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INSTITUTO SUPERIOR DE FORMACIÓN DOCENTE ARTÍSTICA Nº 805

Unidad Curricular: Sujetos del Aprendizaje II

Algunas respuestas del mundo adulto frente al mundo de los jóvenes.

Pablo Urresti
Tradicionalmente el mundo adulto ha generado una visión despectiva y temerosa del
mundo y la cultura juvenil. Por más que se diga en la actualidad que el modelo adolescente triunfa como
norma estética, hay que ser prudente con estas consideraciones. El mundo de los jóvenes ha aparecido
en general como algo mal visto, carente de valor, superficial, pasajero, producto de un estadío de
inmadurez que tarde o temprano habría de superarse.
Todo ese culto de la belleza juvenil, de la despreocupación irresponsable como modelo de vida, es una
idealización de los valores de una clase, la dominante, que a través de una estética extiende y universaliza
como legítimos, como dignos objetos del amor, lo que son sus condiciones objetivas de vida. El modelo de
belleza adolescente que se universaliza es el de las modelos, el desapego frente a las necesidades
del mundo productivo es la posibilidad de la que gozan los jóvenes de sectores medios y altos, la
lozanía y salud del cuerpo, sus características atléticas, son la media de grupos sumamente nuestra
sociedad que disponen del tiempo libre y el acceso a los recursos y las técnicas necesarias para lograrlo.
Que eso sea valorizado y pretendidamente extendido es una estrategia propagandística de la publicidad
que especula con los deseos inconscientes de la población y encuentra en ellos un terreno fértil para
vehiculizar con mayor eficacia el pregón de las mercancías. Sin embargo, por fuera de esto, todo lo que
aparece como propio del mundo joven, y mucho más aún cuando contradice ciertos valores básicos del
mundo de los adultos, se tiñe rápidamente de sospecha, se coloca bajo un cono de sombras y se excluye
sistemáticamente de la esfera de lo público, salvo en el caso de la violencia y las crónicas policiales.
Los jóvenes en general aparecen ocupando el lugar de lo peligroso y del riesgo, tanto para los otros como
para ellos mismos. La visión que la sociedad adulta tiene de los jóvenes es en última instancia la de la
amenaza.
La causa de esto tal vez radique en que para la lógica de los medios masivos de comunicación, sólo
puede ser noticia aquello que llama la atención, lo extraordinario, y más aún si tiene ribetes
de espectáculo. Mucho de lo que rodea a los jóvenes, aunque no agote su experiencia es lo que suele
sobreexponerse en los medios, la parte negativa, demonizada, que se desvía de la normalidad, normalidad
que no es tanto la de los jóvenes como la del mundo que los adultos proyectan y en el
que se supone que habrán de funcionar los jóvenes. En ese contexto de aparición las imágenes no pueden
ser otra cosa que negativas. En términos de imaginario, el mundo de los jóvenes, por los jóvenes y para
ellos, cuando se traduce a la experiencia de los adultos aparece como extraño,
incomprensible, superficial, violento, amenazador, riesgoso, falto de objetivos, errabundo. Esto es lo que
hace que, inconscientemente pero de forma sistemática, el mundo adulto esté organizando defensas y
prevenciones para contrarrestar el efecto de esa más que virtual amenaza.

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A lo largo de las últimas décadas se han ido dando cambios en la visión de los jóvenes por parte de la
sociedad. Esa visión no siempre se detuvo sobre los mismos tópicos, ni le atribuyó las
mismas características. La figura del joven ha ido cambiando, según los ánimos dominantes en
las distintas coyunturas. No es inusual que el lugar del joven haya sido, en numerosas ocasiones, idealizado,
rodeado de valores altamente positivos: se elogió su capacidad de innovar, de resistir a las imposturas,
su franqueza frente a las convenciones, su capacidad de sobreponerse a los prejuicios imperantes, su
lucha por la libertad. Ahora cabría preguntarse si no serían estas virtudes, más que algo propio del ser
joven, una proyección invertida por parte de los adultos visiblemente descontentos con el mundo que
les tocaba enfrentar. Lo cierto es que estas virtudes siempre aparecieron idealizadas en los
discursos menos críticos, en los productos culturales destinados al consumo masivo, en los
cuales funcionaban como verdaderas vacunas, es decir, pequeñas incorporaciones del mal para evitar
que se ramificara como oposición frontal al entero cuerpo social1.
Telenovelas, películas moralizantes, discursos políticos, se encargaron de difundir estos estereotipos a
través de sus alabanzas. Pero mas allá de estas celebraciones idealizantes, bien miradas, es fácil
advertir que sólo funcionaron como declamaciones. Insistimos, el lugar del joven siempre ha sido
negativamente valorado. De no haber sido así, por qué no se instituyeron medidas políticas, administrativas
o de orden productivo que hubieran tendido a darles algo más que un mero reconocimiento
simbólico? Cabe sospechar bastante sobre el rol de estas expresiones valorizadoras.
Por otro lado, y muy por el contrario, la acción sistemática del mundo adulto frente a las expresiones de
los jóvenes, sus valores, mensajes y actitudes, en general, ha tendido a reprimirlas,
controlarlas, restarles espacios de circulación o, en última instancia, a colocarles signos
negativos. A poco de recorrer las estrategias del Estado en distintos momentos se podrá notar
como siempre está presente una visión forense de lo juvenil, con la preocupación central por controlar, por
evitar desbordes, en políticas que han procurado “resolver” todas las disfunciones que aparecían
nucleadas bajo el rubro “problemática juvenil”: la marginalidad, la delincuencia, las adicciones,
la violencia, los problemas de adaptación y las conductas desviadas y, desde hace poco, el
desempleo, todo como si fueran cuestiones estrictamente juveniles. De este modo los jóvenes
han pasado a ser sucesiva y hasta simultáneamente desde reservorio de pureza y virtud hasta fuentes
de desconfianza a ser vigilada, desde el heroísmo revolucionario desinteresado hasta la conspiración
demoníaca organizada, desde ser los liberadores y los dueños de la promesa y del futuro
hasta expresar la más indiferente y turbia de las apatías.

1
La vacuna es una de las figuras de la retórica conservadora. Ver Barthes, Roland. Mitologías. Siglo XXI, México, 1980.
Págs. 108 y ss.

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La expresión de lo juvenil por parte del mundo adulto, su predicación y atribución de
sentido, ha pasado por épocas diferentes, coyunturas que como dirían los semiólogos han construido
discursos dominantes dentro de los que se fue definiendo y redefiniendo su espacio. De este
modo y con las urgencias históricas del momento, las décadas del '60 y '70 se inclinaron
mayoritariamente por la identificación de lo joven con las imágenes románticas de la rebeldía, la
introspección reflexiva acompañada del compromiso militante, de suerte que con tales atribuciones
los jóvenes oscilaron desde ser transformadores, activos, “hombres nuevos”, a ser impacientes,
atolondrados e “imberbes”. Tal vez como complemento de estas convulsiones epocales después hayan sido
ellos mismos los que, con el surgir de las dictaduras, hayan aparecido como el blanco
privilegiado de la represión militar, deviniendo grupo “sospechoso”, espolón de proa, según alguna
retórica de la época, de intereses foráneos que venían a destruir la esencia argentina y su modo de vida2.
Cambiando de contexto histórico, ante la guerra de Malvinas, esos mismos jóvenes cambiarán de
atributos, serán sacrificados como defensores de la Patria, y la imagen se revertirá momentáneamente.
Como suelo de la legitimación de las grandes transformaciones políticas, económicas y sociales, los
jóvenes aparecerán una y otra vez encarnando esa figura prototípica, encargada de matrizar
los discursos políticos dominantes, o el afán de poder en alza, como verdaderos significantes vacíos
dispuestos a su llenado según la conveniencia de la última ocurrencia presente. Algo similar sucede con la
vuelta de la democracia: en este caso los jóvenes aparecerán nuevamente como los
representantes simbólicos (nunca reales) de la recuperación de los derechos y de las
esperanzas puestas en el nuevo orden político, en su apertura y en las posibilidades que durante tanto
tiempo los regímenes de facto habían coartado. Así los jóvenes como mártires y héroes democráticos
resurgirán como reservorios de vida y de la defensa de los derechos humanos. Con el paso del
tiempo, el desencantamiento y fin de la primavera democrática, el enfriamiento de las pasiones
políticas vigentes, nuevamente se pondría a los jóvenes como encarnadura del humor dominante: esta vez
en las figuras fantasmales y atemorizadoras de la apatía, el descompromiso, la falta de futuro, el peligro de
disgregación social, la violencia y la anomia. Joven sigue siendo sinónimo de acecho, lugar simbólico que
ha cambiado de contenido, pero no de función. Hoy en la apatía y en la violencia, lo cual tal
vez tenga mucho de cierto, pero eso no debe llevar a pensar que el problema está exclusivamente allí.
Aunque sea chivo emisario, la paz no retorna al rebaño, y el problema, como vimos, es más grave.

2
Algunas de estas consideraciones pueden verse específicamente analizadas en Kuasñosky, Silvia y Dalia
Szulik. “La interpelación del Estado a los jóvenes en la Argentina”, (mimeo), Buenos Aires, 1997. Págs. 2 y 3.

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