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Fuente: Vatican.va
“San Joselito”, como se conoce al pequeño testigo de Cristo San José
Sánchez del Río, fue torturado y asesinado el 10 de febrero de 1928
por oficiales del gobierno de Plutarco Elías Calles porque se negó a
renunciar a su fe.
En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros que lo apodaron "Tarsicio". Su alegría endulzaba los
momentos tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo
rosario y animaba a la tropa a defender su fe.
En combate fue hecho prisionero y llevado ante el general Callista quien le reprendió por combatir contra el
Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: "Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá
mejor que con esos cristeros". A lo que él respondió: "¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero
unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!".
El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y
papel y escribió una carta a su madre en la que le decía: "Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá:
Fui hecho prisionero en combate, creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de
Dios. No te preocupes por mi... haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con
la de mi padre...".
El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel. A las 11 de
la noche llegó la hora suprema. Le desollaron los pies (le arrancaron la piel de los pies) con un cuchillo, lo
sacaron y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio.
Querían lograr que renuncie a su fe en Cristo, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar,
gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe.
Ya en el panteón, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba
de nuevo: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". En medio del tormento, el capitán jefe de la
escolta le preguntó, no por compasión, sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus padres, a lo que
respondió José: "Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!".
Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza, y el muchacho cayó dentro
de la tumba, bañado en sangre, y su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928, como a las 11:30
de la noche.
Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado. Actualmente
sus restos reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán. México.
CARLO ACUTIS
https://www.milenio.com/cultura/carlo-acutis-la-historia-del-beato-adolescente
(3 de mayo de 1991 -12 de octubre de 2006) Fue un estudiante italiano, aficionado de la programación.
Amante de la eucaristía, Acutis dedicó gran parte de su vida a documentar y difundir los milagros
eucarísticos a través de su propio sitio web. Fue hecho venerable por el Papa Francisco en 2018. En 2019, se
hizo famoso luego de que su cuerpo fuera encontrado incorrupto a 14 años de su muerte. En la actualidad
es conocido como ciberapóstol de la Eucaristía y que se lo mencionara como el “primer influencer de Dios”,
ya que utilizaba el poder de internet para llevar su Palabra a todos lados.
Carlo nació en Londres en 1991 y fue el hijo único de Antonia Salzano y Andra Acutis . Tras su nacimiento su
familia se trasladó a Milán, donde pasó el resto de su vida, dejando huellas imborrables en las personas que
conoció. Fue amante de los videojuegos y el fútbol y desde muy pequeño sintió un profundo amor por las
cosas de Dios, en especial por la eucaristía. Después de hacer la primera comunión, se dedicó por completo
al servicio convirtiéndose en ayudante de la parroquia de su pueblo.
Cuando todavía iba en primaria aprendió por su cuenta cómo codificar utilizando un libro de texto
universitario sobre informática y después aprendió a editar videos y crear animación. Más tarde, gracias a
sus habilidades en informática, comenzó a investigar, documentar y catalogar los milagros eucarísticos
ocurridos alrededor del mundo, para luego exponerlos en su propia web. Su uso de los medios de
comunicación para la evangelización y el conocimiento de la fe, lo hizo conocido en muy poco tiempo.
Se hacía muchas preguntas en referencia a Dios y a todo lo que tuviera que ver con lo religioso, por lo que
hacía preguntas a sus padres a lo que muchas veces no sabían que responder. La curiosidad del chico obligó
a la madre a estudiar teología para responderle sus preguntas al tiempo de renovar ella misma su propia fe
lo mismo sucedió con su padre. Asi, Carlo impulsó la conversión de sus padres.
Carlo invirtió gran parte de su dinero (ahorros) para ayudar a las personas en situación de abandono.
Compró con sus ahorros una bolsa de dormir para un mendigo a quien había observado muchas veces
dormir en la calle. También llevaba alimentos que compraba con sus ahorros a la parroquia en donde
alimentaban a personas que o tenían trabajo o que estaban en situación de abandono y pobreza.
Adolescente amable, cariñoso y entregado a la fe, a la edad de quince años, era a principios de octubre del
2006, le fue diagnosticado un agresivo cáncer en la sangre, que acabaría con su vida en muy poco tiempo. A
pesar del dolor y la rapidez con la que avanzo la enfermedad, nunca se desesperó. Asimiló con tranquilidad
lo que le deparaba el destino y ayudó a sus padres a encontrar la fuerza, ante el dolor que significaba su
perdida. Hizo de su enfermedad una prueba más de su fe, encomendado su sufrimiento a Dios.
A los pocos días, el 12 de octubre de ese año Carlo Acutis murió a los 15 años Italia. A muchos les ha
llamado la atención que antes de su enfermedad, el ahora beato, grabó un video en el que pidió que en caso
de morir le gustaría que lo enterraran en Asís, razón por la que sus padres decidieron sepultarlo en este
lugar.
“Mientras más Eucaristía recibamos, más seremos como Jesús, de modo que en la tierra tendremos un
anticipo del cielo”.
“La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no
es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto”.
«Lo que verdaderamente nos hará hermosos a los ojos de Dios será sólo la forma en que lo hemos amado y
cómo hemos amado a nuestros hermanos».
“¿De qué le sirve al hombre ganar una batalla, si no es capaz de vencer sus
pasiones?”.
Ya desde tierna edad decidió imitar fielmente a Jesús, alejándose de cuanto lo pudiera alejar de Él. A los 7
años hizo su primera comunión y a los 12 entró en el Oratorio de San Juan Bosco. Bajo la dirección personal
del gran santo salesiano se convirtió en tabernáculo del Señor y en modelo y ejemplo de amor a Dios para
los demás. Fue un verdadero apóstol y misionero de Jesús, con la simple presencia de su vida.
Domingo Savio tuvo una vida muy sencilla, pero en poco tiempo recorrió un largo camino de santidad, obra
maestra del Espíritu Santo y fruto de la pedagogía de san Juan Bosco.
Los que lo conocieron en vida dicen que no era pequeño de estatura, pero si delgado, casi débil. Prefería
escuchar que hablar. Era humilde y respetuoso de todos y tenía una habilidad natural para apaciguar las
discusiones y peleas, que, en aquella edad entre sus compañeros, a veces brotaban casi naturalmente.
Su único interés era Dios y como hacer que los demás concentrasen sus energías en servirle mejor a El. Lo
que le faltaba en fuerza física la recuperaba en alteza moral, en fortaleza de corazón y en aceptación de la
voluntad de Dios cualquiera que esta fuese.
Al descubrir entonces los altos horizontes de su vida como hijo de Dios, apoyándose en su amistad con Jesús
y María se lanza a la aventura de la santidad, entendida como entrega total a Dios por amor. Reza, pone
empeño en los estudios, es el compañero más amable.
Sensibilizado en el ideal de san Juan Bosco, quiere salvar el alma de todos y funda la compañía de la
Inmaculada, de la que saldrán los mejores, de la que saldrán los mejores colaboradores del fundador de los
salesianos.
Habiendo enfermado de gravedad a los 15 años, regresa al hogar paterno de Mondonio (provincia de Asti),
donde muere serenamente el 9 de marzo de 1857 con la alegría de ir al encuentro del Señor.
La Iglesia recuerda cada 6 de mayo a Santo Domingo Savio, uno de los santos más jóvenes.
Se le considera como patrono de los Monaguillos, de los adolescentes y jóvenes y algunos, le confían a las
mujeres embarazadas. Su nombre en latín significa: Domingo = Aquel que es consagrado al señor, es de
origen latino.
Después de soportar graves ultrajes, fueron crucificados en Nagasaky el 6 de febrero de 1597. Pablo Miki
fue el heroico portavoz del perdón y la esperanza de todos los atravesados con dos lanzas en aspa, sobre la
llamada desde entonces Montaña de los Mártires. Su fiesta litúrgica se celebra el 6 de febrero.
Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el
padre Rodríguez. El Padre Comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba
gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: A tus manos, Señor. También el
hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta
voz la oración dominical y la salutación angélica.
Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado,
declaró en primer lugar a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el Evangelio,
dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable. Después añadió estas palabras: «Al llegar
este momento no creerá ninguno de vosotros que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que
no hay más camino de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me enseña a
perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente al rey y a los causantes de mi
muerte, y les pido que reciban el bautismo». Y, volviendo la mirada a los compañeros, comenzó a animarlos
para el trance supremo.
Al llegar a Nagasaki les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las
cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al
cuello.
Entre una cruz y otra había la distancia de un metro y medio. Entonces los verdugos desenvainaron cuatro
lanzas como las que se usan en Japón y remataron en pocos instantes a cada uno de los mártires. El pueblo
cristiano horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María!
LAURA VICUÑA
Fuente: www.cgfmanet.org
Durante una de sus vacaciones escolares, ya adolescente Laura sufrió dos violentos ataques por parte de
Manuel Mora, quien pretendía mantener relaciones sexuales con ella. Al ser rechazado la arrastra fuera de la
casa y debe dormir a la intemperie y se niega a seguir costeando los gastos de los estudios de las niñas. Sin
embargo, el colegio solucionó el problema permitiendo que Laura siguiera estudiando gratis. A pesar de
esto, Laura pensaba que la situación de su madre no había mejorado, sintiendo que no había hecho nada
por ayudarla.
Un día, y recordando la frase de Jesús: "No hay muestra de amor más grande que dar la vida por sus
amigos", Laura optó por pedir a Dios la salvación de su madre a cambio de su propia vida.6 12 A los pocos
meses cayó enferma de tuberculosis, empeorando su salud conforme avanzaba la infección.
En una visita de su madre, Mora la agredió dejándola herida en su cama.13 La vida de Laura se iba
apagando: “Señor, que yo sufra todo lo que a ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se
salve”.
Al poco tiempo sobreviene una inundación en el colegio en un crudo invierno, Laura se enferma. La madre
se la lleva a su casa, pero no se recupera. Entonces decide regresar a Junín, Mora furioso por haber perdido
a Mercedes y ser rechazado por Laura le propina una feroz paliza a la joven.
Viendo próxima su muerte Laura le dice a su madre de su ofrecimiento: "mamá, la muerte está cerca, yo
misma se la he pedido a Jesús. Le he ofrecido mi vida por ti, para que regreses a Él " y le pide que
abandone a Mora y se convierta. Ella le promete cumplir su deseo.
Muere un 22 de enero de 1904, sin cumplir los 13 años. Sus restos desde 1956 están en el Colegio María
Auxiliadora de Bahía Blanca (Argentina).
Assunta, siempre está en el campo y ni siquiera tiene tiempo de ocuparse de la casa. María se encarga de
todo, en la medida de lo posible. Por su parte, Giovanni Serenelli, cuya esposa había fallecido, no se
preocupa para nada de su hijo Alessandro, joven de diecinueve años, grosero y vicioso, al que le gusta
empapelar su habitación con imágenes obscenas y leer libros indecentes.
Al tener mayor contacto con la familia Goretti, Alessandro comenzó a hacer proposiciones deshonestas a
María, que en un principio no comprende. Más tarde, al adivinar las intenciones perversas del muchacho, la
joven está sobre aviso y rechaza las insinuaciones y las amenazas. Suplica a su madre que no la deje sola
en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha
amenazado: -Si le cuentas algo a tu madre, te mato. Su único recurso es la oración. El 5 de julio, a unos
cuarenta metros de la casa, están trillando las habas en la tierra. Alessandro lleva un carro arrastrado por
bueyes. Hacia las tres de la tarde, en el momento en que María se encuentra sola en casa, Alessandro dice:
"Assunta, ¿quiere hacer el favor de llevar un momento los bueyes por mí?" Sin sospechar nada, la mujer lo
hace. María, sentada en el umbral de la cocina, remienda una camisa que Alessandro le ha entregado,
mientras vigila a su hermanita que duerme a su lado. -"¡María!, grita Alessandro. - ¿Qué quieres? -Quiero
que me sigas. - ¿Para qué? - ¡sígueme! -Si no me dices lo que quieres, no te sigo". Ante la resistencia de
María, la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina. La niña grita, pero nadie la escucha.
Al no conseguir que someterla, Alessandro la amordaza y agarra un puñal, e intenta con violencia arrancarle
la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita: -No hagas eso, es pecado... Irás al infierno.
Alessandro levanta el arma: -Si no te dejas, te mato. Ante la resistencia de María, le asesta varias
puñaladas. La niña se pone a gritar: - ¡Dios mío! ¡Mamá!, y cae al suelo. Creyéndola muerta, el asesino tira
el cuchillo y abre la puerta para huir, pero, al oírla gemir de nuevo, vuelve, recoge el arma y la vuelve a
apuñalar; después, sube a encerrarse a su habitación.
María recibió catorce heridas graves y quedó inconsciente. En aquel momento, Giovanni Serenelli sube las
escaleras y, al ver el horrible espectáculo que se presenta ante sus ojos, llama a la madre de María, al llegar
escucha la voz de su hija: - ¡Mamá! - ¡Es Alessandro, que quería hacerme daño! Llaman al médico y a los
guardias, que llegan a tiempo para impedir que los vecinos, den muerte a Alessandro. Al llegar al hospital,
los médicos se sorprendieron de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues han sido
alcanzados varios órganos vitales. Al diagnosticar que no tiene cura, llamaron al capellán. María se confiesa
con toda claridad. Durante dos horas, los médicos la cuidaron sin dormirla. María no se lamenta, y no deja
de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la santísima Virgen, y le dice a su madre: -Mamá, querida mamá,
ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas? El sacerdote al momento de darle la comunión
le pregunta: -María, ¿perdonas a tu asesino? Respondió: -Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que
él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he
perdonado. Después de breves momentos, se le escucha decir: "Papá". Finalmente, María entrega su alma a
Dios, es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde.
En el juicio, Alessandro, confesó: -"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir
nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar".
Por ello, fue condenado a 30 años de trabajos forzados.
Aparentaba no sentir ningún remordimiento del crimen
tanto así que a veces se le escuchaba gritar:
-"¡Anímate, Serenelli, dentro de veintinueve años y seis
meses serás un burgués!".
SAN KIZITO
Niño Mártir, 3 de junio
https://www.es.catholic.net/op/articulos/62884/kizito-
santo.html
Kizito tenía solo trece años de edad, era el más joven de los pajes del rey y brillaba con pureza y fortaleza
de espíritu. El rey lo miraba con ojos lascivos y Carlos Lwanga, líder de la comunidad cristiana en Uganda en
ese momento, lo protegía.
Kizito conoció la fe cristiana a través de los Padres Blancos, así se les llamaba a los religiosos misioneros; y
se convirtió en un fiel seguidor de Jesús.
En 1885, el rey de Buganda Mwanga II, empezó a perseguir a los cristianos porque predicaban en contra de
sus costumbres, sobre todo la de mantener relaciones sexuales con jóvenes de su mismo sexo.
Ante esta realidad, Kizito, oraba mucho por mantener su pureza de alma y cuerpo, tenía miedo de morir sin
haber sido bautizado. Pero su catequista y protector, San Carlos Lwanga, le bautizó y le dijo: Cuando llegue
la prueba decisiva, yo te tomaré de la mano. Si tenemos que morir por Jesús, moriremos juntos, mano con
mano. Al día siguiente, 3 de junio de 1886, los dos murieron martirizados.
Carlos Lwanga y doce compañeros, todos ellos de edades comprendidas entre los trece y los treinta años,
que perteneciendo a la corte de jóvenes nobles o al cuerpo de guardia del rey de Uganda, y siendo
seguidores de la fe católica, por no ceder a los deseos impuros del monarca murieron en la colina
Namugongo, degollados o quemados vivos. Kizito murió quemado vivo.
El día de su fiesta, 3 de junio, cientos de miles de católicos ugandeses y de otros países africanos peregrinan
al santuario de Namugongo, en Uganda, para rezar juntos. Este templo fue construido en el lugar donde
Kizito y sus compañeros dieron su vida por Jesús.
A San Kizito se le considera como el santo patrón de los niños y las escuelas primarias.
GIANLUCA FIRETTI
https://www.cope.es/religion/hoy-en-dia/iglesia-
universal/noticias/gianluca-firetti-adolescente-que-miro-
muerte-frente-gracias-crecio-hizo-crecer-
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Lejos de hundirse, afrontó esta piedra en el camino con amor, durante el tratamiento estuvo acompañado de
un sacerdote con quien escribió un libro donde relató su lucha contra el cáncer y cómo había descubierto a
Dios. No llegó a recuperarse, pero miró a los ojos a la muerte gracias a su fe.
Contagió a todos con su enfermedad más grave: el amor. Su acogida parecía predicar una confianza de la
vida que, ya tan frágil, se dirigía hacia un fin inexorable. Pero era como si el ocaso tuviera que
transformarse en un nuevo amanecer.
Aquella fe ciega en Jesucristo de Gianluca Firetti le llevaba a no aburrirse y a vivir intensamente, “desde la
misa en casa a ver una película, del intercambio de impresiones con amigos a una merienda, a una cena con
pollo y patatas, con gran intensidad.
Desde el primer momento era consciente de que iba a marcharse de esta vida, pero sus ganas de vivir no
cesaban: “Padre, estoy muriendo. ¿Qué me espera? ¿Cuál será mi recompensa? ¿Jesús me está esperando?”
se preguntaba en sus últimos días.
Pero el joven italiano no murió desesperado, sino confiado: “No se fue dando un portazo, sino caminando.
No cerró la existencia maldiciendo una oscuridad que no se merecía, sino deseando un encuentro con la Luz
del mundo, apenas contemplada en la alegría de la Navidad”, escribe en Instagram el Padre Jesús Silva,
buen conocedor de la historia de Gianluca Firetti.
Para finalizar, el religioso define a Gian como un chico que “creció e hizo crecer. Tenía fe y la hizo volver en
los demás.
La de Gian, humanamente, es una historia de dolor. Evangélicamente, una historia de gracia y de belleza.
Con sólo veinte años, ha demostrado que se puede estar habitado por Dios y por los hombres", reflexiona.
Murió con tan solo veinte años el 15 de enero de 2015, pero su unión con Dios, especialmente en el
trascurso de su enfermedad, hace que sea un ejemplo a seguir, sobre todo en los más jóvenes a quienes
con frecuencia se les presenta una vida vacía, con muchos temores y sin la luz de Cristo con la que tendrían
la valentía para asumir retos como el que aceptó Gianluca Firetti con su enfermedad.
El líder de la comunidad católica, que tenía unos 200 miembros, era un joven de 25 años llamado José
Mkasa (Mukasa) era el principal mayordomo de la corte del rey Mwanga. Cuando Mwanga asesinó a un
misionero protestante y a sus compañeros, José Mkasa lo confrontó por su crimen. El rey había sido amigo
de José por mucho tiempo, pero cuando este le exhortó a renunciar al mal, la reacción fue violenta y lo
mandó matar. Cuando los verdugos trataron de amarrar las manos de José, él les dijo: "Un cristiano que
entrega su vida por Dios no tiene miedo de morir". Perdonó a Mwanga con todo su corazón, le cortaron la
cabeza y lo quemaron el 15 de noviembre de 1885.
Carlos Lwanga, remplazó a José en la instrucción y liderato de la comunidad cristiana en la corte. Hizo lo
posible por evangelizar y proteger a los varones de los deseos lujuriosos del rey. Pero en mayo del 1886 el
rey llamó a uno de sus pajes llamado Mwafu y le preguntó por qué estaba distante. Cuando el paje
respondió que había estado recibiendo instrucción religiosa el rey montó en ira, lo mató él mismo y ordenó
que el complejo real sea sellado para que nadie pueda escapar y llamó a sus verdugos. Comprendiendo lo
que venía, Carlos Lwanga bautizó a cuatro catecúmenos esa noche, incluyendo a un joven de 13 años
llamado Kizito. En la mañana, Mwanga reunió a toda su corte y separó a los cristianos del resto diciendo:
"Aquellos que no rezan párense junto a mí, los que rezan párense allá” El preguntó a los 15 niños y jóvenes,
todos menores de 25 años, si eran cristianos y tenían la intención de seguir siendo cristianos. Ellos
respondieron "SI" con fuerza y valentía. Mwanga los condenó a muerte. Decidió bautizar a los jóvenes que
iban con él: Kizito, Gyavira, Mugagga, Mbaya Tuzinde.
EL rey mandó que los llevasen a matar a Namugongo, era una caminata de 37 millas. Uno de los jóvenes
llamado Mabaga era hijo del jefe de los verdugos. Este le rogó que escapara y se escondiera, pero Mbaga no
quiso. Los prisioneros atados pasaron por la casa de los Padres Blancos en su camino. El Padre Lourdel más
tarde relató sobre el joven Kizito de 13 años, que sonreía y animaba al resto. Invitó a todos a cogerse de
manos, para así ir unidos y ayudarse a mantener el ánimo. Lourdel estaba asombrado del valor y el gozo de
estos nuevos cristianos camino al martirio. Tres de ellos fueron martirizados en el camino.
Un soldado cristiano llamado Santiago Buzabaliawo fue llevado ante el rey. Cuando Mwanga ordenó que lo
matasen junto a los otros, Santiago dijo: "Entonces, adiós. Voy al cielo y rezaré a Dios por ti". Cuando el
Padre Lourdel, lleno de dolor, levantó su brazo para absolver a Santiago que pasaba ante él, Santiago
levantó sus propias manos atadas y apuntó hacia arriba para manifestar que él sabía que iba al cielo y se
encontraría allí con el Padre Lourdel. Con una sonrisa le dijo, "¿Por qué estas triste? Esto no es nada ante los
gozos que tú nos has enseñado a esperar".
Entre los condenados también estaba Andrés Kagwa, un jefe Kigowa que había convertido a su esposa y a
varios otros, y Matías Murumba (o Kalemba) un auxiliar de juez. El mayor consejero estaba tan furioso
contra Andrés que dijo que no comería hasta que Andrés estuviese muerto. Cuando los verdugos titubearon,
Andrés les dijo: "No mantengan a vuestro consejero hambriento, mátenme". El mismo consejero dijo en
tono cínico refiriéndose a Matías: "Sin duda su dios los rescatará”. "Si," contestó Matías, "Dios me rescatará,
pero tú no verás como lo hace porque tomará mi alma y te dejará solo mi cuerpo". A Matías lo hirieron
mortalmente en el camino y lo dejaron allí para morir lo cual tomo por lo menos tres días.
Cuando la caravana de reos y verdugos llegó a Namugongo, los sobrevivientes fueron encerrados por siete
días. El 3 de junio los sacaron, los envolvieron en esteras de cañas y los pusieron en una pira. Mbaga fue
martirizado primero. Su padre, el jefe de los verdugos, había tratado en vano una última vez de convencerlo
a desistir de su fe. Le dieron entonces un golpe en la cabeza para que no sufriera al ser quemado su cuerpo.
El resto de los cristianos fueron quemados. Carlos Lwanga tenía 21 años. Uno de los pajes, Mukasa Kiriwanu
no había sido aún bautizado, pero se unió a sus compañeros cuando se les preguntó si eran cristianos.
Recibió aquel día el bautismo de sangre. Murieron 13 católicos y 11 protestantes proclamando el nombre de
Jesús y diciendo "Pueden quemar nuestros cuerpos, pero no pueden dañar nuestras almas".
No sabemos cuántos mártires produjo aquella persecución. Solo queda constancia de los que ocupaban un
lugar en la corte o tenían puestos de alguna importancia. En Namugongo existe la Basílica de los Mártires de
Uganda consagrada a todos los mártires ejecutados por orden de Mwanga II.6
Los cristianos para poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse
en las catacumbas o cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de
que mientras estaban celebrando los cultos llegaban los soldados los cogían de
improviso y allí mismo sin más juicios los decapitaban o les infligían otros
martirios. Todos confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo.
El pequeño Tarcisio había presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una
de estas catacumbas. La imagen macabra quedó grabada fuertemente en su alma de niño y decidió a seguir
la suerte de los mayores cuando le tocase la hora que ojalá -decía él- fuera ahora mismo.
Un día estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa Sixto recuerda que
algunos hermanos se encontraban encarcelados por profesar ser cristianos los cuales no tenían sacerdote y
que por lo mismo no podrían fortalecer su espíritu para la lucha que les esperaba sino recibían el Cuerpo del
Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca para llevarles el Cuerpo del Señor? Son montones
las manos que se alargan de ancianos venerables y jóvenes fornidos. Todos están dispuestos a morir por
Jesucristo y por sus hermanos. Uno de los que se ofrecía era Tarcisio acólito. Ante tanta inocencia y ternura
exclama lleno de emoción el anciano Papa Sixto: - ¿Tú también hijo mío? - ¿Y por qué no Padre? Nadie
sospechará de mis pocos años. Ante tan intrépida fe el Papa no duda. Toma con mano temblorosa las
Sagradas Formas y en un relicario las coloca con gran devoción a la vez que las entrega al pequeño Tarcisio
de apenas once años con esta recomendación: - Cuídalas bien hijo mío. - Descuide Padre que antes pasarán
por mi cadáver que nadie ose tocarlas.
Sale fervoroso y presto de las Catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que
estaban jugando. - Hola Tarcisio juega con nosotros: necesitamos un compañero – No, no puedo. Otra vez
será mientras apretaba las manos con fervor sobre su pecho y proteger aquella carga preciosa. Y uno de
aquellos mozalbetes exclama: -A ver a ver qué llevas ahí escondido. Y otro: Debe ser eso que los cristianos
llaman Los Misterios, e intentan verlo. Lo derriban a tierra le dan golpes derrama sangre. Todo inútil. Ellos
no salen con la suya. Tarcisio por nada del mundo permite que le roben aquellos Misterios a los que él ama
más que a sí mismo...
Al momento pasaba por allí Cuadrado, un fornido soldado que estaba en el período de catecumenado y
conoce a Tarcisio. Huyen corriendo los niños mientras Tarcisio llevado en brazos por Cuadrado llega hasta
las Catacumbas. Al llegar ya era cadáver, pero aún sostenía fuertemente las Sagradas Formas contra su
pecho las que sólo soltó ante la presencia del Papa Sixto para que las reservara en el Tabernáculo.
El libro oficial de las Vidas de Santos de la Iglesia llamado Martirologio Romano cuenta así la vida de este
santo:
En Roma en la Vía Apia fue martirizado Tarcisio acólito. Los paganos lo encontraron cuando transportaba el
Sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarcisio quería cumplir aquello que dijo
Jesús: No arrojen las perlas a los cerdos y se negó a responder. Los paganos lo apalearon y apedrearon
hasta que exhaló el último suspiro, pero no pudieron quitarle el Sacramento de Cristo. Los cristianos
recogieron el cuerpo de Tarcisio y le dieron honrosa sepultura en el Cementerio de Calixto.
Desde entonces el frío mármol guarda aquellas reliquias del mártir de la Eucaristía sobre las que escribió el
Papa San Dámaso este hermoso epitafio: Lector que lees estas líneas: te conviene recordar que el mérito de
Tarcisio es muy parecido al del diácono San Esteban a ellos los dos quiere honrar este epitafio. San Esteban
fue muerto bajo una tempestad de pedradas por los enemigos de Cristo a los cuales exhortaba a volverse
mejores. Tarcisio mientras lleva el sacramento de Cristo fue sorprendido por unos impíos que trataron de
arrebatarle su tesoro para profanarlo. Prefirió morir y ser martirizado antes que entregar a los perros
rabiosos la Eucaristía que contiene la Carne Divina de Cristo.
La Iglesia Católica ha tenido muy especial cariño a este joven que con tanto amor llevaba la Comunión a los
prisioneros y con tan enorme valor supo defender la Santa Eucaristía de los enemigos que intentaban
profanarla.
No se conocen datos exactos sobre su vida, se dice que podría ser del pueblo de
Olgossa en Darfur, y que 1869 podría ser el año de su nacimiento. Creció junto con
sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela.
En su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. "Cuando
aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos
extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: 'Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna
fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco'. El objetivo de ellos era
capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma.
Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacía. Cuando estaba en el bosque, me percate que las dos
personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo
con el cual me amenazó diciéndome: 'Si gritas, ¡morirás! ¡Síguenos!'". Los mismos secuestradores fueron
quienes le pusieron Bakhita al ver su especial carisma.
Luego de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a cinco distintos
amos en el mercado de esclavos. Nunca consiguió escapar, a pesar de intentarlo varias veces. Con quien
más sufrió de humillaciones y torturas fue con su cuarto amo, cuando tenía más o menos 13 años. Fue
tatuada, le realizaron 114 incisiones con cuchillo y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes.
"Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal", cuenta en su
biografía.
El comerciante italiano Calixto Leganini compró a Bakhita por quinta vez en 1882, y fue así que por primera
vez Bakhita era tratada bien. "Esta vez fui realmente afortunada - escribe Bakhita - porque el nuevo patrón
era un hombre bueno. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo
llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad". En 1884 Leganini se vio en la obligación de dejar Jartum,
tras la llegada de tropas Mahdis. Bakhita se negó a dejar a su amo, y consiguió viajar con él y su amigo
Augusto Michieli, a Italia. La esposa de Michieli los esperaba en Italia, y sabiendo la llegado de varios
esclavos, exigió uno, dándosele a Bakhita. Con su nueva familia, Bakhita trabajo de niñera y amiga de
Minnina, hija de los Michieli. En 1888 cuando la familia Michieli compró un hotel en Suakin y se trasladaron
para allá, Bakhita decidió quedarse en Italia.
Bakhita y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia, tras ser
aconsejadas por las hermanas. Recién en el Instituto, Bakhita conoció al Dios de los cristianos y fue así
como supo que "Dios había permanecido en su corazón" y le había dado fuerzas para poder soportar la
esclavitud, "pero recién en ese momento sabía quién era". Recibió el bautismo, primera comunión y
confirmación al mismo tiempo, el 9 de enero de 1890, por el Cardenal de Venecia. En este momento, tomó
el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada. "¡Aquí llego a convertirme en una de las hijas de
Dios!", fue lo que manifestó en el momento de ser bautizada, pues se dice que no sabía cómo expresar su
gozo. Ella misma cuenta en su biografía que mientras estuvo en el Instituto conoció cada día más a Dios,
"que me ha traído hasta aquí de esta extraña forma".
La Señora de Michieli volvió de Sudán a llevarse a Bakhita y a su hija, pero con un gran coraje, Bakhita se
negó a ir y prefirió quedarse con las Hermanas de Canossa. La esclavitud era ilegal en Italia, por lo que la
señora de Michieli no pudo forzar a Bakhita, y es así que permaneció en el Instituto y su vocación la llevó a
convertirse en una de las Hermanas de la Orden el 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad.
Fue trasladada a Venecia en 1902, para trabajar limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres. Nunca
realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su
interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias. Algo que le costó demasiado trabajo fue escribir su
autobiografía en 1910, la cual fue publicada en 1930. La salud de Bakhita se fue debilitando hacia sus
últimos años y tuvo que postrarse a una silla de ruedas, de aquí en adelante su enfermedad fue de mucho
sufrimiento y dolor. Falleció el 8 de febrero de 1947.
Ella misma declaró un día: "Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me
arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa".
JACQUES FESCH
DEL CRIMEN A LA SANTIDAD
https://www.aciprensa.com/noticias/asesino-hallo-la-
misericordia-de-dios-en-la-carcel-y-ahora-va-camino-a-los-
altares-47440
El deseo de marcharse lejos se convirtió en una obsesión: necesitaba dinero para la embarcación... decidió
obtenerlo como sea y se decide robar al agente de cambio, lo planeó con dos amigos suyos que se
dedicaban a ello. Pierina, su esposa lo acompañó hasta el final, desde que se presentó la policía en el café
donde aguardaba a Jacques, hasta aquel día en que fue guillotinado. Cuando estaba detenido rechaza todo
tipo de ayuda, echa de su celda al Sacerdote, con gran furia... al sentirse solo en medio de las cuatro
paredes, comienza a reflexionar de lo que había hecho. “¿cómo llegué hasta aquí? Tengo la impresión de no
haber sido nunca libre” – se dice. El sacerdote al que finalmente recibe lo conforta, le ayuda a encontrarse
consigo mismo a través de la lectura del Evangelio y de la vida de varios santos.
Va poco a poco a reconocer la vida que había vivido: su padre, orgulloso y despreocupado, su madre, débil y
él... “mi naturaleza era débil, sin carácter, me dejaba seducir por lo fácil, tenía una vida no rica pero sí
cómoda” “Yo creo que mi destino era mostrar las consecuencias de una familia desunida...“ Por consejos del
sacerdote empieza a escribir un diario que pide se lo entreguen a su pequeña hija Verónica cuando él haya
sido ejecutado. Inicia su camino de conversión a través de la penitencia y la continua oración. Sabe que lo
que ha hecho es algo terrible, no lucha por su libertad corporal, acepta su condena, pero si busca
incesantemente su liberación espiritual: “Es mejor morir” - le dice a su abogado- “de ese modo no volveré a
pecar” Sin embargo el abogado insiste en que le den un perdón aduciendo que, debido a su historia familiar,
estaba perturbado. Nadie le creyó ni aceptaron tal causa, el ajusticiamiento se llevaría a cabo en sólo unos
meses.
La vida en la cárcel no es fácil y menos para él que es considerado peligroso, su abogado con su insistencia
logró aplazar el ajusticiamiento durante tres años, los cuales él aprovechó para escribir a sus padres, para
perdonarles y pedirles perdón, para reconciliarse consigo mismo y sobre todo para dar ánimo a los demás
prisioneros quienes ya veían en él una persona extraordinaria. Su conversión personal lo inquieta hasta el
grado de convertir también a su esposa que era judía; pronto su unión fue bendecida por Dios en la cárcel;
Pierina se sentía, a pesar de todo, feliz. El 03 de abril de 1957 se inicia el proceso que durará tres días y que
concluirá con la condenación a muerte de Jacques Fesch... el juez lo interroga y él responde: “Todo ocurrió
fuera de mi voluntad, no sé cómo pude golpear al cambista, estaba fuera de mi”. Los jueces no le creen y
dictan sentencia; los dos cómplices a quienes Jacques defendió en todo el proceso son liberados.
El tiempo para él se acortaba, se entrega más a la penitencia, a la oración, a escribir el diario a su pequeña
hija y a convertir a todos sus compañeros: les decía: “mañana veré a Jesús”. Llegado el día indicado
escribe: “no se me mata por lo que hice si no para servir de ejemplo” “es necesario que un hombre muera
para salvar a los demás”
Jacques permaneció en vigilia y oró a Jesús y a su Madre toda la noche. Cuando penetraron a su celda para
llevarlo al cadalso, estaba de pie. Abrazó a su abogado sin decirle nada, su rostro estaba lívido por el
sufrimiento. Después de haber recibido la última absolución de sus pecados por el Sacerdote de la cárcel,
comulgó junto a su abogado y con las manos apretando su rosario se entregó a morir. A las 5, 30 de la
madrugada del primero de octubre de 1957, la cabeza de Jacques Fesch cayó. Este es el hombre que ha sido
juzgado, condenado y ejecutado... este es el hombre que Jesús recibió en el paraíso.
El 4 de septiembre de 1910 ciñó a su cintura el cordón de San Francisco, y de esa manera comenzó su año
de noviciado. ¡Apenas dieciséis años! En 1918 es ordenado sacerdote.
Maximiliano siempre fue muy devoto de la Inmaculada Concepción, movido por su devoción, funda en el año
1917 un movimiento llamado "La Milicia de la Inmaculada", el cual se consagraría a la Virgen María y
lucharía con todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo.
Inició la publicación de una revista mensual llamada "Caballero de la Inmaculada"
Mientras se daba la Guerra Mundial, fue apresado junto a otros frailes y enviado a campos de concentración
en Alemania y Polonia. Poco tiempo después, el día de la Inmaculada Concepción, es liberado. En 1941 es
nuevamente hecho prisionero y esta vez es enviado a la prisión de Pawiak, y luego llevado al campo de
concentración de Auschwitz, como el prisionero 16670, allí prosiguió su ministerio a pesar de las terribles
condiciones de vida.
Al continuar actuando como sacerdote, Kolbe fue objeto de hostigamiento violento, incluidos golpes y
azotes. El encargado de Auschwitz, estableció que cuando un prisionero se fugase castigaría a diez como
represalia a morir de hambre en un búnker. En julio de 1941 el prisionero Zygmunt Pilawski se fugó y el
oficial seleccionó a 10 presos. Uno de los prisioneros del campo, el sargento polaco Franciszek, de 40 años
de edad, narró así su experiencia de aquel verano de 1941: “A la mañana siguiente, Gajowniczek fue uno de
los diez elegidos por el coronel Fritzsch para ser ajusticiados en represalia por el escapado. Cuando
Franciszek salió de su fila, después de haber sido señalado por el oficial, dijo: «He perdido a mi mujer y
ahora se quedarán huérfanos mis hijos». Maximiliano Kolbe, afectado por una tuberculosis desde bastante
antes, estaba cerca y lo oyó. Enseguida, dio un paso adelante y le dijo al oficial que quería ocupar el lugar
de ese hombre: «No tengo a nadie. Soy un sacerdote católico.».
Los diez prisioneros fueron introducidos en el Bloque 11, un búnker subterráneo de aislamiento, el 31 de
julio. Bruno Borgowiec, ayudante del celador del búnker, dijo que, durante aquel tiempo, Kolbe guiaba a los
prisioneros en la oración, rezaban el rosario y cantaban a la Virgen María. Cuando vigilaban el búnker,
encontraban siempre en medio a Kolbe de rodillas o de pie. Después de estar privados de agua y comida
durante dos semanas, Kolbe y otros tres prisioneros aún seguían vivos. La serenidad demostrada por Kolbe
impresionó. Los guardias querían vaciar el búnker de modo que mataron a Kolbe y a los otros tres
prisioneros con una inyección de fenol el 14 de agosto, día de la vigilia de la Asunción de María. Los cuerpos
fueron incinerados en el crematorio del campo al día siguiente, el 15 de agosto, día de la Asunción de María.
Según la testificación de Franciszek, Kolbe le dijo a Hans Bock, jefe de la enfermería y encargado de la
inyección de fenol: "usted no ha entendido nada de la vida, el odio es inútil, solo el amor crea". Antes de
morir sus últimas palabras fueron: "¡Ama a la Inmaculada! ¡Ama a la Inmaculada! ¡Ama a la Inmaculada!"
ANTON LULI:
MÁRTIR DEL SIGLO XX EN LAS CÁRCELES DE ALBANIA
https://www.aciprensa.com/vejemplares/antonluli.htm
Anton Luli nació en Albania en 1910 y falleció el diez de marzo del 2001.
Dios lo llamó a formar parte de la Compañía de Jesús, en la que recibió la
ordenación sacerdotal en 1946. Albania, su patria, había vivido el drama de
la Segunda Guerra Mundial. Expulsados los invasores, el país quedó bajo el
dominio de una férrea dictadura comunista. Con motivo de la celebración de
los 50 años de sacerdocio de Juan Pablo II, Anton Luli, contó al Papa su
experiencia bajo el régimen comunista (L'Osservatore Romano, 15-XI-96).
Este fue su testimonio: “Acababa de ser ordenado sacerdote cuando a mi país, Albania, llegó la dictadura
comunista y la persecución religiosa más despiadada. Algunos de mis hermanos en el sacerdocio, después
de un proceso lleno de falsedades y engaño, fueron fusilados y murieron mártires de la fe. A mí, por el
contrario, me ha tocado seguir vivo. Apenas había terminado mi formación, me arrestaron en 1947, tras un
proceso falso e injusto. He vivido 17 años como un prisionero y otros tantos de trabajos forzados.
Prácticamente he conocido la libertad a los 80 años, cuando al fin, en 1989, he podido celebrar la primera
misa con la gente. Pero al recorrer con el pensamiento mi propia vida, me doy cuenta de que ésta ha sido
un milagro de la gracia de Dios y me sorprendo de haber podido soportar tanto sufrimiento.
Me han oprimido con toda clase de torturas. Cuando me arrestaron la primera vez me hicieron permanecer
nueve meses encerrado en un cuarto de baño: tenía que acurrucarme encima de los excrementos, sin lograr
jamás extenderme completamente, en ese estrecho sitió. La noche de Navidad me hicieron desvestir en este
lugar y me ataron a una viga, de tal modo que podía tocar el piso sólo con la punta de los pies. Hacía frío;
sentía el hielo que subía a lo largo de mi cuerpo: era como una muerte lenta. Cuando el hielo me estaba
llegando al pecho grité desesperado. Mis guardias corrieron, me golpearon y luego me tiraron al suelo.
Con mucha frecuencia me torturaban con electricidad y me metían dos alambres en los oídos. Era una cosa
horrible. Me amarraban las manos y los pies con alambres, y me echaban al suelo en un lugar oscuro, lleno
de grandes ratas que me pasaban por encima sin que yo pudiera evitarlo. Llevo todavía en mis muñecas las
cicatrices de los alambres que se me incrustaban en la carne. Vivía con la tortura de permanentes
interrogatorios, acompañados de violencia física. Recordaba entonces los golpes sufridos por Jesús al ser
interrogado por el Sumo Sacerdote.
Una vez me colocaron delante un papel y un bolígrafo y me dijeron: escribe una confesión de tus crímenes
y, si eres sincero, podríamos mandarte a casa. Para evitar golpes y bastonazos empecé a llenar alguna
página con los nombres de muertos o de fusilados, con los que nunca tuve nada que ver. Al final añadí:
Todo lo que he escrito es falso, pero lo he escrito porque me obligaron. El oficial empezó la lectura con una
sonrisa de satisfacción, seguro de haber logrado su objetivo, pero cuando leyó los últimos renglones, me
golpeó y ordenó a los policías que me llevaran fuera, gritando: Sabemos cómo hacer hablar a esta carroña.
Al salir de la prisión, me enviaron a trabajos forzados como obrero en una finca, en la recuperación de los
pantanos. Era un trabajo fatigoso y con la poca alimentación que teníamos se nos reducía a gusanos
humanos, cuando uno de nosotros caía extenuado, le dejaban morir. En aquella etapa logré decir misa de
manera clandestina. Conseguí un poco de vino y algunas formas (Hostias). En este trabajo en los pantanos
estuve 11 años.
El 30 de abril de 1979 me arrestaron por segunda vez, me registraron y me llevaron a la ciudad de Scurati.
Después de la requisa me tiraron al suelo de una celda. Me daba cuenta que me dirigía a un nuevo calvario;
pero de improviso la desolación dio paso a una extraordinaria experiencia de Jesús. Era como si Él estuviera
allí presente, de frente a mí, y yo le pudiera hablar. Fue determinante para mí. Comenzaron de nuevo las
torturas y otro proceso: el 6 de noviembre de 1979 me condenaron a morir fusilado. La causa que adujeron
fue sabotaje y propaganda anti gubernativa, pero, dos días después, la pena de muerte fue conmutada por
25 años de prisión.
Así ha trascurrido mi vida, pero jamás he albergado en mi corazón sentimientos de odio. Después de la
amnistía, un día me encontré con uno de mis torturadores, sentí el impulso interior de saludarlo y lo abracé.
La formación que recibí en la Compañía de Jesús me había acostumbrado a la idea de que la fidelidad al
Señor es lo más importante en la vida de un jesuita y que a veces hay que pagarla a un alto precio, incluso
con la propia vida. No puedo hacer otra cosa que dirigirme a vosotros, con las palabras de san Pablo: Estimo
que los sufrimientos del mundo presente no son comparables con la gloria que ha de manifestarse en
nosotros (Rom 8,18). En todos los momentos de sufrimiento y de dificultad nosotros salimos vencedores
gracias a Aquel que nos amó (Rom 8,)
Cuando acabó su discurso, el Papa estaba de pie, esperándolo. Luli se inclinó, como dicta el protocolo, para
besar el anillo papal. Juan Pablo II no se lo permitió. Se acercó a Luli y lo abrazó en silencio.
Luli decía: “El sacerdote es, ante todo, una persona que ha conocido el amor; el sacerdote es un hombre
que vive para amar: para amar a Cristo y para amar a todos en Él, en cualquier situación de vida, incluso
dando la vida”
SANTA GIANNA BERETTA MOLLA (1922-1962)
https://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_20040516_beretta-molla_sp.html
Se interroga sobre su porvenir, reza y pide oraciones, para conocer la voluntad de Dios. Llega a la
conclusión de que Dios la llama al matrimonio. Llena de entusiasmo, se entrega a esta vocación, con
voluntad firme y decidida de formar una familia verdaderamente cristiana. Conoce al ingeniero Pietro Molla.
Comienza el período de noviazgo, tiempo de gozo y alegría, de profundización en la vida espiritual, de
oración y de acción de gracias al Señor. El día 24 de septiembre de 1955, Gianna y Pietro contraen
matrimonio. Los nuevos esposos se sienten felices. En noviembre de 1956, Gianna da a luz a su primer hijo.
En diciembre de 1957 viene al mundo su segunda hija y en julio de 1959, Laura. Gianna armoniza, con
simplicidad y equilibrio, los deberes de madre, de esposa, de médico y la alegría de vivir.
En septiembre de 1961, al cumplirse el segundo mes de embarazo, es presa del sufrimiento. El diagnóstico:
un tumor en el útero. Se hace necesaria una intervención quirúrgica. Antes de ser intervenida, suplica al
cirujano que salve, a toda costa, la vida que lleva en su seno, y se confía a la oración y a la Providencia. Se
salva la vida de la criatura. Ella da gracias al Señor y pasa los siete meses antes del parto con incomparable
fuerza de ánimo y con plena dedicación a sus deberes de madre y de médico. Se estremece al pensar que la
criatura pueda nacer enferma, y pide al Señor que no suceda tal cosa. Algunos días antes del parto,
confiando siempre en la Providencia, está dispuesta a dar su vida para salvar la de la criatura: «Si hay que
decidir entre mi vida y la del niño, no dudéis; elegid -lo exijo- la suya. Salvadlo».
La mañana del 21 de abril de 1962 da a luz a Gianna Emanuela. El día 28 de abril, también por la mañana,
entre indecibles dolores y repitiendo la jaculatoria «Jesús, te amo; Jesús, te amo», muere santamente.
Tenía 39 años.
El esposo de Gianna Beretta narra sus experiencias: "Al buscar entre los recuerdos de Gianna, encontré en
un libro de oraciones una pequeña imagen en la que, al dorso, Gianna había escrito de su puño y letra estas
pocas palabras: "Señor, haz que la luz que se ha encendido en mi alma no se apague jamás". Pietro dibujó
un perfil de Gianna que definió con una sola frase: "Mi esposa era una santa normal". "Jamás creí estar
viviendo con una santa. Mi esposa tenía infinita confianza en la Providencia y era una mujer llena de alegría
de vivir. Era feliz, amaba a su familia, amaba su profesión de médica, también amaba su casa, la música, la
montaña, las flores y todas las cosas bellas que Dios nos ha donado, siempre me pareció una mujer
completamente normal, pero, la santidad no está solo hecha de signos extraordinarios. Está hecha, sobre
todo, de la adhesión cotidiana a los designios inescrutables de Dios", agregó.
La oración que Gianna Beretta escribiera en el reverso de aquella imagen pidiendo que la luz de la gracia no
se apagase en ella jamás, se hizo, según su esposo, realidad: "ahora veo que esta luz, que ha alegrado
durante un tiempo lamentablemente brevísimo mi vida y la de mis hijos, se difunde como una bendición
sobre quien la conoció y la amó. Sobre quienes le rezan y se encomiendan a su intercesión ante Dios. Y esto
me hace revivir, de manera acongojada, el privilegio que el Señor me concedió de compartir con Gianna una
parte de mi vida".
"Mis sentimientos, dice emocionado, tienen múltiples matices, de sorpresa, casi de maravilla, de
agradecimiento a Dios y de aceptación jubilosa, ciertamente feliz y singular, de este don de la Divina
Providencia, que también considero un reconocimiento a todas las innumerables madres desconocidas,
heroicas como Gianna, en su amor materno y en su vida".
Los Molla-Beretta seguirán viviendo el ejemplo de santidad sencilla en la vida cotidiana que les dejó Gianna.
"Para mí y para mis hijos, Gianna seguirá siendo algo muy íntimo. Una espléndida esposa, una tiernísima
madre. Si alguien tiene que hablar, que hable la Iglesia."
SAN PABLO:
APÓSTOL DE LOS GENTILES Y MÁRTIR
https://www.aciprensa.com/recursos/san-pablo-2659
Por aquel tiempo había ya en Damasco un grupo importante de la nueva comunidad cristiana, del que
pronto tuvo noticia Pablo, por entonces tenía unos veintiséis años de edad. Con su afán de acabar con los
cristianos, pidió al príncipe de los sacerdotes unas cartas de presentación para Damasco, a fin de apresar a
los adeptos de la nueva fe. Mas todo había de suceder de muy distinta manera...Obtenidas las cartas, Pablo
y sus compañeros se acercaban a Damasco, cuando de pronto una luz del cielo les envolvió en su
resplandor. Pablo vio entonces a Jesús. A su vista cayó en tierra y ovó una voz que le decía: «Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?». Atemorizado y sin reconocerlo, Pablo preguntó: «¿Quién eres Tú, Señor?». Y el
Señor le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues». Saulo, entonces, temblando, otra vez preguntó: «Señor,
¿qué quieres que haga?». Y Jesús le respondió: «Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá lo que
debes hacer». A partir de su encuentro con el Señor, se le conoce con el nombre de Pablo.
Los compañeros de Pablo estaban asombrados. Oían, pero sin ver a nadie; y como al levantarse Pablo
estaba ciego, le cogieron de la mano y le condujeron a la ciudad, donde permaneció tres días atacado por la
ceguera y sin comer ni beber nada. Recobrada milagrosamente la vista, se retiró a Arabia por un tiempo, y
allí, antes de volver a Damasco, permaneció entregado a la oración y en trato íntimo con el Señor. Regresó
luego a la ciudad, entrando de lleno en su función de apóstol y en su gran labor evangelizadora.
Cuando empezó a predicar, directamente y sin rodeos, la doctrina de Jesús, y a proclamar que Jesucristo es
el verdadero Dios y el Mesías prometido, los judíos de Damasco decidieron perderle y lograron poner
guardias a las puertas de la ciudad para que no pudiera escapar, mientras le perseguían dentro. «En vista
de lo cual, los discípulos, tomándole una noche, le descolgaron por un muro, metido en un canasto”. Desde
entonces su vida apostólica es una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo
tiempo, de grandes triunfos para la causa cristiana.
Pronto sus grandes cualidades de organizador, su talento, su energía y férrea voluntad; su gran capacidad,
en fin, para el apostolado y su extenso conocimiento de la Ley, junto a su cultura helenista, así como su
habilidad para comunicar a otros su pensamiento, le destacarán entre todos. A esto hay que añadir el
impulso interior que empujaba a aquel carácter ardiente a entregarse totalmente a la conversión, no sólo de
los judíos, sino de todos los pueblos gentiles adonde pudiera llevar su palabra. Viajó sin descanso de una
parte a otra del mundo romano, solo o acompañado, sembrando por doquier la fecunda semilla de la fe en
Cristo Jesús. El celo y la actividad apostólica de San Pablo no disminuyeron con los años. Unos veinticinco
años duraron sus asombrosas y eficaces campañas. Y jamás cediendo al cansancio, siempre con renovadas
energías. Escribió trece cartas dirigidas a las comunidades cristianas que fundó.
Realizó tres viajes misioneros en donde tuvo que padecer a causa de las circunstancias de la naturaleza,
tormentas en el mar, naufragios, personas que no lo recibían y al contrario buscaban deshacerse de él. Aún
así Pablo, no desiste en su misión de anunciar a “Tiempo y a destiempo” el evangelio de Cristo. Su
apostolado se va desplegando, en público y de casa en casa, convenciendo a los paganos, animando a los
fieles, exhortando a los judíos...Gracias al título de ciudadano romano, cuyos privilegios hizo valer, se libró
de ser azotado; luego, después de dos años de estar preso en Cesarea, logró terminar su encarcelamiento
apelando al César.
Hacia el final de su vida, sufre cautiverio en Roma, a fines del año 66, en plena persecución de Nerón. Se le
encierra entonces en una prisión terrible, en la que se le condenó a una absoluta inactividad e
incomunicación. Debió padecer muchísimo al encontrarse paralizado. Supo, no obstante, doblegarse a la
voluntad del Señor, que le tenía destinado, como a Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, a una muerte
próxima. Según la tradición más admitida, los dos fueron inmolados el mismo día, en el año 67; Pedro,
crucificado cabeza abajo en la colina del Vaticano; Pablo, decapitado en la Vía Ostiense.