí está Eddie. Conoces a Eddie. Le conociste en Killeen»,
recordaría Fadal. Y no dejaba de comentar todo el rato lo guapa que estaba su
madre: «Despierta, mamá. Despierta, cariño, y habla con tu Elvis»[7]. Luego,
de pie junto al féretro, le tocaba las manos y las pantuflas que llevaba en los
pies, y le hablaba como si fuera una niña pequeña, incluso atusándole el pelo
ligeramente con el peine.
Hasta entonces, siempre había mantenido la compostura tanto en público
como fuera como del escenario. Pero, para preocupación de sus amigos, ahora
perdió el control de sus emociones por completo, abrazando y tocando el
cuerpo de su madre de forma histérica, hasta que el director de la funeraria
tuvo que poner una tapa de cristal sobre el ataúd.
Cuando llegó el Coronel, le pareció que aquello era un lío de velatorio
palurdo con lloriqueos, y en su habitual estilo tajante, ordenó que despejaran
Graceland. En un inusual arranque de rebeldía, Elvis se negó.
«Esta gente es mi amiga», le dijo a su representante. «No eres quién para
venir a mi casa y decirme que eche a mis amigos de aquí».
Parker reculó, pero les convenció a Vernon y a él de que, siendo realistas,
con tanta gente presente, el funeral no podría celebrarse allí.
Al día siguiente, 15 de agosto, tuvo lugar el funeral de Gladys en la
funeraria de Memphis, con el cuarteto de góspel favorito de los Presley, los
Blackwood Brothers, cantando. La idea era que cantaran solo tres himnos,
pero Elvis no les dejó parar, enviándoles una nota detrás de otra pidiéndoles
sus himnos favoritos, uno tras otro. Dijeron que habían cantado unos doce en
total. J. D. Sumner, el bajo de los Blackwoods, diría más tarde: «Nunca vi a
un hombre sufrir ni afligirse tanto como Elvis por la pérdida de su madre»[8].

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Cuando la comitiva fúnebre llegó al cementerio, con más de cuatro mil
asistentes, entre parientes y espectadores, el llanto de Elvis empeoró.
Tendiendo la mano hacia el ataúd mientras lo bajaban a la tumba, Elvis se
puso a gritar, tambaleándose hacia la tumba abierta, lo que hizo que Lamar
Fike tirara de él hacia atrás rápidamente. «La gente te está mirando», susurró
Lamar. A Elvis le daba igual[9].
Una multitud de gente regresó a Graceland desde el cementerio, pero
Elvis se quedó en su habitación hasta tarde, cuando le dijeron que Dixie
Locke estaba fuera en la puerta. La había estado esperando y, cuando bajó las
escaleras, les pidió a todos inmediatamente que les dejaran a solas. Hablaron
durante un par de horas sobre Gladys, de lo bien que se habían llevado ambas,
y de los tiempos que habían pasado juntos antes de que Elvis se hiciera
famoso. Al ver el estado en que se encontraba y la locura de su carrera, Dixie
le preguntó si no era mejor que lo dejara todo y viviera una vida más
tranquila.
Él negó con la cabeza. «Hay demasiada gente que depende de mí ahora»,
le dijo. «Tengo demasiadas responsabilidades. He llegado demasiado lejos
para dejarlo».[10]
Cuando Dixie volvió a Graceland la noche siguiente, la casa estaba llena
de gente y no entró. A partir de ese momento, Elvis rara vez volvería a estar
solo, rodeándose siempre de amigos y empleados.
Ni Vernon ni él permitieron que se hiciera la autopsia, pero todo el mundo
aceptó que Gladys Presley había muerto de un ataque cardíaco como
resultado de una cirrosis hepática. Tenía cuarenta y seis años. Durante
veintitrés de ellos había vivido para su hijo, le había insistido para que
terminara los estudios, le había animado a cantar y había acogido a sus fans.
Nunca había pedido nada para sí misma; le gustaban las cosas propias del
estilo de vida sencillo de una esposa y madre del Misisipi pobre, nacida en el
campo. Pero también había sido inteligente. Nunca había confiado en el
Coronel Tom Parker, y le preocupaba que su hijo hubiera vendido su talento a
un hombre que solamente amaba el dinero. Ahora Elvis ya no podría oír su
voz crítica y sensata cuando su representante planificaba su futuro.
La inscripción tallada en su lápida era simple. Decía: «SUNSHINE OF
OUR HOME» [‘El sol de nuestro hogar’], casi seguro una alusión a cuando
ella iba por su casa de Misisipi cantando «Eres mi sol, mi único sol» a su
niño, que entonces había elegido esa canción para debutar como cantante en
el colegio. El coro de la canción termina con la frase «Por favor, no te lleves
mi sol».

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Antes de regresar a Fort Hood la semana siguiente, Elvis dejó dicho que
no tocaran las cosas de Gladys y las dejarán como estaban cuando murió.
Luego, Vernon, la abuela y Lamar regresaron a la casa de Killeen para estar
con él. Sus primos Junior y Gene también estaban allí, así como Eddie Fadal
y Red West, cuyo padre acababa de fallecer. Elvis también había asistido a su
funeral. Fuera de servicio en Killeen, con sus amigos y Anita, era un Elvis
hundido, inmerso en un caos de personas y de emociones en el que cantaban
himnos góspel hasta bien entrada la noche.
Cinco semanas después de la muerte de su madre, Elvis y su unidad
cogieron un convoy militar a Nueva York, desde donde se embarcarían hacia
Alemania Occidental como reemplazo de la Tercera División Blindada. Mil
jóvenes soldados estaban a punto de abandonar Estados Unidos, pero solo uno
de ellos dio una rueda de prensa. En el muelle de Brooklyn, los altos mandos
de la RCA, los hermanos Aberbach y el falso Coronel se alinearon con los
oficiales del ejército y los camarógrafos de los noticieros, mientras más de
cien reporteros cubrían la despedida.
Al principio, Elvis estaba con el habitual humor jocoso y respetuoso que
adoptaba con la prensa, hasta que, hacia el final de la rueda de prensa, un
periodista le preguntó si iba a vender Graceland.
«No, señor», respondió. «Porque era la casa de mi madre».
Cuando le preguntaron si quería decir algo más sobre ella, dijo
abiertamente:
Claro que sí. Supongo que siendo hijo único estábamos más unidos que… Quiero decir, que todo
el mundo quiere a su madre, pero yo era hijo único y mi madre estuvo a mi lado toda mi vida. No
ha sido solo perder a una madre, sino perder a una amiga, una compañera, alguien con quien
hablar… Solía enfadarme mucho con ella de pequeño. Es normal… los jóvenes queremos ir a
algún lado o hacer algo, y nuestras madres no nos dejan, y pensamos: «¿Y eso por qué?». Pero
luego, cuando pasan los años, te das cuenta, ya sabes, de que tenía razón… Me alegro mucho de
que fuera un poco estricta conmigo, y de que todo saliera como ha salido.[11]

Y con eso, un mensaje para sus admiradores y varios paseos por la


pasarela para los fotógrafos, se despidió y, subiéndose al buque de los Estados
Unidos General George M. Randall, se embarcó hacia Europa.

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«El mundo está más vivo por la noche. Es como si Dios
no estuviera mirando»

Sus diecisiete meses en Alemania Occidental pasaron como si le hubieran


expulsado del único mundo que conocía. Era el punto culminante de la Guerra
Fría, solo dos años después del alzamiento húngaro, y los soldados y los
políticos que los habían enviado se tomaban en serio el papel del ejército de
los Estados Unidos como protector de Europa Occidental ante cualquier
ataque sorpresa soviético.
Desde el punto de vista de Elvis, era la Pax Americana. Diez años más
tarde, los jóvenes huirían a Canadá para eludir el reclutamiento y evitar ir a
Vietnam, pero en 1958 eso era poco habitual. A pesar de sus recelos sobre su
carrera, había una gran parte de Elvis que estaba «orgulloso de poder aportar
su granito de arena». Creía en América. Había hecho posible su éxito y,
durante los dos años que pasó uniformado, también llegó a creer en el
ejército. Además, le gustaba el uniforme, y lo usaba incluso cuando no era
para nada necesario. Siempre le gustaron las insignias.
Sin embargo, desde el momento en que desembarcó en el puerto de
Bremen en octubre de 1958, hasta el día en que regresó a los Estados Unidos
en marzo de 1960, cambiaba de opinión entre querer que le consideraran un
soldado más y, como un soldado más, estar resentido porque le hubieran
reclutado.
«Tengo que comportarme como uno más de los chicos, pero no es fácil
ser uno de ellos. Nunca he sido uno de los chicos y nunca seré uno de
ellos»[1], se quejaba.
Eso era completamente cierto. Pero aunque solo se quejaba en privado,
nunca públicamente o ante sus superiores, este interludio fuera del mundo del
espectáculo también fue un descanso prolongado y muy necesario. Desde
1955, su carga de trabajo había sido abrumadora. Ahora podía descansar de la
rutilante marea pública de oportunidades que él, con la ayuda de su incansable
representante, había creado. Ahora, su vida no estaba en sus manos ni en las
del Coronel. Podía dejar todas las decisiones importantes al ejército de los

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Estados Unidos. En muchos sentidos, esto facilitaba las cosas y, aunque había
altos oficiales del ejército que seguían pidiendo que cantara para las tropas, su
trabajo principal era conducir un jeep en un pelotón de reconocimiento y
realizar maniobras. En todo momento se comportó con honestidad.
«Lo que más quiero es que la gente que está en casa piense bien de mí»,
decía.
Sin embargo, a pesar de lo que los militares y él dijeran, no le estaban
tratando como a cualquier otro soldado normal y corriente. Porque, apenas se
mudó al cuartel de Friedberg, una ciudad histórica a unos 24 kilómetros al
norte de Frankfurt, se le dio permiso una vez más para vivir con sus familiares
dependientes fuera de la base cuando no estaba de servicio. Solo los soldados
muy ricos que apenas podían considerarse «normales» podían hacer eso.
Enseguida encontraron una gran casa de alquiler en el número 14 de la
Goethestrasse, cerca de Bad Nauheim, para él y sus familiares dependientes:
papá y la abuela, que fueron a cocinar para él, así como Lamar Fike y Red
West, que acababan de terminar su servicio con los marines. No todos los
soldados podían llevarse a su abuela y a sus amigos consigo cuando los
reclutaban. A pesar de que solía tener el ánimo sombrío, pronto empezaron a
celebrar las fiestas habituales, a las que ahora asistían guapas jóvenes
alemanas, así como nuevos amigos del ejército, como Rex Mansfield, otro
chico de Tennessee que había conocido cuando les habían reclutado a ambos
en Memphis.

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El soldado Elvis desembarcando del buque General George M. Randall, atracado en Bremerhaven
(Bremen, Alemania, 1 de octubre de 1958).
1-10-1958. ullstein bild Dtl./ Getty Images

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Grupos de jóvenes alemanes despiden el tren militar en el que viaja Elvis Presley rumbo al cuartel de
Friedberg.
Octubre de 1958. ullstein bild Dtl./ Getty Images

Pero tal vez las dos mejores amistades que hizo en el ejército y las más
gratificantes también fueron Joe Esposito y Charlie Hodge, de Chicago. Había
conocido a Charlie, a quien había visto antes como cantante principal de los
Foggy River Boys en televisión, en Brooklyn, cuando estaban a punto de
embarcarse, e inmediatamente le ganó el buen humor sencillo del excantante
de góspel. Cuando el barco cruzó el Atlántico, los dos se pusieron a organizar
un concurso de talento para los soldados, con Elvis de pianista.
Antes de llegar a Alemania, debió de pensar que el hecho de estar fuera de
los Estados Unidos le daría un respiro del asedio de las admiradoras, y que
habría mucho menos interés por él. Pero las fans alemanas enseguida se
enteraban de dónde estaba y rodeaban cualquier cafetería donde él y su
unidad paraban a tomar un café, y los golpes en la puerta de su casa alquilada
eran tan persistentes que colocaron un cartel fuera de la puerta. Los
autógrafos se firmarán entre las siete y media y las ocho de la tarde, decía,
aunque puede que algunas de aquellas libretas de autógrafos que dejaban para
que las firmara por la noche no siempre fueran bendecidas con la firma del
cantante. La noche tenía unas horas limitadas, y Lamar y Red ya eran unos
expertos copiando la letra de su maestro.
Al igual que muchos de los soldados que enviaban al extranjero, Elvis no
tenía interés en hacer turismo, aprender alemán o aprovechar alguno de los
cursos de perfeccionamiento que ofrecía el ejército. De hecho, tenía un total
desinterés. En cambio, vio un par de conciertos de Bill Haley y disfrutó del
espectáculo sobre hielo Holiday on Ice y sus docenas de chicas guapas
patinando con vestidos muy cortos.
Antes de que le llamaran a filas estaba preocupado por su voz, pero ahora,
por casualidad, tuvo por primera vez en su vida algo parecido a un profesor de
canto. Charlie Hodge, que antes del ejército había estudiado canto y armonía
con Gene Autry y Red Foley, empezó a enseñarle trucos de respiración y a
animarle a cantar a tope y desarrollar su voz al máximo. Cantaban himnos
juntos y escuchaban los discos nuevos que le enviaba su novia Anita desde
Estados Unidos, demos de nuevas canciones que Hill and Range enviaba a
Elvis, y viejos discos de los Ink Spots. «Creo que canté más en el ejército que
si hubiera estado trabajando»[2], diría más tarde.

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Además allí no tenía que cantar los mismos diez éxitos una y otra vez
todos los días. En vez de ello, tras alquilar un piano y comprar una grabadora,
probó toda clase de canciones diferentes para estar listo para volver
directamente al estudio cuando finalmente se licenciara del ejército.
A su madre le encantaba la versión de Enrico Caruso de «’O Sole Mio» y
ahora él le pidió a los Aberbach que le escribieran nuevas letras para ella. El
resultado sería el mayor éxito que había tenido jamás: «It’s Now or Never».
Aunque tenía que levantarse a las 5:30 de la mañana para que le llevaran a
la base («incluso», decía, «aunque no me hubiera acostado hasta las cuatro»,
que era lo que solía ocurrir), su tiempo fuera de servicio lo pasaba
principalmente en casa, ya que prácticamente importó su vida de Graceland a
Alemania. Se mantenía en su burbuja en la medida de lo posible, mientras
Lamar y Red le limpiaban las botas y le planchaban su docena de uniformes
confeccionados a mano y hacían lo que fuera que se suponía que debían hacer
unos lacayos, a quienes el siempre ahorrativo Vernon solo daba dinero de
bolsillo. El resto de su tiempo libre lo pasaba yendo al cine de la base,
jugando fútbol americano, estando con sus amigos y con chicas, y escuchando
los programas de discos hasta altas horas de la noche en las emisoras de las
Fuerzas Armadas estadounidenses en Alemania. Y, casi todos los días, el
Coronel le enviaba informes de los esfuerzos que estaba haciendo para que la
gente siguiera recordando el nombre de Elvis.
También escribía cartas, de las cuales al menos un par fueron para Anita,
en las que le pedía que le esperara y, más o menos, le prometía casarse con
ella, al parecer con la condición de que ella se mantuviera «limpia e íntegra»,
que era lo que podía «determinar nuestras vidas y nuestra felicidad juntos»[3].
También le dijo que no estaba saliendo con nadie en Alemania, lo que en
realidad no era cierto, pues en otra carta le confesó a un amigo que estaba
viendo a una alemana «explosiva» que se parecía un montón a Brigitte Bardot
y con quien era «como en Memphis»[4]. En lo referente a las chicas, la
fidelidad nunca fue su punto fuerte, aunque siempre exigía que sus novias le
fueran fieles.
Dixie y Anita lo habían descubierto, y ahora también lo estaba
descubriendo una guapa chica alemana con un padrastro estadounidense y que
hablaba un excelente inglés, llamada Elisabeth Stefaniak. Al principio, ella y
Elvis solo se besaban, y cuando le ofrecieron un trabajo de secretaria interna
junto a Elvis, Vernon y la abuela para gestionar el correo de los admiradores
alemanes, aceptó. Así que cuando, la primera noche que pasó con la familia,
Elvis se metió en la cama con ella sin más, como haría tantas otras veces casi

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todo el año siguiente, se sorprendió. Nunca tuvieron sexo completo. Eso, le
dijo, era algo que no hacía con las chicas a las que iba a ver con regularidad,
porque no quería correr el riesgo de que se quedaran embarazadas. Pero sí le
gustaban las caricias intensas.
Había algo feudal tanto en su actitud hacia Elisabeth como hacia la
pandilla de amigos que trabajaban para él. No podía salir con otros hombres
—eso habría supuesto una bronca colosal y el despido inmediato— y la
vigilaba con recelo para asegurarse de que no se acercaba demasiado a sus
cortesanos, Red o Lamar. Tenía que estar siempre disponible para él, pero
también tenía que ver cómo pasaba las tardes con otras chicas, y a menudo les
oía juntos en su habitación, contigua a la suya. No creía que tuviera sexo
completo con ellas tampoco.
¿Por qué lo aguantaba? La respuesta es obvia. Estaba enamorada. Y,
como él sabía, salvo Dixie, a él las chicas no le dejaban. Parece que no se le
ocurría pensar que su comportamiento era cruel. Y si lo pensaba, no le
importaba. Con lo desprendido que podía ser, también podía ser tan egoísta
como el niño mimado que había sido en su día.
Como era un loco de los coches, en Alemania no había tardado mucho en
comprarse un costoso BMW deportivo, un Cadillac para Vernon y otro
vehículo para Red y Lamar. A veces se iba a conducir de noche, por el mero
gusto de hacerlo, o para llevar a las chicas a casa, pero, aunque ya no era
prisionero de la fama como en Estados Unidos, él mismo, con su afán por
alejarse de los problemas y no meterse en líos en lo referente al ejército,
resultó ser otra clase de carcelero.
Vernon, por supuesto, ahora ocupaba una posición diferente. Hubo
rumores, nunca corroborados, de que podía haber tenido una aventura en
Memphis cuando Gladys estaba viva; ahora era un viudo muy apetecible, y
muy pronto empezó una aventura con la esposa de un militar estadounidense.
Ella era Dee Stanley, una atractiva rubia de treinta y tantos años, con tres
hijos pequeños. Elvis sospechaba que originalmente le había tenido a él en el
punto de mira, pero que al final se había conformado con su padre al darse
cuenta de que eso sería imposible. Fuera o no así, para él, el affaire de
Vernon, que comenzó sin que hubieran pasado ni cuatro meses desde la
muerte de Gladys, era imperdonable. Para empeorar las cosas, Dee era una
amante escandalosa y, según Lamar Fike, a Elvis le abochornaban y le
disgustaban tanto los gritos de pasión provenientes del dormitorio de su padre
que se sentaba al piano y aporreaba las teclas para ahogar el ruido. Es de
suponer que la abuela habría oído lo mismo.

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«Esa mujer no es más que una cazafortunas, entre otras cosas»[5], le decía
con toda la intención a Elisabeth Stefaniak.
Mientras que la tía abuela de Elvis, Christine Roberts Presley, diría: «He
oído hablar de esa mujer con la que estaba Vernon. Mal asunto para los
Presley»[6].
Como era de esperar, las relaciones entre padre e hijo se agriaron y,
temporalmente, Vernon fue desterrado de Graceland, igual que cuando Elvis
despedía a veces a los muchachos que trabajaban para él por algún delito
menor, para luego volver a contratarlos. Y aunque Dee se casaría con Vernon
en 1960, y Elvis aceptaría a sus hijos como hermanastros, y les emplearía
cuando fueran mayores, nunca le gustó su madrastra.

La mayoría de los soldados en suelo extranjero iban a bares o a salas de baile


en busca de chicas, pero Elvis nunca lo pudo hacer. Así que a él se las traían.
La más bonita de todas resultó ser la hija de un capitán del ejército llamada
Priscilla Beaulieu, de catorce años. Antes incluso de Dixie, a Elvis siempre le
había gustado el inocente encanto de las chicas jóvenes, pero, como podría
comprobar, Priscilla no era como tantas otras que se dejaban impresionar por
su presencia sin más. Como él también era tímido, decía que no lo entendía,
ya que siempre intentaba que los demás se sintieran cómodos al conocerle.
Con Priscilla, sin embargo, no fue necesario. Era una niña segura de sí misma.
Según contó después, llevaba solo tres semanas en Alemania cuando, estando
sentada en el Eagle Club de la cantina militar, un lugar donde las familias
pasaban el rato dentro de la base estadounidense de Wiesbaden, un amable
joven soldado llamado Currie Grant le preguntó si quería conocer a Elvis
Presley. Medio siglo después, la motivación de Grant para llevar a una joven
a conocer a un hombre muy famoso al que sabía que le gustaban las
adolescentes parece dudosa. Pero así era como conocía Elvis a las chicas.
Él estaba sentado escuchando el disco de Brenda Lee «Sweet Nothin’s»,
disfrutando de la interpretación de los músicos de Nashville A-Team que
también habían tocado con él, cuando, con un vestido marinero azul y blanco
y calcetines blancos, Priscilla entró por la puerta de su casa alquilada. Se
quedó primero embelesado, y luego atónito cuando ella le dijo que todavía
estaba en noveno grado. Ella era —como diría él y otros asentirían—
extraordinariamente hermosa. Como una muñeca. Pronto estaba sentado al
piano tocando y cantando para ella, antes de llevarla un poco más tarde
escaleras arriba a su habitación.

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Para entonces, Red había regresado a los Estados Unidos, cansado de que
le trataran como a un «culi chino», una de sus expresiones favoritas, pero
Lamar, siempre leal, observaba preocupado aquella floreciente historia de
amor. Unos meses antes, habían expulsado a Jerry Lee Lewis del Reino
Unido y su carrera se había truncado al descubrirse que se había casado en
bigamia con su prima de trece años. Priscilla también era muy joven.
Pero, pese a ello, durante los siguientes siete meses ella volvería
regularmente a la casa de Goethestrasse. A sus padres no les hacía mucha
gracia al principio, así que Elvis fue a su casa y les tranquilizó al respecto,
dirigiéndose siempre a su padrastro, un capitán de la Fuerza Aérea de los
Estados Unidos, como «señor», y prometiendo cuidarla. Se le daba muy bien
hacerse el sincero.
Para Elvis, Priscilla era la perfección. Y, como le diría a sus amigos, era
lo suficientemente joven como para poder moldearla a su gusto. Parte de esa
formación conllevaba darle anfetaminas para que se mantuviera despierta en
el instituto después de haber pasado media noche en su casa. Más tarde dijo
que no se las tomaba, al menos no entonces. Pero el sí, todo el tiempo.
Las anfetaminas se habían convertido en parte de la vida de Gladys, y
ahora formaban parte de la de Elvis. Aunque se desesperaba por lo que su
madre bebía, sin embargo le cogió gusto a sus píldoras de Benzedrina, y luego
empezó a conseguirlas por sí mismo. Una vez, mientras le daba un puñado a
su colega del ejército Rex Mansfield, le explicó que los camioneros
estadounidenses las usaban para mantenerse despiertos al volante en los viajes
largos. «Además, no tienen efectos secundarios»[7], enfatizó. Como Rex
escribiría más tarde, Elvis ya las conocía muy bien y estaba convencido de
que eran inofensivas.
¿Era por eso por lo que Elvis siempre tenía tanta energía en el escenario,
noche tras noche?
Si alguna vez hubiera dudado de que eran seguras, las habría desechado
cuando, como a muchos otros soldados, sus superiores del ejército le daban
Dexedrina para realizar maniobras. La idea era que les ayudaría a mantenerse
despiertos cuando estaban de guardia por la noche.
Al tratarse de Elvis, sin embargo, una pastilla nunca era suficiente. Todo
lo que le gustaba lo hacía a lo grande, de modo que compraba ilegalmente
cantidades a granel en frascos en las farmacias de la base para repartirlas entre
sus amigos. Los fines de semana, recordaría Mansfield, se tomaba dos el
viernes por la mañana y dos más por la noche, luego la misma dosis sábados y
domingos; durante la semana tomaba una dosis más baja. Elvis no veía

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peligro en ello, ni para sí mismo ni para aquellos a quienes les daba las
pastillas.
¿Acaso se preguntó alguna vez años más tarde por qué estaba siempre tan
frenético, por qué a veces no podía dejar de mover el pie o por qué tenía esos
cambios bruscos de humor de forma tan repentina? Siendo alguien que llegó a
conocer las drogas muy bien, debió de hacerlo.
No vio mucho de Europa durante su estancia en Alemania, aparte de
algunas salidas sueltas a clubes nocturnos de Múnich.
«El mundo está más vivo de noche», decía. «Es como si Dios no estuviera
mirando».[8]
Pero sí se fue de vacaciones a París un par de veces, donde visitaría el
Moulin Rouge y el Folies Bergère. Después de hacerse amigo de algunas de
las strippers, se llevó a toda una línea de coristas del English Bluebell Girls a
su hotel, donde él y Red West le gastaron una broma pesada a Lamar Fike. En
secreto, pidieron a un par de chicas que caminaran completamente desnudas
por el apartamento del hotel como si fuera la cosa más natural del mundo,
para ver el estupor de Lamar. Debido a su talla, Lamar, que siempre fue un
niño grande, era el blanco perfecto para los chistes, los comentarios y las
bromas de Elvis, no todos ellos amables.
En un segundo viaje de diez días a París, fue a ver una exhibición de
kárate, después de lo cual este arte marcial jugaría un papel cada vez más
importante en su tiempo libre. Y luego, con Charlie Hodge, también fue a ver
una actuación del Golden Gate Quartet, un grupo de cantantes negros de
góspel que daban una gira europea. Tras el espectáculo, él y Charlie fueron al
backstage y pasaron el resto de la noche cantando espirituales e himnos con
ellos. Tal como diría tantas veces: su primer amor en la música fueron «los
viejos espirituales de color de hace años»[9].

Como todos los jóvenes soldados, había estado contando los días para poder
irse a casa y, de repente, el momento llegó de improviso y volvió a verse en
una rueda de prensa de despedida con los reporteros alemanes. Entre la
multitud vio una cara familiar con el uniforme de capitán del ejército
estadounidense. Era Marion Keisker. No la había visto desde que su aventura
con Sam Phillips terminara en 1957 y ella había dejado Sun Records antes de
alistarse en el ejército.
—¡Marion! —exclamó sorprendido—, no sé si besarte o cuadrarme.
—Ambas cosas. En ese orden —le respondió, radiante.[10]

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Los jóvenes a menudo cambian durante su tiempo en la mili, y Elvis no fue
una excepción. Cuando le reclutaron tenía veintitrés años, pero, en algunos
aspectos, la fama había impedido su desarrollo, confinándole al papel del
chico de moda que había adoptado desde los veinte años, devoto de su madre
e ingenuo, tal vez, en muchos sentidos.
Tras dos años en el ejército, su ambición ardía tan intensamente como
siempre, pero ahora habían desaparecido parte del asombro y el
encandilamiento juveniles. Tenía un aire más irritable, más impaciente e,
incluso, más arrogante.

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«Había por allí una chica que veía con bastante
frecuencia…, pero no fue una gran historia de amor»

Cuando llegó de vuelta a los Estados Unidos a la base McGuire de las Fuerzas
Aéreas, en Nueva Jersey, el 3 de marzo de 1960, durante una tormenta de
nieve, tenía el pelo de color casi pelirrojo. Naturalmente, hubo una rueda de
prensa de bienvenida para que el ejército pudiera decirle al mundo, sin
exagerar, y para sorpresa de algunos altos mandos, el excelente soldado que
había resultado ser y para que el sargento Elvis pudiera presumir de las tres
rayas de su brazo.
«La ropa dice cosas sobre ti que a veces tú no puedes decir», comentaba
de vez en cuando sobre su amplio guardarropa.
Sus uniformes militares hechos a mano y bien planchados expresaban
elocuentemente el plan del Coronel de que saliera del servicio militar como
un héroe nacional. A juego con su uniforme, fue una vez más un derroche de
simpatía frente a los reporteros, tanto en Nueva Jersey como, unos días más
tarde, cuando llegó a su casa en Memphis. Lo que debió de pensar Priscilla
Beaulieu, que había ido al aeropuerto de Fránkfurt para darle un beso de
despedida, cuando leyó los relatos de los periódicos, él lo borró de su mente.
«Había por allí una chica a la que veía con bastante frecuencia», empezó,
«pero no fue una gran historia de amor. Quiero decir, salieron las historias de
“La chica que dejó atrás” y todo eso. Pero no fue así». Pero, como muy bien
sabía, había sido exactamente así.
No todo el mundo se quedó atrás. Le había cogido mucho cariño a la
secretaria y, en su día, compañera de cama, Elisabeth Stefaniak, por lo que le
ofrecieron un puesto como secretaria suya en Graceland, la llevaron a
Memphis y le dieron su propio coche para desplazarse. Antes de que saliera
de Alemania, la convenció para que pasara a los Estados Unidos de
contrabando en su maleta un gran frasco de Dexedrina. Ahora, le dijo, con
cierta magnanimidad, podía salir con otros hombres. A ella le desgarró oír
eso. ¿Quería eso decir que ya no le importaba? Sacó sus propias conclusiones.
Pero tal vez también se sonrió hacia dentro. Porque lo que Elvis no sabía era

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que, gracias a la intervención de la abuela, que le tenía aprecio a la chica y
veía que Elvis estaba desperdiciando su vida, Elisabeth ya estaba viendo a
otro hombre. Era el amigo de Elvis del ejército, Rex Mansfield, a quien ahora
quería como su principal ayudante. Si Elvis hubiera sabido que Elisabeth y
Rex le habían estado engañando en sus propias narices, se habría indignado y
no habría habido ninguna oferta de trabajo para ninguno de los dos.
Pero sus planes personales estaban a punto de verse frustrados, algo que le
había ocurrido en muy escasas ocasiones en su vida adulta. Tanto Elisabeth
como Rex sabían que, con sus celos y su ego, no podían trabajar para él y
estar juntos. Teniendo que elegir, eligieron estar juntos. Así que, como
escribirían tiempo después, abandonaron Graceland en secreto y se casaron
tres meses después. Cuando Elvis se enteró, consideró que le habían
traicionado. Para ellos aquello era lo que tenían que hacer. Salvo por una
única tarjeta de Navidad que les envió, nunca más volvieron a saber de él.

De vuelta a Memphis, Elvis visitó la tumba de su madre varias veces durante


sus primeros días en casa. «No creo que la muerte sea el final», decía con
tristeza. «Simplemente no lo creo».[1]
Pero pronto comenzaron a reunirse a su alrededor viejos amigos, trayendo
la habitual remesa de chicas nuevas. Obviamente, Anita Wood, que todavía
recordaba las cariñosas cartas que le había enviado desde Alemania, también
fue. Pero, aunque ella viviría principalmente en Graceland otros dos años más
cuando él estaba en casa, siempre habría otras mujeres cuando estaba fuera.
Durante un par de semanas volvió a la rutina de las sesiones nocturnas de
cine y el Rollerdrome con la pandilla. Pero, con dos años que recuperar,
después de volver a teñirse el pelo de negro, alquiló un autobús y él y los seis
chicos que ahora le acompañaban permanentemente recorrieron los 322
kilómetros de distancia hasta Nashville.
Tanto para la RCA y Freddy Bienstock, el primo de los hermanos
Aberbach en Hill and Range, como para el propio Elvis, las nuevas sesiones
de grabación eran cruciales. ¿Tendría todavía el chico de oro el toque mágico
a la hora de elegir y cantar éxitos? Dada la insistencia del Coronel en grabar
solo una noche desde que comenzó el paréntesis militar, no se había lanzado
ningún nuevo sencillo desde que la RCA se había quedado sin buenas
grabaciones nueve meses atrás; y en un momento en que el estándar para una
estrella era lanzar un nuevo disco cada tres meses, una ausencia tan larga de
las emisoras de radio se consideraba peligrosa. Así que, cuando Elvis entró al
Estudio B de Nashville, las carreras de todos, además de la suya, dependían
de los resultados de aquel trabajo nocturno.

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En teoría, Steve Sholes era el productor a cargo, junto con el guitarrista
Chet Atkins —el tipo que, según Elvis, le había tratado por primera vez como
flor de un día—. Pero ahora todo el mundo, incluido Atkins, recurrió a Elvis.
Él eligió las canciones, incluidos varios viejos éxitos, rechazó sin
contemplaciones la mayoría de las demos de Hill and Range que Bienstock
había encontrado y llevado a la sesión, y luego siguió trabajando e
improvisando con las que le gustaban hasta que quedó satisfecho. A Bill
Black ahora le iba bien por su cuenta como líder de Bill Black’s Combo, y
pronto tendría un gran éxito con su versión de «Don’t Be Cruel», por lo que
no estaba presente. Pero quien sí estaba era Scotty Moore, que se quedaría
hasta 1968, aunque le habían degradado y ahora era solo un guitarrista más.
Como Elvis tenía que estar en Miami unos días después de invitado en el
programa de televisión The Frank Sinatra Timex Show, por el que se le pagó
el entonces astronómico caché de 125.000 dólares por cantar dos canciones,
era imperativo hacer en aquella primera sesión un nuevo sencillo. Al final
resultó que, de los seis temas grabados aquel día, el elegido, «Stuck on You»,
era seguramente uno de los más flojos, siendo poco más que un refrito de «All
Shook Up». Pero tenía un sonido familiar para los fans, y con un millón de
pedidos en cola, salió a la venta y copó las listas de éxitos en menos de una
semana.
Había regresado de Alemania por vía aérea, por cortesía de las Fuerzas
Aéreas, pero de regreso a los Estados Unidos, reanudó sus viajes en tren en el
trayecto de Nashville a Miami, saludando de vez en cuando a los enjambres
de fans y mirones que se congregaban en el andén de cada estación del
recorrido, con la esperanza de poder verle siquiera fugazmente. Puede que
algunos lo consiguieran, pero la mayoría tendría que esperar como el resto del
país a que la televisión revelara al nuevo Elvis, despojado de sus patillas y
con un esmoquin negro y una corbata de lazo, bromeando y cantando a dúo
con Sinatra.
Viéndoles cantar «Love Me Tender» en sintonía nadie hubiera dicho que
apenas tres años antes Sinatra se había referido indirectamente a Elvis como
un «estúpido cretino». El veterano cantante seguramente se arrepentía ahora
de sus intempestivas críticas, sobre todo teniendo en cuenta que su hija Nancy
se había hecho amiga de Elvis y había ido a recibirle al aeropuerto a su
regreso de Alemania. Pero no llegarían a intimar y se conformarían con una
mutua cortesía amistosa. Algunos años más tarde, cada uno de ellos grabaría
«My Way» por su cuenta, pero, aunque la versión de Sinatra fue la primera y

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más exitosa de las dos, nunca le importó demasiado la canción. Para Elvis, sin
embargo, era casi su testimonio vital.
Una semana después del programa de televisión, las sesiones de Nashville
continuaron en un maratón nocturno, con una docena de canciones grabadas
en menos de doce horas, incluyendo «It’s Now or Never» y «Are You
Lonesome Tonight?». A estas se añadieron algunas versiones de éxitos de
rhythm & blues como «Such a Night», «Fever» y «Like a Baby», de Jesse
Stone, el escritor de «Money Honey», algunas auténticas baladas pop para
adolescentes como «The Girl of My Best Friend», y un guiño amistoso al
guitarrista de blues Lowell Fulson con «Reconsider Baby». Tal vez para
compensar el desencuentro que habían tenido, Scotty recibió un pequeño
favor. Cuando Elvis estaba en Alemania, Scotty había creado su propio sello
y compañía discográfica y había tenido un gran éxito con «Tragedy», de
Thomas Wayne. Así que Elvis ahora grabó otra de las canciones de Wayne,
«Girl Next Door Went A’Walking», para que la publicara Scotty también. Por
último, su amigo de la mili, Charlie Hodge, tuvo su reconocimiento, ya que le
llamaron para cantar a duo una canción del Golden Gate Quartet «I Will Be
Home Again» —un recuerdo compartido de una noche que los dos habían
disfrutado en París—. En total, fue una noche de éxitos, clásicos de
rhythm & blues y favores a amigos. Incluso la esposa del Coronel, Marie, a la
que apenas se veía en público, tuvo su regalo. «Are You Lonesome Tonight?»
era una de sus canciones favoritas. El resultado de todo ello fueron dos éxitos
masivos, otros cuatro más pequeños y seguramente el mejor álbum de Elvis, y
también su preferido, Elvis Is Back!
No siempre le grabarían bien durante su carrera, pero gracias a un nuevo
ingeniero de sonido de la RCA, Bill Porter, las sesiones de Nashville de
principios de los años sesenta produjeron algunos de sus mejores discos. Su
voz era más profunda, un poco más grave, y ya sin buena parte de los nervios
y la premura juveniles de sus primeros tiempos. Gracias a los meses que había
pasado cantando con Charlie en Alemania, ahora tenía una mayor elasticidad
en el tono, un rango más amplio y un falsete más controlado. Como diría
Gordon Stoker, de los Jordanaires, sobre la grabación de «It’s Now or
Never»: «Todos nos sorprendimos. Sabíamos que cantaba. Pero lo que no
sabíamos era que cantara tan bien»[2].

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Frank Sinatra había calificado indirectamente a Elvis en 1957 de «delincuente con patillas» y «estúpido
cretino». Sin embargo, en 1960 le dio la bienvenida en su programa de televisión, donde cantaron juntos
«Witchcraft» y «Love Me Tender», aunque nunca llegarían a ser grandes amigos.

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© ABC Photo Archives/Walt Disney Television/Getty Images

Con el tema de los discos y la televisión ya resuelto, lo siguiente que


tocaba era Hollywood, de modo que tres semanas después estaba en Los
Ángeles grabando los temas de su primera película postmili, G. I. Blues,
dirigida por Norman Taurog. Tenía muchas ganas de reanudar su carrera
cinematográfica, pero se dio de bruces con un problema.
Tal como le contaría a Priscilla con tristeza en sus conferencias
telefónicas a Alemania, la mitad de las canciones de G. I. Blues simplemente
no eran buenas. Llevaba dos años hablando públicamente de que iba a hacer
mejores películas con papeles de más peso y aprender a ser mejor actor. Pero
la primera película en la que le había metido el Coronel era una comedia
ligera sobre los líos que un soldado apuesto como él podía tener con las
chicas durante su servicio militar en Alemania. En otras palabras, explotaba
sus días en el ejército, con una colección de canciones especialmente escrita
para la ocasión por escritores contratados por la compañía Hill and Range de
los hermanos Aberbach. Hubo un par de temas que presentaron Leiber y
Stoller que no llegaron siquiera a considerarse porque se negaron a renunciar
en redondo a sus derechos de composición. Al final, solo había una canción,
«Doin’ the Best I Can», de Mort Shuman y Doc Pomus —los escritores de «A
Mess of Blues»—, que tuviera verdadera calidad. Como dijo el difunto Mort
Shuman: «En esa canción Elvis realmente se metió de lleno en su número de
los Ink Spots»[3].
En cuanto al resto, las canciones no eran debidamente representativas de
él como las de Elvis Is Back! Cuando Priscilla, con su típica sinceridad de
quinceañera, le preguntó qué había dicho el Coronel cuando se había quejado
de las canciones, le contestó: «Diablos, ¿qué iba a decir él? Estoy pillado en
esto»[4].
Ya se estaba abriendo una clara brecha entre él y su representante sobre la
dirección que debía seguir su carrera cinematográfica. Hablaron sobre
Hollywood cuando el director Robert Wise sondeó a la agencia William
Morris, que le transmitía al Coronel todas las muestras de interés que les
llegaban, con la idea de que tal vez Elvis encajara en el papel de Tony en la
versión cinematográfica del espectáculo West Side Story, junto a su efímero
amor Natalie Wood. Se rumoreó entonces que el Coronel rechazó la
propuesta con la excusa de que no quería que Elvis saliera en una película de
pandilleros y navajazos.

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Si la historia es cierta, una versión más cercana a la realidad sería que
Parker no quería dejar de ningún modo que Elvis apareciera en una película
con canciones de Leonard Bernstein y Stephen Sondheim que los Aberbach
no habían publicado, y sobre las que ni ellos ni él tenían derechos. Empezaba
a salir a flote el lado negativo del acuerdo al que Elvis había llegado al dejar
Sun en 1955 en el que los hermanos Aberbach le daban 1.000 dólares extra a
cambio de que se asociara con ellos en la producción musical. A partir de ese
momento, a la hora de hacer los discos de las bandas sonoras de las películas,
se vería cada vez más obligado a cantar casi exclusivamente canciones que
publicaban los Aberbach o en las que al menos podían obtener una parte de
los derechos de edición. Y las canciones generalmente no eran muy buenas.
West Side Story, que ganó nueve Óscar, habría sido el proyecto perfecto
para desarrollar la carrera de Elvis a largo plazo; una historia dramática con
canciones incomparables como «Maria», «Tonight» y «Somewhere». Y ahora
tenía la voz idónea para ellas. Pero por muy buena o importante que fuera la
película, ninguna cantidad le habría parecido suficiente a su representante por
su participación en ella. ¿Le consultó siquiera el proyecto? Seguramente no.
Así que, por descontento que estuviera, se lo tomó lo mejor que pudo. Había
dos películas más en cartera para los meses siguientes. Tal vez sus guiones
fueran mejores.
Al dejar el ejército unas semanas antes, había dicho: «El ejército convierte
a los niños en hombres»[5]. Pero cuando no estaba trabajando en el plató de la
Paramount y se divertía con su pandilla montando follón en los pasillos del
tranquilo hotel Beverly Wilshire enseguida empezó a parecer que Hollywood
estaba convirtiendo a un hombre en un niño. Podía quejarse de lo flojos que
eran el guion y las canciones que tenía que cantar, pero, en muchos sentidos,
su actitud no ayudaba. Los actores serios no se ponían en medio de una
película a divertirse con una tropa de chicas, ni salían por clubes nocturnos
hasta altas horas de la madrugada, puestos de anfetaminas.

Rodar una película de Elvis Presley nunca llevaba más de unas semanas, y a
finales de junio estaba de vuelta a Graceland para pasar un mes de
vacaciones. Fue un momento difícil. Dee Stanley ya había conseguido el
divorcio, y ella y Vernon se casaron el 3 de julio. Habían pasado menos de
dos años desde la muerte de Gladys y, en lugar de ir a la ceremonia, Elvis se
fue a hacer esquí acuático. Odiaba la idea de que Dee y Vernon durmieran
juntos en la que había sido la casa de su madre. Poniendo buena cara ante el
público, le hizo a Dee una advertencia no muy sutil. «Parece bastante
agradable», le dijo al Memphis Press-Scimitar. «Pero solo he tenido una

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madre, y ya está. No habrá otra nunca más. Mientras que ella lo entienda, no
habrá ningún problema»[6]. Cuando le preguntaban por su padre, era
totalmente leal, a pesar de sus sentimientos. «Él es todo lo que me queda en el
mundo», dijo. «Nunca me enfrentaré a él ni me interpondré en su camino. Me
apoyó durante muchos años y se sacrificó por mí para que yo pudiera tener
ropa y dinero para el almuerzo para poder ir al colegio»[7].
También recibió con buen talante a los hijos pequeños de Dee en
Graceland, diciendo: «Siempre quise un hermano, ahora tengo tres
hermanastros», y colmándolos de regalos. Sin embargo, resulta revelador que
cuando compró Graceland la pusiera a su nombre y al de sus padres, ya que
como decía siempre, era también su hogar, pero que ahora se asegurara de
que, legalmente, solo estuviera a su nombre.

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«Me convierta en lo que me convierta, será lo que Dios
ha elegido para mí»

Flaming Star [Estrella de fuego] era más el tipo de película que había
pensado él: un western racial adulto. Su papel era el de un joven de
ascendencia mestiza nativo-americana y europea que se ve atrapado en las
hostilidades y prejuicios entre ambos mundos. Ambientada principalmente en
California y con un guion de Nunnally Johnson —un escritor de Hollywood
muy valorado que adaptó Las uvas de la ira y Las tres caras de Eva y
escribió docenas de otras películas— y dirección de Don Siegel —que más
tarde haría el clásico de Clint Eastwood Harry el sucio—, debería haber
tenido un gran potencial.
Cuando se enteró del papel, debió de ser inevitable que se le vinieran a la
mente las historias de su madre sobre su tatarabuela cheroqui, Morning Dove.
Aunque él solo fuera un poco cheroqui, seguramente encajaría bien en el
papel y, después de tomar clases de equitación, con y sin silla de montar, se
probó incluso unas lentillas marrones para disimular su color de ojos más
claro. Desgraciadamente, aunque le hicieron patente que podían hacerle falta
unas gafas nuevas, no le gustaron, así que se las quitó.
No obstante, una vez más, hubo problemas con las canciones, dos de las
cuales, de hecho, apenas podían llamarse así, tal como bromeó contrariado el
propio Elvis. Teniendo en cuenta el tema y el estilo de la película, no debería
haber habido ninguna canción, pero la Twentieth Century Fox quería algún
seguro musical frente al riesgo de invertir en una película dramática de
Presley. Así que se grabaron cuatro canciones, de las cuales solo se utilizaron
al final dos, y una tuvo que ser regrabada cuando se cambió el título de la
película de Black Star a Flaming Star.
Durante todo el rodaje, el single «It’s Now or Never» fue marcando
récords de ventas por todo el mundo, con más de nueve millones de copias
vendidas finalmente, convirtiéndose con ello en el mayor éxito de Elvis
Presley de todos los tiempos. Así pues debería haber estado encantado. Pero
la experiencia de interpretar un papel protagonista estaba resultando

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decepcionante. Don Siegel creía que le estaban «robando» a su estrella la
atención en la película, y se irritaba por los golpes de kárate que Elvis y su
séquito practicaban entre tomas. Flaming Star no era una mala película, pero
Elvis sabía que era una oportunidad desperdiciada. Y cuando se estrenó, solo
un mes después de G. I. Blues, y obtuvo críticas regulares y una taquilla
similar, enseguida desapareció de los cines.
Irónicamente, por mucho que Elvis hubiera denostado la banal G. I. Blues,
su «diario de viaje» alemán fue un éxito rotundo, al igual que su álbum de
canciones, que vendió casi tres veces más discos que Elvis Is Back!, del que
estaba tan orgulloso.

Sin su madre, Graceland no era lo mismo. «Pienso en ella casi todos los días»,
le dijo a un periodista. «Si nunca llego a hacer nada realmente malo, es por
ella. Ella no me dejaría hacer nada malo».[1]
Con estos pensamientos en mente, a finales de octubre regresó a Nashville
para cumplir una promesa que le había hecho a ella. La última Navidad de su
vida, él le había dicho que, en cuanto pudiera, grabaría un álbum entero de
canciones góspel, y eso es lo que hizo ahora.
A muchos les pareció extraño que siendo el enfant terrible del rock & roll
se le pasara siquiera por la cabeza. Pero musicalmente él no veía conflicto
alguno y no le daba ninguna vergüenza cantar música sacra. «El rock & roll
es básicamente música góspel», explicaría, y precisaría aún más, «o música
góspel mezclada con rhythm & blues»[2].
Así que con una actitud bastante diferente de la que había mostrado
durante su reciente estancia en Hollywood, demostró una entrega total
grabando catorce temas en una sola sesión nocturna[**]. Casi como si fuera
uno de los predicadores que había visto en Memphis en la iglesia del
reverendo Brewster o en la pequeña iglesia de la Asamblea de Dios de
Tupelo, hizo un recorrido vertiginoso por los espirituales y los himnos y, lo
mejor de todo, por la historia de Josué en la batalla de Jericó narrada en las
biblias para niños.
«La música góspel», le gustaba decir, «es la cosa más pura que existe» y,
aunque sus discos religiosos no iban dirigidos a las listas de éxitos, sus ventas
a lo largo de las décadas fueron millonarias. Para él, lo más importante era
que seguramente ahora cantaba mejor que nunca.
Se tomaba en serio su religión, pero su comportamiento había cambiado
mucho con respecto al del joven que, cuando fue al Grand Ole Opry, se había
ido de un bar de Nashville porque creía que no era la clase de lugar en el que

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a sus padres les gustaría verle. A estas alturas, su personalidad era una
tormenta de corrientes en permanente conflicto. Sexualmente promiscuo,
amante irremediablemente infiel, con frecuencia celoso y propenso a ataques
de ira impredecibles, era a la vez enormemente generoso. Si un conocido
alababa una joya que llevase puesta, a menudo se la ofrecía como regalo.
Simplemente no podía dejar de dar. Todos los amigos y parientes recibieron
regalos, y le dio un coche a una criada de Graceland porque le parecía que
vivía demasiado lejos para ir todos los días caminando desde su casa hasta la
parada de autobús para ir a trabajar.
Por otro lado, estaban las rabietas, nunca dirigidas al personal de
Graceland, sino a menudo a los muchachos, que a veces parecían estar allí
específicamente para hacer de amortiguadores de sus frustraciones. De chico
había tenido un vocabulario más moderado que sus amigos, y antes de
ingresar en el ejército se había quejado a Red de que el primo de este, Sonny,
que ahora también trabajaba para él, no paraba de decir «hijo de puta». Ahora,
a medida que iba haciéndose mayor, podía ser tan grosero como cualquier
hombre, pero, en otros momentos, como lector de la Biblia que era de
siempre, empezó a salpicar sus conversaciones con proverbios religiosos
como un pastor.
Casi seguro, muchos de ellos provenían de las enseñanzas de su madre y,
para explicar su pródiga generosidad, decía: «Así que, ayuda a tu hermano,
provenga de donde provenga, porque el mismo Dios que te hizo a ti, lo hizo a
él». Sobre su riqueza, comentaba: «Todo esto es solo flor de un día». Y sobre
su talento para cantar, respondía: «Me convierta en lo que me convierta, será
lo que Dios ha elegido para mí».
¿Había cierta hipocresía en todo esto? A veces era obvio que sí. Pero,
igualmente, sirve para ver lo contradictoria que era la mentalidad de alguien
criado en un mundo espiritual estrecho que no entendía su propio talento y su
atractivo, y que se encontraba en la insufrible posición de verse adorado
mundialmente. Habría hecho que la mayoría de la gente volviera la cabeza
hacia él, incluso sin las anfetaminas que le daban la confianza y la energía que
creía que necesitaba para poder funcionar.
Dos películas en seis meses deberían haber sido más que suficientes, pero
metieron otra en el frenético programa antes de que terminara 1960, lo que
quizás daba a entender que una vez más tanto su representante, Parker, como
Hollywood querían recuperar los dos años perdidos y hacer caja antes de que
estallara la burbuja Elvis. Se titulaba Wild in the Country [El indómito] y, una
vez más, los augurios eran buenos. Con un guion de Clifford Odets, que había

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coescrito el clásico Chantaje en Broadway, y como director Philip Dunne,
que recientemente había tenido un taquillazo con el éxito adolescente de
Carol Lynley Blue Denim, el elenco incluía a Hope Lange y a una seductora
adolescente muy sexy interpretada por Tuesday Weld, cuya compañía Elvis
ya había frecuentado. Su papel era nuevamente el de un muchacho pobre,
huraño y sin rumbo, pero esta vez con un talento literario oculto, un caso
perdido a quien el personaje de Hope Lange combate, domestica y enseña
hasta que finalmente se va a la universidad. Elvis estaba entusiasmado con el
papel. Toda su vida le fastidiaría no haber tenido más formación, y cuando,
justo antes de que empezara el rodaje, una fraternidad universitaria de
Arkansas le «honró» medio en broma nombrándole miembro de la misma, en
vez de sentirse ofendido por la burla, se lo tomó en serio, sintiéndose
halagado.
No obstante, Wild in the Country fue una decepción tan grande como
Flaming Star. Una vez más, a medida que se hacían cambios de última hora
en el guion, se fueron añadiendo canciones. No eran malas, pero cambiaron
por completo el espíritu de la película. Y de nuevo, la pandilla de recaderos
de Elvis no fue más que una estúpida fuente de distracción en el plató.
Pero había algo más que iba mal también. Elvis tenía un humor de perros.
Había visto que participar en el elenco de De aquí a la eternidad le había
cambiado la vida a Frank Sinatra, y aún esperaba que a él le sucediera lo
mismo. Pero una película híbrida como aquella, ni dramática ni musical, no
era la forma de conseguirlo. Y por mucho que le gustara trabajar con Tuesday
Weld, esto no era lo que él esperaba. Ante sus amigos, le echaba la culpa a los
guiones de las películas, pero, ¿acaso se preguntaba interiormente si no estaba
lo suficientemente cómodo en la piel de otro personaje que no fuera él
mismo? Si lo hizo, se lo calló y, una vez más, esperó a que llegara algo mejor.
Ahora vivía de alquiler en una casa en la urbanización para millonarios de
Bel Air, cerca de Sunset Boulevard; ¿acaso, cuando al acabar el rodaje y le
llevaban en coche a su casa por la ancha y sinuosa carretera, reflexionó
alguna vez sobre el personaje interpretado por William Holden en la película
Sunset Bulevar? ¿Sobre cómo el dinero de Hollywood le había tentado en la
ficción a prostituir su talento y cómo acabaría matándole?
Posiblemente lo hizo, porque seguro que vio la película. Pero en ese
momento, a fines del año 1960, era, al menos en términos musicales, el
príncipe de todo lo que tocaba. Sin rivales en términos de popularidad, sus
discos se vendían en cantidades fabulosas, hasta el punto de que a menudo
tenía demasiados hits que lanzar. Le habían puesto letras en inglés a la

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canción folk alemana «Muss i denn», de G. I. Blues, titulándola «Wooden
Heart» y la lanzaron como single en Alemania, donde vendió un millón de
copias, además de convertirse en un hit permanente en el Reino Unido. Pero
al no haber hueco en el calendario estadounidense, un cantante llamado Joe
Dowell se llevó el número uno en los Estados Unidos sacando una versión de
la canción. Del mismo modo, «The Girl of My Best Friend» de Elvis Is Back!,
junto con «A Mess of Blues», formaron un doble single que se convirtió en
todo un éxito en el Reino Unido donde llegó al número dos, pero en los
Estados Unidos fue la versión de Ral Donner la que se convirtió en un hit.
Con tantos hits y tanto éxito, debería haber estado contento. Pero ya nada
era tan divertido como lo había sido antes de que lo llamaran a filas, aunque
la Memphis Mafia —como llamaban ahora a su séquito— hacía todo lo
posible para que estuviera entretenido.
Fue un periodista a quien se le había ocurrido el apodo «Memphis Mafia»
para su camarilla de amigos. A los chicos, que generalmente se referían a su
jefe como «E», les encantó, y, creyendo que les daba una divertida identidad
de equipo, empezaron a usar trajes de cachemir negros y gafas oscuras
acordes a él. Sin embargo, Elvis lo odiaba, ya que veía algo sórdido en su
asociación con la corrupción.
Su costumbre de rodearse de parientes y amigos mal pagados había
comenzado en Sun, pero a medida que había ido creciendo su atractivo,
también lo había hecho su séquito. No había una vía formal para convertirse
en miembro de la pandilla. Si le gustabas a Elvis, te convertías en un
camarada y, si funcionaba y se podía confiar en ti, podías entrar en nómina.
Ninguno de los muchachos ganaba mucho, pero todos los gastos diarios
estaban cubiertos mientras estuvieran con Elvis. Sin embargo, era un trabajo
de veinticuatro horas, siete días a la semana, que no tendría por qué haberle
resultado atractivo a jóvenes con algo más interesante que hacer.
Alguna gente veía a algunos miembros de la pandilla como un goteo de
meros parásitos, pero sería injusto llamar así a Marty Lacker, que era amigo
de Elvis desde el instituto y que fue el jefe del séquito durante un tiempo.
Igualmente, Joe Esposito había asumido desde el ejército el trabajo que le
habían ofrecido a Rex Mansfield y demostró ser un capitán del grupo bueno y
capaz. Luego estaba el primo Harold Lloyd, quien se convirtió en el jardinero
de Graceland, y otro joven primo, Billy Smith, cuya familia había seguido a
los Presley desde Tupelo. Ocho años más joven que Elvis, se convertiría en su
confidente de por vida. Sonny West era un tipo grande y duro que, en caso de

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necesidad, actuaba como guardaespaldas, y el primo de Sonny, Red, así como
Lamar Fike, habían sido tan leales como para seguir a Elvis a Alemania.
Pero, con el paso de los años, fueron muchos otros los que se pusieron a
disposición de Elvis. A menudo sin mucho que hacer, aparte de andar por ahí
y bromear con su jefe, algunos de ellos no parecían más que un grupo de
aduladores, que se limitaban a bromear y asentir en el momento oportuno. Es
conocida la anécdota de que cuando un periodista le preguntó en cierta
ocasión a Junior Smith qué hacía realmente, él simplemente se rio de la
pregunta. «No hago nada», dijo. «Soy el primo de Elvis».
Tampoco fue solo en Hollywood donde Elvis se rodeó de ellos. Graceland
no era únicamente el hogar de su familia, como lo había sido Audubon Drive.
Poco a poco se fue convirtiendo en un pequeño feudo, donde Elvis era el líder
del clan, con parientes que se mudaban a casas rodantes aparcadas en la parte
trasera para hacer compañía a la abuela, mientras el amigo del ejército,
Charlie Hodge, vivía en una habitación en el sótano. Luego estaban sus tíos
Travis Smith y Vester Presley y sus respectivas familias. Siempre estaban ahí,
al igual que el personal que se hacía cargo de la casa y el jardín y que cuidaba
de la finca y de la colección de coches. La mayoría de la pandilla vivía cerca,
en Memphis, pero Graceland era su centro de gravedad y, cuando Elvis estaba
allí, allí es donde estaban ellos, día tras día.
Así pues, él era siempre el foco de atención de todos. Todo en Graceland
giraba en torno a él y, cual lord inglés del siglo XVIII en su mansión, hacía que
todas las normas de la casa se cumplieran hasta en el más mínimo detalle. Por
ejemplo, no soportaba el olor a pescado en su hogar, por lo que estaba
prohibido cocinarlo. Igualmente no estaba permitido que ningún coche viejo
aparcara en la entrada principal. Quería que todo estuviera limpio y ordenado.
Normalmente, la cabeza de un clan es el patriarca, el padre de todos ellos,
un hombre mayor y más sabio. Pero, en 1960, Elvis tenía solo veinticinco
años y aun así era el responsable de todo. Y así era como él quería que fuera.
Le encantaba ser Elvis Presley y le encantaba tener su propia corte y sus
propios cortesanos para atender sus necesidades y deseos, chicos que jugaran
con él cuando él quisiera. Y, como ya hemos dicho, también le gustaba dictar
las normas. Eso no le compensaba la soledad de su vida, pero le hacía sentir
bien, magnánimo y poderoso. Puede que sintiera que no controlaba del todo
su propia carrera, y sabía que el Coronel le mangoneaba. Pero sí controlaba a
los que le atendían y a quienes, a su vez, él mangoneaba.

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Ya tenía recelos sobre Hollywood, y siempre estaba más preocupado de lo
que dejaba ver en público, pero había una forma segura de levantarle el
ánimo: volver a subirse al escenario, algo que no había hecho desde 1958. Así
que, a principios de 1961, el Coronel organizó un concierto benéfico y, tras
convocar a toda la banda con la que Elvis grababa ahora en Nashville, hubo
un ensayo en Graceland y luego dos conciertos en Memphis para veintiséis
organizaciones benéficas locales. Disfrutó con la vuelta a los escenarios, pero
también se sintió halagado cuando, la semana siguiente, la Asamblea
Legislativa del Estado de Tennessee le honró en Nashville con el «Día de
Elvis Presley».
«Este es el mayor honor que he recibido jamás», dijo, agradeciéndoselo a
la asamblea.
Era un gran paso para un chico de Lauderdale Courts.
Pero tal vez lo más revelador fue algo que sucedió después de la
ceremonia. Mientras conducía su nuevo Rolls-Royce de vuelta a casa, se
detuvo en la prisión estatal de Tennessee. Quería visitar al recluso Johnny
Bragg, el joven afroamericano de hermosa voz que había sido el cantante
principal de doo wop de «Just Walkin’ in the Rain», de los Prisonaires. Ese
había sido el primer éxito de Sam Phillips en 1953, uno de los discos que
ayudó a atraer al joven Elvis a Sun. En los ocho años desde que Bragg había
hecho esa grabación, la vida de Elvis había cambiado más allá de lo
imaginable. Para Bragg, aparte de alguna salida con vigilancia armada para
cantar con sus compañeros de prisión, esos mismos ocho años habían
transcurrido en una celda de la prisión, y así sería hasta 1969. ¿Había algo que
pudiera hacer para ayudar?, preguntó Elvis al preso. ¿Necesitaba un abogado?

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Elvis es condecorado en Nashville en 1963 por la Asamblea Legislativa del estado de Tennessee en el
«Día de Elvis Presley». De regreso a Memphis visitaría a Johnny Bragg, un joven afroamericano
encarcelado en la Prisión Estatal de Tennessee que había sido el cantante principal de Just Walkin’ in
the Rain, la canción de los Prisonaires que se convertiría en el primer éxito de Sam Phillips.
© ullstein bild Dtl./ Getty Images

Un par de semanas más tarde, se celebró un segundo concierto benéfico en


Honolulú para hacer una colecta para el fondo conmemorativo del buque de
los Estados Unidos Arizona, el acorazado que los bombarderos japoneses
habían hundido allí veinte años antes. Fue una de las mejores ideas del
representante Parker y, con Elvis vestido una vez más con su chaqueta
dorada, la RCA lo grabó como un álbum en vivo. Si hubiesen tenido algo de
previsión, también lo habrían filmado ellos o el Coronel. De hecho, se habían
puesto en marcha los planes para convertirlo en un programa de televisión
para la NBC, pero, cuando Parker pidió demasiado dinero para su cliente, se
quedó en agua de borrajas, como tantas otras propuestas.

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La tecnología para grabar álbumes en vivo estaba aún en mantillas y
debido a los problemas técnicos el álbum de la RCA no pudo lanzarse hasta
treinta años después, cuando pudo recuperarse parcialmente. Fue una pena,
porque cantando «Reconsider Baby», «I Need Your Love Tonight», «Such a
Night» y «Swing Low, Sweet Chariot», Elvis estaba demostrando el tipo de
música que quería cantar, y lo que mejor sabía hacer, para después terminar
con siete minutos de «Hound Dog», como había hecho en todos los shows
desde 1956.
Cuando salió del escenario en Honolulu aquella noche, él no lo sabía, pero
nunca más volvería a escuchar semejante aglomeración de adolescentes
gritando —al menos, no por él—. No volvería a cantar en público hasta 1968,
cuando el mundo de la música y su papel en él habrían cambiado por
completo.

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«No tenía nada que decir sobre ese asunto»
Elvis sobre Hollywood

El viaje a Hawái de abril de 1961 no fue solo para que actuara en un concierto
benéfico. Lo que realmente le llevó allí fue protagonizar una película de
chicas, sol y canciones, dirigida por Norman Taurog, para la Paramount. Se
llamaba Blue Hawaii [Amor en Hawái] y resultaría ser su película más
taquillera de todos los tiempos, además de proporcionarle un álbum
superventas y darle uno de sus éxitos más duraderos, «Can’t Help Falling in
Love». Sin duda disfrutó el dinero que le trajo, pero no era así como había
imaginado su carrera en 1957.
Con un ligero sobrepeso, algo sobre lo que le llamó la atención sin rodeos
Hal Wallis, se embarcó en una dieta de adelgazamiento antes de que
empezara el rodaje, pero, desde el principio, estuvo deprimido. Las canciones,
varias de las cuales realmente no quería cantar, ya se habían grabado en Los
Ángeles a finales de marzo. Solo le habían interesado «Can’t Help Falling in
Love» y «No More». Ambas se basaban en melodías tradicionales con nuevas
letras en inglés especialmente escritas para ellas. La primera provenía de la
canción de amor francesa «Plaisir d’Amour», mientras que «No More» partía
de la canción española «La Paloma». Tras las nuevas letras escritas para
«Love Me Tender», «Now or Never» y «Surrender», aquello se había
convertido en un camino seguro para que Elvis consiguiera un éxito de ventas
más. De hecho, a pesar del equipo de escritores que trabajaban para Hill and
Range, sería sorprendente las pocas canciones nuevas que a lo largo de toda
su carrera llegarían a convertirse en alguno de sus mayores éxitos, la mayoría
eran grabaciones de otros artistas que habían tenido poco éxito antes de que él
las oyera, o eran revivals de viejas canciones que siempre le habían gustado.
De la banda sonora de Blue Hawaii, «Hawaiian Wedding Song» era un éxito
reciente de Andy Williams, mientras que la canción del título era una típica
canción de Bing Crosby de los años treinta. Las otras canciones eran las que

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sus editores le habían impuesto, y la mayoría eran aburridas o simplemente
bonitas, aunque él no las habría descrito así.
Pero, por no querer parecer ingrato hacia el Coronel, que le decía lo
mucho que le había costado conseguirle aquellos tratos con unas condiciones
económicas tan buenas, Elvis dejó de lado sus reservas y siguió cantando.
«No tenía nada que decir sobre ese asunto», explicaría años más tarde, «así
que lo hacía como si fuera un trabajo sin más»[1], quejándose solo a los chicos
cuando terminaba la grabación o el rodaje del día.
Nunca dijo públicamente lo que pensó al ver la portada del álbum Blue
Hawaii. Pero, con una camisa hawaiana, una guirnalda de flores alrededor del
cuello y un pequeño ukelele en las manos, la imagen estaba tan lejos de la
primera portada de su álbum clásico, en la que parecía estar aullando su
rebeldía sin más, como cabría imaginar. Incluso antes de que la aguja cayera
sobre la primera pista del disco, el mensaje era inconfundible. A los veintiséis
años, el nuevo Elvis, más regordete, con el pelo peinado con laca brillando
como el charol, ya no pertenecía al mundo del rock & roll. Entre todos —
Parker, Hollywood y sus productores musicales— habían convertido al dios
de la juventud que había sido el joven Elvis en un artista soso del montón que
era una mina de oro.
Pero ahí era donde estaba el dinero, le persuadía Parker. Todavía quería
ser rico, ¿no?
Pues sí, quería serlo. Pero, probablemente por primera vez desde que
había conocido a Parker, dudaba del consejo que le daba aquel hombre
mayor. Cuando regresó a los Estados Unidos tras su estancia en el ejército,
había visto lo rápido que estaba cambiando el mundo. Desde siempre
demócrata, había sido partidario de Adlai Stevenson en las primarias
presidenciales («Soy totalmente de Stevenson», dijo. «Yo no entiendo mucho
de estas cosas, pero, tío, te digo que él es el que más sabe»), pero un hombre
más joven, John F. Kennedy, había ganado las primarias y luego la
presidencia. Y, con el reemplazo del anciano presidente Eisenhower en la
Casa Blanca, a medida que los niños del baby boom llegaban a la plena
adolescencia, una nueva actitud juvenil fluía por todo Estados Unidos. En sus
comienzos, Elvis había sido un personaje único, totalmente hecho a sí mismo,
que había conectado con la juventud del país y mucho más allá. Había sido el
momento. Ahora, todavía solo en plena veintena, querían que se dirigiera a un
público mayor y musicalmente menos crítico o menos al tanto de la
actualidad, justo cuando el público que compraba discos era cada vez más
joven. Estaba roto. Pero Parker tenía toda la razón sobre el dinero. Elvis

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quería ser rico, y todavía creía que le debía lealtad a Parker. Y, quién sabe,
cualquier día podía llegar un buen guion de cine.
Así que, para evitar un enfrentamiento y con la esperanza de que las cosas
en Hollywood fueran volviéndose más de su agrado, no se quejó y siguió con
lo que llamaba «el trabajo». Sin embargo, como para mostrar lo que creía que
realmente debía estar haciendo, justo después de acabar el rodaje, lanzó su
versión de un viejo rhythm & blues que Chuck Willis había convertido en un
éxito, «I Feel So Bad», como su siguiente sencillo, con el tema principal de
Wild in the Country en la cara B. Luego, de vuelta a Nashville, grabó dos
canciones de los compositores de Nueva York Doc Pomus y Mort Shuman,
«(Marie’s the Name) His Latest Flame» y la roquera «Little Sister», que
escuchó orgulloso una y otra vez hasta las 7:30 de la mañana. Su sentido del
rock seguía siendo infalible. Juntos, esos dos discos se convirtieron en su
mejor éxito de doble cara desde 1956.
Pero los ingresos por la venta de discos no podían competir con el dinero
de las películas y su carrera discográfica se iba viendo arrinconada, ya que
una película seguía a otra regularmente cada cuatro meses, cada una con un
álbum propio que promocionar.
«No todas las películas eran malas», reflexionaría Elvis más adelante,
ligeramente a la defensiva. «Algunas eran bastante divertidas… entretenidas».
[2]
Así era su siguiente película, Follow That Dream [Persigue tus sueños],
en la que interpretó a un chico hillbilly, sencillo y alegre, que cantaba en
busca de diversión. Con un guion lo suficientemente simpático, le dio la
oportunidad de demostrar su facilidad para la comedia. Pero, tan pronto como
se terminó, volvió a verse ante las cámaras interpretando esta vez a un
boxeador cantante en Kid Galahad [Piso de lona], su sexta película en
dieciocho meses. Eran demasiadas películas.
Para Tom Parker y los Aberbach la fórmula a seguir en lo que quedaba de
los años sesenta estaba meridianamente clara. Elvis tendría que olvidarse de
sus sueños de interpretar papeles serios, o incluso cómicos. Con Loving You,
G. I. Blues y, sobre todo, Blue Hawaii, Hal Wallis había hecho tres exitazos
de Elvis con tramas sencillas, muchas chicas guapas y aun más canciones. Ese
era el camino a seguir, y entre 1962 y 1967 saldría en otras quince más, cada
una con pausas en la trama cada pocos minutos para meter una canción en la
acción.

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Elvis Presley con su manager, el Coronel Tom Parker, en el set de Follow That Dream. El rodaje
comenzó el 6 de julio de 1961 en el tórrido verano de Florida.
© Alamy/Cordon Press

El enorme éxito de Blue Hawaii había cambiado todo. Sin duda era una
cumbre, pero en lo que a películas se refería también era la cima de una
pendiente resbaladiza. Para Elvis sería una larga caída. Cuando, una década
más tarde, le preguntaron por la dinámica en la que se había visto envuelto,
diría con sinceridad: «No es culpa de nadie, excepto mía»[3], y luego

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explicaría lo difícil que le había resultado a sus editores de música encontrar
doce nuevas canciones para cada película.
Vale, tal vez. Pero, ¿acaso sus editores no lo pusieron mucho más difícil
al exigir un tercio de los ingresos que los escritores ingresaban por las
canciones como comisión? De las catorce canciones grabadas para Blue
Hawaii, solo dos no las produjeron por completo una de las dos discográficas
que Elvis tenía con Hill and Range. Para Julian y Jean Aberbach, que eran
copropietarios con él de Elvis Presley Music y su otra compañía, Gladys
Music, y para el primo de ellos, Freddy Bienstock, que ahora era su contacto
profesional con Elvis, comercialmente tenía sentido. También lo tenía para el
Coronel, que, como ellos, tenía una participación en las compañías, y cuyo
25 % más de comisión sobre todo lo que ganaba Elvis siempre aumentaba
todavía más mediante los acuerdos paralelos que hacía con los estudios de
cine, tales como contar con oficinas exentas de alquiler o una tarifa adicional
por lo que Parker llamaba «asistencia técnica».
También debió de tener sentido para Elvis, si no se paró a pensarlo
demasiado. Dirigir la finca que era Graceland, alquilar una costosa casa en
Bel Air y mantener tanto personal a bordo, con alojamiento y salario
incluidos, tanto en Memphis como en California, por no mencionar sus gastos
descontrolados y su despreocupada generosidad, exigía una fuente inagotable
de dinero.
Sin embargo, por más que quisieran, los compositores de Hill and Range
no serían capaces de proporcionar más de treinta buenas canciones nuevas al
año para tres películas.
«¿Qué se supone que debo hacer con este pedazo de mierda?»[4], se
quejaba Elvis a Gordon Stoker de los Jordanaires, cuando se enfrentaba a la
grabación de un tema realmente terrible… para luego proceder
obedientemente a cantarlo. Por supuesto, podía haber ido a ver a los Aberbach
y exigir un material mejor. Pero sabía que eso habría significado conseguir
canciones de escritores distintos de aquellos con quienes Freddy Bienstock
podría negociar un acuerdo de publicación compartida. Y eso les habría hecho
perder dinero a todos. ¿Se le pasó alguna vez por la cabeza que la
compensación que exigían sus productores y representantes era excesiva?
Seguramente. Pero él no era un hombre de negocios, y le habrían dicho que
era una práctica habitual en el negocio de la música.
No era estúpido. Se daba cuenta perfectamente de que las malas canciones
y las malas películas estaban estropeando su carrera. Uno pensaría que habría
sido mejor ganar menos, tener mayores éxitos y estar más satisfecho con las

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canciones. Pero, ¿acaso tenía las agallas para decirle eso a su representante?
Parece ser que no. Odiaba y evitaba el enfrentamiento casi tanto como Parker
amaba el dinero y el control.
Nunca le consultaban, y seguramente ni le contaban, los entresijos de las
negociaciones, pero cuando Hal Wallis se plantó ante las nuevas exigencias
financieras que Parker le pidió, el Coronel simplemente recurrió a otros
estudios de cine en busca de dinero inmediato. Así, en 1961 logró un acuerdo
con la MGM por cuatro películas, según el cual le pagaban a Elvis medio
millón de dólares por cada una, más el 25 % de las ganancias netas, y el
habitual pago adicional al Coronel, además de su comisión. Los Aberbach
controlarían de nuevo las canciones. Sumándolo todo, uno se pregunta si
quedaba dinero suficiente para hacer una película, o al menos una película de
cierta calidad, lo que habría implicado contratar a un buen guionista y a un
director creativo.
Parker nunca ocultó el hecho de que no se leía los guiones. «¿Por qué iba
a hacerlo?», decía. «No van a pagarle a Elvis un millón de dólares y luego
darle un guion pésimo, ¿verdad?». Pero lo hacían. ¿En qué momento se dio
cuenta Elvis de lo absurda que se había vuelto la situación, cuando, siendo
posiblemente el mejor gancho del mundo, accedía a salir en películas sin
haber visto los guiones ni él ni su representante? ¿Qué otra estrella del mundo
habría hecho eso? ¿Podemos imaginar a Paul Newman o Steve McQueen
dejando que gestionaran sus carreras así? La actitud de Parker a veces es
imposible de entender.
«Me sentía obligado a hacer cosas en las que no creía», admitiría
finalmente Elvis. «Estaba prisionero».[5] Pero, ¿acaso se preguntó alguna vez
quién había echado la llave de la cárcel al firmar esos contratos
cinematográficos? ¿Era posible que su necesidad de tener dinero para
financiar su lujoso estilo de vida, sus casas y a sus acólitos hubiera hecho que
él mismo ayudara a echar la llave?

Y, ¿qué hacía el joven que valía la suma sin precedentes de un millón de


dólares por tres semanas de trabajo cuando no estaba rodando? Básicamente
jugaba con sus amigos en Bel Air, o se escapaba a Las Vegas siempre que
podía para ver actuaciones que le gustaban, como las de Fats Domino, Della
Reese y Jackie Wilson.
Pero, sobre todo, pasaba su tiempo libre en California, divirtiéndose con
Scatter, un chimpancé que había comprado, cuyo dueño anterior había
enseñado a hacer un número cómico subiéndoles el borde de la falda a las
chicas para verles las bragas. A los chicos les parecía divertidísimo: a las

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chicas no tanto. A los muchachos también les pareció divertido el espejo
polarizado que instalaron en el vestuario junto a la piscina. Cuando le
preguntaron a Elvis que por qué lo había hecho, si la mayoría de las chicas ya
se desnudaban para él igualmente, al parecer respondió: «Así es más
divertido».
Luego estaban los partidos de fútbol en el parque De Neve, justo al lado
de Sunset Boulevard, contra otros equipos de amigos de Hollywood, como Ty
Hardin, protagonista de la serie de televisión de vaqueros Bronco, Rick (antes
Ricky) Nelson y Johnny Rivers. Podía haber ido a preestrenos de películas
casi cualquier noche, como otras estrellas de Hollywood. Y así hubiera
conocido a guionistas, productores y directores que podrían haberle
aconsejado que le diera un giro a su carrera, pero nunca lo hizo. ¿Se habría
sentido incómodo en una situación así, siendo tratado más como un igual? Tal
vez. Pero el Coronel se habría enfurecido con él si alguna vez hubiera
buscado consejo en otra parte. Así que se quedaba en casa todas las noches
con los chicos y las chicas.
A menudo, mientras se celebraba una fiesta en la planta baja, él cerraba
con llave la puerta de su habitación y llamaba a Priscilla, que todavía estaba
en el instituto en Alemania y a menudo en sus pensamientos, o a Anita, que
casi siempre estaba en Memphis, esperándole. Antes de ello, a última hora de
la tarde, se habría cambiado de ropa. Luego, tras asegurarse de que no tenía ni
un solo pelo con laca fuera de lugar, bajaba las escaleras para unirse a la
pandilla y conocer a las chicas, sentadas como bonitas doncellas, todas en fila,
esperando ser la elegida.
Por una vez, en 1961 no fue a casa por Navidad. Sin poder ver ya a su
madre, y estando Vernon ahora con Dee y, por tanto, sin familia que le
acogiera, no se le había perdido nada allí. Además, estaba furioso porque Dee
había cambiado las cortinas de Graceland cuando él estaba fuera.
«Si cree que se va a hacer cargo de Graceland sin más, está muy
equivocada»[6], fue la respuesta que le llegó a Vernon.
Vernon y Dee y sus tres hijos tendrían que mudarse pronto a una casa
propia en una calle cercana.
En lugar de Memphis, Elvis celebró las fiestas en Las Vegas con los
muchachos y sus esposas y novias y con quien fuera que estuviera saliendo.
Blue Hawaii estaba siendo un éxito de cartelera y en las listas de discos, tenía
dos películas a punto de estrenarse y «Can’t Help Falling in Love» era disco
número uno en Estados Unidos, Reino Unido, toda Europa y hasta en

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Australia, e iba camino de convertirse en uno de sus mayores clásicos de
todos los tiempos. Pero, ¿era feliz? No como lo había sido antes.
El fantasma de su madre todavía estaba presente en su vida. Siempre lo
estaría. Un día le dijo a su amigo Red, que se había puesto a componer
canciones, que «That’s Someone You Never Forget» podría ser un buen título
para una canción. Red recogió el guante y juntos escribieron:
The way she held your hand
The little things you planned
Her memory is with you yet
That’s someone you never forget

[La forma como te cogía de la mano


los pequeños planes que hacíais
su memoria está contigo
es alguien a quien nunca olvidarás]

Nunca dudó de que su madre le estaría esperando; de que se volverían a


encontrar.

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La colegiala que llevaba una pistola en el sostén

A pesar de las distintas relaciones que había tenido en los dos años
transcurridos desde que había dejado el ejército, algunas de las cuales duraron
lo que duraba el rodaje en exteriores de una película y otras no pasaron de una
noche, mientras que Anita seguía siendo su novia de siempre cuando iba a
Memphis, era Priscilla Beaulieu quien, desde el instituto en Alemania, ejercía
mayor poder de atracción sobre él. Cuando él regresó a los Estados Unidos,
ambos, siendo realistas, probablemente imaginarían que los meses de
separación empañarían su fascinación por ella. Pero no había sido así. Él era
impredecible a la hora de mantener un contacto regular, y no le escribía cartas
como había hecho con Anita, cuando no tenía otra cosa que hacer, mientras
estuvo en Alemania. Pero la telefoneaba, generalmente cuando estaba en casa
en Graceland y, cuando lo hacía, las conversaciones duraban horas. Así que,
¿qué es lo que hacía que fuera tan especial para él? La juventud, la belleza y
la virginidad sin duda jugaron un papel, pero había algo más.
Estaba solo cuando la conoció en Bad Nauheim el año posterior a la
muerte de su madre y cuando estaba preocupado por su carrera. Siempre
hablaba con más facilidad con chicas y con mujeres, con quienes asumía una
personalidad más segura y desinhibida, y siempre se sentía más cómodo con
las más jóvenes e inexperimentadas que con las actrices de cine de vuelta de
todo que había conocido en Hollywood. Había tenido necesidad de hablar con
alguien y Priscilla había sabido escuchar. De alguna forma inconcreta le
recordaba como era su madre cuando él era un niño pequeño. Así que,
mientras seguía pensando en ella, y le enviaba los discos que le gustaban o los
nuevos que había grabado él, empezó a sugerirle, primero a ella y luego a sus
padres, que fuera a verle a Los Ángeles, donde, por supuesto, prometió que la
cuidaría y que estaría acompañada en todo momento.
Le llevó un tiempo convencer a sus padres —meses, en realidad—, pero
podía esperar. Tenía otra película que hacer en Hawái, Girls! Girls! Girls!
[Chicas, chicas, chicas], en la que, tras recibir otro toque de atención de Hal
Wallis por su peso, esta vez interpretaba a un piloto de botes de alquiler que

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cantaba. Y, mientras tanto, consiguió otro número uno en la primavera de
1962 con «Good Luck Charm». Era una canción pop bien producida que
había grabado en Nashville, pero que no volvería a cantar nunca más después
de aquella sesión.
Más sorprendente aún es que tampoco volvió nunca sobre la cara B, que
era «Anything That’s Part of You». Aparentemente, la letra de la canción va
de un amante abandonado que intenta aferrarse al recuerdo de una mujer que
lo ha dejado. Sin embargo, Elvis la veía con otro enfoque. Al regresar de
Alemania había visto con tristeza las pertenencias de su madre, todas intactas
desde el día de su fallecimiento, tal como había ordenado, y luego había
hecho que las metieran en cajas y las guardaran en el ático de Graceland. Lo
conservó todo.
La letra de «Anything That’s Part of You»[1] le interpelaba directamente.
«I kept a ribbon from your hair / A breath of perfume lingers there»
[‘Conservé una cinta de tu cabello / queda en ella un halo de perfume…’].
Y luego viene el agonizante lamento final:
No reason left for me to live
[…]
When I’d give all of someone new
For anything that’s part of you

[No tengo razones para seguir viviendo


(…)
Si daría a alguien nuevo entero
Por cualquier parte de ti]

Sus emociones dictaban la forma en que cantaba. Cuando se le


proporcionaba un buen material, subrayaba palabras concretas en la hoja de la
canción para extraer el máximo sentimiento de ellas al cantarlas, mostrando
más convicción dramática en una sesión de grabación de la que tendría jamás
frente a una cámara de cine. Como la mayoría de los grandes intérpretes, para
sacar lo mejor de una canción tenía que creer en las palabras que cantaba. Su
interpretación indica que creía por completo en las palabras de «Anything
That’s Part of You».

Por fin, en junio de 1962, Priscilla, con el pelo recogido en una adolescente
cola de caballo, llegó a Los Ángeles, donde fue a recibirla al aeropuerto, no
Elvis, sino Joe Esposito, a quien conocía de Alemania. La llevaron enseguida
a la casa de Bel Air, donde encontró a Elvis ante una mesa de billar, rodeado
de sus muchachos. Obviamente se alegraba de verla, pero no lo demostró
demasiado ante sus amigos. No habría quedado muy cool.

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Ahora tenía diecisiete años y ya estaba casi crecida del todo, pero su
presencia todavía preocupaba a algunos de los muchachos: la edad legal de
consentimiento en California eran los dieciocho años. Pero eso no preocupaba
para nada a Elvis. A pesar del acuerdo al que había llegado con sus padres,
esa primera noche fue la única en las dos semanas que Priscilla estuvo en los
Estados Unidos en que no se acostó con él, aunque, una vez más, como con
tantas otras chicas, no hubo sexo completo.
«Yo estaba lista», escribiría Priscilla más tarde. «Él no».[2]
Cuando estuvieron juntos en Alemania, ella nunca se tomó las
anfetaminas que él le daba para mantenerla despierta después de trasnochar.
Pero en los Estados Unidos, ya dos años mayor, sí lo hizo, así como los
somníferos que él le pasaba a ella y a los miembros de su pandilla. ¿Pensó
Elvis por un momento que podía estar rompiendo la confianza que los padres
de ella habían depositado en él? Si lo hizo, no le preocupó. Era Elvis, y él y
todos los que le rodeaban se lo estaba pasando bien con las anfetas, así que
quería que ella también se uniera a la diversión. ¿Qué tenía eso de malo?
Para Priscilla, o Cilla, como la llamaba, las pastillas fueron su
introducción a la vida al revés, viviendo de noche, y le siguieron casi dos
semanas en el Hotel Sahara en Las Vegas. A él le encantaban su juventud y su
inocencia, pero, incurriendo en una clara contradicción, también quería que
pareciera más glamurosa de lo que era. Así que a continuación hubo una
sesión de compras compulsivas en la que se gastaron miles de dólares en ropa
y zapatos, de moda, y, a veces, de mal gusto. Luego vino una sesión con una
esteticista, que le puso pestañas postizas extra largas, y finalmente unas horas
con un peluquero, que le tiñó de negro su pelo castaño, como el de él, y,
siguiendo sus instrucciones, luego se lo peinó y se lo onduló hasta que parecía
tener el doble de volumen. En resumen, sepultó en dinero su bonita mirada de
colegiala y la convirtió en una muñeca de fiesta supermaquillada, vestida de
pelandusca y con pestañas postizas. Puede que esa fuera su idea de cómo era
la novia perfecta en Las Vegas en aquel momento, pero, al acicalarla y
moldearla para que se convirtiera en lo que él imaginaba que era su mujer
perfecta, estaba destruyendo la frescura que le había cautivado tanto cuando
se habían conocido por primera vez.
Para una colegiala, la opulencia en la que él vivía, la camarilla de
cortesanos que estaban pendientes de cada una de sus palabras y satisfacían
cada una de sus peticiones, y el mero poder de la extremada fama que él tenía,
eran asombrosos y emocionantes. Pero Priscilla conoció pronto una faceta de
él que nunca había mostrado en Alemania. Un día, mientras le ponía unas

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demos inéditas que había grabado recientemente, le pidió su opinión. Ella
respondió con honestidad. Dijo que le gustaban, pero que prefería sus temas
de rock & roll.
Automáticamente, él explotó, tal como aquellos allegados a él veían con
frecuencia. No le había preguntado qué tipo de música creía ella que debía
cantar, así que le dijo: vociferando «No me digas cómo tengo que hacer mi
trabajo»[3]. Solo quería saber qué pensaba de las canciones.
Priscilla atribuyó el brusco cambio de humor a las anfetas que tomaba a
diario, y seguramente ayudaron. Pero es igualmente probable que, en su
inocencia, ella pareciera estar cuestionando su gusto. Los chicos sabían que
no había que hacer eso nunca.
Volvió a calmarse igual de rápido que había perdido los estribos, y
enseguida estaba otra vez riéndose y siendo encantador. Pero para Priscilla
fue una valiosa lección para su futura vida con él. Su papel no era, y nunca
sería, criticarle. Eso solo podía hacerlo el Coronel.
En cuanto ella volvió a Alemania y al instituto, él se fue a su casa de
Memphis, donde, como siempre, Anita le estaba esperando. Tuvieron lugar
las habituales noches en el parque de atracciones y los pases privados en el
Memphian, donde vieron juntos West Side Story, una película en la que él
podría haber salido si las circunstancias hubiesen sido otras. Pero ahora se
encontraba dividido entre las dos chicas, y un día, mientras les comentaba su
dilema a Lamar Fike y otro miembro del personal, Anita escuchó la
conversación por casualidad. Eso fue el final para ella. Tomó la decisión por
él. Aunque Elvis le suplicó que se quedara, llamó a su hermano para que fuera
a recogerla, se fue de Graceland y nunca más volvió. Al igual que Dixie antes
que ella, aunque pudiera estar enamorada de él, su tiempo con Elvis había
terminado.
Él no se lo tomó bien. Nunca lo hacía cuando le dejaban.
Sin embargo, como siempre, enseguida surgió otra película para distraerle
y, unas semanas más tarde, se fue a Seattle a filmar It Happened at the
World’s Fair [Puños y lágrimas]. Independientemente de lo que pensara
personalmente del guion —en el que en esta ocasión era el piloto cantante de
un avión fumigador— o de las canciones —los fans dejarían clara su opinión
al año siguiente boicoteando cientos de miles de ellos tanto la película como
el álbum—, en público continuó siendo leal a las decisiones de su
representante.
«Si entretengo a la gente con las cosas que hago», le dijo a un reportero
escéptico, «sería un idiota si intentara cambiarlo»[4]. Era un idiota. Y, por no

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engañar, no se engañaba ni a sí mismo.
No obstante, había a la vista una nueva aventura que realmente le
apetecía. «Return to Sender», de Girls! Girls! Girls! había vuelto a colocarle
recientemente en la cima de las listas, por lo que el Coronel empezó a
negociar con la RCA una gira por cuarenta y tres ciudades de Estados Unidos
en 1963. Eso era lo que más le gustaba a Elvis. Pero esa gira nunca tendría
lugar. Parker se había quedado enganchado a la cifra de «un millón»,
alardeando de ello todo el tiempo, y exigió un anticipo garantizado de un
millón de dólares a la RCA. Lo rechazaron. Dijeron que era demasiado para
ellos y propusieron un recorrido más limitado con menos dinero por
adelantado. Para Parker haber cedido habría supuesto perder credibilidad. Se
negó y se perdió una oportunidad. Su avaricia y su ego habían vuelto a dejar a
Elvis fuera del mercado por dinero.

Ahora que Anita se había ido de Graceland, Elvis podría invitar a Priscilla a
que fuera desde Alemania a pasar la Navidad con él. Una vez más prometió a
sus padres que estaría bien cuidada y acompañada, y una vez más no lo
cumplió. Cuando Priscilla llegó y se quejó de que no podía dormir por el
desfase horario, rápidamente le dio un par de Placidyl para que se relajara. Y
se relajó, pero demasiado. Durmió durante casi dos días y se perdió la
Navidad. Los muchachos estaban muy preocupados, y Vernon y la abuela
querían llamar a una ambulancia. Elvis no, y él ponía las reglas. En lugar de
ello, se dedicó a dar vueltas por la habitación sosteniendo a Priscilla en
volandas.
Al final, se despertó ella sola cuando quiso. Pero había sido una
temeridad, y muy peligrosa, no haberle hecho caso a Vernon y haber pedido
atención médica. Aunque nunca tocó las drogas ilegales (al menos, no
entonces), Elvis tendría durante toda su vida una confianza absurda en los
fármacos. Una vez le dijo a un periodista que igual le habría gustado ser
médico si hubiera sido posible, pero lo más lejos que llegó esa ambición fue a
saberse el vademécum, con toda la información de cada fármaco disponible.
Aunque leía continuamente sobre medicamentos y sus posibles efectos
secundarios, siempre fue descuidado con ellos.
Para Priscilla, fue una curva de aprendizaje escarpada, pasando de los
calcetines cortos al cardado y el rímel, y de la historia y el álgebra a las
anfetas y los tranquilizantes, en una casa llena de gente continuamente. El
único lugar donde podía hablar a solas con Elvis era en su dormitorio. Pero
eso le dio la oportunidad de ver lo que pronto sería su hogar. ¿Le gustaría
vivir aquí?, le preguntó él antes de que ella volviera a Alemania.

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Ella dijo que sí, y, aunque sus padres se negaron rotundamente cuando
ella se lo contó, no había mucha gente capaz de decirle que «no» a Elvis por
mucho tiempo. Poco a poco, en largas llamadas telefónicas desde Hollywood,
donde estaba filmando Fun in Acapulco [El ídolo de Acapulco] —en la que
interpretaba a un socorrista cantante y le cantaba «Bossa Nova Baby» a
Ursula Andress—, se dedicó a engatusar al capitán Paul y a Ann Beaulieu.
Estaba decidido. Quería tener a Priscilla con él y, antes incluso de terminar de
rodar la película, el capitán Beaulieu estaba en Los Ángeles entregándole a su
hijastra. Acordaron que viviría en Memphis con Vernon y Dee y terminaría su
último año académico en la Catholic Immaculate Conception High School.
Era todo muy arriesgado. Como mínimo, el Coronel Parker debió de
preocuparse. Técnicamente, Priscilla todavía era una niña. ¿Qué pasaría si se
filtraba que Elvis había metido a su novia colegiala en casa, lo que hizo casi
de inmediato? ¿Qué pasaría si el personal de Graceland hablaba? Podía
arruinar su carrera. Pero no se filtró. El personal no habló. Nunca lo hacían.
Para Priscilla, aquello fue el comienzo de su conversión en un secreto
viviente. Como, hasta que Elvis le compró un Corsair rojo, Vernon la llevaba
y la iba a recoger en coche diariamente al instituto, y un par de amigas
católicas de Dee la llevaban a misa los domingos, no tenía ocasión de hacer
amigos en su nueva escuela, ni de salir con ellos, ni de pedirles que fueran a
su casa. ¡Había tantas cosas que no podía contarle a nadie! Como, por
ejemplo, que a veces llevaba en su sostén, aunque probablemente no debajo
del uniforme escolar, una pistola con empuñadura de nácar, regalo de Elvis.
Fue una época solitaria para Priscilla, y debió de preguntarse si ella y sus
padres habían tomado la decisión correcta. Si sus padres hubieran sabido lo
que estaba pasando en Memphis, habrían sabido que no.
Al vivir una mentira, temerosa de hablar con los chicos por si Elvis
pensaba que estaba coqueteando —y él siempre sospechaba, estaba vigilante
y celoso—, ella, como era de esperar, perdió el rumbo. ¿Cuál era exactamente
su papel en Graceland? Al mismo tiempo, aunque podía pasar mucho tiempo
en la habitación de Elvis cuando él estaba en casa, él todavía se negaba a
tener sexo completo con ella, aunque ella quería hacerlo. En lugar de eso,
como escribió más tarde, la hacía vestirse con su uniforme escolar y luego le
sacaba fotos polaroid sexis[5]. Eso le excitaba. El resto del tiempo veían la
televisión desde la cama.
El motivo por el que la prensa local tardó tanto en cubrir lo que podría
haberse convertido en un gran escándalo solo puede ser la relación que
mantenía con Elvis. Él era el chico de allí que, por así decirlo, había puesto a

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Memphis en el mapa mundial y que hacía generosas donaciones a las
organizaciones benéficas locales. Todo el mundo le quería, y era fácil de
querer. Tendría que haber sido un director de periódico de Memphis más que
valiente el que se hubiera atrevido a cuestionar lo que estaba ocurriendo en
Graceland. Elvis lo sabía. Supuso, con razón, que, en esos tiempos menos
libidinosos, harían la vista gorda. Y así fue.
Cuando un amigable periodista local les vio a él y a Priscilla juntos un día,
y Elvis se detuvo a charlar con él, la conversación fue sobre películas, no
sobre la deslumbrante joven («solo es una amiga») que el cantante tenía a su
lado. Sí, dijo Elvis, había visto Lawrence de Arabia, pero le había
impresionado más Matar un ruiseñor. «Esa sí que es una película
maravillosa»[6], dijo. ¿Estaba pensando también que ese era el tipo de película
que debería estar haciendo, una historia de discriminación racial en el Sur,
algo de lo que sabía mucho? ¿O simplemente se sentía aliviado de que el
periodista no le hubiera preguntado por Priscilla?
Casi antes de que le hubiera dado tiempo de instalar a Priscilla en
Graceland, se fue de nuevo a Hollywood. Naturalmente, esperaba que ella se
quedara en casa; de todas formas, tenía que ir al instituto. Y, como no conocía
a nadie fuera de su círculo, eso fue lo que hizo. Pero probablemente a él
nunca se le pasó por la cabeza serle fiel a ella. No lo fue.

Su siguiente película fue Viva Las Vegas para la MGM, en la que ahora era un
piloto de carreras que cantaba, con la actriz de origen sueco Ann-Margret,
recién llegada de su primer gran éxito como coprotagonista en Bye Bye Birdie
[Un beso para Birdie], una sátira basada en el propio reclutamiento de Elvis.
Había tenido aventuras con algunas de las actrices de películas anteriores,
pero en este caso la cosa fue diferente. Ann-Margret, a quien llamó Thumper
—por el conejo de Bambi—, y él se entendieron bien en cuestión de días. Ella
no tenía pareja y, cuando estaba en Hollywood, él creía que él tampoco.
Él no fue el único que cayó rendido. Thumper cautivó a toda su pandilla,
que se quedaban con la boca abierta cuando Elvis se iba con ella, cada uno en
una Harley-Davidson, sin decirle a nadie dónde iban. Nunca se había
comportado así con ninguna mujer. Pero es que no había conocido antes a
nadie como Ann-Margret. Ella era más que una novia. Era una amiga, y él la
trataba como a una igual. Tampoco había hecho eso antes.
Mientras, en Memphis, Priscilla, que no estaba siendo tratada en absoluto
como una igual, comenzó a leer con creciente inquietud en las columnas de
espectáculos de los periódicos los cotilleos sobre el floreciente romance en
Hollywood. Como siempre cuando le plantaban cara, Elvis mintió. «Ella

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viene por aquí los fines de semana en su motocicleta», le dijo por teléfono.
«Sale y se divierte con los chicos. Eso es todo»[7]. Priscilla no le creyó.
Como película, Viva Las Vegas fue una de las mejores de Elvis, un
auténtico musical dirigido por George Sidney, un verdadero profesional de
Hollywood que previamente había hecho Annie Get Your Gun, Pal Joey y
Magnolia, todas las cuales Elvis había visto. E, independientemente de lo que
creyera Priscilla, Ann-Margret y Elvis funcionaban bien en pantalla juntos.
Una vez más, sin embargo, el problema fueron las canciones. Las mejores
fueron el blues jazzístico «I Need Someone to Lean On» y la prolija y
animada canción principal, «Viva Las Vegas», ambas de Doc Pomus y Mort
Shuman. Pero ambas eran más propias de un musical de Broadway que de
una película. Y aunque «Viva Las Vegas» terminaría siendo un clásico
décadas después, cuando se lanzó inicialmente fue el primer fracaso de Elvis
en las listas. Curiosamente, aunque más tarde actuaría cientos de veces en Las
Vegas, no volvió a cantarla nunca.
Tal vez, el único del equipo que no se enamoró de Ann-Margret fue el
Coronel, lo cual no extrañó a nadie. Los costes de producción de la película
habían sobrepasado el presupuesto, con lo que las ganancias serían menores,
lo que achacó a que se había dedicado demasiado tiempo a la promoción de
Ann-Margret. Así que se quejó a la MGM de que ella tenía demasiados
primeros planos, y se aseguró de que quitaran de la película los duetos que
Elvis y ella habían grabado. Como recordó a los productores, aquella era «una
película de Elvis Presley», no una «película de Elvis Presley y Ann-Margret».

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Elvis y Ann-Margret, a quien él llamaba Thumper por el personaje del conejo de Bambi, durante una
pausa en el rodaje de Viva Las Vegas, en 1963. Ella estaba libre, y cuando él estaba en Hollywood y
Priscilla en Memphis, Elvis creía que él también estaba libre.
© Bettmann/Getty Images

Naturalmente, a Elvis le abochornó la intromisión de su representante.


Pudo y debió haber dicho algo, pero, siendo descortés, no insistió en que
dejaran en la película los primeros planos de Ann-Margret y sus canciones
juntos. Ni siquiera se incluyeron los duetos en el E. P. cuando se estrenó la
película.
Eso podría haber roto muchas relaciones, pero, aunque él regresó a
Memphis en cuanto terminó el rodaje, llamaba a Ann-Margret todos los días.
Tenía un dilema. Se había comprometido con Priscilla, pero ahora no estaba

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seguro. ¿Había cometido un terrible error? ¿Era posible estar enamorado de
dos mujeres al mismo tiempo? ¿O Thumper solo había sido un amor de plató?
Naturalmente, Priscilla se dio cuenta, y en su siguiente viaje a Los Ángeles
para rodar Kissin’ Cousins, insistió en ir ella también.
Kissin’ Cousins fue un nuevo chasco: una epopeya de diecisiete días para
el legendario «Rey del Rapidito», el director Sam Katzman, en la que Elvis
interpretó dos papeles, un soldado que canta y un pueblerino que canta. No
solo era totalmente ridícula, sino que también estableció un patrón de
películas de serie B para los siguientes cuatro años de Elvis en Hollywood. Él
la odiaba. Así que, cuando un día volvió de rodar y Priscilla le pidió cuentas
sobre un artículo en el periódico que decía que Ann-Margret le había dicho a
un periodista londinense que estaba comprometida con el cantante —
declaración que luego ella desmintió—, no estaba de humor para andarse con
paños calientes.
«¡Mira, maldita sea!», le dijo. «No sabía que esto iba a irse de las manos.
Quiero una mujer que entienda que pueden pasar este tipo de cosas. ¿Vas a
ser tú o no?».[8]
Él le había dado la vuelta a la tortilla dándole un ultimátum. A instancias
suyas, Priscilla regresó a Memphis y, aunque él había prometido no volver a
ver a Ann-Margret, lo hizo. Cuando unas semanas más tarde, el 22 de
noviembre, el presidente Kennedy fue asesinado en Texas, pasaron el día
juntos en su casa de Bel Air viendo las imágenes televisadas de Dallas toda la
tarde hasta la noche.
Luego, de repente, ya era Navidad y estaba de vuelta en Graceland con
Priscilla. Aunque seguiría viendo a Thumper, y ambos continuarían siendo
amigos durante el resto de su vida, el romance estaba llegando a su inevitable
conclusión. Él quería una mujer a la vieja usanza, alguien que estuviera
siempre en casa esperando a que regresara. Esa no era Ann-Margret.
No está claro que Priscilla hubiera comprendido del todo ese aspecto de la
oferta cuando accedió a vivir en Graceland. Pero ella era la que Elvis había
elegido para ese papel.

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24
«Si podemos controlar el sexo, entonces podremos
controlar todos los demás deseos»
Elvis a Priscilla

Había visto venir a los Beatles. Al principio, había sido apenas vagamente
consciente de su presencia en las listas de éxitos británicas, pero, poco a poco,
a medida que 1963 iba pasando e iban teniendo número uno tras número uno
en el Reino Unido, se fue interesando cada vez más por ellos. Pero solo
cuando llegaron a los Estados Unidos a principios de 1964, se dio cuenta
Elvis de verdad de que estaba sucediendo algo completamente nuevo. Con
Priscilla en Graceland, estaba disfrutando de un descanso en Las Vegas con
los muchachos cuando vio la primera aparición del grupo en The Ed Sullivan
Show el 9 de febrero. La emoción que había en el estudio de televisión de
Nueva York y la histeria que se iba levantando por todo Estados Unidos, le
resultaban muy familiares a Elvis. Pero esta vez no era por él. Únicamente
habían pasado siete años desde su última aparición en The Ed Sullivan Show,
pero parecían décadas. Con veintinueve años nada más, era solo seis años
mayor que John Lennon, pero cuando los Beatles coparon las conversaciones
y los periódicos, de repente se sintió desfasado.
El mayor mercado para sus discos después de los Estados Unidos siempre
había sido el Reino Unido y, a través de la RCA y de Freddy Bienstock de
Hill and Range, había seguido con despreocupación, aunque halagado, las
listas de allí. Puede que el volumen de discos vendidos en Gran Bretaña no se
acercara al de Estados Unidos, pero había tenido más números uno allí, varios
de los cuales ni siquiera habían salido como sencillos en Estados Unidos. Pero
ahora los Beatles dominaban totalmente las listas británicas.
Como a muchos estadounidenses, cuando vio por primera vez a los
Beatles en un noticiero, le hicieron gracia. No se parecían a nada que hubiera
visto antes, como no fuera una película de los hermanos Marx, y cuando sus
discos se lanzaron por primera vez en los Estados Unidos en varios sellos
pequeños los pinchadiscos los habían ignorado. Pero luego, justo después de

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la Navidad de 1963, respaldada por una enorme campaña publicitaria de
Capitol Records, «I Want to Hold Your Hand» se había catapultado por
encima de todo lo que había en las listas de éxitos de los Estados Unidos hasta
llegar al número uno en menos de tres semanas. Y ahora todas las emisoras de
radio que sintonizaba los tenían puestos prácticamente todo el tiempo.
Cuando Elvis estuvo por primera vez en The Ed Sullivan Show, había
conseguido la mayor audiencia televisiva de la historia. Ahora había una
audiencia aún mayor viendo a los Beatles.
A sugerencia del Coronel, envió un telegrama abierto al grupo dándoles la
bienvenida a los Estados Unidos:
«Felicitaciones por vuestra aparición en The Ed Sullivan Show y vuestra
visita a América», decía. «Esperamos que vuestros compromisos sean un
éxito y tengáis una visita agradable». Firmado: «Elvis y el Coronel».[1]
Fue un gesto amable, si bien poco entusiasta, de reconocimiento del
hombre al que la prensa todavía llamaba el Rey del Rock & Roll a una nueva
banda de jóvenes aspirantes. Un gesto fácil, pero sin demasiado sentido y
apenas sincero. Elvis no le deseaba éxito a los Beatles. ¿Cómo iba a hacerlo?
Se habían convertido en unos serios rivales. Estaba celoso de ellos. Algunos
de los muchachos trataron de tranquilizarle, riéndose de ellos y diciendo que
eran flor de un día, pero él ya había oído eso antes, cuando sus detractores
habían hablado de él, y luego resultó que no podían haber estado más
equivocados.
Pero había algo más. Mientras que él había soliviantado a padres y
maestros, y, al parecer, a toda la población estadounidense mayor de
veinticinco años, los Beatles gustaban a todo el mundo, desde los niños hasta
los estudiantes de secundaria, los universitarios, los padres y los críticos de la
prensa, incluso a The New York Times. De la noche a la mañana parecía como
si el país entero hubiera caído en un estado de amor colectivo hacia ellos. La
forma en que sacudían sus recién lavadas melenas de chica y soltaban luego
una especie de chillido agudo todos juntos, y sus respuestas graciosas y
atrevidas con sus extraños acentos de Liverpool, le hacían gracia a la gente.
Nunca habían oído a nadie hablar así antes.
Mientras veía sus ruedas de prensa televisadas, repetidas hasta la
saciedad, reflexionaba sobre todas las veces que él había hablado con
periodistas y entrevistadores de televisión, y pensaba en el cuidado que había
tenido siempre en ser respetuoso. El Coronel había insistido en ello, y le había
resultado fácil comportarse con una discreta deferencia. Pero a aquellos
chicos el respeto les deba igual. Eran unos bromistas descarados, y una parte

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de él envidiaba que pudieran repartirse entre cuatro la carga de la fama.
Cuando escuchó sus discos por primera vez, y cuando les vio actuar, se
preguntó al principio cuál era el cantante principal y dónde residía el poder
del grupo. Pero luego, después de decidir que había dos líderes y que los otros
dos también cantaban a veces, se preguntó cómo debía ser compartir el
estrellato por igual. Desde el comienzo de su carrera, Scotty, Bill o D. J.
nunca habían sido el foco de atención. Y nunca se les había ocurrido a
ninguno de ellos que debían serlo. Los Beatles lo hacían todo de una manera
diferente. Eran estrellas los cuatro.
Musicalmente, le desconcertaban. Como banda no eran tan buenos como
el Nashville A-Team que ahora le acompañaba a él, pero, ¿eran más
innovadores? Sí, probablemente lo eran. Le recordaban a los Everly Brothers,
y aunque en sus primeros discos sus armonías parecían más irregulares que
las de los Everly, tenían un impulso juvenil compartido que daba a entender
que se lo estaban pasando de miedo juntos. Era imposible que no le gustaran
sus primeros discos; su tema favorito era «I Saw Her Standing There»[***].
«Ella tenía solo diecisiete, ya sabes a qué me refiero…». Sí, él sabía
exactamente a qué se referían. Pero luego se enteró de que, igual que él,
habían versionado canciones de Little Richard y Chuck Berry, y supo apreciar
el trabajo duro y la pericia que tenían tocando y cantando. Puede que
parecieran una banda maja de chicos ingleses de pelo largo, pero eran
músicos experimentados, que no solo tocaban y cantaban, sino que también
componían y escribían sus propios éxitos. Así que, dijera lo que le dijera su
pandilla, él sabía que eran formidables.
No lo pensó de inmediato, pero, mientras les observaba, se dio cuenta de
que se estaba produciendo un cambio musical, que el ritmo de las
composiciones de Lennon y McCartney era más lento y el compás más
pronunciado. Por lo general, él había tocado sus canciones de rock de doce
compases a toda velocidad, con las que los chicos podían bailar el jive antes
de que llegara y pasara la locura del twist. Pero ahora se bailaba de forma
diferente: individualmente, no por parejas. Los discos de los Beatles eran
buenos para bailar, dijeron los chicos. ¿Valían también sus discos para bailar
en ese momento? «Devil in Disguise», que había sido su último gran éxito el
verano anterior, cambiaba de ritmo varias veces. ¿Se podía bailar al ritmo
como se bailaba ahora, de la forma en que bailaban los éxitos de la Motown,
con ese ritmo uniforme y constante del compás 4/4 de «cuatro en la pista»?
Siempre se había preocupado, inseguro de sí mismo. ¿Tenía ahora algo de lo

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que preocuparse realmente? El Coronel creía que no. Al menos eso fue lo que
le dijo. Pero el Coronel no sabía nada de música.
Un mes antes de que los Beatles llegaran a los Estados Unidos, Elvis
había estado en Nashville para grabar la canción de Chuck Berry «Memphis,
Tennessee». Parecía hecha para él y, tras un intento fallido anterior, estaba
seguro de que por fin le había hecho justicia a la canción. Siendo una canción
que tocaban las bandas de música por todo el país, creía que era su mejor
grabación de rock & roll desde «Little Sister». La sacaría pronto. Pero aún no.
¿Por qué aún no? ¿Acaso le preocupaba que en medio de la vorágine de
los Beatles les pasara desapercibida a los pinchadiscos? Tal vez. Así que
esperó un poco más y, mientras, le puso una demo a los amigos, incluido
Johnny Rivers, quien, como muchos otros artistas, ya la cantaba en sus
propias actuaciones. A Rivers le gustó lo que escuchó y, rápidamente,
mientras Elvis esperaba, lanzó su propio single de la canción, que enseguida
llegó al número uno. El que duda está perdido. De repente, Elvis se dio cuenta
de que estaba rodeado de rivales. Podía haber lanzado su propia versión de
inmediato, pero no lo hizo.
«No quiero volver a ver el culo de Rivers por aquí nunca más», dijo
furioso, y aparcó a un lado su preciada grabación para meterla discretamente
en un álbum posterior.
Solo había fallado en elegir el momento oportuno. Cuando Carl Perkins
estaba en el hospital en lugar de en la televisión promocionando «Blue Suede
Shoes», Elvis había aprovechado para hacer suya la canción. Ahora Johnny
Rivers le había ganado por la mano con «Memphis, Tennessee». Así era el
negocio de la música. Él lo sabía. Pero, simbólicamente, negándose siquiera a
plantarle cara a Rivers y a la beatlemanía con un disco de rock, estaba
reconociendo la derrota.
Mientras tanto hubo otra película más. Se titulaba Roustabout [El
trotamundos], y era una historia de un trabajador de un parque de atracciones
que cantaba. Al leer el guion, ¿se consolaría pensando que él era una estrella
de cine y que los Beatles no eran más que un grupo de pop británico? ¿Que él
había evolucionado y que sus ingresos por las películas eran ahora casi tres
veces mayores que los de la música y los discos? ¿O miró las páginas del
travieso guion y recordó que ya le habían contratado para otras dos películas
tontas ese mismo año?
¿Y qué pensó cuando abrió la revista Billboard el 4 de abril y vio que los
Beatles tenían los cinco mejores sencillos en las listas de los Estados Unidos y

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los dos mejores álbumes? No es de extrañar que perdiera los estribos en el
estudio, donde solía ser tan educado.
Cuando estaba listo para grabar una canción de Roustabout y le pidió a los
Jordanaires que le ayudaran con los coros, el director fue corriendo hasta él y
le dijo:
—Elvis, creo que no entiendes dónde va a ir esta canción en la película.
Vas por la carretera en una moto, cantando. Si los Jordanaires cantan también,
¿dónde se supone que deben salir?
Elvis se quedó mirándole.
—En el mismo maldito lugar donde está la banda —ladró.

Incluso aunque hubiera querido, ya no podía ir a la iglesia, pero no había


perdido nunca la religión y el sentido espiritual que sus padres le habían
inculcado. En casa, le encantaba contar animadamente a Priscilla y a los
muchachos las historias de la Biblia como un enérgico predicador sureño —lo
cual, para su desgracia, todos encontraban divertido—. Pero su sorprendente
ascenso a la fama había sido tan repentino que nunca había tenido tiempo, ni
ánimo juvenil, para analizar su extraordinaria situación, suponiendo, como
todos los demás, que no duraría.
Pero había durado, y se había extendido y crecido. Y, cuando ahora lo
pensaba en aquellas horas solitarias en que los somníferos no le hacían efecto,
se preguntaba una y otra vez: ¿Por qué? ¿Por qué se había convertido en uno
de los hombres más famosos de la tierra? ¿Por qué se le había dado aquella
voz particular que llegaba a tantos millones de personas? ¿Por qué él? ¿Era un
elegido? Su madre solía pensar que sí. Pero, si era así, ¿era por alguna razón
en particular? ¿Por qué su gemelo, Jesse, había muerto al nacer y no él? Su
religión le había enseñado que Dios tenía un propósito para todo lo que
ocurría. Y él creía en eso. Entonces, ¿significaba eso que Dios le había dado
esa voz y ese aspecto con un propósito especial? Si era así, ¿cuál era ese
propósito?
Una parte de él tal vez habría argumentado que había sido una cuestión de
suerte que hubiera heredado su atractivo y sus genes musicales de sus padres
y antepasados —incluso de Morning Dove—, que la muerte de Jesse podía
haber sido el resultado de la falta de cuidados prenatales de su madre, que las
técnicas de grabación y las comunicaciones del siglo XX eran las que habían
hecho posible la difusión de su encanto, y que, como él había dicho a
menudo: «Yo simplemente llegué al negocio de la música cuando todavía no
había modas»[2]. Además, el hecho de que fuera estadounidense, que hablara

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inglés, explicaría mejor su proyección universal que cualquier plan divino. A
ello, si se le hubiera consultado a un musicólogo, podría haber añadido que el
haber nacido y haberse cultivado musicalmente en esa encrucijada particular
de la historia racial y cultural donde se encontraba, también podría haber
desempeñado un papel muy importante.
Habría entendido todo eso. Pero luego otra voz le habría preguntado por
qué Dios había decidido que fuera él el beneficiario de esos genes y todas
esas influencias. Entonces, ¿cuál era su papel en el gran diseño de Dios?
Si su madre hubiera estado viva todavía, podría haberle hablado de todo
esto, y ella habría intentado ayudarle y dirigirle de nuevo a la Biblia, donde,
según le había dicho ella, estaban todas las respuestas. Pero ella ya no estaba
allí para ayudarle.
Pero lo estaba otra persona. Era un peluquero llamado Larry Geller, que
trabajaba para Jay Sebring, el mejor estilista masculino de Hollywood de la
época —el mismo desafortunado Jay Sebring, por cierto, que sería asesinado
junto con Sharon Tate y otros por la banda de Charles Manson en 1969—.
Geller, como muchos otros, estaba interesado en las religiones alternativas
de la New Age que estaban surgiendo en California en los años sesenta, y en
eso, un día, por casualidad, cuando el peluquero habitual de Elvis no estaba
disponible, le pidieron que fuera a Bel Air para sustituirle. De alguna manera,
mientras le cortaba el pelo con las tijeras, Elvis empezó a hablar de su madre
y de su religión, y pronto descubrió que, para él, Geller tenía un lado más
espiritual que cualquier otra persona que hubiera conocido desde que era
niño. Pero Geller no predicaba lo que se predicaba en Misisipi. Mientras
escuchaba la teoría de Geller de que la vida era un viaje para encontrar el
propósito mismo de la vida, Elvis se dio cuenta de que encajaba exactamente
en todas las preguntas ensimismadas que él se había estado haciendo.
Dándose cuenta de que tenía ahí a un discípulo, al día siguiente Geller se
presentó en la Paramount con una colección de libros para que Elvis los
leyera, sobre todo volúmenes de religiones orientales, e incluyendo uno
titulado Autobiografía de un yogui. Hubo más después: entre ellos, La
libertad primera y última de Krishnamurti y El profeta, de Kahlil Gibran, así
como libros de cosmología, numerología y metafísica. En el colegio, Elvis
nunca había tenido un interés académico especial, pero ahora leía
indiscriminadamente todo lo que le daban, garabateaba notas en los márgenes
de los libros y pasaba horas hablando con Geller.
Estando como estaba sujeto a obsesiones repentinas, no se cansaba nunca
de su nuevo objeto de interés, por lo que convenció a Geller para que dejara el

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salón de peluquería de Jay Sebring y se convirtiera en su peluquero personal
y, de paso, en su consejero espiritual. No es de extrañar que a los muchachos
no les hiciera mucha gracia. Algunos pensaban que Geller le estaba lavando el
cerebro a su jefe; otros, que era ridículo, una especie de Rasputín, y le
llamaron el «Gurú». Todos estaban celosos de las confianzas que se había
cogido rápidamente con Elvis. Como en la corte de cualquier monarca
francés, había facciones y rivalidades, y Larry Geller era una molestia para
todos.
Por su parte, Priscilla tenía sentimientos encontrados hacia el peluquero y
la influencia que ejercía. Si bien, por un lado, le gustaban él y su esposa,
también le frustraba y le asustaba que Elvis se dejara absorber hasta tal punto
por las teorías cósmicas que dejara de interesarle todo lo demás, incluido
tener cualquier tipo de relación sexual con ella.
«Tenemos que controlar nuestros deseos para que no nos controlen ellos a
nosotros», le decía Elvis. «Si podemos controlar el sexo, entonces podremos
controlar todos los demás deseos».[3]
Lo peor de todo era que él esperaba que ella leyera también los libros, y si
se dormía, agotada por la forma en que predicaba una y otra vez sobre la
metafísica, la despertaba para leerle un «pasaje particularmente esclarecedor».
Fuera cual fuera la razón, bien que estaba profundamente deprimido por
su carrera, o bien que los cócteles de anfetaminas y barbitúricos que tomaba a
diario le confundían los sentidos, se convirtió en uno de los primeros adeptos
a una nueva moda y quería compartirla con ella. Priscilla, con los pies más en
la tierra, fue incapaz de seguirle, lo que a él le molestó.
Como era de esperar, cuando vio cómo estaba perturbando a su cliente, el
Coronel se enfureció con «la mierda» y la «manipulación mental» de Geller,
como lo llamaba, y se preocupó especialmente cuando Elvis comenzó a
hablar de formar una comuna o irse a un monasterio «para conseguir el
equilibrio emocional».
«Has desperdiciado tu vocación», le dijo Parker a Geller, insinuando que
el peluquero debería haber sido un hipnotizador profesional, lo que para los
chicos era más que irónico. Algunos de ellos sospechaban que el propio
Coronel tenía algo de hipnotizador.
Con periodos de intensidad espiritual fluctuando con otros menos
obsesivos, las aventuras de Elvis con la metafísica y los místicos cósmicos y
orientales duraron dos años enteros a mediados de los años sesenta, y cuando
estaba en Los Ángeles, se iba por su cuenta por Sunset Boulevard hasta el
Self-Realization Fellowship Lake Shrine, un santuario cerca de Pacific

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Palisades. Por entonces, no era raro que las estrellas de rock se involucraran
en el misticismo o que sintieran curiosidad por el LSD, como hizo Elvis a
través del libro de Timothy Leary sobre la droga alucinógena, La experiencia
psicodélica. De hecho, Priscilla y él, junto con algunos de los chicos, llegaron
a probar el LSD. Lo sorprendente era que Elvis —que para entonces era
considerado tan convencional que apenas podían mencionarle en una revista
de rock que se preciara—, estaba secretamente a la vanguardia del estilo de
vida contracultural, del «déjalo, ponte, engánchate».
Geller decía que la nueva autosuperación hacía que Elvis fuera más
generoso que nunca, lo que desesperaba a Vernon, que se pasaba los días con
el contable, angustiado, tratando de controlar lo que veía como un derroche
temerario por parte de su hijo. No debió de ser nada fácil para nadie de la
familia ni del séquito estar cerca de un hombre deprimido que, mientras
conducía por el desierto, vio una visión en el cielo que pasó de ser la cara de
José Stalin a ser la de Jesús. Eso era lo que Elvis dijo que había visto.
Así que cuando durante una visita al líder llamado Sri Daya Mata (de
nombre real Faye Wright, de Salt Lake City) que vivía en el balneario del
Self-Realization Fellowship, este disuadió amablemente a Elvis de sus planes
de abandonar su carrera de cantante para difundir la palabra, Priscilla, el
Coronel, Vernon y los muchachos se sintieron aliviados. Tal como dijo Mata
diplomáticamente, eso no era lo que Dios tenía previsto para él.

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«Lo único peor que ver una película mala es salir en
ella»

A mediados de los años sesenta, en lo que respecta a su carrera musical, Elvis


estaba dormido. Al enganchar una película tras otra, no sabía qué hacer en lo
musical. Alejado de los escenarios demasiado tiempo y desconectado de los
fans, había perdido la seguridad en sí mismo. En su última sesión de
Nashville antes de la invasión británica, había grabado una nueva canción
llamada «It Hurts Me», escrita por Charles E. Daniels —más tarde de la
Charlie Daniels Band—, junto con el hombre que pronto produciría álbumes
de Bob Dylan y de Simon y Garfunkel, Bob Johnston (pero firmando como
Joy Byers, el nombre de su esposa). Era otra de sus angustiadas baladas, de
corazón destrozado, pero cuando se lanzó como cara B del éxito formulario
de poca monta «Kissin’ Cousins», pasó desapercibida entre el lodazal de
canciones malas de películas.
Así que, aquí estaba él; el revolucionario musical que hacía menos de una
década había dejado a todo el mundo boquiabierto con «Don’t Be Cruel» y
«Lawdy Miss Clawdy» ahora se limitaba a cantar como podía «Fort
Lauderdale Chamber of Commerce» en la película Girl Happy [Loco por las
muchachas]. Luego vinieron canciones como «Go East, Young Man» cuando
interpretaba a un jeque que canta en Harum Scarum [A lo loco], o «Petunia,
the Gardener’s Daughter» de la película Frankie and Johnny [Frankie y
Johnny], y «A Dog’s Life» de Paradise, Hawaiian Style [Paraíso hawaiano].
Lo mejor que se puede decir de cualquiera de ellas, y de docenas más como
ellas, es que al menos no eran «Song of the Shrimp» [‘La canción del
camarón’] de Girls! Girls! Girls! No es de extrañar que estuviera frustrado.
Como él mismo admitiría más tarde: «Cuando llegaba el guion de la
siguiente película, leía solo unas pocas páginas y sabía que era la misma
trama que la vez anterior, pero con los nombres cambiados».[1]
Marginado en las sesiones de grabación de las bandas sonoras, Scotty
Moore, al que habían degradado y ahora solo tocaba la guitarra rítmica a
cambio de una tarifa, se guardaba sus tristes opiniones para dentro. Desde su

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punto de vista, ni el Coronel Parker ni Freddy Bienstock de Hill and Range
estaban pensando en qué era lo mejor para Elvis. Tenía razón. Pero tampoco
era menos frustrante para los ejecutivos de la RCA de Nueva York y
Nashville a quienes les costaba que su estrella más importante, y más rentable
en su día, grabase cualquier cosa que no fueran álbumes de bandas sonoras,
que con el paso de los años iban vendiendo cada vez menos. Habiéndole
cedido al Coronel hacía tiempo el control de lo que se incluía en los álbumes
de Elvis, poco podían hacer. Y Parker veía los discos simplemente como otra
parte de la promoción de las películas. Ahí era donde estaba el dinero de
verdad, ¿no? Bueno, tal vez.
Parker era incapaz de verlo, pero el negocio de la música estaba
cambiando rápidamente en los años sesenta, a medida que los compositores
querían cada vez más ser ellos mismos artistas discográficos, y estos, al igual
que los que se conformaban con escribir solo las canciones, no estaban ya tan
dispuestos a ceder sus derechos de autor para que Elvis grabase su trabajo.
¿Por qué iban a hacerlo? Puede que esa política funcionase en los años
cincuenta cuando conseguir que Elvis cantara una canción suya era como si
les hubiese tocado la lotería, tan grandes eran sus cifras de ventas. Pero ese ya
no era el caso. No solo era codicioso que los Aberbach y Parker continuaran
con esa especie de chantaje de la industria musical («¡Danos una parte de los
beneficios de tu canción o Elvis no la graba!»), era de muy poca visión de
futuro.
¿Alguna vez se les ocurrió que, en lugar de intentar sacarle al exhausto
equipo de escritores de Hill and Range una canción más para una película
floja, podían, por ejemplo, haber llamado a John Lennon y Paul McCartney y
preguntarles si querían escribir una canción para Elvis? Los dos habrían
cogido la oportunidad al vuelo, siempre y cuando no hubiera habido nada de
eso de dar a Hill and Range un tercio de los derechos de autor que les
correspondieran como autores. Pero, por supuesto, nunca les preguntaron a
Lennon y a McCartney tal cosa, ni tampoco a otros compositores importantes
de la época.
Cuando Elvis cantó «Memphis, Tennessee» de Chuck Berry, fue porque,
por una vez, había decidido que quería hacer justamente eso y no había nada
que Parker o los Aberbach pudieran hacer para detenerle. Pero, ¿por qué no se
decidía más a menudo? ¿Por qué esperó hasta 1969 para grabar una canción
de Burt Bacharach? ¿Por qué no se enfrentó a Parker e insistió en que se
corriera la voz entre los mejores compositores de la industria de que estaba

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buscando material nuevo, sin cláusulas de reparto de derechos de autor? ¿Por
qué no se mantuvo firme? ¿Qué razón podía tener para ser tan obediente?
La respuesta solo puede ser miedo. Gracias al acuerdo de Hill and Range
con Parker y los Aberbach, él se había hecho rico, y estaba agradecido con
Parker por haberle sacado a él y a su familia de la pobreza de lo que él
llamaba «el hombre trabajador corriente», que era como esperaba que se
desarrollara su vida. Sin embargo, tanto él como su padre tenían ahora miedo
de que, si protestaba demasiado y se negaba sin más a hacer las cosas que
Parker insistía que eran por su bien, el Coronel lo largara. ¿Y luego qué? El
espectro de la pobreza de su infancia y los repetidos traslados de un hogar a
otro que sus padres habían sufrido nunca le abandonaron. Graceland era ahora
su hogar y su castillo, y haría lo que fuera para conservarlo, incluso hipotecar
su talento.
Ni Vernon ni él eran escrupulosos con el dinero. Si lo hubieran sido, no le
habrían permitido a Parker quedarse con un porcentaje tan alto o tener tantos
acuerdos paralelos. Tampoco Elvis tenía grandes planes de pensiones a largo
plazo, inversiones en acciones o complicadas estrategias financieras para
ahorrarse impuestos.
«Yo no tengo nada que ver con los asuntos financieros de Elvis», le diría
Parker grandilocuentemente a este autor en 1969. «El señor Vernon Presley se
encarga de eso».
Y Vernon se encargaba básicamente de una forma muy sencilla. Cuando
llegaba el dinero lo metía en el banco de Memphis para poder gastarlo cuando
fuera necesario. Y, desde luego, se gastaba. En 1962, cuando Elvis ya debía
de haber ganado muchas decenas de millones de dólares, se vio obligado a
pedir una hipoteca de 134.000 dólares para comprar el terreno de enfrente de
Graceland al otro lado de la autopista 51, para evitar que nadie más (una
gasolinera o un supermercado, por ejemplo) lo comprara y tuviera una vista
directa de su casa.
Para todos los que le rodeaban y para el mundo en general, era
extraordinariamente rico, la estrella de rock única, arquetípica y poderosa, que
estaba en condiciones de hacer lo que quisiera e ir a donde quisiera. Pero no
era así como lo veía él. Dijo en numerosas ocasiones que quería hacer una
gira por Gran Bretaña, pero nunca la hizo. Pero es que no se trataba de lo que
él quería, sino de lo que Tom Parker quería, o, en este caso, no quería.
Algunos de los chicos no dejaban de preguntarse unos a otros cómo
lograba Parker dominar tan fácilmente al cantante que a ellos les mandaba
prácticamente como si fueran su servidumbre. Pero no era difícil. Todo lo que

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Parker tenía que hacer era señalar que no solo ya se habían firmado muchos
de los contratos para las películas, sino que el dinero que Elvis estaba
ganando con la música no se podía comparar con la cantidad que Hollywood
le estaba pagando. Elvis no tenía más que mirar las cifras que sus contables
presentaban a Hacienda para verlo. En 1964, declararon que había ingresado
1.508.000 dólares por las películas, y solo 506.000 dólares por la música, de
los cuales pagó 784.000 dólares en impuestos. Durante todos los años sesenta
ganó al menos tres veces más con las películas que con la música. Las
películas, diría Parker, se hacían rápidamente, eran extremadamente rentables
y proporcionarían un flujo de ingresos durante años.
Incluso aunque Elvis hubiera estado dispuesto a arriesgarse a tener un
recorte en los ingresos a cambio de mejores canciones que cantar, desde luego
ni al Coronel ni a los Aberbach y Freddy Bienstock de Hill and Range les
habría hecho ninguna gracia. Así que, atrapado en su estilo de vida lujoso y la
avaricia de su representante y sus productores, Elvis aparecía puntualmente en
los platós de rodaje tras aprenderse sus líneas en el coche de camino al
estudio, y luego aliviaba su frustración haciendo kárate, rompiendo tablas de
madera con sus colegas entre una escena y otra, y volvía corriendo a Bel Air
en cuanto terminaba el rodaje, listo para pasárselo bien.
El estudio de grabación había sido en su día su sala de control, donde
repetía las canciones que le gustaban un y otra vez, buscando el poquito de
magia que hacía falta para hacerlas especiales. Pero a partir de 1963, cada vez
más, comenzó a permitir que la banda grabara sin él el acompañamiento para
las bandas sonoras de las películas, y más tarde mezclaba su voz, perdiendo
de ese modo la oportunidad de ajustar las canciones y los arreglos. Gordon
Stoker, de los Jordanaires, recordaba cómo, a medida que Elvis se
desesperaba más y más, se iba separando inconscientemente del micrófono al
cantar.
Al final, decía Stoker, «el ingeniero del estudio colocaba el micrófono lo
más cerca posible de la pared y Elvis se apoyaba en ella… Luego le ponían
una caja de resonancia para realzar su voz. El material era tan malo que no se
sentía capaz de cantarlo».
Así es cómo era ser Elvis Presley a mediados de los años sesenta, una
figura cada vez más patética, de cuyas actuaciones él mismo se burlaba
cuando veía sus películas con su pandilla.
«¿Quién es ese tipo de Memphis que hay ahí hablando tan rápido?»,
bromeaba con amargura.

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Y luego volvía a mencionar un artículo de periódico que había leído sobre
Hal Wallis. Hablando de su última película, Becket, protagonizada por
Richard Burton, Peter O’Toole y John Gielgud, y que ganaría seis Óscar,
citaba una declaración del productor que decía: «Para poder hacer las
películas artísticas hay que hacer las comerciales de Presley»[2]. Eso le había
dolido. Al igual que le había dolido el comentario del Coronel en Los Angeles
Times de que «las películas de Elvis Presley no se van a llevar ningún premio
de la Academia. Para lo único que sirven es para ganar dinero»[3].
Es muy posible, incluso probable, que Elvis nunca hubiera triunfado como
un actor de verdad, y que Parker nunca hubiera logrado conseguirle un papel
protagonista dramático sin canciones de por medio. Puede que su enorme
fama por ser simplemente Elvis lo hubiera impedido siempre. Pero con el
paso de los años, comenzó a darse cuenta de que tanto Wallis como Parker no
habían sido, desde el principio, muy honestos con él. Había confiado en ellos
y ellos se habían aprovechado de él. Como diría con tristeza: «Lo único peor
que ver una película mala es salir en ella»[4].

Pero si no estaba haciendo discos y no estaba de gira, y ninguna de las


películas le llevaba más de un mes, incluidas las pruebas de vestuario y las
sesiones para grabar el álbum, eso significaba que solo estaba trabajando
como máximo cuatro meses al año. Para muchas estrellas de cine, y de hecho
también para muchas estrellas de rock, eso sería lo correcto. Pero, desde su
época de estudiante, a Elvis siempre le había gustado trabajar.
Era una persona inquieta, que pasaba las noches despierto y que
necesitaba ocupar su tiempo. Así que, cuando estaba en Memphis, y no en su
locura cósmica, o cuando el atractivo de los parques de atracciones fue
palideciendo a medida que Priscilla iba perdiendo interés en ellos, iba al cine.
Alquilaba regularmente el Memphian desde la medianoche hasta el amanecer,
noche tras noche, y pedía películas nuevas y viejas; ¿Teléfono rojo?, volamos
hacia Moscú, con Peter Sellers, su actor cómico preferido, era una de sus
favoritas y la vio cinco veces. Luego, había una larga lista, que incluía La
túnica sagrada, Tom Jones, De ilusión también se vive, Cumbres
borrascosas, Qué bello es vivir, La gran evasión, Rey de reyes e, incluso, la
de los Beatles ¡Qué noche la de aquel día! Desde su época como acomodador
de cine en la adolescencia, se había preocupado por ver tantas películas
populares como podía, y a veces sorprendía a los actores de sus propias
películas recordándoles los papeles que habían interpretado años antes.

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Dicho esto, nunca le gustó Hollywood ni la mayoría de la gente de
Hollywood. Como diría Priscilla: «Para él, Hollywood era la casa de los
falsos»[5]. Pero, como verdadero amante del cine, lo que le gustaba eran las
películas que se hacían allí.
Así que, ¿qué más hacía con su tiempo? Bueno, leía mucho, veía cientos
de partidos de fútbol americano en la televisión y disfrutaba de series de larga
duración como El fugitivo. Y luego, por supuesto, estaban las fiestas de Los
Ángeles y Memphis, y los viajes, sobre todo a todo lo largo de la Ruta 66,
hacia y desde Los Ángeles varias veces al año. Recordando la preocupación
que tenía Gladys con ello, aún no le gustaba volar, pero se habían acabado los
días de viajar en tren. Ahora, mientras su séquito le seguía en un convoy de
automóviles, él mismo conducía a menudo una autocaravana, y a veces le
proporcionaba a algún autoestopista una anécdota que contar de por vida
cuando este se daba cuenta de quién era el conductor que había parado para
llevarle. A Elvis le alegraba ver la expresión del autoestopista, de la misma
manera que le gustaba complacer a los fans bajando a la entrada de Graceland
de vez en cuando para hablar con los que se congregaban allí cuando estaba
en casa. A muchas estrellas les resultaba pesada la constante atención de sus
admiradores, y hacían lo que fuera por evitarla. Elvis, sin embargo, la
disfrutaba, ya que siempre le gustaba que apreciaran su trabajo.

No podía decirse en absoluto que su relación con Priscilla durante esos años
de mediados de los sesenta fuera normal. ¿Cómo podía serlo si tenían que
negar su mera presencia? Pero, aunque le llevó un tiempo, poco a poco ella
fue adaptándose al régimen que él exigía y a hacerse amiga de algunas de las
esposas de los muchachos, así como de Patsy, otra prima de Elvis, que
trabajaba en la oficina de Vernon.
Cuando Priscilla se graduó (al darse cuenta de que, si iba, causaría una
conmoción y le arruinaría a ella el momento, Elvis no había asistido a la
ceremonia), sus compañeros de clase de la Immaculate Conception High
School de Memphis hacían planes para ir a la universidad. Peor esa nunca fue
una opción para ella. Al carecer de educación superior, lo último que Elvis
quería era una novia con educación universitaria. Hasta Ann-Margret, la gran
excepción a la mayoría de sus historias de amor, había dejado la Northwestern
University en su primer año.
Lo que él quería era una pareja guapa y glamurosa, así que Priscilla tomó
clases de baile e hizo un curso de modelo. Como ella diría más tarde: «Quería
que llevara las faldas más cortas, el delineador de ojos más oscuro, el
maquillaje más intenso, el pelo teñido de negro azabache… Yo era su muñeca

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a la que le encantaba vestir»[6]. La estaba preparando para ser la perfecta e
incuestionable consorte.
Y así, 1964 se trocó en 1965 y la franquicia de las películas insulsas de
Elvis continuó sin parar con Tickle Me [Hazme cosquillas], Harum Scarum y
Paradise, Hawaiian Style [Paraíso hawaiano]. Desde su oficina de Madison,
Tennessee, o en la MGM de Los Ángeles, el Coronel solo parecía interesado
en renegociar al alza los contratos de Elvis, pero en la RCA de Nueva York
habían comenzado a rebuscar desesperadamente en su archivo de grabaciones
cualquier cosa con la que poder hacer un nuevo sencillo. «Such a Night» de
1960 funcionó bastante bien, pero destacó más una grabación que había
sobrado en su día. Cinco años atrás, como admirador acérrimo del grupo de
doo wop Sonny Til and the Orioles, Elvis había versionado su éxito «Crying
in the Chapel» para su álbum de góspel His Hand in Mine, pero luego lo
había dejado fuera del álbum cuando decidió que no había hecho la canción
tan bien como los intérpretes originales.
Pero en 1965 el listón de calidad había bajado mucho. En comparación
con todo lo que estaba haciendo ahora, a la RCA le parecía perfecto y, tras
conseguir el permiso de Elvis, lo publicaron como sencillo. Para sorpresa de
todos, incluido el cantante, resultó ser su mayor y más inesperado éxito en
años. Codo con codo con el «Satisfaction» de los Rolling Stones, el «Help
Me, Rhonda» de los Beach Boys y el «Ticket to Ride» de los Beatles, llegó al
número tres en las listas de los Estados Unidos y al número uno en el Reino
Unido.
Pero había una sorpresa aún mayor por venir. Los Beatles, que le habían
robado el amor de tantos fans por todo el mundo, estaban a punto de hacerle
una visita.

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«Chicos, si solo vais a quedaros mirándome fijamente,
yo me voy a la cama»
Elvis a los Beatles

Puede que ellos tuvieran curiosidad por conocerle, pero él no quería


conocerles a ellos. Seguro que era una artimaña que se le había ocurrido a su
gente, y el Coronel, dándose cuenta de que podía darle una buena publicidad,
lo había aceptado. Sin embargo, en lo que el Coronel no había pensado era en
qué podía parecerle a Elvis tener que recibir a los Beatles en su casa y fingir
que estaba contento con su espectacular éxito.
Llegaron en un par de coches a la casa del número 525 de la vía Perugia,
en Bel Air, a eso de las 10:30 de la noche de un viernes de agosto de 1965,
durante un descanso en Los Ángeles de su segunda gira por Estados Unidos.
Algunos de los muchachos de Elvis, y especialmente sus esposas y novias,
llevaban nerviosos todo el día por la visita de los Beatles, y aunque ella había
tratado de ocultarlo, se dio cuenta de que Priscilla también estaba
emocionada. Pero, claro, eran más de su edad.
Todos —él y Priscilla, junto con Joe Esposito, Larry Geller y Marty
Lacker, sus esposas y algunos otros miembros de la pandilla— estaban viendo
la televisión en la sala de estar con el sonido apagado cuando oyeron que
llegaban los coches. Todos estaban demasiado vestidos para la ocasión,
Priscilla con un minivestido de lentejuelas y tacones de aguja, con el pelo
cardado recogido en alto, y Elvis con una camisa roja y un chaleco negro,
punteando nervioso las cuerdas de un bajo Fender. No quería que se notara,
pero seguramente no sabía cómo debía comportarse.
Por alguna razón, no fue a la puerta a dar la bienvenida a sus invitados,
como sabía que realmente había que hacer, puesto que siempre insistía en ser
educado. Pero entonces, de repente, aparecieron en tropel en la sala, alegres y
descarados. También estaba allí el Coronel, junto con el representante de los
Beatles, Brian Epstein, un par de sus colegas de publicidad y road managers,
y un joven periodista inglés llamado Chris Hutchins, que era quien había

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exhortado al Coronel a aceptar la reunión[1]. A Elvis normalmente se le daba
bien hacer a la gente sentirse cómoda, pero con los cuatro Beatles mirándole
fijamente, como desconcertados por la vergüenza, el ambiente en la sala
resultaba forzado.
Por fin, a Elvis se le ocurrió algo que decir. «Bueno, chicos, si solo vais a
quedaros ahí mirándome fijamente, yo me voy a la cama», bromeó.
Eso al menos rompió un poco el hielo y, cuando mencionó que había visto
en las noticias de televisión que un motor del avión en el que viajaban se
había puesto a arder mientras volaban en dirección a Portland, se pusieron a
comentar los peligros de estar de gira. «Los Beatles y los niños primero», dijo
ocurrente John Lennon en ese momento, y uno de ellos lo repitió haciendo
reír a todos. Entonces Elvis les contó cómo, en 1956, un pequeño avión que
había contratado se quedó sin combustible de camino a una sesión de
grabación en Nashville, y cómo otra vez los fans de Vancouver habían
invadido por completo el escenario al final del show y él y la banda tuvieron
que salir corriendo mientras el escenario se venía abajo.
Todo resultaba algo artificial e intrascendente, con John Lennon poniendo
un acento gracioso como si fuera Peter Sellers, pero, por algún motivo, sin
resultar realmente gracioso. Así que, cuando la conversación decayó, Elvis
volvió a puntear nervioso su Fender sacando el bajo de la canción «Mohair
Sam» de Charlie Rich, que estaba sonando en la gramola. A Paul McCartney,
el bajista de los Beatles, le llamó la atención que tocara el bajo por lo que los
dos intercambiaron impresiones sobre sus Fender.
—Lo haces bastante bien, Elvis. Sigue ensayando y el señor Epstein y yo
haremos de ti una estrella —trató de bromear Paul.
Como la música parecía una mejor vía de comunicación que el inglés, en
ese momento Elvis pidió que les dieran guitarras a los invitados. Solo Ringo
quedó fuera.
—Lo siento, no hay batería para ti —le dijo al batería—. Nos la dejamos
en Memphis.
—Está bien. Prefiero jugar al billar —dijo Ringo encogiéndose de
hombros, y se dirigió con el primo más joven de Elvis, Billy Smith, a la mesa
de billar de la habitación contigua.
Así que, mientras el Coronel organizaba una sesión de ruleta en una
esquina para Brian Epstein y él, los road managers de los Beatles
conversaban con los muchachos de Elvis, y las mujeres simplemente
observaban casi en silencio, los otros tres Beatles y Elvis se lanzaron a una

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jam session improvisando sobre «Memphis, Tennessee», «Johnny B. Goode»
y «See See Rider».
Por lo general, Elvis disfrutaba de las jam sessions, y esta fue, con mucho,
la mejor parte de la noche, pero, aunque los invitados se quedaron hasta casi
las dos de la mañana, quienes mejor se llevaron fueron la pandilla de Elvis y
el road manager de los Beatles, Mal Evans, quien resultó ser un gran
admirador de Elvis.
El problema era la pura impostura de la reunión. Elvis estaba incómodo,
sintiendo que todo el mundo le observaba para ver cómo reaccionaba ante los
que le habían eclipsado, y estaba decidido a no mostrar sus sentimientos.
Pero, debió de darse cuenta de que no tenía buena pinta. Su pelo, que en su
día le había caído sobre la frente a mitad canción para deleite de las
adolescentes, ahora era el estándar de Hollywood: corto y repeinado
firmemente como un casco, mientras que el pelo largo de los Beatles se veía
natural y juvenil.
Todo el mundo veía claramente que George Harrison estaba muy
colocado, y al cabo de un rato salió fuera a darse una vuelta por el jardín. Un
año después se interesaría por el misticismo, como ya lo estaba Elvis, y habría
tenido mucho en común con su anfitrión. Pero aquella noche, simplemente se
le veía ido y Elvis, por su parte, no se iba a poner delante del Coronel a hablar
de sus filosofías cósmicas. En cierto modo, era como si Elvis y los Beatles
fueran dos grupos de niños a los que sus padres, encarnados en el Coronel y
Epstein, hubieran obligado a estar juntos, así que todos se comportaron lo
mejor posible. Paul McCartney intentó ser lo más diplomático posible,
dándole continuidad a la charla y las canciones, mientras que John Lennon,
bebida en mano, hacía honor a su reputación de graciosillo. En un momento
dado, la conversación recaló en el rock & roll y tanto John como Paul
admitieron lo mucho que les habían gustado los primeros discos roqueros de
Elvis. A lo que este respondió, como solía hacer, que estaba pensando en
hacer algunos más de ese estilo.
«¡Ah, qué bien!», soltó John Lennon. «Los compraremos cuando eso
pase».
Seguramente sonó más grosero de lo que pretendía. John Lennon era
famoso por ser brusco e ir al grano. Dijo lo que pensaba. Pero Elvis debió de
molestarse por la crítica implícita hacia su obra actual. Había pasado mucho
tiempo desde que los que le rodeaban no decían nada malo de sus discos. Se
lo dejaban a él. Aquellos chicos de Inglaterra, que escribían éxito tras éxito
para sí mismos como si nada, y que tenían absoluto control sobre lo que

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grababan, no tenían ni idea de los acuerdos editoriales y discográficos en los
que estaba atrapado.
El recuerdo de Priscilla de aquella noche fue que le pareció que había ido
bien, aunque notó que Elvis no les hizo a los Beatles ni una sola pregunta
sobre ellos. Probablemente, a Elvis le pareció como si los Beatles y sus
amigos formaran parte todos de un chiste personal en el que él no participaba.
¿Se preguntó si el chiste era él? Cuando la fiesta terminó, John Lennon, para
entonces ya más que un poco borracho, dijo con su poco gracioso acento
europeo: «Graciasss por la múúúsica, Elvis. ¡Viva el Rey!». Una vez más,
sonó probablemente como un comentario sarcástico. Pero Lennon lo decía
realmente en serio.
En la puerta, Brian Epstein correspondió a Elvis y Priscilla invitándoles a
otra velada en la casa alquilada de los Beatles en Benedict Canyon la noche
siguiente, pero Elvis puso inmediatamente una excusa.
«Ya veremos», dijo. «No sé si me será posible».
Priscilla lo supo de inmediato: eso significaba que no irían. Elvis estaba
acostumbrado a ser el centro de atención absoluto en cualquier reunión, y ese
no habría sido el caso si se hubiera reunido con los Beatles en su terreno.
Pero algunos de sus muchachos sí fueron y le contaron luego que John
Lennon no había parado de decirles que quería que Elvis supiera que «si no
hubiera sido por Elvis, yo no habría llegado a nada».
Nunca volvió a reunirse con ninguno de ellos.
Durante su conversación con Paul McCartney sobre cómo tocar el bajo,
salió a colación de forma natural el nombre de Bill Black, ya que, cuando los
Beatles hicieron su primera gira por los Estados Unidos un año antes, el Bill
Black’s Combo les hizo de teloneros. En 1965, sin embargo, la salud de Bill
se estaba deteriorando tras una operación quirúrgica debido a un tumor
cerebral terminal. Tenía solo treinta y nueve años. Cuando Elvis se enteró de
su enfermedad, fue a visitarlo y, en un aparte, le dijo a la esposa de Bill,
Evelyn, que si alguna vez necesitaban algo, solo tenía que pedirlo.
Vernon y Dee fueron al funeral, y Scotty y D. J. Fontana portaron el
féretro, pero Elvis no asistió. Le había dicho a Evelyn por anticipado que no
quería que su presencia allí convirtiera aquel momento en un circo, como
ciertamente habría sucedido, pero después de la ceremonia, Evelyn y sus hijos
se dirigieron a Graceland para hablar con él. A pesar de las diferencias de Bill
con Elvis por el dinero, a Bill y a ella siempre les había gustado, todavía le
veían como el chico que conocieron en 1954.

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Elvis tenía muchas razones para estar agradecido al bajista, con quien
solía bromear en el escenario entre canción y canción. Aquellos habían sido
los días más felices y emocionantes de su carrera. Y a menudo le gustaba
recordar lo francamente divertido que había sido cuando los tres recorrían
pequeñas ciudades de los estados del sur, tocando en cualquier lugar en que
alguien les quisiera. El viaje, ahora lo sabía, a menudo era mucho mejor que
el destino.
«Bill era un gran hombre», le dijo a un periódico de Memphis el día antes
del funeral. «Esto es un palo tan grande para mí que casi no puedo ni explicar
cuánto le quería».[2]

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«Sé que en esta ciudad soy el hazmerreír»
Elvis sobre Hollywood

Volviendo a Sun Records, Sam Phillips solía decir que no había ningún lugar
en el que Elvis prefiriera estar más que en un estudio de grabación,
observación que luego repetiría Mike Stoller. Ahí fue donde Elvis hizo su
trabajo más comprometido. Así que, cuando, por primera vez en tres años,
regresó por fin a Nashville en mayo de 1966, no fue ninguna sorpresa que,
tras el éxito de «Crying in the Chapel», fuera allí a hacer otro álbum de
música religiosa.
El cambio de talante con respecto a la actitud aburrida y a veces
totalmente irascible que había mostrado en muchas sesiones en Hollywood
fue, al principio, notable. Después de planear las canciones cuidadosamente,
quería conseguir un gran sonido sacro, y se alegró cuando contrataron para la
sesión al cantante bajo Jake Hess, a quien admiraba desde niño, junto a su
nuevo grupo de góspel, los Imperials. Sumando a los Jordanaires una soprano
y dos contraltos más, eso hacía un total de once coristas: todo un coro de
iglesia entero. Les acompañó una banda con catorce de los mejores músicos
de Nashville.
Alentado por el nuevo productor Felton Jarvis (que sustituía a Chet
Atkins, a quien no le gustaba seguir «el horario de Elvis»: en otras palabras,
trabajar toda la noche), todo parecía listo en Nashville para un nuevo
comienzo memorable.
El álbum, que se llamaría How Great Thou Art, era, una vez más, una
mezcla de espirituales e himnos tradicionales, y se convertiría en uno de los
tres álbumes de Elvis en recibir un Grammy, «al mejor álbum de música sacra
de 1967»[****].
Convirtiéndose en el predicador fogoso y alegre que entretenía desde el
altar, desde el primer tema, el tradicional canto espiritual «Run On», se
percibía una nueva vitalidad y personalidad en la forma de cantar de Elvis:
Coming down on my bended knees

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Talking to the man from Galilee
My God spoke and He spoke so sweet
I thought I heard the shuffle of angel’s feet

[Me puse de rodillas


para hablar con el hombre de Galilea
Mi Dios habló y lo hizo con tal candor
que creí oír los pasos de un ángel como un temblor]

Era el mejor Elvis, y siguió a continuación con «How Great Thou Art», un
himno sugerido por Charlie Hodge, que luego se convertiría en el momento
culminante más emotivo de sus actuaciones. Máxima calificación para el
álbum.
Pero la RCA también quería un par de sencillos de éxito, y tras haber
descuidado ese aspecto de su carrera tanto tiempo, ya no estaban seguros de
que Elvis siguiera teniendo buen criterio sobre el material comercial. Durante
dos años, la música que había estado disfrutando en casa no se parecía en
nada a los álbumes de películas que había estado haciendo —de hecho, como
muchos de sus decepcionados fans, ni siquiera se había molestado en
conservar algunos de los álbumes de sus películas—. ¿Por qué iba a hacerlo?
Nunca le habían gustado.
Pero, ¿qué debía grabar ahora? A lo largo de su carrera, siempre que no
sabía qué hacer a continuación, revisaba su antigua colección de discos de
rhythm & blues. Así que, ahora, entre un himno y otro, recuperó «Down in
the Alley», un éxito de rhythm & blues de 1957 de los Clovers que había
quedado prácticamente olvidado.
Mientras tanto, Priscilla seguía disfrutando de los álbumes de Peter, Paul
and Mary, y todos canturreaban «500 Miles» y el «Blowin’ in the Wind» de
Bob Dylan. A él no le interesaba Dylan como cantante, pero le gustaban
algunas de las canciones que escribía. Así que, otra noche, grabó «Tomorrow
Is a Long Time» de Dylan, que había escuchado en un álbum de la cantante
folk y activista de derechos civiles Odetta. Esta era la dirección en la que
debería haber ido si hubiera querido recuperar el respeto de los comentaristas
de rock. Pero fue algo solo anecdótico. Cuando lanzaron «Tomorrow Is a
Long Time», la metieron junto con «Down in the Alley» en el álbum de otra
banda sonora de una película, como bonus track, y ambas canciones pasaron
completamente desapercibidas.
El primero de los tres sencillos de la sesión fue un revival de la canción
«Love Letters» de Victor Young de la época de la guerra, incluida en la
película homónima, que, aunque llegó a lo más alto en las listas del Reino
Unido, donde los fans eran más leales, en Estados Unidos alcanzó su tope en

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el número 19. En el verano de «Monday, Monday», de The Mamas and The
Papas, «When a Man Loves a Woman», de Percy Sledge, y «Wild Thing», de
los Troggs no tenía ninguna oportunidad. Además, Ketty Lester había tenido
un éxito con la misma canción, con arreglos casi idénticos, en 1962.
Cada año que pasaba, se alejaba más del gusto popular de la época. Un
año antes, Red West había sugerido que grabara «Green, Green Grass of
Home» después de que ambos escucharan la versión de Jerry Lee Lewis, pero
Elvis la había descartado por ser «demasiado country» para él[1]. Entonces
oyó y se enamoró de la grabación de Tom Jones, y se dio cuenta de su error.
La euforia de haber hecho un buen álbum sacro se esfumó antes de que
terminaran las sesiones, y abandonó el estudio de repente. Pero a falta de tres
temas para cubrir el mínimo estipulado por la RCA, tuvo que regresar un par
de semanas después. Su estado de ánimo era ahora peor y se quejaba de un
resfriado, aunque habría sido un diagnóstico más honesto reconocer que se
había pasado con las pastillas equivocadas, así que se quedó en la habitación
de su motel y envió a Red al estudio para preparar las pistas de guía con el
costoso repertorio de músicos y cantantes. En representación de su jefe, y
cantando una de las canciones que él mismo había escrito, Red lo hizo bien;
tan bien que al día siguiente, Elvis, rápidamente recuperado, fue al estudio y
copió las interpretaciones de Red sílaba por sílaba y luego regresó corriendo a
Memphis. La diferencia era que, si bien la voz de Red habría honrado a
muchos coros aficionados, el don de Elvis residía en su tonalidad e
intensidad.
No es que eso ayudara a los nuevos singles. Cuando se lanzaron los dos
siguientes, murieron en las listas, mientras que la mejor canción de las
sesiones, «I’ll Remember You», una canción hawaiana que le gustaba mucho
a Elvis y había escuchado mientras rodaba, desapareció en el mismo agujero
negro de un álbum de banda sonora que la canción de Dylan.

Estaba deprimido, pero eso no era nada nuevo. Tenía que regresar a Los
Ángeles para hacer otras dos películas más —Double trouble [Doble
problema], en la que cantaría «Old MacDonald Had a Farm» [‘En la granja de
Pepito’], y Easy Come, Easy Go [Como viene, se va], donde una de las letras
rezaba: «… Cómo voy a tomarme este yoga en serio, si todo lo que me da es
dolor en el trasero»[2]—. Había retrocedido mucho desde «Don’t Be Cruel».
«Sé que en esta ciudad soy el hazmerreír», dijo como mínimo a una de las
coprotagonista en los siguientes meses. Sabiendo que Easy Come, Easy Go
sería su última película para Hal Wallis, se estaban riendo de él, agregó. El

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viejo productor, harto de las exigencias del Coronel («Prefiero intentar cerrar
un trato con el Diablo»[3], diría Wallis sobre las tácticas de negociación de
Parker), y consciente de la caída de los ingresos de la franquicia Elvis, ya no
podía más. Hubo un tiempo en que a Wallis le gustaba decir: «La única cosa
segura que hay en el mundo del espectáculo es una película de Presley»[4]. Ya
no lo era.
Elvis fingió alegrarse de perder de vista a Wallis, pero no podía pasar por
alto el hecho de que el productor y la Paramount estaban prescindiendo de él
cuando ya no les era de utilidad. Sus opciones se reducían. Su carrera estaba
en caída libre y, al darle vergüenza que le vieran como un fracaso en
Hollywood, alquiló una casa en Palm Springs.
De cara a Priscilla y a los muchachos se justificó echándole la culpa de
ello a la ristra sin fin de películas playeras.
«Hollywood ha perdido de vista lo básico. Hay un montón de charlatanes
que solo quieren encasillarte»[5], decía.
Pero él había aceptado el encasillamiento. Seguía sin criticar nunca en
público al Coronel que le había llevado hasta ahí y, cuando le presentó un
nuevo contrato que le daba a Parker un porcentaje del 50 % de sus ganancias,
no discutió. ¿Le daba miedo hacerlo?
A finales de 1966, sumido en la depresión, todavía buscaba
ocasionalmente orientación espiritual de Sri Daya Mata en la Self-Realization
Fellowship, pero eso no le ayudó a ver cuál era la gracia de ser Elvis Presley.
Luego, de vuelta a Graceland, cuando donó sus habituales 100.000 dólares
más a organizaciones benéficas de Memphis, le concedió una entrevista poco
habitual a Jim Kingsley del Commercial Appeal de Memphis. Era Navidad y
se acordó de una anécdota ocurrida en 1954. Él, Scotty y Bill acababan de
cobrar un bolo, le contó al periodista, y se dirigían a casa en Memphis cuando
la policía les detuvo por exceso de velocidad. «Adiós a mi paga de Navidad
para pagar una multa», había pensado. Pero, por suerte, el policía solo les hizo
una advertencia y les dejó seguir.
«Cuando se fue el oficial», continuó, «los tres salimos del coche y
contamos nuestro dinero a la luz de los faros del coche. El dinero estaba sobre
todo en billetes de un dólar. Era la mayor cantidad de dinero que había tenido
en mis bolsillos en toda mi vida. Al día siguiente, eché todo el fajo en la caja
para los regalos de Navidad».
Luego, mientras hablaba, se quedó pensativo: «Hay mucha diferencia
entre las Navidades de ahora y las de cuando crecí en East Tupelo. Pero,
sinceramente, no puedo decir que estas sean mejores. Estamos en mejores

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condiciones para gastar. Pero eso no es lo importante. Lo que realmente
cuenta son las amistades y la devoción. Cuando eres joven todo es de
ensueño. Y cuando creces, es como si se volviera… simplemente real».
Ahora la vida estaba a punto de convertirse en algo real para él en otro
sentido adulto. Después de llevar viviendo con Priscilla más de cuatro años, y
siguiendo la creciente insistencia de su padrastro para que cumpliera la
promesa que le había hecho cuando era una colegiala, finalmente le propuso
matrimonio.
Pero, ¿realmente quería casarse?

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«Puede que algunos creáis que Elvis es Jesucristo, que
debería usar túnicas e ir por la calle ayudando a la
gente. Pero ese no es él»
Coronel Tom Parker

Siempre le habían gustado los westerns. Desde las películas de Roy Rogers de
los sábados por la mañana hasta Los siete magníficos, esas películas les
habían dado a él y a su generación una visión romántica del Oeste. Como
todos los chicos, siempre se había visto a sí mismo interpretando al héroe
protagonista, y cuando la televisión empezó a contar aquellas historias, en las
series Látigo y Cheyenne, a finales de los cincuenta, sus modelos a seguir le
parecieron aún más cercanos.
Graceland era más Lo que el viento se llevó que Bonanza, pero había
varios acres de pasto detrás de la casa, y a finales de 1966 compró para ese
espacio dos caballos palominos, uno para Priscilla y otro para él. Sin
embargo, aquello tampoco era Wyoming. En los años transcurridos desde que
había comprado su casa, Memphis había crecido, extendiendo uno de sus
tentáculos a lo largo de la cada vez más transitada autopista 51. Lo que
necesitaba era un lugar más privado para su nuevo hobby, y descubrió la
solución un día mientras iba conduciendo: un pequeño rancho en las colinas
del norte de Misisipi.
Como escribiría Priscilla, «era una postal perfecta: un lago, un granero,
una hermosa casa. Casi setenta hectáreas de paraíso»[1]. También entraba en
el lote una manada de reses. Tenía que ser de Elvis, y el dueño del rancho,
Jack Adams, que había hecho su fortuna vendiendo aviones usados, estaba de
acuerdo. Cerraron el trato con un apretón de manos.
Cuando Vernon oyó que Elvis había acordado pagar 450.000 dólares por
el rancho, se puso furioso, gritando que se había cargado sus finanzas. Pero
Elvis lo quería, así que se firmó una hipoteca. Lo llamó Rancho Circle G, la
«G» por Graceland. También quería más caballos para los muchachos, y

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cuando se supo que estaba comprando, el precio de los caballos se disparó en
toda la zona. El veterinario que los cuidaba, el doctor E. O. Franklin,
alucinaba con el despilfarro.
«Salíamos y veíamos un caballo de trescientos dólares, pero cuando la
gente se enteraba de que tal vez era para Elvis, se convertía en un caballo de
tres mil dólares»[2], dijo.
A Elvis no le importaba: 300 o 3.000 dólares, si lo quería, no le
importaba.
Naturalmente, todos los caballos debían tener sillas de montar y bridas, y
Priscilla y él y su séquito con sus esposas y novias necesitaban la ropa
adecuada para montar —botas y cinturones, sombreros y zahones—, como los
que vestían los vaqueros de Látigo. Era el sueño western de cualquier niño.
Entonces tuvieron otra idea: si todos iban a vivir la vida campestre, también
tenían que comprar rancheras a tutiplén.
«Un día compró ocho camionetas para todos los muchachos de su
séquito», recuerda Franklin. «Luego compró caravanas para que los chicos
pudieran tener un lugar donde quedarse. ¡El dinero que debió de gastar!»[3].
Hasta la abuela tuvo su caravana en el rancho.
Según Vernon, fue un gasto a espuertas, otros 98.000 dólares en total, que
puede que no fueran simplemente el resultado de la generosidad y el
entusiasmo suscitados por un nuevo pasatiempo. Elvis ya tenía un dentista en
Los Ángeles que estaba dispuesto a darle recetas para cualquier pastilla que
necesitara. Y una tarde, un farmacéutico de Memphis recibió la visita de la
estrella en persona. Sorprendido, pero muy servicial, el farmacéutico le
preparó algo especial. Siempre había formas de conseguir lo que uno quería
llamándose Elvis Presley. Y, si las drogas se las daba un farmacéutico, ¿qué
podían tener de malo?
También había todavía formas de ganar dinero, y Clambake
[Cambalache], su vigésima película en menos de siete años («misma historia,
diferente ubicación», se quejaba cuando se le preguntaba al respecto), ayudó a
cubrir los gastos siempre crecientes y, en parte, apaciguó a Vernon. Una vez
más, Elvis no quería hacer la película, y logró retrasar el rodaje mientras
intentaba adelgazar, alegando que estaba dolorido de la silla por montar
demasiado a caballo, e incluso contrató a un nuevo médico de Memphis,
George Nichopoulos, para que le recetara alguna pomada balsámica. Sería la
primera de muchas, muchas recetas prescritas por el hombre que llegaría a ser
conocido como Doctor Nick.

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Cuando por fin llegó a Los Ángeles —«gordo como un cerdo», admitió—,
tenía tanto sobrepeso que el rodaje tuvo que retrasarse. Entonces, una noche
se resbaló y se cayó en su casa de Bel Air, se golpeó la cabeza con la bañera y
sufrió una conmoción cerebral.
Llamaron al Coronel y este trajo consigo un equipo médico, que visitó a
Elvis en su habitación. No había ido allí a simpatizar. Una vez que
comprobaron que Elvis no se había fracturado el cráneo, sospechando que el
accidente muy probablemente había sido resultado de un cóctel de pastillas,
algunas para dormir, otras para ayudar a su cliente a perder peso y otras más
para cualquier otra cosa que le gustara al cantante, Parker le dijo unas cuantas
verdades. Como Elvis no empezara a cambiar rápidamente sus costumbres, le
dijo, iba a arruinar pronto su carrera y, con el descalabro financiero, con toda
probabilidad perdería Graceland.
Eso aterró a Elvis. Graceland le hizo tomar una decisión. Le hizo ver lo
lejos que había llegado. Amaba la casa y la finca como solo una persona
nacida en la pobreza más profunda puede amar una casa. Era el hogar que le
había prometido a su madre y estaba enormemente orgulloso de él. Al
advertirle de que podía perderla, Parker apuntaba a su punto más débil.
Habiendo logrado su primer objetivo, Parker dirigió su ira hacia los
muchachos. ¿Qué les pasaba a todos? ¿Cuál creían que era su trabajo? ¿Cómo
habían podido dejar que Elvis se pusiera así?
«Puede que algunos creáis que Elvis es Jesucristo, que debería usar
túnicas e ir por la calle ayudando a la gente», dijo. «Pero ese no es él»..[4]
A partir de ese momento, alguien tendría que estar con él las veinticuatro
horas del día, incluso para ir al baño.
Luego, mirando a Larry Geller, dijo lo que había estado deseando decir
desde hacía dos años. Todos los libros religiosos de Elvis tenían que
desaparecer de inmediato. «¡Ahora mismo! ¿Me entiendes? Y no te atrevas a
traerle ninguno más». De ahora en adelante, concluyó, el trabajo de Larry
sería solo de peluquero. Teniendo en cuenta que Larry y los muchachos
trabajaban para Elvis, no para él, Parker se estaba extralimitando, pero no
había terminado. Y cuando, un par de días después, Vernon y Priscilla
llegaron de Memphis, continuó con su diatriba con Elvis, ya recuperado,
mansamente a su lado. De ahora en adelante, dijo Parker, las cosas serían
diferentes, los gastos se reducirían y, sin dar nombres, insinuó que algunos de
los que estaban allí debían empezar a buscar otro trabajo.
Elvis no era capaz de sostenerle la mirada a nadie. El Coronel le estaba
humillando en su propia casa frente a la que iba a ser su esposa y a su

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personal, sabiendo además que papá se regocijaba en silencio viendo cómo
hacían entrar en vereda a los muchachos. A principios de año, Parker había
formalizado su relación comercial con Elvis para equipararla a una sociedad
mercantil. Ahora el Coronel se comportaba como el socio principal.
El asistente principal, Marty Lacker, que nunca había ocultado que no le
agradaba Parker ni se fiaba de él, y que tenía el mismo problema con las
anfetaminas, dimitió unos meses después, aunque siguió siendo un amigo
cercano. Larry Geller se fue antes. En su autobiografía, Priscilla, que
secretamente estaba de acuerdo con gran parte de lo que decía el Coronel,
recordaría que Elvis aceptó que los libros religiosos le habían confundido, por
lo que ambos los quemaron en una hoguera en un viejo pozo en desuso de
Graceland. Geller lo negaría, diciendo que Elvis más tarde le dijo que solo
habían quemado unos cuantos. Lo cierto es que algunos se conservaron: una
copia de El profeta de Kahlil Gibran, con anotaciones del cantante —y del
que citaría frases el resto de su vida—, se exhibiría en Graceland más de
cuarenta años después. Con todo, no obstante, parecía que el Coronel había
dado un golpe maestro, y no había nada que Elvis pudiera hacer al respecto.

Lo había pospuesto todo el tiempo que había podido, pero la mañana del 1 de
mayo de 1967, en una breve ceremonia privada en una suite no muy grande
del hotel Aladdin de Las Vegas, Elvis y Priscilla se convirtieron en marido y
mujer. Los padres de ella habían estado insistiendo en ello, y Vernon también
estaba encantado. Su hijo tenía treinta y dos años, ya era hora de que dejara de
perder el tiempo. E igual de feliz estuvo el Coronel, que dirigió todo el
evento. Durante años había instado a que Elvis permaneciera soltero, lo cual
era algo que había convenido perfectamente a su cliente. Según le dijo Elvis
en broma a un periodista una vez para disgusto de Parker: «¿Para qué comprar
una vaca cuando puedes meter la mano por la valla y llevarte la leche?». Pero
a la vista de la forma como Elvis se había estado comportando últimamente,
Parker pensaba que el matrimonio y una vida estable ya estaban tardando.

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La mañana del 1 de mayo de 1967, en una breve ceremonia privada en una suite no muy grande del
hotel Aladdin de Las Vegas, Elvis Presley contrajo matrimonio con Priscilla Ann Beaulieu Wagner, en

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adelante Priscilla Presley.
© Alamy/Cordon Press

Elvis lo veía de manera diferente. En los momentos románticos, albergaba


la idea de convertirse de la noche a la mañana en un fiel padre de familia. Le
encantaban las películas sentimentales de familias felices. Pero él sabía cómo
era y lo que más disfrutaba: la emoción de la conquista. Y también sabía
cómo se comportaban las mujeres cuando estaban cerca de él. Luego estaba el
asunto del amor. Sí, amaba a Priscilla, estaba totalmente seguro de ello, pero
tampoco es que estuviera hipnotizado por ella como había estado en 1960.
¿Cómo podía estarlo después de todo aquel tiempo? ¿Sentía ella lo mismo por
él? Probablemente no, por lo menos no todo el rato, no por la forma en que
ella a veces se metía con él. Pero sí, estaba seguro de que ella le amaba y sin
duda quería casarse. Había sido una larga espera.
Así que se iba a casar, y cumpliría al menos una de las promesas que le
había hecho a los padres de Priscilla. El día en cuestión estaba nervioso. «Ni
Ed Sullivan me dio tanto miedo», bromeó, mientras él y Priscilla, ante un juez
del Tribunal Supremo de Nevada, hacían sus votos de «amar, honrar, apreciar
y consolar» al otro.
Los dos miembros principales del séquito, Joe Esposito y Marty Lacker,
fueron los padrinos, y no fue sino hasta después de la ceremonia, cuando una
pequeña banda tocó el tema «Love Me Tender» en el banquete nupcial para
cien invitados, cuando Elvis comenzó a darse cuenta de que no todos estaban
de celebración. De hecho, no todos los que esperaba que estuvieran allí
estaban presentes. Red, por ejemplo. ¿Dónde estaba Red?

Red conocía a Elvis desde el colegio, había sido su guardaespaldas desde los
tiempos de Sun, había cantado armonías con él e, incluso, había escrito
canciones para él, y, naturalmente, había asumido que sería invitado a la
boda. Pero al ir a la habitación de Joe Esposito justo antes de la ceremonia,
para preguntar dónde deberían estar él, los muchachos y sus esposas, le
dijeron que la suite que Parker había reservado no era suficientemente grande
para todos. Es decir, que la mayoría de los chicos, incluidos Red y su esposa,
Pat, no estaban invitados.
Red se quedó destrozado. Para él Elvis era más que su mejor amigo. Era
su roca. Incluso le había pedido que fuera su padrino de boda. Puede que no
todo el mundo hubiese querido tener a Red de amigo, pero era totalmente leal
y habría hecho cualquier cosa por Elvis. Y ahora Elvis no había contado con

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él en el día más importante de su vida. Red no podía estar más dolido. Los
otros muchachos que no fueron invitados culparon al Coronel. Pero Red
también culpó a Elvis.
Elvis se sintió abochornado cuando se dio cuenta de lo que había hecho, y
arrepentido de que se hubiera gestionado todo tan mal. Priscilla y él creían
que deberían haber buscado un lugar más grande. Deberían haberlo
organizado ellos mismos. El Coronel no había pensado que alguna gente
podía sentirse dolida. Pero nunca lo hacía. Aquello se quedó sin hablar, pero,
¿acaso le preocupaba a Elvis también su propia debilidad? Sabía que debía
haber insistido en que todos los chicos estuvieran en la ceremonia. Era su
boda. Sin embargo, una vez más, se había mantenido al margen y había
dejado que sucediera. En cuanto a la idea de Priscilla de organizar más cosas
del evento ellos mismos, era simplemente una fantasía. Fuera de un estudio de
grabación, Elvis nunca había organizado nada en su vida. Siempre lo habían
hecho todo por él.
Como era un evento organizado por el Coronel Parker, hubo una pequeña
rueda de prensa y un momento para las fotografías y los camarógrafos de los
noticieros antes del banquete de bodas, al que algunos de los chicos fueron
invitados, Red y Pat entre ellos. No fueron. Se quedaron en la habitación del
hotel y vieron en la televisión las noticias de la boda que se habían perdido.
Red estaba decidido. No volvería a trabajar para Elvis.
Superado ya el miedo de Elvis a volar, y sin Gladys para preocuparse, los
recién casados tomaron prestado el Learjet de Frank Sinatra para volar a Palm
Springs después de la boda. Luego pasaron unos días en el rancho Circle G,
donde durmieron en una de las caravanas. Fue una luna de miel aventurera
con pícnics y paseos a caballo, casi como una acampada. Sin personal que les
cuidara, Priscilla se comportó como la nueva ama de casa y, aunque el resto
de la pandilla, menos Red, llegaron poco después, tendieron a mantener la
distancia. Por una vez, tenía a Elvis más o menos para ella sola. Y debió de
gustarle que, como para poner punto final definitivo a cualquier rivalidad
romántica residual, Ann-Margret se casara poco más de una semana después,
el 8 de mayo de 1967, con Roger Smith, la estrella de la serie de televisión 77
Sunset Strip.
Durante un par de semanas, la vida en el rancho, con las barbacoas y los
amigos, estuvo lo más cerca de la normalidad que Elvis y Priscilla como
pareja disfrutarían nunca. Y antes de que terminara la luna de miel, Priscilla
estaba embarazada.

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«¿Qué voy a hacer si no les gusto? ¿Y si se ríen de
mí?»

Puede que el Coronel hubiese hablado de la necesidad de un cambio, pero ese


cambio aún no había llegado al ámbito en que era más perentorio así que,
apenas regresó Elvis de su luna de miel, ya estaba haciendo otra película. En
este caso, hacía de piloto de coches de carreras cantante en Speedway [Pista
de carreras]. Ni siquiera el atractivo de perseguir a su cariñosa, pero poco
atenta coprotagonista, Nancy Sinatra, alrededor de su caravana de rodaje, le
compensaba la autodegradación que sentía con algunas de las canciones. Y,
sí, tal como se temía, por mucho que fuera a ser padre, seguía sin poder
resistirse a perseguir a otras mujeres.
Con su estatus en el mundo del rock ahora reducido al ridículo —mientras
que él grababa una canción de Speedway llamada «He’s Your Uncle Not
Your Dad» [‘Es tu tío, no tu padre’], los Beatles habían hecho su álbum Sgt.
Pepper’s Lonely Hearts Club Band—, sabía que necesitaba desesperadamente
un single exitoso. Y en eso oyó en la radio el «Guitar Man» de Jerry Reed. No
había sido un éxito, pero tenía algo especial.
Por desgracia, cuando llegó a Nashville para grabarlo, ni Scotty ni
ninguno de los otros dos guitarristas de la sesión pudieron igualar el brío del
original de Jerry Reed. La única solución era llevar a Reed al estudio para que
lo tocara él mismo, así que lo localizaron rápidamente y lo llevaron desde el
cercano río Cumberland, donde estaba disfrutando de unos días de pesca.
—¡Señor, ten piedad! ¿Qué es eso? —bromeó Elvis cuando Reed llegó sin
afeitar y vestido con su ropa de pesca.
—El hombre salvaje de Alabama —dijo el productor Felton Jarvis.
Salvaje o no, la sesión fue como un regreso al pasado cuando Elvis
grababa por diversión. Individualista como era, Reed no dudó en decirle a
todos cómo debía hacerse. Enseguida «Guitar Man» —lisa y llanamente una
copia del propio disco de Reed— se convirtió en un dueto de la voz de Elvis y
la guitarra de Jerry Reed, llegando a ser el sencillo de Presley mejor
producido desde hacía años. De hecho, estaban todos tan contentos con la

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grabación, que él y Reed se pusieron inmediatamente con el hit clásico de
rhythm & blues de Jimmy Reed (sin parentesco con Jerry) «Big Boss Man».
Por alguna razón, Freddy Bienstock aún no había cerrado el acuerdo
habitual de Hill and Range que le habría dado a Elvis Presley Music un tercio
de los derechos de edición de «Guitar Man». Y cuando por fin se lo
propusieron, Jerry Reed, que era letrista, cantante, guitarrista y editor de la
canción, todo en uno, se negó.
«¿Por qué no me dijiste esto antes de venir aquí?», le dijo a Bienstock.
«Podría haberte ahorrado mucho esfuerzo. Has hecho perder el tiempo a
Elvis. Has hecho perder el tiempo a todos estos músicos y a la RCA. No voy a
regalarte mi alma».[1]
Cuando Bienstock le recordó que lo más probable era que el disco no se
publicara a menos que llegaran a un trato, Reed no entró al trapo.
«Te lo diré de esta manera», dijo. «Tú no necesitas el dinero, Elvis no
necesita el dinero, y yo estoy ganando más dinero del que puedo gastar ahora
mismo, así que, ¿por qué no nos olvidamos de que hemos grabado la maldita
canción?».
Les tenía entre la espada y la pared. Independientemente de lo que
Bienstock dijera, Elvis ya había grabado la canción y le encantaba: insistiría
en que se lanzase. Sin embargo, como de costumbre, se mantuvo al margen de
la negociación, sin involucrarse en la discusión, mientras Scotty observaba
con admiración la diatriba de Reed. Aquello marcó un punto de inflexión. El
Hombre Salvaje de Alabama había traído una bocanada de aire fresco y de
sentido común que liberaría un vendaval sobre el muro de la estrechez de
miras egoísta que llevaba tanto tiempo arruinando los discos de Elvis.
Reed no estaba allí la noche siguiente cuando la discusión se demoró
hasta llegar a un acuerdo. Pero, entusiasmado por su aportación, Elvis hizo
una jam session sobre «Hi-Heel Sneakers» que se convirtió en otro
rhythm & blues para la cara B, algo que habría sido impensable en una sesión
de banda sonora.
Resultó que la siguiente película de Elvis, Live a Little, Love a Little, sí
produjo un éxito, aunque cuarenta años después, cuando la remezcla digital de
«A Little Less Conversation» convirtió la canción en número uno en todo el
mundo con un millón de copias vendidas.
Pero, al fin, con las puertas de Hollywood cerrándose una tras otra, Parker
comenzó a ver lo erróneo de su estrategia. En lo que respecta a las películas,
ya era demasiado tarde. A pesar de que Elvis era una de las personas más
famosas del planeta y de que ya había hecho veinticinco películas, ni el

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Coronel ni Elvis conocían a ninguno de los productores, directores o
guionistas en el candelero. Así que, desesperado, Parker recurrió al medio que
había convertido a Elvis en una estrella de la noche a la mañana —la
televisión— y presentó a la NBC un plan para un especial navideño de una
hora de duración.
A Elvis le gustó la idea de la televisión, pero no estaba contento con que
fuera un programa de Navidad. Quería mostrarle a la gente «lo que realmente
puedo hacer», le dijo al ejecutivo de la NBC a cargo cuando se reunieron. Era
un raro acto de desafío contra Parker, pero que cambiaría el resto de su
carrera.

A medida que comenzaban las negociaciones televisivas, el proyecto del


rancho Circle G se acababa. Ya fuera por el coste de administrar otra casa o
de cuidar de todas esas vacas y caballos, la fantasía de Elvis de vivir una vida
de cowboy se había diluido en menos de un año. A Elvis ya se le había pasado
su última locura. Y, para gran alegría de Vernon, se realizó una subasta para
deshacerse de todo lo que se pudiera vender de aquellas camionetas y
caravanas. Los pocos caballos que su hijo quisiera quedarse se llevarían al
establo de Graceland, y finalmente el rancho se vendió por 440.000 dólares
dieciocho meses después. Así que las pérdidas no fueron demasiado grandes.
Sin embargo, Elvis aún sería dueño de una segunda vivienda. Priscilla
había encontrado una casa en Beverly Hills. Ahora que era la señora Presley,
ya se había cansado de quedarse siempre atrás. Si Elvis iba a trabajar en
California, allí era donde ella quería estar también. Y comprar una casa
pequeña para los dos, con un par de habitaciones para dos de los chicos, debía
ser más barato que alquilar una de las mansiones de Bel Air en las que Elvis
había estado viviendo desde 1960.
Luego, el 1 de febrero de 1968, con el nacimiento de Lisa Marie Presley
en el hospital Baptist Memorial de Memphis, la familia ganó un nuevo
miembro. Como casi cualquier otro hombre al ser padre, Elvis se sorprendió
de lo emocionado que estaba.

Habían cometido errores una y otra vez durante su carrera cinematográfica,


pero la televisión nunca había salido mal, y lo que llegó a conocerse como el
«‘68 Comeback Special» también salió bien. No puede decirse que la mayoría
de los directores de sus películas estuvieran en su primera juventud. Norman
Taurog, que hizo nueve de ellas, había nacido en 1899. Pero la elección por
parte de la NBC de Steve Binder, que había ganado premios por The
T. A. M. I. Show (1964), una película musical en la que habían participado,

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entre muchos otros, Chuck Berry, las Supremes y los Rolling Stones, fue
absolutamente acertada.
A Elvis le gustó la historia básica de una odisea de rock & roll construida
alrededor de la canción «Guitar Man». Y con los interludios previstos para
demostrar sus diferentes estilos como cantante, desde el góspel al rock & roll,
pasando por el blues y las baladas, le pidieron que participara en la creación
del programa, algo que a los cineastas convencionales ni se les había pasado
por la cabeza jamás.
Sin embargo, a medida que se acercaba la grabación, Elvis todavía no veía
claro hacer un espectáculo entero él solo, admitiendo que estaba «muerto de
miedo». Así que cuando Binder le sugirió que hiciera llamar a sus músicos
originales, Scotty y el batería D. J. Fontana, aceptó de inmediato. Tras haber
escuchado a Elvis y Charlie Hodge cantando y tocando juntos en un
camerino, a Binder le pareció que la mejor manera de conseguir al Elvis
«puro» era volver a lo básico y filmarlo, estilo cinéma-vérité, tocando con sus
viejos amigos.
De todos modos, Elvis sufrió un ataque de pánico justo antes de que
comenzara la grabación. Sentado en su camerino de los estudios Burbank de
la NBC, sudaba a chorros.
«Llevo ocho años sin estar frente a un público», dijo. (Una ligera
exageración, porque solo habían pasado siete desde su última aparición en el
escenario en Hawái en 1961). «¿Qué voy a hacer si no les gusto? ¿Y si se ríen
de mí?».[2]
Sucedió exactamente lo contrario. La improvisada jam session, con Elvis
repasando una docena o más de sus viejas canciones favoritas, desde «Lawdy
Miss Clawdy» y «Trying to Get to You» hasta «Love Me», se convirtió en la
parte más memorable de la actuación, aunque él diría que estaba «casi
cociéndose vivo» con su traje de cuero bajo los abrasadores focos de la
televisión. Se grabaron casi cuatro horas de canciones, que luego se editaron
en un solo bloque de veinticinco minutos. Con una puesta en escena tan
rudimentaria como cabría imaginarse fue un precursor de lo que se conocería
en televisión más de veinte años después como una sesión «unplugged»,
acústica.

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Nueve meses después de la ceremonia de boda, el 1 de febrero de 1968, nacería Lisa Marie Presley en el
hospital Baptist Memorial de Memphis.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

No es de extrañar que, a medida que avanzaba la actuación y Elvis le


hacía más caso a Binder que a Parker, el Coronel fuera poniéndose cada vez
más furioso porque estuvieran saboteando su idea de un show navideño.
Seguía exigiendo que, como mínimo, Elvis cantara un villancico o tal vez
«I’ll Be Home for Christmas» al final del programa cuando, en eso, llegó la
noticia de que Robert Kennedy había sido asesinado en San Francisco.

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Elvis Presley, Scotty Moore, D. J. Fontana, junto al guitarrista y amigo Charlie Hodge, durante la
grabación del «‘68 Comeback Special», realizando la que fue, quizá, la primera sesión unplugged
acústica de la historia televisiva.
«‘68 Comeback Special». © Frank Carroll/Gary Null/NBCU Photo Bank/NBCUniversal/Getty Images

Habían pasado solo dos meses desde el asesinato de Martin Luther King
en Memphis. Elvis se había desesperado con aquello, avergonzado de que
hubiera sucedido en su patria chica. Ahora, tras el asesinato de un segundo
Kennedy, no podía hablar de otra cosa. Había comprado y leído el Informe de
la Comisión Warren sobre la muerte de John Fitzgerald Kennedy, y hablado
hasta la saciedad sobre cómo el asesinato de Martin Luther King no haría más
que confirmar la visión generalizada del racismo del Sur. En general, fue un
momento emotivo, que de repente llevó a Binder a preguntarle al arreglista
musical del programa, W. Earl Brown, si podía escribir algo que reflejara la
reacción de Elvis ante los asesinatos de Kennedy y Martin Luther King.
El resultado fue «If I Can Dream», una canción sobre la paz, la esperanza
y la hermandad que se basaba directamente en el discurso de Luther King
«I Have a Dream» pronunciado en la escalinata del Lincoln Memorial de
Washington en agosto de 1963. Cuando Brown tocó y cantó su canción,

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Binder y el productor del programa se entusiasmaron. Sin embargo, la
respuesta del Coronel fue previsiblemente desdeñosa: «Esa no es una típica
canción de las de Elvis»[3], gruñó, lo que demostró lo poco que conocía el
lado góspel de su cliente. Las esperanzas de Brown se desvanecieron.
Mentalmente ya había decidido que si Elvis no la grababa, se la enviaría a
Aretha Franklin.
Pero justo en ese instante, Brown escuchó otra voz: «Tócala de nuevo»[4].
Era Elvis. Brown no sabía que estaba allí, escuchando. Así que la tocó de
nuevo, y luego otra vez. «La hacemos», dijo Elvis por fin. No importaba ya lo
que dijera Parker.
Como de costumbre con cualquier canción que consideraba importante,
Elvis estudió la letra cuidadosamente, luego, satisfecho, escribió en un rincón
de la hoja: «Ay, podría ser esta»[5]. La grabó unos días más tarde, con una
orquesta de trompas y cuerdas de cuarenta integrantes, que era la primera vez
que se hacía en un disco de Elvis. Casi nunca antes había cantado ante algo
mayor que una pequeña banda de rock. Mientras cantaban, a las vocalistas
negras de las Blossoms, que Elvis había insistido en que le acompañaran, les
corrían las lágrimas por las mejillas al ver como él cerraba los ojos y caía de
rodillas como en una plegaria evangélica. Luego, una de ellas, la ahora
famosa corista Darlene Love, le dijo a Brown: «Es que le encanta. Cree cada
palabra». Sería la única canción de éxito que Brown escribiría jamás.
«Steve», le dijo Elvis a Binder después de la grabación, «no voy a cantar
nunca más una canción en la que no crea. Y no voy a hacer nunca más una
película en la que no crea».[6]
En realidad, grabó bastantes canciones más que no le importaban mucho,
pero ni mucho menos tantas como las que había hecho para Hollywood. En
cuanto a las películas, de todos modos solo quedaban tres más.
El Coronel había sido desautorizado por completo en sus planes de hacer
un especial de Navidad, pero su desprecio por «If I Can Dream» no le impidió
asegurarse de que Hill and Range obtuviera los derechos de publicación. Se
siguió quejando, por supuesto, hasta que un par de versos de «Blue
Christmas», que habían sido eliminados de la jam session, se volvieron a
meter para apaciguarlo. Debía tener sus pequeñas victorias. Pero, por encima
de todo, aquella había sido una victoria de Elvis sobre él.
Elvis estaba eufórico. Meses antes, le había preguntado a Scotty, que tenía
un pequeño estudio en Nashville, si podía copiarle algunos viejos discos de
78 r.p.m. Naturalmente, Scotty le dijo que sí, y Elvis le envió un pequeño
maletín con todos los tesoros de su adolescencia cuidadosamente envueltos en

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periódicos para que no se rompieran. Eran veintiséis discos en total,
principalmente rhythm & blues, que incluían canciones de, entre otros, Ivory
Joe Hunter, Big Joe Turner, los Dominoes, Ray Charles y Brownie McGee,
que Scotty copió para él a una cinta de bobina abierta.
Así que, cuando, en esas sesiones de Burbank de la NBC, Elvis sugirió
que tal vez Scotty y él podían reunirse en el estudio del guitarrista y tocar
juntos durante una semana solo para ver qué salía de ello, Scotty dijo que sí.
Le parecía una gran idea. Lo era. Pero, no solo no se volvió a mencionar
nunca más, sino que además Elvis y él nunca volverían a tocar juntos.

La grabación del show de «‘68 Comeback Special» se completó a finales de


junio, pero mientras se realizaba la edición hubo que esperar cinco meses
antes de que se emitiera. Así que, tras una semana en Palm Springs, Elvis fue
a Arizona a hacer un western rápido llamado Charro! Por fin, Elvis tuvo un
papel serio. No funcionó. Tampoco la siguiente película, The Trouble with
Girls [Mis problemas con las mujeres], que se filmó inmediatamente después.
Esa tampoco fue bien. Casi parecía que se estaba despejando el camino de sus
compromisos con Hollywood antes de poder revelar el regreso de Elvis.
La cuestión era, ¿lo vería alguien?

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«Oí el rumor de que Elvis se acostó con todas sus
coprotagonistas, menos con una. Bueno… ¡Sé quién
era! ¿En qué estaría yo pensando?»
Mary Tyler Moore, coprotagonista de Change of Habit

Vio la emisión del programa de la NBC el 3 de diciembre de 1968 sentado en


su nueva casa de Beverly Hills con Priscilla. No era la primera vez que lo
veía, pero verlo entonces, sabiendo que millones de personas lo tenían
también puesto, era una sensación muy diferente. Era como si estuviera
haciendo una audición en público, como en su primera aparición en la
televisión con los hermanos Dorsey en 1956; una noche en la que, como
entonces, estaba en juego el resto de su carrera. Las películas de Hollywood
de serie B que había hecho —y sabía que eso era lo que la mayoría de ellas
eran—, le habían convertido en un anacronismo. Ahora, al verse a sí mismo
con su traje blanco cantando «If I Can Dream» al final de la actuación, vio,
por primera vez en años, un futuro por delante. Y todavía tenía solo treinta y
tres años.
Estuvo muy callado durante la emisión, apenas cruzó alguna palabra con
Priscilla, hasta que, en el momento en que aparecieron los títulos finales, los
teléfonos comenzaran a sonar y ya no pararon. Los amigos nunca llaman para
decir «la has cagado», pero, de todas formas, disfrutó de sus entusiastas
halagos. Y aunque no todas las reseñas de los periódicos del día siguiente
fueran elogiosas —algunos críticos aún seguían sin pillarlo—, varias de las de
las de las cabeceras más distinguidas sí lo fueron. El crítico de rock del New
York Times, John Landau, estaba maravillado: «Hay algo mágico en ver a un
hombre que se ha perdido, encontrar su camino de vuelta a casa».
Llegaron mejores noticias aún cuando se publicaron los índices de
audiencia del programa. Fueron los mejores del año para la NBC, ya que el
42 % del público estadounidense lo había visto. Eso era sorprendente, casi el
regreso a unas cifras parecidas a las del programa de Ed Sullivan. Se había
emitido el single «If I Can Dream» un mes antes con una acogida tibia, pero

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ahora subió en las listas, al igual que el álbum del programa. Una hora en
televisión había dado un giro a la vida de Elvis.
Así que, ¿ahora qué? Le había dicho a Steve Binder que quería volver a
hacer actuaciones en directo, pero, mientras el Coronel valoraba todo esto,
había que sacar un álbum y un single de seguimiento. Así que, en enero de
1969, algunos de los chicos se reunieron en Graceland para cenar y hablar de
su futuro. El regreso al estudio de la RCA en Nashville era el escenario más
probable, hasta que su amigo, pero ya no empleado, Marty Lacker dijo: «¿Por
qué no grabar aquí en Memphis? ¿Por qué no usar el estudio de American
Sound? Ojalá probaras a Chips Moman y su sección de ritmo. Son geniales».
La banda de American Sound, con su énfasis en los acordes góspel de bajo y
piano, era muy apreciada. Jerry Wexler la había contratado recientemente
junto con el estudio para grabar el «Son of a Preacher Man» de Dusty
Springfield, y Otis Redding, Joe Tex y Aretha Franklin también habían
trabajado allí.
Intrigado, Elvis se llevó a Lacker a otra habitación y le tocó una canción
de Mac Davis (el escritor de «A Little Less Conversation») que le habían
dado. Era «In the Ghetto», que, para su eterno pesar, los Righteous Brothers
habían rechazado. Elvis la grabaría en Memphis.

La grabación comenzó en el deteriorado estudio de American Sound en la


zona pobre de Memphis la noche del 13 de enero de 1969. Era la primera vez
que Elvis grababa en la ciudad desde 1955, cuando estaba con Sun Records, y
se decía que el edificio estaba infestado de ratas. «Mola el sitio», bromeó
mirando a su alrededor.
Pero lo que sí molaba era la banda del estudio, cuyos miembros eran todos
nuevos para Elvis, y, por supuesto, el productor, Chips Moman.
Técnicamente, Felton Jarvis de la RCA seguía siendo la persona responsable,
pero fue Chips, un magistral técnico e ingeniero, quien se hizo cargo y, de
inmediato, Elvis se puso a cantar una canción que, en menos de una década,
se volvería extrañamente profética. Llamada «Long Black Limousine»,
trataba de una chica que deja un pueblo y se va a la gran ciudad, prometiendo
que volverá algún día «con un coche lujoso para que todo el pueblo lo vea».
Ahora había regresado y se había cumplido su sueño por fin. «Viajaba en una
larga limusina negra», de camino al cementerio de la ciudad, víctima de la
ambición y de la vida a mil por hora. Elvis debió de pensar que algún día ese
sería él. Lo que no sabía era cuándo.
Las sesiones fueron bien. Había una canción de uno de sus escritores
favoritos, Mort Shuman, «You’ll Think of Me», una versión del éxito de Glen

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Campbell «Gentle on My Mind», y otra canción de Mac Davis, «Don’t Cry
Daddy», que, siendo ya padre, le tocaba la fibra sensible. Curiosamente, las
dos primeras describían los sentimientos de un hombre incapaz de sentar la
cabeza con una mujer, mientras que «Don’t Cry Daddy» iba sobre la ruptura
de un matrimonio. Luego venía «Wearing That Loved On Look», que trataba
sobre la infidelidad, y a continuación «Suspicious Minds», otro tema sobre el
adulterio. Era la primera vez que cantaba tantas canciones con temas para
adultos. Si Priscilla hubiera escuchado las letras atentamente, podrían haberle
dado qué pensar.
Incluso hizo un par de canciones que Hill and Range le habían enviado,
aunque la mayoría de sus propuestas terminaban por los aires pues, al volver
del estudio, escuchaba las nuevas demos en casa y luego las desechaba
lanzándolas a la basura.
«De ahora en adelante», les dijo a los chicos, «quiero escuchar todas las
canciones que pueda. Si me llevo una parte de los derechos de publicación,
pues bien. Pero si no es así y quiero hacer la canción, la haré igualmente»[1].
Luego insistió en que debían ponerse todos a buscar buenas canciones.
Naturalmente, Freddy Bienstock seguía presionando, pero Jerry Reed
había sentado un precedente con «Guitar Man», y cuando presionó a Chips
Moman para que cediera una parte de los derechos de publicación de
«Suspicious Minds», una canción cuyos derechos poseía parcialmente, su
respuesta fue muy clara. En lo que a él ser refería, la RCA podría coger los
25.000 dólares que pagaban por toda la sesión y «metérselos por el culo y
considerar esa sesión la demo más cara de la historia»[2]. La discusión no se
zanjó hasta que un ejecutivo de la RCA que había supervisado la sesión habló
en nombre de Moman: «El chico tiene razón. Nos vamos a quedar aquí y
vamos a hacer las sesiones a su manera»[3].
Una vez más, Elvis se mantuvo al margen. Él solo quería hacer buenos
discos. Sin embargo, cuando Moman se quejó de la interferencia que aún
recibía de los productores musicales y de algunos de los chicos, Elvis les dijo
a todos que se fueran.
«Era casi como si creyera que tenía que actuar para ellos», recordaría
Moman sobre el comportamiento de Elvis frente a sus muchachos. «Decía
algo ingenioso o hacía algo divertido para hacerlos reír. Cuando nos
quedamos solos él y yo, cara a cara, fue una de las personas con las que más
fácil he podido trabajar».
Tom Diskin, que reemplazaba al Coronel en la sesión, llamó
inmediatamente a su jefe a Palm Springs para contarle el motín de Elvis. La

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respuesta de Parker fue seca. Le dijo a Diskin que volviera a Los Ángeles y
«le dejara que hiciera el ridículo él solo»[4].
Pero Elvis no lo hizo. El acuerdo que habían tenido el Coronel y Hill and
Range estaba seriamente dañado, aunque todavía no estaba completamente
roto. De los treinta y tres temas grabados en dos sesiones distintas en
Memphis en el invierno de 1969, Hill and Range solo obtuvo los derechos de
trece. En cambio, Elvis grabó canciones producidas por muchas otras
compañías y de autores como Burt Bacharach, Neil Diamond, Percy
Mayfield, Bobby Darin e, incluso, Lennon y McCartney. (Aunque, en el caso
de estos últimos, no muy bien, ya que, al no conocer la letra, solo hizo una
pista de guía para «Hey Jude», que nunca debería haberse lanzado).
En general, fue el momento más productivo en un estudio de grabación
que jamás tendría y uno de los que más disfrutó, especialmente cuando
descubrió que el cantante Roy Hamilton usaba el mismo estudio durante el
día. Una noche, Elvis apareció temprano antes de que Hamilton hubiera
terminado de grabar y le dijo al cantante, de formación clásica, cuánto le
había influido cuando era niño. Entonces tuvo el impulso de darle a Hamilton
una canción que tenía la intención de grabar él mismo, la composición de
Barry Mann y Cynthia Weil, «Angélica». Pensaba que era perfecta para
Hamilton. Y así fue. No volvieron a verse nunca. Por desgracia, Hamilton
moriría repentinamente, unos meses después.
«In the Ghetto» era un claro éxito, pero a los chicos les preocupaba que
Elvis se estuviera significando demasiado frente a algunos de sus fans al
grabarlo. Al Coronel tampoco le gustaba. Había tenido cuidado de no dejar
nunca que Elvis expresara una opinión política, y ahora desaconsejaba lanzar
«In the Ghetto» como sencillo, ya que creía que identificaba a Elvis como
alguien «demasiado» cercano a la América negra. Hasta a Chips Moman le
preocupaba «lo que la gente podría pensar de un blanco cantando sobre la
vida en el gueto». Pero, como dijo Elvis: «Cuando oí la canción, ya no pude
ignorarla». Se convirtió en uno de sus mayores éxitos de todos los tiempos.

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Desde su juventud, Elvis había comprado discos de Mahalia Jackson, e incluso llegaría a grabar su éxito
de góspel «Take My Hand, Precious Lord». Aquí acaba de presentarles la actriz Barbara McNair en un
descanso de la filmación de Change of Habit (1969).
© The Abbott Sengstacke Family Papers/Robert Abbott Sengstacke/Getty Images

Siempre le había gustado Mary Tyler Moore cuando hacía su programa de


televisión con Dick Van Dyke. ¿Y a quién no? Pero su aparición con él en
Change of Habit [Cambio de hábito], en lo que sería su último papel
dramático en una película, no significó nada para las carreras
cinematográficas de ninguno de los dos, ni, por una vez, para su vida
amorosa. Años más tarde, Mary bromearía sobre el falso rumor de que Elvis
se había acostado con todas y cada una de las coprotagonistas de sus
películas, excepto una, diciendo: «Bueno… ¡Yo sé quién era! ¿En qué estaría
yo pensando?».
En lo que seguramente estaba pensando Elvis, por su parte, era en que
aquel era, al fin, un papel medio serio, pero que, igualmente, era solo otra
película de producción rápida. Interpretaba a un médico, y Mary Tyler Moore
era una monja de incógnito, es decir, que no llevaba su hábito religioso, lo

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que impedía que hubiera un final romántico. Probablemente debió de
parecerles una buena idea entonces.
Tal vez el momento más memorable para él llegaría en un descanso del
rodaje, cuando la actriz Barbara McNair, que interpretaba a otra monja, le
presentó a la cantante de góspel Mahalia Jackson, que estaba visitando el
plató. Él la admiraba, pero cuando ella le pidió que prestara su nombre a una
recaudación de fondos que estaba organizando, él le dio largas.
«Señora Jackson, me alegra mucho haberla conocido», le dijo. «Me
encantaría hacerlo. Pero tengo que preguntarle al Coronel».
Después de que Mahalia se fuera, se volvió hacia Barbara McNair y
admitió con tristeza: «Nunca lo haré. El Coronel no me dejará». A pesar de su
victoria en el estudio de grabación, el Coronel aún tomaba todas las demás
decisiones. Elvis nunca sería completamente dueño de sí mismo.
No le sorprendió a nadie que el estreno de Change of Habit en 1970
transcurriera sin pena ni gloria. Los críticos coincidieron, en general, en que
no era ni buena ni mala ni nada. Pero, para entonces, su protagonista era
nuevamente lo más de lo más en América.

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«Quiero músicos que puedan tocar todo tipo de
música»

Incluso antes de que se emitiera el especial de la NBC, el Coronel ya había


empezado a negociar con la gerencia del nuevo Hotel International de Las
Vegas. Tenía una gran sala de eventos encima del enorme casino que había en
la planta baja abierto las veinticuatro horas del día, y contrataron a Elvis para
cantar una hora dos veces por noche durante cuatro semanas por 100.000
dólares semanales. Como cebo para atraer a los jugadores al casino, aquel
sería el mayor esfuerzo al que su voz se hubiera enfrentado hasta entonces.
Pero primero necesitaba una banda y un cuarteto de góspel para tocar y
cantar junto a él, así que, naturalmente, llamó a Scotty, D. J. y los Jordanaires.
A Scotty le había dolido que no le hubieran invitado a tocar en las sesiones de
Memphis y, después de haber hablado con Elvis de hacer una gira europea en
1969, le sorprendió que le dijeran que los planes habían cambiado y que el
compromiso ahora sería solo de un mes y únicamente en Las Vegas.
Desgraciadamente, los Jordanaires, D. J. y él tenían ya una sesión de trabajo
reservada para el mes de agosto. Aceptar el dinero que les ofrecía el Coronel
implicaría no solo defraudar a otras personas, sino también perder dinero.
Después de reunirse en Nashville para discutir la oferta, los seis la
rechazaron. Si hubieran sabido que habría una gira después, puede que las
cosas hubieran sido distintas, diría Scotty más tarde. Pero ninguno de ellos lo
sabía.
Gordon Stoker de los Jordanaires siempre se arrepintió de su decisión. Le
parecía que Elvis no volvió a ser el mismo… Era «como si hubiera perdido a
su familia»[1]. A Elvis le pareció que Scotty y los demás le habían
defraudado. Pero hay que decir que a Scotty le pareció que Elvis le había
defraudado a él, y no era la primera vez. Era la misma despreocupación que
había sufrido Red.
Pero, si no iba a ser Scotty, Elvis tenía que encontrar a un nuevo
guitarrista principal en torno al cual poder montar su banda.

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«Pregunté por todas partes y aparecían todo el rato dos nombres», dijo,
«Glen Campbell y James Burton. Glen Campbell estaba ocupado con sus
cosas…, así que llamé a James».
Burton era un músico de sesión de Los Ángeles muy ocupado, que se
había hecho muy conocido entre los fans del rock como el virtuoso de
diecisiete años que en 1958 había tocado la guitarra principal en «Susie Q» de
Dale Hawkins, y que más tarde tocaría en los hits de Ricky Nelson.
Rápidamente, Elvis y él comenzaron a hacer audiciones para completar la
banda. «Quiero músicos que puedan tocar todo tipo de música»[2], dijo Elvis.
Ya no iba a ser solo un cantante de rock & roll. Quería un repertorio que
mostrara todos sus estilos, y que fuera capaz de transmitir la amplia gama de
música estadounidense que le gustaba. De ahora en adelante cantaría country,
góspel, blues, rock y grandes baladas, y habría una orquesta de treinta y cinco
piezas de cuerda y viento con dos grupos de coristas como acompañamiento.
«Todos los músicos que me rodean fueron elegidos uno a uno», diría más
tarde, explicando su nuevo rumbo. «Hicimos audiciones durante días y días».
[3]
Elegir al batería fue la decisión más difícil de todas hasta que probaron
con Ronnie Tutt, que trataba de no perder de vista a Elvis mientras tocaba,
porque todos los movimientos que Elvis hacía en el escenario «eran como
tocar para un stripper divinizado». Los Jordanaires fueron reemplazados por
los Imperials, que habían cantado en «How Great Thou Art», mientras que el
grupo de soul de tres voces femeninas Sweet Inspirations fue elegido porque a
Elvis le gustaba la forma en que le habían hecho los coros a Aretha Franklin.
Todas ellas eran ex cantantes de iglesia, incluyendo a Cissy Houston, la tía de
Dionne Warwick y madre de Whitney Houston.
Durante toda la planificación, hubo continuas discusiones con el Coronel.
Parker pensaba que Elvis estaba exagerando con la cantidad de músicos y
cantantes que quería, que tenía que pagar él, unos cincuenta en total, a lo que
Elvis respondió que había que cubrir un gran escenario.
«Ensayamos unas cincuenta canciones», decía, «de las cuales tengo que
elegir unas veinte por noche. Si no funciona después de los primeros cuatro o
cinco números, lo puedo cambiar y hacer otras canciones».
Unas semanas antes de su estreno en Las Vegas, llevó a Priscilla a ver a
Tom Jones en el escenario del hotel Flamingo. Le había conocido en
Hollywood, y a Elvis le gustaba Jones como amigo y le encantaba su voz,
aunque cuando lo vio en el escenario sospechó que tenía un calcetín
escondido en la parte delantera de sus pantalones. También pensó que su
actuación en el escenario era «vulgar». «Yo nunca he sido vulgar», remarcó

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para el divertido asombro de su séquito. Pero si Tom Jones podía enseñarle
algo sobre cómo tocar en un gran salón con un aforo de dos mil comensales
dos veces cada noche, estaba deseando aprender. ¿Sería capaz de hacer lo que
Tom Jones con un público adulto?
Lo averiguó el 31 de julio, en un Las Vegas totalmente forrado con su
nombre y su imagen. Una vez más sudaba de los nervios antes del show. Pero
luego, vestido con lo que parecía una especie de uniforme de kárate negro
hecho a medida, se subió casi con timidez al escenario mientras la banda
tocaba un riff de rock & roll. Luego, cuando Charlie Hodge le entregó su
guitarra, empezó sin más preámbulos con «Blue Suede Shoes», para después
pasar, sin decir ni media palabra al público, a «I Got a Woman» y «That’s All
Right». Musicalmente, estaba enlazando todo demasiado rápido, y más tarde
«Don’t Be Cruel» y «All Shook Up», interpretadas a toda velocidad, no las
cantó tan bien como en los discos; pero la emoción en el salón de la cena era
incondicional. Incluso aplaudieron los innecesarios golpes de kárate con los
que terminó algunas de las canciones.
Por fin, tomándose un descanso, comenzó a contar una versión resumida
de la historia de su vida, aunque casi todo el público debía de sabérsela ya
muy bien. Pero ese era Elvis. A veces, al saludar a gente que no conocía y que
parecían tensos en su presencia, se presentaba diciendo: «Hola, soy Elvis
Presley», como si no lo supieran.
Debido a las luces, no podía ver la sala de actuaciones muy bien, pero
sabía que allí abajo, en las mesas, Priscilla estaba con un minivestido blanco,
junto a Vernon y Dee, y el Coronel y su mujer, a quien rara vez se veía en
público. Luego estaba Felton Jarvis en plena luna de miel con su nueva
esposa, varios conocidos del mundo del espectáculo que habían hecho el corto
vuelo desde Los Ángeles, periodistas musicales de Nueva York, Los Ángeles
y Londres, y un tropel de amigos, familiares y personal de Memphis, que
habían llenado dos aviones cuyos billetes había pagado él mismo.

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31 de julio de 1969, vestido con su traje negro Elvis ofrece el primero de una serie de conciertos en el
recién inaugurado Hotel International de Las Vegas. Sam Phillips y Priscilla se encontraban entre el
público.
© Alamy/Cordon Press

Ann-Margret y su marido también estaban allí, y fueron al camerino para


saludarle después del espectáculo, y luego estaba Fats Domino, a quien él
había ido a ver muchas veces a Las Vegas y que ahora le devolvía la cortesía.
Pat Boone, tiempo ha rival, también estaba presente, al igual que Paul Anka,
Shirley Bassey y el productor y pinchadiscos televisivo Dick Clark. Luego
estaban Burt Bacharach con su esposa, Angie Dickinson, George Hamilton,
Henry Mancini y Liberace. La mayoría de sus muchachos miraban desde los
laterales, y también sabía que Sam Phillips estaba allí en alguna parte, porque
le había invitado él mismo, explicándole que quería el apoyo de algunos de
sus amigos de Memphis. Phillips, como siempre, le había dado una charla,

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diciéndole que «lo haría muy bien mientras consiguiera la mejor sección de
ritmo que pudiese encontrar», y que era exactamente lo que había hecho.
Lo que no sabía era cuánta de la gente del cine que le había despreciado
había ido ahora a verle. Habían tenido una imagen equivocada de él todo el
tiempo, y eso le molestaba. ¿Se habían dado cuenta ahora de lo equivocados
que habían estado? Le daría rabia el resto de su vida la forma en que le habían
hecho perder el norte en Hollywood. «Desde luego, me quedé estancado con
esas películas»[4], decía, fingiendo bromear y sacudiendo la cabeza como si
estuviera apesadumbrado. Pero para él no era ninguna broma.
Aquel primer espectáculo pasó volando. En los viejos tiempos, siempre
había terminado su actuación con una versión larga de «Hound Dog». Pero
ahora tenía un nuevo final: «Can’t Help Falling in Love». Y con eso, cayó el
telón y así quedó inaugurado el nuevo espectáculo en directo de Elvis. De la
noche a la mañana, las películas fueron olvidadas. Había sido, diría, «una de
las noches más emocionantes de mi vida».
Tres días después, habló con un par de periodistas ingleses, incluido el
autor de este libro. Sentado, junto a cuatro miembros de la Memphis Mafia,
en un sofá español de color rojo en la sala de estar de su suite detrás del
escenario, bebía una botella de Seven Up, preocupado porque el aire seco de
Las Vegas le afectara a la garganta. Había adelgazado para aparecer en el
especial de la NBC el año anterior y ahora estaba aún más delgado, todo ello
como resultado, dijo, de una dieta estricta y de sudar varios litros en cada
show. No mencionó las píldoras adelgazantes que había estado tomando.
Mientras hablaba, relajado y amistoso, contó que quería hacer otro álbum de
rhythm & blues, hizo como que tocaba una guitarra y cantó un poco de su
canción favorita de los Beatles «I Saw Her Standing There», y luego prometió
que pronto tocaría en los escenarios de Gran Bretaña.
«Sé que sigo diciendo que iré a Inglaterra algún día, pero lo haré».[5]
Mientras tanto, el Coronel, con una camisa de manga corta y pantalones
sin forma definida, se sentó aparte, vigilando como un guardia para
asegurarse de que no se dijera nada indebido.
La conversación se desarrolló en tono amistoso. Elvis riéndose de sí
mismo cuando, al preguntarle cuál era su grupo actual favorito, respondió sin
pensarlo «los Platters», que tenían poco de actuales. Los Beatles le habían
enviado un telegrama deseándole lo mejor para su estreno, que él había
pegado con cinta adhesiva a la puerta; y algunos de los muchachos se
divertían recordando a la chica que le había arrojado un par de bragas al

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escenario la noche anterior, que él había recogido y con las que se había
secado la frente.
Solo cuando le preguntamos acerca de sus películas, miró con ansiedad
hacia el Coronel. «No sería honesto contigo», admitió, «si dijera que no me
avergüenzo de algunas de las películas en las que he participado y de algunas
de las canciones que tuve que cantar en ellas. Me gustaría decir que eran
buenas, pero no puedo. Tuve que hacerlas. Firmé contratos cuando salí del
ejército»[6].
«Sabía que muchas de las canciones de esas películas eran malas y eso
solía molestarme muchísimo. Pero encajaban en la situación». Pero no habría,
insistió, más películas malas.
«Llevo los últimos nueve años [sic] queriendo volver a subirme a los
escenarios; ha sido algo que ha ido creciendo dentro de mí desde
aproximadamente 1965, hasta que la tensión se ha hecho insoportable. Estaba
agobiado con ello. No creo que pudiera haberlo dejado mucho más tiempo. Es
el momento adecuado».
En cuanto al dinero, se rio. «No tengo ni idea de dinero. No quiero saber
nada. Puedes rellenar esa pregunta como quieras».[7]
En ese momento, el Coronel explicó rápidamente su propia situación.
«Podemos decir esto», interrumpió. «El Coronel no tiene nada que ver con las
finanzas del señor Presley. Todo eso lo llevan su padre, el señor Vernon
Presley, y su contable. Por mí puede derrochar todo su dinero, si quiere. No
me preocupa»[8].
Elvis captó la pulla. Llevaba oyéndola catorce años. Lo que tal vez no
había captado aquella semana de triunfo era que al estar contratando ya el
Hotel International la opción de que él actuara allí en verano e invierno
durante otros cinco años —sin una cláusula de subida por inflación—, el
Coronel tenía asegurada también allí una estancia de un mes dos veces al año.
Para un jugador como Parker aquello debía de ser muy conveniente.
Desde luego, le convenía más que ir de gira europea, y más adelante en
esa misma semana Parker desdijo a su cliente durante un desayuno conmigo.
Elvis no iba a ir a Gran Bretaña a corto plazo, dijo. La esposa del Coronel, «la
señora Parker», tenía algunos problemas de salud y no podría viajar, y no
sería correcto que la dejara sola, explicó.
Siempre habría una excusa para que Tom Parker no tuviera que salir
nunca de los Estados Unidos.

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«No quiero que salga en los periódicos la foto de un
pirado hijo de puta jactándose de haber matado a Elvis
Presley»

Según su punto de vista, nadie tenía la culpa. Era solo una situación a la que
habían llegado a causa de decisiones tomadas años antes cuando ambos eran
mucho más jóvenes. Ahora, aparte de Lisa Marie, Priscilla y él no tenían
mucho en común. Había intentado moldearla para convertirla en su mujer
perfecta, y ella desde luego era muy guapa. Pero el hecho de que estuviera
todo el tiempo en casa, que era donde él quería que estuviera, de alguna
manera la hacía menos excitante que las chicas que conocía por ahí y que
coqueteaban y bromeaban con él. Evidentemente no quería una mujer coqueta
como esas como esposa, pero…
Ella había sido educada como católica y él en la Primera Asamblea
Pentecostal de Dios, cuyos miembros creían en los mismos principios básicos
y, de todos modos, la religión nunca había sido un problema entre ellos, al
menos hasta que él se involucró en la Self-Realization Fellowship. Pero eso
había sido otra cosa. Priscilla tenía tantas dudas sobre aquel absorbente
espiritualismo como el Coronel y como la mayoría de los muchachos. La
aburría, y eso realmente le tocaba la moral a Elvis, porque era importante para
él.
Pero había otras cosas. A Priscilla le gustaba la música, pero no sabía de
música ni era cantante, y él nunca podía hablar con ella sobre música de la
forma en que solía hacerlo antes con Scotty o ahora con James Burton,
Charlie y las Sweet Inspirations. A menudo, entre una actuación y otra, se
pasaba por el camerino de las Sweet Inspirations solo para conversar. Una
vez, al principio de las actuaciones en Las Vegas, se puso a reír mientras
cantaba «Are You Lonesome Tonight?», y Cissy Houston, que era la soprano,
siguió haciendo sus floreos vocales tras él, mientras él intentaba y no lograba
terminar la canción, sin parar de reír todo el rato. Por mal que lo pasó, con las
lágrimas corriéndole por las mejillas, histérico ante la idea de estar teniendo
un ataque de risa ante toda aquella gente, Cissy siguió con sus gorjeos, lo que

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hizo la situación aún más graciosa. Le encantaba reír. «Es libertad pura»,
decía, «como volver a ser niño».
Él y las Sweet Inspirations se rieron juntos aquella noche al recordarlo, y
luego hablaron sobre la música que les gustaba y los himnos que todos
conocían. A veces era bueno relajarse con ellas. Sin presión. Siempre le había
encantado estar con mujeres, hablar con chicas, hablarles de su madre,
preguntarles por sus vidas. Siempre había nuevas chicas que conocer, nuevas
aventuras que disfrutar, y no veía por qué no iba a disfrutarlas, ya que pronto
se dio cuenta de que su matrimonio había sido un error.
Tampoco todas sus amistades con mujeres incluían el sexo. Muchas no lo
hacían. Desgraciadamente, su relación con Priscilla tampoco fue sexual desde
el nacimiento de Lisa Marie. Cierta vez le había dicho que nunca podría hacer
el amor con una mujer que hubiera tenido un bebé y ella se preguntaba si ese
era el problema. Nunca lo sabría con certeza porque él no quiso discutirlo
más. Todo lo que ella sabía era que poco después de que su pastilla para
dormir diaria hubiera empezado a hacerle efecto, él ya estaba dormido y ella
se sentía cada vez más rechazada. Su papel era atenderle y esperarle. Cuando
le preguntaba sobre otras mujeres, él siempre negaba sus aventuras, pero
ambos sabían que ella no le creía. Su negativa simplemente evitaba, o al
menos posponía, la bronca. Cuando él estaba en casa, ella le cuidaba,
haciendo todo por él, llegando incluso en ocasiones a cortarle la carne. ¿Era
así como le había mimado su madre? Se comportaba como si esperara eso.
Pero Priscilla no era su madre y la mayor parte del tiempo estaban separados.
Ahora que él trabajaba en Las Vegas, mientras Priscilla estaba en su casa de
Los Ángeles con su hija pequeña, ella sabía que estaba de fiesta con sus
amigos y con las chicas a las que él atraía. Así que, a sugerencia de Elvis,
tomó algunas clases más de baile y luego algunas de actuación y esperó que
las cosas mejoraran entre ellos. Y al igual que él, ella también tomó clases de
kárate. Él la animó a que lo hiciera. Estaba bien que ella hiciera algo que le
gustaba a él.
Mientras pudiera cantar, Elvis era feliz. Sentado al piano en su casa de
Memphis, cantaba para sí mismo o llamaba a Nancy, una de las criadas, para
cantar juntos un himno. Él cobraba vida cuando actuaba. Incluso en los
ensayos con la banda o cuando estaba grabando, hacía una actuación
completa, con sus movimientos y todo, aunque el único público que hubiera
fueran los propios músicos. Lo que quería hacer realmente era entretener a la
gente. Así que cuando la primera temporada en Las Vegas terminó, a finales
de agosto de 1969, con «Suspicious Minds» encabezando las listas de éxitos

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de todo el mundo, no sabía qué hacer consigo mismo. Por mucho que hubiera
despreciado las películas, le habían dado una rutina. Pero este año no había un
set de rodaje al que ir, ni actrices nuevas y guapas que conocer, ni un álbum
de banda sonora que hacer y del que luego quejarse.
Así que, como necesitaba un descanso, se llevó a Priscilla a Hawái. No
estuvieron solos, por supuesto; nunca iban solos a ningún lado. Invitaron a
Vernon y a Dee, junto con Joe y Joanie Esposito y otro miembro de su
pandilla, Jerry Schilling y su mujer. Durante unos días, mientras estaban allí,
consideraron la posibilidad de ir a Europa a continuación, hasta que el
Coronel se enteró y le dio a Elvis una charla diciéndole que si aparecía en
Londres de vacaciones sin haber viajado allí primero de gira, le sentaría mal a
los fans británicos que habían sido tan leales durante tanto tiempo.
El argumento sonaba tan tonto como parece. Pero, sin querer cuestionarle,
Elvis obedeció dócilmente, como si todavía fuera el joven de veinte años a
quien Parker se había agarrado en 1955, el joven inseguro que no era capaz de
reaccionar cuando le intimidaba una figura paterna dominante. Así que, en
lugar de ir a Londres y París, fueron a las Bahamas, donde se hizo amigo de
una asombrosa banda irlandesa llamada los Witnesses, que tocaban en el
mismo hotel. Incluso hizo cola para ir a verlos. No había mucho más que
hacer allí por las tardes y siempre le gustaba la música, fuera la que fuera. La
única canción irlandesa que conocía, les dijo, era «Danny Boy». A su madre
solía gustarle. Algún día la grabaría.
Llovió la mayor parte del tiempo y Elvis y Priscilla volvieron a pelearse,
como les suele pasar a las parejas infelices cuando se van juntos de
vacaciones.
Cuando regresaron, estuvo inquieto durante el resto de 1969 y 1970, y,
haciéndose llamar Jon Burrows, y acompañado por un par de chicos, hacía
algunos viajes discretos a Dallas para ver a una azafata que conocía allí.
Mientras tanto, los éxitos de las sesiones de Memphis seguían llegando
regularmente cada tres meses, como solían hacerlo: «In the Ghetto»,
«Suspicious Minds», «Don’t Cry Daddy», «Kentucky Rain».
Desde el instituto había tenido la necesidad de hacerse notar, de ahí la
ropa rosa y verde y las patillas. Más tarde, en 1957, vino el traje dorado,
seguido del de cuero para el especial de la NBC. El uniforme de kárate negro
para el lanzamiento internacional fue estiloso, pero el diseño con el que Bill
Belew —quien había creado su traje de cuero para el programa especial de su
reaparición de 1968— lo equipó en febrero de 1970 para su siguiente
temporada en Las Vegas, sería el definitivo. Esencialmente un mono blanco

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(«para que la camisa no se salga de los pantalones», dijo Belew), iría
evolucionando en los años siguientes, cada vez con más adornos de
diamantitos strass y, por último, con una capa estilo Superman a juego,
componía una apariencia que sencillamente decía ELVIS a gritos. Parker se
había quejado durante la primera temporada de Las Vegas de que, con tanta
gente en el escenario, a veces no se veía a Elvis. Bueno, pues ya no volvería a
pasar. No con uno de esos trajes.
Priscilla, cada vez más limitada a observar todo desde los márgenes,
sentía algo triste en la ostentación. Creía que, con su voz, su aspecto, su
talento y su carisma, su marido no necesitaba vestirse así. Todo le parecía un
grito de auxilio. Pero si Elvis estaba pidiendo ayuda, él no era consciente de
ello. Nunca lo sería. Era el centro de su propio mundo. Nunca le pidió a nadie
ningún tipo de ayuda. Él, Elvis, era quien ayudaba.
La segunda temporada de Las Vegas fue tan exitosa como la primera, ya
que reemplazó algunas viejas canciones poniéndose al piano para cantar «Old
Shep» y «Blueberry Hill». Un viejo éxito que nunca había cantado antes era
«The Wonder of You», que se grabó en vivo en el escenario como parte de un
álbum y se lanzó más tarde para convertirse en un sencillo de éxito. Lo hizo
varias veces con otras canciones, lo que complació indeciblemente al
Coronel. Como a la banda y los coristas ya se les pagaba por la actuación, era
una forma barata y rápida de obtener un gran éxito.
El show de medianoche del Hotel International terminó ese mes febrero
casi a las tres de la madrugada ya que Elvis, como si fuera incapaz de alejarse
de los focos, no dejaba de enganchar una canción con otra. Luego se dirigiría
rápidamente a Texas para el Houston Livestock Show and Rodeo en el
Astrodome.

Siempre le había gustado Texas. La señal del programa de radio Louisiana


Hayride era la que se recibía mejor allí, lo que había facilitado que le
siguieran realmente por primera vez fuera de Memphis. Pero antes de que
llegara, corrió el rumor de que uno de los promotores de Houston había dicho
que para ese concierto podía «ir sin las chicas negras». Puede que la frase ni
siquiera fuera cierta, pero Myrna Smith, una de las Sweet Inspirations, dijo
que Elvis respondió que si las chicas no iban, no habría espectáculo.

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Elvis siempre se imaginó una vida familiar feliz. Esta escena de Priscilla, Lisa Marie y él alrededor de
1970, fue probablemente lo más cerca que estuvo de conseguirlo.
© Magma Agency/WireImage/Getty Images;

Pero sucedió que, al principio, no hubo mucho espectáculo para nadie. El


eco que había por todas partes del estadio dejaba claro que el sistema de
sonido no se había diseñado para un concierto de rock & roll. Pero mejoró. Y,
durante tres días, más de 200.000 fans acudieron a verle, una cifra superior a
la de los que le habían visto durante un mes en Las Vegas. Elvis y el Coronel
estaban otra vez forrados. A más no poder. A continuación vendría la gira. En
los años cincuenta, las actuaciones personales habían sido una forma de
vender discos. En los setenta, donde estaba el negocio era en los conciertos de
rock.
Musicalmente, el siguiente paso lógico habría sido volver al estudio de
American Sound de Memphis para grabar el siguiente álbum. Pero había
demasiada gente molesta como para poder hacer lo lógico. Tanto el Coronel
como Freddy Bienstock estaban resentidos tras ser derrotados en la pelea
editorial por «Suspicious Minds», y el productor Felton Jarvis, que ahora

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había dejado la RCA para concentrarse únicamente en las grabaciones de
Elvis, estaba molesto por la forma en que Chips Moman le había ninguneado.
Así que Elvis regresó a Nashville en junio con una nueva banda de estudio.
Tanto Scotty como D. J. estaban en la ciudad, al igual que los Jordanaires,
pero no volvieron a invitarles.
En términos cuantitativos, a las nuevas sesiones de Nashville no se les
podía poner ninguna pega. Treinta y cinco canciones grabadas en cinco días.
Eso era mucho cantar. Pero la calidad se resintió porque Elvis corría de una
canción a otra. Se grabó material para tres álbumes y varios singles, pero el
único éxito duradero fue una versión del clásico de Dusty Springfield «You
Don’t Have to Say You Love Me». Lo único que salvó a la sesión de ser
decepcionantemente vulgar fue que, a mitad de grabación, surgió la idea de
reunir doce de las canciones para componer el álbum Elvis Country, con una
foto de Elvis, con dos años, en la portada. Además, Felton Jarvis no era tan
buen productor como Chips Moman. Fue un paso atrás. Sin embargo, en Hill
and Range estaban contentos. Publicaron o se llevaron una parte de los
derechos de la publicación de dos tercios de las canciones.
A pesar de todo, Elvis volvió a estar de moda y los ingresos comenzaron a
fluir una vez más. Al igual que en 1956, el mercado se inundó con material de
Elvis, y se lanzaron varios álbumes en 1970, principalmente remezclas de
temas con el sello económico de la RCA. Las sesiones de Memphis habían
subido sustancialmente su perfil artístico, pero ahora el brillo comenzó a
perder lustre rápidamente cuando prefirieron el dinero rápido en lugar de la
respetabilidad profesional a largo plazo. El hecho de que el Coronel Parker,
que organizaba las reediciones, se llevase ahora una participación del 50 % de
las ganancias de Elvis en el material reeditado, podría haber suscitado algunas
preguntas en la mente de cualquier otro cliente. Pero, suponiendo que la
desproporcionada tajada de su representante molestara a Elvis, no se quejó.
Además, ya había algo más grande en el horizonte.
En mayo de 1970, se estrenó la película documental del festival de rock
de Woodstock, que había tenido lugar en un lodazal del norte del estado de
Nueva York el verano anterior. Cualquier cosa que Woodstock pudiera hacer,
también podía hacerlo Elvis, aunque no para el mismo tipo de público. No
todos sus fans podían ir a Las Vegas o a una de las ciudades de su nuevo
calendario de giras, por lo que se decidió que el show de Elvis iría a ellos a
través de sus cines locales, y se planificó su filmación durante los ensayos y
en las actuaciones de la temporada de verano de Las Vegas. La película se

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llamaría Elvis: That’s the Way It Is, y, al igual que la película de Woodstock,
iría acompañada de un álbum.
Dada su limitada ambición, no podía salir mal. Y, siendo todavía hoy un
contenido recurrente en la televisión nocturna, más de cincuenta años después
de que se hiciera, la manera en que la mayoría de la gente en el mundo
recuerda a Elvis es con su traje blanco, con las cintas al viento, cantando
«Polk Salad Annie».

Sin embargo, fueron su ropa y sus accesorios fuera del escenario los que
comenzaron a mostrar un lado bastante diferente de él. Siempre le habían
gustado los uniformes, desde cuando los usó brevemente como cadete en el
entrenamiento militar de la Junior Reserve Officer Training Corps de la
escuela secundaria, hasta su servicio militar en el ejército. Pero en 1970 la
manía por coleccionar insignias y placas de diversas fuerzas policiales, casi
daba miedo. Puede que tuviera su explicación en su adolescencia, cuando
había pensado fugazmente hacerse policía; pero luego había llegado la fama,
seguida del agradecimiento a las fuerzas policiales de todo el país por
protegerle de las fans más exaltadas.
Poco a poco, a medida que los años sesenta se volvían oscuros y
peligrosos, desde su punto de vista, la idea de ser atacado por algún pirado
desconocido y drogado como Charles Manson, le fue llevando cada vez más a
identificarse con la policía y con la autoridad en general. No entendía ni le
gustaba el espíritu hippie. Intensamente patriota, odiaba ver al país que amaba
criticado y ridiculizado por parte de los que él veía como melenudos drogatas
decadentes. Y cuando leyó las diatribas antibélicas —y, en su opinión,
antiamericanas— de los músicos más jóvenes en Rolling Stone, se indignó.
No podía comprender cómo los jóvenes podían quemar banderas
estadounidenses en protesta por la guerra de Vietnam, o cómo podían
referirse a los policías como «cerdos» como si nada. Tenía amigos que eran
policías, y les solía invitar a sus habituales sesiones nocturnas de cine en
Memphis, en las que dejaba a su grupo de amigos para acercarse a preguntarle
a algún oficial cómo le había ido el día. Para Elvis, la jornada laboral de un
policía parecía a menudo mucho más relevante que la suya. Seguramente a
menudo lo era.
Así que, cuando el jefe de policía de Houston le galardonó con una placa
de oro de ayudante del sheriff tras su aparición allí, fue como abrir una espita.
Algunos se obsesionan con los trenes de juguete; otros, con sellos; Elvis
decidió que le gustaban las placas policiales. Priscilla diría que coleccionó
«millones» de placas e insignias policiales que le iban regalando mientras

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cruzaba el país durante las giras. Bueno, tal vez no fueran millones, pero
desde luego sí algo más que unas pocas.

Y luego estaban las armas. Puede que en su undécimo cumpleaños le dieran


una guitarra en lugar de un arma, pero de adulto siempre tuvo armas. No
obstante, su obsesión con ellas empezó cuando el Coronel y su jefe de
personal, Joe Esposito, comenzaron a recibir llamadas telefónicas anónimas
amenazando con secuestrarle. Naturalmente, se informó a la policía de Las
Vegas y al FBI sobre las llamadas y las amenazas quedaron en nada. Pero el
hecho de ser un objetivo declarado le ponía furioso. Estaba seguro de que sus
habilidades como karateca le valdrían para defenderse de cualquier ataque
físico, pero si usaban pistolas, tenía que estar listo para combatir el fuego con
el fuego. A partir de entonces, saldría siempre al escenario con una pistola en
cada bota, mientras que todos los chicos que iban con él se sacaron la licencia
de armas. No quería morir, decía, y que «salga en los periódicos la foto de un
pirado hijo de puta jactándose de haber matado a Elvis Presley»[1].
La concesión de una segunda placa de ayudante del sheriff en octubre de
1970, esta vez en el condado de Shelby, Tennessee, que era donde vivía, le
otorgó el derecho legal a llevar armas en Memphis, y dos semanas después
encargaría en Los Ángeles unas empuñaduras de oro para sus nuevas pistolas
Colt y Beretta. Luego vino una placa honorífica de la policía de Denver,
seguida de una placa de oro del comisionado del Departamento de Policía de
Los Ángeles como recompensa por una donación de 7.000 dólares a su
programa de relaciones comunitarias. Se estaba convirtiendo todo en otra
costosa obsesión y en tres tardes se gastó 20.000 dólares en armas y
municiones en una tienda de artículos deportivos de Beverly Hills, luego, una
semana después, en noviembre, más dinero en una armería de Las Vegas,
después de lo cual los chicos tuvieron que practicar disparando contra una
pared en Graceland.
Como dijo Nancy, la criada de Graceland, había pistolas por toda la casa,
dándose el caso una vez de que una visita se sentó por accidente sobre una
que había debajo de un cojín en la sala de estar. Luego, un día Elvis vació una
pistola Tommy contra un váter de su baño. «Nunca me gustó ese váter»[2],
dijo, mientras, al oír el ruido de las explosiones y el estruendo, Nancy corrió
escaleras arriba y se asomó nerviosa a la puerta del baño para ver la porcelana
destrozada por todo el suelo. No quiso preguntar qué había hecho el retrete
para ofenderle.

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Parte de los conciertos celebrados en el Hotel International de Las Vegas pasaron a formar parte de la
película documental That’s the Way It Is del director Denis Sanders. El film combina por un lado las
actuaciones en directo de los días 10, 11, 12 y 13 de agosto de 1970, y por otro los ensayos en el MGM
Soundstage, Culver City, el 14, 15 y 29 de julio y el 4 y 7 de agosto en Las Vegas. Incluye, además,
comentarios de los fans que acuden al espectáculo (1970, Metro-Goldwyn-Mayer).
© Bettmann/Getty Images

El dinero volvía a fluir y él volvía a derrocharlo con la misma rapidez.


Hubo una casa nueva y más grande en el área de Holmby Hills de Los
Ángeles, y una nueva limusina Mercedes para él. Luego hubo un automóvil
de regalo para el miembro más joven del séquito, Jerry Schilling, que a los
doce años había jugado al fútbol con él y con Red en Memphis en 1955. Y un
coche nuevo para su padre y tres motos de nieve para Graceland, aunque en
Memphis rara vez se veía la nieve.
Y luego fueron las joyas, al principio en forma de un cinturón de oro y
joyas de diez mil dólares. Un par de años antes, Priscilla y Elvis habían
diseñado un motivo en forma de rayo para lo que podría decirse que era una
especie de fraternidad exclusiva para él, su familia y los chicos a la que llamó
Taking Care of Business [‘Ocuparse de los Negocios’], o TCB para abreviar.

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Y ahora quería dieciséis pulseras de oro para su pandilla itinerante ampliada,
cada una grabada con el apodo correspondiente, seguido de colgantes de plata
TCB también para todos…, y un nuevo Cadillac para un antiguo oficial de
policía instructor de armas que se iba a casar.
Por alguna razón, sus compras compulsivas estaban descontroladas, y en
diciembre, con el árbol de Navidad ya adornado y lucecitas parpadeando en
los árboles a lo largo del camino de entrada a Graceland, Vernon sacó un libro
mayor de los gastos de su hijo.
«Nos va a llevar a todos a la ruina», se quejó a Priscilla, que
inevitablemente se veía arrastrada por papá a las discusiones financieras.
Elvis llevaba oyendo aquello muchos años, pero esta vez, llevado por el
impulso de lo que fuera que estaba provocando los gastos, explotó. Incapaz de
creer que su padre y su esposa, que le debían todo lo que tenían, le estuvieran
diciendo cómo podía gastar su dinero, se enfureció. Solo le había dado a
Vernon el trabajo de administrar sus gastos privados para que tuviera algo que
hacer.
A lo que Vernon le dijo que había estado hablando por teléfono con el
Coronel y que Parker también estaba preocupado.
Eso empeoró aún más las cosas. «¡Que le den al Coronel!»[3], respondió
Elvis, una frase que nunca hubiera usado delante de su representante.
Priscilla trató luego de razonar con él, pero, enardecido por su receta de
pastillas mágicas, como lo había estado durante semanas, Elvis no quería
razonar; quería que le dejaran hacer exactamente lo que quisiera y que todos
se apartaran y le dejaran. Tras salir de la habitación hecho una furia, subió por
las escaleras a su habitación, de donde volvió a bajar poco después, para
subirse a su coche e irse.
Se iban a enterar.

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«Señor Presidente, usted tiene que hacer su show y yo
el mío»

No sabía exactamente lo que pretendía hacer cuando se abrieron las puertas


de Graceland para dejarle pasar y aceleró autopista 51 abajo. Ya lo había
hecho antes, irse en coche después de una discusión, para volver a casa unas
horas más tarde cuando se le había pasado el calentón. Pero esta vez,
impulsado por las anfetas, frustrado por su matrimonio deshecho y furioso por
la sensación de que ya no controlaba ni su propia casa ni su propio dinero,
solo quería huir.
En toda su vida, nunca había viajado solo, aparte de los ocasionales viajes
a Tupelo de años atrás. Pero ahora se vio dirigiéndose al aeropuerto de
Memphis, aparcando el coche y luego entrando para comprar un billete para
un vuelo a Washington. Nunca antes había comprado su propio billete.
Siempre había alguien con él, alguien que se encargaba de este tipo de cosas
cotidianas.
Había una chica que había conocido en Las Vegas llamada Joyce Bova.
Tenía veinticinco años y le había dicho que trabajaba para el gobierno federal
en Washington DC. A él le había gustado. Era una gemela como él, y también
le había gustado su gemela. Podía hablar con ella. Decidió ir a buscarla.
Sentarse solo en el avión debió de ser extrañamente emocionante. Sabía
que la gente le observaba, pero sonreían, no como papá y Priscilla en casa,
que ahora debían de estarse preguntando dónde había ido y cuándo volvería.
Todavía no estarían demasiado preocupados. ¿Pero qué harían cuando no
volviera a casa? ¿Llamarían a la policía e informarían de su desaparición?
¿Saldría una orden de búsqueda de un hombre fugitivo de treinta y cinco
años?
«Desaparecido: se parece mucho a Elvis Presley».
Debió de hacerle gracia la idea. Como le diría a los chicos después, estaba
empezando a divertirse por sí mismo. Aquello se estaba convirtiendo en una
aventura.

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Al llegar al aeropuerto de Dulles en Washington, encontró una compañía
de limusinas y alquiló una, que le llevó al hotel Washington, donde se
registró. El problema era que había perdido el número de teléfono de Joyce
Bova y no recordaba en qué oficina del gobierno trabajaba, así que mirar las
guías telefónicas de Washington no le ayudó. Tras dejar de nuevo la
habitación del hotel, regresó al aeropuerto y tomó un vuelo a Dallas, pero le
dijeron que el avión no despegaría mientras llevara consigo un arma de fuego.
Como no estaba dispuesto a entregar su arma, se bajó del avión, pero entonces
el piloto intervino para calmar las cosas y le dejó volver a bordo, con su arma.
Era Elvis. La gente hacía cosas así por él.
Si no podía ver a Joyce, esperaba poder encontrarse con la azafata de
American Airlines a la que había estado viendo cuando llegara a Dallas. Pero
tampoco tuvo suerte en eso. Le dijeron que estaba fuera de la ciudad en un
vuelo. Poco a poco, sin embargo, se iba formando un plan de acción en su
mente. Tras reservar un vuelo hacia Los Ángeles, antes de subirse al avión, se
dirigió a una cabina telefónica y llamó a Jerry Schilling. Jerry, que había
vivido en el sótano de Graceland durante un tiempo cuando formaba parte del
séquito, ahora trabajaba en la Paramount en una sala de montaje. Al decirle a
Jerry que llegaba a Los Ángeles alrededor de las dos de la madrugada, le
pidió que telefoneara al habitual conductor de limusinas que usaba en
Hollywood, un inglés al que llamaba Sir Gerald, y que se reunieran con él en
el aeropuerto. Era importante, dijo, que Jerry no le dijera a nadie dónde
estaba. La aventura se estaba convirtiendo en un relato de misterio.
Jerry, Sir Gerald y la limusina le estaban esperando cuando el avión
aterrizó en Los Ángeles. Para entonces, sin embargo, a Elvis le había salido
una erupción en el cuello como reacción a algunos antibióticos que había
estado tomando, por lo que necesitaba que Jerry le buscara un médico. Y,
como había estado conversando con un par de azafatas durante el vuelo,
insistió en que luego las llevaran a casa. Casi amanecía cuando llegó a su casa
de Beverly Hills, donde había un médico esperándole.
La tarde siguiente, después de algunas horas de sueño y de tomarse algo
para impulsar su habitual comienzo tardío del día, iba viendo el plan con
mayor claridad. Regresaría a Washington y Jerry iría con él. Llamaron al
guardaespaldas Sonny West, que estaba en Graceland, y le dijeron que les
dijera a Vernon y a Priscilla dónde estaba, y le ordenaron volar a Washington
y reunirse allí con ellos.
Así que, vestido con un abrigo de terciopelo morado y una capa, sobre un
traje de ante negro y una gran camisa de seda blanca con cuello, gafas de

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color ámbar, un enorme cinturón de oro, cadenas de oro alrededor del cuello y
un bastón enjoyado con una cabeza de león en el puño, le llevaron al hotel
Beverly Hills, donde cobró un cheque de 500 dólares. Después de eso,
volvieron a llevarles a Jerry y a él de vuelta al aeropuerto donde abordaron el
vuelo nocturno a Washington. Solo cuando estaban en el aire, le reveló a Jerry
el propósito del vuelo: quería una placa de la Oficina Federal de Narcóticos y
Drogas Peligrosas para su colección. Tenía contactos en la Oficina, dijo de
forma significativa.
Fuera lo que fuera lo que pensara Jerry, no se lo dijo porque Elvis entabló
conversación enseguida con un soldado que volvía a casa de permiso desde
Vietnam. No hablaron mucho tiempo, pero sí lo suficiente como para que
Elvis decidiera que el soldado y sus camaradas necesitaban más que él los 500
dólares en efectivo que acababa de recoger en el hotel Beverly Hills. Les
vendría bien para comprar regalos de Navidad, e insistió en que Jerry
repartiera el dinero.
Mientras seguía urdiendo todavía su plan, habían cruzado ya media
Norteamérica cuando se le ocurrió su golpe maestro. Llamaría al presidente
de los Estados Unidos en la Casa Blanca mientras estaba en Washington y
haría que le ayudara a llevar a cabo su plan de obtener una placa de la Oficina
de Narcóticos y Drogas Peligrosas. Sin duda, esa sería la forma más directa.
Y, tras pedirle a la azafata papel y lápiz, le escribió una carta al presidente
Nixon.
Estimado Sr. Presidente:
Primero, me gustaría presentarme. Soy Elvis Presley, le admiro y tengo un gran respeto por su
oficina…
La cultura de las drogas, los elementos hippies, los universitarios del SDS [Students for a
Democratic Society], los Panteras Negras, etc., no me consideran su enemigo o parte del —como
ellos lo llaman— «establishment». Yo lo llamo América y me encanta… Así que no deseo que me
den un título o un cargo. Puedo y hare una mejor labor si me nombran agente federal
independiente, y echaré una mano a mi manera, gracias a mi relación con gente de todas las
edades… He hecho un estudio en profundidad sobre el abuso de las drogas y las técnicas
comunistas de lavado de cerebro y estoy justo en el meollo del tema, donde más puedo ayudar y
ayudaré.
Me alegra poder ayudar siempre que se mantenga como un asunto estrictamente privado… Me
encantaría conocerle solo para saludarle si no está demasiado ocupado.
Atentamente,
Elvis Presley
P. S. Tengo un regalo personal para usted que me gustaría entregarle, si puede aceptarlo, o, si
no, se lo guardaré hasta que pueda aceptarlo.

Luego, tras agregar todos sus números de teléfono, le pidió a Jerry que
leyera la carta, la metió en un sobre, le puso las señas y la cerró, como si le

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hubiera escrito a un maestro de barrio o al alcalde de un pequeño pueblo.
El avión aterrizó en Washington alrededor de las 6:30 de la mañana y él y
Jerry cogieron una limusina hasta la Casa Blanca, donde entregó su carta al
asombrado guardia de la puerta y pidió que se la hicieran llegar al presidente
lo antes posible. Luego, volvió a la limusina, fue al hotel Washington, se lavó
y se afeitó y, tras dejar a Jerry en espera de que la oficina del presidente le
llamara, se dirigió al edificio de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas
para tratar de persuadir al director adjunto de que le diera una placa.
No se la dieron. Pero lo que sí le dieron al estupefacto Jerry mientras Elvis
estaba fuera… fue una llamada telefónica de la Casa Blanca. El presidente
estaría encantado de ver a Presley en treinta minutos. La carta había
funcionado.
A las 12:30 de ese mismo día, después de dejar a Jerry con Sonny West,
que acababa de llegar de Memphis, en una sala exterior del Ala Oeste con los
escoltas del Servicio Secreto del presidente, Elvis fue conducido al Despacho
Oval.

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La culminación de una disputa familiar que llevó a un Elvis desbocado a visitar al presidente Nixon en
el Despacho Oval en diciembre de 1970. Increíble, pero cierto. Un funcionario de la Casa Blanca, Egil
«Bud» Krogh, miraba y tomaba notas.
© National Archive/Newsmakers/Getty Images

Tratando de hacer que se sintiera cómodo, el presidente Nixon sonrió y,


mirando su atuendo y sus dedos incrustados de diamantes, dijo: «Te vistes un
poco a lo loco, ¿no?»[1]. Un funcionario de la Casa Blanca, Egil «Bud»
Krogh, miraba y tomaba notas.
Sin inmutarse por estar donde estaba, Elvis respondió tranquilamente:
«Señor Presidente, usted tiene que hacer su show y yo el mío»[2]. Los años
manejando ruedas de prensa y charlando en el escenario entre canciones, por
no mencionar la pastilla o dos que se había tomado para subir el ánimo, le
aseguraban su habitual encanto campechano cuando lo necesitaba.

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Explicó rápidamente su misión. El sueño americano le había dado la
oportunidad de pasar de ser un niño pobre en Misisipi a convertirse en una
estrella mundialmente famosa, y ahora le preocupaba que las mentes de la
juventud estadounidense estuvieran siendo envenenadas por el «aspecto sucio
y desaliñado y por la sugerente música de los Beatles»[3] y por gente como los
Smothers Brothers y Jane Fonda. Lo que quería hacer era dedicar su tiempo
libre conociendo y aconsejando a los jóvenes, utilizando su estatus para
ayudarles a cambiar sus costumbres y resolver sus problemas. Todo lo que
necesitaba para lograr esto era que se le permitiera llevar la placa de un
agente federal de narcóticos de pleno derecho. Y, tras sacar parte de su
colección de placas de policía, las extendió sobre el escritorio del Despacho
Oval del presidente.
Desde su punto de vista, era una solicitud perfectamente razonable, y
debió de asumir que también le había parecido una buena idea a Richard
Nixon, porque, tras una rápida conversación con un asistente, el presidente
ordenó que se le diera al «Sr. Presley» una placa de la Oficina de Narcóticos y
Drogas Peligrosas.
Elvis estaba muy contento y, con lágrimas en los ojos, rodeó al presidente
con el brazo. Iba a ser un agente federal. Pero no había terminado. Tenía fuera
un par de asistentes, recordó. ¿Tendría el presidente un par de minutos para
reunirse con ellos?, preguntó. El presidente dijo que sí, y Jerry y Sonny,
completamente asombrados, fueron conducidos al Despacho Oval. Mientras
Nixon les daba a Elvis y a cada uno de sus sonrientes escoltas unos gemelos
con el sello presidencial, la surrealista cumbre quedó rápidamente
inmortalizada por un fotógrafo de la Casa Blanca.
Elvis tenía aún otra solicitud. «Señor, también tienen esposas»[4], dijo,
señalando a sus muchachos; con lo cual Nixon revolvió obedientemente en el
cajón de su escritorio y sacó un par de alfileres presidenciales para las
cónyuges de los muchachos.
Había sido un encuentro totalmente inverosímil, loco, absurdo, pero
triunfante, y, para rematar aquella tarde, Elvis finalmente se reunió con Joyce
Bova, la chica de Washington que había esperado ver dos días antes. Cuando
llegó a casa en Memphis, se pasó toda la Navidad hablando nada más que de
su escapada a la Casa Blanca, con la disputa con Vernon y Priscilla que había
desencadenado la aventura ya casi olvidada.
Nunca se ha revelado lo que pensó exactamente Richard Nixon del
encuentro. Debió de darse cuenta de que el tipo vestido de forma tan
disparatada con la extraña manía de coleccionar placas policiales al que había

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hecho agente federal de narcóticos de pleno derecho estaba muy colocado con
alguna droga. Pero nunca comentó públicamente la reunión, y las fotografías
de ambos sonriendo juntos frente a una serie de banderas de la Casa Blanca
no le harían ningún daño a su popularidad. Más tarde, le escribió cortésmente
a Elvis agradeciéndole los obsequios del arma con empuñadura de nácar y las
fotos de su familia que Elvis le había entregado a los escoltas del Servicio
Secreto. Ni siquiera a Elvis le habían permitido entrar con un arma en el
Despacho Oval.

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«Cuando era niño, era un soñador. Leía cómics y era
uno de los héroes del cómic. Veía películas y era uno
de los héroes de la película… Todos los sueños que he
tenido se han cumplido hasta la saciedad»

Para la Navidad de 1970, Elvis había alcanzado otro hito. A punto de cumplir
treinta y seis años, el presidente de los Estados Unidos le había honrado
recibiéndole en la Casa Blanca y sus conciertos eran un éxito de taquilla
tocara donde tocara. Luego, en diciembre, recibió la noticia de que la Junior
Chamber of Commerce of America —más conocida como «Jaycee», una
organización sin ánimo de lucro para el desarrollo de habilidades
empresariales y de servicio comunitario— le había seleccionado como uno de
los Diez Jóvenes Sobresalientes del Año del país. Puede que su nuevo single,
«I Really Don’t Want to Know», no hubiera sido un disco tan bueno o que no
hubiera subido tan alto en las listas como él había esperado —aunque ganaría
otro disco de oro con él—, pero, por lo demás, todo iba bien, lo que
demostraba que Priscilla, papá y el Coronel, y todos los que dudaban de él, se
habían vuelto a equivocar. Lo celebró conduciendo hasta Tupelo para
conseguir otra placa de sheriff para su colección, y entregarse a su hobby
comprando más armas y más esposas, haciendo que le instalaran una radio de
la policía, y una sirena azul de policía en su coche y llamando a la oficina
central a primera hora del día de Navidad para desear a los oficiales que
estaban de servicio una «Feliz Navidad».
Y cuando Sonny West se casó justo antes de Año Nuevo, a Elvis, en su
nueva y extraña fantasía como agente, le pareció la ocasión perfecta para
mostrar su placa de sheriff, las dos pistolas en su cinturón de oro, otra en su
bota, y una nueva y pesada linterna de policía. Algunos invitados le miraban,
intercambiando comentarios en voz baja y se preguntaban qué se habría
tomado. Pero la gente siempre le miraba. Su regalo de bodas para Sonny fue
un Mercedes.

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La entrega de los premios Jaycee iba a tener lugar en enero de 1971 en
Memphis y, aunque más tarde diría que improvisó su discurso de
agradecimiento, que las palabras «me llegaron en ese momento», Priscilla
recordaría que pasó varias horas en su estudio la noche anterior preparándolo.
No importa cómo lo elaboró, lo que dijo sorprendió a muchos en la ceremonia
del Auditorio Ellis, incluido el senador George Bush, quien sustituía al
vicepresidente Spiro Agnew.
«Cuando era niño, damas y caballeros», comenzó mientras se dirigía a la
asamblea, con la voz aguda por los nervios al estar en semejante compañía,
«yo era un soñador. Leía cómics y era uno de los héroes de los cómics. Veía
películas y era uno de los héroes de la película. Así que, todos los sueños que
he tenido se han cumplido hasta la saciedad».[1]
Luego se volvió e hizo un gesto hacia sus compañeros ganadores del
premio, entre los que estaba un activista de los Derechos Civiles de Boston y
un investigador médico de Harvard.
«Estos caballeros son la clase de personas que se preocupan, son
comprometidos y se dan cuenta de que es posible que estén construyendo el
Reino de los Cielos…».
Finalmente terminó con una cita de una exitosa canción del fallecido Roy
Hamilton.
«Me gustaría decir que aprendí muy pronto en la vida que “sin una
canción, el día nunca termina, sin una canción, un hombre no tiene un
amigo…”. Así que sigo cantando una canción. Buenas noches. Gracias».
Fue una actuación digna, un día feliz salido casi de la historia de otra
persona, que incluyó una recepción en Graceland para los ganadores de los
premios, con el anfitrión liderando muy orgulloso un gran recorrido turístico
por su amada casa. También fue un día que alcanzó la perfección cuando
divisó a Marion Keisker en la recepción. No la había visto desde aquel último
día en el ejército en Alemania, y allí estaba sentada entre el público viendo lo
lejos que había llegado en la vida.
«Ella es de quien te hablé, quien hizo que todo fuera posible», le dijo a
Priscilla cuando las presentó. «Sin ella, no estaría aquí».[2]

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La Memphis Mafia y otros amigos. Todos con sus placas de ayudante de sheriff en la boda de Sonny
West en diciembre de 1970. Son (de pie, de izquierda a derecha) el primo Billy Smith, el antiguo sheriff
Bill Morris, Lamar Fike, Jerry Schilling, el sheriff Roy Nixon, el padre de Elvis, Vernon Presley,
Charlie Hodge, Sonny West, George Klein y Marty Lacker. Y, al frente, están el Dr. Nichopoulos, Elvis
y Red West.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

El orgullo y el buen humor no duraron mucho. A finales de mes estaba de


regreso en Las Vegas cumpliendo su mes de contrato en el Hotel
International, pero, como siempre se aburría enseguida, ya estaba empezando
a cansarse del doble horario nocturno, que, como se daba cuenta ahora, no era
bueno para su voz. Se sintió aliviado cuando todo terminó.
La intención había sido dedicar la segunda mitad de marzo a grabar en
Nashville, y las sesiones comenzaron con «Amazing Grace» y luego con dos
versiones de canciones de Gordon Lightfoot que había escuchado en un
álbum de Peter, Paul and Mary. Cuando estaba de humor, siempre era muy
bueno, y «Early Morning Rain» sería una de sus mejores canciones de los
años setenta. El compositor Gordon Lightfoot dijo que era la mejor versión
que nunca se hubiera hecho de cualquiera de sus canciones.

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Pero cuando llevaban tres horas de sesión, a Elvis le picaban tanto los ojos
que tuvo que parar y volverse al motel. Y cuando, al día siguiente, le
diagnosticaron glaucoma secundario en un hospital de Nashville, se asustó.
Sabía que Ray Charles se había quedado ciego en la infancia por el glaucoma.
¿Estaba a punto de sucederle eso a él? Con lo pendiente de sí mismo que
estaba todo el rato, ahora sí tenía algo de lo que estar concentrado.
Automáticamente, como siempre, decidió que necesitaba consuelo femenino
y, aunque estaba preocupado, todavía fue capaz de hacer malabarismos con
sus mujeres. Primero llegó de Los Ángeles para cuidar de él Barbara Leigh,
de veinticinco años, una compañera ocasional que era modelo y actriz de
televisión; luego, cuando esta se fue, Joyce Bova se cogió unas vacaciones de
sus obligaciones con el gobierno federal y fue corriendo desde Washington
DC. Priscilla, que estaba en California, no fue convocada junto al lecho de su
marido. La de su esposa no era la clase de compañía que él necesitaba.
Los resultados de las pruebas médicas demostraron enseguida que no se
estaba quedando ciego, y que era posible que el picor hubiera sido causado
simplemente por el tinte de las cejas que le caía en los ojos cuando sudaba.
Pero el tratamiento incluyó una inyección de cortisona sin anestesia
directamente en sus globos oculares, y desde entonces rara vez se le vería en
público sin sus gafas polarizadas.
Después de un descanso en Palm Springs, en mayo estaba listo para
reanudar la grabación, pero estaba inquieto y simplemente no conseguía
concentrarse en la mayoría de las canciones. Aunque antes era un
perfeccionista en el estudio, ahora se conformaba con la primera o la segunda
toma, como lo había hecho en sus días de Hollywood. Solo se entregaba
cuando cantaba de improviso canciones no programadas, las que se le venían
a la mente, aunque casi nunca recordaba toda la letra. Una de las noches, su
improvisación sobre el «Don’t Think Twice, It’s All Right» de Bob Dylan,
repitiendo los dos versos que se sabía durante más de siete minutos, fue la
mejor canción de todas; mientras que el blues clásico de 1947 «Merry
Christmas, Baby», que conocía desde su adolescencia, fue la mejor en otra.
En otra ocasión se vio acompañándose a sí mismo tristemente al piano,
cuando al parecer todos los demás se habían ido ya a casa con una canción
que a su madre siempre le había gustado, «I’ll Take You Home Again,
Kathleen», y que él le había oído cantar a Bing Crosby en la radio.
Se las arreglaría para hacer otro álbum de Navidad en esa semana, que se
vendería bien en el siguiente diciembre, con los fans disfrutando de sus
versiones de «The First Noel» y de «Oh Come, All Ye Faithful», pero sus

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esperanzas de un gran éxito se desvanecieron cuando la nueva canción estrella
de la sesión, «I’m Leavin’», ni siquiera alcanzó el Top 30 en los Estados
Unidos.

2.000 espectadores de mediana edad asisten, sentados en sus asientos, a una velada de Elvis en Las
Vegas, hacia 1971. Aunque alcanzaba momentos maravillosos que ningún otro intérprete podría igualar,
lejos quedaban los gritos que quince años atrás había provocado entre los más jóvenes.
© Alamy/Cordon Press

Kris Kristofferson se emocionó al saber que su héroe estaba grabando su


canción «Help Me Make It Through the Night», pero cuando le pasaron en
secreto a él y a su amigo Billy Swan una demo de la sesión, su respuesta al
escucharlo fue un suspiro de decepción: «Bueno, al menos es Elvis»[3].
No era el Elvis que él recordaba, ni la fuerza revolucionaria que alguna
vez había idolatrado, ni el rey del especial de la NBC de 1968 por su
reaparición, ni siquiera el campeón de Las Vegas de 1969. Cantar demasiado
en el aire seco y desértico de Nevada, donde Elvis a menudo se quejaba de
laringitis, estaba volviendo su voz más grave y rasposa. Con la canción

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correcta, la emoción estaba todavía ahí, pero su elasticidad de tono y la
delicadeza del falsete del que había estado tan orgulloso una década antes,
ahora rara vez se oían. Lo peor de todo, sin embargo, era que su enfoque de
las canciones también había cambiado. Su espectáculo era ya más la típica
rimbombancia americana que rock & roll, como quedó patente con su
elección de «Also Sprach Zarathustra», más conocida como tema central de la
película 2001: Una odisea del espacio, para salir al escenario. Siempre había
sido vanidoso, nunca pasaba ante un espejo sin mirarse rápidamente para
asegurarse de que todo estaba como debía estar, pero ahora estaba primando
la grandilocuencia sobre el tímido encanto juvenil.
Cuando había aparecido en Las Vegas dos años antes, se había burlado de
sí mismo con un monólogo interior semicómico entre canciones, imaginando
lo que algunos de los asistentes podían haber estado pensando.
«¿Es él?», había bromeado sobre sí mismo. «Ha puesto su nombre en la
guitarra. Creía que era más alto. Lleva todo el pelo revuelto. Tiene que ser un
bicho raro. Un auténtico friqui de cuidado. Por eso no se le ha visto en
público durante nueve años… Llévatelo de aquí. ¡Oh, Dios, ten piedad!».
Pero en 1971, mientras tocaba en el Lago Tahoe y en Las Vegas, y luego
hacía una gira por doce ciudades que le llevó de Boston a Salt Lake City, los
chistes habían sido reemplazados por la teatralidad del autobombo. Había
momentos maravillosos que ningún otro intérprete podría igualar, y ¿quién
más se habría atrevido a cantar el himno «How Great Thou Art» como un
evangelista en una serie que incluía «Heartbreak Hotel» y una acelerada
«Hound Dog»? Pero a medida que los conciertos se sucedían uno tras otro,
debió de empezar a convencerse de que mucha gente del público no iba a
oírle, sino a ver a una institución nacional. A veces, reflexionaba con sus
amigos, nunca sabía si una mujer estaba con él porque realmente le amaba o
porque era Elvis Presley. Pero también sabía que lo mismo podía decirse de
todos los que le rodeaban. Era algo que había que ver, como la Estatua de la
Libertad.
Así pasaron los meses mientras se movía inquieto de un lado a otro de los
Estados Unidos entre sus hogares y sus novias en Washington, Dallas y
California. En Palm Springs, él y los muchachos se entretenían sin sus
esposas; en Memphis, donde rara vez se veía a Priscilla, todavía iba al cine
casi todas las noches, mientras que en Los Ángeles cambió de casa una vez
más. La de Hillcrest era pequeña para sus estándares: una casa familiar,
elegida deliberadamente por Priscilla. Ahora compró una mansión en
Monovale Drive, justo encima de Sunset Boulevard, un lugar lo

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suficientemente grande como para poder tener al menos a algunos miembros
de su corte a su alrededor. Parecía que lo que pensara Priscilla de que
estuvieran allí realmente daba igual. Los dos llevaban viviendo vidas
prácticamente separadas más de un año. La pretensión de ser un matrimonio
había desaparecido.
El final del matrimonio llegó cuando los dos volvieron a Graceland por
Navidad, y, justo antes de Año Nuevo, Priscilla le dijo que le dejaba. Ya no le
amaba, dijo, y, llevándose con ella a Lisa Marie, que no tenía aún cuatro años,
voló de regreso a su casa de Los Ángeles.

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«El ser humano es una cosa. Su imagen es otra. Es muy
difícil estar a la altura de una imagen»

Un poeta puede destilar el dolor de la pérdida en unas líneas; un compositor


encuentra la forma de describirlo mediante la música. Lo que hizo Elvis fue
cantar sobre ello. Después de la marcha de Priscilla, tendería a recalar en
canciones de pérdida y autorreproche durante el resto de su vida. «Always on
My Mind» —de los creadores de «Suspicious Minds»— fue, en efecto, una
disculpa por no valorar lo suficiente a la pareja, y con el tiempo se convertiría
en la más famosa de sus canciones pesarosas. Pero hubo otras. En las sesiones
de grabación, la banda trataría, generalmente sin éxito, de hacer que se
relajase tocando algunos riffs de rock & roll de Chuck Berry o el que su
guitarrista James Burton había inventado para «Susie Q» de Dale Hawkins.
Unos y otro sabían que eso era lo que los fans querían escuchar. Pero el
rock & roll no era lo que él quería cantar. Él prefería:
If I made you feel second best,
Girl I’m so sorry, I was blind

[Si te hice sentir como un segundo plato,


lo siento mucho, estaba ciego]

Era una letra que ahora conocía muy bien.[1]


No es que todavía estuviera locamente enamorado de Priscilla. No se
había sentido así por ella desde hacía mucho tiempo. Pero siempre había
valorado la idea de la familia, el sentimiento de familia, como en la que él
había crecido. Se había criado creyendo que el matrimonio era un
compromiso de por vida y, cuando era más joven, siempre había rechazado
los acercamientos de mujeres divorciadas.
A veces se había preguntado qué hacía Priscilla cuando él estaba lejos,
que era muy a menudo, no siempre por trabajo y con frecuencia con otras
mujeres. Pero no sabía que ella estaba teniendo una aventura y que los chicos
la cubrían cuando desaparecía. Siempre lo habían sabido, por supuesto. El
servicio siempre lo sabe todo primero.

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¿Acaso sospechaba a veces un poco que podía haber alguien más y no
preguntaba a propósito por si ella le preguntaba a su vez a él sobre su
comportamiento? Posiblemente. ¿O tal vez le cegaba la vanidad en lo
referente a su esposa? ¿Podía alguna mujer elegir a otro hombre por encima
de él? Le resultaba difícil de creer. Sin embargo, durante el último año, rara
vez habían sido una familia, y a Priscilla, como era de esperar, no le sentó
bien cuando alguien presentó una demanda de paternidad. Le sentó aún peor
que, estando colocado, negase la acusación, diciéndole al público de Las
Vegas que siempre usaba preservativo, como podía atestiguar su esposa. Los
análisis de sangre probarían finalmente que la acusación era falsa, pero, hecho
público, todo el episodio había sido humillante para su esposa.
Se separaron prometiéndose que, por el momento, no le darían la noticia a
la prensa, que Priscilla vendría a su noche de estreno en Las Vegas en febrero
como de costumbre, y que tratarían de proteger a Lisa Marie de los efectos de
su separación. Luego, Priscilla se fue para comenzar una nueva vida sin él. Él
era quien estaría más sensible después de la ruptura, y, tal como le decían las
letras de sus canciones, él era el único que tenía la culpa.

Cuando Priscilla regresó a Las Vegas para la última noche de su temporada,


él había decidido prometerle que cambiaría si volvía con él. Ella no le dejó
terminar la frase. Le dijo que tenía una aventura con su maestro de kárate, el
campeón Mike Stone, y que quería el divorcio. Él se quedó de piedra. Ambos
habían conocido a Stone en un campeonato internacional de kárate en Hawái
en 1968. Ahora vio su abandono como una doble traición. Aún mantendrían
el secreto de su separación, pero la herida supuraría en los meses siguientes.
Irónicamente, mientras su vida personal se derrumbaba, sus ventas
estaban mejorando nuevamente, aunque su juicio sobre lo que tendría éxito
seguía fallando. Estaba convencido de que «An American Trilogy», la
canción de Mickey Newbury que mezclaba «The Battle Hymn of the
Republic» con «I Wish I Was in Dixie» y con «All My Trials», y que Priscilla
había escuchado mientras conducía por Sunset Boulevard y le había sugerido
que grabara, tendría también en las listas el enorme éxito que obtenía cuando
la cantaba en los conciertos. Pero se vio que estaba equivocado, al menos en
los Estados Unidos, aunque, una vez más, se convertiría en uno de sus
clásicos en los años venideros. Por otro lado, «Burning Love», que solo la
había cantado porque se lo había pedido el productor Felton Jarvis, sería su
mayor éxito en los Estados Unidos en los años setenta; mientras que «Always
on My Mind», que había relegado a la cara B de un sencillo en los Estados
Unidos, fue un éxito internacional de ventas.

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Como representante, Tom Parker solo tuvo una única idea de verdad:
conseguir la máxima publicidad, ver qué funcionaba y daba más dinero, y
luego repetir la fórmula hasta que dejara de funcionar. Así que, como en 1970
el documental Elvis: That’s the Way It Is había sido un éxito de bajo coste,
¿por qué no repetir el truco en 1972 con otro documental, esta vez Elvis on
Tour?
En esta ocasión, la idea era que Elvis mantuviera una conversación que
proporcionara comentarios que pudieran incluirse en la película a
conveniencia, donde fueran más necesarios, así que pasó tiempo con los dos
directores repasando a gusto la historia de su vida. Al final, sin embargo, salió
poco de su narración en la película final. ¿Había ido demasiado lejos con su
crítica implícita a Hollywood y a las decisiones del Coronel? No se
mencionaban nombres, e incluso diluyó su ataque diciendo que solo podía
culparse a sí mismo de sus errores profesionales. Pero la ira, el resentimiento
y el autodesprecio por lo que había permitido que le hiciera el mundo del cine
impregnaban toda la grabación.
«Creía que me darían la oportunidad de mostrar alguna capacidad
interpretativa o de hacer una historia interesante», dijo. «Pero no cambiaba.
No cambió. Así que me desanimé mucho».[2]
Luego, pasando a la doble negación de la jerga de su tierra, lo cual rara
vez hacía cuando hablaba en público, continuó: «por mucho dinero que
Hollywood hubiera podido pagarme, no me habría hecho sentirme orgulloso
de mí mismo»[3].
Sí, todavía estaba enojado, pero sin darse cuenta reveló algo más en la
entrevista. No había perdido la esperanza, y aún creía que algún día le darían
un mejor papel en una película. Era como si estuviera gritando a Hollywood:
«Estoy aquí, ven a buscarme» y esperaba que le oyeran. Todavía amaba las
películas, solo que no aquellas en las que él había salido. Casi daba pena, pero
encerrado en su burbuja, aún no se daba cuenta de que había tenido su
oportunidad y la había desperdiciado.
Puede que Hollywood le hubiera abandonado, pero, en cierto sentido,
Nueva York aún tenía que descubrirle. Aparte de apariciones televisivas en
los años cincuenta, nunca había actuado allí, sintiendo, desde el principio, que
la gente de la ciudad de la Costa Este le miraba a él y a su música por encima
del hombro. Algunos ciertamente lo hacían, al pensar que era solo un cantante
de hillbilly de Misisipi, lo cual a él le molestaba.
«Esa gente de Nueva York no me va a cambiar nada», había dicho al
regresar a su casa de Memphis después de un programa de televisión.

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Ahora que se acercaba una presentación en la Gran Manzana, estaba
nervioso y, como le admitió a Tom Jones, temía que los neoyorquinos no
fueran a verle. Estaba equivocado. Ahora era algo digno de ver, y llenó cuatro
espectáculos en el Madison Square Garden al comienzo de una nueva gira
estival en 1972. Desde el principio, con la rueda de prensa, en la que llevaba
un traje azul celeste con ribete negro y un cuello enorme sobre una camisa de
flores, con el pelo más largo de lo que nunca lo había llevado, y con ese gran
cinturón dorado adornado con joyas alrededor de su cintura, su ensayadísimo
encanto humilde funcionó de maravilla.
Cuando le preguntaron por su imagen de «chico de campo tímido y
humilde», se puso en pie para mostrar su atuendo y bromeó: «No sé qué les
hace decir eso»… Y cuando se le cuestionó acerca de su actuación en los años
cincuenta, sonrió: «Hombre, yo era soso en comparación con lo que hacen
ahora. No hice nada más que menearme». ¡Menearme! [«Jiggle!»] Una
palabra rara de usar, casi sexual, aunque sin llegar a serlo.
Puede que Nueva York sea conocida por sus duros periodistas, pero pudo
despachar fácilmente la mayoría de las preguntas con un simple encogimiento
de hombros y diciendo una broma sin más. Hubo una pregunta que parecía
que iba a tener que ver con una demanda de paternidad en curso, pero la vio
venir, interrumpió, y se libró de ella.
«Cielo, no sé cuál es esa demanda en particular de la que me estás
hablando, así que no puedo responderte con precisión. Ni siquiera sé los
detalles al respecto. He estado en Hawái para broncearme con vistas a Nueva
York, así que no estoy al tanto».

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Tras el éxito de That’s the Way It Is (1970), Parker propuso repetir la misma fórmula. Filmado por
Pierre Adidge y Robert Abel durante parte de su gira norteamericana en abril de 1972, Elvis on Tour
muestra el ritmo frenético de las giras: ensayos, hoteles, aeropuertos, entrevistas, y la voz en off de un
Elvis en plena forma hablando de su vida y de su carrera. El montaje final, obra de Martin Scorsese,
ganó un Globo de Oro a la mejor película documental.
© Alamy/Cordon Press

Y se volvió hacia otro periodista.


Solo una pregunta le hizo pararse a pensar. ¿Estaba satisfecho de su
imagen?
«Bueno, el ser humano es una cosa», contestó. «Su imagen es otra. Es
muy difícil estar a la altura de una imagen». Hasta ese momento de su carrera,
protegido por el obediente silencio del personal de Graceland y por la
complicidad de los muchachos, había protegido su imagen. Pero, ¿estaba a la
altura de ella? Sabía que no.
Pero así era el mundo del espectáculo: lo que contaba era la imagen, y los
elogios de los fans y los críticos de Nueva York fueron unánimes. A ellos y a
los tres millones de personas que compraron el álbum en vivo del programa,
les gustó su versión de la canción de Three Dog Night «Never Been to
Spain», escrita por Hoyt Axton, el hijo de la mujer que había escrito en

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coautoría «Heartbreak Hotel» en lo que parecía ya otro siglo. Incluso les
gustó su versión de la canción de los Righteous Brothers «You’ve Lost That
Lovin’ Feeling», aunque no era ni de cerca tan buena como la original. No
importaba. Era Elvis. Con su imagen y su voz tan familiares para todos como
las de un pariente cercano, había superado el límite de ser simplemente una
estrella de rock de fama mundial. Subido al escenario en carne y hueso, se
convirtió, por un breve momento, en una deslumbrante maravilla del mundo
moderno de las celebridades.
Lo cual estaba bien mientras estaba sobre el escenario haciendo lo que
mejor sabía hacer. El hechizo solo se rompía cuando se apagaban las luces. El
público podía irse a casa, seguir con su vida cotidiana normal y sonreír al
recordar la magia que creían haber presenciado. Él no podía hacerlo. Él
seguiría siendo Elvis. Y al día siguiente estaría cantando en otra ciudad, y en
otra el día después, donde volverían a venerarle cuando lanzara su conjuro
como solo él podía hacerlo. Era Elvis. Pero en medio de la adoración, estaba
solo, como siempre había estado. Y hacia 1972, la tensión comenzaba a
manifestarse.

Por muchos fallos que tuviera, nadie podría acusar jamás a Tom Parker de no
hacer todo lo posible para promocionar a su cliente. Desde los años cincuenta,
cuando había ayudado a llenar las tiendas de oportunidades con guitarras de
juguete, calendarios, cinturones, carteles, camisetas, chicles con cromos,
bufandas, pulseras, carteras y todo tipo de pequeños souvenirs en los que se
pudiera estampar el nombre y la imagen de Elvis, nunca había renunciado a la
venta intensiva de Elvis. Todas las ciudades incluidas en una gira y todas las
salas de conciertos, emisoras de radio y periódicos se llenaban ahora de
recuerdos de Elvis antes de que llegara la caravana de camiones que
transportaban las luces, los trajes de escenario, los instrumentos, el personal,
el maquillaje, la comida y todo lo necesario para crear la magia.
Pero, a medida que Elvis se iba haciendo cada vez más consciente de ello,
algo iba cambiando. A lo largo de todos los años desde que le conocía, al
Coronel solo le había interesado una cosa, y esa había sido Elvis y todas las
formas en que podía promoverlo de la manera más rentable. Y, aunque podía
ser un «culogordo hijo de puta malhumorado»[4], tal como Elvis llamaba a su
representante ante los muchachos, que vivía de manera relativamente modesta
con su esposa, Marie, con la que no tenía hijos, y que trabajaba solo con su
secretaria y con un equipo reducido y leal, nunca pareció que tuviera alguno
de los vicios habituales del mundo del espectáculo. Por lo que se sabía, no
perseguía a las mujeres, nunca consumía drogas y, como su cliente, ni

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siquiera bebía. «Me pongo malo cuando bebo»[5], advertía Parker. Y, con sus
camisas holgadas y baratas, su gorra de béisbol y sus pantalones de franela, y
su negativa a pagar cualquier cuenta que no tuviera que pagar, era famoso por
no gastar ni un centavo más de lo necesario.
De modo que cuando una nueva dimensión financiera asomó en la vida
del Coronel, Elvis se sorprendió. Cuanto más tiempo pasaban en Las Vegas,
más horas pasaba el Coronel en las mesas de juego. Siempre había jugado un
poco al póker negociando los contratos y, desde The Ed Sullivan Show en
adelante, había ganado muchas más veces de las que había perdido. Pero
ahora que Elvis estaba haciendo giras nuevamente y les estaba entrando a los
dos una avalancha de dinero, el juego se estaba convirtiendo en algo más que
un entretenimiento casual y ocasional. Si Elvis no tardaba en chupar el dinero
para dilapidarlo a continuación en sus coches, sus armas, sus hobbies y sus
amigos, Parker no le iba a la zaga, poniéndolo con la misma despreocupación
sobre las mesas de juego. «Tom Parker», diría Alex Shoofy, gerente del Hotel
International, «se dejaba un millón de dólares al año» en el casino.
Tanto si jugaba en cuatro tragaperras a la vez como en una mesa de ruleta
privada, Parker apostaba y apostaba, y perdía y perdía. Año tras año. Elvis
tuvo que cantar muchas canciones para que su representante pudiera
despilfarrar tanto dinero. Y lo hizo. Gira tras gira, show tras show, cantaba y
cantaba y cantaba. El creciente vicio del Coronel también sorprendió a los
muchachos, cuyos propios defectos Parker nunca tardaba en señalar. Pero,
igual que Elvis le decía a su padre que el dinero que ganaba era suyo y podía
hacer con él lo que quisiera, el Coronel respondía a quienes cuestionaban su
derroche del mismo modo. Su esposa y él salían adelante. No tenían hijos a
quienes dejar su dinero. ¿Por qué no jugar si eso era lo que le gustaba? Era la
justificación típica de todo adicto.
Con Elvis de vuelta a la rutina de los escenarios, llegaban continuamente
grandes ofertas de Londres, Berlín, Japón y Australia para que Elvis actuara
en sus ciudades, pero Parker seguía rechazándolas siempre. Elvis todavía
tenía muchas ganas de hacer una gira en el extranjero; pero el Coronel era
siempre inflexible. No era el momento adecuado. Además, todavía había una
montaña de dinero que ganar en los Estados Unidos.
La había. Pero Elvis ya no tenía veintiún años, cuando todo había sido
nuevo y emocionante. Los grandes lugares como el Madison Square Garden,
en los que tenía que dar lo máximo de sí mismo, habían sido emocionantes.
Pero la emoción había desaparecido en Las Vegas. Igual que había pasado
con las películas, los conciertos allí y volar por toda Norteamérica de ciudad

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en ciudad se habían convertido en una rutina. Y las rutinas necesitan que las
engrasen regularmente para seguir funcionando. Elvis necesitaba un nuevo
desafío.

Aunque no terminó de aceptar por completo que Priscilla le había dejado para
siempre hasta que se llegó a un acuerdo de divorcio en agosto de 1972, Elvis
nunca estuvo sin una mujer más de unos días. Por lo general, veía
simultáneamente a dos o tres en diferentes partes del país. Sin embargo,
conservarlas se estaba volviendo cada vez más difícil. No mucho después de
que Priscilla se marchase, Joyce, desde Washington, también decidió que
vivir en el mundo patas arriba de Elvis, con los horarios cambiados, el vaivén
de estados de ánimo, las excentricidades y las pastillas tampoco era para ella.
Y aunque todavía estaban la azafata de vuelo de Dallas y una bailarina de Los
Ángeles, la bella Barbara Leigh de Hollywood ahora tenía un novio formal.
Naturalmente, los chicos seguían repasando a las chicas de las colas de
entrada a los conciertos, preguntando discretamente a las más guapas y
desenfadadas si les gustaría conocer a Elvis en el camerino después del
espectáculo. Así que siempre existía la posibilidad de conocer a alguien
nuevo con quien irse de fiesta, por decirlo eufemísticamente. Pero lo que su
jefe necesitaba para recuperar algo de estabilidad en su vida era una nueva
novia.
Durante unas semanas, pareció que podía ser la hermosa Cybill Shepherd,
en su día una reina de la belleza de Memphis y ahora estrella de la película La
última película. La llevó a su casa de Palm Springs e intentó impresionarla
con su riqueza y su fama, pero ella, igual que Natalie Wood una generación
antes, a pesar de ser catorce años más joven, ya era demasiado sofisticada
para él. Tampoco le gustaba a ella su costumbre de ofrecerle pastillas para
dormir todas las noches. Puede que él se hubiera convencido de que las
necesitaba, explicándole su problema para conciliar el sueño toda la vida,
pero ella no las necesitaba. Y de hecho tampoco le necesitaba a él. Así que se
marchó otra bella mujer.
Para entonces ya había conocido a Linda Thompson, una Miss Tennessee
rubia de veintidós años, cuando las localizaron a ella y a una amiga, Miss
Rhode Island, y las invitaron a una de sus sesiones nocturnas de cine en
Memphis. No había nada que le gustara tanto como una miss, así que,
enamorado de inmediato, intercambió los asientos para poder estar cerca de
ella durante la película. En ese momento, ella creía que él todavía estaba
casado, por lo que rápidamente Elvis le explicó que él y Priscilla se habían

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separado. Su respuesta le hizo gracia: «Deberías haberte casado con una chica
de Memphis».
Normalmente no le gustaba ninguna mujer que tuviera más estudios que
él, y Linda había pasado cuatro años en la Universidad Estatal de Memphis.
Desconfiaba de las personas que consideraba intelectuales, pues creía que
traían «discrepancias, envidias y celos». Pero Linda, que era indudablemente
más una niña marchosa que una intelectualoide, se tomaba su educación
universitaria a la ligera. De hecho, la abandonó para seguir adelante con su
carrera de belleza.
Los dos tenían mucho en común y se llevaron bien sin más. A ella la
habían criado como bautista del sur, y cuando la llevó a su habitación en su
segunda cita para poder «alejarse de los chicos», ella les dijo a sus amigos
más tarde que solo habían leído juntos la Biblia.
Su tercera cita tuvo lugar en Las Vegas, después de que la llamara para
pedirle que se reuniera con él allí. Él esperaba que durmieran juntos, y lo
hicieron, pero ella diría más tarde que pasaron meses antes de que tuvieran
sexo completo. Linda era virgen, lo que a él le agradó mucho. Como Anita
Wood y Priscilla sabían, a él le gustaba que sus chicas especiales fueran
«puras»; y su relación con Linda se desarrolló de una manera muy similar a
su noviazgo con Priscilla. A Linda le gustaba describir su comportamiento
como el de un «caballero». Él le decía que no tenía prisa y no le importaba
esperar a tener sexo hasta que ella estuviera «lista». Nunca hubo presión,
sencillamente estaba feliz de que ella estuviera con él y orgulloso de tener a
una mujer tan hermosa y glamurosa a su lado, y, como con Priscilla, la envió
de inmediato a comprarse la ropa más cara y de moda. Eso también era
importante. La belleza de ella tenía que complementar la suya.
Al igual que a otras mujeres con las que tenía una relación íntima, no
tardó mucho en ponerle un apodo.
«Los apodos son muy potentes», diría. «Pueden herirte o pueden unirte a
las personas de forma cariñosa».
Su madre había sido Satnin, a Anita Wood la llamaba Little, Priscilla se
convirtió en Nungen y Ann-Margret fue Thumper. Linda, por su parte, se
convirtió en Mommy [Mami], y ella le llamaba a él Buntin’, como en la
canción de cuna Bye Baby Bunting. Sus mutuos apodos describían su relación.
Ella le mimaba y a él le gustaba que lo hiciera.
Los chicos también le cogieron cariño. Si bien algunos de ellos nunca
habían aceptado del todo a Priscilla, a quien consideraban una extraña, Linda,
la chica de allí, sí, era una de ellos. Les gustaba, no solo su figura. Veían lo

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capaz que era. En una ocasión, cuando Elvis, colocado, se quedó dormido
comiéndose una manzana, ella rápidamente le puso de lado y le dio una
palmada en la espalda para evitar que se ahogara. Las mamás hacían cosas así
con sus bebés soñolientos. Habría varios incidentes parecidos.
Ella le cuidaba, se preocupaba por él y soportaba sus infidelidades
ocasionales cuando se enteraba, aunque él solía mentir sobre ellas. Tampoco
se quejaba cuando hablaba sin fin de religión y de asuntos espirituales con
Larry Geller, su gurú peluquero, o cuando ponía obsesivamente el mismo
disco una y otra vez —a menudo, extrañamente, el recitado de Charles Boyer
de la letra de «What Now My Love?»—, o se sentaba al piano para cantar una
y otra vez «The First Time Ever I Saw Your Face». Hasta un forofo de Elvis
se cansaría de oír la misma canción tras un tiempo, pero a él le encantaba esa
canción, aunque nunca le salió bien en el estudio. Roberta Flack le mostró
cómo se debería haber cantado, y le dio rabia cuando ella consiguió el hit, en
lugar de él. Estaba perdiendo el toque para la sencillez que tanto había
marcado «Love Me Tender». Necesitaba un productor mejor y más fuerte.
Pero tenía que ser un hombre muy valiente quien le dijera a Elvis Presley que
estaba equivocado sobre lo que fuera, especialmente sobre cómo debía cantar
una canción.
No obstante, en general, Linda fue un soplo de aire fresco cuando se mudó
con él y todos esperaban que ahora fuera feliz: porque, como ocurría con
cualquier dictador, su estado de ánimo afectaba a todos los que le rodeaban.

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«Lo siento, damas y caballeros… Siento no haberle
roto el maldito cuello, eso es lo que siento»

¿Una audiencia de 1.400 millones? Hasta él estaba aturdido. No parecía


posible: casi 1.500 millones de televidentes viéndole en todo el mundo cantar
en directo por televisión vía satélite.
«Es muy difícil de comprender», fue todo lo que pudo murmurar cuando
los periodistas le preguntaron qué le parecía, «pero es mi parte favorita del
negocio, los conciertos en vivo».[1]
Hablaba de Elvis: Aloha from Hawaii, el primer concierto musical de
televisión vía satélite del mundo que la RCA, la NBC y el Coronel estaban
anunciando públicamente, promoviendo las ventas. Él había visto a
Muhammad Ali y Joe Frazier boxeando en Filipinas vía satélite en el combate
que se llamó «Suspense en Manila», pero la idea de entretener a tantos
millones a la vez —un plan que se le había ocurrido a la RCA, no al Coronel
— era pasmosa. Si ya estaba nervioso antes de cualquier show y, como
admitió, siempre lo estaba y siempre lo había estado, ¿cómo iba a sentirse al
salir al escenario para enfrentarse a más de mil millones de personas?
«Aterrorizado», les diría a los muchachos.
Pero el miedo siempre le daba energía. Y, después de hablar con el
director del concierto, Marty Pasetta, el hombre que hacía siempre el
espectáculo de los premios de la Academia, le encantó la idea. Era imposible
que no alimentara su vanidad.
Sin embargo, en primer lugar, Pasetta tenía un mensaje para él: «Quiero
que sigas una dieta. Quiero que pierdas algo de peso»[2], le dijo.
Hubo un momento tenso, luego Elvis se quitó las gafas oscuras y se echó
a reír. «Sabes, es una de las primeras veces que alguien es sincero conmigo.
Voy a hacer dieta por ti»[3].
Los más allegados a Elvis no se habrían atrevido a recomendarle que se
pusiera a dieta. Aunque fuera él mismo quien mencionaba su peso, ellos
buscaban inmediatamente palabras con las que calmar su baja autoestima. La
adulación, aunque solo fuera callando verdades obvias, era parte del trabajo

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de todos. Sin embargo, cuando Pasetta fue directo al grano, se puso
inmediatamente a dieta. Si iba a verle tanta gente, quería estar lo mejor
posible.
También necesitaría vestuario nuevo, y Bill Belew, cuyo trabajo consistía
en cambiar los trajes para cada temporada de Las Vegas o para cada gira —
desde el inca dorado, el pavo real, el tigre loco y el reloj de sol mexicano
hasta la jota de picas—, recibió el desafío de inventarse algo especial. A Elvis
le gustó la idea de llevar el águila americana como motivo, y así se lo
pusieron, engalanado con joyas de cristal y bordados, en las mangas y en los
pantalones del traje, así como en la capa. Iban a ver el espectáculo en países
de todo el mundo, así que quería dejar claro que se trataba de un show
estadounidense. Estaba orgulloso de ser estadounidense. Y por si a alguien no
le quedaba claro el mensaje, también iba a cantar «An American Trilogy».
Su depresión cuando Priscilla se fue y la forma excéntrica, a veces
lúgubre, en que había comenzado a comportarse, había supuesto una
preocupación creciente para su séquito. Si es cierto lo que explica su amigo
George Klein, ¿cómo explicar su extraña compulsión a visitar las funerarias
por la noche, conversar con el encargado del turno sobre los cadáveres nuevos
que hubieran llevado y dar una vuelta por el recinto? Era, coincidieron todos,
singular.
Pero con una nueva novia y un nuevo desafío, comenzó rápidamente a
limpiar su cuerpo. Perdió fácilmente casi diez kilos, y la cara pálida e
hinchada y la doble papada fueron reemplazadas por un bonito y favorecedor
bronceado. También rebajó el consumo de pastillas, excepto aquellas que le
ayudaban a adelgazar. El mensaje que se estaba dando a sí mismo era que
cuando lo intentaba, lo conseguía.
Cuando llegó a Honolulú para los ensayos unos días antes del show,
engalanado con guirnaldas de flores, se encontró con una ciudad y una isla
entusiasmadas, ya que la industria turística local había percibido que aquello
era una gran oportunidad. Como siempre, todo aquel que hubiera visto una
forma de ganar dinero con alguna faceta suya había estado muy ocupado.
Siempre lo había entendido y nunca le había importado. Era parte de ser
Elvis. Y cuando Honolulú declaró el día del espectáculo «Día de Elvis
Presley», también se lo tomó con filosofía. Después de tantos años de
adulación, ya nada le sorprendía, ni siquiera le halagaba. Era lo normal.
El concierto consistió, en realidad, en dos espectáculos, ya que dos días
antes se filmó y se grabó un ensayo a gran escala, con 6.000 personas de
público, por si acaso había algún problema con la transmisión en directo en la

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gran noche; y su banda habitual, los coristas y la orquesta estuvieron con él
los dos días. Inevitablemente, cantó algunos de sus primeros éxitos, pero
también cantó, como hacía cada vez más a menudo, canciones más variadas
que se habían ido colando en su repertorio durante meses. No quería estar
anclado a su pasado. Así que, junto con la canción de los Beatles
«Something», estuvieron «My Way», y el viejo arreglo de Peggy Lee de
«Fever», así como «I’ll Remember You», la canción hawaiana que había
grabado años antes. En total, interpretó veintidós canciones, con cinco más
para el mercado estadounidense grabadas cuando el público —que entró
gratis, pero del que se esperaba que hiciera una aportación a una organización
benéfica contra el cáncer— ya se había ido a casa.
No todos los fans vieron el show en directo. Las diferencias horarias lo
hicieron imposible. En Europa se emitió una noche más tarde, mientras que
en Estados Unidos tuvo que esperar unas semanas y luego emitieron una
versión más larga. Pero donde se emitió en directo, fue una increíble
celebración del atractivo mundial de un hombre, con la misma repercusión en
Australia, Nueva Zelanda y todo el Lejano Oriente, donde en Japón lo vio el
98 % del público potencial. En cuestión de días, el álbum del concierto estaría
entre los discos más vendidos en muchos países, convirtiéndose en su mayor
éxito desde Blue Hawaii en 1961; y un sencillo de «Steamroller Blues» de
James Taylor, que sacaron del programa, también llegó a las listas de éxitos
mundiales.

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Retransmitido vía satélite a un total de 40 países con una audiencia de 1.500 millones de espectadores,
Aloha From Hawaii representó, quizá, el momento cumbre de su carrera. El concierto fue de carácter
benéfico y los 75.000 dólares de recaudación se destinaron a la Fundación Contra el Cáncer Kui Lee. En
la imagen le acompaña Jerry Scheff (14 de enero de 1973, Honolulu International Center Arena.
Honolulu, Hawái).
© Gary Null/NBCU Photo Bank/NBCUniversal/Getty Images

La gran noche fue el sábado 13 de enero de 1973, y él acababa de cumplir


treinta y ocho años. Sabía que los fans del rock criticarían su forma de repasar
rápidamente sus éxitos de rock & roll en favor de las grandes baladas que
ahora prefería. Pero también sabía lo que le gustaba ahora a su público, una
mezcla más liviana de country, blues, rock, patriotismo y canciones de amor.
Lo único que faltaba de su repertorio habitual era la religión y el «How Great
Thou Art». Pero seguramente un himno no habría funcionado muy bien en
zonas no cristianas del Lejano Oriente.

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Se mire como se mire, el show fue el mayor hito de su carrera. Desde
1954, a pesar del periodo malo de Hollywood, se había ido enfrentando a
desafíos y los había superado. Este fue el punto culminante. Pero también uno
que ya nunca podría esperar igualar. Como de costumbre, había llevado a su
padre, a Dee y a todos los chicos y sus esposas y novias a Hawái para el
espectáculo, y se planificó para el día siguiente una comida campestre de
celebración en una de las islas.
Nunca tuvo lugar. Antes del concierto se inyectó vitaminas mezcladas con
anfetaminas. Y cuando terminó el show, regresó exhausto a la suite de su
hotel y, como recompensa, se regaló unas dosis extras de algunos de los
medicamentos que había dejado de tomar durante los tres meses anteriores.
Cuando al día siguiente Linda fue a recogerlo para el pícnic, no fue posible.
Estaba en la terraza de la suite, totalmente colgado, sudando profusamente y
prácticamente incapaz de hablar.
El pícnic fue cancelado.

Después de las energías y el estrés empleados en Honolulú, debería haber


tenido realmente varios meses libres para recuperarse y recargar las pilas.
Pero solo dos semanas después estaba de vuelta a los escenarios con un
contrato de un mes para hacer dos actuaciones por noche en lo que había sido
el Hotel International y ahora había pasado a llamarse Las Vegas Hilton. Solo
el hecho de ver a su antigua amante Ann-Margret entre el público de la noche
de apertura («céntrate en ella, hombre, es tan guapa, quiero mirarla»[4]) le
alivió el duro esfuerzo de tener que volver a trabajar tan rápido.
Tras ello, aquella se convertiría en su temporada más difícil hasta
entonces. En toda su carrera, rara vez estuvo demasiado enfermo como para
no poder salir a escena, pero ahora se perdió tres shows y tuvo que abandonar
el escenario una noche, cuando se quedó sin voz. De hecho, lo pasó mal
durante todo el mes, visitando a causa de sus diversas dolencias —algunas
reales, otras imaginarias— a varios doctores de Las Vegas, uno de los cuales
le recetó una inyección de estimulantes antes de cada show y otra inyección
de sedantes después de terminarlo, para calmarle de nuevo y ayudarle a
dormir. Red West, quien, a pesar de su enfado cuando Elvis le dejó fuera de la
ceremonia de su boda, finalmente se había unido de nuevo al séquito, le dijo,
al igual que algunos de los demás, que no necesitaba estimulantes, que sus
problemas médicos estaban solo en su cabeza. Pero era fácil para ellos hablar:
no tenían que salir allí noche tras noche, preocupados de que su voz se
quebrara en cualquier momento. Sin las inyecciones, no sabía si podría

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hacerlo. Puede ser que, a lo largo de su carrera, las pastillas le hubieran dado
una confianza que no tenía de forma natural.
Luego, a mitad de la temporada, sus temores acerca de su propia
seguridad estuvieron a punto de hacerse realidad cuando cuatro jóvenes
saltaron al escenario en medio de su actuación. No tenía ni idea de lo que
querían, pero temió lo peor y, cuando uno de ellos se acercó a abrazarle, dio
un paso adelante para detenerlo. Inmediatamente, Red y un par de guardias de
seguridad del Hilton se unieron a él en el escenario en una melé. En ese
momento llegó Vernon, y él, Elvis y Red empujaron al primer intruso de
vuelta al público.
La interrupción fue controlada rápidamente y los presuntos asaltantes
reducidos. Pero Elvis estaba furioso, repartiendo patadas de kárate a diestro y
siniestro y soltando tacos, mientras los miembros de su banda intentaban
calmarlo. Al final, se tranquilizó un poco y logró volver a centrarse en el
show.
«Lo siento, damas y caballeros… Siento no haberle roto el maldito cuello,
eso es lo que siento», dijo al sorprendido público.
Fue una frase fea y reveladora, la voladura de la fachada de calma afable
que siempre asumía sobre el escenario. Era la primera vez que perdía el
control en público, y revelaba un lado potencialmente irascible de su
naturaleza. Los muchachos habían sufrido sus furias repentinas durante años,
así como su obsesión con las demostraciones de kárate, que siempre eran
coreografiadas para hacerle quedar bien. Pero hasta ahora el temperamento
impetuoso se había mantenido oculto a los fans. El público presente, olvidaría
o aceptaría el momento casi como parte del espectáculo, y no se presentaron
cargos policiales contra los intrusos, que al parecer eran simplemente unos
jóvenes sudamericanos borrachos y sobreexcitados que disfrutaban de Las
Vegas. Pero, en los días siguientes, mientras Elvis, enfermo, empastillado
hasta las cejas con una dieta de diversas píldoras, seguía reflexionando sobre
la noche, el incidente se mezcló en su mente con Mike Stone, el amante de
Priscilla, el hombre que ahora pensaba que le había robado a su esposa.
Todavía telefoneaba a Priscilla con regularidad, a menudo durante la
noche, cuando no podía dormir, pero ahora, tumbado en pijama en su
habitación del Hilton, le daba vueltas y más vueltas, mientras Linda
observaba y se preocupaba. Por fin, los efectos secundarios de las pastillas
que estaba tomando le dijeron qué hacer. La única solución para el dolor que
Mike Stone le estaba causando era que lo mataran y que sus guardaespaldas lo

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hicieran por él. Sacó un rifle M16 y se lo puso en las manos a Sonny West.
Sonny no quería saber nada de eso. Se fue de la habitación.
Así que Elvis lo intentó con Red, que había sido tan leal durante tanto
tiempo. «Ese tipo tiene que desaparecer», insistió Elvis. «Lo ha destruido
todo, me ha hecho mucho daño y a nadie le importa. Encuentra a alguien que
pueda borrar del mapa a ese hijoputa. No tiene derecho a vivir»[5].
Linda lloraba, asustada. A Red, le parecía que, aunque no le estaba
pidiendo realmente que matara a Mike Stone, sí se le ordenaba que fuera
cómplice de su asesinato. Se quedó helado. Estar con Elvis ya no era jugar al
fútbol o a los absurdos juegos adolescentes que él y los muchachos habían
disfrutado en los años de Hollywood. Su jefe, a quien siempre había
considerado ante todo su amigo, hablaba de asesinato. Su pensamiento inicial
fue tratar de hablar con Elvis. Pero fue imposible. Las drogas no le permitían
escuchar.
Al final, Red decidió ganar tiempo y accedió a tratar de encontrar a un
matón. Mientras tanto, Linda llamó a un médico para que le diera un sedante
a Elvis. Por razones de lealtad, que posteriormente nunca entendería, Red, de
hecho, unos días después, consiguió el número de teléfono de un sicario. Pero
nunca hizo la llamada. Afortunadamente, para entonces, la locura había
pasado.
«Tal vez eso sea un poco heavy», dijo Elvis. «Déjalo por ahora».[6]
Todo el séquito al completo respiró aliviado. Si acaso no se habían dado
cuenta antes, ahora lo sabían. Cuando Elvis estaba fuera de control, no solo
era capaz de tener gestos de extraordinaria generosidad. También podía ser
peligroso. Ya era un peligro para sí mismo.
Sin embargo, para el mundo en general seguía siendo el hombre guapo y
adorable con la voz de oro, y la mayoría de las noches, entre una actuación y
otra, saludaba a otras estrellas en su suite y sonreía mientras le decían lo
genial que era. Solo cuando apareció Muhammad Ali, por entonces el
deportista más famoso y admirado del mundo, conoció a su par en el
superestrellato. Aunque intercambiaron regalos jocosamente, Ali, sagaz como
siempre, puso el dedo en la llaga del verdadero problema de la vida de Elvis.
«Sentí lástima por él», diría en referencia a su encuentro. «No disfrutaba
de la vida. Se quedaba en casa todo el tiempo. Le dije que debía salir y ver
gente. Dijo que no podía porque, a donde quiera que fuese, le acosaban».
A Elvis, que siempre había querido la fama y disfrutaba de ella, no se le
hacía raro ser su propio prisionero. Había sabido llevarlo en Memphis, e
incluso en California. Pero en Las Vegas y en las giras era diferente. No podía

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ir a ningún lado. Siempre le acosaban en público. Enseguida le rodeaba una
muchedumbre, y tenía que volverse a su habitación. Red lo expresó así: «Yo
me quedaba con él en Las Vegas y empecé a volverme loco también»[7].
Volviéndose loco y tomando más y más fármacos, así estaba Elvis:
Quaalude, Demerol, Valium, Tuinal, Seconal, Percodan, Nembutal y Placidyl;
los estudiaba todos en su vademécum y encandilaba o sobornaba a médicos
dóciles para que le hicieran las recetas. Linda intentaba detenerle, y a veces él
intentaba dejarlo, realmente lo hacía, pero en vano. No estaba enganchado,
insistía. Las pastillas que se tomaba, las inyecciones que se ponía, no eran
sucias drogas de la calle. Eran tratamientos legítimos para sus dolencias que
conseguía con recetas médicas. Una vez más se estaba engañando a sí mismo.
Vernon y Parker estaban preocupados y le pidieron al abogado de Elvis en
Los Ángeles, Ed Hookstratten, que descubriera qué médicos le estaban
recetando los medicamentos. Ayudado por un par de exagentes de narcóticos,
Hookstratten consiguió los nombres de los proveedores, y le explicaron a
Elvis en términos inequívocos que estaba poniendo en peligro su salud. Pero
no hicieron nada más. Nadie sabía qué hacer. Era cosa de Elvis parar, y no
quería hacerlo. Tal vez el Coronel debería haberse esforzado más. Pero él no
era una enfermera, decía. Los chicos, que a Parker no le gustaban y con
quienes no quería ni deseaba que se le asociara, estaban ahí para proteger a
Elvis de sí mismo. Su trabajo era de representante. El dinero era lo que más le
importaba, y ahora le importaba más que nunca.

Desde que Parker había entrado en su vida, Elvis no había tenido que
preocuparse nunca por el dinero. Y a medida que, año tras año, los acuerdos y
contratos se habían vuelto cada vez más complicados, cada vez había fluido
más dinero hacia él. Puede que se enfureciera cuando sospechó que Parker le
había pedido a la RCA que remezclara sus grabaciones y se arrepintió de su
carrera cinematográfica, pero, en lo referente al dinero que le habían pagado,
no tenía queja alguna. Le parecía que el Coronel buscaba siempre lo mejor
para Elvis, y que lo que era mejor para Elvis era obviamente lo mejor para el
Coronel. Así lo veían él y Vernon, y papá todavía tenía voz en los asuntos
financieros de su hijo.
Así que, cuando, en la primavera de 1973, el Coronel le preguntó a Elvis
qué le parecería vender los posibles futuros royalties de todas sus grabaciones
anteriores a la RCA por un pago único de cinco millones cuatrocientos mil
dólares, asumió que era otro brillante plan de Parker. Todos sus éxitos se
habían lanzado muchas veces en singles, E. P., álbumes y casetes.
Seguramente no había mucho más que sacar de ellos. Si la RCA los quería

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para su Club de Discos o para algún otro tipo de remezcla, a él le parecía
bien. Alegremente, firmó el contrato que le pusieron delante y perdió todos
los derechos sobre todos sus discos desde «That’s All Right» de 1954 hasta
finales del año anterior. Eso suponía más de seiscientas cincuenta
grabaciones, el trabajo de toda su vida. Tenía contables que lo asesoraban,
pero solo se ocuparon de sus problemas fiscales. Si papá pensaba que era un
buen negocio, y Vernon ciertamente lo pensaba, y el Coronel se jactaba de
cómo había vuelto a engañar a la RCA, para Elvis estaba bien.
Pero no estaba bien para Elvis. Si hubiera buscado consejo externo de
alguien que no estuviera a punto de beneficiarse enormemente del trato, como
era el caso de Parker, seguramente habría recibido un consejo diferente. Lo
que estaba haciendo era el equivalente a cobrar su pensión por un pago único,
la mitad de la cual iría inmediatamente a su representante, y el 50 % de lo
restante a la Hacienda de los Estados Unidos. Terminaría con solo una cuarta
parte de los 5,4 millones de dólares que la RCA le ofrecía. Si hubiera tenido
sesenta y cinco años, como el Coronel, con grandes deudas de juego que
pagar —y en Las Vegas era muy importante pagar las deudas de casino—,
más o menos podría haber tenido sentido para él desde el punto de vista
financiero. Pero para un hombre de treinta y ocho años, que durante el año
anterior había ganado, después de descontar los gastos y la parte de Parker,
seis millones de dólares y pagado casi dos millones en impuestos sobre la
renta, no tenía sentido. Las únicas partes a las que benefició fueron a Parker,
que no tenía dinero, a la RCA Records, y presumiblemente a aquellos con
quienes Parker tenía deudas. Pero Elvis estuvo de acuerdo, y la RCA se
dedicó inmediatamente a remezclar sofisticadamente en una serie de álbumes
grabaciones descartadas y canciones olvidadas bajo el título Elvis: A
Legendary Performer, el primero de los cuales se vendió inmediatamente
mejor que los pobres álbumes burdamente editados que hacía por entonces.
Aunque a Elvis le dieron otro disco de oro por sus ventas, la RCA se quedó
con los royalties.
La verdad es que a Elvis hacía años que no le gustaba mucho su
representante. Raramente se visitaban uno al otro en sus domicilios, aunque
ambos tenían casas en Palm Springs, y el Coronel nunca visitaba la suite de su
cliente mientras estaba en Las Vegas o de gira. Pero él confiaba en Parker.
No debería haberlo hecho. Tal vez si Gladys hubiera estado viva, como
orientadora, no lo habría hecho. «Elvis, ese Coronel te está matando a
trabajar», se preocupaba en 1957. No se habría imaginado lo ciertas que
serían esas palabras.

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¿Cuán cuidadosamente leía Elvis los contratos que firmaba? ¿Hasta qué
punto entendía los detalles de esos contratos papá, que siempre estaba
impresionado con Parker y deslumbrado por las grandes cifras, y que había
tenido muy poca educación formal? ¿Acaso les daba demasiada vergüenza a
los dos plantearle a Parker alguna duda? ¿Pensaron que parecería ingratitud?
¿Alguna vez le preguntaron a Parker por los detalles y las cifras y la forma en
que se dividían los ingresos, y que significaba que, incluyendo los pequeños
tratos secundarios del Coronel, el representante, en algunos contratos, estaba
ganando más que su cliente?
Puesto que Elvis firmó de buena gana todos los contratos que le pusieron
delante, parece poco probable. Pero es que, como el Coronel le había dicho
desde el principio, él era el encargado de hacer los negocios. Todo lo que
Elvis tenía que hacer era cantar. Así que, solo unas semanas después de su
temporada de Las Vegas, estaba nuevamente de gira por Arizona, California,
Oregón, Washington y Colorado, desde donde voló directamente al teatro
High Sierra del Lago Tahoe, Nevada, por un contrato de diecisiete días. Eso
ocupó gran parte del mes de mayo de 1973, mientras que junio estuvo
dedicado a una gira adicional de dos semanas más que le llevó desde
Pittsburgh a Georgia. El ritmo era implacable, dejando solo el final de julio
para grabar. Luego, de repente, llegó agosto nuevamente y estaba de vuelta en
Las Vegas dos veces por noche durante todo el mes.
Los burros de carga lo tenían más fácil.

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«Si quieres que me vaya, tendrás que pagarme lo que
me debes»
Coronel Tom Parker

Parte del nuevo acuerdo con la RCA miraba tanto hacia adelante como hacia
atrás, con una garantía de medio millón de dólares al año en derechos de
autor, que se repartiría al 50 % con el Coronel. Pero Elvis se sorprendió
cuando la compañía discográfica demostró claramente una nueva actitud
estricta en julio de 1973. Una carta de un vicepresidente senior le ordenaba
prácticamente regresar al estudio para hacer dos nuevos álbumes y cuatro
nuevos sencillos, tal como habían acordado. Puede que fuera la mayor estrella
de la compañía, pero, veladamente en la carta —en la que sus discos
simplemente se calificaban de «mercancía»—, se percibía la creciente
impaciencia típica de un maestro de escuela con él y con su comportamiento
errático. Así que, aunque ya había pasado los primeros seis meses del año
cantando en los escenarios, contractualmente no tenía más opción que
obedecer. La RCA le ofreció la posibilidad de grabar en los estudios de
Nashville o de Los Ángeles, pero él decidió quedarse en casa en Graceland y
grabar una vez más en Memphis.
Desgraciadamente, el American Sound Studio, donde había hecho «In the
Ghetto» y «Suspicious Minds» cuatro años antes, ahora no era más que un
aparcamiento, por lo que eligieron Stax, en la avenida McLemore, donde
trabajaba su viejo amigo Marty Lacker.
No fue una sesión alegre. Sintiéndose enfermo y gordo, Elvis no se
molestó en aparecer la primera noche, por lo que los músicos grabaron pistas
de acompañamiento, esperando poder agregar su voz más tarde. La noche
siguiente, armado con pistolas y mostrando poco interés por la música, llegó
acompañado de Linda, Lisa Marie —ya de cinco años—, que se quedaba un
mes con él en Graceland ese verano, y su maestro de kárate, Kang Rhee. Elvis
fue siempre sobre todo un intérprete de singles, pero de los diez temas
grabados al final esa semana entre sus frecuentes demostraciones de kárate,

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solo uno, «I’ve Got a Thing About You, Baby», una canción de Tony Joe
White, sonaba como un hit. Pero con solo dos minutos y medio de duración
era demasiado corta. Así que, cuando se perdió su micrófono favorito,
simplemente se dio por vencido y regresó a Los Ángeles para ensayar su
espectáculo de verano en Las Vegas.
A la RCA no le hizo ninguna gracia. No podían controlar a su estrella, y
él, por lo visto, no podía controlarse a sí mismo. Tenía todo el talento del
mundo y lo estaba desperdiciando, una opinión compartida por muchos
críticos cuando Elvis abrió en el Hilton de Las Vegas.
«Es trágico, descorazonador y absolutamente deprimente ver a Elvis con
una talla artística tan decreciente»[1], dijo el crítico del Hollywood Reporter
en referencia a la noche de estreno.
Todavía fue peor la noche de cierre cuando, divertido por un chiste que
solo él podía comprender, apareció en el escenario con un mono de juguete
atado al cuello. Después de cantar una versión no apta para menores de «Love
Me Tender», terminó su actuación diciéndoles a los propietarios del hotel que
no debían despedir a un camarero italiano cuyo puesto estaba en la cuerda
floja y del que se había hecho amigo. Se estaba divirtiendo, soltándose el pelo
y volando tan alto como una cometa. El Coronel estaba furioso. Quién
contratara o despidiera el Hilton no era asunto suyo, Parker se puso hecho una
furia con él después del espectáculo.
En el estado colocado de Elvis, aquello era ya demasiado. Con su espíritu
envalentonado por las drogas, tras décadas de actitud sumisa ante su
representante, por fin reunió agallas. Llevaba tiempo oyendo hablar de las
deudas de juego del Coronel y se preguntó si tal vez Parker le debía dinero al
casino Hilton; y luego estaba además el misterio de por qué nunca salía de los
Estados Unidos ni dejaba que Elvis cantara en el extranjero. Ya estaba bien de
que «el viejo» le dijera lo que podía y no podía hacer. El Coronel esta vez se
había pasado.
Cruzaron unas cuantas palabras. Y luego le escupió a Parker las
acusaciones y las blasfemias que nunca antes se había atrevido a decirle.
Parker amenazó con dejarle y, finalmente, Elvis le gritó:
—¡Estás despedido!
—No puedes despedirme. Ya he renunciado yo[2] —replicó Parker—.
Pero si quieres que me vaya, tendrás que pagarme lo que me debes.
Y con ambos amenazando con convocar una rueda de prensa al día
siguiente, la bronca terminó abruptamente cuando el Coronel regresó a su
suite para calcular exactamente cuánto le debía Elvis.

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Mientras Elvis se iba a dormir con Linda, el Coronel estuvo trabajando en
sus cifras y, a la mañana siguiente, tenía su gran total: más de dos millones de
dólares. Nadie sabía cuán preciso podría ser exactamente ese cálculo. Ambos
habían estado juntos durante tanto tiempo, y ni Elvis ni su padre habían
llevado la cuenta de los acuerdos financieros de Parker con ellos. Vernon
estaba angustiado cuando vio la cifra. ¡Dos millones! Si Elvis aún no les
había llevado a la bancarrota, parecía que el Coronel ahora se encargaría de
hacerlo.
Para un cantante que había generado, hasta esa etapa de su carrera, cientos
de millones de dólares, resulta desconcertante que una factura de dos millones
causara tal consternación. Pero Elvis no tenía dos millones de dólares, ni nada
que se le pareciera. En el mejor de los casos, Graceland valía medio millón, y
sangraba tanto su cuenta bancaria que a menudo tenía que pedirle a Lowell
Hays —un joyero de Memphis que a menudo viajaba con él con una pequeña
caja llena de anillos, broches y pulseras de diamantes, por si Elvis estaba de
humor para regalar— que aplazara el cobro.
Durante días, papá y él se preocuparon por las cifras. El Coronel no hizo
nada. No tenía que hacerlo. Era un jugador de póker y había pedido ver las
cartas. Si Vernon, que había dejado la escuela a los trece años, hubiera sido
más sofisticado desde el punto de vista financiero, habría insistido en enseñar
la factura de Parker a una firma de auditores externos independientes y
pedirles que estudiaran los números para ver si eran, no ya precisos, pero sí
mínimamente verosímiles. No lo hicieron. Informaron al abogado de Elvis,
Ed Hookstratten, y pensaron en Jerry Weintraub, cuya compañía
Management III había gestionado varias de las giras y que ahora llevaba
personalmente a John Denver, como posible reemplazo de Parker, pero
ninguno de los dos fue abordado seriamente sobre la cuestión.
Mientras Vernon se inquietaba y el Coronel mantenía su distancia en
punto muerto, Elvis encontró algo más para distraerse: un grupo de cantantes
de góspel llamado Voice, a quienes había traído a Las Vegas como regalo
para Tom Jones. Al descubrir que Jones ya había reservado a las Blossoms
para su temporada, Elvis decidió contratar él mismo a Voice. Tras redactar un
contrato en un trozo de papel higiénico, se lo mostró al cantante tenor
principal Shaun (entonces conocido como Sherrill) Nielsen. Era por 100.000
dólares, para que Voice estuviera disponible para él las veinticuatro horas del
día, para cantar en el escenario y en discos y también para escribir canciones,
e incluso para reunirse en privado con él alrededor del piano si deseaba hacer

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unas armonías en casa o en la suite de su hotel. Serían sus juglares privados y
todos sus gastos estarían cubiertos.
Estuvieron de acuerdo en el acto, con lo cual, complacido consigo mismo,
Elvis levantó el teléfono y llamó a su padre. «Papá», dijo, «solo quiero que
sepas que por fin tengo mi propio grupo»[3].
La desesperación de Vernon se agudizó. No solo no tenía representante
ya, sino que Elvis volvía a estar una vez más fuera de control y estaba
pasando por otra furia de gastos compulsivos. A medida que avanzaba la
semana, todos los chicos se fueron preocupando. El futuro de Elvis también
les afectaba a ellos, a sus esposas e hijos. Mientras tanto, el Coronel esperaba.
Ninguno de los dos convocó una rueda de prensa.
Elvis fue el primero en parpadear, como Parker había supuesto que
pasaría. Ni Elvis ni Vernon tenían ni idea de cómo seguir adelante o de cómo
encontrar los dos millones de dólares. Ambos tenían miedo a lo desconocido.
Tragándose su orgullo, Elvis llamó al Coronel. Las cosas volverían a ser
como antes, les dijo a los muchachos.
Fue una oportunidad perdida. En ese momento, Elvis necesitaba a alguien
fuerte y con visión de futuro. Tom Parker estaba atrapado en el pasado y en
sus problemas con los casinos. No tenía ni idea de la música popular actual o
de lo que era un álbum entendido como una forma de arte. Los grupos
modernos de mediados de los setenta —bandas como Fleetwood Mac y los
Bee Gees— pasaban meses preparando a la perfección las canciones y los
sonidos de sus discos. Parker seguía pensando que la voz de Elvis, alta y
clara, en diez canciones cualesquiera juntas era suficiente para hacer un
álbum, especialmente si Hill and Range tenían la mayor parte de los derechos
de publicación. Parker siempre había estado perdido musicalmente, pero,
habiendo sido finalmente desechado por Hollywood, el talento innato de Elvis
había logrado disimular las deficiencias de fanfarrón sabelotodo de su
representante.
Sin embargo, ahora, ese talento, afectado por las drogas y la depresión,
estaba empezando a marchitarse. Un nuevo representante podría haber hecho,
al menos, un serio intento para ayudar a Elvis a superar su adicción y haberle
planteado nuevos retos, como las muchas citas para tocar que le habían
ofrecido en Londres o Tokio. Y, habiéndole puesto en mejor forma física,
Hollywood podría haber estado interesado nuevamente en darle una
oportunidad más. Un representante más joven, más activo y más relevante
podría haberle abierto los ojos a su cliente hacia un mundo de nuevas
posibilidades, encontrarle nuevos compositores y un mejor productor para sus

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discos, insistirle en que pasara más tiempo en el estudio y exigirle que sus
álbumes posteriores se hicieran y comercializaran con el celo comercial que
merecía su talla artística. Y un nuevo representante, sin duda, se habría reído
del problema de que Elvis le debiera a Parker dos millones de dólares. Si esa
fuera una cifra real, y podría serlo, se hubiera podido conseguir el dinero
rápidamente con un crédito bancario, que habría podido pagarse luego con
una sola pequeña gira europea.
Pero no se buscó ni se contrató a un nuevo representante. El Coronel
había ganado. Conocía a Elvis y también conocía al timorato Vernon. El
futuro, literalmente, era volver a como las cosas estaban antes.

Aliviado de que el problema hubiera terminado, Elvis se despidió de Linda


durante unos días y voló a su casa de Palm Springs con algunos de los
muchachos, a los que pronto seguiría una unidad de grabación móvil de la
RCA. El plan era que pondría su voz a algunas de las pistas de
acompañamiento grabadas en Stax unas semanas antes, pero primero quería
que su nuevo grupo Voice grabara un par de canciones. Luego, interesándose
por la calvicie incipiente de Shaun Nielsen, de repente decidió que el tipo
necesitaba un trasplante de pelo. Y, mientras el guitarrista James Burton y los
ingenieros, a quienes habían llevado allí en avión para grabar, esperaban,
observó cómo se realizaba la operación en su sala de estar.
Finalmente, con Nielsen con la cabeza cubierta de pompas de sangre y
vendajes de pie junto a él, cantó algo, aunque no era ninguna de las canciones
para las que había pistas de acompañamiento. En su lugar, decidió versionar
«Are You Sincere», un viejo hit de Andy Williams que recordaba de la época
justo anterior a ingresar en el ejército. Completado con una especie de
recitación cantada de los cincuenta, fue otra inmersión en la comodidad del
pasado.

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Elvis y Priscilla abandonan el palacio de justicia después de consumar su divorcio (Santa Mónica,
California, 9 de octubre de 1973).
© Michael Ochs Archives/Getty Images

«Are You Sincere» se convertiría con el tiempo en un éxito de la música


country, pero de momento Elvis se fue otra vez de fiesta con los chicos y
algunas chicas que habían sido reclutadas para el fin de semana. El momento

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para el cambio, y la posible salvación de su carrera y, tal vez, la suya
personal, había llegado y lo había perdido. ¿O para entonces ya era demasiado
tarde?

Hacer las paces con el Coronel no fue la única riña que tuvo que resolver ese
verano. Cuando Priscilla le dejó, ella había aceptado, sin contratar a un
abogado, un modesto acuerdo de 100.000 dólares y 1.500 dólares al mes en
concepto de pensión alimenticia y manutención de su hija. Hubo otros pagos
ad hoc, por supuesto, como un nuevo Jaguar y 50.000 dólares para amueblar
su nuevo piso de Los Ángeles, pero ahora quería un nuevo acuerdo de
separación. Esta vez, con abogados de por medio, recibió 725.000 dólares en
efectivo, y Elvis se comprometió a darle otros 1.250.000 dólares en pagos
mensuales de 6.000 dólares. La pensión alimenticia sería de 1.200 dólares al
mes durante cinco años, y la manutención de su hija Lisa Marie se fijó en los
4.000 dólares al mes. Además de eso, Priscilla obtuvo la mitad de los ingresos
de la venta de su casita de Beverly Hills y el 5 % de las acciones de las dos
discográficas de su exmarido.
El dinero en sí no molestó a Elvis. Pero odiaba que el acuerdo fuera hecho
público y, unos días después de salir del juzgado de divorcios de Santa
Mónica, voló a Memphis, donde, después de haber tenido que ser
desembarcado del avión, fue ingresado en el Hospital Baptist Memorial para
hacerse unas pruebas. La historia que se le contó a la prensa fue que sufría
dificultades respiratorias. Era cierto. Sin embargo, lo que no le dijeron a la
prensa fue que las dificultades eran el resultado de haberse vuelto adicto al
analgésico Demerol, que le había estado inyectando diariamente un médico de
Los Ángeles. También tenía una úlcera sangrante debido a la cortisona que
había estado tomando, y cuyo dolor estaba siendo disfrazado precisamente
por el Demerol. Permaneció en el hospital durante dos semanas mientras se
desintoxicaba, reemplazando el Demerol con metadona. Linda dormía en una
cama a su lado mientras él se rehabilitaba.
Cuando se recuperó, se disculpó con todos y prometió no volver a hacerlo,
y su ánimo mejoró por un tiempo. Luego, después de un periodo de
convalecencia en Graceland, regresó a los estudios Stax. Era un lunes por la
noche y lo primero que hizo cuando llegó fue enviar a un par de tipos a
comprar el televisor más grande que pudieron encontrar, para que todos
pudieran ver el fútbol americano del lunes por la noche.
Solo se centró en la música cuando terminó el fútbol. Resultó ser su mejor
sesión en dieciocho meses, grabando en una semana material para dos nuevos
álbumes y tres nuevos singles. «Promised Land», una de sus canciones

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favoritas de Chuck Berry, se convirtió en un gran éxito internacional, al igual
que «My Boy», la melodramática canción francesa sobre un hombre
divorciado y su hijo que el actor Richard Harris había grabado por primera
vez. Y luego estaba «If You Talk in Your Sleep», escrita por un muy
orgulloso Red West. Sin embargo, la mejor canción de todas fue una versión
de «Loving Arms», de Tom Jans. Cuando cantaba así de bien, volvía a ser el
Elvis de 1960:
If you could see me now
The one who said that she’d rather roam
The one who said she’d rather be alone
If you could only see me now

[Si pudieras verme ahora


El que dijo que prefería vagar
El que dijo que prefería estar solo
si tan solo pudieras verme ahora]

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«Prefiero estar inconsciente que deprimido»

El renovado buen ánimo no duró mucho. En enero de 1974, Elvis cumplió


treinta y nueve años, y mientras la ciudad de Memphis declaraba su
cumpleaños «Día de Elvis Presley» y realizaba un desfile por el tramo de la
autopista 51 que pasaba por Graceland y que había sido rebautizado como
Bulevar Elvis Presley, los problemas de salud que habían comenzado a
acosarle el año anterior no tardaron en regresar. Al principio, eran muy
molestos: una persistente uña encarnada en el pie, luego un dolor de muelas,
que nunca es bueno, y por el que veía a su dentista regularmente. Y, cuando
estaba fuera de casa, recurrió a otros dentistas para que le extendieran recetas
de otros medicamentos que creía que necesitaba.
Durante los últimos cuatro años había actuado en Las Vegas dos veces por
noche el meses de febrero entero. Pero, siguiendo el consejo del Dr.
Nichopoulos, que ahora le estaba cuidando a tiempo completo cuando estaba
en Memphis, el contrato se había reducido a solo dos semanas. Sin embargo,
casi inmediatamente después de eso, llegaron tres semanas en la carretera
desde Texas a Carolina del Norte durante el mes de marzo. Eso sumaba
cuarenta y cinco actuaciones en cinco semanas, acabando con un último show
en casa en el Mid-South Coliseum de Memphis. La carga de trabajo no bajaba
nunca, y, tras un breve descanso, volvió a irse de gira por California, para
cubrir después un contrato de dos actuaciones nocturnas durante una semana
en el Lago Tahoe de Nevada; mientras que junio trajo consigo veinticinco
shows por ciudades del Medio Oeste. No es sorprendente que las críticas no
fueran buenas y sus actuaciones se describieran como «apáticas».
No obstante, el dinero que cobraba era considerable, por lo que se lanzó a
otra oleada de compras: en un día, compró nueve Lincoln para su séquito, que
al día siguiente devolvió y cambió por nueve Cadillac. Era como si las drogas
lo pagaran todo.
A Linda le compró un automóvil, ropa cara y joyas por valor de cientos de
miles de dólares. Luego le dio un Corvair completamente nuevo a otra chica
poco después de su primera noche con él, mientras que una anciana que no

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conocía, pero a quien había visto mirando con anhelo el escaparate de un
concesionario de coches, recibió un Cadillac. Siempre pensó que la capacidad
de «compartir el dinero es lo que le da valor», y le encantaba ver las
expresiones en los rostros de los destinatarios cuando les entregaba las llaves
de un reluciente coche nuevo. Toda su vida le habían gustado los
automóviles, el más potente símbolo de la cultura americana, y le parecía que
no había mejor regalo. No le molestó que parte de su séquito vendiera más
tarde el vehículo que les había comprado para conseguir dinero en efectivo.
Lo que disfrutaba era el momento en que regalaba.
Estaba perdiendo contacto con la realidad cada vez más rápido, y, a veces,
si veía un accidente mientras iba conduciendo, se paraba, sacaba su placa de
policía y se ofrecía a ayudar a cualquier herido. Ser Elvis significaba vivir en
un mundo de fantasía cuando quisiera.
Pero, tan desprendida como era su generosidad, también tenía un lado
irreflexivamente cruel. Mientras seguía declarando siempre su amor total por
Linda, cuando se sentía atraído por una nueva mujer, la echaba con
indiferencia a un lado, sin tener en cuenta sus sentimientos. Aunque algunas
de las mujeres ahora mucho más jóvenes con las que se acostaba informaban
indiscretamente de que parecía más interesado en abrazar y acariciar que en
tener sexo de verdad, le resultaba difícil ignorar una posible nueva conquista.
Tener a una mujer nueva y hermosa a su lado, en sus shows y en su cama,
alimentaba su vanidad. Ninguna de ellas duraba mucho tiempo, después de lo
cual regresaba la siempre sufrida Linda.
Siempre había insistido en que los tipos a los que empleaba debían serle
leales, pero no ocurría necesariamente lo mismo al contrario. Cercano como
estaba al ahora divorciado Jerry Schilling, que era tanto un amigo como un
empleado ocasional, eso no le impidió tener una aventura de una noche con la
nueva novia de este. No era un derecho de pernada, pero parecía ir en esa
dirección.
Para julio de 1974, había perdido cualquier verdadero interés por sus
conciertos, en los que cantaba más o menos las mismas canciones noche tras
noche como si fuera una gramola, solo con unas pocas variaciones. Los
espectáculos eran simplemente un medio para un fin: el dinero. Sin embargo,
lo que aún le interesaba, aparte de la numerología y los libros espirituales, era
el kárate, y fantaseaba con hacer una película de kárate, con él mismo como
estrella, como un Bruce Lee estadounidense. Eso no llegó a nada, porque no
estaba lo suficientemente en forma como para pretender siquiera interpretar el
papel. Pero entonces se le ocurrió una idea mejor de hacer un documental

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sobre «el propósito del kárate y cómo se ha usado tradicionalmente para
ayudar a los débiles, indefensos y oprimidos de todas las clases, credos o
religiones», y en el cual él sería el narrador.
Pero, aunque ocasionalmente asistía a clases en el Instituto de Kárate de
Tennessee, y Jerry Schilling se convirtió en productor ejecutivo del proyecto
desde una oficina de Hollywood, nunca se llegó a completar una película. Al
igual que con todo lo que planeaba, Elvis no tenía la capacidad organizativa
para lanzar tal empresa, ni el coraje para hacerlo sin la ayuda del Coronel. Y
el interés del Coronel en el kárate, o en cualquiera de las personas
involucradas, con la excepción de Elvis, era nulo.
El único lugar donde Elvis era completamente dueño de sí mismo era en
Graceland. Vernon, que ahora se había separado de su esposa Dee y se había
ido a vivir con una enfermera y la familia de esta que había conocido en
Denver, apareció un día riéndose de unos extraños y «feos» muebles
polinesios que acababa de ver en la Tienda de Muebles de Donald, en
Memphis. Intrigado, Elvis fue a echar un vistazo y le encantaron.
«Son los muebles más extraños que he visto jamás», dijo. «Los quiero en
mi sala de estar».[1]
E inmediatamente compró todas las piezas de la exposición y se dispuso a
hacer que su estudio de la parte trasera de la casa se convirtiera en lo que más
tarde se conoció como «The Jungle room» [‘La habitación de la selva’].
Completa con una cascada y todo, no era del agrado de todo el mundo. A
algunas personas les parecía de mal gusto. A Elvis le daba igual. Le divertía.
Años antes, cuando se había mudado por primera vez a Graceland, le habían
preguntado por qué no tenía antigüedades caras siendo tan rico. Era una
crítica esnob velada a la falta de gusto de aquel joven nuevo rico y de su
familia pueblerina. Pero tenía una respuesta lista.
«Vi suficientes cosas viejas mientras crecía en Tupelo como para llenar
toda una vida», decía.
Así era Elvis. Siempre quería todo nuevo, impecable y ordenado… Le
gustaban mucho los coches pulcros y pulidos. Puede que la sala de la jungla le
pareciera extraña a algunos. Pero era nueva. Era divertida. Y era diferente.
Su arrebato en el escenario de Las Vegas el anterior mes de febrero casi lo
llevó a romper con el Coronel, pero eso fue solo un anticipo de lo que vendría
durante su nueva temporada de dos semanas allí en agosto. Noche tras noche
se dirigió al público con largos y divagantes monólogos entre canciones. A
veces, el público se divertía, ya que comenzaba burlándose de Johnny Cash
(que siempre abría sus shows con la frase «Me llamo Johnny Cash»), diciendo

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«Buenas noches, damas y caballeros, me llamo Johnny Cash»… O «Pat
Boone» o «Bill Cosby» o «Little Richard». Y luego les contaba que él y sus
muchachos se habían colado a altas horas de la madrugada en la sala de
exposiciones y habían pintado de negro una de las pequeñas estatuas que
había en las hornacinas, solo por diversión. Casi todas las noches se liaba con
un monólogo, como un cómico, pero sin gracia. Durante veinte años no había
concedido prácticamente ninguna entrevista de prensa formal, pero ahora no
podía dejar de hablar con su público como si conociera a cada uno
personalmente, haciendo confidencias a la masa amorfa a la que no podía ver
debido a los focos. No había ningún tema prohibido. Una noche habló de su
divorcio y de Mike Stone, mientras que en otra el tema fue una novia de los
años cincuenta que estaba entre el público. Luego vino lo de la biopsia de
hígado que se había hecho la semana anterior, y lo de un libro escrito por un
amigo que había sido agente de narcóticos, y su barriga, y su dedo roto y el
verdadero significado de la palabra «negrata». Esto último no lo hizo bien,
pero no fue ofensivo. Finalmente, en otro show, habló de su problema con las
drogas, que habían comentado en una revista de cine y, ahí, se enfadó. No le
gustaba que le describieran como «un colgado».
«Vaya, hombre, pues os diré algo», le dijo al público. «Nunca he estado
colgado en mi vida, salvo de la música… Si encuentro o sé de la persona que
ha dicho eso sobre mí, “voy a romperte el maldito cuello, hijo de puta”». Eso
era peligroso. «Te arrancaré tu maldita lengua de raíz». Entonces, recordando
a su público, dijo: «Muchas gracias» y cantó otra canción.[2]
Fue un espectáculo extraño que horrorizó a Priscilla, que esa noche estaba
entre el público con Lisa Marie. Sin embargo, Elvis se sentía mejor después
de sus diatribas, sin importar cuánto le regañara Parker.
Sobre el tema de las drogas, estaba en un estado de negación. Es posible
que no fuera un «colgado» tal y como él entendía el término, en la medida en
que eso implicaba una adicción a la heroína. Pero ciertamente iba drogado, y
su arrebato solo aumentó los rumores en Las Vegas de que no podía
controlarse.
Casi como para demostrar que eso era cierto, tan pronto como regresó a
Memphis, se fue otra vez de compras a lo grande, comprando coches nuevos
para amigos y familiares, uno para una nueva criada para que pudiera ir al
instituto, y otro para la madre de esta, y una casa para su cocinera, Mary
Jenkins, que él mismo eligió para ella. Charlie Hodge obtuvo un barco,
mientras que su primo Billy Smith, al que estaba muy unido, recibió una
caravana estacionada al lado de Graceland.

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La RCA había estado incordiando para hacer una sesión de grabaciones
hacia finales de año, pero, después de otra breve gira por ciudades más
pequeñas del Medio Oeste en octubre, Elvis se retiró a su cama en una clínica
en la casa de su nuevo asesor médico en Las Vegas, el doctor Elias Ghanem, a
causa de lo que se describió como una «cura de sueño» inducida
médicamente. Fuera lo que fuera, le apetecía. Necesitaba dormir, fuera como
fuera.
«Prefiero estar inconsciente que deprimido», decía.
La depresión le estaba asfixiando, y 1974 fue el primer año desde 1959
(cuando había estado en Alemania) en que no había pisado un estudio de
grabación. Pero ahora su voz, así como su peso y su fatiga general, también le
preocupaban. Sabía que ya no era lo que había sido. La edad había hecho que
su tono fuera más grave, mientras que el desgaste de las giras constantes le
había robado los tonos lastimeros y anhelantes que alguna vez había tenido, y
la parte alta de su rango vocal se estaba reduciendo.
Luego, de vuelta en su casa de Memphis, el 8 de enero de 1975 cumplió
cuarenta años. Siempre se había visto a sí mismo como el niño que había roto
el molde. Ahora era más viejo que su padre cuando se lanzó «Heartbreak
Hotel». Papá se había retirado a los treinta y nueve, y él lo consideraba
entonces un hombre de mediana edad. ¿Era así como lo veían ahora a él? Los
periódicos le felicitaron con el comentario malicioso de que era un «cuarentón
fondón». Lo odiaba. Se había convertido, por razones que nunca
comprendería, en una leyenda viva y no le gustaba que se rieran de él. A los
extraños podía parecerles que la fama le había hecho impermeable a las
críticas. Pero en su habitación de Graceland miraba hacia el Bulevar Elvis
Presley, el camino que iba por detrás de los árboles y pasaba por delante de su
casa, y decía: «No soy ese camino, sabes. Soy humano. Sangro cuando me
cortan». Estaba sangrando ahora, mientras reflexionaba sobre lo que podría
depararle el futuro. No era viejo, pero había sido famoso durante tanto tiempo
que se sentía viejo. ¿Y ahora qué? ¿Seguirían adorándole los fans cuando
siguiera envejeciendo más?
Parte de su personal y sus amigos se reunieron para una pequeña fiesta de
cumpleaños en Graceland. Había tarjetas y regalos, y Liberace le envió su
libro de cocina. Pero Elvis no salió de su habitación en todo el día,
escondiéndose detrás de su puerta pintada de oro.
Luego, dos semanas después, regresó al Hospital Baptist Memorial para
someterse a más pruebas después de que Linda se lo encontrara con
problemas respiratorios. Se quedó allí dos semanas, haciendo otro intento de

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rehabilitación, un régimen que a veces se veía ralentizado por los regalitos
secretos que algunos miembros del personal y, supuestamente, algunos
miembros de su extensa familia, le colaban a hurtadillas de vez en cuando.
Su familia siempre había sido sus cimientos, y él estaba orgulloso de su
papel como cabeza de la misma, aunque también podía ser una fuente de
dolor. Cuando Vernon sufrió un ataque cardíaco y fue hospitalizado, lo
organizaron todo para que estuvieran en habitaciones contiguas en el hospital.
Puede que eso no fuera lo que más le convenía a ninguno de los dos. Un día,
mientras Billy Smith los visitaba a ambos, Vernon se volvió hacia Elvis. «Tú
tienes la culpa de esto», dijo, señalando su corazón. Luego continuó: «Y a
mamá la llevaste directamente a la tumba por las preocupaciones»[3].
Elvis lloró.
De cara a la prensa, a Elvis se le diagnosticó colon obstruido, hipertensión
y una afección ocular. También parecía hinchado, «como Mama Cass»,
bromeó él fríamente. Pero el ensimismamiento mórbido y su adicción al
Demerol eran sus mayores problemas.
Solo cuando se le sugirió que diera un concierto benéfico para ayudar a
las víctimas de un tornado en McComb, Misisipi, su ánimo comenzó a
recuperarse. Como Vernon solía decir, su hijo «siempre tuvo un corazón
generoso», y había una oportunidad de que Elvis hiciera algo que valiese la
pena. El concierto benéfico no se llevaría a cabo hasta mayo, pero le dio un
objetivo, y su estado comenzó a mejorar. Para marzo se encontraba
suficientemente bien para regresar a Los Ángeles y hacer la sesión de
grabación que le debía a la RCA. Era el primer trabajo que hacía en cuatro
meses, su descanso más largo en toda su carrera.
Aquella no fue una sesión clásica, pero por una vez en casi veinte años, no
tenía que grabar canciones editadas por sus propias compañías. Freddy
Bienstock, que ahora dirigía Hill and Range tras la jubilación de los hermanos
Aberbach, se había rendido. En lugar de ello, Elvis buscó principalmente
buenas canciones que le gustaran, tal como lo había hecho en Sun. En aquel
momento, cuando solo estaban él, Scotty y Bill en el bajo, habían hecho una
revolución musical. Ahora había otros diez músicos de acompañamiento y
tres cantantes, y, más tarde, terminarían de afinar todas las grabaciones otros
siete músicos, cuatro cantantes diferentes y secciones de cuerdas y trompeta.
Eso sumaría alrededor de treinta personas en total. Las grabaciones no fueron
malas, pero eran sobre todo versiones de éxitos de otros cantantes, cualquier
cosa menos revolucionarias. Solo destacó una. Se llamaba «Pieces of My
Life», de un escritor llamado Troy Seals, y la había escuchado por primera

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vez en un álbum de Charlie Rich. Era la última canción de la sesión de tres
días, se quedó y puso su grabación una y otra vez hasta primeras horas de la
madrugada de Los Ángeles, mucho después de que los músicos se hubieran
ido a casa. Podría haberse escrito para describir el punto de su vida en que se
encontraba.
I’m lookin’ back on my life
[…]
But I guess I threw the best part away

[Estoy recordando mi vida


(…)
Pero supongo que desperdicié las mejores partes]

En ese momento, nadie cantaba sobre el arrepentimiento tan bien como


Elvis Presley.

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«Soy autodestructivo, lo sé, pero no puedo hacer
mucho al respecto»

Cuando Elvis se enteró de que Barbra Streisand asistía al espectáculo de


medianoche en Las Vegas de marzo de 1975, y que quería verle al acabar su
actuación, se sintió levemente halagado. Pero se llevó una inmensa sorpresa
cuando, esperando que simplemente hubiera otra ronda de cumplidos mutuos,
Streisand, en aquel momento la cantante más popular del mundo, le hizo una
oferta. Sentada en su camerino con su novio de entonces, Jon Peters, un
peluquero de Beverly Hills, ella fue directamente al grano. Quería hacer otra
versión de la película Ha nacido una estrella. Ella la protagonizaría junto a
Elvis, y ella y Peters la producirían. Peters también la dirigiría. Warner
Brothers la apoyaba.
Conocía la versión de la historia de James Mason y Judy Garland —que a
su vez era un remake de la película clásica de Fredric Marsh y Janet Gaynor
de 1937— sobre cómo una estrella envejecida ayuda a una más joven
mientras que la bebida va destruyendo su propia carrera. Cuando Streisand
explicó que la película que estaba planeando se trasladaría del mundo de
Hollywood al de la música rock, le interesó mucho. Aquello era lo que había
estado esperando durante años: un papel fuerte en una película seria. Durante
los siguientes días estuvo balbuceando de la emoción.
El Coronel, a quien Streisand no había invitado deliberadamente a la
reunión del camerino, no estaba tan seguro. Irritado porque ella hubiera
acudido directamente a Elvis, en lugar de hacerlo a través de la Agencia
William Morris y de él, comportamiento que consideraba poco profesional —
aunque también demostraba lo poco que sabía de cómo los actores de
Hollywood se conocían y hablaban continuamente de películas entre ellos—,
comenzó inmediatamente a sacarle defectos al proyecto. ¿Creía Elvis que sus
fans querían verle interpretar el papel de un perdedor borracho o tal vez
drogadicto, que iba a morir al final de la película, dejando triunfante al joven
personaje de Streisand? Con Streisand y Peters como productores, ¿velarían

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por el interés de Elvis o el de ella? Además, Jon Peters era peluquero, no
director de cine. ¿Sería competente?
Todo le parecía arriesgado, dijo, y cuando recibió la propuesta de contrato
de los productores fue desdeñoso. La oferta de medio millón de dólares por
adelantado, y el 10 % de los ingresos brutos después de que la película
hubiera alcanzado el punto de equilibrio no se acercaba ni de lejos a lo que
debía ser. Por muy interesado que estuviera Elvis en interpretar el papel, y
todavía lo estaba, Parker insistió en que tenía que proteger a su cliente.
Entonces envió a Streisand sus demandas: un millón de dólares por
adelantado para Elvis, con 100.000 dólares para gastos, más el 50 % del total,
y que Elvis tuviera el mayor peso en el reparto, por encima del de Streisand.
Eso fue el final. Warners Brothers no iba a pagar tanto. El trato se
canceló. Streisand consiguió que interpretara el papel Kris Kristofferson,
irónicamente un compositor muy admirado por Elvis. Cuando se estrenó al
año siguiente, la película había costado seis millones de dólares y recaudó
más de 150 millones de dólares en todo el mundo, mientras que el álbum de la
banda sonora vendió 15 millones de copias. Jon Peters no la había dirigido.
La Warners insistió en tener a alguien con una trayectoria detrás de la cámara
como Frank Pierson, por lo que Peters se conformó con el papel de productor
y el comienzo de una carrera como titán de Hollywood.
Teniendo en cuenta lo entusiasmado que había estado Elvis con la
película, debería haber estado furioso con su representante por arruinarle
aquella oportunidad. Pero, para cuando se dio cuenta de que ya no contaban
con él, dio la impresión de que la idea ya no le entusiasmaba tanto a él
tampoco. Sin embargo, algunos de los muchachos se decepcionaron ya que lo
veían como una última oportunidad para que su jefe volviera a poner su
cuerpo y su mente en forma. Culparon de nuevo a la codicia del Coronel.
Pero, ¿había algo más en la mente de Parker? Además de preguntarse si
las adicciones autodestructivas del personaje en la película estaban demasiado
cerca de los problemas con las drogas de Elvis, ¿le preocupaba también si
Elvis alguna vez sería lo suficientemente capaz de interpretar el papel? ¿Se
podía confiar en él para rehabilitarse de las drogas? Y, a pesar de todo lo que
dijo Elvis sobre aborrecer las drogas ilegales, Red West creía que la cocaína
líquida se había convertido en otro elemento de su dopaje. ¿Acaso Parker, y
quizá, en su fuero interior, Elvis, consideraron que era mejor salir de la
película ahora con dignidad, en lugar de arriesgarse a una crisis justo antes o
incluso durante el rodaje?

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Si la oferta hubiera llegado tres años antes, Elvis, casi con toda seguridad,
la habría aceptado, sin importar lo que dijera el Coronel. Pero era demasiado
tarde. Si bien los fans aún abarrotaban acríticamente sus espectáculos,
agradecidos simplemente por la oportunidad de estar en su presencia, él debía
de saber que su salud y su carrera estaban en caída libre. Como él admitiría,
era autodestructivo, «pero no puedo hacer mucho al respecto».
En realidad, podría haber hecho mucho si hubiera estado dispuesto a
admitir la gravedad de su problema. Los chicos se lo insinuaron; Vernon le
habló de ello; su abogado hizo que dos antiguos investigadores le preguntaran
al respecto; y dos oficiales de la policía de Denver de quienes se había hecho
amigo pronto le aconsejarían una clínica privada. Pero buscar ayuda seria, en
lugar de una desintoxicación rápida, hubiera implicado enfrentarse a la
verdad, renunciar a la pequeña bolsa de cuero negro de fármacos que llevaba
consigo a donde fuera, y afrontar el miedo de salir al escenario sin una
inyección o una pastilla que le impulsaran. Y eso fue algo que le dijo a Tom
Jones que nunca podría hacer. Le gustaba decir: «Ninguna medicina en el
mundo es tan fuerte como la curación desde dentro», pero nunca escuchó sus
propios consejos. Era adicto al Demerol y al Dilaudid, un analgésico que
generalmente solo se administra a pacientes con cáncer, y nunca faltaron
médicos dispuestos a extenderle las recetas.
Todos los que le rodeaban, desde el Coronel hasta sus criadas de
Graceland y la policía de Memphis, que le veían mucho, tenían que haber sido
conscientes de su estado. Pero lo encubrieron y mantuvieron una cultura de
silencio, disculpando su comportamiento errático y, a menudo, extraño y sus
aterradores cambios de humor. Dijeron que los tiros que le había pegado a
unos candelabros en su suite de Las Vegas, y a un televisor porque no le
gustaba Robert Goulet, que salía en un programa, eran una travesura. Pero el
personal de Las Vegas debía de saber que no era así. Todos los que se
relacionaban con él lo sabían.
Pero en lugar de ingresar en un programa de rehabilitación para
drogadictos, después de que el Coronel le alejara de Ha nacido una estrella,
Elvis se regaló a sí mismo un avión que costó un cuarto de millón de dólares.
Luego se gastó otro medio millón en acondicionarlo como un deslumbrante
suite volante de Las Vegas, con un baño queen size y grifería de oro. Lo llamó
Lisa Marie. Después de lo cual le compró a Linda una casa propia cerca de
Graceland y le alquiló un apartamento en Los Ángeles, y luego se embarcó en
una gira de treinta y dos conciertos por ciudades de los estados del sur, por la
que le pagaron más de medio millón de dólares.

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Después, tras una operación de cirugía estética en los párpados, que los
propios cirujanos dijeron que no necesitaba, volvió a realizar una gira de
veintiún conciertos por la Costa Este, tras la cual se compró otro avión por
medio millón de dólares y gastó 140.000 en un solo día en catorce Cadillac
que regaló a sus amigos. Para entonces, debía llegar a Las Vegas para su
temporada de verano, que es donde, después de cuatro días, el agotamiento le
alcanzó y tuvo que cancelar el resto de la temporada, regresando a Memphis y
al hospital, desde donde compró otro avión por medio millón de dólares.
Cuantos más millones ganaba, más gastaba. Durante todo el año, continuó
de forma temeraria con las compras y regalos, joyas para algunos y un
préstamo sin intereses de 200.000 dólares al doctor Nick, hasta que, en
noviembre, al darse cuenta de que le faltaba dinero, se vio obligado a pedir
prestados 350.000 dólares a un banco de Memphis. No es de extrañar que
Vernon tuviera problemas cardíacos.
A pesar de su espléndida generosidad, su comportamiento estaba
generando cada vez más enfrentamientos entre quienes le rodeaban. Una
chica llamada Sheila Ryan, cuya relación con Elvis, como más tarde contaría,
había comenzado cuando él le pidió que le inyectara Demerol, había seguido
haciendo su vida después de dos años de trato y ahora estaba con el actor
James Caan. La lealtad de Linda se estaba agotando, y una noche una de sus
coristas, la soprano Kathy Westmoreland, con quien había tenido una
aventura anterior, se fue del escenario cuando Elvis hizo un comentario
grosero sobre ella.
«Ella acepta el cariño de cualquiera, en cualquier momento y en cualquier
lugar. De hecho, toda la banda se lo da», dijo.
Nadie sabía por qué había dicho eso, ya que le tenía mucho cariño a
Kathy. Él pensó que era una broma y le dijo que creía que era divertido, pero
no lo era. Tampoco lo fue su comentario en el escenario a las Sweet
Inspirations de que olían a cebolla y pimiento verde y creía que habían estado
comiendo bagre. Eso podría haber sido interpretado como un comentario
racista, pero las cantantes del coro dijeron que no lo veían así. Simplemente
parecía hostil, por lo que dos de las Sweet Inspirations también abandonaron
el escenario. Todos volvieron después de una disculpa, pero ya no había
mucha alegría en las giras.

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Elvis, su novia Diana Goodman, Ed West y Joe Esposito saliendo del hotel rumbo al Nassau Veteran
Coliseum (Nueva York), el 19 de julio de 1975, para actuar ante 17.000 espectadores. El ritmo frenético
de conciertos impuesto por Parker, más de 100 ese año, y otros tantos en 1976, era imprescindible para
mantener el nivel de gasto de ambos.
© Ron Galella Collection/Getty Images

Siempre había sentido que estaba solo, pero ahora que solía volar
separado de la banda y los cantantes, y a menudo se quedaba en un hotel
diferente, estaba alzando una barrera a su alrededor, bloqueando a los demás.
Incluso explotó en público con la tía Delta, hermana de Vernon. Había vivido
en Graceland desde 1967, en parte como compañía de la abuela, y no siempre
era una mujer muy dulce. Pero cuando, durante una fiesta de Navidad en
pleno vuelo a bordo del Lisa Marie, Delta acusó a los otros invitados de estar
allí solo porque «todos sois unos hijos de puta… solo queréis su maldito
dinero»[1], Elvis perdió el control.
«Sacad a esta perra borracha de mi avión», gritó, y muchas más cosas
hasta que, horas después, de vuelta ya a Graceland, Billy Smith logró
calmarlo. A veces, cuanto mayor es la verdad, más duele: le había sacado de
quicio.
Durante años había celebrado una fiesta de Nochevieja en un club de
Memphis, donde los cantantes y bandas de soul de la ciudad le entretenían a

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él y a sus invitados. Pero en 1975 él se convirtió en el entretenimiento de Año
Nuevo para un público de 64.000 personas cuando, acompañado por Linda y
Lisa Marie, voló a Pontiac, Michigan, para presentarse en un Silverdome con
el aforo agotado. Hacía un frío glacial y se rajó los pantalones en el escenario,
pero el Coronel estaba satisfecho. La recaudación ese día fue enorme.

Cuando era un joven atlético, había disfrutado del esquí acuático en un lago
cercano a Memphis, pero cuando él y Linda, junto con Red y Patsy, Joe y
Joan Esposito y Jerry Schilling con la cantante Myrna Smith, volaron a
expensas suyas a Vail, Colorado, en las primeras vacaciones de deportes de
invierno justo después del Año Nuevo, el único esquí que hizo fue sentarse en
una moto de nieve… por la noche, tarde. Los seis amigos disfrutaron de las
vacaciones, pero antes de que terminara la semana, Jerry, agotado por las
constantes peticiones que le hacía, se fue. Después de eso, lo único que
parecía que podía hacer Elvis era comprar varios Cadillac para sus amigos de
la policía de Denver, que le habían acompañado a las pistas. El surtidor de
dinero volvía a explotar.
Hubo un tiempo en que le encantaba grabar jugando con su voz, yendo de
un estilo a otro: del rhythm & blues al country, al suave falsete, a la opereta
italiana y a sus imitaciones de los Ink Spots. Antes podía hacerlo todo,
siempre llegaba a las sesiones de grabación completamente preparado y le
gustaba trabajar su interpretación de una canción durante horas; y luego,
cuando no se quedaba satisfecho, la aparcaba a un lado y volvía a ella en otra
sesión.
En 1976, sin embargo, la RCA no conseguía arrastrarlo a un estudio.
Siempre había una excusa, generalmente su mala salud. Así que, si Elvis no
iba al estudio, le llevarían un estudio a él. En febrero enviaron un camión de
grabación móvil a Graceland, y quitaron todos los muebles «feos» de The
Jungle room y los reemplazaron por micrófonos, tambores, tableros acústicos,
guitarras y muchos cables. No era lo ideal, pero al menos Elvis haría algunos
discos nuevos. Y los hizo, aunque no todos los días, y aun así, a veces se iba
arriba a su habitación para tocar música góspel o hacer lo que fuera en el
baño.
Pero lo intentó. Después de calentar con «Only You», de los Platters, una
canción que había cantado a veces de gira cuando estuvo en Sun, llevó
«Moody Blue» a la lista top ten en el Reino Unido, mercado donde sus dos
últimos éxitos habían sido relanzamientos de las grabaciones de los años
sesenta «The Girl of My Best Friend» y «Suspicion», mientras la RCA sacaba
provecho a su compra de derechos. Luego estaba «Hurt», que le gustaba

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cantar en el escenario, en la que hizo una imitación de Roy Hamilton. Los
mejores temas, sin embargo, fueron el roquero «For the Heart», de Dennis
Linde, el escritor de «Burning Love», que, al estar en la cara B de «Hurt»,
pasó en gran medida desapercibida, y «Danny Boy».
Este era el tipo de canción que, sentado al piano, había cantado toda su
vida. Sin embargo, cuando ahora volvió a ella, se sintió decepcionado al no
poder alcanzar las notas altas, y tuvo que conformarse con cantarlo en una
tonalidad más grave. Aun así hizo una grabación conmovedora, pero estaba
decepcionado consigo mismo. Siempre había estado orgulloso de su voz y
ahora le estaba fallando. Cuando era joven había sido un tenor que cantaba
blues: a los cuarenta y uno era un barítono, y al cantar algunos de sus éxitos
anteriores en el escenario, como «Trying to Get to You» y «Lawdy Miss
Clawdy», su tono era mucho más grave que cuando las había grabado por
primera vez, y sabía que no sonaban tan bien. Incluso se disculparía en el
escenario por no poder cantar las notas altas como solía hacerlo.
El último día de grabación previsto no bajó de su habitación en Graceland,
por lo que la RCA tuvo que improvisar un nuevo álbum y un par de sencillos
lo mejor que pudo. Luego, pasadas un par de semanas, volvió a la carretera.
Esa era su vida ahora. Una semana en la carretera en la que, en giras
separadas, recorrió volando toda Norteamérica, desde Johnson City en
Tennessee hasta Charlotte, Carolina del Norte, Cincinnati, Kansas City,
Denver, Long Beach, Seattle, Spokane, Oklahoma City, Lubbock, Tucson, El
Paso, Duluth, Wichita, Kalamazoo, Roanoke, Abilene y muchos otros
lugares; y luego dos semanas de vacaciones para recuperarse, tiempo durante
el cual rara vez salía de su habitación. Ganaba mucho dinero, pero las críticas
casi nunca eran buenas. Era como si su vida estuviera yendo hacia atrás, ya
que olvidaba las letras de algunos de sus discos más famosos, en otros tenía
que dejar que las Sweet Inspirations o los Stamps cantasen y le dieran tiempo
para recuperarse, y, en general, le costaba seguir adelante concierto tras
concierto. Pero seguía siendo Elvis, aún era bienvenido con entusiasmo donde
quiera que fuera, cantando patrióticamente «America the Beautiful» sin
ninguna falsa ironía en aquel año del bicentenario.
En otras circunstancias, con mejor salud y con un mejor representante,
podría haber estado cantando en Londres, París, Roma, Ámsterdam, Madrid y
Berlín. Luego estaban Tokio, Manila, Sídney, Seúl, Hong-Kong… Le querían
en todas partes. Pero el sueño de que algún día recorrería el mundo se había
desvanecido ya para siempre.

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Nunca había mostrado interés por ningún tipo de inversión, ni por ningún
negocio fuera del entretenimiento, pero cuando el doctor Nick, un entusiasta
del ráquetbol, le hizo una propuesta según la cual podría obtener el 25 % de
las ganancias si le ponía su nombre a una compañía que construía pistas de
ráquetbol, lo vio como una oportunidad. Ya había instalado una en Graceland,
y cuando su hombre de confianza Joe Esposito también se involucró, firmó el
acuerdo.
Pero al igual que su película de kárate, el plan nunca llegó a buen término,
y en agosto de 1976 quiso retirar su nombre del proyecto, temeroso de que en
lugar del 25 % de las ganancias fuera responsable del 25 % de las pérdidas.
Al ver que su hijo temía tener que aportar de repente un millón de dólares
para la empresa, Vernon no pudo resistir la tentación de hablar con él sobre el
dinero y sus otras responsabilidades. Aunque el dinero llegaba a espuertas
gracias a las giras, le preocupaba el coste de los aviones, los salarios de los
pilotos, el gasto total de dirigir Graceland, los pagos adeudados por los
préstamos del banco y el constante despilfarro de Elvis. La Navidad anterior
había donado casi 60.000 dólares a varias organizaciones benéficas de
Memphis. Era realmente el momento de empezar a hacer algunos recortes
presupuestarios, dijo papá.
Vernon eligió bien su momento. Durante meses, llevaba cociéndose de
forma preocupante una demanda contra Elvis de un admirador que afirmaba
que los muchachos, los guardaespaldas Red y Sonny West y el experto
karateca Dave Hebler, le habían dado una paliza. Vernon no dejaba de
preguntarse lo caro que podría salir aquello. Esa no era la primera vez que
acusaban a Red de herir a alguien mientras estaba trabajando. Él y los demás
justificarían sus acciones, tal vez razonablemente, diciendo que a veces tenían
que emplear la fuerza para poder proteger a su jefe como debían, y que Elvis
les animaba a ser contundentes. Pero, justo o no, en opinión de Vernon —o tal
vez solo porque le convenía—, los tres se habían convertido en una carga.
«Voy a hacer algunos cambios. La Memphis Mafia me avergüenza», le
había admitido Elvis al consejero espiritual Larry Geller una noche.
Los cambios se produjeron el 13 de agosto de 1976, cuando Vernon
telefoneó a Red, Sonny West y Dave Hebler por separado y les despidió,
dándoles solo una semana de preaviso a cada uno. Para Vernon fue un golpe
de estado. Siempre había odiado a la manada de jóvenes que rodeaban a su
hijo. Su excusa ante ellos fue que el séquito se había vuelto demasiado
costoso, pero la falsedad del argumento quedó inmediatamente patente
cuando un par de expolicías, incluido el hermano de Linda, Sam Thompson, y

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el amigo de kárate Ed Parker, fueron contratados como guardaespaldas de
reemplazo. Los hijos mayores de Dee Stanley, los hermanastros de Elvis,
Ricky y David, ya estaban en nómina. Solo quedaron Joe y Charlie Hodge de
la Memphis Mafia original, junto con Billy Smith, y él era de la familia.
Los muchachos despedidos se quedaron más que atónitos. Red, que era el
que llevaba más tiempo, se quedó desolado… por segunda vez. Lo que lo hizo
aun peor fue que Elvis no se lo dijera él mismo en persona. Aunque los tres
trataron de llamarle en los días siguientes, Elvis no estuvo disponible,
ocultándose en la clínica privada del doctor Ghanem en Las Vegas y sin
atender sus llamadas. Como habían visto tantas veces, Elvis siempre
desaparecía cuando había algún conflicto.
«Hasta a los culis les dan dos semanas de preaviso», diría más tarde con
amargura Red, que había estado con Elvis durante veinte años.
Despedir a Red y Sonny no fue la faena más elegante de Elvis.

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«Me dejo llevar muy fácilmente»

Pensando en ello, Elvis enseguida se arrepintió de la decisión que Vernon le


había hecho tomar. Durante casi toda su vida profesional, Red había estado
allí, solo unos pasos por detrás del él —o mientras estaba de gira, por delante
—, despejando el camino, interponiéndose ante cualquier amenaza potencial.
Ya había despedido antes a otros chicos y, por lo general, les dejaba volver, y
seguía pensando en ello cuando, unas semanas más tarde, comenzaron a
circular rumores de que sus exempleados tenían previsto escribir un libro
sobre sus años con él. Eso le aterró. Red y Sonny lo sabían todo[1].
En público fingió no preocuparse, pero en privado les dijo a Linda y
Charlie que le inquietaba lo que el libro pudiera contar. En octubre, a través
de su abogado, ofreció a Red, Sonny y Dave Hebler 50.000 dólares a cada
uno y ayuda financiera que les permitiera capacitarse para algún otro tipo de
empleo si dejaban el libro. Rechazaron el dinero. Ya habían llegado a un
acuerdo con un escritor fantasma australiano, el periodista Steve Dunleavy, y
con la editorial Ballantine Books.
Elvis estaba agobiándose, así que cuando le dijeron que Red había
llamado por teléfono, le devolvió la llamada. Fue una conversación difícil en
la que Elvis intentó al principio explicarle que había estado distraído en el
momento de su despido por los problemas de la empresa de ráquetbol.
Enseguida ambos estaban riéndose indignados de lo ocurrido como viejos
amigos, hasta que finalmente Red abordó la cuestión.
—Supongo que toda esa presión y todo lo demás… es lo que ha llevado a
nuestro fin… Pero ha sido un shock para todos nosotros… Estamos todos en
la ruina. Yo tenía algunas propiedades y esas cosas. Lo he vendido todo. He
vendido mi casa. He odiado tener que hacerlo…
—¿Has vendido tu casa? —se sorprendió Elvis.
—Oh, sí. He vendido mi casa, los dos coches y todo… Ha sido un mal
momento para todos, sin duda.
—¡Demonios! Supongo que nunca es un buen momento —respondió
Elvis—. También ha sido malo para mí… No llevaba suficiente tiempo fuera

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del hospital para ponerme en marcha…
—Sí, pero…
—Mi papá. Casi le pierdo. Es mi papá, independientemente de todo lo
demás.
—Sí, claro… lo entiendo —dijo Red—. Es solo que me hubiera gustado
poder hablar… Si me hubieras llamado…
En ese momento, el mantra del Coronel resultó útil. Elvis no se
involucraba en los negocios, le dijo a Red.
La conversación continuó, y Elvis se disculpó porque Red no hubiese sido
invitado a su boda con Priscilla nueve años atrás, y Red intentó hablar de los
últimos dos años en que Elvis había estado «bastante jodido».
Elvis no pensaba lo mismo.
—No estoy jodido. De ninguna manera. Al revés, nunca he estado en
mejores condiciones en mi vida, —añadiendo que la aseguradora Lloyd’s de
Londres podía confirmarlo.
Red ni siquiera se molestó en discutírselo. Daba igual lo que dijera
Lloyd’s de Londres, él sabía en qué estado estaba Elvis. Creía que una de las
razones por las que habían decidido despedirle a él era porque había sido
demasiado franco sobre las drogas que tomaba Elvis.
Continuaron la conversación, con Elvis hablando sobre todo de su salud,
su obstrucción intestinal, su sobrepeso, sobre cómo ni siquiera le gustaba el
ráquetbol en particular y sobre las «vibraciones negativas» que había sentido
en el grupo entero. Todo había sido «una falta de comunicación», zanjó,
citando, como solía hacer en las conversaciones, una letra una canción. Lo
decía la canción de Roy Hamilton. «La comprensión resuelve todos los
problemas…», recitó, refiriéndose a «One-Sided Love Affair», que había
versionado en su primer álbum.
Estuvieron de acuerdo en eso.
—Hubo falta de comunicación, demasiadas mentes sospechosas
[«suspicious minds»], como en esa canción que hicimos. No podemos seguir
juntos con «mentes recelosas».
La conversación estaba llegando a su fin cuando Elvis dijo:
—Bueno, mira, cuídate y cuida de tu familia y, si me necesitas para algo,
yo estaré encantado de ayudar…
—Si todo el mundo está preocupado por el libro… —interrumpió Red,
intentado continuar la conversación y tranquilizarle.
—Oh, no lo están —comentó Elvis con indiferencia—. Yo no, por lo
menos.

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Parecía que Red quería explicarse:
—Es que estaba sin blanca. Me hicieron una oferta para escribir el libro.
Dije que lo escribiría si podía incluir todo lo que sucedió desde el primer
día… Hemos contado los buenos tiempos…
—Tú haz lo que tengas que hacer —interrumpió Elvis—. Solo quiero que
Pat y tú sepáis que todavía estoy aquí.
Y con eso, deseándose lo mejor, colgaron. Elvis se quedó más tranquilo al
haber podido hablar finalmente con Red. Lo que no sabía era que la
conversación había sido grabada y que pronto se publicarían extractos de ella
en revistas de todo el mundo y luego en el libro Elvis: What Happened?, así
como un relato de cómo había tratado de comprar a los dos West y a Hebler
por 150.000 dólares.
Se dio cuenta demasiado tarde de que había sido víctima de una trampa,
planeada por un astuto periodista sensacionalista. Estaba amargado. Pero Red
probablemente tampoco se sintió muy bien con su papel en la llamada
telefónica. Más tarde, Red diría que tenía que aportar pruebas que respaldaran
lo que él y los otros guardaespaldas despedidos habían escrito, y que
consideraba el libro como una advertencia para Elvis. Pero él también tenía
remordimientos.
Para un hombre que había tenido tanto cuidado en preservar su imagen
durante tanto tiempo, era como esperar a que explotara una bomba de
relojería. Se le saltaban las lágrimas, ya que le preocupaba lo que Lisa Marie
pensaría de su padre cuando lo leyera. Y aunque Frank Sinatra llamó para
simpatizar con él y, en un arranque de bravuconería le preguntó a Elvis si
necesitaba algo de «ayuda», sabía que lo único que podía hacer era comenzar
una nueva gira y cantar. Y preocuparse.

La RCA también se preocupó. Necesitaba más temas para completar el nuevo


álbum, y tan pronto como Elvis regresó de actuar en Dakota del Sur y
Wisconsin, su furgoneta de grabación móvil cruzó una vez más las puertas de
Graceland.
En cierto modo, la siguiente sesión de dos noches definió en solo cuatro
canciones los nuevos límites de lo que le interesaba musicalmente a Elvis en
ese momento. Había una canción de rock, «Way Down», que Felton Jarvis le
había encasquetado; una versión country que Jim Reeves había hecho suya,
«He’ll Have to Go»; y un gran éxito tardío de Johnny Ace de 1954, «Pledging
My Love». Elvis nunca dejó de volver a esas canciones de rhythm & blues de
los días previos a su fama. La cuarta canción que grabó fue una balada
cargada de arrepentimiento sobre un hombre que deja a su esposa e hijos por

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una nueva novia que ya no le quiere, y ahora el tipo no puede volver de nuevo
a casa.
«Y ahora me dices… que debería volver, ¿qué crees que debería decir?»,
cantaba.
Escrita por el equipo inglés de Tim Rice y Andrew Lloyd Webber
pensando en la situación de Elvis, se la había enviado desde Londres Freddy
Bienstock. Evidentemente, la letra le tocaba la fibra sensible. «Me dejo llevar
muy fácilmente… hijo de puta blandengue»[2], dijo, justo antes de la primera
toma.
El productor Felton Jarvis esperaba grabar más canciones, pero Elvis
perdió rápidamente el interés, y envió a los cantantes y músicos de California
a Los Ángeles en su avión Lisa Marie en lugar de que tomaran un vuelo
regular. Y, dado que el bajista J. D. Sumner vivía en Tennessee, Elvis le
regaló su Lincoln blanco para que los Stamps y él se fueran a casa. Él no lo
necesitaba, dijo. Tenía muchos otros coches.
Sus regalos hacía ya tiempo que habían alcanzado un nivel patológico.
Estaba claramente enfermo, pero trabajaba sin parar, al tener que ganar una
cantidad de dinero ingente para pagar a su personal, sus deudas y el acuerdo
de divorcio, poder comprarse lo que quisiera y luego regalar el resto. Ahorrar
era un concepto ajeno a él. Nunca había ahorrado un centavo en su vida.
Atrapado en un círculo vicioso de derroche generado por él mismo, sin
importar lo confundido que estuviera o lo mal que se sintiera, simplemente
tenía que seguir de gira para continuar ganando dinero para poder seguir
gastando y regalando… ¿Pero, para qué?
Cualquier otro representante que no fuera Tom Parker podría haber
reconocido el estado en el que se encontraba, cancelar todas las giras y las
sesiones de grabación futuras, e ingresarlo en un hospital hasta que su salud
mejorara y su cuerpo se desintoxicara por completo. Le gustara o no, ante la
perspectiva de no tener ingresos si el Coronel no le organizaba ninguna
actuación más, Elvis no habría tenido más remedio que estar de acuerdo. Pero
Parker no lo hizo. En lugar de ello, cuando se avergonzó de lo malas que
fueron algunas de las actuaciones de Elvis, solamente le gritó, repitiendo que
debía recuperarse o «vas a perder tu hogar, a tus admiradores y todo»… Y
luego le organizó otra gira.
A Parker no le quedaba más remedio. Tenía sus propios motivos. Tenía
que alimentar su ludopatía y pagar las deudas de juego. Y la única forma de
hacerlo era que Elvis siguiera trabajando.

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Así que, durante el resto de 1976, hubo una gira detrás de otra. Es posible
que los shows en Fayetteville, Carolina del Norte y Pine Bluff, Arkansas, no
tuvieran el caché o la emoción de las actuaciones en el Madison Square
Garden, pero el dinero era tan bueno allí como en cualquier otro lugar. Puede
que incluso mejor. La manutención de los músicos, cantantes y personal de la
gira eran considerablemente más bajos en el sur que en Manhattan.
Así que, allí estaban, mutuamente dependientes, atados el uno al otro,
Elvis y el Coronel, volando por Norteamérica, dos personas muy diferentes
con la misma apremiante necesidad de dinero, pero cada uno con sus propios
problemas.

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«Tengo treinta y nueve empleados que dependen de mí.
Si me tomara un año de vacaciones, ¿qué sería de
ellos?»

Las cosas con Linda llevaban meses tambaleándose. Él no podía culparla y no


lo hacía, excepto cuando —cabría pensar que con razón— ella le fastidiaba
con el tema de las otras chicas. Él, por regla general, negaba que hubiera
alguien más, o se disculpaba cuando le pillaban en un renuncio, pero siempre
había otras chicas.
No es que estuviera obsesionado con el sexo. No lo estaba. Algunas
chicas decían que estar con Elvis era como salir con un adolescente, a pesar
de tener cuarenta y tantos años. No le importaba. En algunos aspectos, era
como si se hubiera quedado congelado como un niño-hombre cuando le llegó
su extraordinaria fama. Nada había vuelto a ser lo mismo. Seguía recordando
aquellos emocionantes e inocentes años finales de la adolescencia tardía antes
del estrellato con mamá y Dixie, y las canciones de esa época. Y, como solía
decir con frecuencia, a pesar de todo lo que siempre sucedía a su alrededor,
todavía seguía siendo Elvis por dentro.
Así que, aunque en teoría estaba comprometido con Linda, los chicos que
todavía estaban con él seguían atentos por si veían jóvenes guapas que creían
que podían gustarle. Y así fue como, en un ritual casi medieval, encontraron a
su consorte de reemplazo en la persona de Ginger Alden, a la que le
sometieron a su consideración.
Todo comenzó cuando el viejo amigo del colegio George Klein, que ahora
trabajaba como pinchadiscos en Memphis, invitó a la hermana mayor de
Ginger, la miss local Terry Alden, a Graceland una noche de noviembre de
1976. Ginger, que tenía veinte años, era dependienta en una tienda de ropa y
la Miss Mid-South Fair de ese año, y siempre iba pegada a su hermana, al
igual que la más joven de las Alden, Rosemary.
Arriba, en su habitación, Elvis observaba a través de su sistema de
circuito cerrado de televisión cómo llegaban las tres jóvenes a Graceland y
Klein las llevaba a la habitación de la jungla, donde la prima Patsy Presley,

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que trabajaba como secretaria de Vernon, y su esposo Gee-Gee jugaban a las
cartas con Billy y Jo Smith. Solo después de que Charlie Hodge les enseñara
la casa, pasando por otras cámaras de circuito cerrado de televisión,
convocaron a las tres chicas, subiendo la escalera con alfombra roja, al
estudio de Elvis en el piso superior.
Después de otra espera, finalmente apareció, habló con ellas e hizo su
elección. Eligió a Ginger. Y, mientras Charlie acompañaba a las otras dos
hermanas escaleras abajo para que las llevaran a casa, Ginger siguió a Elvis a
su habitación, con su gran cama cuadrada y las fotografías de Linda en las
paredes.
Fuera lo que fuera lo que Ginger esperaba, no es lo que sucedió. Tras
coger una copia del Libro de los Números de Cheiro, Elvis se sentó en la
cama, le indicó que se uniera a él y luego le preguntó su fecha de nacimiento.
A partir de ese dato, calculó que era una número cuatro, lo que indicaba que
sería una persona leal y sensible. Él era un número ocho, lo que le convertía
en un incomprendido y un solitario, con mucho éxito o un completo
fracasado. Luego llegó el turno de un libro religioso, y los dos se sentaron
juntos en la cama, leyéndose el uno al otro hasta altas horas de la noche, en
que él pidió un coche para que la llevara a su casa. La besó solo una vez, ella
diría más tarde, antes de irse.
Ginger había pasado la primera prueba, así que la noche siguiente él envió
a George Klein a recogerla. Nuevamente la llevaron a su habitación, donde
esta vez él cantó un himno para ella, antes de llevarla a Memphis Aero, una
pista de aterrizaje privada, donde esperaba su Lockheed JetStar. Había
planeado mostrarle Memphis desde el aire por la noche, pero de repente
decidió que, junto con Patsy y GeeGee y un par de guardaespaldas, todos
debían ir a Las Vegas a pasar la noche, a casi 2.500 kilómetros de distancia.
Siendo Elvis, podía hacer cosas así. En pleno vuelo, le hizo su primer regalo,
un brazalete de oro con diamantes. Seguirían más.
Ella nunca había estado en Las Vegas antes. De hecho, era solo la segunda
vez que volaba. Pero no había tiempo para hacer turismo. Después de llevarla
al Hilton, donde llegó el doctor Ghanem y le inyecto una inyección de
vitaminas a cada uno, Elvis le pasó un pijama azul para que combinara con el
suyo, llamó a la madre de ella para decirle que su hija estaba a salvo con él y
luego se quedó dormido en la cama cogido de su mano. Al día siguiente,
volaron de regreso a Memphis, y luego, antes de que tuvieran ocasión de
conocerse mejor, la novia estable, Linda, volvió a su lado para acompañarle
en una gira por el noroeste del Pacífico.

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Durante cuatro años y medio, Linda había sido medio novia, medio
cuidadora, poniendo buena cara en público y peleándose con Elvis en privado.
Hacía mucho tiempo que la emoción de estar con él se había empañado. Se
quejaba de que su vida con él se había convertido en la de «un vampiro»,
durmiendo todo el día y despierta toda la noche, escondiéndose en Graceland
para mantenerse alejada de la mirada pública, y luego esperando a que el
cocinero trajera el desayuno a las nueve de la noche. Entonces, a veces Elvis
salía a conducir en plena noche cuando nadie le veía.
Él le había alquilado un apartamento en Los Ángeles recientemente,
donde ella esperaba poder hacer carrera como actriz, por lo que gradualmente
se estaba volviendo más independiente de él. Pero había algo más. Ella había
comenzado a ver a David Briggs, un pianista que había tocado en varias
sesiones de Elvis, la última apenas dos semanas antes. Ahora Elvis también
había conocido a alguien más.
El final de su relación ocurrió cuando la gira llegó a San Francisco y Elvis
sugirió que, como su JetStar acababa de llegar de Memphis, podía ser una
buena idea que Linda viajara allí por unos días. Ella leyó lo obvio entre
líneas. Su reemplazo debía de haber llegado en el avión. Así era. Ginger ya
estaba esperando en una habitación del piso de abajo. Tras postergarlo un día,
Linda decidió que ya era hora de despedirse con la mayor dignidad posible.
Las palabras finales de Elvis para ella fueron: «Escuches lo que escuches, no
hay nadie más. Es a ti a quien amo»[1]. Ella no le creyó.
Llamó a uno de los chicos para que la llevara al aeropuerto, y aunque
hablaron por teléfono un par de veces, él nunca la volvió a ver.
Inmediatamente, llamaron a Ginger a su habitación del hotel, donde había
estado esperando casi veinticuatro horas, y ella fue a ocupar su lugar al lado
de Elvis y conoció a su séquito formado por seis hombres y dos hermanastros.
También estaba el doctor Nick, que, como siempre, le puso su inyección antes
del show nocturno. Luego se sentó con él mientras les conducían al Cow
Palace para el concierto.
Con una nueva mujer en su vida, el espíritu de Elvis y su actuación en el
escenario mejoraron por un breve periodo de tiempo mientras la gira se
trasladaba a Anaheim y luego a Las Vegas dos semanas. Pero él estaba
necesitado. Cuando Ginger dijo que quería irse a casa a descansar, en lugar de
ello Elvis hizo que sus padres fueran a unirse con ella y que su conductor le
comprara un Lincoln Continental. La depresión andaba siempre a la vuelta de
la esquina y, una noche, al torcerse un tobillo, arrojó perturbado un micrófono

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al público, gritando: «¿Alguien quiere a este ridículo hijoputa? Odio Las
Vegas».
El consuelo que Ginger trajo a su vida no fue más que temporal. Una
noche de diciembre, a altas horas de la madrugada, sentado solo en su suite
del ático mientras ella dormía, garabateó unas notas para sí mismo en el papel
de carta del Hilton; más tarde las encontró una limpiadora y se subastaron.
Una decía: «Me siento tan solo ahora. La noche es tranquila para mí…
Seguramente no descansaré esta noche».
Mientras que en otra ponía: «Ojalá hubiera alguien en quien pudiera
confiar y con quien pudiera hablar… A veces me siento perdido».
Y una tercera: «Ya no sé con quién hablar… Ayúdame, Señor, a saber qué
es lo correcto».
La noche siguiente le pidió al predicador evangelista televisivo Reverendo
Rex Humbard que fuera al espectáculo, tras el cual los dos se sentaron juntos
en su camerino, mientras Elvis le preguntaba sobre el Armagedón y la
Segunda Venida. Quería saber cuándo creía Humbard que iba a volver
Jesucristo.
—Creo que muy pronto —le dijo Humbard.
—Yo también lo creo —dijo Elvis.
Luego rezaron juntos.
Durante dos décadas se había cogido vacaciones la semana de Navidad
para disfrutar de Graceland, con su pesebre de la Sagrada Familia a tamaño
natural en el jardín, y para jugar al fútbol después con su pandilla. Pero sus
crecientes problemas de salud y de peso implicaban que esos tiempos habían
terminado. Y, con rumores desalentadores de que el Coronel había perdido un
millón de dólares en la mesa de ruleta en Las Vegas, volvió a trabajar dos días
después de Navidad en una gira por cinco ciudades, que culminó en la víspera
de Año Nuevo cantando «Auld Lang Syne» en un escenario de Pittsburgh,
Pensilvania. 1976 había sido un año difícil. Pero a pesar de sus
hospitalizaciones y sus problemas con las drogas, incluidas las temporadas en
Las Vegas, había cantado sobre el escenario al menos una hora en ciento
veintisiete shows en setenta y siete ciudades estadounidenses. La carga de
trabajo nunca disminuía.

Desde los veinte años, había sido él quien había marcado las condiciones de
todas sus relaciones con mujeres. Ginger Alden —a quien llamó Gingerbread
— fue diferente. Más de dos décadas menor que él, para ella una noche
divertida no era quedarse en su habitación en pijama y hablar de libros de

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religión, o ver los programas de televisión que a él tanto le gustaban de Monty
Python. Eso no era para una chica de su generación. Y ahí había un problema.
Él quería que ella estuviese con él todo el tiempo. Tan simple como eso.
El deseo puede ser cruel y humillante cuando un hombre rico mayor se
obsesiona con una guapa chica joven. No podía tener su edad, ni quería hacer
las cosas que ella quería hacer, que era pasar más tiempo, como siempre, con
sus amigos y hermanas. Así que, en lugar de ello, la sepultó en dinero en
forma de abrigos de visón, vestidos de gala, anillos y pulseras de diamantes,
un coche para ella y otro para sus padres. Incluso se ofreció a comprarles una
casa nueva más cerca de Graceland. En público, la quería a su lado; en
privado, su comportamiento oscilaba a lo loco entre la adoración, la súplica,
la dictadura y el miedo. Se enfadó cuando ella se negó a llamar a su antiguo
novio delante de él y explicarle que el chico estaba fuera de su vida para
siempre. Luego, después de llevarlas a ella y a su hermana Rosemary a Palm
Springs para celebrar su cumpleaños número cuarenta y dos, la aterrorizó
disparando una bala en la pared sobre su cama, porque ella no le había llevado
el paquete de yogures que le había pedido. Ella creía que él ya había tomado
suficiente yogur y estaba preocupada por su sobrealimentación. Elvis se
disculpó, por supuesto, pero todos los días ella le dejaba claro que no iba a
salirse con la suya todo el tiempo.
Para compensar la decepcionante sesión de grabación en Graceland en
noviembre, estuvo de acuerdo en reunirse con todos los músicos y cantantes
habituales en Nashville a fines de enero de 1977, pero luego no se presentó. A
Ginger no le gustaba Nashville, y sencillamente se había negado a ir. No
muchas de sus anteriores novias habrían evitado la oportunidad de estar en
una de sus sesiones de grabación, pero Ginger no era como las demás. A
instancias de Felton, Elvis llegó finalmente a Nashville un día tarde, pero
luego no salió del motel, quejándose de dolor de garganta, y después le pidió
al médico que le hiciera una nota de baja por enfermedad para enviársela a la
RCA. Luego voló de regreso a Memphis y a Ginger, a quien le dio un anillo
de compromiso. No le levantó mucho el ánimo un reportaje de un periódico
de Nashville que decía que su nueva novia «iba a acabar con él», un soplo que
claramente se había filtrado de alguno de los participantes en la sesión
cancelada. Solo podía estar seguro de que Ginger no iba a escabullirse para ir
a ver a sus hermanas y amigos cuando estaban de gira, así que fue un alivio
para todo el mundo que ella accediera a acompañarle a una gira de diez días
por los estados del Sudeste. Aun así, hacia la mitad de la misma, cuando ella

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empezó a sentir nostalgia, él tuvo que hacer que toda su familia se uniera a la
gira.
A los muchachos, cuyo trabajo era que estuviese contento, no les hacía
gracia, pero tal vez no estaba completamente ciego de amor. Aunque Ginger
fue uno de los testigos de la firma de su testamento en febrero, no se le
informó de que ni ella ni, de hecho, nadie más aparte de Lisa Marie y Vernon,
estaba incluida en él. Lisa Marie heredaría todas sus propiedades cuando
cumpliera los veinticinco años, momento hasta el cual Vernon se encargaría
de cuidar de todo en nombre de ella y de su abuela.
Durante toda la primavera y comienzos del verano de 1977, Elvis estuvo
de gira. Ya era un hombre muy enfermo, con aspecto gordo, soñoliento,
hinchado y drogado, con el habla arrastrada y a menudo incomprensible, sus
movimientos y posturas de kárate eran torpes y su voz desigual, y en casi
todos los lugares a los que iba, las críticas de los periódicos al día siguiente
eran condenatorias. Pero los fans todavía iban a verle. Era como si pensaran
que si él no aceptaba lo enfermo que estaba, ellos tampoco lo harían. Cuando
Ginger estaba con él, hacía un esfuerzo; cuando ella no estaba, se angustiaba.
Y en Baton Rouge, Luisiana, estaba tan agotado a la hora del espectáculo que
simplemente no pudo continuar y voló a casa directamente al hospital de
Memphis, cancelando el resto de la gira.
No permaneció mucho tiempo en el hospital, aunque tenía muchos
problemas de salud. Cuando le planteaban, como venían haciéndolo todos
salvo el Coronel, tomarse un año entero para recuperarse, su respuesta era:
«Tengo treinta y nueve empleados que dependen de mí. Si me tomara un año
de vacaciones, ¿qué sería de ellos?».
Era una variante de la respuesta que le había dado a Dixie Locke en 1958
después de la muerte de su madre: «He llegado demasiado lejos para dejarlo
ahora».

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Elvis y su novia, Ginger Alden, en sus últimas vacaciones en Hawái en marzo de 1977. Más de dos
décadas más joven que Elvis, para ella una noche divertida no consistía en quedarse en su habitación en
pijama y hablar de libros de religión.
© Michael Ochs Archives/Getty Images

No se trataba solo de problemas físicos. Emocionalmente era desgraciado.


El primo Billy Smith y su esposa Jo se habían convertido ahora en sus
confidentes más cercanos y él no hacía más que decirles lo preocupado que
estaba porque creía que Ginger no le amaba, algo que ya podían ver ellos por
su cuenta. Tras otra pelea con Ginger, como para romper su dependencia de
ella, invitó a otra chica de veinte años que había conocido llamada Alicia, a ir
con él a Las Vegas junto con Billy y Jo. No se trataba de sexo, porque no lo
hubo. Él solo quería que ella estuviera cerca, que durmiera junto a él y que le
tomara la mano y le hablara hasta que los Placidyls hicieran su efecto y él
pudiera echar una cabezada. Había sido lo mismo con Linda, Sheila y Ginger,
casi como si tuviera una regresión a la infancia y pidiera con una vocecita que
alguien «duerma conmigo un rato». Después de Las Vegas, se fue con Alicia,
Billy y Jo a pasar unos días en su casa de Palm Springs, donde una vez más se

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despertó con problemas respiratorios, y el doctor Ghanem tuvo que ir a
atenderle. Cuando volvieron a Memphis, le compró a Alicia un coche como
regalo de agradecimiento.
Luego volvió a estar nuevamente de gira durante el mes de abril por
Chicago, Duluth, Detroit, Milwaukee y otros lugares, con Ginger a su lado,
pues su relación se arregló momentáneamente. Tantos conciertos; tantas
ciudades pequeñas que visitar. En mayo fue el turno de Louisville, luego de
Providence, Rhode Island, y otras doce ciudades hasta que, en Binghamton,
Nueva York, Ginger se hartó y se marchó, dejándole temblando en tal estado
de agitación emocional que pidió que llamaran a la cantante de su coro Kathy
Westmoreland, a quien había insultado en el escenario hacía nada.
Kathy era una buena amiga que había ido observando con tristeza su
hundimiento desde solo tres metros de distancia, noche tras noche. Ahora ella
se convirtió en su enfermera y su consuelo mientras él, a su lado e incapaz de
dormir, divagaba durante toda la noche sobre su madre, sobre Ginger y sobre
su carrera, llegando a preguntarle a Kathy cómo creía ella que sería recordado
tras su muerte. No había hecho una película clásica, le dijo. A pesar de todo lo
que había hecho, seguía teniendo su sueño fallido de convertirse en una
verdadera estrella de cine. Y ahora hablaba de sí mismo en tiempo pasado,
como si no pudiera ver un futuro. Incluso le dijo en broma que se vistiera de
blanco en su funeral. Kathy le consoló tranquilamente. No iba a morir, le dijo.
Y le cogió de la mano hasta que se durmió.
Cuando terminó la gira, también le compró a Kathy un coche como
recompensa por su lealtad. No era necesario. Ella le amaba. Pero se ajustaba a
un patrón. Cada vez que alguien era amable con él, sentía que tenía que
recompensarle con un regalo caro. Estaba tan acostumbrado a dar que no
podía comprender que la amabilidad y el afecto no exigieran un regalo a
cambio.
Allá a donde mirase había problemas. En Memphis le estaban demandado
por el fiasco del Centro de Ráquetbol Elvis Presley, Priscilla andaba
preguntando por los casi 500.000 dólares que se le debían del acuerdo de
divorcio, el corazón de papá daba de vez en cuando motivos de preocupación,
y un vidente de Boston predijo en la radio que Elvis moriría pronto, asunto
recogido rápidamente por los periódicos. Luego, en medio de todo ello, hubo
un rumor en un periódico de Nashville de que el Coronel quería vender el
contrato de Elvis. Fue desmentido, por supuesto. Aunque ya casi no hablaban,
el Coronel aún necesitaba exprimir su gallina de los huevos de oro. Era
demasiado tarde de todos modos, demasiado tarde, para que ninguno de los

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dos se retirara de la danza macabra en pareja en que se había convertido
aquello.
Luego, a finales de mayo, llegó el momento que Elvis más había temido.
Un periódico sensacionalista de Gran Bretaña comenzó a publicar extractos
de Elvis: What Happened? Fue peor de lo que él esperaba. El capítulo elegido
para la serialización era un relato morboso de cómo, sin tener en cuenta las
drogas ni la ira, les había pedido a Red y Sonny que asesinaran al amante de
Priscilla, Mike Stone.
«¿Qué va a pensar Lisa sobre su papá cuando crezca y lea cosas así sobre
mí?»[2], sollozó a Billy y Jo.
El Coronel no creía en las lágrimas. «No te preocupes por ello», le dijo.
«Ayudará a vender entradas».
Y luego, como para colmar su indiferencia hacia lo que el mundo pensara,
Parker anunció que un equipo de filmación de la CBS TV acompañaría a
Elvis en la gira durante junio para hacer un especial de una hora, Elvis in
Concert. La noticia fue recibida con consternación entre los músicos, los
cantantes y la comitiva. Parker, más que nadie, sabía que Elvis no estaba en
condiciones de ser filmado en primer plano. Obeso y enfermo, algunas noches
parecía un verdadero milagro que consiguiera siquiera terminar la actuación
con aquel cuerpo renqueante. Pero la CBS pagaba 750.000 dólares por el
show. Dividido con Elvis al 50 %, con ese dinero no había forma de que
Parker rechazara a la CBS. Tal vez Vernon podría y debería haber intervenido
para proteger a su hijo. Pero Vernon desafiaba al Coronel incluso menos que
Elvis.
Durante semanas, Elvis estuvo dándole vueltas a cómo dirigirse al público
respecto a las acusaciones de los periódicos. ¿Debería ponerse a merced de
ellos, admitir que tenía un problema y decir que iba a pedir ayuda? ¿O debería
negarlo todo? Pero si todavía era incapaz de admitir ante su séquito y
reconocer él mismo que su adicción estaba peligrosamente fuera de control,
no había posibilidad alguna de que lo admitiera ante los fans. En la segunda
noche de la nueva gira, en Kansas City, salió al ataque.
«Solo quiero decir que a pesar de lo que escuchéis o leáis, estamos aquí, y
estamos sanos, y estamos haciendo lo que nos gusta»[3], dijo al público, que le
aplaudió.
También podría haber estado aquí la noche siguiente en Omaha, cuando
las cámaras de la CBS se pusieron a grabar, pero parecía no estar sano ni
disfrutar lo que estaba haciendo. Solo se pudieron rescatar tres canciones para
el programa de televisión.

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Elvis en una de sus últimas actuaciones, el 20 de junio de 1977, en el Pershing Municipal Auditorium
de Lincoln, Nevada, ante 7.500 espectadores.

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Bettmann/Getty

No quedaba mucho de la otrora gloriosa confianza y vitalidad, pero, con


su traje de color crema azteca, el único que todavía le encajaba, aún tenía su
encanto y su orgullo, y fue a la filmación en Rapid City, Dakota del Sur,
dando a la CBS suficiente material para poder montar algún tipo de show. Si
sería adecuado o no mostrárselo al público era otra cuestión. Quizá el
momento más revelador del documental resultante fue cuando presentó su
canción «Are You Lonesome Tonight?». Mientras lo hacía, se interrumpió y
respondió a su propia pregunta: «Lo estaba… y lo estoy…»[4]. Como siempre
lo había estado.
La gira se acercó a su final con un incidente de excentricidad impulsiva
típico de Elvis. Después de llegar a Madison, Wisconsin, le llevaban en coche
a su hotel a primera hora de la mañana cuando, al pasar por una estación de
servicio, vio a un par de jóvenes acosando al encargado. Tras ordenar que la
limusina se detuviera, salió y fue a ayudar al dependiente, preparado con sus
golpes de kárate. Pero, al ver quién era el recién llegado, los asaltantes y el
dependiente abandonaron inmediatamente la reyerta y le miraron asombrados,
incluso aceptaron finalmente hacerse unas fotografías con él, todos sonriendo.
Así es cómo era ser Elvis. Luego, del mismo modo fugaz en que había
aparecido, desapareció de nuevo en la noche.
Su última aparición pública fue dos noches después en Indianápolis, el 26
de junio de 1977.

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«Estoy tan cansado de ser Elvis Presley»

Estaba cansado cuando llegó a Graceland y pasó gran parte de las semanas
siguientes recuperándose, sin salir apenas de su habitación. Había otra gira
planeada para la segunda quincena de agosto, pero al principio solo quería
quedarse en la cama descansando, hablar de vez en cuando con Charlie, que
aún vivía en el sótano, o con Billy y Jo, ver la televisión y leer. A veces
llamaba a Priscilla para planear la próxima estancia de Lisa Marie, o
simplemente para matar la soledad. También llamaba a Kathy Westmoreland
y a Larry Geller, que prometía llevarle algunos libros religiosos nuevos. Su
familia estaba allí, por supuesto, la abuela en su habitación de la parte trasera
de la casa viendo Hee-Haw en la televisión, y la tía Delta trajinando, gritando
a su perro, y, naturalmente, papá iba a verle también. Pero cada vez que los
viejos amigos —tal vez George Klein o Lamar Fike— se pasaban a saludarle,
no les aconsejaban subir a verle.
«Estoy tan cansado de ser Elvis Presley», le había dicho a Felton Jarvis
una noche después de un show. No se sentía así todo el tiempo, otros días le
encantaba ser Elvis. Pero cuando le invadía la oscuridad, era difícil encontrar
consuelo en ninguna parte, y su cuerpo, sus manos, su cara y sus tobillos
hinchados le trastornaban. No tenían nada que ver con cómo se había visto
siempre.
Se pasaba horas preguntándose dónde estaría Ginger cuando no estaba
con él, por qué no quería irse a vivir con él y si el nuevo deportivo Triumph
que le había comprado le haría ganarse su amor. Y luego pasaba noches
terribles e insomnes preocupándose por la reacción de los fans ante la
publicación de Elvis: What Happened? La gente no le daba mucha validez a
los artículos morbosos de los periódicos sensacionalistas ya que los veían
como chismes maliciosos, pero un libro se lo tomaban más en serio, y se
enfurecía con Red y Sonny.
Solo muy de vez en cuando reunía la energía suficiente para salir por las
puertas de la prisión de Graceland y alejarse en coche por el Bulevar Elvis
Presley. Ocurría por la noche, cuando era menos probable que las puertas

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estuvieran asediadas por el pequeño grupo de fans que se congregaban allí
diariamente. Pero una vez que atravesaba las puertas, ya no tenía realmente
ningún lugar al que ir, ningún lugar al que quisiera ir. Años antes habría
podido llamar de vez en cuando a Sam Phillips a Sun Records en el 706 de la
avenida Union. Pero, aunque todavía miraba el edificio cuando pasaba por
delante, el estudio ya no estaba allí, y habían arrancado los micrófonos y la
mesa de mezclas cuando el lugar se había convertido en un taller de
reparación de motocicletas. Solo quedaba el café de Taylor de al lado. Sabía
que Sam estaba a solo unas pocas manzanas de distancia en un nuevo estudio
en un edificio construido a tal efecto, pero eso no le habría traído sus felices
recuerdos de Sun, así que no le seducía la idea. Laskys aún seguía allí en la
calle Beale, pero habían pasado ya veinte años desde que podía ir sin atraer a
una multitud. Así que siempre le llevaban la ropa para que la eligiera, ya fuera
a Graceland o a su casa de California, y luego se la ajustaban a la medida.
Sabía que un oficio religioso le habría venido bien, pero los únicos servicios a
los que asistía eran cuando veía a los evangelistas de la televisión los
domingos por la mañana y escuchaba los himnos, mientras, acostado en la
cama, recordaba a su madre.
El doctor Nick seguía visitándole, por supuesto. Le necesitaba.
El Coronel y él no solían hablar mucho en aquellos días, y en todo caso
solo de negocios, por lo que las llamadas de su representante no eran bien
recibidas. Le intrigaba una historia que había salido en una de las revistas del
club de fans de que Parker podía no ser estadounidense, sino holandés, y un
inmigrante ilegal. Había oído un rumor similar unos años antes y lo había
descartado, pero, si fuera cierto, explicaría el acento ligeramente extraño
sobre el que Bill y Scotty solían cavilar y que habían imitado todos esos años
atrás, pero al que él se había acostumbrado. Nunca había preguntado acerca
de ello, como tantas otras cosas del Coronel, achacando el acento brusco y la
actitud de su representante sencillamente al tiempo que había pasado en el
ejército, donde había visto cómo se hacían las cosas y había aprendido a dar
órdenes.
Pensando en ello, no obstante, seguramente le daba igual si el Coronel no
era quien decía ser o si se había inventado su infancia en ese Pony Circus del
que solía hablar. En las pequeñas giras por el sur que Elvis había hecho a
mediados de los cincuenta, había un cómico que se hacía llamar duque de
Paducah, pero que era en realidad Whitey Ford, de Misuri. A nadie le había
importado. ¿Qué más daba un nombre? Muchos cantantes no usaban el que
les habían dado al bautizarlos, aunque él siempre lo había hecho. A alguna

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gente les parecía poco común y lo deletreaban mal al principio, pero él
siempre había estado orgulloso de ser Elvis Presley, de Tupelo, Misisipi.
Por supuesto, si el Coronel era un inmigrante ilegal, sin pasaporte, eso
explicaría por qué nunca quiso salir de los Estados Unidos y permitir que
Elvis recorriera el mundo. Una vez fuera de los Estados Unidos, es posible
que no hubieran dejado al viejo volver a entrar.
¿Una gira mundial? Elvis lo había prometido tantas veces. ¿Y por qué no
ahora? Todavía podía hacerla, pensó, conseguir un nuevo representante e ir a
Inglaterra y Alemania y a todos aquellos sitios donde la gente compraba sus
discos. Pero… ya no le apetecía tanto como antes. Ahora disfrutaba
demasiado de las comodidades de su hogar. Y luego estaban sus problemas de
salud y sus médicos. Tal vez cuando resolviera sus problemas…
Así que se acostaba en la cama, rara vez se quitaba el pijama, se fumaba
un Tiparillo de vez en cuando, mientras miraba los tres televisores que tenía
enfrente y reflexionaba sobre las cosas. La mayor parte del tiempo estaba
malhumorado, pero no siempre, porque no todo eran malas noticias. Su papel
en el problema del Centro de Ráquetbol Elvis Presley se había resuelto de
repente, sin salir muy perjudicado; su último sencillo, «Way Down», estaba al
menos en el top 40 de Billboard, mientras que la cara B, «Pledging My
Love», estaba en lo más alto de la lista de música country, y Lisa Marie iría
pronto a quedarse con él. Siempre tenía muchas ganas, y esa iba a ser su visita
más larga desde que Priscilla y él se habían separado. Tener una niña en casa
siempre relajaba el ambiente de Graceland. Era el único lugar en el que quería
estar, pero, a veces, con su sala de trofeos, de discos de oro y sus guardias en
la entrada, se sentía más como en un museo que en un hogar. Y los museos
estaban ahí para celebrar el pasado, no el presente ni el futuro.
Le gustaba pensar que era un buen padre para Lisa Marie, a quien ahora
todos llamaban Lisa, y que a los nueve años se estaba convirtiendo en una
niña más mala que el demonio cuando se lo proponía. Le había cogido
bastante cariño a Linda antes de que se separaran, y muchas veces había
deseado que la niña pudiera haber tenido una familia en la que su padre y su
madre todavía estuvieran juntos. Eso no parecía tan fácil ahora como cuando
estaba creciendo. Afortunadamente, papá estaba ya separado de Dee, pero
aunque sus dos hermanastros mayores trabajaban ahora para él, no les tenía
cariño.
Así que, durante aquel caluroso mes de julio en Memphis, sepultado en el
fresco de su habitación con aire acondicionado Frigidaire, se tumbaba,
pensaba y leía, y consultaba su Libro de Números y su Biblia. Ansiaba

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dormir, pero también lo temía, no fuera a ser que volviera de nuevo aquel
sueño que había tenido durante tanto tiempo en el que perdía todo, su hogar,
sus admiradores, su fama y su dinero.
Lisa llegó en el avión al que él había puesto su nombre el último día de
julio y, de inmediato, se puso a recorrer en su mini carrito de golf eléctrico la
finca, con Elvis a veces montado en otro. Afortunadamente, el hermano
mayor de Ginger tenía una niña llamada Amber de aproximadamente la
misma edad, y ambas jugaban juntas. Habían pasado algunos años desde que
Elvis se había imaginado a sí mismo como un cowboy en su rancho, o
montando a caballo, pero, por capricho, le compró a uno de sus primos un
pony para Lisa. Luego, entró en la casa con Lisa montándolo, para
mostrárselo a la abuela y a la tía Delta. Otro día se llevó una decepción
cuando ni siquiera pudo conseguir una copia de La Guerra de las Galaxias
para que Lisa la viera de nuevo. Como cualquier padre, quería complacer a su
hija.
Cuando no estaba preocupado porque pudieran secuestrarla, disfrutaba de
los placeres paternos comunes derivados de la presencia de la niña. Pero las
alegrías tenían que correr diariamente en paralelo con su dieta farmacológica.
Eran una mezcla de anfetaminas, calmantes, somníferos y el analgésico
Dilaudid, con la enfermera jefe del doctor Nick, Trish Henley, siempre a
mano, viviendo en una de las caravanas de la parte trasera de Graceland, por
si acaso.
Y, aunque su estado de ánimo era generalmente bueno cuando Lisa estaba
cerca, su comportamiento a menudo era impredecible. Tras haber prometido
llevar a los niños y a parte de los adultos a Libertyland, el nuevo nombre del
viejo parque de atracciones que siempre le había gustado, cambió de opinión
repentinamente, aunque solo para que Ginger —que no hacía mucho que
había dejado de ser ella misma una niña— le hiciera cambiar de opinión de
nuevo. No podía decepcionar a los niños así, protestó ella. Él cedió, y la
excursión tuvo lugar durante una noche con Lisa y Amber adaptándose al
ciclo de sueño de Elvis.
La pegajosa canícula de agosto continuó. Charlie le había lavado y teñido
el pelo, oscureciéndole las raíces blancas, y Joe Esposito y algunos de los
muchachos comenzaron a reunirse como de costumbre en el albergue Howard
Johnson Motor Lodge que había carretera abajo, para preparar la próxima gira
que debía comenzar el 17 de agosto en Portland, Maine. Uno o dos de los
chicos le sugirieron alguna vez que debería dejar que su pelo recuperara su
tono natural, pero él insistió en que los fans querían que fuera como el Elvis

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de leyenda. Así que el tinte para el cabello siempre aparecía antes de cada
gira, junto con el vestuario, como parte esencial de la máscara de Elvis.
Su estado de ánimo era un continuo tobogán. En un momento que era
positivo, pidió que se incluyeran seis canciones nuevas en la gira y exigió que
se encontraran partituras para la orquesta y los cantantes, mientras que, en
otro momento, comentó que igual anunciaba su compromiso con Ginger en el
escenario. Luego, cuando ella le dijo que no estaría con él al comienzo de la
gira, él se sintió desgraciado al instante y pidió que invitaran a otra chica en
su lugar.
Su actitud hacia su peso también era contradictoria. Ahora pesaba unos
108 kilos, y no se podía poner casi ninguno de los trajes para sus actuaciones
sin que tuvieran que sacarles el dobladillo, pero, aunque odiaba estar gordo,
no hacía mucho al respecto. Unos pocos días de dieta líquida y cinco minutos
en una bicicleta estática no iban a cambiar nada.
Y no dejaba de acordarse todo el tiempo de Elvis: What Happened? Le
dijo a Ginger que era ficticio, pero sabía que no era cierto. Puede que
hubieran adornado un poco la escritura, pero los hechos básicos no eran
mentira.
Aunque nadie en su círculo le creía, él seguía manteniendo que no tenía
un problema con las drogas, incluso aunque se pusiera una chaqueta federal
de la DEA [Administración de Control de Drogas]. Pero no era tonto. Sabía
que era un adicto. Simplemente no quería reconocer la gravedad de su
adicción y le gustaba el subidón que le daba el Dilaudid.
Siempre había tenido algo que le ayudara. Veinte años antes, usaba el
inocente y pequeño NoDoz para mantenerse despierto cuando conducía de
noche hasta la ciudad con Scotty y Bill, y cuando estaba en el ejército, le
entregaban rutinariamente las anfetaminas para mantenerlo a él y a los otros
muchachos alerta en las patrullas nocturnas en Alemania. Le había gustado el
efecto que tenían sobre él, hasta el punto de que había establecido su propia
línea particular de suministros, igual que había disfrutado los días de
Hollywood en que los muchachos y él se habían divertido jugando a base de
Dexedrina y nunca se cansaban. Sabía que el doctor Nick estaba tratando de
controlar su adicción, lo que implicaba que Nick o los muchachos abrían a
veces algunas píldoras, vaciaban el contenido y luego las cerraban
nuevamente para convertirlas en placebos, pero él no se dejaba engañar. Sabía
lo que su cuerpo le decía que necesitaba y, de una forma u otra, se aseguraba
de obtenerlo de los médicos de Memphis, Los Ángeles y Las Vegas.

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El 15 de agosto de 1977, Elvis estaba empapado de sudor y aburrido en
Memphis, y el día comenzó para él, como de costumbre, a media tarde,
jugando con Lisa por la finca durante un rato. Ella regresaba a Los Ángeles al
día siguiente, cuando él se iría de gira. Había estado esperando ver la película
de Gregory Peck MacArthur una vez más, pero cuando no encontraron a
ningún proyeccionista que trabajara fuera del horario normal, hizo que
alguien llamara a su dentista para que le atendiera a las 10:30 de la noche. Ser
Elvis lo hacía posible. Para entonces, Ginger había llegado y le acompañó en
su coche favorito, el Stutz Blackhawk negro, junto con Charlie y Billy. Elvis
conducía con dos pistolas en el cinturón.
Estaba de buen humor, y le ofreció al dentista hacer un viaje alguna vez a
California en el Lisa Marie, mientras este le empastaba un par de caries
menores, le hacía una limpieza de boca a él y otra a Ginger, y le daba una
receta de codeína.
De vuelta a Graceland pasada la medianoche, preguntó sobre los
preparativos de la gira y luego pidió ver los nuevos libros religiosos que Larry
había traído de Los Ángeles ese día. Le intrigó A Scientific Search for the
Face of Jesus, un estudio de la Sábana Santa de Turín. Tenía la esperanza de
que Ginger cambiara de opinión y fuera con él de gira, pero cuando ella
siguió resistiéndose con el argumento de que no se sentía bien porque tenía el
periodo, se decepcionó y se frustró.
Tras asegurar que uno de los dientes que acababan de empastarle le
molestaba, llamó al doctor Nick a eso de las dos y cuarto de la mañana y este
le recetó seis tabletas de Dilaudid. Como uno de sus empleados estaba de
guardia las veinticuatro horas del día para lo que fuera necesario, su
hermanastro, Ricky Stanley, fue a recoger las pastillas a la farmacia nocturna
del Hospital Baptist Memorial.
Luego, él y Ginger charlaron hasta que, en algún momento pasadas las
cuatro de la mañana, despertó a Billy y Jo en su caravana y les exigió que se
unieran a él y a Ginger en la cancha de ráquetbol. Sacar a su primo y su
esposa de la cama para que jugaran con él también era algo que, siendo Elvis,
podía hacer.
No jugaron en serio, ni tampoco mucho tiempo, fue más que nada pelotear
un poco. Después de eso, estuvo unos minutos haciendo bicicleta estática, y
después, sentado al piano, se entretuvo cantando el éxito country de Willie
Nelson «Blue Eyes Crying in the Rain». Luego Billy le lavó y le secó el pelo,
y luego su hermanastro Ricky le llevó un paquete de pastillas, sobre todo
antidepresivos, somníferos y placebos, como parte de una rutina establecida

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que el doctor Nick había ideado para ayudar a que su paciente durmiera un
poco.
No funcionaron. Ahora Elvis estaba al límite. Tenía que volar a Maine esa
misma tarde. Tenía que descansar un poco. Así que, un par de horas después,
sentado completamente despierto en la cama, con Ginger dormida a su lado,
Elvis llamó a Ricky para que le diera el segundo paquete de pastillas de la
rutina.
Tampoco funcionaron. Alrededor de las ocho de la mañana, intentó
comunicarse con Trish, la enfermera que vivía en un remolque detrás de
Graceland, pero ella ya se había ido a trabajar. Entonces se le pidió a la tía
Delta que llamara a la oficina del doctor Nick, donde, después de hablar con
su jefe, Trish dio instrucciones de que Delta podía darle a Elvis un tercer
paquete de pastillas.
Tras darle las gracias a Delta, le dijo a Ginger, que ya se había despertado,
que iba a leer a su baño.
—No te duermas[1] —le dijo Ginger.
—Está bien, no lo haré[2] —respondió. Luego sonrió y cerró la puerta tras
de sí.

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«Una vida solitaria termina en el Bulevar Elvis
Presley»
Memphis Press-Scimitar

Su cuerpo estaba boca abajo sobre la alfombrilla roja en medio del baño,
como si hubiera intentado coger el teléfono que estaba en la pared. Tenía al
lado un libro sobre sexo y energía psíquica.
Era poco más de la una y media de la tarde. Ginger se había despertado
antes y, al ver que no estaba con ella, había telefoneado para hablar con su
madre. Luego, después de ir al vestidor de invitados para asearse,
preguntándose dónde estaría Elvis, llamó a la puerta de su baño. Al no
obtener respuesta, la abrió un poco. No había cerrojos en ninguna de las
puertas de sus cuartos.
Nancy Rooks, una de las criadas, estaba en la cocina tomándose un
descanso de su trabajo, viendo la televisión, cuando sonó el intercomunicador.
Era Ginger, sollozando y sin aliento, diciendo que algo le pasaba a Elvis.
Nancy subió corriendo, se asomó al baño y corrió de nuevo abajo para avisar
a Al Strada, un ayudante de vestuario que estaba revisando los trajes de Elvis
para las actuaciones de la próxima gira. Para entonces, Ginger también había
llamado a la oficina que había en la parte trasera de la casa donde Patsy
Presley y Joe Esposito habían estado hablando con Vernon. Joe fue volando
hacia la casa y subió escaleras arriba donde se encontró a Strada tratando de
darle la vuelta al cuerpo de Elvis. Strada daba por hecho que Elvis se había
tomado una sobredosis. Tenía un lado de la cara hinchado y amoratado, y la
lengua descolorida. Había vomitado en la alfombra.
Mientras la noticia corría por la casa y se llamaba al 911, Patsy ayudaba a
Vernon a subir las escaleras. Enseguida, al oír el revuelo, Lisa intentó entrar
al baño, preguntando qué le pasaba a su papá. Ginger no la dejó pasar.
En apenas unos minutos, llegó una ambulancia del Departamento de
Bomberos de Memphis, mientras se agolpaba cada vez más gente en el baño

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donde Joe y Charlie Hodge intentaban hacerle la respiración artificial. Vernon
estaba histérico. «Ya voy, hijo. Espérame. Ya voy», gemía.
Los sanitarios de la ambulancia y los presentes ya tenían claro que Elvis
estaba muerto. Pero cuando llevaron su cuerpo escaleras abajo en una camilla,
el doctor Nick llegó en su coche y saltó a la parte de atrás de la ambulancia
con Charlie y Joe.
«Respira, Presley. Vamos, respira», suplicó, mientras comenzaba a
trabajar sobre el cuerpo.
Tardaron siete minutos en llegar al Baptist Memorial Hospital de
Memphis, pero no pudieron hacer nada. La versión oficial rezaba «ingresado
cadáver». Elvis llevaba muerto unas horas.
Poco después de las 3:30, Joe logró recomponerse lo suficiente para
empezar a hacer las ineludibles llamadas. La primera fue al Coronel, que ya
estaba en un hotel de Portland, Maine, preparándose para la gira.
Después del silencio inicial del shock, y de murmurar «¡Oh, Dios mío!»,
Parker se centró inmediatamente en los negocios. Había que decirle a la gente
que el show de la noche siguiente se cancelaba; los músicos y los cantantes de
acompañamiento ya estaban en el avión. Había que mandarlos de vuelta.
La segunda llamada de Joe fue a Priscilla en California. Lo primero que le
preocupó a ella fue Lisa. Joe le aseguró que la niña estaba bien atendida.
Los reporteros, a quienes había avisado el personal del hospital, ya
empezaban a agolparse fuera del hospital. Debería haber sido Joe quien
anunciara la muerte, pero estaba demasiado alterado. Al final lo hizo el
gerente del hospital.
Mientras, en Graceland, sabiendo que habría una investigación policial, la
tía Delta, con ayuda de la criada Nancy Rooks, estaba eliminando toda la
droga y la parafernalia relacionada con ella de las habitaciones de Elvis. Las
drogas que no se tiraron inmediatamente por el retrete, las enterraron en un
agujero en el jardín. Cuando llegó la policía, acompañada por un detective
forense, no había ni siquiera una aspirina en el botiquín del baño, y el neceser
de cuero negro que Elvis siempre llevaba consigo con todos sus fármacos
también estaba vacío. En la limpia solo se habían dejado dos jeringuillas
vacías. El detective forense comentó después lo extremadamente inusual que
era encontrar un baño tan desprovisto de los medicamentos habituales.
Comprendió enseguida lo que se había hecho. Normalmente habrían
interrogado al personal y a los familiares. Pero no lo hicieron. Ser Elvis
conllevaba estar protegido hasta en la muerte.

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Mientras la multitud crecía a las puertas de Graceland y los medios de
comunicación del mundo comenzaban a llegar a Memphis, se inició la
autopsia. Sin embargo, antes de que se completara, a las ocho de la noche, el
doctor Jerry Francisco, jefe médico forense del condado de Shelby, anunció a
la prensa que la causa de la muerte se debía a una arritmia cardíaca; es decir, a
un ataque al corazón. Los patólogos del hospital estaban avergonzados.
Sabían que era más complejo que eso. ¿Qué había causado el ataque al
corazón?
Durante las horas siguientes se publicó más información. Sí, la salud de
Elvis había sido mala. Su corazón se había hipertrofiado, tenía las venas y las
arterias corroídas, el hígado muy dañado y el intestino grueso obstruido.
También tenía la laringe ulcerada, glaucoma y una infección de oído. Pero
solo se tuvo una imagen más clara cuando se comunicaron los resultados de
los análisis de sangre y el contenido de su estómago dos meses después. Se
encontraron catorce drogas en su cuerpo; diez, incluyendo codeína y
Quaaludes, en cantidades significativas y tóxicas. Todas las drogas habían
sido obtenidas legalmente con recetas firmadas por un médico, por lo que no
había ninguna de las drogas ilegales a las que Elvis tenía tanto miedo. Pero
había preguntas por responder.
¿Le habían provocado el ataque al corazón las drogas que había tomado la
última noche? ¿Habían interactuado violenta y fatalmente entre ellas, tal
como los patólogos de Memphis creían que podía haber sucedido? ¿O el
ataque cardíaco se había debido a que su funcionamiento y el de sus arterias,
hígado e intestino grueso se habían visto afectados por los años que había
maltratado a su cuerpo con cantidades ingentes de todo tipo de pastillas? Las
preguntas nunca tuvieron una respuesta satisfactoria porque la mayor parte de
la autopsia, que era un asunto privado, se mantuvo en secreto. De cualquier
manera, no obstante, parece justo decir que la muerte de Elvis se debió al
abuso de drogas.
Lo que sabían sus allegados era que, aunque su muerte fue un shock,
reflexionando sobre ello no fue una sorpresa. Red y Sonny West lo habían
predicho en su libro, que se había publicado solo diez días antes y que ahora
vendería tres millones de ejemplares. Otro viejo amigo, Lamar Fike, había
dado escuetamente su opinión sobre la salud de Elvis dos meses antes al
decir: «No llegará a ver caer la nieve»[1], e incluso su tía Delta le había
comentado a la criada Nancy Rooks: «Elvis se va a matar con todas esas
drogas»[2].

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Cuando Gladys murió, a su esposo e hijo les convencieron de no celebrar el
funeral en Graceland. Pero esta vez Vernon no se dejaría convencer. Tampoco
hizo caso cuando le aconsejaron que no dejara que los fans desfilaran ante el
cuerpo para presentarle sus últimos respetos. Elvis siempre amó a sus fans,
insistió. Quería que le vieran. Así que, después de que Larry Geller y Charlie
Hodge arreglaran el cabello de Elvis por última vez, vistieron su cuerpo con
un traje, una camisa y una corbata blancas y volvió en su ataúd a Graceland
por la entrada trasera.
Luego, con escolta policial y ambulancias preparadas por si había ataques
de histeria o desmayos debido al fuerte calor de agosto, se abrieron las puertas
de Graceland y los fans, que habían estado haciendo cola desde la tarde
anterior, serpentearon en fila por el camino de entrada hasta la sala de música
del interior de la casa donde se había dispuesto el cuerpo. Inevitablemente,
cuando tuvieron que cerrar las puertas tres horas y media después, miles de
ellos seguían esperando, decepcionados.
Mientras tanto, a medida que las banderas de todos los edificios públicos
de Memphis se arriaban a media asta, las cartas de condolencia inundaron
Graceland desde todas partes del mundo. El presidente Carter, que había
hablado con Elvis por teléfono tan solo unos meses antes, dijo que su muerte
«priva a nuestro país de una parte de sí mismo», y agregó que Elvis había sido
«único e irremplazable»[3].
El funeral se celebró el 18 de agosto en el salón de Graceland. No fue un
asunto de famosos. Elvis nunca se había movido en los círculos del estrellato.
Antes de la ceremonia, Priscilla, Lisa y la tía Delta se reunieron en la
habitación de la abuela en la parte trasera de la casa mientras llegaban los
familiares y amigos. Allí estaban Linda Thompson junto con Ginger, Kathy
Westmoreland y Ann-Margret, esta acompañada de su esposo, Roger Smith.
Luego estaban el gobernador de Tennessee, Raymond Blanton, el guitarrista
Chet Atkins y varios ejecutivos de la RCA Records. El evangelista televisivo
Rex Humbard, que había rezado recientemente con Elvis en su camerino de
Las Vegas, pronunció un breve sermón, y luego J. D. Sumner y los Stamps
cantaron «Danny Boy» seguido de varios himnos. Vestidos ambos de blanco
como habían prometido, James Blackwood cantó «How Great Thou Art», y
Kathy Westmoreland, «Heavenly Father». El séquito que había estado más
cerca de Elvis —Joe Esposito, Lamar Fike, George Klein, Jerry Schilling,
Charlie Hodge, los primos Billy y Gene Smith y, para sorpresa de algunos
deudos, el doctor Nick— fueron los porteadores del féretro. El personal de
Graceland observaba desde una puerta. Red, Sonny West y Dave Hebler, por

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supuesto, no fueron invitados. Para Red, que había sido tan fiel durante tanto
tiempo, debió de haber sido el día más doloroso de su vida.

Portada del Memphis Press-Scimitar, del 17 de agosto de 1977: «A Lonely Life Ends on Elvis Presley
Boulevard».

El Coronel estaba allí, por supuesto. Con una camisa azul estampada de
manga corta, sin corbata, pantalones holgados arrugados y una gorra de
béisbol, era una figura solitaria, indescifrable y excéntrica entre los trajes
oscuros. Se quedó de pie en el pasillo, observando. Tal vez no sabía cómo
demostrar su dolor. Sin embargo, había estado ocupado y había traído consigo
algunos contratos que quería que firmara Vernon, que le daban el control de
todo el merchandising de Elvis Presley a una compañía llamada Factors Etc.,
mediante la cual obtendría unas regalías algo mayores que los propios
herederos de Elvis. Unos días después, Vernon firmó.
Después de la ceremonia, el ataúd se colocó en un coche fúnebre blanco y,
con diecisiete limusinas blancas que transportaban a los deudos, el cortejo
fúnebre recorrió casi cinco kilómetros entre miles de fans silenciosos hasta un

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mausoleo en el cementerio de Forest Hill. Todas las flores que enviaron para
el acto se distribuyeron entre los fans.
Tal y como lo expresó de forma brillante el titular de la portada del
Memphis Press-Scimitar:

«A Lonely Life Ends on Elvis Presley Boulevard».

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Epílogo

Había tenido razón al preocuparse por el dinero. Aunque de ninguna manera


era pobre, cuando los auditores revisaron las finanzas de Elvis tras su muerte
y sumaron sus activos, se sorprendieron. Incluyendo su casa, sus coches y sus
aviones, estimaron que, a pesar de los cientos de millones de dólares que
había generado en su carrera, su valor total era inferior a diez millones de
dólares. Al ritmo que Elvis gastaba y regalaba, y considerando las
obligaciones financieras que tenía con la familia y el personal, no le habría
durado mucho si hubiera dejado de hacer giras. A modo de comparación, se
cree que John Lennon, quien fue asesinado poco más de tres años después,
dejó más de 150 millones de dólares. Pero claro, las finanzas de Lennon las
supervisaba Yoko Ono, la hija de un banquero japonés. El dinero de Elvis fue
administrado por Vernon, su padre autodidacta, y por el coronel Tom Parker.
Sin embargo, no podría haber estado más equivocado sobre una cosa.
Aunque temía que le olvidaran después de su muerte, sucedió lo contrario. Ha
sido más homenajeado y es más respetado en la muerte que jamás lo fuera en
vida. El aumento inmediato en las ventas de discos que se produjo en 1977
era de esperar, pero el interés continuado en él, que, desde entonces, ha
duplicado las ventas de sus discos hasta una cifra estimada de más de 1.000
millones, era inimaginable. La compra por parte de la RCA en 1973 de su
catálogo hasta la fecha resultó un movimiento más astuto de lo que podrían
haber imaginado: 500 millones más de discos vendidos y ningún royalty que
pagar. Dicho esto, después de hacerse cargo de la administración del catálogo,
la RCA finalmente le dio a las grabaciones el respeto que merecían,
volviéndolas a reunir en discos por múltiples temas: los cincuenta, los sesenta,
los setenta, blues, country, rock, películas, temas religiosos, temas
románticos, baladas, etcétera. Además de eso, prácticamente todas las pistas
supervivientes de cientos de sus grabaciones descartadas en su momento
ahora también están disponibles, mientras que en 2016 se lanzó un nuevo
álbum, If I Can Dream, en el que la Royal Philharmonic Orchestra de Londres
acompaña su voz, que vendió más de un millón de copias.
Así como los fans estaban conmocionados y disgustados en el momento
de su muerte, del mismo modo se produjo rápidamente una reacción
emocional en una generación de músicos, muchos de los cuales se habían
sentido atraídos por la música de Elvis. Pronto, algunos escribirían canciones
sobre él, de tal modo que Neil Young, Bob Dylan, Mark Knopfler, Bryan

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Adams, Elton John, Frank Zappa y muchos otros le dieron una lección de
aprecio cultural a sus detractores, que le habían escuchado con los oídos
cerrados. En el momento de la muerte de Elvis, Bruce Springsteen, un gran
admirador suyo, estaba intentando hacerle llegar a Graceland para su
consideración una nueva canción que había escrito especialmente para él.
Nunca supo si alguna vez llegó a manos de Elvis. Se llamaba «Fire» y se
convirtió en un éxito millonario para las Pointer Sisters al año siguiente.
Puede que Elvis nunca hubiera comprendido cómo o por qué cantaba como lo
hacía. Pero los que le siguieron sabían que había sido único e inspirador.
Afortunadamente, aunque muchas de esas películas de los años sesenta
que él tanto despreció se emitieron durante décadas en la televisión
vespertina, esa parte de su carrera, en los últimos años, parece haber
desaparecido de la memoria colectiva. Hoy en día Spinout [Mi regalo de
cumpleaños], Fun in Acapulco, Tickle Me y el resto bien podrían no haberse
hecho nunca; pero nada, ni siquiera algunos de los más nefastos imitadores de
Elvis, de los cuales hay decenas de miles en todo el mundo, puede acabar al
parecer con la continua popularidad de «Suspicious Minds» y «Don’t Be
Cruel».
Obviamente, el aspecto físico de Elvis ha ayudado a la continua mística,
al igual que le ayudó a lo largo de su carrera, llegando a salir una imagen suya
de joven en los sellos postales estadounidenses en 1992 y nuevamente en
2015. La cuidadosa comercialización de Graceland como atracción turística, y
la prudente cesión de sus canciones para las bandas sonoras de películas como
Ocean’s Eleven y Men in Black, así como para anuncios comerciales de
teléfonos, supermercados y ropa deportiva, también han ayudado a mantener
fresca su memoria.
Pero nada de esto explica completamente por qué, cuarenta años después
de su muerte, sigue siendo una de las figuras más reconocidas de la historia
reciente, con un patrimonio que genera ahora aproximadamente 55 millones
de dólares al año, según la revista Forbes. Ni el marketing más perspicaz
podría llegar tan lejos por sí solo. Tiene que haber algo más. Es, por supuesto,
su voz, o, deberíamos decir, sus voces, porque utilizó una multiplicidad de
estilos para diferentes canciones.
«No he copiado mi estilo de nadie», solía decir al principio de su carrera.
En realidad, lo hizo. Copió a todos: su voz fue el resultado de una colisión
entre todos los diferentes estilos que amaba. Y, en el aluvión de sonido que la
música popular nos lanza constantemente, es la tonalidad de esa voz la que,

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por alguna razón indefinible y en un sentido subliminal, aún conecta con
millones de personas, hablen inglés o no.
No era un cantante de formación; escuchó y aprendió. Y las canciones que
cantaba no eran de factura sofisticada. Pero cuando, apenas siendo un joven
todavía, se elevaba sin problemas en su falsete suplicante y anhelante, o,
como hombre solitario de mediana edad, su canto se rompía con pesar,
millones reconocían la emoción. Capaz de pasar del bajo al barítono y al tenor
y al falsete en la misma canción, su voz era el más flexible de los
instrumentos. Consumadamente versátil, no importaba si era rock & roll
intenso, opereta pop o un espiritual, en su mejor momento cantó demostrando
que creía en los sentimientos que expresaba.
Ese era su don y ese era su atractivo. Podía comunicar cantando como
muy, muy, muy, muy pocos lo hacen. Si se le puede clasificar o no como un
gran cantante es ya una opinión personal. Por lo que a mí respecta, siempre
me ha gustado lo que Bob Dylan dijo sobre su efecto liberador:
«Escuchar a Elvis por primera vez», dijo Dylan, «fue como salir de la
cárcel. Doy gracias a Dios por Elvis Presley».

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Cuando Elvis murió, ¿qué fue de…?

Lisa Marie Presley. La única beneficiaria de la herencia de su padre. A lo


largo de su carrera como cantautora, se ha casado cuatro veces y es madre de
cuatro hijos [uno de ellos, Benjamin Keough, se suicidó en julio de 2020 (N.
del ed.)]. Ha vivido recientemente la mayor parte del tiempo en Sussex, en el
sur de Inglaterra, con su cuarto esposo, el productor musical Michael
Lockwood, y sus gemelas. Anteriormente estuvo casada con el músico Danny
Keough, con el actor Nicolas Cage y con Michael Jackson. Es la propietaria
de Graceland, presidenta de la fundación Elvis Presley Charitable Foundation
y, como su madre, es ciencióloga.

Priscilla Presley. Durante quince años fue actriz, con más éxito en la
televisión, en la serie Dallas, mientras que también mostró dotes para la
comedia en las películas de la serie Agárralo como puedas. En los últimos
años ha aparecido en comedias musicales navideñas en el Reino Unido.
Nunca se ha vuelto a casar, pero tuvo una relación de veintidós años con el
guionista-director italiano Marco Garibaldi. Su hijo, el hermanastro de Lisa
Marie, Navarone, es ahora músico de rock.

Vernon Presley. Tras separarse de su segunda esposa, Dee Stanley, e irse a


vivir con la enfermera y madre de tres hijos Sandy Miller, él y Dee se
divorciaron en noviembre de 1977. Murió en junio de 1979. La abuela murió
en 1980, mientras que su hermana, Delta, vivió en Graceland hasta su muerte
en 1993.

Graceland. A sugerencia de una junta de asesores, que incluía a directivos


bancarios y al contable de Elvis, que actuaban todos en nombre de su hija
Lisa Marie, acordó en 1982 que, en lugar de vender Graceland para pagar el
impuesto de sucesiones, la abriría como atracción turística. Como tal, ha

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tenido un éxito enorme y ahora es la segunda casa más visitada en los Estados
Unidos, después de la Casa Blanca, con medio millón de visitas al año.

Coronel Tom Parker. Los rumores de que no era quien decía ser se
confirmaron finalmente en 1981, cuando el biógrafo Albert Goldman, con la
ayuda de un asombrado Lamar Fike, descubrió que su verdadero nombre era
Andreas Cornelius van Kuijk y que había nacido en Breda, Países Bajos. Con
toda probabilidad inmigró ilegalmente a los Estados Unidos en 1929 (cuando
tenía veinte años). Por tanto, no tenía pasaporte, por lo que, según se cree
ahora generalmente, temía que si alguna vez salía de los Estados Unidos no se
le permitiría regresar de nuevo. Eso explicaría por qué no le permitió a Elvis
viajar al extranjero. El acuerdo que estableció inmediatamente después de la
muerte de Elvis con Factors Etc. para controlar la memorabilia de Elvis le dio
unos ingresos estables. Pero en 1983 un tribunal de Tennessee investigó su
actuación como representante de Elvis, alegando que su porcentaje de más del
50 % de los ingresos había sido abusiva y que no siempre había actuado en el
mejor interés de su cliente. En ese momento, su conexión con la herencia de
Elvis Presley fue anulada. Continuó viviendo en el hotel Hilton de Las Vegas,
manteniendo la misma suite gratuita que siempre había tenido mientras
trabajaba como «consultor» para pagar sus deudas de juego, pero en 1984 fue
desalojado y vivió en una modesta casa en un suburbio de Las Vegas.
Después de que su esposa, Marie, muriese en 1986, se casó con su secretaria
de toda la vida, Loanne Miller. Aunque ganó muchos millones de dólares
durante su etapa como representante de Elvis, cuando murió de un ataque al
corazón en 1997 su patrimonio estaba valorado en solo un millón de dólares.

Lamar Fike. Tal como dijo de sí mismo y de otros miembros del séquito:
«Básicamente, la muerte de Elvis nos jodió la vida a todos. La mayoría de
nosotros no sabíamos hacer nada más que cuidar de él». Al principio, Fike
instaló una planta de transformación de furgonetas en Waco, Texas, pero
cuando quebró, regresó a Nashville para trabajar de nuevo en el negocio de la
música. Murió en 2011.

Red West. Después de que Vernon cortara su carrera como compositor y


guardaespaldas de Elvis, se labró una nueva carrera por su cuenta en

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Hollywood como especialista y luego actor, saliendo en la serie de televisión
The Wild Wild West y las películas De profesión: duro y, más recientemente,
Un lugar donde refugiarse. Más tarde abrió una escuela de interpretación en
Memphis. Murió en 2017.

Sonny West. Durante un tiempo crio caballos árabes en California, pero luego
se mudó a Nashville, donde trabajó como road manager de la banda de rock
Alabama y se convirtió en un cristiano renacido. Murió en 2017.

George Klein. Continuó trabajando como pinchadiscos en Sirius XM Elvis


Radio, y ocasionalmente para Elvis Presley Enterprises. Murió en 2019.

Charlie Hodge. Se quedó en su apartamento del sótano de Graceland, donde


había vivido durante diecisiete años, hasta que Vernon le pidió que se fuera
en 1978. Más tarde, recorrió el mundo hablando de Elvis. Murió en 2006. Un
año después, fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll.

Billy Smith. El hijo del tío Travis, que vigilaba la entrada, continuó trabajando
en Graceland durante varios meses, creyendo que la caravana que Elvis le
había dado era para toda la vida. Pero cuando él y su esposa quisieron irse y
regresar a Misisipi y llevarse la caravana con ellos, Vernon le dijo que no era
suya. Más tarde, trabajó durante un tiempo como guía en Graceland, pero
finalmente le despidieron. Desde entonces ha trabajado como especialista en
maquinaria.

Jerry Schilling. Sabiamente, él ya había comenzado una segunda carrera


como montador de películas, con la esperanza de labrarse una tercera como
productor de cine o de música. Le siguieron trabajos en televisión y el cargo
de director creativo de Graceland. Durante un tiempo fue road manager de
los Beach Boys y de Billy Joel, y representó a Lisa Marie Presley.

Página 378
Larry Geller. El consejero espiritual-sanador-peluquero que tanto molestó al
Coronel pasó gran parte de su vida desde 1977 escribiendo y hablando sobre
Elvis.

Joe Esposito. El organizador principal y enlace entre el Coronel y Elvis, luego


trabajó como road manager de Michael Jackson, los Bee Gees, Karen
Carpenter y John Denver, además de ser socio de una empresa de alquiler de
limusinas. Ha escrito varios libros sobre Elvis. Murió en 2016.

Sam Phillips. Aunque también grabó por primera vez a Carl Perkins, Jerry
Lee Lewis y Johnny Cash, su magia dejó de funcionar en los años sesenta.
Vendió Sun Records en 1968, invirtiendo su dinero en varias emisoras de
radio. En los círculos del rock es recordado como un pionero increíblemente
innovador. Murió en 2003.

Dr. George Nichopoulos. Sospechoso de haberle recetado a Elvis miles de


anfetaminas, barbitúricos, somníferos, tranquilizantes, etcétera, la Junta de
Médicos Forenses de Tennessee le quitó la licencia cuando se descubrió que
llevaba años recentándole demasiados medicamentos a numerosos pacientes.
Más tarde, trabajó evaluando reclamaciones del seguro médico de empleados
de FedEx. Murió en 2016.

Scotty Moore. Considerado uno de los guitarristas más influyentes en la


historia del rock, la artritis de sus manos terminó con su carrera a los sesenta
años. Murió en 2016.

Página 379
Las mejores grabaciones de Elvis Presley

Elvis Presley grabó alrededor de 750 canciones. La mayoría de las mejores se


hicieron en un estudio, pero no todas porque se grabaron muchas de sus
actuaciones en directo. Esta lista muestra su amplia gama de estilos, desde el
pop convencional hasta el rock & roll, el country, el blues, los espirituales, los
himnos y el rhythm & blues.

A Fool Such as I
A Mess of Blues
After Loving You
All Shook Up
Always on My Mind
An American Trilogy
And the Grass Won’t Pay No Mind
Any Day Now
Any Way You Want Me
Anything That’s Part of You
Are You Lonesome Tonight?

Baby, I Don’t Care


Baby, Let’s Play House
Big Boss Man
Blue Christmas
Blue Moon of Kentucky
Blue Suede Shoes
Bridge Over Troubled Water
Burning Love

Can’t Help Falling in Love


Crawfish
Crying in the Chapel

Doin’ the Best I Can


Don’t

Página 380
Don’t Be Cruel
Don’t Think Twice, It’s All Right
Doncha Think It’s Time

Early Morning Rain

Fever

Good Luck Charm


Good Rockin’ Tonight
Got a Lot of Livin’ to Do
Guitar Man

Heartbreak Hotel
Hi-Heel Sneakers
Hound Dog
How Great Thou Art

I Feel So Bad
I Got a Woman
I Got Stung
I Need Your Love Tonight
I’ll Remember You
I’m Left, You’re Right, She’s Gone
If I Can Dream
In the Ghetto
It Feels So Right
It Hurts Me
It’s Now or Never

Jailhouse Rock
Joshua Fit the Battle

Kentucky Rain

Lawdy Miss Clawdy


Like a Baby
Little Sister
Long Black Limousine
Love Me

Página 381
Love Me Tender
Loving Arms
Loving You

(Marie’s the Name) His Latest Flame


Memphis, Tennessee
Merry Christmas, Baby
Milky White Way
Money Honey
My Baby Left Me
Mystery Train

Old Shep
One Night
One-Sided Love Affair
Only the Strong Survive

Paralyzed
Peace in the Valley
Pieces of My Life
Polk Salad Annie
Promised Land

Reconsider Baby
Return to Sender
Run On

Santa Claus Is Back in Town


Shake, Rattle and Roll
She’s Not You
So Glad You’re Mine
Such a Night
(Such and) Easy Question
Surrender
Suspicion
Suspicious Minds
Swing Low, Sweet Chariot

That’s All Right, Mama


The Girl of My Best Friend

Página 382
Tomorrow Is a Long Time
Too Much
Too Much Monkey Business
Treat Me Nice
Trouble
Trying to Get to You

Viva Las Vegas!

We’re Gonna Move


When My Blue Moon Turns to Gold Again
Wooden Heart

Página 383
Bibliografía

Hay tantos libros sobre Elvis que sería imposible haberlos leído todos, pero a
continuación va una lista de los que he consultado. Espero no haber olvidado
mencionar ninguno.

ALDEN, Ginger: Elvis and Ginger. Berkley Press, Nueva York, 2014.
ANNMARGRET: Ann-Margret: My Story. Orion, Londres, 1994.
BERTRAND, Michael T.: Race, Rock and Elvis. University of Illinois Press,
Chicago, 2000.
BREWER BARRETT, Jonnita: Once Upon a Time: Elvis and Anita. BrewBar
Publishing, Jackson, Misisipi, 2012.
BROWN, Peter y BROESKE, Pat: Down At the End of Lonely Street. Arrow
Books, Londres, 1997.
CHADWICK, Vernon: In Search of Elvis: Music, Race, Art, Religion.
Westview Press, Boulder, Colorado, 1997.
CLAYSON, Alan y LEIGH, Spencer: Aspects of Elvis: Tryin’ to Get to You.
Sidgwick & Jackson, Londres, 1994.
CLAYTON, Rose y HEARD, Dick: Elvis: In the Words of Those Who Knew
Him Best. Virgin Publishing, Londres, 1994.
CORTEZ, Diego: Private Elvis. FEY, Stuttgart, 1978.
CURTIN, Jim: Elvis: Unknown Stories Behind the Legend. Celebrity Books,
Nashville, 1998.
DUNDY, Elaine: Elvis and Gladys. Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1985.
ESCOTT, Colin, con HAWKINS, Martin: Good Rockin’ Tonight. St Martin’s
Press, Nueva York, 1990.
FARREN, Mick y MARCHBANK, Pearce: Elvis in His Own Words. Omnibus
Press, Londres, 1997. [Existe edición en castellano: Elvis en sus
propias palabras. Erisa, 1988].
GELLER, Larry y SPECTOR, Joel, con ROMANOWSKI, Patricia: If I Can Dream:
Elvis’s Own Story. Arrow Books, Londres, 1989.
GOLDMAN, Albert: Elvis. McGraw-Hill, Nueva York, 1981.

Página 384
GREGORY, Neil y GREGORY, Janice: When Elvis Died. Communications
Press, Washington, DC, 1980.
GURALNICK, Peter: Last Train to Memphis. Little Brown, Nueva York, 1994.
[Existe edición en castellano: Último tren a Memphis. Global Rhythm
Press, 2008].
—: Careless Love. Little Brown, Nueva York, 1999.
—: Sam Phillips: The Man Who Invented Rock ‘n’ Roll.
Weidenfeld & Nicolson, Londres, 2015.
— y JORGENSEN, Ernst: Elvis Day by Day. Ballantine, Nueva York, 1999.
HARBINSON, W.: Elvis Presley: An Illustrated Biography. Michael Joseph,
Londres, 1975.
HIRSHBERG, Charles y los editores de Life: Elvis: A Celebration in Pictures.
Warner Books, Nueva York, 1995.
HOPKINS, Jerry: Elvis. Simon and Schuster, Nueva York, 1971.
—: Elvis: The Final Years. St Martin’s Press, Nueva York, 1980.
HUTCHINS, Chris: Elvis: A Personal Memoir. Neville Ness House,
Richmond, Surrey, 2015.
— y THOMPSON, Peter: Elvis Meets the Beatles. Smith Gryphon, Londres,
1994.
JORGENSEN, Ernst: Elvis Presley: A Life in Music. St Martin’s Press, Nueva
York, 1998.
JUANICO, June: Elvis: In the Twilight of Memory. Little Brown, Nueva York,
1997.
KLEIN, George y CRISAFULLI, Chuck: Elvis: My Best Man. Virgin Books,
Londres, 2011.
LLOYD, Harold: Elvis Presley’s Graceland Gates. Jimmy Velvet
Publications, US, 1987.
MANN, May: Elvis and the Colonel. Drake Publishers, Nueva York, 1975.
MANSFIELD, Rex y MANSFIELD, Elisabeth: Sergeant Presley: Our Untold
Story of Elvis’ Missing Years. ECW Press, Toronto, 2002.
MARCUS, Greil: Dead Elvis: A Chronicle of a Cultural Obsession. Viking,
Nueva York, 1991.
MARSH, Dave: Elvis. Rolling Stone Press/New York Times Book Co.,
Nueva York, 1982.
—: Sun Records: An Oral History. Avon Books, Nueva York, 1998.
MOORE, Scotty, contado a DICKERSON, James: That’s Alright, Elvis. Shirmer
Books, Nueva York, 1997.

Página 385
NASH, Alanna: Baby, Let’s Play House. The Life of Elvis Presley Through
the Women Who Loved Him. Aurum Press, Londres, 2010.
—: Elvis and the Memphis Mafia. Aurum Press, Londres, 1995.
—: The Colonel. Simon and Schuster, Nueva York, 2003.
OSBORNE, Jerry: Elvis Word for Word. Harmony Books, Nueva York, 2006.
PARKER, David: Elvis for Everyone. Abstract Sounds Publishing, Londres,
2002.
PIERCE, Patricia Jobe: The Ultimate Elvis, Day by Day. Simon and Schuster,
Nueva York, 1994.
PRESLEY, Dee; BILLY, Rick y David STANLEY: Elvis We Love You Tender.
Delacorte Press, Nueva York, 1980.
PRESLEY, Priscilla: Elvis and Me. Berkley, Nueva York, 1985. [Existe
edición en castellano: Elvis y yo. Javier Vergara Ed., Madrid, 1988].
— y PRESLEY, Lisa Marie: Elvis by the Presleys. Century, Londres, 2005.
ROOKS, Nancy: Inside Graceland: Elvis’ Maid Remembers. Xlibris,
Filadelfia, 2005.
SCHILLING, Jerry: Me and a Guy Named Elvis. Gotham Books, Nueva York,
2006.
SILVERTON, Peter: Essential Elvis. Chameleon Books, Londres, 1997.
STEARN, Jess y GELLER, Larry: The Truth About Elvis. Jove Publications,
US, 1980.
SULLIVAN, Robert (ed.): Remembering Elvis 30 Years Later. Life Books,
Nueva York, 2007.
VELLENGA, Dirk, con FARREN, Mick: Elvis and the Colonel. Grafton Books,
Londres, 1990.
WERTHEIMER, Alfred: Elvis 1956: In the Beginning. Macmillan, Nueva
York, 1979.
WEST, Red; WEST, Sonny y HEBLER, Dave, con Steve DUNLEAVY: Elvis:
What Happened? Ballantine, Nueva York, 1977.
WEST, Sonny y TERRILL, Marshall: Elvis: Still Taking Care of Business.
Triumph Books, Chicago, 2008.
WESTMORELAND, Kathy y QUINN, William G.: Elvis and Kathy. Glendale
House Publishing, Glendale, California, 1987.
WILLIAMSON, Joel: Elvis Presley: A Southern Life. Oxford University Press,
Nueva York, 2014.
Red de información de Elvis
Elvis Australia – Club oficial de fans de Elvis Presley.

Página 386
Créditos de las canciones

Peace In The Valley, escrita por Thomas A. Dorsey (UK: Carlin;


originalmente publicada por Hill & Range/Warner/Chappell).

Flip, Flop And Fly, escrita por Charles E. Calhoun y Lou Willie Turner (UK:
Warner/Chappell North America Ltd.; orig. pub. por Unichappell Music,
Inc.).

Shake, Rattle And Roll, escrita por Charles E. Calhoun (UK: Carlin; orig. pub.
por Campbell, Connelly & Co.).

That’s Alright, escrita por Arthur Crudup (UK: Carlin; orig. pub. por St Louis
Music/Hill & Range/Warner/Chappell).

Heartbreak Hotel, escrita por Mae Boren Axton, Thomas R. Durden y Elvis
Presley (UK: copub. por Universal Music Publishing International Ltd. y EMI
Harmonies Ltd; orig. pub. por Songs of Universal, Inc. y Durden Breyer
Publishing, LLC).

Promised Land, escrita por Chuck Berry (UK: Jewel Music Publishing Co.
Ltd; orig. pub. por Arc Music Corp.).

Hound Dog, escrita por Jerry Leiber y Mike Stoller (UK: copub. por
Universal Music Publishing International Ltd/Universal/MCA Music Ltd y
Warner/Chappell North America Ltd; orig. pub. por Universal Music Corp. y
Duchess Music Corp., WarnerTamerlane Publishing Corp.).

Página 387
One Night, escrita por Dave Bartholomew, Pearl King y Anita Steiman (UK:
Sony/ATV Music Publishing (UK) Ltd; orig. pub. por R & H Music
Company, Sony/ATV Music Publishing).

Santa Claus Is Back In Town, escrita por Jerry Leiber y Mike Stoller (UK:
Carlin; orig. pub. por Elvis Presley Music).

Don’t, escrita por Jerry Leiber y Mike Stoller (UK: Carlin; orig. pub. por
Elvis Presley Music).

You Are My Sunshine, escrita por Jimmie Davis (UK: peermusic (UK) Ltd;
orig. pub. por Peer International Corp.).

Anything That’s Part Of You, escrita por Don Robertson (UK: Carlin; orig.
pub. por Gladys Music Inc./Elvis Presley Enterprises, LLC).

I Saw Her Standing There, escrita por John Lennon y Paul McCartney (UK:
Sony/ATV Music Publishing (UK) Ltd; orig. pub. por Sony/ATV Tunes,
LLCD/B/A).

Run On, tradicional, arreglada por Elvis Presley (UK: Carlin; orig. pub. por
Elvis Presley Music).

Yoga Is As Yoga Does, escrita por Gerald Nelson y Fred Burch (UK: Carlin;
orig. pub. por Elvis Presley Music).

Without A Song, escrita por Ken Rose/Vincent Youmans/Edward Eliscu (UK:


Campbell, Connelly & Co. Ltd/Warner/Chappell Music Ltd; orig. pub. por
YoumansVincent Co. Inc.).

Página 388
Long Black Limousine, escrita por Bobby George and Vern Stovall (UK:
Cross Music Ltd; orig. pub. by American Music, Inc.).

Always On My Mind, escrita por Wayne Carson, Johnny Christopher y Mark


James (UK: copub. por Screen GemsEMI Music Ltd., Lovolar Music/Bike
Music/Bucks Music Group Ltd.; orig. copub. por Screen GemsEMI Music
Inc./Budde Songs Inc.).

Loving Arms, escrita por Tom Jans (UK: Universal Music Publishing
International Ltd; orig. pub. por Almo Music Corporation).

Pieces Of My Life, escrita por Troy Seals (UK: Universal Music Publishing
International Ltd; orig. pub. por Irving Music).

It’s Easy For You, escrita por Tim Rice y Andrew Lloyd Webber (orig. pub.
por Carlin; US: Carlin America, Inc.).

One-Sided Love Affair, escrita por Bill Campbell (UK: EMI Music Publishing
Ltd; orig. pub. por EMI UNART Catalog, Inc.).

Página 389
Notas

Página 390
[1] Dylan en conversación telefónica con este autor, agosto de 1969, después

de la presentación de Elvis en Las Vegas. <<

Página 391
[2] John Lennon en conversación telefónica con este autor, agosto de 1969. <<

Página 392
[1]
Elvis a Kathy Westmoreland, tomado de Elvis and Kathy, por Kathy
Westmoreland y William G. Quinn. <<

Página 393
[2] Elvis, citado por el peluquero Larry Geller en If I Can Dream: Elvis’s Own

Story. <<

Página 394
[3] Tal como lo recuerda el productor discográfico Felton Jarvis. <<

Página 395
[1] Detalles del nacimiento y la infancia de Elvis en Tupelo principalmente de

familiares, la tía abuela Christine Roberts Presley, los primos Wayne


E. Presley, Harold Lloyd, Annie Cloyd Presley, el tío Vester Presley y los
vecinos Elois Bedford, Corene Randle Smith y Odell Clark; todo ello tomado
de Elvis: In the Words of Those Who Knew Him Best, por Rose Clayton y
Dick Heard. <<

Página 396
[2] Compañero de clase Joe Savery, ibid. <<

Página 397
[3] Vernon Presley, citado en Good Housekeeping, 1978. <<

Página 398
[4]
Elvis entrevistado por el autor y periodista Robert Carlton Brown,
Personally Elvis LP. <<

Página 399
[5] Entrevista a Elvis no utilizada por Pierre Adidge y Robert Abel para la

película Elvis on Tour, 1972. <<

Página 400
[6] Ibid. <<

Página 401
[7] Ibid. <<

Página 402
[1] Becky Martin, compañera de clase, tomado de Elvis: In the Words of Those

Who Knew Him Best. <<

Página 403
[2] Becky Martin, ibid. <<

Página 404
[3] Shirley Jane Jones, compañera de clase, ibid. Elvis diría que la canción le

recordó al perro que tuvo de niño, Rex. <<

Página 405
[4] Entrevista a Elvis no utilizada en Elvis on Tour, 1972. <<

Página 406
[5] Gladys a Elvis al comprarle su primera guitarra de estilo Gene Autry.

Citado en TVRadio Mirror. <<

Página 407
[6]
Recordado por Gladys Presley en «The Boy With The Big Beat»,
Celebrity, 1958, y más tarde por Vernon Presley en otras entrevistas. <<

Página 408
[1] De la entrevista de Elvis on Tour, 1972. <<

Página 409
[2] Vernon Presley recordado por Elvis en la entrevista de Elvis on Tour. <<

Página 410
[3] Según los discos que Elvis le dio a Scotty Moore para que los transfiriera a

cinta en 1969, al menos dos tercios de su colección eran de artistas negros. <<

Página 411
[4] Su compañero de clase Bill Perry, In the Words of Those Who Knew Him

Best. <<

Página 412
[5] Elvis: My Best Man, de George Klein y Chuck Crisafulli. <<

Página 413
[6] La amistad temprana de Red West con Elvis, tomada principalmente de

Elvis: What Happened?, de Red West, Sonny West, Dave Hebler y Steve
Dunleavy. <<

Página 414
[7] De la entrevista Elvis on Tour, 1972. <<

Página 415
[8] Después del Humes High Minstrel Show, cuando cantó el éxito de Teresa

Brewer «Till I Waltz Again With You». De la entrevista Elvis on Tour, 1972.
<<

Página 416
[9] Elvis, citado por Larry Geller en If I Can Dream: Elvis’s Own Story. <<

Página 417
[10] Elvis al periodista Lloyd Shearer escribiendo como Walter Scott en la

revista Parade. <<

Página 418
[1] Entrevista de este autor a Marion Keisker, 1973. <<

Página 419
[2] Entrevista a Dixie Locke en Elvis Australia’s Elvis Presley News (EPN).

<<

Página 420
[3] Entrevista del reverendo Herbert Brewster con el autor, 1986. <<

Página 421
[4]
El relato de Elvis sobre su carrera, como contó con frecuencia en el
escenario de Las Vegas desde 1969. <<

Página 422
[5] Entrevista de Sam Phillips con el autor, 1973. <<

Página 423
[*]
Se trató de un juicio amañado por la policía, para archivar casos de
violación atascados, sin ninguna prueba y con un jurado compuesto
exclusivamente por hombres blancos. Johnny Bragg fue condenado a 594
años de cárcel, pero dieciséis años más tarde fue puesto en libertad. [N. del
ed.]. <<

Página 424
[6] Entrevista de Sam Phillips con el autor, 1973. <<

Página 425
[1]
«No creo que nadie estuviera realmente impresionado». Scotty Moore
sobre la primera vez que él y Bill Black escucharon a Elvis. «Tenía una buena
voz y sabía cantar. Pero el tipo de cosas que cantaba era como todos los
demás», en That’s Alright, Elvis, de Scotty Moore y James Dickerson. <<

Página 426
[2] «Todos éramos músicos por debajo de la media». Scotty Moore, ibid. <<

Página 427
[3] Scotty Moore, ibid. <<

Página 428
[4] Voz de Sam Phillips en una toma de «Blue Moon of Kentucky». <<

Página 429
[5]
Elvis en la emisora de radio WHBQ con Dewey Phillips. De muchas
fuentes, incluido el artículo de Stanley Boothe «A Hound Dog to the Mansion
Born», Esquire, 1968. <<

Página 430
[6] Ibid. <<

Página 431
[1] Elvis recordando en el escenario en Las Vegas, 1972. <<

Página 432
[2] Muchas fuentes, incluidos sus propios recuerdos en Elvis on Tour, 1972.

<<

Página 433
[3] A Elvis le pagaron 32,50 dólares en la apertura del drugstore Katz y cantó

para un público racialmente mixto. El hermano de Scotty Moore, Ralph, en


That’s Alright, Elvis. <<

Página 434
[4] Entrevista del autor a Marion Keisker, 1973. <<

Página 435
[5] Principalmente de That’s Alright, Elvis. <<

Página 436
[6] Ibid. <<

Página 437
[7] Ibid. <<

Página 438
[1] Conferencia de prensa del Ejército de Estados Unidos, Brooklyn, Nueva

York, 1958. <<

Página 439
[2] Sam Phillips en una entrevista con este autor, 1973. <<

Página 440
[3] Elvis al locutor de radio Jim Stewart en Nueva Orleans. <<

Página 441
[4] Entrevista en YouTube. <<

Página 442
[5] Telegrama de Western Union de Houston a los padres de Elvis, noviembre

de 1954. <<

Página 443
[1] Eddy Arnold citado en Elvis por Albert Goldman. <<

Página 444
[2] Elvis a las fans en Florida, 1955, como lo recuerda Mae Axton en Elvis: In

the Words of Those Who Knew Him Best. <<

Página 445
[3] Elvis a Mae Axton, ibid. <<

Página 446
[4] El consejo de Bill Black a Elvis cuando se le rompió un preservativo. De

That’s Alright, Elvis. <<

Página 447
[5] Elvis y Bill Black bromean en el escenario. Ibid. <<

Página 448
[6]
De Sam Phillips: The Man Who Invented Rock ‘n’ Roll, de Peter
Guralnick. <<

Página 449
[7] Ibid. <<

Página 450
[8] Detalles del contrato de Elvis con la RCA y Hill and Range en Last Train

to Memphis de Peter Guralnick y Elvis de Albert Goldman. <<

Página 451
[9] Entrevista de Sam Phillips con este autor, 1973. <<

Página 452
[1] Cifra del Servicio de Impuestos Internos de los Estados Unidos. <<

Página 453
[2]
La reacción de Elvis cuando escuchó por primera vez la canción
«Heartbreak Hotel». Mae Axton en Elvis: In the Words of Those Who Knew
Him Best. <<

Página 454
[3] Sam Phillips a este autor, 1973. <<

Página 455
[4] Bill Randle presentando el Stage Show de la CBS TV. <<

Página 456
[5] Jackie Gleason a Elvis como le dijo más tarde Gleason a Larry King en la

CNN. (Parte de la entrevista de King con Linda Thompson). <<

Página 457
[6] Telegrama de Elvis al Coronel Parker, 1956. <<

Página 458
[1] Sam Phillips a este autor, 1973. <<

Página 459
[2] Elvis a muchos periodistas durante 1956-1957. <<

Página 460
[3] Elvis en una entrevista con Robert Carlton Brown, 1956. <<

Página 461
[4] Elvis al locutor de radio Lou Irwin, Los Ángeles, 1956. <<

Página 462
[5] Elvis a Paul Wilder para TV Guide, 1956. <<

Página 463
[1] Elvis hablando con el periodista Ray Green en Little Rock, Arkansas. <<

Página 464
[2] Elvis en el escenario del hotel Frontier de Las Vegas, 1956. <<

Página 465
[3] Elvis a un periodista del Charlotte Observer, Charlotte, Carolina del Norte.

<<

Página 466
[4] Ibid. <<

Página 467
[5] Ibid. <<

Página 468
[6]
Gladys Presley, según lo citado por el primo Harold Lloyd en Elvis
Presley’s Graceland Gates. <<

Página 469
[7] Elvis al locutor de radio Lou Irwin, 1956. <<

Página 470
[1] Elvis en el escenario en Las Vegas, 1969. <<

Página 471
[2] Charles Laughton presentando a Elvis mientras reemplazaba a Ed Sullivan

en The Ed Sullivan Show, 1956. <<

Página 472
[3] Gladys a amigos y familiares en Tupelo cuando Elvis regresó allí para una

actuación en la Feria Agrícola de Misisipi-Alabama. <<

Página 473
[4] Elvis a un periodista en Dallas, Texas, 1956. <<

Página 474
[5] Vernon a Elvis. El primo Harold Lloyd en Elvis: In the Words of Those

Who Knew Him Best. <<

Página 475
[1] De la crítica de Love Me Tender en Time. <<

Página 476
[2] Elvis a un locutor de radio desconocido tras las críticas que recibió por su

papel en Love Me Tender. <<

Página 477
[3] Marion Keisker al autor, 1973. <<

Página 478
[4] De la grabación de la visita de Elvis a Sun Records el 4 de diciembre de

1956. The Million Dollar Cuarteto. <<

Página 479
[5] Elvis a Red Robinson y otros periodistas en Vancouver en agosto de 1957.

<<

Página 480
[6]
A Louie Robinson en «The Truth About The Elvis Presley Rumour»,
revista Jet, 1956. <<

Página 481
[1] Ed Sullivan comiéndose sus palabras en su programa, octubre de 1956. <<

Página 482
[2] El director de Hollywood Philip Dunne, quien hizo Wild in the Country,

más tarde describiría a la Memphis Mafia como «lacayos recogepedos». <<

Página 483
[1] Proverbio bíblico de Gladys que a Elvis le gustaba repetir. <<

Página 484
[2] Scotty Moore en That’s Alright, Elvis. <<

Página 485
[3] La escritura de «Don’t», según lo dicho por Mike Stoller a este autor,

1985. <<

Página 486
[4] Ibid. <<

Página 487
[5] Relato de la discusión sobre el fracaso de Bill Black para tocar el bajo

Fender de una entrevista de Gordon Stoker citada en Last Train to Memphis,


de Peter Guralnick. <<

Página 488
[6] Ibid. <<

Página 489
[1] Ataque apenas disimulado de Frank Sinatra contra Elvis, revista Western

World, 1957. <<

Página 490
[2] Elvis hablando con el pinchadiscos Jim Stewart, Nueva Orleans, 1956 <<

Página 491
[3] Elvis a un periodista después de un concierto de Los Ángeles, 1958. <<

Página 492
[1] Harold Lloyd citando a Gladys en Elvis: In the Words of Those Who Knew

Him Best. <<

Página 493
[2] En 1957 ya eran una empresa conjunta. <<

Página 494
[3] Elvis cuando no pudo ser seleccionado como oficial en el ejército, 1958.

<<

Página 495
[1] Elvis a Joe Hyams en el Herald Tribune, 1957. <<

Página 496
[2] Basado principalmente en lo que Eddie Fadal cuenta en Elvis: In the Words

of Those Who Knew Him Best. <<

Página 497
[3] Elvis a Eddie Fadal, ibid. <<

Página 498
[4] Elvis a sus amigos al enterarse de la muerte de su madre. <<

Página 499
[5] Elvis a los reporteros de Memphis en las afueras de Graceland la mañana

después de la muerte de su madre. <<

Página 500
[6] Según relato de Eddie Fadal. <<

Página 501
[7] Ibid. <<

Página 502
[8] J. D. Sumner a Peter Guralnick en Last Train to Memphis. <<

Página 503
[9] Según relato de Lamar Fike sobre la histeria de Elvis en la tumba. <<

Página 504
[10] Elvis a Dixie Locke. Entrevistada por Peter Guralnick en Last Train to

Memphis. <<

Página 505
[11] Elvis hablando de su madre en una conferencia de prensa del ejército en

Brooklyn, Nueva York, antes de partir hacia Europa, 1958. <<

Página 506
[1] Elvis a Lamar Fike en Elvis de Albert Goldman. <<

Página 507
[2] Elvis en una conferencia de prensa en Memphis en 1960. <<

Página 508
[3] Fragmento de una carta de Elvis desde Alemania a Anita Wood. <<

Página 509
[4] Elvis estaba viendo a una alemana «explosiva» que se parecía un montón a

Brigitte Bardot, y con quien estaba «quemando la ciudad». De una carta de


Elvis desde Alemania a su amigo Alan Fortas en Memphis. <<

Página 510
[5] La abuela sobre la nueva novia de Vernon, Dee Stanley. De Sergeant

Presley: Our Untold Story of Elvis’ Missing Years, de Rex y Elisabeth


Mansfield. <<

Página 511
[6] La tía abuela de Elvis, Christine Roberts Presley, en Elvis: In the Words of

Those Who Knew Him Best. <<

Página 512
[7] Elvis a Rex Mansfield en Sergeant Presley: Our Untold Story of
Elvis’ Missing Years. <<

Página 513
[8] Un dicho favorito de Elvis. <<

Página 514
[9] El primer amor de Elvis en la música. Hablando con el reportero Red

Robinson en Vancouver, agosto de 1957. <<

Página 515
[10] Entrevista de Marion Keisker con este autor. <<

Página 516
[1] A un reportero de Memphis. <<

Página 517
[2] Gordon Stoker de los Jordanaires después de hacer con Elvis el tema «It’s

Now or Never». <<

Página 518
[3]
El compositor Mort Shuman en conversación con este autor sobre la
versión de Elvis de «Doin’ the Best I Can», 1989. <<

Página 519
[4] Elvis hablando por teléfono con Priscilla desde Hollywood. De Elvis and

Me, de Priscilla Presley. <<

Página 520
[5] Dicho favorito de Elvis. <<

Página 521
[6] Elvis a un periodista de Memphis Press-Scimitar. <<

Página 522
[7] Ibid. <<

Página 523
[1] Elvis a un periodista de Memphis Press-Scimitar. <<

Página 524
[2] La explicación frecuente de Elvis sobre su música. <<

Página 525
[**] El álbum se tituló His Hand in Mine y fue el primero de los tres álbumes

de góspel que Elvis grabó. [N. del ed.]. <<

Página 526
[1] Entrevista no utilizada para Elvis on Tour, 1972. <<

Página 527
[2] Ibid. <<

Página 528
[3] Ibid. <<

Página 529
[4] Elvis a Gordon Stoker de los Jordanaires hablando sobre una de las muchas

malas canciones de película que tenía que cantar. De Careless Love de Peter
Guralnick. <<

Página 530
[5] Elvis en la entrevista Elvis on Tour. <<

Página 531
[6] Comentario de Elvis, probablemente al personal de Graceland, sobre la

nueva esposa de Vernon, Dee. Vernon recibió el mensaje. <<

Página 532
[1] Letra de Anything That’s Part of You de Don Robertson. <<

Página 533
[2] Priscilla Presley en Elvis and Me. <<

Página 534
[3] Elvis a Priscilla, ibid. <<

Página 535
[4] A Lloyd Shearer, revista Parade, 1962. <<

Página 536
[5] De Elvis and Me, de Priscilla Presley. <<

Página 537
[6] Elvis a un periodista del Commercial Appeal de Memphis. <<

Página 538
[7] Elvis habla por teléfono con Priscilla sobre Ann-Margret. De Elvis and Me,

de Priscilla Presley. <<

Página 539
[8] Ibid. <<

Página 540
[1] Telegrama tibio y diplomático dando la bienvenida a los Beatles a los

Estados Unidos en 1964, leído por Sullivan en el programa. <<

Página 541
[***] Se trata de un tema compuesto por Lennon y McCartney, inicia el álbum

debut de The Beatles, Please Please Me, publicado en el Reino Unido el 22


de marzo de 1963. [N. del ed.]. <<

Página 542
[2] Elvis en la conferencia de prensa del ejército en Brooklyn, Nueva York,

1958. <<

Página 543
[3] Elvis a Priscilla. De Elvis and Me, de Priscilla Presley. <<

Página 544
[1] Elvis en la entrevista Elvis on Tour, 1972. <<

Página 545
[2] Entrevista sindicada con Hal Wallis, 1964. <<

Página 546
[3] Coronel Parker citado en Los Angeles Times, 1964. <<

Página 547
[4] Elvis, en repetidas ocasiones, a sus amigos. <<

Página 548
[5] Priscilla Presley en Elvis and Me. <<

Página 549
[6] Ibid. <<

Página 550
[1] El relato de la visita de los Beatles a Elvis en su casa de Beverly Hills se

basa en las conversaciones del autor con John Lennon, Paul McCartney,
Ringo Starr y Chris Hutchins, quienes organizaron la reunión. <<

Página 551
[2] Elvis al Commercial Appeal de Memphis. <<

Página 552
[****] Elvis recibió tres Grammy en su vida, todos relacionados con sus discos

de góspel: mejor álbum, How Great Thou Art (1967); mejor álbum, He
Touched Me (1972); mejor canción, «How Great Thou Art», grabada en vivo
en Memphis (1974). <<

Página 553
[1] Red West en Elvis: What Happened? <<

Página 554
[2] Letra de «Yoga Is As Yoga Does», de Gerald Nelson y Fred Burns de la

película Easy Come, Easy Go. Según Larry Geller, Elvis se enfureció por
tener que cantar esa canción. <<

Página 555
[3] Lo que el productor de Hollywood Hal Wallis decía en privado sobre las

tácticas de negociación de Parker. <<

Página 556
[4] Lo que decía Hal Wallis en público. <<

Página 557
[5] Elvis en una entrevista no utilizada para Elvis on Tour, 1972. <<

Página 558
[1] Priscilla en Elvis and Me. <<

Página 559
[2] El doctor E. O. Franklin, veterinario, en Elvis: In the Words of Those Who

Knew Him Best. <<

Página 560
[3] Ibid. <<

Página 561
[4] Coronel Parker a la Memphis Mafia, según contó Larry Geller en The

Truth About Elvis, de Larry Geller y Jess Stearn. <<

Página 562
[1] Jerry Reed a Freddy Bienstock. La discusión del estudio sobre los derechos

de publicación de «Guitar Man» tomada principalmente de Careless Love de


Peter Guralnick. <<

Página 563
[2] Recordó el director de televisión Steve Binder en varias entrevistas de

prensa. <<

Página 564
[3] El Coronel Parker cuando escuchó por primera vez «If I Can Dream». El

compositor W. Earl Brown en entrevistas. La canción usó una cita directa de


Martin Luther King, quien había sido asesinado en Memphis a principios de
ese mismo año, 1968. <<

Página 565
[4] Ibid. <<

Página 566
[5] Garabateado por Elvis en la letra de la canción «If I Can Dream». En este

momento estaba desesperado por encontrar un gran éxito. <<

Página 567
[6] Elvis a Steve Binder, quien repitió el comentario en entrevistas. <<

Página 568
[1] Marty Lacker en Elvis and the Memphis Mafia, de Alanna Nash. <<

Página 569
[2] El productor Chips Moman, ibid. <<

Página 570
[3]
Harold Jenkins de la RCA apoyando a Chips Moman respecto a
«Suspicious Minds», ibid. <<

Página 571
[4] Coronel Parker sobre Elvis cuando insistió en grabar «Suspicious Minds».

Ibid. <<

Página 572
[1] Gordon Stoker de los Jordanaires en Elvis: In the Words of Those Who

Knew Him Best. <<

Página 573
[2] Elvis dijo esto en la entrevista Elvis on Tour, 1972. <<

Página 574
[3] Ibid. <<

Página 575
[4] Elvis en el escenario de Las Vegas, 1969. <<

Página 576
[5] Elvis a este autor, 1969. <<

Página 577
[6] Ibid. <<

Página 578
[7] Ibid. <<

Página 579
[8] Coronel Parker, ibid. <<

Página 580
[1] A sus guardaespaldas cuando, de regreso de la gira, Elvis se preocupaba

por su seguridad y la de su familia. <<

Página 581
[2] Nancy Rooks en Inside Graceland: Elvis’ Maid Remembers. <<

Página 582
[3] De Elvis and Me, de Priscilla Presley. <<

Página 583
[1] El presidente Nixon a Elvis a partir de las notas tomadas en la reunión por

Egil «Bud» Krogh, asesor legal del presidente. <<

Página 584
[2] Ibid. <<

Página 585
[3] Ibid. <<

Página 586
[4] Del libro de Jerry Schilling Me and a Guy Named Elvis. <<

Página 587
[1]
Discurso de Elvis en los Premios Jaycee según lo informado por el
Commercial Appeal de Memphis. <<

Página 588
[2] Elvis hablando a Priscilla. Marion Keisker a este autor. <<

Página 589
[3] Billy Swann, citando a Kris Kristofferson, a este autor. <<

Página 590
[1] Letra de arrepentimiento de «Always on My Mind», escrita por Wayne

Carson, Johnny Christopher y Mark James. <<

Página 591
[2] Entrevista no utilizada en Elvis on Tour, 1972. <<

Página 592
[3] Ibid. <<

Página 593
[4] Elvis diciendo en años posteriores a su séquito lo que realmente pensaba

sobre el Coronel Parker. De Elvis and the Memphis Mafia, de Alanna Nash.
<<

Página 594
[5] El Coronel Parker le confesó esto a Joe Esposito explicándole por qué no

bebía. <<

Página 595
[1] Elvis en una conferencia de prensa anunciando el concierto de televisión

por satélite Elvis: Aloha from Hawaii. <<

Página 596
[2] El director Marty Pasetta en entrevistas de prensa. <<

Página 597
[3] Marty Pasetta citando a Elvis, ibid. <<

Página 598
[4] Elvis en el escenario en Las Vegas después de ver a Ann-Margret entre el

público, 1973. <<

Página 599
[5] Red West en Elvis: What Happened? <<

Página 600
[6] Ibid. <<

Página 601
[7] Ibid. <<

Página 602
[1] Crítico de Hollywood Reporter en la noche de estreno de Elvis en Las

Vegas Hilton, agosto de 1973. <<

Página 603
[2] La disputa de Elvis con el Coronel Parker fue presenciada y más tarde

relatada por varios miembros del séquito, incluidos Jerry Schilling, Lamar
Fike y Joe Esposito. <<

Página 604
[3] Principalmente a partir de Shaun Nielsen en Elvis: In the Words of Those

Who Knew Him Best. <<

Página 605
[1] Vernon Presley en Good Housekeeping, 1978. <<

Página 606
[2] Elvis en el escenario, Las Vegas Hilton, 1974. <<

Página 607
[3] Vernon a Elvis cuando ambos estaban en el hospital y Billy Smith estaba

de visita. Smith lo citó en Elvis and the Memphis Mafia, de Alanna Nash. <<

Página 608
[1] La tía Delta, hermana de Vernon, a bordo del avión de Elvis, a su séquito.

Billy Smith citado en Elvis Aaron Presley por Alanna Nash. <<

Página 609
[1] «Comenzó como algo inocente…». Estas páginas se basan en la
conversación telefónica grabada entre Elvis y Red West, publicada más tarde
en Elvis: What Happened? <<

Página 610
[2] Elvis a punto de grabar «It’s Easy for You», octubre de 1976. <<

Página 611
[1] Adiós de Elvis a Linda Thompson, contado por ella a Larry Page en la

CNN. <<

Página 612
[2] Elvis a Billy Smith en Elvis Aaron Presley por Alanna Nash. <<

Página 613
[3] Elvis al público en su gira final, junio de 1977. <<

Página 614
[4] Elvis respondiendo a la pregunta «¿Estás solo esta noche?». En Rapid City,

Dakota del Sur, junio de 1977. <<

Página 615
[1] De Elvis and Ginger, de Ginger Alden. <<

Página 616
[2] Ibid. <<

Página 617
[1] La predicción de Lamar Fike, en Elvis de Albert Goldman. <<

Página 618
[2] La tía Delta a Nancy Rooks, Inside Graceland. Elvis’ Maid Remembers.

<<

Página 619
[3] Declaración del presidente Carter. <<

Página 620

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