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FACULTAD DE PSICOLOGÍA
A pesar de que existe un consenso sobre el hecho de que los hombres deben
cesar de minimizar o negar su comportamiento violento para convertirse en
individuos responsables y compañeros no-peligrosos, nadie se pone de
acuerdo en cuanto a la causa o causas de la violencia masculina, ni sobre el
papel del hombre como instigador de esa violencia y las razones que originan
una reticencia a aceptar la responsabilidad de su comportamiento violento.
La controversia se refiere a las divergencias de opinión en cuanto al estado de
salud mental de los protagonistas de la violencia, las intenciones escondidas
atrás de los comportamientos humanos y la responsabilidad personal del
individuo frente a sus actos.
Las dimensiones clínicas y socio-políticas de la violencia que confluyen en el
fenómeno de violencia familiar originaron un movimiento político en búsqueda
de una práctica clínica y una escuela terapéutica que intenta comprender este
problema familiar recientemente puesto en evidencia.
Cuando los actos de violencia se sitúan al interior de las relaciones íntimas o
personales, las interpretaciones de las causas y de los motivos de estos
abusos parecen variar considerablemente; teniendo implicaciones importantes
para la intervención requerida dado que ella depende de la forma como el
problema ha sido definido.
La atención acordada recientemente a los programas para hombres puede
igualmente tornar más difícil la obtención de servicios de apoyo necesarios
para las mujeres, dado que la prioridad concedida a su situación disminuye en
función de la importancia otorgada a los hombres violentos en el dominio social
de la intervención en presencia de violencia conyugal.
Los estudios han demostrado que las víctimas de relaciones abusivas son
consideradas como responsables de su estatuto de víctima, que los abusos no
son juzgados como algo tan grave y que apenas se merecen un poco de
simpatía y asistencia.
Hoy mismo, numerosos especialistas persisten en afirmar que por razones de
orden biológico, los hombres están más pre-dispuestos a la violencia que las
mujeres. Aparecen así, en larga escala víctimas a la merced de sus propias
características genéticas o biológicas. Toda estrategia de intervención va
entonces a tener en cuenta esta situación y esforzarse afín de proporcionarles
los medios de rebasar o controlar esas tendencias violentas; por lo tanto
dudaremos en censurar a los agresores una conducta esencialmente expresiva
que, de toda evidencia, escapa parcialmente a su control.
Para muchos terapeutas contemporáneos, el individuo violento se enfrenta con
un ego perturbado, una baja estima de sí mismo y necesidades narcisistas
(tales como una sobredependencia emotiva). Esta situación explica porque
reaccionan tan excesivamente a las amenazas reales o imaginadas. Tal
comportamiento, se afirma, se convierte a menudo en agresión pues, en este
proceso un individuo disminuye al otro recurriendo a la violencia.
Con el tiempo se ha vuelto a cuestionar el determinismo del pensamiento
psicoterapeútico en lo que se refiere a la violencia. Las criticas destacan que a
los factores biológicos y psíquicos se juntan la naturaleza de la provocación y
las circunstancias apremiantes particulares que pueden también influenciar la
reacción del individuo
Recientes consideraciones sobre "la agresión aprendida" y las tensiones
asociadas al papel que la sociedad impone a los hombres conducen a
explicaciones contradictorias y recomendaciones divergentes en cuanto a
saber quién es responsable de la violencia conyugal y cuáles son los remedios
más eficaces.
Incluso en el marco de los programas destinados a los hombres violentos en
donde se induce a los clientes a aceptar sus sentimientos de culpabilidad frente
al comportamiento recriminable, la idea de que un individuo pueda perder el
control en determinadas circunstancias afectivas graves todavía persiste.
Según una perspectiva sociocultural, la violencia conyugal es enfocada en el
marco de las desigualdades sociales estructurales de las actitudes y de las
normas culturales. Observamos que las relaciones conyugales eran
particularmente sensibles al mínimo antagonismo y que un contrato de
matrimonio era frecuentemente como un "pasaporte para la violencia". La
construcción de familias jerárquicas y nucleares es, además, propicia para la
utilización de la fuerza en las relaciones de superioridad y de inferioridad que
ahí se ejercen.