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Jazz Blues Rock Historia

Robert Johnson
Blues y Jazz
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EL DIABLO Y
Mr. JOHNSON
Creo que fue Miles Davis quien en una ocasión dijo
que todos los músicos de jazz deberían un día
ponerse de rodillas y dar gracias a Duke Ellington.
De igual manera, todos los aficionados al blues una
noche de principios de verano estamos obligados a
acudir a un cruce de caminos polvorientos, levantar
nuestro vaso y beber un trago largo, de esos que
queman las tripas, a la memoria de Robert Johnson,
donde quiera que se encuentre.
De Robert Johnson conocemos 29 canciones, dos
fotografías y retazos confusos de una biografía que
termina en muerte violenta a los 27 años. Con tan
escaso material parece difícil construir un mito;
pero pasados más de 80 años de su desaparición,
sus 29 canciones se han convertido en clásicos
versionados hasta la saciedad, sesudos expertos
continúan buscando una supuesta tercera
fotografía y el volumen de libros y artículos
publicados sobre su figura supera con creces lo que
podría pensarse que 27 años pueden dar de sí. Sin
contar con las reediciones de discos que aún
ofrecen beneficios sustanciosos y las cifras —9000
dólares por la primera edición de Love in vain, en
Vocalion— que un viejo original a 78 revoluciones
por minuto puede alcanzar en subasta.
Sus datos biográficos se confunden con la leyenda
que él mismo fomentó y que en los años 60 creció
hasta alcanzar la categoría de mito. Según los
estudios más fiables, nace en Hazlehurst, Mississipi,
el 8 de Mayo de 1911. Hijo ilegítimo de Julia Dodds
y de Noah Johnson, en su infancia acompaña a su
madre en un constante cambio de amantes y
domicilios; a los 17 años se casa con Virginia Travis,
pero el matrimonio va a resultar breve ya que, dos
años después, ésta fallece a la edad de 16 años
junto al niño que estaba esperando. Robert se une
sentimentalmente a una mujer mucho mayor que
él, la primera de una larga serie de amantes que fue
incrementando hasta su muerte, causada por la
última de ellas. A lo largo de su vida tuvo un
extenso e inconcreto número de hijos, todos ellos
ilegítimos. Uno de ellos, Claude Johnson, conductor
de camión de más de 70 años, mantuvo una dura
batalla legal por sus supuestos derechos. A finales
de los '90, un juzgado de Mississipi le declaró único
heredero.
Sus comienzos en el mundo del blues, primero con
la armónica y después como mediocre guitarrista,
tienen lugar con el padrinazgo de músicos de la talla
de Charlie Patton, Son House o el desconocido
Willie Brown, a los que acompañaba en sus giras
por garitos y tugurios de la zona cercana a
Robinsonville. El propio Son House contaría años
más tarde: «Entonces no era más que un chiquillo.
Soplaba muy bien la armónica pero quería ser
guitarrista. Cuando salíamos de noche para ir a
actuar a algún baile, él solía escabullirse de su casa
y aparecía donde nosotros estábamos. Ni a su
madre ni a su padrastro les gustaba que
frecuentase aquellos bailes del sábado por la noche,
pues allí había tipos realmente muy violentos».
Y aquí entramos en la leyenda. Tras la muerte de su
mujer su carácter taciturno e inclinado a la bebida
se acentúa y alterna sus trabajos como temporero
del algodón con el dudoso negocio de la música
para diversión de los trabajadores de las
plantaciones. Según declara años más tarde Son
House, tras una conversación con el músico de
Alabama Ike Zinnerman, en la que éste asegura que
aprendió a tocar el blues a medianoche y sobre una
tumba, Robert Johnson desaparece de Robisonville
sin que nadie pueda dar noticia de sus andanzas
hasta que, pasado un año, vuelve a aparecer y a
encontrarse con sus amigos. El inexperto guitarrista
se había metamorfoseado en un interprete rotundo
que hacía palidecer a todos los bluesmen de la
zona, como si en algún lugar desconocido alguien le
hubiese regalado esa voz aguda y alterada por
falsetes increíbles y una forma intuitiva de tocar la
guitarra que crearía escuela; las cuerdas bajas
marcando un walking bass hipnótico y las otras
adquiriendo vida propia. Con el slide arrancaba
lamentos como nadie lo había hecho. Keith
Richards, el guitarrista de los Rolling Stones
recuerda la primera vez que escuchó un disco de
Robert Johnson en casa de Brian Jones, «¿Quién es
ese?»; «Robert Johnson» «Vale, pero… ¿quién es el
otro tipo que toca con él?». No podía creer que
fuese una sola guitarra.
Para sus conocidos, la escuela donde tuvo lugar su
aprendizaje no era ningún misterio, el camino era
bien conocido en el Delta y muchos otros lo habían
seguido antes. Tommy Johnson, otro músico de la
misma zona y de la misma época lo cuenta con sus
propias palabras «Para aprender a tocar todo lo que
quieras y componer tus propias canciones, tienes
que llevar tu guitarra a un cruce de caminos, al
lugar donde dos caminos se cortan. Ve allí y
asegúrate de estar en el sitio preciso antes de la
medianoche; entonces, coge la guitarra y toca algo
tuyo. Un hombre grande y negro irá hasta allí,
cogerá tu guitarra y tocará para ti, hará sonar tu
canción y te devolverá la guitarra. De esta forma
aprendí todo lo que necesito para tocar».
Con la ayuda del de los cuernos o sin ella, Robert
Johnson se convierte en un músico profesional en
una época en la que, según B. B. King, «ser negro y
tocar blues, era ser negro dos veces». Adquiere
rápidamente prestigio en la zona del Delta y viaja a
St. Louis, Chicago, Michigan y Nueva York. Johnny
Shines fue uno de sus compañeros de viaje, tocaban
en la calle, en una esquina o en la puerta de la
barbería esperando la oferta de trabajo en una
fiesta o un bar; después, otro camino polvoriento y
otro pueblo donde no has estado nunca y donde
nadie te conoce. Según Shines «…Robert siempre
estaba limpio. Podíamos viajar durante todo el día
en el furgón de carga de un tren o en algo peor;
cuando te mirabas al espejo estabas sucio como un
cerdo, pero él siempre estaba limpio. No sé como lo
hacía. En esas épocas no necesitábamos tener un
sitio donde ir». Robert siempre estaba dispuesto al
viaje; sin un motivo aparente, recogía sus escasa
pertenencias y desaparecía ante el asombro de sus
compañeros. Otras veces eran turbios asuntos con
mujeres ajenas los que le obligaban a partir «...las
mujeres eran para él como las habitaciones de los
hoteles; podía volver a la misma, pero siempre la
dejaba en el sitio donde estaba».
Por esas épocas toma contacto con otros músicos,
Robert Nighthawk y Sonny Boy Willianson en
Helena, Henry Townsend, Pettie Wheatstraw y
Roosevelt Sykes en St. Louis. Con el tiempo parece
que todos los músicos de blues, activos o no a
mediados de los '30, conocieron a Robert Johnson.
De todos sus compañeros Robert Loockwood Jr, fue
el que recibió su legado de una forma más directa.
Robert Loockwood era apenas unos años más joven
que Johnson e hijo de Estela Coleman, una de sus
innumerables amantes; siempre dijo que le
gustaban todas las mujeres, pero que las maduras
tenían dinero para pagar sus gastos. El chico tenía
talento para la guitarra y su padrastro ocasional se
esforzó en enseñarle durante cuatro o cinco años.
Dos años después de la muerte de Johnson, Robert
Loockwood tocaba la guitarra en un parque de
Memphis para conseguir unas monedas; un hombre
se le acercó y le preguntó «¿Tú eres Robert Jr.? Ven
a mi casa, me gustaría enseñarte algo». Le enseñó
una guitarra y le preguntó si la conocía... Era una
Kalamazoo, fabricada por Gibson. «Parece la de
Robert. Él afirmó y me dijo que era uno de sus
hermanos. Tomé la guitarra, me senté y estuve
tocando un rato. No he vuelto a verle desde
entonces». Pero esto es el final de la historia.
En 1936, un agente de la American Records
Corporation, Ernie Oertle, escuchó tocar a Robert y
avisó de inmediato a Don Law, un cazatalentos de la
compañía. Muchos años después relató su
encuentro a Frank Driggs de la compañía Columbia.
Don Law se consideraba a sí mismo responsable de
Johnson en todos los sentidos. Le buscó una
habitación en una casa en las afueras de la ciudad y
le dijo que procurara acostarse temprano, pues la
sesión debía empezar a las diez de la mañana del
día siguiente. Law se reunió con su esposa y unos
amigos para cenar en el hotel Gunter. Apenas había
empezado a cenar cuando sonó el teléfono. Un
agente de la policía local llamaba desde la cárcel
donde Robert estaba recluido acusado de vago y
maleante. Law acudió enseguida para encontrar a
Johnson maltrecho y con la guitarra destrozada
como consecuencia del trato habitual para los
presuntos delincuentes negros en los estados
sureños. Law consiguió la liberación de Robert bajo
su custodia y responsabilidad; lo acompaño a la
pensión, le dio 45 centavos para el desayuno del día
siguiente y le insistió en que no se moviera de allí
durante el resto de la noche. No había hecho Don
Law más que llegar al hotel cuando volvió a sonar el
teléfono. Esta vez era Johnson.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Law temiendo lo
peor.
—Estoy solo —respondió Johnson.
—¿Estás solo? ¿Y qué quieres decir con eso de que
estás solo?
—Estoy solo y hay una señora aquí. Ella quiere
medio dólar y me faltan cinco centavos…
A pesar de todas las dificultades Robert Johnson
consiguió realizar cinco sesiones, todas ellas con
Don Law y todas ellas para la A.R.C. Las tres
primeras tuvieron lugar en una habitación del Hotel
Gunter de San Antonio, Texas (23, 26 y 27 de
noviembre de 1936) y las otras dos en la trastienda
de un almacén en Dallas y en circunstancias muy
similares el 19 y 20 de Junio de 1937.
En las primeras sesiones se grabaron 16 temas.
Cinco de ellos verían la luz en forma de 78 rpm y
uno, Terraplane blues, lograría un cierto éxito en las
listas de discos para negros en la época de la
depresión. Hoy en día, la posesión de uno de esos
escasos ejemplares supone una pequeña fortuna. A
Robert le supuso un billete de vuelta a casa con
unos dólares en el bolsillo, más de los que tuvo
nunca. Durante una breve temporada disfrutó de su
triunfo pavoneándose ante las chicas y los otros
músicos con su disco en la mano. Después, cuando
el dinero hubo desaparecido, tomó un tren a
cualquier sitio y se esfumó de nuevo.
De sus últimas sesiones, seis meses y medio más
tarde, nacerían otras 13 canciones. Esto, 29 temas y
11 tomas alternativas; más dos fotografías
constituye todo su legado. A finales de 1938, Don
Law y John Hammond intentaron contactar con él;
el primero para realizar más grabaciones y el
segundo con un contrato para las giras «From
spirituals to swing». Robert Johnson llevaba más de
cinco meses muerto. Hammond pensó recurrir a
Blind Boy Fuller, pero estaba encarcelado; al final,
Big Bill Broonzy le sustituiría en las giras. El diablo
tampoco regala nada y, al final, cobra sus deudas.
De la muerte de Robert Johnson circularon distintas
versiones; suicidio según unas; magia negra según
otras… Son House, que toda su vida le recriminó su
vida descarriada, escuchó que una mujer le había
envenenado; Johnny Shines recuerda haber oído
contar que estuvo durante días corriendo sobre sus
manos y sus rodillas, como un perro, hasta que el
diablo vino a llevárselo. La verdad no se supo hasta
muchos años más tarde. En 1968 Gayle Dean
Wardlow descubre una partida de defunción y,
simultáneamente, se hacen públicas las
declaraciones de dos supuestos testigos que,
aunque difieren en los detalles, coinciden en lo
principal y aportan los datos definitivos.
En una entrevista a Mack McCornick, Honeyboy
Edwards, un músico protegido de Johnson y Big Bill
que emigró a Chicago en el '39 y grabó algunos
discos en los cincuenta, revela los nombres de dos
testigos oculares de la muerte de Johnson. Mc
Cornick tira de la cuerda y los visita en Indianápolis
y Michigan a principios de los '70. Nadie pareció
darle importancia en su momento a la muerte de un
guitarrista; esas cosas eran lo suficientemente
normales en esas época entre los vagabundos
negros. En los archivos policiales de la zona no
había referencias y el oficial encargado no podía
entender el interés de Mc Cornick por un supuesto
asesinato cometido hacía más de 30 años.
En aquellas épocas, ser músico de blues era un
oficio peligroso, los otros músicos envidiaban tu
éxito, las mujeres te odiaban si ponías los ojos en
otras y los hombres te odiaban si ponías los ojos en
sus mujeres. Robert estaba en el mejor de sus
momentos. Con la música y con las mujeres. Los
testimonios de ambos testigos coinciden en líneas
generales; en agosto de 1938 Robert Johnson
estaba tocando en el local de baile de un pequeño
pueblo llamado Three Forks, a unas 15 millas de
Greenwood. El local era propiedad de un individuo
llamado Ralph, con cuya mujer Robert mantenía
relaciones. Una noche, este hombre le ofreció una
bebida envenenada con estricnina. Poco más tarde
Robert Johnson tuvo que dejar de tocar y fue
conducido a la ciudad. Falleció tras varios días de
agonía en casa de un conocido.
Declaraciones posteriores de Sonny Boy Willianson
aportaron tintes más coloristas a la historia. Al
parecer, esa noche la armónica de Sonny compartía
cartel con Robert. El conocía la historia de los
amoríos de su compañero con la esposa del dueño
del local y había captado el ambiente tenso y las
miradas torcidas de algunas personas. Durante una
pausa en la música alguien trajo una botella abierta
con media pinta de whisky en su interior y se la
ofreció a Jhonson marchándose después. Cuando
este comenzó a beber Sonny intentó apartar de sus
labios la botella «Nunca bebas de una botella
abierta. No sabes lo que puede haber dentro».
Robert le contestó de una forma tajante muy
acorde con su carácter «No vuelvas a quitarme una
botella de whisky de las manos».
El documento de su defunción carece de la firma de
un médico. Su madre y su cuñado asistieron a su
entierro en un ataúd de madera pagado por el
estado. Aunque varios lugares de la zona se
disputan el dudoso orgullo de alojar sus restos
parece ser que fue enterrado en el pequeño
cementerio de la Zion Church, cerca de Morgan
City. En su tumba no figuró ningún nombre pero
está situada a un tiro de piedra de la carretera
comarcal nº 7 de Mississipi, para que, como él había
cantado «…Mi viejo y maldito espíritu pueda subirse
a un autobús Greyhound y marcharse».
La influencia de Johnson en el panorama musical
que surge en los años '60 y continúa en nuestros
días es inabarcable y sobradamente conocido. La
admiración manifestada por muchos de los mejores
intérpretes y compositores, no sólo dentro del
blues; las mil veces versioneadas 29 canciones, las
reediciones de aquellas cintas grabadas en la
habitación de un hotel y en la trastienda de un
almacén… Hasta el gobierno de los Estados Unidos
ha hecho circular un sello de correos que reproduce
una de las dos fotografías que conocemos de él. Su
biografía sigue siendo confusa y presentando
lagunas desconocidas, alguien dijo que investigar
sobre ella es como seguirle los pasos a un fantasma.
Nunca podremos saber lo que hubiese sido su
música si hubiese estado presente en el
resurgimiento del blues y hubiese llegado a alcanzar
la edad y la capacidad creativa de Muddy Waters,
John Lee Hooker o B.B. King. El diablo hizo bien su
trabajo, le dio la fama y la inmortalidad, pero de
una manera que él no pudo saborear y que ha
dejado un rastro vago e impreciso de su persona.
Aún hoy en día, en los pueblos del profundo sur,
puede verse algún joven negro que, una noche de
verano, coge su guitarra y cerca de la medianoche,
camina por un camino polvoriento buscando un
cruce de caminos. Cuando esto ocurre, los más
viejos miran con la sonrisa que se reserva a los
predestinados, le dejan hacer y no dicen nada.

Por Ramon del Solo en Margen Cero


Robert Johnson by Sebastian Kruger

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