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Así como el cuerpo tiene necesidades también el alma las tiene y esas
necesidades son los sacramentos. Jesús mismo instituyo los sacramentos y
la biblia nos lo comprueba, sobre el momento, cuando Jesús instituyo los 7
sacramentos:
El bautismo fue instituido por Jesucristo cuando, fue bautizado por Juan, al
ser entonces santificada el agua y haber recibido la fuerza santificante,
después de su Resurrección y antes de ascender a los Cielos, ordenó a sus
Apóstoles la forma como debía administrarse diciéndoles: << me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra: id, pues, enseñar a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu
Santo>>(mateo 28, 18-19).
Por eso hay que ser agradecidos con el Señor porque nos da este banquete para
que nos salvemos y compartamos juntos con Él, la vida eterna. Así como se nos
entrega la gracia de Dios, también se nos entrega al autor de la gracia y es
Jesucristo.
Penitencia viene del latín, “poenitere” que significa tener pena, dolerse,
arrepentirse. Con este sacramento de la penitencia o reconciliación, son
perdonados nuestros pecados por medio de Jesús, devolviéndonos al estado de
gracia, esto es necesario para recibir la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo. En este
sacramento nos reconcilia con Dios Padre cuando le ofendemos por medio de
nuestros pecados. Para poder tener una buena confesión es necesario: un
examen de conciencia, tener un verdadero dolor de corazón por los pecados
cometidos, tener el propósito de ya no cometer más esos pecados, decir nuestros
pecados, recibir la absolución del sacerdote, donde la absolución es el símbolo del
sacramento de la reconciliación, que por medio de la imposición de las manos del
sacerdote son absueltos nuestros pecados, y por ultimo tenemos que cumplir con
la penitencia que nos ponga el sacerdote. Gracias a este sacramento somos
reintegrados a la salvación y al contexto salvífico de la alianza, que nos vuelve a
abrir a la vida trinitaria, que es el dialogo de gracia, donde vuelve a circular el
amor y el don del Espíritu Santo participando de nuevo a gozar de la gloria de la
eternidad.
El sacramento del orden es aquel mediante el cual, su misión confiada por Cristo
a sus apóstoles, sigue siendo ejercida en la iglesia hasta el fin de los tiempos, es
donde la persona es consagrada y ordenada por medio del Espíritu Santo para el
servicio de Dios en su Iglesia, el ordenado actúa en la persona de Cristo cabeza,
es decir, actúa en el nombre, en la autoridad y con el poder de Cristo. Este
sacramento del orden se compone de tres grados: el episcopado, el presbiterado y
el diaconado. Este sacramento se confiere por el símbolo de la imposición de las
manos, sobre la cabeza del ordenado por parte del obispo, donde el obispo pide al
Espíritu Santo por el ordenado para que tenga una efusión del Espíritu Santo.
Esos 7 sacramentos son auxilios sagrados que Él nos dejó para darnos su
Santidad, y que pudiéramos llevar a la práctica su Santa Doctrina, son para que
pudiéramos ser buenos, no tan solo con una bondad natural, sino con una
sobrenatural; para que pudiéramos ser no solamente buenos, sino Santos.
Sin estos auxilios en nuestra vida no podremos lograr ser buenos, y mucho
menos llegar a la santidad, porque Nuestro Señor Jesucristo dijo: Sin Mí, nada
podéis hacer (Juan. 15, 5) pero El también dijo que con su ayuda, todo lo
podemos, "todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil.4, 13) son los
Sacramentos el medio de que se valió Nuestro Señor para confortarnos, para que
estemos con El, para ayudarnos a ser buenos y santos.
Los Sacramentos nos dan la Santidad de Cristo, ellos conservan e incrementan en
el Cristiano la Gracia, ese Don Divino del que Nuestro Señor Jesucristo nos dijo:
“es como un manantial de agua viva que mana sin cesar dentro de quien la posee
hasta la Vida Eterna” (Jn.4, 14).
Los sacramentos son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; Él es quien
bautiza, Él quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que
el sacramento significa. El sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre
que lo da o que lo recibe, sino por el poder de Dios. En consecuencia, siempre
que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de
Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad
personal del ministro.
Los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los recibe,
cuanto mejores disposiciones tenga de fe, conversión de corazón y adhesión a la
voluntad de Dios, más abundantes son los efectos de gracia que recibe.
Jesús al instituir los sacramentos, hace parte a los apóstoles para que ellos lo
hagan en su lugar, diciendo “haced esto en memoria mía (lc.22,19)” y esto es por
lo cual los sacerdotes pueden transmitir los sacramentos a los fieles, gracias al
poder que Dios le ha conferido.
Porque el hecho más importante en la Vida de Nuestro Señor Jesucristo es, sin
lugar a duda, el Sacrificio del Calvario, que ofreció al Eterno Padre, la Víspera de
su Pasión, en la Ultima Cena que celebró con sus Apóstoles, en la que instituyó la
Sagrada Eucaristía, dándoles la orden y el poder de hacer lo que Él había hecho.