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Para que el arado abra el surco que recibirá la semilla que germina y fructifica
es necesario que éste penetre profundo en la tierra, abriendo como una incisión
dolorosa y punzante. El labrador que, estación tras estación, realiza esta tarea,
sabe lo que eso significa: a menos que con todo su peso se apoye sobre el arado,
la tierra no se abrirá y todo su esfuerzo será inútil. De igual manera, las
adversidades, las contrariedades que nuestras vidas tienen que afrontar, son para
nuestra alma como el arado que se hunde profundamente y el surco que ellas
dejan es el que nos dará fortaleza para que nuestro carácter cristiano florezca en
conformidad con las circunstancias en que nos toca vivir. Así podremos hacer
que nuestra vida a pesar de su cuota de dolor y tristeza, sea atractiva para
quienes nos rodean.
Oramos...
“Que se haga tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo”.
(Mat. 6:10. V. P.).
No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo. (Juan. 14:27).
No tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración. (Luc. 1:13. V.P.).
He aprendido a estar contento con lo que tengo. Sé lo que es vivir en
pobreza y sé lo que es tener abundancia. He aprendido a hacer frente a
cualquier situación, ya sea estar lleno, o tener hambre, tener de sobra o no
tener nada. Puedo hacer frente a todo, pues Cristo es el que me da
fuerzas. (Fil. 4:11-13. V.P.).
Si hemos de ser felices, no debemos ligar nuestras vidas a las cosas. (Lofton
Hudson).
Todas las cosas ayudan a bien de los que aman a Dios (Rom. 8:28).
Hay uno solo que puede darnos la felicidad. Él está esperando alegrar nuestras vidas en vez de
apenarlas, sosegarlas en vez de atormentarlas, humillarlas en vez de enorgullecerlas. Venid a Él ahora,
llamadlo en oración, y Él os ayudará. (Lofton Hudson, “La Religión de una mente sana”).