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CAPíTULO II.
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Así, pues, Locke distingue tres funciones o poderes en un Estado constituido:
legislativo, judicial y ejecutivo; en ocasiones habla de legislativo, ejecutivo y federativo,
este último encargado de las relaciones exteriores.
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4.INICIO DEL RÉGIMEN CONSTITUCIONAL: LAS REVOLUCIONES
AMERICANA Y FRANCESA
En el último cuarto del siglo XVIII, dos acontecimientos cambiaron la faz del mundo: la
independencia de las colonias británicas de América y la Revolución francesa. La cultura
política a un lado y otro del Atlántico era similar. Ambas eran, en última instancia,
deudoras de Locke y de Montesquieu y las relaciones entre relevantes personalidades de
uno y otro lugar (Franklin, Paine, Voltaire) son conocidas. Pero la situaciones eran muy
dispares.
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Aun así, algunos preceptos del texto inicial limitan el poder federal (y otros, el de los
Estados miembros) en función de los derechos individuales.
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principalmente, significaron en Francia un reequilibrio de poderes entre el Rey y el
Parlamento, en España, salvo el bienio progresista (1854-1856), hubo que esperar a la
revolución de 1868, pronto fracasada; de ahí nuestro retraso de un siglo en la evo-
lución del régimen liberal. En España y en Alemania, más que la soberanía nacional,
estuvo vigente el principio monárquico, el cual teñía sus regímenes de semiabsolutismo
(García-Pelayo). No obstante, el constitucionalismo español y europeo fue incorporando
paulatinamente elementos liberales.
Esta evolución estuvo acompañada de la irrupción de los nacionalismos, la
mistificación del concepto de nación y la reacción frente a las invasiones napoleónicas.
Finalmente, el Estado liberal, a pesar de la proclamación de abstencionismo del poder
público y de la primacía de la sociedad (de la sociedad civil, suele decirse), fue tan fuerte
como necesitó serlo y tan intervencionista como los sectores oligárquicos le requirieron.
La política belicista y colonialista de los Estados europeos y las grandes inversiones en
obras públicas (el ferrocarril, entre ellas) nos dan una imagen menos estilizada del
Estado liberal.
CAPÍTULO III.
El Estado Social y Democrático de Derecho
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tiempos. Y la superficie de los tiempos había ya ofrecido no pocas realidades opuestas a
la brillante ideología liberal:
- los socialismos premarxistas;
- la revolución de 1848 y la conquista del sufragio universal;
- el Manifiesto Comunista y la progresiva concreción de la doctrina marxista;
- el socialismo democrático de la segunda mitad del siglo XIX;
-la emergencia del anarquismo, predicador de la acción directa;
-la experiencia de la Comuna de Paris, de 1870;
-las frecuentes crisis económicas;
- el nacimiento de ciertos movimientos políticos conservadores, que, sin embargo,
aceptaban la intervención de los poderes públicos en materia económica, como la
democracia cristiana, que seguía la doctrina social católica según fue definiéndose
desde la encíclica Rerum Novarum;
- la polémica, en el seno del socialismo, acerca de la aceptación del sistema
parlamentario como marco de la lucha social y política.
La primera corrección del modelo liberal, dando entrada a la intervención estatal, fue el
llamado en Francia régimen administrativo de servicio público, en el que los fines del
Estado se expandieron. El proceso estaba incoado ya en el período napoleónico, como
ha estudiado García de Enterría, y se desenvolvió durante todo el siglo XIX. Por una
desviada interpretación del principio de división de poderes como separación La
Administración creció progresivamente asumiendo la gestión de los servicios de correos,
telégrafos, gas y electricidad, y sobre todo, de las construcción del ferrocarril. Afines del
siglo, esta tendencia se manifestó con toda solidez. Como indica Sánchez Agesta
refiriendo el problema a España, la idea de fomento se erigió en árbol frondoso de
servicios.
La doctrina del Derecho público acusa el impacto. Así, Santamaria de Paredes, hacia
1880, señalo que, junto a su fin permanente del mantenimiento del orden social, el
Estado interviene en materia de enseñanza, de arte, de beneficencia, de industria, de
comercio y, en general, en todos los fines de la vida colectiva. Duguit, uno de los autores
franceses más influyentes, lo expresó cumplidamente: el Estado ha devenido un sistema
de servicios públicos; este concepto, añadió, identifica mejor la esencia del Estado que el
clásico de soberanía.
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y al totalitarismo. Idea que, por tanto, trataba de responder a la crisis histórica del modelo
europeo de sociedad del primer tercio del siglo XX, lo cual exigía: de un lado, cambiar el
estatuto del ciudadano, que no debía ser ya sólo una persona integrada en un país
política y jurídicamente, sino también económica, social y culturalmente; de otro, cambiar
el estatuto jurídico-político del poder público, que, de ser meramente vigilante y represor,
pasó a ser ordenador, conformador de la sociedad.
Desde el punto de vista del ciudadano, esta nueva concepción tuvo reflejo en su
acceso a los bienes y derechos sociales, económicos y culturales recogidos por los
textos constitucionales con diversos grados de efectividad jurídica. El Estado social de
Derecho no espera a que el mercado autorregule su funcionamiento, sino que lo dirige él
mismo. Respeta el mercado, pero asume la obligación de realizar las prestaciones
necesarias para garantizar un mínimo existencial de los ciudadanos y promueve, con
criterios no estrictamente económicos, las condiciones de satisfacción de necesidades
individuales y colectivas que el puro mercado no proporciona.
La superficie de los tiempos siguió ofreciendo perfiles poco apropiados al
abstencionismo estatal:
-la revolución bolchevique, la extensión posterior del comunismo a medio mundo y las
primeras experiencias planificadoras.
- las economías de guerra, que por necesidades evidentes hubieron de ser
estrechamente dirigidas; más las consiguientes necesidades de reconstrucción
posbélica en las dos ocasiones, tan próximas en el tiempo además;
- la Gran Depresión económica de los años 1929 y siguientes y el inicio de una teoría
de la planificación para la economía de mercado;
- la Teoría del empleo, del interés y del dinero, de Keynes, seguida por muchos
economistas, que denunciaron la esclerotización del capitalismo de la época;
- la implantación de los partidos socialistas y comunistas en los regímenes demo-
liberales y su participación en los Gobiernos a la salida de la Segunda Guerra Mundial,
con sus exigencias de una distinta racionalización económica a plazo más amplio;
- la convergencia del liberalismo en su versión keynesiana con el socialismo en su
versión socialdemócrata y con la acentuación del perfil social de los partidos
democristianos;
-la progresiva decantación de un sindicalismo reformista y negociador...
El Estado social de Derecho (expresión que busca legitimar jurídicamente la
interpenetración sociedad-Estado), ha derivado, tras la Segunda Guerra Mundial, en lo
que se ha dado en llamar Estado de bienestar social (o, más brevemente, Estado de
bienestar), que pretende una economía organizada, concertada, dirigida o planificada si
fuera preciso. La idea fundamental, es la de que la armonía económica y social no viene
preestablecida ni es consecuencia automática de la libre concurrencia, entre otros
motivos porque esa concurrencia no es tan libre: hay que crearla interviniendo en el
mercado. La Democracia Cristiana alemana acuñó el concepto de economía social de
mercado y la italiana propugnó el crecimiento del sector público de la economía nacional.
Estas tesis, salvando las diferencias, eran también aceptadas por el laborismo y por el
socialismo democrático.
De esta manera, el Estado alcanzó un nuevo poder: el poder económico. Este hecho
ha pasado a ser, como dice García-Pelayo, uno de los elementos constitutivos de la
soberanía de nuestro tiempo. La soberanía económica del Estado fue considerada
imprescindible para que éste pudiera cumplir la esencial función de asegurar el orden y el
bienestar de la sociedad que lo sustenta.
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El Estado social adoptó una política de dirección de la sociedad y de la economía.
Abendroth unió el carácter social del Estado a la idea de democracia social y económica,
lo que requiere, dice, la sustitución de la aparente libre competencia de la economía por
una planificación democrática en función del interés general de la sociedad. Esto significa
que el orden socioeconómico y social debía ser dirigido por aquellos órganos estatales
en los que estaba representada la voluntad popular.
Ocurre, sin embargo, que la idea de planificación económica ha sufrido un serio
desgaste en nuestros días, hasta el punto de ser considerada como cosa del pasado.
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Por lo demás, los países miembros de la Unión Europea, como dice Alberti, han
transferido una muy notable capacidad de actuación a las instancias comunitarias, de
manera que éstas condicionan y en muchos casos predeterminan las opciones que la
Constitución deja abiertas a los poderes nacionales.
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