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CUATRO PAREDES

Ay perdón… no sabía que había gente. Pero ya que estamos, mientras limpio me pongo a charlar un
poco. Si ya sé lo que están pensando… de mi se dice cada cosa… ¡Cada cosa!... Algunas son ciertas, para
qué vamos a mentir, pero otras son puras mentiras… Aunque tengo que reconocer que -siendo
mentira-, ¡están tan bien contadas que hasta yo me las creo!

El Angelito, mi nene más chico, me dice… ¡mamá, mirá lo que dice la renga Gómez de vos!. Digan que
soy respetuosa y no me animo a repetir lo que dijo de mí esa renga inmunda mal nacida. Bueno… ya
que insisten les voy a contar… dijo que, en un carnaval, con un novio que yo tenía, hice una barbaridad
que yo no me hubiera animado a hacer en toda una vida… Yo no hago esas cosas, yo hago lo que Dios
manda nada más. Pero el pibe se me espantó, pobre angelito el Angelito. ¡Esas cosas no se cuentan! Y
tampoco fue como dicen, no fue para tanto…

Pero la gente es chismosa. El chisme es uno de los primeros inventos en la tierra… ¡Ojo, eh! yo tampoco
soy ninguna santa. Una cosa es lo que me cuentan y otra es lo que cuento yo después. O sea, yo no lo
reformo a propósito, le invento algunas cosas que no me acuerdo, le agrego firuletes y lo decoro un
poco para levantarle el nivel…

Lo que jamás te voy a poner es un sobrenombre. A mí me molestan los sobrenombres. Igual… son
como los cuernos o como la muerte: tarde o temprano a todos nos toca. Pero hay sobrenombres y
sobrenombres. Porque vos tenés los normales… que se yo… la Pirucha, La Chola, El poroto, El Turco, La
Coca, … El Tuerto… bueno, ¿ves? Al tuerto le pusieron ese sobrenombre y no le falta un ojo… Le
pusieron “tuerto” porque le falta un huevo… ¡Pobre hombre!, es mala la gente, ¿con que necesidad
salen a contar delante de todos que al Osvaldo Nieves le falta un huevo? No hay necesidad

Aunque yo me hago la boluda, yo sé que a mí me dicen “la almohadita”. Que sobrenombre de mierda
me fueron a poner, hasta difícil de acortar es ¿qué me van a decir Almo… Dita? ¿Adita?
¿Qué es lo primero que se les viene a la cabeza cuando yo les cuento que me dicen así? ¡Es dañina la
gente!!

Yo sé de donde salió eso. La culpa es de la Mónica, la manicura del barrio. Una tarde voy a la casa de
ella a revisarme los pies, porque viene la época de sandalias, y mientras estoy ahí, en la salita (que en
realidad es el garage que hizo el marido por si alguna vez se compran auto, sentada en un sillón de
mimbre; ojeando una Radiolandia 2000 del año 98, cuando de repente, la Chancha Garro, que estaba
esperando, sentada enfrente mío, me empieza a dar charla ¡así, de la nada! Hay que gente que te saca
conversación como si fuera una pariente, sobre cualquier tema. Esta infeliz me contaba que en el bingo
le contaron que hay una señora del barrio -que yo sé quién es, pero no voy a decir porque el marido es
el dueño del almacén de la 48 y 32 y queda mal que la mande al frente. La cuestión es que esta mujer
viaja todos los días en el colectivo 213, desde el Barrio de las Viudas -que es donde vivimos nosotros-,
hasta uno de esos complejos de oficinas del centro…

La cuestión es que esta gordita… bueno, lo de gordita va con cariño porque yo también estoy un
poquito leudada; trabaja reparando aires acondicionados. Y eso le espantó a la vieja bigotuda que me
contó el chisme. ¿Pero se puede creer que le llame la atención que una mujer repare aires
acondicionados? Una mujer puede trabajar en lo que quiera… Hasta modelo de calzoncillos, puede ser
una.

Bueno, lo cuestión es que la bigotuda de la Chancha Garro siguió dándole a la lengua de trapo esa que
tiene y dice… ”el viaje en colectivo le debe durar más de treinta minutos, siempre y cuando no haya

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paro ni piquetes. Ella viaja, bien temprano, por una cuestión de comodidad…” Ahí tiene razón, yo
también soy de las que te viaja temprano, porque somos poquitos y uno ya los conoce hasta los olores.
Y sí…. A algunos esos olores los descomponen. A mí me parecen tan familiares: a café con leche, mate
cocido, a galletitas de agua, a colonia de pino barata, a torta frita… y otros olores que por buen gusto
no enumero ¿se entiende? Son olores a gente que trabaja. La cuestión es que la Chancha garro me
dice… “yo no se cómo no le da miedo a la Gloria Antúnez viajar sola a esa… ay… se me escapó el
nombre… bueno, ya está. Yo estoy segura que de acá este chisme no sale. La Chancha me dice lo del
miedo de viajar a esa hora y y yo le digo… ¿Quién le va a hacer algo a la Gloria, con lo gorda y
descaderada que está?

Cuanto mucho le pueden afanar una torta frita… ¡si se animan!, porque hay que hacerle frente a la
Gloria, que está más parecida a un ropero de tres cuerpos que a una mujer. Pero volviendo al tema del
colectivo, y como para mantener una conversación con la Chancha, yo empecé a hablar de la vuelta en
colectivo, a la tarde, es distinta. Cambia todo… Sobre todo los olores. Y además, antes de subir, ya te
vas haciendo a la idea que vas a viajar parada, incómoda, toda chivada y a las puteadas.
Yo igual subo y me hago la renga, como la Susana Saganías. En dos minutos tengo asiento, porque
siempre hay un pelotudo que se la cree y me da el asiento. Entonces yo, si me toca del lado del pasillo,
pido la ventanilla. Y si me dicen que no, les aviso que me si me vienen las ganas de vomitar, no me hago
responsable. Y ahí me dan la ventanilla. Y ahí me apoyo y me hago la dormida, porque de esa forma
una evita los cargosos que van sentado al lado y tienen ganas de charlar.

Yo te apoyo la cabeza contra el vidrio, la oreja contra la ventana, cierro los ojos, y ahí me quedo,
tranquilita. Aunque vaya con los ojos cerrados me voy dando cuenta, perfectamente, por donde va el
colectivo. Tengo un mapa en el cerebro que lo armé en base a curvas, pocitos, baches, semáforos y los
pasos a nivel. Soy los indios, que apoyaban una oreja en la tierra y te podían decir de donde venia un
tipo, que además era rubio y venía en mula. Habilidades que una tiene…

Lo que sí, yo siempre te voy de punta en blanco. No quiero ser como la Sorda Gambetta, que viaja ese
saquito marrón, comprado en oferta en los bolivianos. No lo dije yo eso, lo dijo la Yarará Pierdoménico
en la panadería de la Peluda Gómez. ¿Te das cuenta? Es dañina la gente para comentar…

Ir bien vestida a una le favorece. Si no, les cuento lo que me pasó el otro día… se subió uno que trabaja
en una oficina, que yo lo vengo fichando siempre. Un tipo joven. Trajeado, todo de azul, lindo, muy
elegante, con un perfume que para mí es de Natura o de Gigot, esos perfumes que se desparraman por
todo el colectivo, y se sentó al lado mío. Yo me venía haciendo la dormida, pero ahí nomás me hice la
despierta. Lo saludé y como no quien no quiere la cosa, me volví a hacer la dormida, porque cuando
una se duerme, el cuerpo se le afloja. Y si se afloja el cuerpo, la pierna de una puede tocar la pierna del
compañero de colectivo sin pecar de elásticos flojos. La cuestión es que curva va, curva viene, en una
de esas… el tipo se me arriba del hombro. Y en la curva siguiente, ya directamente se acostó arriba mío
casi, y ahí se quedó, dormido.

Y a mí me salió el alma de madre… cuando pasamos delante de la Capilla de la Medalla, me pegué una
sacudida rápida con la clavícula, para terminar de acomodarlo bien… y como estaba tan dormido me
dio lástima despertarlo cuando íbamos llegando a donde yo tenía que bajarme. Y me pasé unas
cuadras. Sesenta mas o menos, hasta que llegamos a un barrio muy bonito… ¡Unas casas! Yo estaba en
disneylandia mirando por la ventanilla, pero cualquier cosa con tal de no despertar al muchacho

Y yo me di cuenta que el había empezado a soñar. Lo miraba de reojos y parecía que hablaba con
alguien, con una mujer. Me parece que dijo: “Mirna, que lindo está el jardín”. Pero un bache de mierda
lo despertó y me pidió. Miró el reloj, se par, se acomodó la ropa, el pelo, pidió disculpas y encaró hacia
la puerta de atrás…

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Me dio una pena... Yo estaba comiendo unas gomitas de eucalipto, y me dieron ganas de convidarle.
Antes de bajar del colectivo, giró, me miró con una cara… Como pensativo… y se me vino al humo y me
dijo: señora, disculpe la molestia, no sé cuánto tiempo la estuve molestando, ¿usted podría darme unos
datos suyos?. A mí se me aflojaron todos los elásticos al mismo tiempo. Y ni hablar cuando me dio el
teléfono para que yo misma me anotara ahí. Asique escribí: Olga Judith Gómez de González, Iriarte
1834, teléfono 435879 (en realidad yo no tengo teléfono, ese que le anoté es el de la Marta, una vecina
que me lo presta. Y abajo, como había lugar, le puse “no llamar antes de las 9 de la mañana; ni después
de las 9 de la noche. Mucho menos los domingos.

Cuestión que el hombre me llamó el miércoles a las 7 de la tarde, y me invitó a su casa. No piensen mal,
ya parecen la Marta. No. Me dijo que hacía mucho tiempo que no lograba dormir una siesta así, tan
bien como el otro día en el colectivo, sobre mi cuerpo, y que me iba a mandar un taxi, para que
podamos conversar en su casa, tranquilos. Asique fui rápido a mi casa, me enjuagué las partes y me
senté a esperar el taxi. Y me subí, confiada. Con esa confianza que le da a la gente de barrio el instinto
de calle

Cuestión que cuando llegué, resultó ser un doctor de no sé qué, muy educado, me invitó a sentarme en
el sillón del living… Yo hice caso sin decir “esta boca es mía” … (mira para todos lados) ¿pueden creer
que el tipo se me acostó de nuevo en el hombro, como en el colectivo, y se durmió una siesta de dos
horas, con sueño incluido, nombrando otra vez a esa mujer del jardín hermoso -la Mirna esta-?

Mientras tanto yo empecé a mirar la casa, de aburrida que estaba. Había una foto en la mesita ratona.
Me parece que era ella, una señora muy coqueta, joven, toda rodeada de rosales. Me dejó a mano el
control remoto, y una bandeja con unos bizcochos de mierda, más feos que patear un cordón en
chancletas, y una caja con unos tés raros. Prendí la tele, que era como de 600 pulgadas, y justo estaban
dando una de Belmondo… La cuestión es que el tipo se despertó cuando terminó de dormir y yo me
volví a mi casa en otro taxi. Y cuando llegué, le conté a la Marta. Y fue ella la malparida que me puso el
sobrenombre “Almohadita”. Y lo sé porque me lo contó la Narigona García esta tarde.

Menos mal que no le conté que el tipo me contrató para ir a hacerle de almohada, porque si no, con la
lengua de trapo que tiene la turra eseasa, ya se enteraba todo el barrio. Asique ahí nomás, y como paga
bien, acepté el trabajo: todos los martes y miércoles; a la hora de la novela de las 4. Los viernes no
porque limpio, y los sábados tampoco porque hago empanadas. Y en eso estaba, meta hablar con la
Chancha, cuando salió la pedicura para hacer pasar a la siguiente: “Tu turno Olguita… No le vas a hacer
caso a La Chancha, que es media bolacera”. Ya lo creo… además de gorda es bolacera, narigona, y
colorada trucha.. y sí, ¿qué se puede esperar de una mujer que se casó con Mastoriani?... ay mierda, la
hora que se me hizo… otro día les cuento lo de Mastoriani… y algunas cositas que me quedaron por
contar de la Chancha…pero así, entre nosotros, entre estas cuatro paredes. Porque si hay algo que a mí
no me gusta hacer, es hablar de la gente.

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