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La pictografía en

Teotihuacan
J o r g e A n g u l o V .*

Búho. Mural 6 del pórtico 25 de Tetitla. Zona arqueológica de Teotihuacan.

Más allá de resultar espléndidas representaciones artísticas, los


murales de Teotihuacan constituyen un lenguaje plástico cuyo
contenido genera múltiples lecturas -muchas de ellas aún no
descifradas para nosotros. Esta escritura pictográfica, o prealfabética,
describe acontecimientos, relatos, pasajes históricos o hechos míticos.
Muchas escenas y numerosos diseños encuentran sus claves profundas en
la combinación de colores, el tipo de emblema y el espacio donde se
encuentran situados. La pintura prehispánica se desenvuelve en el
ambiguo reino de la metáfora, donde la representación realista
se entrelaza con la simbólica o abstracta.
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o hay duda de que la ciudad teotihuacana es uno de utilizar símbolos o glifos silábicos dentro la escritura fonética
los sitios arqueológicos que reúne mayores mues­ o alfabética llamada rebus. Es obvio que la escritura no fue una
tras del amplio desarrollo cultural alcanzado du­ invención repentina sino parte de un largo proceso de sistema­
rante el periodo Clásico. Su alcance tecnológico y tización gráfica, a través de la repetición y simplificación de
socioeconómico, así como su prestigio político-religioso, que­ los símbolos y signos más usados, situados en los espacios más
daron de manifiesto en su predominio sobre otros centros con­ adecuados. En esta escritura, se debe conocer el sonido de los
temporáneos y en la influencia estilística que trascendió a los símbolos o letras para leer y comprender el texto escrito. En
grupos subsecuentes. Pruebas contundentes de ese desarrollo cambio, la lectura pictográfica debe decodificar los símbolos,
se evidencian en la simplicidad geométrica de su traza urbana emblemas y demás elementos iconográficos que aparecen en
ortogonal, en su arquitectura monumental y residencial, así las escenas de muros, vasijas y bajorrelieves, para captar la
como en los miles de objetos e implementos ceremoniales, do­ esencia del mensaje representado en imágenes -pintadas, es­
mésticos y ornamentales -con especial énfasis en su pintura culpidas o empotradas en la arquitectura.
mural. Mucho han dicho otros
autores sobre el estilo, compo­ El po d er de la m etá fo r a
sición, colores y demás técnicas
en los murales; sin embargo, Las escenas o emblemas plas­
aquí debemos señalar que su ex­ mados en muros, vasijas, re­
presión pictórica es plana, en lieves o en la escultura, eran
cuanto al color, y la fomia care­ elementos culturales cuyo sig­
ce de perspectiva, es decir, de la nificado simbólico lo adquirían
ilusión visual -derivada del iso­ al momento de ser pintados o ta­
mètrico- que le da un aspecto llados, para que absorbieran la
tridimensional al objeto. En fuerza, el poder y la función con­
cambio, en la pintura teotihua­ tenida en el icono o la imagen
cana la dimensión y el espacio que era encarnada en los emble­
son más congruentes y sinceros mas o escenas representativas.
con respecto a la limitación pla­ Si se considera que la pintu­
na y bidimensional en que está ra mural teotihuacana -a l igual
plasmada; sin que haya engaño que la expresión pictórica en
óptico, se da la sensación de dis­ todo el mundo- es el testimonio
tancia a las figuras de un mismo tamaño gracias a la posición de un desarrollo cultural que refleja los diferentes aspectos de
que ocupan en el plano vertical: las figuras colocadas a mayor la vida de los pueblos -incluyendo la ecología, la economía
altura, se asocian a una mayor distancia, mientras que aquellas y la organización social, política o religiosa-, se puede señalar
que se desean más cercanas al observador, se colocan en la par­ que en el orden pictórico también hay claros datos que mues­
te baja de la escena pictórica. tran formas de pensamiento, filosofía y creencias mítico-reli-
giosas de cada sociedad plasmadas en metáforas; independien­
El l e g u a j e p l á s t ic o : a r t e y m e m o r ia temente de que el diseño sea realista (figurativo) o simbólico
(abstracto), la comprensión del mensaje pictórico ha dependi­
Algunos investigadores consideran a la pintura teotihuacana do del grado de interacción que el observador tenga con la ico­
como una mera expresión artística; niegan, así, la posibilidad nografía teotihuacana -o con la pintura abstracta, en el ámbito
de verla como una muestra de la escritura pictográfica o glifo- moderno. Sin embargo, en la iconografía prehispánica existe
simbólica que describe acontecimientos, relatos, pasajes y he­ una serie de diseños no identificados, o asociados a elementos
chos históricos o míticos, sucesos que han cristalizado la his­ representativos, que no ha podido descifrarse -aunque para los
toria de los pueblos, desde que éstos empezaron a utilizar el teotihuacanos fueran mensajes claros y precisos-, ya que esta­
sistema de escritura prealfabética. Es decir, una memoria vi­ ban relacionados con una cosmovisión diferente a la de los in­
sual para que la antigua tradición oral continuara siendo trans­ dividuos del mundo occidental a finales del siglo xx. Aquí debe
mitida a las siguientes generaciones. En el mensaje gráfico-pic­ enfatizarse que el lenguaje pictórico de los artistas teotihuaca­
tórico se usan imágenes visuales fácilmente identificables, nos conlleva la carga de conceptos mítico-religiosos que regían
llamadas pictogramas. Sin embargo, al querer expresar ideas o su vida diaria, pues la suya no era una religión que sólo se prac­
conceptos abstractos no asociados a representaciones realistas, ticaba los domingos por la mañana, sino la manifestación de
tuvieron que inventarse ideogramas o símbolos y signos con una profunda espiritualidad que honraba a sus deidades en cada
diseños no convencionales, pero con significados claros y de­ momento del día.
terminados. El paso siguiente en la evolución de la escritura, Con estas premisas en mente, aquí se intentan algunas lec­
lo dieron diversos pueblos en la prehistoria de la humanidad al* turas de pictogramas y escenas, cuyas analogías pictóricas son
abstracciones derivadas de imágenes realistas y símbolos o sig­
*Arqueólogo por la en a h . Miembro del Seminario de Pintura Mural Prehis­ nos convencionales procedentes de Teotihuacan, así como de
pánica en México del HE, u n a m . las culturas anteriores, contemporáneas y posteriores.

La pictografía en T eotihuacan / 25
L ectura del m ural Tlalocan

En el extremo inferior izquierdo del mural llamado Tlalocan,


la figura de una rana-caracol (alegorías evidentes del agua) se
encuentra al centro de un afluente -representado por varios cír­
culos concéntricos- donde nadan peces y flotan plantas acuá­
ticas. De la boca de la rana-caracol brota un torrente de agua
limpia y cristalina (simbolizada por ojos o burbujas), donde
hay peces y otras plantas semejantes a la esponja y el hidro-
cotyle, asociado a las representaciones de manantiales, cana­
les de riego, así como a Tláloc, deidad de las aguas. Este to­
rrente irriga un emparrillado de canales y parcelas para cultivo,
alternando su orientación de 90s en cada sector. En una gran
extensión del conexo pueblo de San Juan, surgen numerosos
manantiales que van a formar el caudal que recorre una vasta
zona de cultivo; los canales se distribuyen precisamente en sen­
tidos divergentes para que, al demorar el flujo del agua, se pro­
picie su absorción al terreno, el cual queda en condiciones de
producir entre dos y tres cosechas anuales.
En el mural, sobre el borde superior de la representación del
Río de los Manantiales, crecen tres plantas de maíz con ma­
zorcas de grano azul, junto a otros árboles y arbustos. En la mis­
ma Tepantitla (junto al Tlalocan), otro fragmento de mural
muestra una planta de maíz en la que se enredan las guías tre­
padoras del frijol (Phaseolus) mostrando el antiguo hábito de
Esquina inferior izquierda del Tlalucan. Murales de Tepantitla. Zona sembrar simultáneamente ambas plantas. Esta práctica, rege­
arqueológica de Teotihuacan. nerativa de nutrientes para la tierra, todavía se realiza.

Representación de terrenos irrigados y una guía de calabaza. Mural 6 de Tepantitla. Zona arqueológica de Teotihuacan.

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La f l o r d e c a l a b a z a y l a p a l a b r a f l o r id a

Dentro del mismo edificio, en otra sección con restos de pintu­


ra mural -donde se repite la escena del río que irriga los cam­
pos (o los drena, si están inundados)-, se representa una planta
de calabaza (Cucúrbita moschatd), otro de los alimentos bási­
cos en la dieta prehispánica, cuyos primeros restos arqueoló­
gicos datan de la fase Coxcatlán (4800-3400 a.C.), según la ex­
ploración de McNeish en el Valle de Tehuacán, Puebla. Los
relieves del Preclásico Medio de Chalcatzingo muestran dos
fases del desarrollo de la calabaza y la tercera fase de su flora­
ción, fácilmente identificable por la forma de sus hojas, su fru­
to y su característica flor triangular.
La esquemática representación de la flor de calabaza es muy
frecuente en la pintura teotihuacana, donde se encuentra aso­
ciada a los ritos de fertilidad, aun cuando le atribuyan, erró­
neamente, el nombre de “Flor de Lys” por el parecido entre am­
bas representaciones. Esa clásica figura de la flor de calabaza
aparece en la pintura interior del tablero-basamento del Tem­
plo de los Caracoles Emplumados, donde diversas aves (peri­
cos) vierten un torrente del líquido fertilizador sobre la flor y
su incipiente fruto alimenticio.
Por supuesto que no en todas las áreas circunvecinas a la
gran ciudad teotihuacana había manantiales ni ríos aprovecha­
bles para la irrigación; sin embargo, en tal caso no era difícil
realizar el cultivo de temporal aplicando el sistema de roza, co­ Reiieve que representa una calabaza. Zona arqueológica de
nocido como “tumba y quema”, en el cual se cortan los arbus- Chalcatzingo.

Ave en el Mural 4, Subestructura 2, del Templo de los Jaguares. Zona arqueológica de Teotihuacan.

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Sacerdote. Mural 2 del Cuarto 2 de Tepantitla. Zona arqueológica de Tentihuacan.

tos y queman los campos cubiertos de matorrales y pastizales ritual, que se elevaba a los dioses de la fertilidad durante las ce­
que crecen en el campo inculto, para que las cenizas abonen el remonias de la siembra.
suelo, que es sembrado y regado sólo por las lluvias. Complementa la escena una campiña cubierta de pastizales,
Este tradicional sistema de cultivo, que continúa hasta nues­ que en el centro tiene el diseño de dos manos tendidas hacia
tros días, fue representado arriba, de las que salen
cuatro volutas que sim­
bolizan fuego; es decir,
se representa el acto de
quemar los matorrales pa­
ra el cultivo de roza. La
identificación del pasti­
zal, popularmente llama­
procesión de “sacerdotes do “pasto del carbonero”,
fue hecha en 1964 (y pu­
minan por los campos de blicada en 1972), cuando se
cultivo con un bolso de se­ comparó este diseño, localiza­
millas que desperdigan a su do en los espacios entre figuras
paso. De la boca de un ele­ del mural Tlalocan, con el em­
gante sacerdote, que porta toca- Vasija de Aljoj uca, Puebla blema malinalli reproducido en el Có­
do de plumas, capa y adorno en la es­ dice Badiano (Lámina 8) y con la foto­
palda, sale una voluta ornamentada con flores para indicar que grafía de estos pastizales, que abundan en los llanos de
se trata de la “palabra florida”, una oración cantada, o tonada Teotihuacan y de Topilejo, en el actual Estado de México. 53

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Sacerdote, Patio Blanco, Atetelco. Zona arqueológica de Teotlhuacan.

Para leer más... chinampas y el manejo del recurso agrícola-hidráulico”, en Teotihuacan 1980­
1982. Nuevas interpretaciones, inah (Colección Científica), México, 1991,
A ngulo V , Jorge, “Reconstrucción etnográfica a través de la pintura”, en pp. 345-375.
Teotihuacan. XI Mesa Redonda, Sociedad Mexicana de Antropología, Méxi­ M c N eish , Richard, S .,“ Ancient mesoamerican civilization”, en Science, núm.
co, 1972. 143, aada, 1964, pp. 531-537.
E m m art , E .\\r Badianas Manuscript (CodexBarberini ), Johns Hopkins Press, Seler , Edward, “Die Teotihuacan Kultur des Hochlands von Mexico", en Ge-
Baltimore, 1944. sammelts Abhandlungen zur Americanischen Sprach und Altertumskunde, vol.
G onzález Q ulntero , Lauro y Jesús Sánchez Sánchez, “Sobre la existencia de V . Berlin, 1915, pp. 405-585.

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