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EL HOMBRE Y EL ESTADO
Gerardo Chiclla Torres

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6 Manual Orat oria


Javier Romero

La ciudad let rada: la escrit ura como Polít ica


Braulio Rojas, Andrés Eugenio Cáceres Milnes, Pat ricio Landaet a

LibroI hist oriadelaeducación I (3)


ibsen Biscochea
EL H OM BRE Y EL EST ADO
J a c que s M a rit a in
Selecciones de Text os

Jaime Correa Díaz

I. El Pueblo, el Estado, el pluralismo y el bien común

“ No hay t area más ingrat a que la de int ent ar dist inguir y circunscribir de modo racional – en
ot ras palabras, la de int ent ar elevar a un nivel cient ífico o filosófico – nociones comunes que
han nacido de las necesidades práct icas y cont ingent es de la hist oria humana y est án cargadas
de implicancias sociales, cult urales e hist óricas t an ambiguas como fért iles, y que ent rañan, sin
embargo, un núcleo de significación int eligible. Son concept os nómades, no fijados;
cambiant es y fluidos, y empleados unas veces como sinónimos y ot ras como cont rarios…

Las precedent es observaciones se aplican de manera pat ent e a las nociones de Nación, Cuerpo
Polít ico (o Sociedad Polít ica) y Est ado. Y, sin embargo, nada es más necesario para una sana
filosofía polít ica que int ent ar diferenciar est as t res nociones y circunscribir clarament e el
sent ido aut ent ico de cada una de ellas” (Pág. 15-16).

“ Se hace necesaria una dist inción preliminar ent re comunidad y sociedad. La comunidad y la
sociedad son, una y ot ra, realidades ét ico – sociales verdaderament e humanas y no solo
biológicas.

Pero una comunidad es ant e t odo obra de la nat uraleza y se encuent ra más est rechament e
ligada al orden biológico; en cambio, una sociedad es sobret odo obra de la razón y se
encuent ra más est rechament e vinculada a las apt it udes int elect uales y espirit uales del
hombre. Su nat uraleza social y sus caract eres int rínsecas no coinciden, como t ampoco sus
esferas de realización” (Pág. 16).

“ En una comunidad el objet o es un hecho que procede a las det erminaciones de la int eligencia
y de la volunt ad humana que act úa independient ement e de ellas para crear una psiquis común
inconscient e, est ruct uras sicológicas y sent imient os comunes, cost umbres comunes. Pero en
una sociedad el objet o es un t area que cumplir o un fin que lograr, que dependen de las
det erminaciones de la int eligencia y volunt ad humana y que van precedidos por la act ividad
(decisión o, por lo menos, consent imient o) de la razón de los individuos; así, en el caso de la
sociedad, el element o objet ivo y racional de la vida social emerge de manera explicit a y asume
el papel direct or. Una forma comercial, un sindicat o, una asociación cient ífica, son sociedades
por la misma razón que el cuerpo polít ico” (Pág. 17).

“ La nación es una comunidad, no una sociedad. La nación es una de las comunidades más
import ant es, acaso lo más complet a y compleja de las comunidades engendradas por la vida
civilizada” (Pág. 19).

“ Es algo ét ico – social; es una comunidad humana fundada en el hecho del nacimient o y de la
ascendencia, pero con t odas las connot aciones morales de esos t érminos: nacimient o a la vida
de la razón y a las act ividades de la civilización, y ascendencia propia de las t radiciones
familiares, de las formación social y jurídica, de la herencia cult ural, de las concepciones y
cost umbres comunes, de los recuerdos hist óricos, de los sufrimient os, las reivindicaciones, las
esperanzas, los prejuicios y los resent imient os comunes” (Pág. 19).

“ Una nación es una comunidad de hombres que t oman conciencia de sí mismos t al como la
hist oria los ha hecho, que est án vinculados al t esoro de su pasado y que se quieren t al como se
saben o imaginan que son, con una espacio de inevit able int roversión. Est e despert ar
progresivo de la conciencia nacional ha sido uno de los rasgos caract eríst icos de la hist oria
moderna. Y aunque normal y bueno en sí mismo, ha t erminado t omando formas exasperadas y
ha engendrado el azot e del nacionalismo, en t ant o que (y probablement e porque) el concept o
de la nación y el concept o del Est ado se confundían y se mezclaban de manera explosiva y
peligrosa” (Pág. 19-20).

“ La nación t iene o ha t enido un suelo, una t ierra, lo cual no quiere decir – como quiere decir
para el Est ado- un área t errit orial de poder y de administ ración sino una cuna de vida, de
t rabajo, de sufrimient o y de sueños. La nación t iene un lenguaje, si bien los grupos lingüíst icos
no siempre corresponden a los grupos nacionales. La nación saca de su prosperidad
inst it uciones cuya creación, en verdad, depende más de la persona y del espírit u humano, o de
la familia o de grupos part iculares en el seno de la sociedad o del cuerpo polít ico, que de la
nación misma. La nación t iene derechos, que no son más que los derechos de la persona
humana a part icipar en los valores humanos part iculares de una ciert a herencia nacional” .
(Pág. 20).

“ Como cualquier ot ra comunidad, la nación es “ acéfala” , t iene elit es y cent ros de influencia,
pero en modo alguno cabeza o aut oridad direct ora; t iene est ruct uras pero en modo alguno
formas racionales no de organización jurídica; t ienen pasiones y sus sueños, pero en modo
alguno bien común; t ienen solidaridad ent re sus miembros, fidelidad, honor, pero en modo
alguno amist ad cívica; t iene, en fin, hábit os y cost umbres, pero en modo alguno normas no
ordenes formales” (Pág. 20).

“ En cont rast e con la nación, el Cuerpo Polít ico y el Est ado aluden ambos al orden de la
sociedad e, incluso, de la sociedad en su forma más elevada y perfect a” (Pág. 23).

“ El Cuerpo Polít ico o Sociedad Polít ica es el t odo. El Est ado es una part e, la part e dominant e de
ese t odo.

La sociedad polít ica, requerida por la nat uraleza y realizada por la razón, es la más perfect a de
las sociedades t emporales. Es una realidad concret a y ent erament e humana que t iende a un
bien concret o ent erament e humano: el bien común” . (Pág. 24).

“ El hombre ent ero – más no en razón de t oda su persona y de t odo lo que es y posee- form a
part e de la sociedad polít ica. Y así, t ant o sus act ividades comunit arias t odas, cuando sus
act ividades personales, import an al t odo polít ico” (Pág. 24).

“ M ás no solo la comunidad nacional, y t odas las comunidades de rango subalt erno, se hallan
incluidas de est a suert e en la unidad superior del cuerpo polít ico sino que el cuerpo polít ico
cont iene t ambién en su unidad superior a los grupos familiares – cuyos derechos y libert ades
esenciales son ant eriores a él- y a una mult iciplidad de ot ras sociedades part iculares que
proceden de la libre iniciat iva de los ciudadanos y que habrían de ser lo más aut ónomos
posibles. Est e es el verdadero pluralismo inherent e a t oda sociedad verdaderament e polít ica
(Pág. 25).
“ Y, como en t oda sociedad polít ica la aut oridad va de abajo arriba por designación del pueblo,
es normal que t odo el dinamismo de la aut oridad en el cuerpo polít ico se componga de
aut oridades parciales y part iculares que se escalonan unas sobe ot ras hast a llegar a la suprema
aut oridad del Est ado. Finalment e, el bien publico y el orden general de la ley son part es
esenciales del bien común del cuerpo polít ico, pero ese bien común t iene implicaciones mucho
más vast as, ricas y concret ament e humanas, pues const it uye por nat uraleza a buena vida
humana de a mult it ud y es, a la vez, comuna al t odo y a las part es, es decir, a las personas a
quienes se redist ribuye y que han de beneficiarse de él…

El bien común implica a sí mismo la int egración sociológica de t odo lo que hay de conciencia
cívica, de virt udes polít icas y de sent ido de la ley y la libert ad de act ividad, de prosperidad
mat erial y riqueza espirit ual, de sabiduría heredit aria que act úa inconscient ement e, de
rect it ud moral, just icia, amist ad, felicidad, virt ud y heroísmo en la vida individual de los
miembros del cuerpo polít ico, en la media que en t odas esas cosas son, en ciert o modo,
comunicables y ret oman a cada miembro y ayudándole a perfeccionar su vida y su libert ad de
persona y const it uyen en su conjunt o la buena vida humana de la mult it ud (Pág. 25- 26).

“ El Est ado es t an solo esa part e del cuerpo polít ico cuyo peculiar objet o es mant ener la ley,
promover la prosperidad común y el orden público, administ rar los asunt os públicos. El Est ado
es una part e especializada de los int ereses del t odo. No es un hombre o un grupo de hombres:
es un conjunt o de inst it uciones que se combinan para formar part e de una maquina
reguladora que ocupa la cúspide de la sociedad” (Pág. 26).

“ El Est ado no es la suprema encarnación de la idea, como creía Hegel. No es una especie de
superhombre colect ivo. El Est ado no es más que un órgano habilit ado para hacer uno de poder
y la coerción y compuest o de expert os o especialist as en el orden y el bienest ar público; es un
inst rument o al servicio del hombre. Poner al hombre al servicio de est e inst rument o es una
perversión polít ica. La persona en cuant o individuo es para el cuerpo polít ico, y el cuerpo
polít ico es para la persona humana en cuant o persona. Pero el hombre no es modo alguno
para el Est ado, el Est ado es para el hombre” (Pág. 27).

“ Po una part e, la razón primordial por la que los hombres unidos en una sociedad polít ica,
t ienen necesidad del Est ado es el orden y la just icia. Por ot ra, la just icia social es la necesidad
crucial de las sociedades modernas. En consecuencia, el deber primordial del Est ado moderno
es la realización de la just icia social” . (Pág. 33-34).

“ El problema, en mi opinión, es dist inguir el progreso normal del Est ado de las falsas
nociones…” (Pág. 34).

“ Como describir est e proceso de perversión. Se produce – y est o result a evident e de acuerdo
con nuest ras observaciones procedent es – cuando el Est ado se t oma equivocadament e por el
t odo la sociedad polít ica, y cuando, a consecuencia de ello, asume el ejercicio de las funciones
y realización de t areas que, normalment e, corresponde al cuerpo polít ico y a sus diversos
órganos. Tenemos ent onces lo que comúnment e se llama “ Est ado Providencia” – el Est ado no
solo se cont ent a solo con cont rolar desde el punt o de vist a del bien común (lo cual es normal)
sino que organiza direct ament e, dirige y administ ra t odas las formas de la vida del cuerpo
polít ico, económicos, comerciales, indust riales, cult urales así como las que at añe a la
invest igación cient ífica, a la beneficencia y a la seguridad, en la medida que juzga que ello es
emit ido por los int ereses del bien común” (Pág. 34).

“ Señalemos a est e respect o que lo que se llama “ nacionalización” , y que es en realidad una
“ est at ización” , puede ser oport uno o necesario en ciert os casos, pero debería, por nat uraleza,
result ar excepcional y limit ado a esos servicios de orden público que est án en inmediat a
relación con la exist encia misma, el orden o la paz int erior del cuerpo polít ico, que un riesgo de
mala gest ión es ent onces un mal menor que el de dejar a los int ereses privados hacerse de
ellos. Demás, el Est ado t iene compet encia y dest reza en mat eria administ rat iva, polít ica y
legal, pero, en t odos los demás t errenos, es nat uralment e cort o y t orpe y, por lo t ant o,
fácilment e opresor e imprudent e. Así, cuando se hace t ot alit ario, para obt ener una gest ión
eficaz y progresiva, se ve obligado a recurrir a un régimen del t error y de sospecha
permanent e” (Pág. 35).

“ En resumen, el bien común del cuerpo polít ico exige un ent ramado de aut oridad y poder de la
sociedad polít ica y, por lo t ant o, su órgano especial invest ido del más alt o poder en int erés de
la just icia y la ley. El Est ado es el órgano polít ico superior.

Pero el Est ado no es, ni un t odo, ni un sujet o de derecho o una persona. Es una part e
especializada del cuerpo polít ico y, en cuant o a t al, es inferior al cuerpo polít ico, en cuant o
t odo est a subordinado a él y al servicio de su bien común.

El bien común de la sociedad polít ica es el fin supremo del Est ado y t iene preferencia sobre el
fin inmediat o del Est ado que es mant ener el orden público. El Est ado t iene el deber primordial
en lo que t oca a la just icia, deber que en un cuerpo polít ico fundament alment e just o en sus
est ruct uras int ernas, debería cumplirse solament e en la forma de una supervisión ult ima. Y,
finalment e, el cuerpo polít ico debe cont rolar al Est ado que, sin embargo, incluye e su
cont ext ura las funciones de gobierno. En el vért ice de la pirámide de t odas las est ruct uras
part iculares de la aut oridad, que en la sociedad democrát ica t endrían que cobrar forma en el
cuerpo polít ico de la base a la cúspide, el Est ado dispone de una suprema aut oridad de
supervisión. Pero est a aut oridad suprema la obt iene el Est ado del cuerpo polít ico, es decir, del
pueblo; no es un derecho nat ural al poder supremo que el Est ado posea por si mismo” (Pág.
37-38).

“ Del pueblo, como del cuerpo soberano, debemos decir, no en modo alguno que es soberano,
sino que t iene derecho nat ural a la plena aut onomía o a gobernarse a sí mismo” (Pág. 38).

“ Todo est o est a de acuerdo con nuest ra conclusión de que la expresión más exact a que
concierne al régimen democrát ico no es la de “ soberanía del pueblo” . Es la expresión de
Lincoln: “ El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” . Lo cual quiere decir que el
pueblo est a gobernado por hombres que el misma ha escogido y a los que ha confiado el
derecho de mandar, para funciones de índole y duración det erminadas y de cuya gest ión
mant iene un cont rol regular, en primerísimo lugar por medio de sus represent ant es y de las
asambleas así const it uidas” (Pág. 39).

“ M ás, para mant enernos en la significación polít ica de la palabra, bast emos por decir que el
pueblo es la mult it ud de las personas humanas que, unidos bajo leyes just as por una amist ad
reciproca y para el bien común de su exist encia humana, const it uyen una sociedad polít ica o
un cuerpo polít ico. La noción de cuerpo polít ico significa el t odo (t omado en su unidad)
compuest o por el pueblo. La noción de pueblo significa los miembros orgánicament e unidos
que componen el cuerpo polít ico. Así, lo que hemos dicho en relación, sea con el cuerpo
polít ico y la nación… (Pág. 39).

“ M ás aun: como el pueblo est a hecho de personas humanas que no solament e forman un
cuerpo polít ico sino que t iene cada una un alma espirit ual y un dest ino suprat emporal, el
concept o pueblo es el más alt o y noble de los concept os fundament ales que analizamos aquí.
El pueblo es la sust ancia misma, la sust ancia libre y vivient e del cuerpo polít ico. El pueblo est a
por encima del Est ado, el pueblo no es para el Est ado, el Est ado es para el pueblo.

… el pueblo t iene la part icular necesidad del Est ado, precisament e porque el Est ado es un
órgano especializado en el cuidado del t odo, y así, normalment e ha de defender u prot eger al
pueblo, sus derechos y la mejora de su vida cont ra el egoísmo y el part icularismo de los grupos
o las clases privilegiadas” (Pág. 40).

“ Con el fin de mant ener y hacer fecundo el movimient o de mejora social impulsado por el
Est ado y al mismo t iempo, reducir al Est ado y a su verdadera nat uraleza, es necesario que
muchas de las funciones desempeñadas por el Est ado se dist ribuyan ent re los diversos órganos
aut ónomos de un cuerpo polít ico de una est ruct ura pluralist a sea t ras un periodo de
capit alismo de Est ado o socialismo de Est ado, sea, como de esperar, en el curso mismo de la
evolución act ual. Y es igualment e necesario que el pueblo t enga la volunt ad y los medios de
at ender el cont rol que ha de ejercer sobre el Est ado” (Pág. 40).

II. Los fines y los medios en la política

(La finalidad de la polít ica). Es, más bien, el mejorar las condiciones de la vida humana misma o
el de procurar el bien común de la mult it ud, de t al manera que cada persona concret a, no
solament e una clase privilegiada, sino la masa ent era de la población, puede verdaderament e
alcanzar esa medida de independencia que la propia vida civilizada y que es proporcionada al
mismo t iempo por las garant ías económicas del t rabajo y de la propiedad, por los derechos
polít icos, las virt udes civiles y el cult ivo del espírit u” (Pág. 69 – 70).

Est o significa que la t area es esencialment e una t area de civilización y de cult ura, que se
propone ayudar al hombre a conquist ar su aut ent ica libert ad de expresión o aut onomía o
como dice John Nef, `hacer de la fe, la rect it ud, la sabiduría y la belleza de los fines de la
civilización`; una t area de progreso en un orden que es esencialment e humano o moral, pues
la moral no t iene más objet o que el verdadero bien humano (Pág. 70).

“ … semejant e t area requiere de realizaciones hist óricas de t an gran envergadura, y encuent ra


en la nat uraleza humana por el pecado obst áculos t ales que no podría llevarse a cabo sin
ayuda de la gracia divina; o, más precisa y objet ivament e, su buen éxit o es inconcebible -
cuando ya la buena nueva del evangelio ha sido anunciada a los hombres – sin la influencia del
crist ianismo en la vida polít ica de la humanidad y la penet ración de la inspiración evangélica e
la sust ancia del cuerpo polít ico. Así, nos es licit o mant ener que el fin del cuerpo polít ico es, por
nat uraleza, algo moralment e bueno que compete al orden ét ico y que implica – al menos en
los pueblos en que se ha enraizado el crist ianismo – una realización efect iva (aunque, sin duda,
siempre imperfect a) de los principios del evangelio en la exist encia t errena y el
comport amient o social” (Pág. 70).

(Sobre los medios) “ No es acaso un axioma universal e inviolable, un principio fundament al


evident e, que los medios han de ser proporcionados y apropiados al fin, puest o que son vías
hacia el fin y, de alguna manera, el fin mismo realizándose. Lo es t anto como emplear medios
int rínsecament e malos para avanzar a un fin int rínsecament e bueno es una equivocación y un
sin sent ido” (Pág. 70 – 71).
III. Racionalización de la vida política y fines de la democracia

“ Exist en dos modos opuest os de ent ender la racionalización de la vida polít ica. El más fácil y
que no lleva a nada bueno es el modo t écnico. El más exigent e, pero dot ado de valor
const ruct ivo y progresivo, es el modo moral. Racionalización t écnica, por medios ext eriores al
hombre, cont ra racionalización moral, por medios que son al hombre mismo, su libert ad y su
virt ud: t al es el drama en que est a compromet ida la hist oria de la humanidad” . (Pág. 71).

“ En el albor de la hist oria y de las ciencias modernas, M aquiavelo, en su príncipe, nos propuso
una filosofía de la racionalización purament e t écnica de la polít ica; en ot ras palabras, convirt ió
en sist ema racional la manera en que los hombres se comport an de hecho más a menudo y se
dedico a somet er ese comport amient o a una forma y a reglas puram ent e t écnicas. Así, la
buena polít ica se convert ía por definición en una polít ica amoral que t iene éxit o: el art e de
conquist ar y conservar el poder por cualquier medio (incluso bueno, si se present a la ocasión,
rara ocasión), con la única condición de que sea adecuado para conseguir el éxit o” . (Pág. 71-
72).

“ Cuant o más gana en perfección y en despiadada eficacia las t écnicas de opresión, el mut uo
espionaje generalizado, el t rabajo forzado, las deport aciones y las dest rucciones masivas
propias de los Est ados Tot alit arios, más difícil result a, al mismo t iempo, t oda t ent at iva de
cambiar o superar desde fuera esos gigant escos robot s maquiavélicos. Con t odo no poseen
una fuerza int erna duradera; su enorme aparat o de violencia es la prueba de la humana
debilidad int erna. El t rabajo que consist e en quebrar la libert ad y la conciencia humana, al
engendrar por doquier el miedo y la inseguridad, es en sí mismo un proceso de
aut odest rucción del cuerpo polít ico. Cuant o t iempo puede, pues, durar el poder de un Est ado
que se hace más y más gigant esco en lo concernient e a las fuerzas ext eriores o t écnicas y más
y más enano en lo que concierne a las fuerzas int eriores, humanas y realment e vit ales.
Desempeñara durant e algunas generaciones la t area que se le ha permit ido o asignado. Pero
dudo que se pueda enraizarse en la duración hist órica de las naciones” (Pág. 73).

“ Hay ot ra clase de racionalización de la vida polít ica: racionalización no t écnica sino moral. Est a
se funda en el reconocimient o de los fines esencialment e humanos de la vida polít ica y de sus
resort es más profundos: la just icia, la ley y la amist ad reciproca” (Pág. 74).

“ Conviene poner aquel el acent o en una verdad pract ica esencial. Solo mediant e la democracia
puede realizarse una racionalización moral: Porque la democracia es una organización racional
de libert ades fundadas en la ley” (Pág. 74-75).

“ Con la democracia, la humanidad ha ent rado en la senda que conduce a la única


racionalización aut ent ica – la racionalización moral – de la vida polít ica o, en ot ras palabras, a
la más alt a realización t errest re de que sea capaz aquí abajo el animal racional” (Pág. 75).

“ Int ent ar reducir a la democracia a la t ecnocracia y expulsar de ella la inspiración evangélica y


t oda fe en realidades supramat eriales, supra mat emát icas y suprasensibles sería int ent ar
privarla de su sangre. La democracia solo puede vivir de su inspiración evangélica. Gracias a
ella es como puede superar sus pruebas y t ent aciones más duras. Gracias a ella es como puede
realizar gradualment e la t area capit al, que es la racionalización moral de la vida polít ica (Pág.
76 – 77).

“ Pues la vida t iene dos fines últ imos, uno de los cuales será subordinado al ot ro: un fin ult imo
en un orden dado, que es el bien común t erreno, bonun vit al civilis; y un fin ult imo absolut o,
que es el bien común et erno y t rascendent e” (Pág. 77).
“ Consideramos el caso del Est ado Democrát ico. El cont rol del pueblo sobre el Est ado, incluso si
es Est ado, de hecho int ent a escapar a él, se halla inscrit o en los principios y en la est ruct ura
const it ucional del cuerpo polít ico. El pueblo t iene medios regulares y est at ut arios para ejercer
su cont rol. Escoge periódicament e a sus represent ant es, y direct a o indirect ament e, a su
personal de gobierno. Si lo desaprueba, no solo se desplazará est e ult imo en las siguient es
elecciones sino que con las asambleas de sus represent ant es, cont rola y vigila su gobierno y
hace presión sobre él durant e el t iempo en que ejerce el poder” (Pág. 80).

“ En segundo lugar, el pueblo dispone (aunque no lo emplee direct ament e) del poder de la
prensa, la radio y los demás medios de expresión de la opinión pública cuando son libres. De
derecho, la libert ad de prensa no es en sí misma una libert ad sin limit es, pudiendo rest ringirla
el Est ado en int erés del bien común; pero, de hecho, ant e el poder inevit ablement e crecient e
del Est ado y ant e los crímenes de que los Est ados Tot alit arios se han most rado capaces en el
mundo, el pueblo obedece a un sano reflejo polít ico cuando se t oma de la libert ad de prensa
como una prot ección y un bien sagrado.

En t ercer lugar, exist en los grupos de presión (pressure groups) y los demás procedimient os no
inst it ucionales por medio de los cuales ciert as fracciones part iculares del cuerpo polít ico
act úan sobre las decisiones gubernament ales” (Pág. 80 – 81).

“ Pero hay t odavía, hay siempre, buenas y malas acciones; no es licit o recurrir a cualquier
medio; es t odavía y siempre verdadero que el fin no just ifica los medios; los principios morales
siguen aun y siempre seguirán separando los medios buenos de los malos: pero la línea de
demarcación se ha desplazado. En verdad, es la conciencia, la conciencia que aplica los
principios, la que es el verdadero árbit ro, y en modo alguno lo son nociones abst ract as que
residan en un cielo plat ónico o en un diccionario de casos jurídicos. No hay, pues, un código
escrit o que venga en ayuda del hombre; en una noche llena de t rampas, corresponde a la
conciencia, a la razón y a la virt ud moral de cada cual hacer en casa caso part icular el juicio
moral just o” (Pág. 88).

“ En las épocas de las t inieblas y de conmoción general, la peor t ent ación para la humanidad es
renunciar a la razón moral. La razón no debe jamás abdicar. La ét ica realiza una t area humilde,
pero magnánima, llevando la mut able aplicación de los inmut ables principios morales hast a el
seno de las angust ias de un mundo desgraciado, en t ant o converse en él un vislumbre de
humanidad” (Pág. 89).

IV. Los Derechos del Hombre

“ Como consecuencia del desarrollo hist órico de la humanidad, de las crisis más o menos
amplias a las que ha est ado expuest o el mundo moderno y del progreso – por precario que sea
– de la conciencia y de las reflexiones morales, los hombres han adquirido un conocimient o
más complet o que en ot ras épocas, aunque aun imperfect o, de un ciert o número de verdades
práct icas t ocant es a su vida en común en las que se pueden poner de acuerdo, pero que se
derivan, en la ment e de cada uno de ellos (según sus dependencias ideológicas, sus t radiciones
filosóficas y religiosas, sus t rasfondos cult urales y sus experiencias hist óricas) de concepciones,
de t eorías ext remadament e diferent es o incluso fundament alment e opuest as. Como ha
most rado clarament e la Declaración Universal de Derechos Humanos publicada por Naciones
Unidas en 1948, no es sin duda fácil, pero es posible, est ablecer una formulación común de
t ales conclusiones pract icas o, en ot ros t érminos, de los diversos derechos que el hombre
posee en su exist encia individual y social” (Pág. 93).
“ … doy por admit ido que exist e una nat uraleza humana y que esa nat uraleza humana es la
misma en t odos los hombres. Doy t ambién por admit ido que el hombre es un ser dot ado de
int eligencia y que, en cuant o a t al, obra como una idea de lo que hace y t iene así el poder de
det erminarse a sí mismo los fines que persigue. Por ot ra part e, al poseer una nat uraleza o una
est ruct ura ont ológica en la que residen las necesidades int eligibles, el hombre t iene fines que
corresponden necesariament e a su const it ución esencial y que son los mismos para t odos…
“ (Pág. 102).

“ M ás, como el hombre est a dot ado de int eligencia y se det ermina así mismo sus fines, es a él a
quien le corresponde ponerse en consonancia a sí mismo con los fines necesariament e
exigidos por la nat uraleza. Est o quiere decir que, en virt ud mismo de la nat uraleza humana,
hay un orden o una disposición que la razón humana puede descubrir de acuerdo con la cual la
volunt ad humana debe obrar para conformarse con los fines esenciales y necesarios del ser
humano. La ley no escrit a o ley nat ural no es nada más que est o” (Pág. 102 – 103).

“ Para el hombre, la ley nat ural es una ley moral, porque el hombre obedece o desobedece
librement e, no por necesidad, y porque la conduct a humana supone un orden part icular y
privilegiado irreduct ible al orden general del cosmos, y t ienen a un fin ult imo superior al bien
común inmanent e del cosmos” (Pág. 104).

“ La prohibición del asesinat o se encuent ra así fundada en la esencial del hombre y es


requerida por ella. El precept o de no mat arás es un precept o de la ley nat ural. Est e se ve
reflexivament e por el hecho de que un fin primordial y absolut ament e general de la nat uraleza
humana es respet ar su propio ser en sus miembros, y en ese exist ent e que es una persona, un
universo en sí mismo; y por el hecho de que el hombre, en la medida misma en que es
hombre, t iene derecho a la vida” (Pág. 105).

“ Pues Dios ha hablado a los hombres y las ha dado, para cuant o concierne a su salvación, su
ley posit iva revelada. Y ést a, ciert ament e, t rascienden la ley nat ural pues comunica mist erio
t ocant es a la vida misma de Dios. M ás, lejos de cont radecir la ley nat ural, expresa ést a y podría
decirse que apresura su expresión. Es así como por líneas esenciales de la ley nat ural han sido
reveladas al pueblo de Dios por el decálogo” (Pág. 107).

“ Sólo cuando el evangelio haya penet rado en los más profundo de la sust ancia humana,
aparecerá la ley nat ural en su brillo y perfección” (Pág. 108).

“ La misma ley nat ural que est ablece nuest ros deberes más fundament ales y en virt ud de la
cual t oda ley just a obliga, es asimismo la ley que nos asigna nuest ros derechos fundament ales
(Pág. 112).

“ Aquí se ve que una filosofía posit ivist a que reconozca únicament e el hecho e igualment e t oda
filosofía idealist a o mat erialist a, de la inmanencia absolut a es incapaz de est ablecer la
exist encia de los derechos nat uralment e poseídos por el ser humano, ant eriores y superiores a
la legislación escrit a y a los acuerdos ent re gobiernos, derechos que la sociedad civil no t iene
que ot orgar sino que reconocer y sancionar como universalment e validos, y que ninguna
necesidad social puede aut orizar, siguiera sea moment áneament e, abolir o negar” (Pág. 113).

“ El derecho nat ural a la propiedad privada de los bienes mat eriales compet e a la ley nat ural
t ant o que a la especie humana t iene derecho a poseer para su uso común de los bienes
mat eriales de la nat uraleza” (Pág. 117).
“ M i segundo punt o concierne al caráct er inalienable de los derechos nat rales del hombre.
Est os son inalienables porque se encuent ran fundados en la nat uraleza misma del hombre,
que ciert ament e ningún hombre puede perder. No quiere decir est o decir que excluyan por
nat uraleza t oda especie de limit ación o que sean los derechos infinit os de Dios. Así como t oda
ley (y ant e t odo la ley nat ural, en la que est án fundados) apunt a al bien común, así t ambién los
derechos humanos t ienen una int rínseca relación con el bien común. Algunos de ent re ellos,
como el derecho a la vida o a la prosecución de la felicidad, son de t al nat uraleza que el bien
común seria puest o en peligro si pudiera el cuerpo polít ico rest ringir en un grado cualquiera la
posesión que los hombres t ienen de ellos nat uralment e” (Pág. 118).

“ … la razón más profunda de la est imulación secret a que mant iene sin cesar la t ransformación
de las sociedades es el hecho que el hombre posee derechos inalienables, pero est a privado de
la posibilidad de reivindicar just ament e el ejercicio de alguno de esos derechos a causa del
element o inhumano que sigue habiendo en la est ruct ura social de cada periodo” (Pág. 119).

“ Si cada uno de los derechos humanos fuera por nat uraleza absolut ament e incondicional e
incompat ible con t oda limit ación, al modo de at ribut o divino, t odo conflict o que se enfrent ará
con ellos sería manifiest ament e irreconciliable” (Pág. 123).

“ … los part idarios de un t ipo de sociedad personalist a ven la marca de la dignidad humana,
primero y ant e t odo, en el poder de hacer servir a esos mismos bienes de la nat uraleza para la
conquist a común de los bienes int rínsecament e humanos, morales y espirit uales, y de la
libert ad de aut onomía del hombre” (Pág. 124).

V. La Iglesia y el Estado

“ … el crist iano sabe que exist e un orden sobrenat ural y que el fin ult imo – el fin ult imo
absolut o – de la persona humana es Dios en cuant o que hace part icipar al hombre en su vida
int ima y en su felicidad et erna. La ordenación direct a de la persona humana t ransciende a t odo
bien común creado, a la vez el bien común de la sociedad polít ica y el bien común int rínseco
del universo. He ahí la roca de la dignidad de la persona humana y t ambién de las
inquebrant ables exigencias del mensaje crist iano” .

“ …, la libert ad de la iglesia debe reconocerse, no solo como requerida por la libert ad de


asociación y de creencia religiosa sin injerencias del Est ado sino que est a libert ad de la Iglesia
parece como fundada en los derechos mismos de Dios y como implicada en la libert ad de Dios
frent e a t odo inst it ución humana. La libert ad de la Iglesia expresa la independencia misma del
verbo encarnado. Como consecuencia, el primer principio general que formular, en lo que t oda
a los problemas que examinamos, es el de la libert ad de la Iglesia de enseñar, predicar y
adorar; la libert ad del evangelio; la libert ad de la palabra de Dios” (Pág. 171).

“ Pues, aun est ando en el cuerpo polít ico – en t odo cuerpo polít ico – por un número
det erminado de sus miembros y sus inst it uciones, la Iglesia en cuant o a t al, la Iglesia en su
esencia, no es una part e sino un t odo; es un reino absolut ament e universal que se ext iende al
mundo ent ero, y que est a por encim a del cuerpo polít ico, de t odo cuerpo polít ico” (Pág. 172).

“ En est e dominio t emporal, el cuerpo polít ico, como dijo insist ent ement e el Papa León XIII, es
plenament e aut ónomo; El Est ado M oderno no est á, en su orden propio, bajo el cont rol de
aut oridad superior alguna. Pero el orden la de la vida et erna es en sí mismo superior al orden
de la vida t emporal” (Pág. 173).
“ Es pat ent e, por ot ro lado, que por clarament e dist int os que puedan ser, la Iglesia y el cuerpo
polít ico no pueden vivir y desarrollarse en un puro aislamient o e ignorancia recíprocos. Est o
seria simplement e cont ra nat ura. Por el hecho de que la misma persona es a la vez miembro
de esa sociedad que es la Iglesia y de esa ot ra sociedad que es el cuerpo polít ico, una división
absolut a ent re est as dos sociedades significaría que la persona humana ha de est ar cort ada en
dos” (Pág. 173).

“ Lo que quiero decir es que la aplicación e los principios es analógica – cuant o más
t rascendent es son los principios, más analógica es su aplicación – y que est a aplicación t oma
diversas formas t ípicas en relación con los climas hist óricos o cielos hist óricos por los que pasa
el desarrollo de la humanidad; de suert e que los mismos principios inmut ables han de
aplicarse o realizarse en el t ranscurso del t iempo según modos t ípicament e diferent es. Exist en,
en efect o, en la hist oria de los climas o const elaciones t ípicas de condiciones de exist encia que
expresan det erminadas est ruct uras int eligibles en lo que concierne, a la vez, a los caract eres
sociales, polít icos y jurídicos, y a los caract eres morales e ideológicos dominant es en la vida
t emporal de la comunidad humana, y que const it uyen marcos de referencia para las maneras
de aplicar en la exist encia humana los principios in mut ables que t ienen bajo su ley. Y es de
acuerdo con esos climas hist óricos reconocidos por una sana filosofía de la hist oria (que se
muest ra aquí como indispensable) como hemos de concebir los ideales hist óricos concret os o
imágenes prospect ivas de lo que hay que esperar para nuest ra época; ideales que no son ni
absolut os ni vinculados a un pasado al que no se puede volver sino relat ivos – relat ivos a un
t iempo dado – y que, además, pueden ser afirmados y perseguidos como realizables.

Así pues, los principios son absolut os, inmut ables y suprat em porales. Y las part iculares
aplicaciones concret as, que son las vías por las que han de ser analógicament e realizados y que
est án requeridas por los diversas climas t ípicos que se suceden en la hist oria humana, cambian
según las formas especificas de civilización, cut os rasgos int eligibles deben reconocerse como
propias de t al o cual edad de la hist oria” (Pág. 177 – 177).

“ La superior dignidad de la Iglesia t iene, así, en nuest ros días, a hallar sus vías de realización en
el pleno ejercicio de su poder de inspiración superior y capaz de penet rarlo t odo” (Pág. 182).

“ El supremo e inmut able principio de la primacía de los espirit ual y de la superioridad de la


Iglesia puede aplicarse de ot ra manera – por no menos realment e e incluso más purament e –
cuando, por el hecho mismo de que el Est ado se haya hecho secular, al función superior de
iluminar y guiar moralment e a los hombres, incluso en lo que concierne a las reglas y principios
relat ivos al orden social y polít ico, es ejercida por la Iglesia de una manera complet ament e
libre y aut ónoma, y desde el moment o en que la aut oridad moral de la Iglesia es plenament e
libre de act uar sobre las conciencias en t odas las coyunt uras part iculares t emporales en que se
halle en cuest ión de algún int erés espirit ual import ant e” (182 – 183).

“ Si una nueva civilización ha de ser inspirada crist iana, si el cuerpo polít ico ha de ser vivificado
por la levadura del evangelio de su exist encia t emporal misma, será porque los crist ianos
habrán sabido, como hombres libres que hablan a hombres libres, hacer que revivan en el
pueblo sent imient os crist ianos que permanecen inconscient es en muchos de ellos y las
est ruct uras morales que act úan en la hist oria de las naciones nacidas de la ant igua crist iandad,
y persuadir al pueblo o a la mayoría de él de la verdad de la fe crist iana o al menos de la
validez de la filosofía social y polít ica iluminada por la fe” (Pág. 186).

“ Así, en el sent ido que acabo de definir, una sana aplicación del principio pluralist a y el
principio del mal menor exigiría del Est ado el renacimient o jurídico (por modo de t olerancia)
de los cogidos morales propios de las minorías incluidas en el cuerpo polít ico, cuyas reglas de
moralidad, aunque deficient es en ciert os aspect os en relación a la perfect a moralidad
crist iana, serian reconocidos como un element o realment e posit ivo en la herencia de la nación
y en su movimient o común hacia una buena vida humana” (Pág. 188 – 189).

“ El cuidado que ha de t ener el Est ado en no inm iscuirse en las cosas de la religión no significa
que, en cuant o se ent re en el t erreno moral o religioso, sea preciso que el Est ado se mant enga
al margen y sea reducido a la mera inercia. El Est ado no t iene aut oridad para imponer o
prohibir el fuero int erno de la conciencia una creencia religiosa cualquiera” (Pág. 194).

“ Para la sociedad polít ica real y vit alment e crist iana que consideramos, la supresión de t odo
cont act o y t oda relación real, es decir, de t oda asist encia mut ua ent re la Iglesia y el cuerpo
polít ico equivaldría simplement e al suicidio (Pág. 197).

“ En el t ranscurso de Veint e Siglos de hist oria, predicando el evangelio a las naciones y


levant ándose ant e las pot encias de la carne para defender cont ra ellas las franquicias del
espírit u, la Iglesia ha enseñado a los hombres la libert ad.

“ Hoy las fuerza ciegas que desde hace doscient os años han rivalizado con ella en nombre de la
libert ad y la persona humana deidificada dejan por fin caer su mascara. Se muest ran como lo
que son. Tiene sed de somet er al hombre. Los t iempos act uales, por miserables que puedan
ser, pueden exalt ar a quienes aman a la Iglesia y a quienes aman la libert ad. La sit uación
hist órica con la que se enfrent a est a definit ivament e clara. El gran drama de nuest ro t iempo es
la confront ación del hombre cont ra el Est ado Tot alit ario, que no es más que el ant iguo Dios
ment iroso del imperio sin ley que reclama para él la adoración de t odas las cosas. La causa de
la libert ad y la causa de la Iglesia son una sola en defensa del hombre” (Pág. 206).

VI. El Problema de la Unificación Política del M undo

“ El problema de la aut oridad mundial “ Word Government , t eniendo el vocablo ingles


Government un sent ido menos riguroso que su correspondient e español), - o, digamos más
bien, el problema de una organización aut ént icament e polít ica del mundo – no es ot ro que el
problema de la paz duradera o permanent e. Y, en un sent ido, podríamos decir que el
problema de una paz duradera es simplement e el problema de la supervivencia de los pueblos,
ent endiendo por t al el que la humanidad se haya hoy en presencia de est a alt ernat iva: o una
paz permanent e o un serio riesgo de dest rucción t ot al” (Pág. 209 – 210).

“ Queríamos hacer aquí dos observaciones. En primer lugar, que la vida polít ica y la vida
económica dependen ambas de la nat uraleza y de la razón: quiero decir, de la nat uraleza en
cuant o dominada por las fuerzas y las leyes de la mat eria y por el det erminismo de la
evolución de ést a, incluso si el espírit u humano int erviene en el proceso con sus
descubrimient os t écnicos; y de la razón en cuant o es del dominio de la libert ad y de la
moralidad y est ablece librement e, en consonancia con la ley nat ural, un orden de relaciones
humanas. Y, en segundo lugar, que son la nat uraleza y la mat eria las que t ienen predominio en
el proceso económico; y son la razón y la libert ad las que lo t ienen en el proceso polít ico,
aut ént icament e polít ico” (Pág. 211).

“ Por ot ra part e, no olvidemos que es la t endencia al dominio supremo y a la suprema


amoralidad, que se ha desarrollado plenament e y ha encont rado su plena expresión en los
Est ados Tot alit arios, no es en modo alguno inherent e al Est ado en su nat uraleza real y en sus
verdades y necesarias funciones sino que result a de una noción pervert ida parasit a del Est ado
M oderno y de la que la democracia t endrá que deshacerse si quiere sobrevivir” (Pág. 213).
“ Observamos t ambién con De Visscher que esa t endencia de los Est ados M odernos al dominio
supremo y a la suprema amoralidad, que se opone a la nat uraleza del Est ado aut ént icament e
democrát ico y no puede sino est orbar sus mejores iniciat ivas, es cont rariada const ant ement e
en las naciones democrát icas, sobret odo en lo que concierne a la act ividad int erior o
domest ica del Est ado. Porque, en las naciones democrát icas, la idea fundament al de la just icia,
del derecho y de la prosperidad común, en las que se funda el Est ado mismo, los derechos y
las libert ades en común, en la que se funda el Est ado mismo, los derechos y las libert ades de
las ciudadanos, la const it ución y las inst it uciones libres del cuerpo polít ico, el cont rol ejercido
por las asambleas de represent ant es del pueblo, la presión de la opinión pública, la libert ad de
expresión, la libert ad de enseñanza y la libert ad de prensa por sí mismas harán fracasar esa
perversa t endencia en cuest ión y mant endrán más que bien al Est ado en sus limit es propios y
nat urales” (Pág. 213).

“ En nada subest imo que el t rabajo que inst it uciones int ernacionales como la ant igua sociedad
de naciones o la act ual Organización de las Naciones Unidas han llevado o llevan a cabo para
remediar la sit uación. Pero ese t rabajo no puede llegar a la raíz del mal y siguen siendo
inevit ablement e precario y subsidiario, por el hecho de que t ales inst it uciones son organismos
creados y puest os en funcionamient o por los Est ados Soberanos, de cuyas decisiones solo
pueden t omar not a (Pág. 214).

“ Todo lo que hemos dicho muest ra que los dos principales obst áculos para el est ablecimient o
de la paz duradera son: 1) La llamada soberanía absolut a de los Est ados M odernos; y 2) el
impact o de la int erdependencia económica de t odas las naciones sobre nuest ra present e fase
irracional de evolución polít ica, en la que no hay ninguna organización polít ica mundial que
corresponda a la unificación mat erial del mundo” (Pág. 214 – 215).

“ Est o no bast a. Hay que ir a las raíces; hay que deshacerse del concept o hegeliano o seudo
hegeliano del Est ado – Persona, y persona sobrehumana, y comprender que el Est ado no es
más que una part e (una part e sit uada arriba, pero una part e) y un órgano inst rument al en el
cuerpo polít ico, reconduciendo al Est ado a sus funciones verdaderas, normales y necesarias
como a su dignidad aut ent ica” (Pág. 215).

“ … cuando ni la paz ni la aut osuficiencia pueden ser alcanzadas por los reinos, las naciones o
los Est ados part iculares, est os dejan de ser sociedades perfect as, y es una sociedad más
amplia, definida por su capacidad de alcanzar la aut osuficiencia y la paz – de hecho, pues, en
nuest ra época hist órica, la comunidad int ernacional polít icament e organizada, la que ha de
const it uirse como una sociedad perfect a” (Pág. 218).

“ Sin embargo, la met a final est a clarament e det erminada. Una vez que la sociedad perfect a
requerida por nuest ra era hist órica – a saber, la sociedad polít ica mundial – se haya realizado,
la será exigido en just icia que respet e, en la medida más amplia posible, las libert ades –
esenciales al bien común del pueblo –de esos inapreciables recept áculos de la vida cult ural,
polít ica y moral que son los Est ados de que se hallará compuest a; pero esos Est ados
part iculares habrían de renunciado a su plena aut onomía – mucho más, segurament e, en su
esfera ext erna que en su esfera int erna de act ividad - , y el Est ado M undial deberá disponer,
en los est rict os limit es y equilibradas modalidades propias de una creación de la razón humana
t an complet ament e nueva, de los poderes nat uralment e requeridos por una sociedad
perfect a: el poder legislat ivo, el poder ejecut ivo y el poder judicial, junt o al poder coercit ivo
necesario ara hacer que la ley se aplique.
Diré además que la Const it ución en que serán quizá un día definido los derechos, los deberes y
las est ruct uras gubernament ales de semejant e Est ado M undial no puede ser sino el frut o de
los esfuerzos, de las experiencias y las t ribulaciones comunes a los que la hist oria present e y
fut ura los somet a…” (Pág. 219 – 220).

“ La cuest ión t omada en su int egridad no se refiere simplement e la const it ución de una
Aut oridad M undial. Se refiere a la inst auración de una sociedad polít ica mundial” (Pág. 223).

“ Act ualment e, si se fundase un día una sociedad polít ica mundial, sería por los medios de la
libert ad. Es por los medios de la libert ad por lo que los pueblos de la t ierra verán llevados a
una volunt ad común de vivir junt os. Est e simple enunciado nos hace calibrar la magnit ud de la
revolución moral, de la revolución real propuest a act ualment e a las esperanzas y a las virt udes
de la humanidad, la necesidad de la cual ha acent uado en un libro M ort iner Adler.

Vivir junt os no significa ocupar el mundo lugar en el espacio. No significa t ampoco est ar
somet ido a las mismas condiciones físicas o ext eriores, a las mismas presiones o al mismo
genero de vida; no significa zusammenmarchieren. Vivir junt os significa part icipar como
hombres, no como ganado, es decir, virt ud de una libre acept ación fundament al, en ciert os
procedimient os comunes y en una ciert a t area común” (Pág. 227).

“ Al mismo t iempo podemos comprender que la independencia de las naciones no se pondría


en peligro sino más bien se garant izaría mejor por la creación de una sociedad polít ica
mundial. Los Est ados habrían de renunciar a su privilegio de ser personas soberanas, es decir, a
un privilegio que jamás han t enido. Habrían de renunciar a su plena independencia, es decir, a
algo que ya han perdido. Habrían de abandonar algo que ahora poseen, pero cuyo uso se ha
hecho más perjudicial que provechoso para las naciones, al mundo y a ellos mismos, a saber, la
propiedad que cada uno de ellos t iene de gozar de una independencia que ninguna aut oridad
superior cont rola. Sin embargo, en su int erdependencia mut ua, las naciones que podría llegar
a un grado de independencia real, aunque imperfect a, más elevado que el que poseen, por el
hecho mismo de que su vida polít ica int erior, liberada de la amenazada de la guerra y de la
int erferencia de las naciones rivales, podría en realidad llegar a ser más aut ónoma de lo que es
en el present e” (Pág. 231).

“ En cuant o a la aplicación pract ica, una conclusión se siguen de t odos los precedent es análisis:
a saber, que el t ránsit o a una sociedad polít ica mundial presupone una volunt ad de vivir junt os
desarrollada en t odos los pueblos, y especialment e, en t odos los grandes pueblos del mundo;
t odo esfuerzo por fundar un Est ado M undial en ausencia de est a dat o básico universal, y por
crear así una semi – universalidad que habría que progresivament e ext enderse al t odo, t emo
que peligraría favorecer más a la guerra que la paz” (Pág. 232).

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