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EDADES HISTORICAS

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El concepto más tradicional de historia antigua presta atención al
descubrimiento de la escritura, que convencionalmente la historiografía
ha considerado el hito que permite marcar el final de la Prehistoria
(paleolítico y neolítico) y el comienzo de la Historia, dada la primacía que
otorga a las fuentes escritas frente a la cultura material, que estudia con
su propio método la arqueología. Otras orientaciones procuran atender
al sistema social o el nivel técnico. Recientemente, los estudios de
genética de poblaciones basados en distintas técnicas de análisis
comparativo de ADN y los estudios de antropología lingüística están
llegando a reconstruir de un modo cada vez más preciso las migraciones
antiguas y su herencia en las poblaciones actuales…

Ver también: La Edad Oscura de Grecia


Sea cual fuere el criterio empleado, coincide que en tiempo y lugar unos
y otros procesos cristalizaron en el inicio de la vida urbana, ciudades
muy superiores en tamaño y diferentes en función a las aldeas
neolíticas, la aparición del poder político, palacios, reyes, de las
religiones organizadas, templos, sacerdotes, una compleja
estratificación social, esfuerzos colectivos de gran envergadura que
exigen prestaciones de trabajo obligatorio e impuestos, y el comercio de
larga distancia, todo lo que se ha venido en llamar «revolución urbana»;
nivel de desarrollo social que por primera vez se alcanzó en
la Sumeria del IV milenio a. C., espacio propicio para la constitución de
las primeras ciudades-estado competitivas a partir del sustrato neolítico
que llevaba ya cuatro milenios desarrollándose en el «Creciente fértil». A
partir de ellas, y de sucesivos contactos, tanto pacíficos como
invasiones, de pueblos vecinos, culturas sedentario-agrícolas o nómada-
ganaderas que se nombran tradicionalmente con términos de validez
cuestionada, más propios de familias lingüísticas que de razas humanas:
semitas, camitas, indoeuropeos, etc., se fueron conformando los
primeros estados de gran extensión territorial, hasta alcanzar el tamaño
de imperios multinacionales. Procesos similares tuvieron lugar en
diversos momentos según el área geográfica,
sucesivamente Mesopotamia, el valle del Nilo, el subcontinente indio,
China, la cuenca del Mediterráneo, la América precolombina y el resto
de Europa, Asia y África; en algunas zonas especialmente aisladas,
algunos pueblos cazadores-recolectores actuales aún no habrían
abandonado la prehistoria mientras que otros entraron violentamente en
la edad moderna o contemporánea de la mano de las colonizaciones del
siglo XVI al XIX.

Los pueblos cronológicamente contemporáneos a la Historia escrita del


Mediterráneo Oriental pueden ser objeto de la Protohistoria, pues las
fuentes escritas por romanos, griegos, fenicios, hebreos o egipcios,
además de las fuentes arqueológicas, permiten hacerlo. La Antigüedad
clásica se localiza en el momento de plenitud de la civilización
grecorromana, siglo V a. C. al II d. C. o en sentido amplio, en toda su
duración, en el siglo VIII a. C. al V d. C.. Se caracterizó por la definición
de innovadores conceptos sociopolíticos: los de ciudadanía y de libertad
personal, no para todos, sino para una minoría sostenida por el trabajo
esclavo; a diferencia de los imperios fluviales del antiguo Egipto,
Babilonia, India o China, para los que se definió la imprecisa categoría
de «modo de producción asiático», caracterizadas por la existencia de
un poder omnímodo en la cúspide del imperio y el pago de tributos por
las comunidades campesinas sujetas a él, pero de condición social libre
(pues aunque exista la esclavitud, no representa la fuerza de trabajo
principal). El final de la Edad Antigua en la civilización occidental
coincide con la caída del Imperio romano de Occidente, en el año 476; el
Imperio romano de Oriente sobrevivió toda la Edad Media hasta 1453
como Imperio bizantino, aunque tal discontinuidad no se observa en
otras civilizaciones. Por tanto, las divisiones posteriores, Edad Media y
Edad Moderna, pueden considerarse válidos sólo para aquélla; mientras
que la mayor parte de Asia y África, y con mucha más claridad América,
son objeto en su historia de una periodización propia. Algunos autores
culturalistas hacen llegar la Antigüedad tardía europea hasta los siglos
VI y VII, mientras que, la escuela “mutacionista” francesa la extiende
hasta algún momento entre los siglos IX y XI. Distintas interpretaciones
de la historia ponen el acento en cuestiones económicas con la
transición del modo de producción esclavista al modo de producción
feudal, desde la crisis del siglo III; políticas con la desaparición del
imperio e instalación de los reinos germánicos desde el siglo V; o
ideológicas, religiosas con la sustitución del paganismo politeísta por los
monoteísmos teocéntricos: el cristianismo, siglo IV, y posteriormente el
islam, siglo VII, filosóficas, filosofía antigua por la medieval, y artísticas,
evolución desde el arte antiguo, clásico, hacia el arte medieval,
paleocristiano y prerrománico.
Ver también: La Antigua Grecia, La Grecia helenística, Grecia: La
dominación romana
Las civilizaciones de la Antigüedad son agrupadas geográficamente por
la historiografía y la arqueología en zonas en que distintos pueblos y
culturas estuvieron especialmente vinculados entre sí; aunque las áreas
de influencia de cada una de ellas llegaron en muchas ocasiones a
interpenetrarse e ir mucho más lejos, formando imperios de
dimensiones multicontinentales como el Imperio persa, el de Alejandro
Magno y el Imperio romano, talasocracias (‘gobierno de los mares’) o
rutas comerciales y de intercambio de productos e ideas a larga
distancia; aunque siempre limitadas por el relativo aislamiento entre
ellas con obstáculos de los desiertos y océanos, que llega a ser radical
en algunos casos, entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo. La
navegación antigua, especialmente la naturaleza y extensión de las
expediciones que necesariamente tuvieron que realizar las culturas
primitivas de Polinesia, al menos hasta la Isla de Pascua, es un asunto
aún polémico. En algunas ocasiones se ha recurrido a la arqueología
experimental para probar la posibilidad de contactos con América desde
el Pacífico. Otros conceptos de aplicación discutida son la prioridad del
difusionismo o del desarrollo endógeno para determinados fenómenos
culturales como la agricultura, metalurgia, escritura, alfabeto, o la
moneda y la aplicación del evolucionismo en contextos arqueológicos y
antropológicos…
Ver también: Antigua Roma
La edad media es el periodo de la historia europea que transcurrió
desde la desintegración del Imperio romano de Occidente, en el siglo V,
hasta el siglo XV. No obstante, las fechas anteriores no han de ser
tomadas como referencias fijas: nunca ha existido una brusca ruptura en
el desarrollo cultural del continente. Parece que el término lo empleó por
vez primera el historiador Flavio Biondo de Forli, en su obra Historiarum
ab inclinatione romanorun imperii decades, Décadas de historia desde la
decadencia del Imperio romano, publicada en 1438 aunque fue escrita
treinta años antes. El término implicó en su origen una parálisis del
progreso, considerando que la edad media fue un periodo de
estancamiento cultural, ubicado cronológicamente entre la gloria de la
antigüedad clásica y el renacimiento. La investigación actual tiende, no
obstante, a reconocer este periodo como uno más de los que
constituyen la evolución histórica europea, con sus propios procesos
críticos y de desarrollo. Se divide generalmente la edad media en tres
épocas. Ningún evento concreto determina el fin de la antigüedad y el
inicio de la edad media: ni el saqueo de Roma por los godos dirigidos
por Alarico I en el 410, ni el derrocamiento de Rómulo Augústulo, último
emperador romano de Occidente, fueron sucesos que sus
contemporáneos consideraran iniciadores de una nueva época…
Ver también: Mahoma. El profeta del Islam
La Edad Media es la culminación a finales del siglo V de una serie de
procesos de larga duración, entre ellos la grave dislocación económica y
las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio
romano, hizo cambiar la faz de Europa. Durante los siguientes 300 años
Europa occidental mantuvo una cultura primitiva aunque instalada sobre
la compleja y elaborada cultura del Imperio romano, que nunca llegó a
perderse u olvidarse por completo. Durante este periodo no existió
realmente una maquinaria de gobierno unitaria en las distintas
entidades políticas, aunque la poco sólida confederación de tribus
permitió la formación de reinos. El desarrollo político y económico era
fundamentalmente local y el comercio regular desapareció casi por
completo, aunque la economía monetaria nunca dejó de existir de forma
absoluta. En la culminación de un proceso iniciado durante el Imperio
romano, los campesinos comenzaron a ligarse a la tierra y a depender
de los grandes propietarios para obtener su protección y una
rudimentaria administración de justicia, en lo que constituyó el germen
del régimen señorial. Los principales vínculos entre la aristocracia
guerrera fueron los lazos de parentesco aunque también empezaron a
surgir las relaciones feudales. Se ha considerado que estos vínculos, que
relacionaron la tierra con prestaciones militares y otros servicios, tienen
su origen en la antigua relación romana entre patrón y cliente o en la
institución germánica denominada comitatus, grupo de compañeros
guerreros. Todos estos sistemas de relación impidieron que se produjera
una consolidación política efectiva. La única institución europea con
carácter universal fue la Iglesia, pero incluso en ella se había producido
una fragmentación de la autoridad. Todo el poder en el seno de la
jerarquía eclesiástica estaba en las manos de los obispos de cada
región. El papa tenía una cierta preeminencia basada en el hecho de ser
sucesor de san Pedro, primer obispo de Roma, a quien Cristo le había
otorgado la máxima autoridad eclesiástica. No obstante, la elaborada
maquinaria del gobierno eclesiástico y la idea de una Iglesia encabezada
por el papa no se desarrollarían hasta pasados 500 años. La Iglesia se
veía a sí misma como una comunidad espiritual de creyentes cristianos,
exiliados del reino de Dios, que aguardaba en un mundo hostil el día de
la salvación. Los miembros más destacados de esta comunidad se
hallaban en los monasterios, diseminados por toda Europa y alejados de
la jerarquía eclesiástica.

En el seno de la Iglesia hubo tendencias que aspiraban a unificar los


rituales, el calendario y las reglas monásticas, opuestas a la
desintegración y al desarrollo local. Al lado de estas medidas
administrativas se conservaba la tradición cultural del Imperio romano.
En el siglo IX, la llegada al poder de la dinastía Carolingia supuso el inicio
de una nueva unidad europea basada en el legado romano, puesto que
el poder político del emperador Carlomagno dependió de reformas
administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del
extinto mundo romano. La actividad cultural durante los inicios de la
edad media consistió principalmente en la conservación y
sistematización del conocimiento del pasado y se copiaron y comentaron
las obras de autores clásicos. Se escribieron obras enciclopédicas, como
las Etimologías en el 623 de san Isidoro de Sevilla, en las que su autor
pretendía compilar todo el conocimiento de la humanidad. En el centro
de cualquier actividad docta estaba la Biblia: todo aprendizaje secular
llegó a ser considerado como una mera preparación para la comprensión
del Libro Sagrado. Esta primera etapa de la edad media se cierra en el
siglo X con las segundas migraciones germánicas e invasiones
protagonizadas por los vikingos procedentes del norte y por los
magiares de las estepas asiáticas, y la debilidad de todas las fuerzas
integradoras y de expansión europeas al desintegrarse el Imperio
Carolingio. La violencia y dislocamiento que sufrió Europa motivaron que
las tierras se quedaran sin cultivar, la población disminuyera y los
monasterios se convirtieran en los únicos baluartes de la civilización.
Hacia mediados del siglo XI Europa se encontraba en un periodo de
evolución desconocido hasta ese momento. La época de las grandes
invasiones había llegado a su fin y el continente europeo experimentaba
el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron la
vida urbana y el comercio regular a gran escala y se desarrolló una
sociedad y cultura que fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Este
periodo se ha convertido en centro de atención de la moderna
investigación y se le ha dado en llamar el renacimiento del siglo XII.

Durante la alta edad media la Iglesia católica, organizada en torno a una


estructurada jerarquía con el papa como indiscutida cúspide, constituyó
la más sofisticada institución de gobierno en Europa occidental. El
Papado no sólo ejerció un control directo sobre el dominio de las tierras
del centro y norte de Italia sino que además lo tuvo sobre toda Europa
gracias a la diplomacia y a la administración de justicia, en este caso
mediante el extenso sistema de tribunales eclesiásticos. Además las
órdenes monásticas crecieron y prosperaron participando de lleno en la
vida secular. Los antiguos monasterios benedictinos se imbricaron en la
red de alianzas feudales. Los miembros de las nuevas órdenes
monásticas, como los cistercienses, desecaron zonas pantanosas y
limpiaron bosques; otras, como los franciscanos, entregados
voluntariamente a la pobreza, pronto empezaron a participar en la
renacida vida urbana. La Iglesia ya no se vería más como una ciudad
espiritual en el exilio terrenal, sino como el centro de la existencia. La
espiritualidad altomedieval adoptó un carácter individual, centrada
ritualmente en el sacramento de la eucaristía y en la identificación
subjetiva y emocional del creyente con el sufrimiento humano de Cristo.
La creciente importancia del culto a la Virgen María, actitud desconocida
en la Iglesia hasta este momento, tenia el mismo carácter emotivo.
Dentro del ámbito cultural, hubo un resurgimiento intelectual al
prosperar nuevas instituciones educativas como las escuelas
catedralicias y monásticas. Se fundaron las primeras universidades, se
ofertaron graduaciones superiores en medicina, derecho y teología,
ámbitos en los que fue intensa la investigación: se recuperaron y
tradujeron escritos médicos de la antigüedad, muchos de los cuales
habían sobrevivido gracias a los eruditos árabes y se sistematizó,
comentó e investigó la evolución tanto del Derecho canónico como del
civil, especialmente en la famosa Universidad de Bolonia. Esta labor tuvo
gran influencia en el desarrollo de nuevas metodologías que
fructificarían en todos los campos de estudio. El escolasticismo se
popularizó, se estudiaron los escritos de la Iglesia, se analizaron las
doctrinas teológicas y las prácticas religiosas y se discutieron las
cuestiones problemáticas de la tradición cristiana. El siglo XII, por tanto,
dio paso a una época dorada de la filosofía en Occidente. También se
produjeron innovaciones en el campo de las artes creativas. La escritura
dejó de ser una actividad exclusiva del clero y el resultado fue el
florecimiento de una nueva literatura, tanto en latín como, por primera
vez, en lenguas vernáculas. Estos nuevos textos estaban destinadas a
un público letrado que poseía educación y tiempo libre para leer. La
lírica amorosa, el romance cortesano y la nueva modalidad de textos
históricos expresaban la nueva complejidad de la vida y el compromiso
con el mundo secular. En el campo de la pintura se prestó una atención
sin precedentes a la representación de emociones extremas, a la vida
cotidiana y al mundo de la naturaleza. En la arquitectura, el románico
alcanzó su perfección con la edificación de incontables catedrales a lo
largo de rutas de peregrinación en el sur de Francia y en España,
especialmente el Camino de Santiago, incluso cuando ya comenzaba a
abrirse paso el estilo gótico que en los siguientes siglos se convertiría en
el estilo artístico predominante.
Durante el siglo XIII se sintetizaron los logros del siglo anterior. La Iglesia
se convirtió en la gran institución europea, las relaciones comerciales
integraron a Europa gracias especialmente a las actividades de los
banqueros y comerciantes italianos, que extendieron sus actividades por
Francia, Inglaterra, Países Bajos y el norte de África, así como por las
tierras imperiales germanas. Los viajes, bien por razones de estudio o
por motivo de una peregrinación fueron más habituales y cómodos.
También fue el siglo de las Cruzadas; estas guerras, iniciadas a finales
del siglo XI, fueron predicadas por el Papado para liberar los Santos
Lugares cristianos en el Oriente Próximo que estaban en manos de los
musulmanes. Concebidas según el Derecho canónico como
peregrinaciones militares, los llamamientos no establecían distinciones
sociales ni profesionales. Estas expediciones internacionales fueron un
ejemplo más de la unidad europea centrada en la Iglesia, aunque
también influyó el interés de dominar las rutas comerciales de Oriente.
La alta edad media culminó con los grandes logros de la arquitectura
gótica, los escritos filosóficos de santo Tomás de Aquino y la visión
imaginativa de la totalidad de la vida humana, recogida en la Divina
comedia de Dante Alighieri. Si la alta edad media estuvo caracterizada
por la consecución de la unidad institucional y una síntesis intelectual, la
baja edad media estuvo marcada por los conflictos y la disolución de
dicha unidad. Fue entonces cuando empezó a surgir el Estado moderno,
aun cuando éste en ocasiones no era más que un incipiente sentimiento
nacional, y la lucha por la hegemonía entre la Iglesia y el Estado se
convirtió en un rasgo permanente de la historia de Europa durante
algunos siglos posteriores. Pueblos y ciudades continuaron creciendo en
tamaño y prosperidad y comenzaron la lucha por la autonomía política.
Este conflicto urbano se convirtió además en una lucha interna en la que
los diversos grupos sociales quisieron imponer sus respectivos intereses.
Una de las consecuencias de esta pugna, particularmente en las
corporaciones señoriales de las ciudades italianas, fue la intensificación
del pensamiento político y social que se centró en el Estado secular
como tal, independiente de la Iglesia. La independencia del análisis
político es sólo uno de los aspectos de una gran corriente del
pensamiento bajomedieval y surgió como consecuencia del fracaso del
gran proyecto de la filosofía altomedieval que pretendía alcanzar una
síntesis de todo el conocimiento y experiencia tanto humano como
divino.
Aunque este desarrollo filosófico fue importante, la espiritualidad de la
baja edad media fue el auténtico indicador de la turbulencia social y
cultural de la época. Esta espiritualidad estuvo caracterizada por una
intensa búsqueda de la experiencia directa con Dios, bien a través del
éxtasis personal de la iluminación mística, o bien mediante el examen
personal de la palabra de Dios en la Biblia. En ambos casos, la Iglesia
orgánica, tanto en su tradicional función de intérprete de la doctrina
como en su papel institucional de guardián de los sacramentos, no
estuvo en disposición de combatir ni de prescindir de este fenómeno.
Toda la población, laicos o clérigos, hombres o mujeres, letrados o
analfabetos, podían disfrutar potencialmente una experiencia mística.
Concebida ésta como un don divino de carácter personal, resultaba
totalmente independiente del rango social o del nivel de educación pues
era indescriptible, irracional y privada. Por otro lado, la lectura
devocional de la Biblia produjo una percepción de la Iglesia como
institución marcadamente diferente a la de anteriores épocas en las que
se la consideraba como algo omnipresente y ligado a los asuntos
terrenales. Cristo y los apóstoles representaban una imagen de radical
sencillez y al tomar la vida de Cristo como modelo de imitación, hubo
personas que comenzaron a organizarse en comunidades apostólicas. En
ocasiones se esforzaron por reformar la Iglesia desde su interior para
conducirla a la pureza y sencillez apostólica, mientras que en otras
ocasiones se desentendieron simplemente de todas las instituciones
existentes. En muchos casos estos movimientos adoptaron una postura
apocalíptica o mesiánica, en particular entre los sectores más
desprotegidos de las ciudades bajomedievales, que vivían en una
situación muy difícil. Tras la aparición catastrófica de la peste negra, en
la década de 1340, que acabó con la vida de una cuarta parte de la
población europea, bandas de penitentes, flagelantes y de seguidores de
nuevos mesías recorrieron toda Europa, preparándose para la llegada de
la nueva época apostólica.

Esta situación de agitación e innovación espiritual desembocaría en


la Reforma protestante; las nuevas identidades políticas conducirían al
triunfo del Estado nacional moderno y la continua expansión económica
y mercantil puso las bases para la transformación revolucionaria de la
economía europea. De este modo las raíces de la edad moderna pueden
localizarse en medio de la disolución del mundo medieval, en medio de
su crisis social y cultural…
En su tiempo se consideró que la Edad Moderna era una división del
tiempo histórico de alcance mundial, pero hoy en día suele acusarse a
esa perspectiva de eurocéntrica, con lo que su alcance se restringiría a
la historia de la Civilización Occidental, o incluso únicamente de Europa.
No obstante, hay que tener en cuenta que coincide con la Era de los
Descubrimientos y el surgimiento de la primera economía-mundo. Desde
un punto de vista aún más restrictivo, únicamente en algunas
monarquías de Europa Occidental se identificaría con el periodo y la
formación social histórica que se denomina Antiguo Régimen. La fecha
de inicio más aceptada es la toma de Constantinopla por los turcos en el
año 1453, coincidente en el tiempo con la invención de la imprenta y el
desarrollo del Humanismo y el Renacimiento, procesos a los que
contribuyó por la llegada a Italia de exiliados bizantinos y textos clásicos
griegos, aunque también se han propuesto el Descubrimiento de
América en el año 1492, y la Reforma Protestante en 1517 como hitos
de partida…
En cuanto a su final, la historiografía anglosajona asume que estamos
aún en la Edad Moderna, identificando al periodo XV al XVIII como Early
Modern Times, temprana edad moderna, y considerando los siglos XIX y
XX como el objeto central de estudio de la Modern History, mientras que
las historiografías más influidas por la francesa denominan el periodo
posterior a la Revolución francesa en el año 1789 como Edad
Contemporánea. Como hito de separación también se han propuesto
otros hechos: la independencia de los Estados Unidos en 1776, la Guerra
de Independencia Española en 1808 o la Guerra de Independencia
Hispanoamericana entre 1809 y 1824. Como suele suceder, estas fechas
o hitos son meramente indicativos, ya que no hubo un paso brusco de
las características de un período histórico a otro, sino una transición
gradual y por etapas, aunque la coincidencia de cambios bruscos,
violentos y decisivos en las décadas finales del siglo XVIII y primeras del
XIX también permite hablar de la Era de la Revolución. Por eso, deben
tomarse todas estas fechas con un criterio más bien pedagógico. La
edad moderna transcurre más o menos desde mediados del siglo XV a
finales del siglo XVIII. La Edad Moderna suele secuenciarse por sus
siglos, lo que puede ser arbitrario, y suele ser salvado con expeditivos
siglos cortos o siglos largos, divididos según convenga, pero en general
la historiografía ha caracterizado una sucesión cíclica, que algunos han
querido identificar con ciclos económicos similares a los descritos por
Clement Juglar y Nicolái Kondratiev, pero más amplios, con fases A de
expansión y B de recesión secular.  Un siglo XVI que, tras la costosa
recuperación de la Crisis de la Baja Edad Media, en economía presencia
la Revolución de los Precios, coincidente con la Era de los
Descubrimientos que permite una expansión europea ligada a ventajas
tecnológicas y de organización social. Pocos hechos cambiaron tanto la
historia del mundo como la llegada de los españoles a América y la
posterior Conquista y la apertura de las rutas oceánicas que castellanos
y portugueses lograron en los años en torno a 1500. El choque cultural
supuso el colapso de las civilizaciones precolombinas. Paulatinamente,
el Atlántico gana protagonismo frente al Mediterráneo, cuya cuenca
presencia un reajuste de civilizaciones: si en la Edad Media se dividió
entre un norte cristiano y un sur islámico, con una frontera que cruzaba
Al Andalus, Sicilia y Tierra Santa, desde finales del siglo XV el eje se
invierte, quedando el Mediterráneo Occidental, incluyendo las ciudades
costeras clave de África del Norte, hegemonizado por la Monarquía
Hispánica, que desde 1580 incluía a Portugal, mientras que en Europa
oriental el Imperio otomano alcanza su máxima expansión. Las
milenarias civilizaciones orientales como India, China y Japón, reciben en
algunas ciudades costeras una presencia puntual portuguesa, en Goa,
Ceilán, Malaca, Macao, Nagasaki misiones de San Francisco Javier, pero
tras los primeros contactos se mantuvieron poco conectados o incluso
ignoraron olímpicamente los cambios de Occidente; por el momento se
lo podían permitir. Las islas de las especias (Indonesia) y Filipinas serán
objeto de una dominación colonial europea más intensiva. Frente a la
continuidad oriental, los cambios sociales se concentran en los vértices
del llamado comercio triangular: notables en Europa donde comienzan a
divergir un noroeste burgués y un este y sur en proceso de
refeudalización, y cataclísmicos en América como la colonización y África
con el esclavismo. El crecimiento de población en Europa probablemente
no compensó el descenso en esos continentes, sobre todo en América,
en que alcanzó proporciones catastróficas y ha sido considerado como el
mayor desastre demográfico de la Historia Universal, varios
investigadores han estimado que más del 90% de la población
americana murió en el primer siglo posterior a la llegada de los
europeos, representando entre 40 y 112 millones de personas. Las
convulsiones políticas y militares son asimismo espectaculares. En la
mítica Tombuctú, el Askia Mohamed I produce el apogeo del Imperio
Songhay, que entra en la órbita del Islam y decaerá en el periodo
siguiente. Simultáneamente, el Renacimiento da paso a los
enfrentamientos de la Reforma y las guerras de religión. La expansión
ideológica de Europa se manifiesta en la difusión del cristianismo por
todo el mundo, excepto en los Balcanes, donde retrocede frente
al Islam, con el que también entra en contacto en Extremo Oriente, tras
dar la vuelta al globo.
Un siglo XVII que presenció posiblemente una crisis general, quizá
provocada por la Pequeña Edad del Hielo, que se conoce como crisis del
siglo XVII, que aparte del descenso de población con ciclos de hambres,
guerras o epidemias, y del declive de la serie de precios o de la llegada
de metales de América, fue muy desigual en la forma de afectar a los
distintos países, incluso en Europa: catastrófica para la Monarquía
Hispánica con la crisis de 1640 y Alemania con la Guerra de los Treinta
Años, pero impulsora para Francia e Inglaterra una vez resueltos sus
problemas internos con la Fronda y la Guerra Civil Inglesa. El Imperio
otomano pierde en la batalla de Viena su última oportunidad de
expandirse frente a Europa, y comienza un lento declive, en parte en
beneficio de una Polonia que enseguida pasará el relevo al
gigantesco Imperio ruso. En su frente oriental, resucita el Imperio
persa con la dinastía safávida que lleva a un breve apogeo el Sah Abbas
I el Grande, que convierte a Isfahán en una de las ciudades más bellas
del mundo. Al mismo tiempo, en la India, que mantiene la presencia
colonial europea en la costa, se levanta un gran imperio continental del
que es prueba el Taj Mahal de Sha Jahan y comienza a descomponerse
con Aurangzeb. Todos estos movimientos tienen que ver con el vacío
geoestratégico formado en el Asia Central, que los kanatos herederos de
Horda de Oro son incapaces de ocupar. En China los intemporales ciclos
dinásticos se renuevan con el acceso de la dinastía manchú: los Qing.
Japón expulsó a los portugueses, no así a los holandeses, y se cerró en
el relativo aislamiento del periodo Tokugawa, que incluyó el exterminio
de los cristianos, pero que quizá salvó la civilización japonesa de la
colonización y permitió un desarrollo endógeno que en el siglo XIX la
hará irrumpir de golpe en la modernización. Los océanos presencian el
declive del Imperio español, que había llegado a su cúspide,
temporalmente unido al portugués, en beneficio del holandés y
el británico. Es la edad de oro de la piratería, que permite el efímero
florecimiento de un modo de vida violento y excesivo, pero
románticamente percibido como una utopía libre en el Caribe en la isla
de la Tortuga.

Un siglo XVIII que comienza con lo que Paul Hazard definió como crisis
de la conciencia europea entre 1680 y 1715, que abre paso a la
Revolución científica newtoniana, la Ilustración, la Crisis del Antiguo
Régimen y la que propiamente puede llamarse Era de las Revoluciones,
cuyo triple aspecto se categoriza como la Revolución industrial, en el
desarrollo de las fuerzas productivas, lo tecnológico y lo económico
incluyendo el triunfo del capitalismo, la Revolución burguesa, en lo
social, con la conversión de la burguesía en nueva clase dominante y la
aparición de su nuevo antagonista: el proletariado, y la Revolución
liberal, en lo político-ideológico, de la que forman parte la Revolución
francesa y las revoluciones de independencia americanas. El desarrollo
de esos procesos, que pueden considerarse como consecuencias lógicas
de los cambios desarrollados desde el fin de la Edad Media, pondrá fin a
la Edad Moderna. En Europa se encuentra de nuevo en ascenso
demográfico, que se convierte esta vez en el comienzo de la transición
demográfica, superadas las mortalidades catastróficas: la última peste
negra en Europa Occidental en Marsella, en el año 1720 se vence con la
inesperada ayuda del rattus norvegicus, que sustituye biológicamente a
la pestífera rata negra; y con la vacuna de Jenner se obtiene la primera
herramienta científica para el tratamiento de epidemias. En cuanto al
hambre, no desaparece, de hecho el siglo presencia numerosos motines
de subsistencia, que en Inglaterra anteceden al nuevo tipo de protesta,
ligado al naciente proletariado industrial, pero que en las zonas que
desarrollan precozmente una agricultura capitalista y un sistema de
transportes modernizado pueden salvarse ya que en Inglaterra, Francia
y Holanda el sistema de canales fluviales antecede en un siglo al trazado
del ferrocarril. En otras continuó habiendo hasta bien entrado el XIX,
como España con la hambruna de 1812, cuando se recurrió al consumo
masivo de la tóxica almorta, que por las mismas fechas también fue
detectado por los ingleses en la India o Irlanda, monocultivo de la patata
que llevará al hambruna irlandesa de 1845 y a la emigración masiva. El
equilibrio europeo iniciado en el Tratado de Westfalia en 1648, se
recompone en el de Utrecht en el 1714, y se mantiene no sin conflictos,
varios de ellos llamados Guerra de Sucesión, con hegemonía continental
para Francia vinculada a España por los Pactos de Familia de la dinastía
Borbón y hegemonía marítima para Inglaterra, certificada más tarde
en Trafalgar en 1805. Las exploraciones de James Cook y la ocupación
de Oceanía cierran la era los descubrimientos geográficos a la espera de
las expediciones polares. La integración mundial avanza y surgen las
primeras guerras mundiales en el sentido de que los imperios coloniales
europeos se reparten territorios distantes como la India o Canadá al
tiempo que se dirimen otros repartos en Europa como el de Polonia. Las
posesiones europeas llegan a su máxima expansión en América en
vísperas de la Independencia de Estados Unidos en el 1776 y de la
Emancipación Hispanoamericana entre 1808 y 1824, anticipada por
la Revolución de los Comuneros en 1737 y la rebelión de Túpac
Amaru en 1780. Para recoger el testigo de la sumisión colonial, África y
Extremo Oriente habrán de esperar al siglo XIX, pero en el Asia Central
se asiste a una carrera por la ocupación de un espacio
geoestratégicamente vacío entre Rusia y China. Simultáneamente, en el
Pacífico norteamericano la emprenden Rusia, Inglaterra y España,
mientras la colonización de Australia es iniciada por Inglaterra sin
apenas oposición…
La edad contemporánea es el nombre con el que se designa el
periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa y la
actualidad. Comprende un total de 223 años, entre 1789 y el presente.
La humanidad experimentó una transición demográfica, concluida para
las sociedades más avanzadas, el llamado primer mundo, y aún en curso
para la mayor parte, los países subdesarrollados y los países
recientemente industrializados, que ha llevado su crecimiento más allá
de los límites que le imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo
la generalización del consumo de todo tipo de productos, servicios y
recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres
humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que
han agudizado las desigualdades sociales y espaciales y dejan
planteadas para el futuro próximo graves incertidumbres
medioambientales…

Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por


transformaciones aceleradas en la economía, la sociedad y la tecnología
que han merecido el nombre de Revolución industrial, al tiempo que se
destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases
presidida por una burguesía que contempló el declive de sus
antagonistas tradicionales, los privilegiados, y el nacimiento y desarrollo
de uno nuevo, el movimiento obrero, en nombre del cual se plantearon
distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso
las transformaciones políticas e ideológicas como la Revolución liberal,
nacionalismo o totalitarismos; así como las mutaciones del mapa político
mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.

La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo


y fecundidad; mientras que el arte contemporáneo y la literatura
contemporánea, liberados por el romanticismo de las sujeciones
académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios,
se han visto sometidos al impacto de los nuevos medios de
comunicación de masas, tanto los escritos como los audiovisuales, lo
que les provocó una verdadera crisis de identidad que comenzó con el
impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado. En cada uno
de los planos principales del devenir histórico en el asunto económico,
social y político, puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una
superación de las fuerzas rectoras de la modernidad o más bien significa
el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las
fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban
gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades
políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado. En el
siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación
social histórica del estado liberal europeo clásico, surgido tras crisis del
Antiguo Régimen. El Antiguo Régimen había sido socavado
ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración
(L’Encyclopédie, 1751) a todo lo que no se justifique a las luces de la
razón por mucho que se sustente en la tradición, como los privilegios
contrarios a la igualdad, la de condiciones jurídicas, no la económico-
social) o la economía moral contraria a la libertad, la de mercado, la
propugnada por Adam Smith, La riqueza de las naciones, en 1776. Pero,
a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus
ideales de libertad, igualdad y fraternidad, con la muy significativa
adición del término propiedad, un observador perspicaz como
Lampedusa pudo entenderlas como la necesidad de que algo cambie
para que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase
dirigente, no homogénea, sino de composición muy variada que, junto
con la vieja aristocracia incluyó por primera vez a la pujante burguesía
responsable de la acumulación de capital. Ésta, tras su acceso al poder,
pasó de revolucionaria a conservadora, consciente de la precariedad de
su situación en la cúspide de una pirámide cuya base era la gran masa
de proletarios, compartimentada por las fronteras de unos estados
nacionales de dimensiones compatibles con mercados nacionales que a
su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión
colonial.

En el siglo XX este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en


ocasiones mediante violentos cataclismos, comenzando por los terribles
años de la Primera Guerra Mundial, y en otros planos mediante cambios
paulatinos, por ejemplo, la promoción económica, social y política de la
mujer. Por una parte, en los países más desarrollados, el surgimiento de
una poderosa clase media, en buena parte gracias al desarrollo del
estado del bienestar o estado social, se entienda éste como concesión
pactista al desafío de las expresiones más radicales del movimiento
obrero, o como convicción propia del reformismo social, tendió a llenar
el abismo predicho por Marx y que debería llevar al inevitable
enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el
capitalismo fue duramente combatido, aunque con éxito bastante
limitado, por sus enemigos de clase, enfrentados entre sí: el anarquismo
y el marxismo, dividido a su vez entre el comunismo y la
socialdemocracia. En el campo de la ciencia económica, los
presupuestos del liberalismo clásico fueron superados, economía
neoclásica, keynesianismo, incentivos al consumo e inversiones públicas
para frente a la incapacidad del mercado libre para responder a la crisis
de 1929, o teoría de juegos, estrategias de cooperación frente al
individualismo de la mano invisible. La democracia liberal fue sometida
durante el período de entreguerras al doble desafío de los totalitarismos
estalinista y fascista, sobre todo por el expansionismo de la Alemania
nazi, que llevó a la Segunda Guerra Mundial. En cuanto a los estados
nacionales, tras la primavera de los pueblos, denominación que se dio a
la revolución de 1848, y el periodo presidido por la unificación
alemana e italiana, pasaron a ser el actor predominante en las
relaciones internacionales, en un proceso que se generalizó con la caída
de los grandes imperios multinacionales, español desde 1808 hasta
1898; ruso, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento en la
Primera Guerra Mundial, y la de los imperios coloniales como el
británico, francés, holandés, belga tras la Segunda. Si bien numerosas
naciones accedieron a la independencia durante los siglos XIX y XX, no
siempre resultaron viables, y muchos se sumieron en terribles conflictos
civiles, religiosos o tribales, a veces provocados por la arbitraria fijación
de las fronteras, que reprodujeron las de los anteriores imperios
coloniales. En cualquier caso, los estados nacionales, después de la
Segunda Guerra Mundial, devinieron en actores cada vez menos
relevantes en el mapa político, sustituidos por la política de bloques
encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética. La integración
supranacional de Europa, la Unión Europea, no se ha reproducido con
éxito en otras zonas del mundo, mientras que las organizaciones
internacionales, especialmente la ONU, dependen para su
funcionamiento de la poco constante voluntad de sus componentes.
Ver también: El mundo se divide en bloques: 1945-1955
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del
siglo XXI, en que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble
desafío que suponen tanto la tendencia a la globalización como el
surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades, personales o
individuales, colectivas o grupales, muchas veces competitivas entre sí,
religiosas, sexuales, de edad, nacionales, estéticas, culturales,
deportivas, o generadas por una actitud, pacifismo, ecologismo,
altermundialismo, o por cualquier tipo de condición, incluso las
problemáticas, minusvalías, disfunciones, pautas de consumo.
Particularmente, el consumo define de una forma tan importante la
imagen que de sí mismos se hacen individuos y grupos que el término
sociedad de consumo ha pasado a ser sinónimo de sociedad
contemporánea..

“LOS QUE DESEAN LA GUERRA, LA PREPARAN Y POR MEDIO DE VAGAS


PROMESAS DE UNA PAZ VENIDERA O CREANDO EL MIEDO A INVASIONES
INTENTAN CONVERTIRNOS EN COLABORADORES DE SUS PLANES, SON
AMENAZA PARA NUESTRO MUNDO Y PARA CUALQUIER TIPO DE PAZ.”

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