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ESCUELA DIOCESANA DE MÚSICA LITÚRGICA - DIMENSIÓN DE CANTO Y MÚSICA PARA LAS

CELEBRACIONES LITÚRGICAS EN LA ARQUIDIÓCESIS DE PUEBLA


31 poniente # 2317-A, Col. Benito Juárez. Puebla, Pue. CP. 72410 Tel. 222 211 3237

Curso virtual
LOS CANTOS DE LA MISA - 2022
Principios teológicos, pastorales y normativos del canto de la Celebración Eucarística

TEMA III. EL SEÑOR, TEN PIEDAD

Objetivo: En el curso de esta unidad, el/la alumno(a) apreciará los principios teológicos y litúrgicos que dan
fundamento al canto del Señor, ten piedad, para traducirlos en una adecuada selección y ejecución musical
de este.

1. Principios: «DIOS DE TERNURA, RICO EN MISERICORDIA» Ex 34, 6

Partimos ya desde el inicio afirmando que: el Señor, ten piedad no es un rito penitencial, sino que se trata
de un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia. Así lo afirma la Instrucción General
del Misal Romano en su número 52.

Aclamar
La palabra aclamar viene del latín acclamare, compuesta del prefijo ad (hacia) y del verbo clamare
(clamar, llamar). Entendemos que, como en otros casos semejantes, es el prefijo ad el que le determina una
determinada direccionalidad a este verbo, un hacia ti nos dirigimos. Lo que implica la clara visión del sujeto
hacia el que levantamos nuestra voz.
Aunque en el origen de la palabra esta tenia una doble acepción, tanto de aprobación como también de
protesta, ha sido solamente bajo la primera de estas que se hemos adoptado el término aclamación, como un
grito de aprobación o de saludo a un determinado sujeto.
Otros casos interesantes en los que se le antepone un prefijo al verbo clamare son, por ejemplo: Exclamar,
exteriorizar en palabras lo que se tiene dentro; Declamar, hablar hacia y para el público, de arriba abajo;
Proclamar, decir algo delante de la gente; Reclamar, un decir algo repetida o insistentemente.

Misericordia
Etimológicamente, la palabra misericordia tiene su origen en el latín, formada de miser (miserable), cor,
cordis, (corazón, “sede de los sentimientos”) y el sufijo ia (“cualidad”). Así, podríamos traducirla como la
cualidad de sentir, de reconocer, la miseria de otro. Se entiende así, que este término conlleva implícitamente
a reconocer la inferioridad del que pide este reconocimiento, ante la superioridad de aquel al que se le pide
este reconocimiento: “mira que ante ti soy miserable”.

…un Dios de ternura, rico en misericordia…


El pueblo de Dios ha elegido este término, misericordia, para señalar un aspecto inherente al ser perfecto
de Dios, que se ha revelado a sí mismo como un Dios de ternura, rico en misericordia. Él mismo nos lo ha
comunicado desde el inicio de la revelación:

El Señor pasó ante Moisés exclamando: «El Señor, es un Dios de ternura, rico en
misericordia, que conserva su amor hasta la milésima generación, que perdona culpas,
delitos y pecados». (Ex 34, 6-7)

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Así, este aspecto del ser perfecto de Dios, por el cual nos otorga el amoroso reconocimiento de lo imperfecto
de nuestro corazón, le ha movido a tomar la iniciativa de mantenerse siempre cercano al hombre, ese Dios-
misericordia que, en virtud de la alianza, protege a su pueblo con bondad, misericordia y fidelidad:

«Aquel día haré una alianza en su favor… haré que duerman seguros. Me desposaré
contigo para siempre, en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura, me
desposaré contigo en fidelidad y conocerás al Señor». (Os 20-22)

Así, el Padre celestial, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad,
manifestó su misericordia en plenitud al reconciliar consigo al mundo en Cristo; poniendo en paz, por la
sangre de la cruz, a todas las creaturas del cielo y de la tierra:

«Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha
comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de
Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. » (2 Cor 5, 17-19)

Es a Cristo a quién, en este reconocimiento de “superioridad”, le siguen los pobres, “los inferiores”, del
evangelio con su insistente súplica de misericordia, como estribillo de esperanza, como una letanía de la
miseria humana, ante el que es la misericordia:

Será el grito de los dos ciegos pidiendo luz:


Cuando Jesús salía de allí, dos ciegos lo seguían gritando: «Ten compasión de
nosotros, hijo de David». (Mt 9,27)

La imploración del ciego Bartimeo:


Un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino
pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David,
Jesús, ten compasión de mí». (Mc 10, 46-47)

Es la oración audaz de la mujer cananea:


Jesús salió y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea,
saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor
Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». (Mt 21-22)

Lo anterior nos lleva a asimilar que aclamar al Señor y pedir su misericordia consiste sobre todo en
reconocer que Cristo, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, ha transformado
aquella esperanzada súplica de misericordia en una confiada aclamación a la misericordia de Dios (su
perfecta capacidad de sentir, de reconocer, nuestra imperfección), plenamente manifestada en él.

Él, que conoce nuestra debilidad y quiere ayudarnos; por eso «está sentado a la
derecha del Padre para interceder por nosotros».

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2. NORMATIVA: IGMR 52

Es importante recordar, como nos lo dice el número 46 de la Instrucción, que el Señor, ten piedad forma
parte de los ritos iniciales que tienen el carácter de exordio, introducción y preparación; y cuya finalidad es
hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad, se dispongan a oír como conviene la Palabra de
Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

46. Los ritos que preceden a la liturgia de la Palabra, es decir, el canto de entrada, el
saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el
carácter de exordio, introducción y preparación.
La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad, y
se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la
Eucaristía.

Así, una vez terminado el canto de entrada que acompaña la procesión de ingreso, hecha la señal de la cruz
y efectuado el saludado cristiano, nos disponemos al Acto penitencial que, como señala el número 51, consta
de tres partes: la invitación del sacerdote a reconocernos pecadores, la fórmula de la confesión general elegida,
y, la que aun en el documento se le llama absolución, pero que hoy se interpreta mejor como la conclusión
(por la misma acotación que se ha añadido a este número que nos recuerda que esta carece de la eficacia
propia del sacramento de la Confesión).

Acto penitencial
51. Después el sacerdote invita al acto penitencial, que, tras un breve momento de
silencio, realiza toda la comunidad con la fórmula de la confesión general y se termina
con la absolución del sacerdote, la cual, sin embargo, carece de la eficacia propia del
sacramento de la Penitencia.
El domingo, sobre todo en el Tiempo Pascual, en lugar del acto penitencial acostumbrado,
puede hacerse la bendición y la aspersión del agua en memoria del Bautismo.

El número 52, es el propiamente dedicado al Señor, ten piedad, del que dice: se hace siempre después del
Acto penitencial, a menos de que ya haya formado parte de este, como sucede en la tercera fórmula de la
confesión general. También aquí se señala, como lo veíamos desde el principio, se trata de un canto
comunitario con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia. Recuerda que es aconsejable se
haga por lo menos dos veces cada aclamación. Y finalmente, en cuanto a la tercera fórmula de la absolución
general, en la que el Señor, ten piedad pasa a ser parte de esta, a cada aclamación se le antepone un “tropo”
texto en sentido figurado.

Señor, ten piedad


52. Después del acto penitencial se dice siempre el Señor, ten piedad, a no ser que éste
haya formado ya parte del mismo acto penitencial. Siendo un canto con el que los fieles
aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo todos, es decir,
tomarán parte en él el pueblo y el coro o un cantor.
Cada una de estas aclamaciones se repite, normalmente, dos veces, pero también cabe un
mayor número de veces, según el modo de ser de cada lengua o las exigencias del arte
musical o de las circunstancias.

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Cuando se canta el Señor, ten piedad como parte del acto penitencial, a cada una de las
aclamaciones se le antepone un “tropo”.

Resulta interesante, con respecto no sólo al Señor, ten piedad sino a todos los cantos del ordinario (Señor,
ten piedad, Gloria, Credo, Santo, Cordero de Dios), lo que señala el número 366: no se pueden sustituir con
otros cantos, es decir, debemos respeto a estos textos en su integridad.

366. Los cantos establecidos en el Ordinario de la Misa, por ejemplo, el Cordero de


Dios, no se pueden sustituir con otros cantos.

Desde lo anterior, creo que estamos ya en condiciones de responder la insistente pregunta: ¿Señor, ten
piedad o Señor, ten piedad de nosotros? Sin embargo, nuestra respuesta no debería ser determinativa
únicamente desde las normas sino, sobre todo, deberíamos lograr una respuesta adaptada a la realidad y
posibilidades de nuestras asambleas litúrgicas y siempre desde los principios teológicos, normativos y
pastorales que al respecto estamos reflexionando: El Señor, ten piedad: es un canto con el que los fieles
aclaman al Señor y piden su misericordia.

Es decir, se trata en principio de un canto, una aclamación dirigida al Señor, al Cristo, al Señor de señores;
continuamos reconociendo su presencia amorosa, bondadosa, en medio de nosotros, le saludamos;
respondemos así a la invitación que Dios nos ha hecho a unirnos a Cristo, y en Cristo a todos los hermanos.
Y, al mismo tiempo, pedimos su misericordia, nos situamos en nuestra realidad de imperfectos, de pecadores,
de inferiores ante su inmensa bondad, ante su inmenso amor.

El añadir a esta fórmula el “de nosotros”, sin duda tiene algunas consecuencias: En principio reduce un
poco a la Asamblea litúrgica, manifestación más plena de la Iglesia, a un “nosotros”, los que estamos aquí, los
que nos encontramos aquí; y también es motivo de desequilibrio entre nuestro reconocimiento de la perfección
del Dios-misericordia y su reconocimiento de nuestra imperfección, cargando un poco la balanza a nuestro
favor, robándonos algo del protagonismo de la Celebración litúrgica, que debe ser siempre acción de Cristo y
de su Cuerpo.

Pastoralmente, los cantos que no responden en totalidad a estos principios, tendríamos que ser capaces de
intervenirlos según el proceso de inculturación ya sugerido: asumirlos, purificarlos y entonces decidir.
Teniendo en cuenta que, aunque pareciera que el añadido del “de nosotros” es algo de gravedad, bien podría
resultar favorable, pastoralmente, para algunas celebraciones. Por, ejemplo: en el Tiempo de Cuaresma,
tiempo en el que es más importante lo que Dios quiere hacer por nosotros que lo nosotros podamos hacer
por él, se sugiere se resalte más el carácter penitencial, para lo cual podríamos hacer uso en este momento de
la Celebración del añadido “de nosotros” con este fin pastoral. Otro caso sería el de las Celebraciones feriales,
en las que hemos dicho podríamos permitirnos una menor observancia de estos principios siempre que sea
con un fin verdaderamente pastoral y no sólo por descuido o comodidad.

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3. LAS TRES FORMULAS DE LA CONFESIÓN GENERAL EL ORDO MISSAE

Puesto que es una posibilidad que el Señor, ten piedad se haga como parte del Acto penitencial (cuando se
usa la tercera fórmula de la confesión general), nos interesa ahora conocer el uso de las tres dichas fórmulas
según lo señala el Ordo Missae:

Acto penitencial
A continuación se hace el acto penitencial, al que el sacerdote invita a los fieles, diciendo:
1. Hermanos: 5. Jesucristo, el justo, intercede por nosotros
para celebrar dignamente estos sagrados misterios y nos reconcilia con el Padre.
reconozcamos nuestros pecados. Abramos, pues, nuestro espíritu
O bien: al arrepentimiento,
2. El Señor Jesús, para acercarnos a la mesa del Señor.
que nos invita a la mesa de O bien:
la Palabra y de la Eucaristía, 6. El Señor ha dicho:
nos llama ahora a la conversión. El que esté sin pecado, que tire la primera piedra
Reconozcamos, pues, que somos pecadores Reconociendo con humildad
e invoquemos con esperanza que somos pecadores,
la misericordia de Dios. pidamos a Dios, desde lo más íntimo
O bien: de nuestro corazón,
3. Al comenzar esta celebración eucarística, que nos perdone.
pidamos a Dios que nos conceda O bien:
la conversión de nuestros corazones; 7. Reconociendo con humildad
así obtendremos la reconciliación que somos pecadores,
y se acrecentará nuestra comunión pidamos perdón a Dios de todo corazón.
con Dios y con nuestros hermanos. O bien,
O bien: pero sólo en los domingos y durante la octava de Pascua:
4. Humildes y penitentes, 8. En el día en que celebramos
como el publicano en el templo, la victoria de Cristo sobre el pecado
acerquémonos al Dios justo, y sobre la muerte,
y pidámosle que tenga piedad de nosotros, reconozcamos que estamos necesitados
ya que también nosotros reconocemos de la misericordia del Padre
que somos pecadores. para morir al pecado
O bien: y resucitar a la vida nueva.

El domingo, especialmente en el Tiempo Pascual, en lugar del acto penitencial habitual, en algunas ocasiones puede hacerse la
bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo, corno aparece en el Apéndice III.

FÓRMULA I
Se hace una breve pausa en silencio. Después, todos dicen en común la fórmula de la confesión general:
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante ustedes, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Y, golpeándose el pecho, dicen:
Por mi culpa, por mi culpa, por mí gran culpa.
Luego, prosiguen:
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
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y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mí ante Dios,
nuestro Señor.
Sigue la absolución del sacerdote:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.

FÓRMULA II
Se hace una breve pausa en silencio. Después, el sacerdote dice:
Señor, ten misericordia de nosotros.
El pueblo responde:
Porque hemos pecado contra ti.
El sacerdote prosigue:
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
El pueblo responde:
Y danos tu salvación.
Sigue la absolución del sacerdote:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.

FÓRMULA III
Se hace una breve pausa en silencio. Después el sacerdote o el diácono, u otro ministro, empleando estas u otras invocaciones, con
el Señor, ten piedad (Kyrie, eléison), dice:
Tú que has sido enviado para sanar a los contritos de corazón: Señor, ten piedad.
El pueblo responde:
Señor, ten piedad.
El sacerdote:
Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten piedad.
El pueblo:
Cristo, ten piedad.
El sacerdote:
Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad.
El pueblo:
Señor, ten piedad.
Sigue la absolución del sacerdote:
Dios todopoderoso
tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados
y nos lleve a la vida eterna.
El pueblo responde:
Amén.
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