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¿Lo que no le conté a mi amigo?

Guillermo Rodolfo Trujillo Díaz


(Mayo de 2022)

Es día de visita en el penal de “Santiaguito”, estoy contento porque después de


trece años que llevo en prisión, vendrá Arturo, un amigo de la infancia y juventud,
al cual no veo desde hace mucho más tiempo, nunca imaginé que después de
tanto tiempo pensara en mí, no entiendo porque hasta ahora le dieron ganas de
visitarme, si no hemos tenido comunicación, ni siquiera un saludo; la última vez
que hablé por teléfono con mi esposa me dijo que vendría a verme el, así que lo
esperaré, la verdad no sé cómo consiguió el permiso, pero hoy estaré con él.
Los días de visita, desde muy temprano se ve movimiento fuera de lo normal, unos
mandan planchar su ropa, hay que bañarse desde temprano, debemos buscar los
toppers entre los trastes, lo malo es que no todos tienen la fortuna de este
derecho, hay muchos que ya están abandonados, sin que nadie los venga a ver,
ellos tienen el dicho de que “el preso es igual que el que muere, los primeros días
todo mundo te extraña, hasta el perro quiere visitarte, pasa el tiempo, vienen sólo
los días festivos, así hasta que ya nadie visita el preso al igual que una tumba
abandonada”.

En punto de las 09:00 inicia la entrada de los visitantes, los estafetas gritan los
nombres de los que ya los espera su familia, hasta da gusto verlos como se
preparan para ver a sus familiares, bien bañaditos, peinaditos y los más pudientes
o “panques” como se les conoce aquí, hasta perfumados salen con mucha alegría;
ya son las 10 de la mañana, los estafetas, internos que gritan los nombres de
quienes ya deben salir a visita ya están muy activos, escucho que uno de ellos
grita, ¡ese Rodolfo!, al escuchar mi nombre le pido el boletito que me da acceso
del dormitorio al área de visita, sálgo al patio que es una explanada grande, al lado
norte de esta hay una especie de palapas, a un lado juegos para niños, en el
centro los puestos de artesanías ya empiezan con sus primeras ventas, al sur está
la lona grande que por su forma alguien la bautizó como la manta raya, aquí hay
mesas de metal, en la salida de dormitorios veo a Arturo que me espera, frente a
mi esta un reo al que no había visto, tal vez es nuevo, esto lo confirmo cuando se
acerca a quien parece ser su esposa con sus 2 hijos a quienes se abraza llorando
sin parar, esto es algo normal cuando vamos llegando, y vemos por primera vez a
nuestra familia desde que somos presos, abra algunos que no, pero la mayoría si
llora, llego con mi amigo, nos fundimos en un abrazo, se le salen las lágrimas,
volteo para que nadie se dé cuenta por pena y le digo:

- No llores, porque van a pensar que yo al igual que este, también voy
llegando.

Nos dirigimos a una de las mesas de metal, el secándose las lágrimas, yo


aguantando que no se me salieran, ya sentados me dio una bolsa de plástico que
traía un recipiente con mole y tortillas hechas a mano que según él, preparó su
mamá cuando supo que venía a verme, lo mandamos calentar y por un refresco
con uno de los internos que por una moneda hacen este tipo de mandados,
mientras esperamos que regrese nuestra comida, nos llegó un aroma a cigarro,
era el “chicote” que pasó junto a nosotros con su cajita de dulces, como a cinco
metros pone su puestecito en una mesa de madera que había llevado más
temprano, a mi amigo le llama la atención, tal vez por su apariencia no muy
común.

El “chicote” es un señor que viene por secuestro, como de cincuenta y cinco años
de edad, con bigote largo, amarillo de tanto cigarro, su chamarra cazadora que
nunca supe que la lavara, sus botas vaqueras, con más años de uso que la
sentencia que le dieron, algunos le dan dulces a vender para que se gane unos
pesos.

Llega la comida, sin decir palabra ni vergüenza empecé a comer, ya me había


comido un plato de mole y dos piezas de pollo, cuando vi que Arturo se me
quedaba viendo con curiosidad, cuando yo volteaba a verlo, ponía atención a todo
lo que pasaba alrededor, los gritos y el humo del cigarro del chicote en su puesto
lo hacían voltear a cada rato, al darme cuenta de esto, su actitud hizo sentirme
como un animal de zoológico, que solo quería ver si ya estaba acabado
físicamente, tal vez esperaba verme golpeado o una piltrafa humana, así pasaron
algunos minutos, hasta que empezamos a platicar lo tradicional entre dos
personas que tienen tiempo de no verse, ¿Cómo estás?, ya engordaste, el tiempo
no pasa en vano, te manda saludar el Mario, que cuando puedas le hables por
teléfono, platicamos anécdotas que pasamos en el tiempo de cuando éramos
jóvenes de quince hasta los veinte años, entre otras cosas, dimos una caminata
por la explanada, donde Arturo ponía atención a todo lo que veía.
De regreso a la mesa, me dice que cuando se enteró que yo estaba aquí no podía
creerlo, que se contaban muchas cosas de mí, incluso decía que le platicaron, que
yo tenía una amante, a la cual encontré con otro, matando de cinco balazos en el
pecho al que me ponía el cuerno, este último comentario me hiso reír y al mismo
tiempo reflexionar o pensar en que tal vez Arturo quería saber si era cierto lo de
“mi amante”, y que efectivamente el solo venia por chisme, no porque en verdad
quisiera verme, esto lo confirmé cuando ya no aguantó las ganas de preguntarme:
- ¿Qué paso?, dime si es verdad lo que se cuenta de ti, tenme confianza.
Al escuchar esto, siguió un silencio muy grande en el que mi cabeza empezó a
trabajar de inmediato.
Lo primero que pensé fue que en el pueblo la gente inventó chismes al no saber la
realidad, creo que mi amigo al no tener idea de mi trabajo en la policía, creyó o
incluso siento que hasta el inventó uno de estos chismes; al recordar mi anterior
empleo me acorde del lema que siempre está en la mente de un policía.

“UN POLICIA ESTA CON UN PIE EN EL PANTEÓN Y OTRO EN LA CÁRCEL”

Entre a trabajar en la policía municipal de Toluca, sin saber que viviría lo que
ahora estoy viviendo.
Después vi que mi acompañante me seguía preguntando sin decir nada, con los
ojos llenos de curiosidad, lo que hizo que mi cabeza siguiera con los recuerdos:

“Con diez años de experiencia como policía, y treinta y dos de edad, ya traía a mi
cargo una patrulla, con este tiempo, con experiencia y todo, sentimos miedo ante
una amenaza de peligro, fue en una madrugada de domingo como las 4:00 de la
mañana, circulaba en la colonia Álvaro Obregón, una de las más peligrosas del
municipio, por la hora no había personas en la calle, hay un cerro pequeño, subí a
esperar el amanecer, el estar solo se combinó con el cansancio de la jornada de
24 horas de trabajo, el sueño me venció, todavía no amanecía cuando me
despertó un ruido, llegaron a donde me encontraba siete u ocho jóvenes, quienes
me hablaron, imaginé que era una emergencia, baje el vidrio de la unidad
preguntando que se les ofrecía, el que se encontraba próximo a la ventanilla me
pidió un cigarro, al hablar de su boca salió un aroma a alcohol mesclado con
solvente y cigarro, un aroma que es conocido entre este tipo de personas, al que
ya estaba familiarizado, mientras los demás rodeaban la patrulla, al percatarme de
esto le contesté que no tenía cigarros, el dio unos pasos hacia atrás, pero se
regresó y me pidió cerillos, sin contestarle se dio la vuelta caminando cuesta abajo
del cerro, decidí retirarme, se escucharon dos balazos, que no supe de dónde
venían o quien los hizo, después cayeron piedras en la patrulla, por instinto o
miedo saque mi arma de cargo, hice dos disparos sacando la mano con el arma
por la ventanilla, de inmediato encendí la unidad retirándome lo más rápido que
pude.

Cometí el error de no pedir apoyo a mis compañeros, cinco minutos después por
la frecuencia de radio se escuchó que en el lugar donde estuvé, reportaban una
persona muerta por arma de fuego, al escuchar esto, de inmediato por teléfono
informé a mi superior lo sucedido, me cito en las oficinas de la dirección, ya en el
lugar le expliqué al comandante lo ocurrido, de ahí me llevaron a la fiscalía donde
declaré, me dijeron que era todo, que me retirara, el abogado del jurídico me dijo
que no habría problema, yo con confianza regresé a trabajar, en el trabajo algunos
compañeros me decían que me diera a la fuga, que no confiara en el abogado ni
en el ministerio público, ahora fiscalía, al enterarse mi esposa se veía preocupada,
mis hermanos también, otro error que cometí fue confiar en el abogado, y dejar
que las cosas transcurrieran a como venían, diez días después salió una orden de
aprehensión en mi contra, porque según las investigaciones de la policía judicial,
ahora llamada policía ministerial, daba como resultado que yo había sido quien le
quitó la vida a esa persona, acusándome de homicidio calificado, por lo que la
frase mencionada se cumplió en mí, no me fui al panteón, pero sí me fui a la
CARCEL”

Al llegar al penal, los judiciales me entregaron a un custodio, el cual después de


un examen disque médico me llevó a un edificio que es el dormitorio uno, mi
acompañante, me entregó con otros dos que se encontraban en una especie de
caseta, pero solo de alambrado, al verme se preguntaron que donde me meterían
si ya todo estaba lleno, pasaron como veinticinco minutos para que se decidieran,
me enviaron a la celda ocho de un pasillo al que llaman COC o detenidos, abren el
candado, diciendo que ahí está uno nuevo, entré, estaba obscuro, casi no se veía
nada, solo cuerpos de muchas personas que ya se encontraban acostadas
durmiendo en el piso, cubriéndose con cobijas que despedían un mal olor, una voz
me dijo, metete al baño y, ¿Dónde está el baño?, pregunte, hasta el fondo
respondió la voz, esquivando los cuerpos del piso llegué al baño de dos metros
por uno y medio, había unos botes de plástico, me senté en uno hasta que
amaneció, sin poder dormir, me preguntaba si mi esposa estaba preocupada
porque no llegaba a la casa o si ya se enteraría de que ya estaba encerrado, entre
estos pensamientos soportaba olores de los que entraban a hacer sus
necesidades, yo solo me hacia un lado en lo que defecaban u orinaban. Ya con luz
de día, a las siete de la mañana abrieron el candado de la celda que es muy
reducida, tiene cuatro camarotes, de tres, se levantaron quienes los ocupaban
para hacer la “talacha” ósea la limpieza del pasillo y la celda, otros a acarrear agua
en los botes de plástico, ya que en las celdas no hay agua, observaba esto de
repente del camarote que aún estaba ocupado, con una cortina que impedía ver
quien se encontraba dentro, se escuchó una voz, ordenando a los que se
encontraban ahí, que se salieran, que solo el nuevo se esperara, el nuevo era yo,
ya solos, me pregunto mi nombre, ¿porque estaba preso?, ¿de dónde eres?, ¿en
que trabajas?, con esta última pregunta me puse muy nervioso, contesté mentiras,
por temor a que supiera que venía de la policía, él me dice que lo estaba
engañando, sin más me dijo tú te llamas así, eras policía, tú me detuviste, por tu
culpa estoy aquí, y ahora va la mía, mi alma abandonó mi cuerpo, pensé que
hasta ahí había llegado, las piernas me temblaron, mi respiración se agitó, el
corazón me latió con más fuerza, mi mente imaginaba lo que me podría pasar,
debido a que se escuchaba que a los policías que caen en prisión los tratan muy
mal, yo negué lo que el afirmaba, de repente se abre la cortina, se pone de pie la
persona que estaba dentro y me dice no te espantes soy yo, sentí un gran alivio al
darme cuenta que esa persona era Eduardo, un excompañero que al darse de
baja de la policía se dedicó a robar y por eso estaba ahí, me lleve el susto de mi
vida.
Él era el encargado de la celda, me dijo que ya no dormiría en el baño, que de
hecho no dormí, según él, me dio un lugar en el piso para dormir en la noche”.

“En esa celda permanecí ocho días, de los peores que he pasado en este lugar,
sobre todo el primero, no había dormido, mi mente pensaba en que en lugar de
avisarle a mi superior lo que había pasado, me hubiera quedado callado, tal vez
nunca se hubiera sabido la verdad, pensaba que no debí hacerle caso al abogado
en que no habría problema, que mejor hubiese huido como me lo recomendaron
algunos compañeros, lo que más me dolió fue pensar en qué pasaría con mi
esposa, con mis hijos, yo era el sustento de ellos, que harían ahora que estoy en
la cárcel, ¿se burlarían de ellos sus compañeros de escuela?, a mi esposa y
demás familia los verían con desprecio o señalarlos como familiares de un asesino
que está en la cárcel, me preocupó de donde saldría dinero para los gastos del
abogado, porque el que me pusieron del jurídico de la dirección de seguridad
publica ya no me defendió, después pensaba en que pronto aquí en el penal se
sabría que yo había sido policía, escuchaba que al llegar aquí les pegaban, los
extorsionaban, que tal vez me encontraría a alguien que en verdad había
detenido, que esté buscara venganza en contra mía, escuchaba conversaciones
donde decían que habían picado a fulano, que le pegaron al pancho porque no le
quiso regalar una moneda al cachacuas, observaba a mi alrededor, viendo solo
cosas que nunca imaginé cuando estaba en la calle, como el que un cigarro se
compartiera entre dos o más personas, que hay peleas hasta por cinco pesos, la
mayoría sin bañarse debido a la escases de agua y exceso de personas, todo esto
me atormentaba, y pensaba en mi mamá que falleció cuando yo era niño,
diciéndole en voz baja, “madre dame fuerza”, que gran cambio dio mi vida por un
error o una circunstancia que no esperaba, recordaba a mi esposa esmerándose
en tener mi uniforme bien limpiecito, planchadito, yo boleaba a diario mis zapatos
de trabajo, con el fin de tener una buena presentación ante la sociedad, decía yo,
volviendo a la realidad, me vi vestido con un pans azul roto de las rodillas, playera
del mismo color o más bien descolorida, ropa que me consiguió el Lalo para que
pasara desapercibido y que los demás no se dieran cuenta que acababa de llegar,
todavía traía los zapatos que usaba en el trabajo, con la diferencia que ahora
estaban sucios, que gran cambio por estar a la hora y lugar equivocado, que giro
tan drástico, de policía a preso, por suerte tengo un tío que junto con su esposa e
hijos me mandan un pans cada año, gracias a ellos y mi demás familia ya no ando
en las condiciones de cómo eran cuando llegué, después Lalo me presto tarjeta
para que avisara a mi casa dónde estaba yo, porque no me había comunicado,
cuando marque a casa me contesto mi esposa, le dije lo que había pasado la
noche anterior, tardo en contestar que no sabía nada, pero que lo imaginaba, me
pregunto que si estaba bien, que si me golpearon, me decía que los niños
preguntaron porque no llegue a dormir, todo esto con llanto, yo también lloraba de
coraje y tristeza, me dijo que haría lo posible junto con mi tío, un hermano de mi
mamá, quien es mi padre desde que ella murió y mi padre biológico me abandonó,
por venir a verme y checar que podrían hacer, la tarjeta se acabó, se cortó la
comunicación, regrese a la celda.
En la celda éramos veinticinco personas, el pasillo permanecía cerrado, en caso
de querer hacer una llamada telefónica, teníamos que pagar para salir al área de
teléfonos, entre otros inconvenientes”

Afortunadamente estas condiciones para la mayoría van mejorando con el tiempo,


seguí con mis pensamientos.

“Lalo me aconsejó cambiarme de lugar, me recomendó con unos policías


judiciales presos que él conocía, así lo hice, siendo un gran acierto esa decisión.
Al lugar donde me cambiaron, es una celda igual que las demás, la diferencia es
que solo eran seis personas, conmigo siete, se encontraba limpio, hay parrillas
eléctricas para cocinar, dormí en camarote, compartido, pero ya no dormí en el
suelo.
Al pasillo donde llegué en teoría es para ex servidores públicos, por lo mismo y
como es la cárcel, no falta quien quiera robar, extorsionar, espantar, o pegar, todo
por el simple hecho de haber sido policías, para evitar todo esto uno de los
judiciales, de apodo el Chatanuga, que ya era conocido aquí, me llevaba a
caminar y a saludar a sus conocidos, cuando le preguntaban quién era yo, él les
decía que había llegado a vivir a su celda, de algún modo no todo lo que me
imaginé o lo que platicaban era real o por lo menos no conmigo, al paso del
tiempo se les olvida, a nosotros también y como que ya hay un poco de
convivencia, ya estamos del otro lado decía el Chatanuga y ahora debemos entrar
al aro, lo de ser policía ya quedo atrás, ahora somos delincuentes, yo un poco
molesto le decía porque delincuentes, si yo nunca premedité o planee hacer por lo
que estoy aquí, él me decía, todos los que estamos presos es porque cometimos
un delito, premeditado o no, a los que cometen delitos se les dice delincuentes, tu
estas preso igual que yo, entonces somos delincuentes”.
Arturo seguía esperando la respuesta de lo que me pasó, en esto estaba cuando
se escuchó escandaló a donde estaba el chicote, volteamos y vimos como tres
internos le robaron sus dulces y el dinero de las ventas del día, al querer
defenderse clarito vimos como entro la punta de metal dos veces en las piernas, la
sangre salió inmediatamente humedeciendo su ropa, nadie hizo nada hasta que
los agresores se fueron con el botín, algunos de los presentes consiguieron una
ambulancia, lo echaron encima, corriendo lo llevaron a clínica, en el transcurso ya
goteaba sangre al suelo, estas formaron una especie de camino, que marcaba la
evidencia de lo acontecido, los demás hacían ruido de ambulancia con la boca, la
ambulancia aquí es una cobija que entre cuatro personas se llevan al enfermo o
herido en este caso, a clínica, a los que robaron los atraparon los custodios y se
los llevaron.
- A donde los llevan – preguntó Arturo.
- Al apando
- ¿Qué es eso?
- Es el castigo, encierro dentro de la cárcel.
Entre pláticas de aventuras que pasamos Arturo y yo, la comida y los recuerdos
que tuve, el tiempo paso muy rápido, los custodios nos sacaron de la plática,
dando indicaciones de que los visitantes deberían de retirarse ya y los internos de
regreso a las celdas.

Despedí a mi amigo, sin saber hasta cuando lo volvería a ver, o si lo veré alguna
otra vez en mi vida, se fue, regresé a la celda con sentimientos encontrados, por
una parte molesto por darme cuenta que Arturo solo venia por morbo, me reí,
pensando ¡que descarado!, por otro lado, contento por ver a quien a pesar de todo
es mi amigo, independientemente de que es grato estar con alguien a quien no
veías desde hace tiempo, agregando el mole y los doscientos pesotes que me
regaló, cuando me dio el dinero lamente no haberle contado nada, tal vez si lo
hubiese hecho me hubiera dado un quinientón.

FIN

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