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TEXTO 1
“Era machaza: la hacían volar a patadones y ella volvía a la carga, ladrando y mostrando
sus dientes, unos dientes chiquitos de perrita muy joven. Ahora ya está crecida, debe
tener más de tres años, ya está vieja para ser perra, los animales no viven mucho, sobre
todo si son chuscos y comen poco. No recuerdo haber visto que la Malpapeada coma
mucho. Algunas veces le tiro cáscaras, esos son sus mejores banquetes. Porque la hierba
solo la mastica: se chupa el jugo y la escupe. Se mete un poco de hierba en la boca y se
queda horas masca y masca, como un indio su coca. Siempre estaba metida en la sección y
algunos decían que traía pulgas y la sacaban, pero la Malpapeada siempre volvía, la
botaban mil veces y al poquito rato la puerta comenzaba a crujir y ahí abajo aparecía, casi
junto al suelo, el hocico de la perra y nos daba risa su terquedad y a veces la dejábamos
entrar y jugábamos con ella. No sé a quién se le ocurrió ponerle Malpapeada. Nunca se
sabe de dónde salen los apodos. Cuando empezaron a decirme Boa me reía y después me
calenté y a todos les preguntaba quién inventó eso y todos decían Fulano y ahora ni cómo
sacarme de encima ese apodo, hasta en mi barrio me dicen así”.
2. Me gusta pensar que ese también es el idioma de Kafka (que hablaba en checo y
escribía en alemán) o de Conrad (polaco que escribía en inglés) o de Borges (que aprendió
antes inglés que castellano). Casi todos los autores que amo y comprendo son bilingües.
Cierta precisión, cierta desconfianza en el adjetivo, ciertos juegos verbales solo se explican
por ese bilingüismo esencial.
3. Esos bilingües no poseen dos o tres lenguas, sino que saben desde niños que es
necesario, que es posible, inventar contra las mentiras del idioma su propio idioma”.
TEXTO 3
3. ¡Ese olor! Usted comprende, don Pedro… Lo olíamos allá en el Pacífico…, el olor de
los muertos, los boricuas, los japoneses… Los muertos son lo mismo… Solo que como
nosotros, allá, íbamos avanzando…, a nuestros heridos y muertos los recogían, y
encontrábamos muertos japoneses de días, pudriéndose… Ahora Cheo López comenzaba
a oler así… Con los ojos fijos miraba Cheo López. No sé por qué no se los habían cerrado
bien… Miraba con una raya de brillo, muerta… Se veía que en su frente ya no había
pensamiento. Así miraban allá en el Pacífico… Todos lo mismo…
5. Luego vine a buscar a mi mujer para llevarla al velorio y creí que debía pasar a
explicarle a usted, don Pedro… Yo no volví con los ladrillos por eso. Mañana será.
6. Ahora que si usted quiere ir al velorio, entrada por salida aunque sea… Usted era
capitán, ¿no es eso?, y no se acuerda de Cheo López… Pero si usted viene a hacerle nada
más que un saludo, yo le diré: «Es un capitán»…
10. Allá en el Pacífi co, yo me decía: «Quién sabe, de valiente que es, la muerte lo
respeta». Es un decir de soldados. Pero ahora, viendo la forma en que cayó, como
alcanzado por una bala que estaba suspendida en el aire, o en sus venas, o en sus sesos,
creo que la muerte nos acompaña siempre. Está a nuestro lado y cuando pensamos que
va a llegar, se ríe…Y ella dice: «Espera». Por eso el aguacero de balas lo respetó. Parecía
que no iba a morir nunca Cheo López.
11. Pero ya está entre cuatro velas, muerto… Es como si lo oliera desde aquí… ¿No será
que yo tengo en la cabeza el olor de la muerte? ¿No huele así el mundo?...
12. Vamos, don Pedro, acompáñeme al velorio… Cheo era pobre y no hay casi gente…
Vamos, capitán… Hágale siquiera un saludo…”.