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Ciclo C – Ordinario – Lunes XXXIII 14 de noviembre de 2022

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Las tres dimensiones de la oración de nuestro


Señor
¡Jesús escucha siempre nuestra oración! Una prueba de ello, además de las oraciones personales
que han sido escuchadas, lo tenemos en la Sagrada Escritura, el catecismo lo detalla en el número
2616: “…Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso [cf Mc 1, 40-41], de Jairo [cf
Mc 5, 36], de la cananea [cf Mc 7, 29], del buen ladrón [cf Lc 23, 39-43]), o en silencio (de los portadores del
paralítico [cf Mc 2, 5], de la hemorroisa [cf Mc 5, 28] que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el
perfume de la pecadora [cf Lc 7, 37-38]). La petición apremiante de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros,
Hijo de David!” (Mt 9, 27) o “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 48) ha sido recogida en
la tradición de la Oración a Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”.
Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le
suplica con fe: “Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!”.”

San Agustín nos da tres razones para confiar en la oración hecha hacia Jesucristo al hablar de
las tres dimensiones que tiene la oración del mismo Jesús: “Ora por nosotros como sacerdote
nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro”.

1. Ora por nosotros como sacerdote nuestro


Es decir, ora en favor nuestro, como verdadero sacerdote pontífice, que es “puente” entre Dios y
los hombres, intercediendo ante el Padre por nosotros y nuestras necesidades. Por eso pedimos en
nombre suyo al final de las oraciones litúrgicas cuando decimo “Por Jesucristo Nuestro Señor…”.

2. Ora en nosotros como cabeza nuestra


Porque es quien dirige nuestra oración cuando tenemos su mismo deseo de cumplir la voluntad
del Padre, cuando tenemos sus mismos sentimientos y somos dóciles a su palabra. Más aún
cuando usamos sus mismas palabras, sobre todo en la oración oficial de la iglesia: el rezo de la
liturgia de las horas.

3. A Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro


Porque Cristo es Dios y hombre a la vez, él tiene una naturaleza humana que le permitió nacer y
morir como un hombre, que le permitió reír, llorar y sudar sangre, finalmente ser crucificado y
morir. Pero también tiene una naturaleza divina, porque es la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, el Hijo. Cristo es Dios, lo prueban todos sus milagros, sus palabras y obras como
cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento, coronadas con su resurrección.
Hacia ese único Dios se dirige nuestra oración filial.

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Ciclo C – Ordinario – Lunes XXXIII 14 de noviembre de 2022
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4. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros


Termina diciendo así el comentario de San Agustín: que veamos nuestra oración puesta en sus
labios y su oración puesta en los nuestros. Para ello hay que tener la misma voluntad que tenía Él:
cumplir en todo la voluntad del Padre.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,35-43):


Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo
limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de
mí!». Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «Hijo de
David, ten compasión de mí!». Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le
preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo: «Señor, que recobre la vista». Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te ha salvado». Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios.
Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.
Palabra del Señor

Jesús escucha la oración

2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por Él durante su ministerio, a través de signos
que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada
en palabras (del leproso [cf Mc 1, 40-41], de Jairo [cf Mc 5, 36], de la cananea [cf Mc 7, 29], del buen
ladrón [cf Lc 23, 39-43]), o en silencio (de los portadores del paralítico [cf Mc 2, 5], de la hemorroisa
[cf Mc 5, 28] que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora [cf Lc 7, 37-
38]). La petición apremiante de los ciegos: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!” (Mt 9, 27) o
“¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!” (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la
Oración a Jesús: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Sanando
enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con
fe: “Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!”.

San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: Orat pro
nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster.
Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis (“Ora por nosotros como sacerdote
nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro.
Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros”) (Enarratio in Psalmum
85, 1; cf Institución general de la Liturgia de las Horas, 7).

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