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Capítulo 30

Cómo Amadís y Galaor y Balais se vinieron al palacio del rey Lisuarte, y de lo que
después les aconteció.
Partido Amadís y Galaor del castillo de la doncella y Balais con ellos, anduvieron tanto
por su camino que sin contraste alguno llegaron a casa del rey Lisuarte, donde fueron con
tanta honra y alegría recibidos del rey y de la reina y de todos los de la corte cual nunca
fueran en ninguna sazón otros caballeros en parte donde llegasen, y Galaor, porque nunca le
vieran y sabían sus grandes cosas en armas por oídas, que había hecho, y Amadís por la
nueva de su muerte que allí llegara, que según todos era muy amado, no se creían verlo
vivo. Así que tanta era la gente que por los mirar salían que apenas podían ir por las calles,
ni entrar en el palacio. Y el rey los tomó a todos tres e hízoles desarmar en una cámara y
cuando las gentes los vieron desarmados tan hermosos y apuestos y en tal edad, maldecían
a Arcalaus que tales dos hermosos quisiera matar. Considerando que no viviera el uno sin el
otro, el rey envió decir a la reina por un doncel que recibiese muy bien aquellos dos
caballeros, Amadís y Galaor, que la iban a ver. Entonces, los tomó consigo Agrajes, que los
tenía abrazados a cada uno con su brazo y tan alegre con ellos, que más ser no podía, y
fuese con ellos a la cámara de la reina, y don Galvanes y el rey Arbán de Norgales, y
cuando entraron por la puerta vio Amadís a Oriana, su señora, y estremeciósele el corazón
con gran placer, pero no menos lo hubo ella así que cualquiera que lo miraba lo pudiera
muy claro conocer, y comoquiera que ella muchas nuevas de él oyera aún sospechaba que
no era vivo, y cuando sano y alegre lo vio, membrándose de la cuita y del duelo que por él
hubiera, las lágrimas le vinieron a los ojos sin su grado, dejando ir a la reina antes, y
detúvose ya cuanto y limpio los ojos que no lo vio ninguno, porque todos tenían mientes en
mirar los caballeros. Amadís hincó los hinojos ante la reina tomando a Galaor por la mano
y dijo:
—Señora, veis aquí el caballero que me enviasteis a buscar.
—Mucho soy de ello alegre, dijo ella, y alzándolo por la mano lo abrazó, y luego a don
Galaor. El rey le dijo:
—Dueña, quiero que partáis conmigo.
—¿Y qué?, dijo ella.
—Que me deis a Galaor —dijo él—, pues que Amadís es vuestro.
—Cierto, señor —dijo ella—, no me pedís poco, que nunca tan gran don se dio en la
Gran Bretaña, mas así es derecho, pues que vos sois el mejor rey que en ella reinó, —dijo
contra Galaor:
—Amigo, ¿qué os parece que haga que me os pide el rey mi señor?.
—Señora —dijo él—, paréceme que toda cosa que tan gran señor pida se le debe dar si
haberse puede y vos habéis a mí para os servir en esto y en todo, fuera la voluntad de mi
hermano y mi señor, Amadís, que yo no haré ál sino lo que él demandare.
—Mucho me place —dijo la reina— de hacer mandado de vuestro hermano que luego
habré yo parte en vos, así como en el que es mío.
Amadís le dijo:
—Señor, hermano, haced mandado de la reina, que así os lo ruego yo y así me place
ahora.
Entonces Galaor dijo a la reina:
—Señora, pues que yo soy libre de esta voluntad ajena que tanto poder sobre mí tienes,
ahora me pongo en vuestra merced que haga de mí lo que más le pluguiere.
Ella le tomó por la mano y dijo contra el rey:
—Señor, ahora os doy a Galaor que me pedisteis y dígoos que lo améis según la gran
bondad que en él hay, que no será poco.
—Así me ayude Dios —dijo el rey—, yo creo que a duro podría ninguno amar a él ni a
otro tanto, que el amor a la su gran bondad alcanzase.
Cuando esta palabra oyó Amadís, paró mientes contra su señora y suspiró no teniendo
en nada lo que el rey decía, considerando ser mayor el amor que tenía a su señora que la
bondad de si mismo ni de todos aquéllos que armas traían.
Pues así como oís quedó Galaor por vasallo del rey en tal hora que nunca por cosas que
después vinieron entre Amadís y el rey dejó de lo ser, así como lo contaré más adelante. Y
el rey se sentó cabe la reina y llamaron a Galaor que fuese ante ellos para le hablar. Amadís
quedó con Agrajes, su cohermano. Oriana y Mabilia y Olinda estaban juntas aparte de las
otras todas, porque eran más honradas y que más valían. Mabilia dijo contra Agrajes:
—Señor hermano, traednos ese caballero que hemos deseado mucho.
Ellos se fueron para ellas, y como ella sabía muy bien con qué medicina sus corazones
podían ser curados, metióse entre ellas ambas y puso a la parte de Oriana Amadís, y a la de
Olinda Agrajes, y dijo:
—Ahora estoy entre las cuatro personas de este mundo que yo más amo.
Cuando Amadís se vio ante su señora el corazón le saltaba de una parte a otra guiando
los ojos a que mirasen la cosa del mundo que él más amaba, y llegóse a ella con mucha
humildad y ella lo saludó y teniendo las manos por entre las puntas del manto tomóle las
suyas de él y apretóselas ya cuanto en señal de le abrazar y díjole:
—Mi amigo, qué cuita y que dolor me hizo pasar aquel traidor que las nuevas de
vuestra muerte trajo. Creed que nunca mujer fue en tan gran peligro como yo. Cierto,
amigo, señor, esto era con gran razón porque nunca persona tan gran pérdida hizo como yo
perdiendo a vos, que así como soy más amada que todas las otras, así buena ventura quiso
que lo fuese de aquél que más que todos vale.
Cuando Amadís se oyó loar de su señora, bajó los ojos en tierra, que sólo mirar no la
osaba y parecióle tan hermosa que el sentido alterado, la palabra en la boca le hizo morir,
así que no respondió. Oriana, que los ojos en él hincados tenía, conociólo luego y dijo:
—¡Ay, amigo, señor!, cómo os no amaría más que a otra cosa que todos los que os
conocen os aman y aprecian y siendo yo aquélla que vos más amáis y apreciáis en mucho
más que todos ellos es gran razón que yo os tenga.
Amadís, que ya algo su turbación amansaba, le dijo:
—Señora, de aquella dolorosa muerte que cada día por vuestra causa padezco, pido yo
que os doláis, que de la otra que se dijo antes si me viniese, sería en gran descanso y
consolación puesto y si no fuese, señora, este mi triste corazón con aquel deseo, que de
serviros tiene, sostenido, que contra las muchas y amargas lágrimas que de él salen con
gran fuerza, la su gran fuerza resiste, ya en ellas sería del todo deshecho y consumido, no
porque deje de conocer ser los sus mortales deseos en mucho grado satisfechos en que
solamente vuestra memoria de ellos se acuerde, pero como a la grandeza de su necesidad se
requiere mayor merced de la que él merece para ser sostenido y preparado, si esto presto no
viniese, muy presto será en la su cruel fin caído.
Cuando estas palabras Amadís decía, las lágrimas caían a filo de sus ojos por las haces
sin que ningún remedio en ellas poner pudiese, que a esta sazón era él tan cuitado, que si
aquel verdadero amor que en tal desconsuelo le ponía, no le consolara con aquella
esperanza que en los semejantes estrechos a los sus sojuzgados suele poner, no fuera
maravilla de ser en la presencia de su señora su ánima de él despedida.
—¡Ay, mi amigo!, por Dios, no me habléis —dijo Oriana— en la vuestra muerte, que
el corazón me fallece como quien una hora sola después de ella vivir no espero, y si yo del
mundo he sabor, por vos, que en él vivís, lo he. Esto que me decís, sin ninguna duda lo creo
yo por mí misma, que soy en vuestro estado, y si la vuestra cuita mayor que la mía parece,
no es por ál sino porque siendo en mí el querer, como lo es en vos, y falleciéndome el poder
que a vos no fallece para traer a efecto aquello que nuestros corazones tanto desean, muy
mayor el amor y el dolor en voz más que en mí se muestra. Mas comoquiera que avenga yo
os prometo que si a la fortuna o mi juicio alguna vía de descanso no nos muestra que la mi
flaca osadía la hallará, que si de ella peligro no ocurriese sea antes con desamor de mi padre
y de mi madre y de otros, que con el sobrado amor nuestro nos podría venir, estando como
ahora suspensos padeciendo y sufriendo tan graves y crueles deseos como de cada día se
nos aumentan y sobrevienen.
Amadís, que esto oyó, suspiró muy de corazón y quiso hablar, mas no pudo, y ella, que
le pareció ser todo transportado, tomóle por la mano y llegóse a sí y díjole:
—Amigo, señor, no os desconortéis, que yo haré cierta la promesa que os doy y en
tanto no os partáis de estas Cortes que el rey, mi padre, quiere hacer, que él y la reina os lo
rogarán, que saben cuánto con vos serán más honradas y ensalzadas.
Pues a esta sazón que oís la reina llamó a Amadís e hízolo sentar cabe don Galaor, y las
dueñas y las doncellas los miraban diciendo:
—Asaz obrará Dios en ambos, que los hiciera más hermosos que otros caballeros y
mejor en otras bondades y semejábanse tanto, que a duro se podían conocer, sino que don
Galaor era algo más blanco y Amadís había los cabellos crespos y rubios y el rostro algo
más encendido y era membrudo algún tanto.
Así estuvieron hablando con la reina una pieza, hasta que Oriana y Mabilia hicieron
señal a la reina que les enviase a don Galaor, y ella le tomó por la mano y dijo:
—Aquellas doncellas os quieren, que las no conocéis, pero sabed que la una es mi hija
y la otra es vuestra prima hermana.
Él se fue para ellas y cuando vio la gran hermosura de Oriana muy espantado se fue,
que no pudiera pensar que ninguna en tanta perfección la pudiera alcanzar y sospechó que
según la gran bondad de Amadís, su hermano, y la afición de morar en aquella casa más
que en otra ninguna que en él había visto, no le venía sino porque a él y no a otro ninguno
era dado de amar, persona era tan señalada en el mundo. Ellas le saludaron y recibieron con
muy buen talante diciéndole:
—Don Galaor, vos seáis muy bien venido.
—Cierto, señoras, yo no viniera aquí en estos cinco años, si no fuera por aquél que
hace venir aquellos todos que armas traen así por fuerza como por buen talante, que lo uno
y otro es en él más cumplidamente que en ninguno de cuantos hoy viven.
Oriana alzó los ojos y mirando a Amadís suspiró, y Galaor, que la miraba, conoció ser
su sospecha más verdadera de lo que antes pensaba, pero no porque otra cosa sintiese sino
parecer que con más razón su hermano había de ser amado de aquélla que otro ninguno.
Pues hablando con ellas en muchas cosas llegó el rey y estuvo allí con gran alegría
hablando y riendo, porque su placer a todos cupiese parte, y tomándolos consigo, se salió al
gran palacio donde muchos altos hombres y caballeros de gran prez estaban, y hallando
puestas las mesas se sentaron a comer. Y el rey mandó sentar a una de ellas Amadís y
Galaor y Galvanes Sin Tierra y Agrajes, sin que otro caballero alguno con ellos estuviese, y
así como estos cuatro caballeros se hallaron en aquel comer juntos, así después en muchas
partes lo fueron, donde sufrieron grandes peligros y afrentas en armas, porque éstos se
acompañaron mucho con el gran deudo y amor que se habían y aunque don Galvanes no
tuviese deudo sino con sólo Agrajes, Amadís y Galaor nunca lo llamaban sino tío, y él a
ellos sobrinos, que fue gran causa de acrecentar mucho en su honra y estima según adelante
se contará.

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