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El malestar en la cultura

Autor: Sigmund Freud


Reporte de lectura por:
Jorge Andrés Romero Sanabria
Ingeniería Civil

En las páginas que abordamos del escrito realizado por el intelectual austriaco Sigmund Freud,
“El malestar en la cultura”, (página 1 hasta la 26) se abordan temas que van desde una
“sensación de eternidad” o “sentimiento oceánico” hasta la exposición de algunas maneras o
formas que el autor plantea, las cuales llevan a la búsqueda y encuentro de lo que se supone
sería el fin de nuestra existencia, el cual vendría siendo precisamente encontrar la felicidad.
Veremos también el contraste que suponen la cultura, (muchas veces implantada por la iglesia
y la religión) y los medios instintivos de satisfacer deseos puramente carnales o primarios,
llevados a cabo por impulsos casi animales.

Al principio, se habla de un sentimiento oceánico, el cual parecería tener origen en la religión,


pero a su vez también este generaría a la religión en sí, pues se habla de que este sentimiento
sería la fuente de la energía religiosa. Esta sensación, es producto de una necesidad surgida
por un desarraigo del hombre del seno maternal, ya que este busca un tipo de protección del
mundo exterior, el cual es inminentemente amenazante, por eso la relación con la religión es
porque muchos individuos buscan en Dios, a un padre protector, esto por el desamparo infantil
que siente al salir de su seno inicial y al chocarse con una realidad, llena de dolor, miseria y
sufrimiento.

Estos individuos, regidos por doctrinas que les dictan cómo vivir su vida, para que así una
divina providencia les recompense con parcelas en el cielo, las privaciones y desdichas que
tuvieron en la existencia terrenal, transitan su camino por la vida, buscando felicidad, y para
eso, buscan huidas de la realidad. Sin embargo, lo que en realidad se busca es escapar del
sufrimiento. Según nos plantea el autor, hay tres formas de recibir sufrimiento; el sufrimiento de
nuestro propio cuerpo, condenado a perecer por acciones naturales de vejez o enfermedades;
amenaza del mundo exterior, capaz de aniquilarnos cataclísmicamente con un tsunami,
terremoto o lluvia de meteoros, sin que podamos siquiera poner resistencia a nuestro fin; y el
tercero, las relaciones con otros humanos. Por esto, el hombre considera felicidad, huir de la
desgracia.
Para estas huidas, se consideran varias formas de escape. Es el caso del aislamiento personal
voluntario, el cual es una huida a la amenaza que supone la relación con otros humanos.
También están los narcóticos o drogas, que implican un escape de la realidad, llevando al
cerebro a sentir, valga la redundancia, sensaciones placenteras muy efímeras, pero a la vez
afectando la sensibilidad, a tal punto que se impida percibir estímulos desagradables y
refugiándose en un mundo propio en donde se sientan en mejores condiciones, aunque en
realidad sea una ilusión.
Pero más cercano a la felicidad que estas huidas con drogas o el habitar en una montaña
alejado de la sociedad, es la satisfacción de las pulsiones e instintos, y la saciedad del propio
yo, abocado al placer. Estos impulsos perversos están dominados e inhibidos por ser mal vistos
por la sociedad. Entonces, en algunos casos se produce una paradoja, pues para evitar el
sufrimiento, se recurre al “castramiento” de estas pulsiones de nuestra psique, el desembarazo
de estos instintos, y el reemplazo por satisfacciones de tipo psíquico e intelectual. Pero el grado
de satisfacción, respecto de las llevadas a cabo por los instintos primarios y groseros, es
mucho más tenue y minúsculo. También, porque este tipo de satisfacciones más “nobles” no
están al alcance de todos, por las aptitudes que conlleva componer una sinfonía y un concierto
para piano o pintar al fresco el techo de una capilla en Roma.

También está el ejemplo, donde un colectivo de seguidores fanáticos de alguna doctrina,


buscan la salvación del dolor, enajenando la realidad, como en el caso de la religión, donde
ninguno de sus actores, quienes comparten tal delirio colectivo, pueden admitir que se trata de
eso, delirio y fantasía mitológica.

Otros recurren a la felicidad por contemplación a la belleza y también al amor, como fuente de
felicidad, aun cuando uno de las fuentes más grandes de dolor sea el mismo amor, porque el
sentimiento de desamparo después de la perdida de lo que se ama, es abismalmente penoso.
Sin embargo, y a pesar de lo anterior, nunca queda relegada la opción de buscar la felicidad en
el amor.
Sea cual sea el medio por el cual se busque la felicidad, el ser humano siempre navegará con
errante timón, siempre habrá individuos para los cuales la felicidad sea sentir la brisa del mar
en el rostro, contemplar La noche estrellada de Van Gogh, ejecutar virtuosamente en el piano
la Sonata a la luz de la luna de Beethoven, introducirse drogas por las venas, satisfacer deseos
carnales o suministrar dolor a otros por simple placer. Solo están categorizados, como medios
buenos y malos los ejemplos mencionados, por la cultura y la sociedad y son estos los que
impiden que se lleven a cabo actos que de muchas maneras veríamos como abominaciones.

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