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BALTASAR GRACIÁN – Oráculo manual y arte de prudencia

27. Pagarse más de intensiones que de extensiones. No consiste la perfección en


la cantidad, sino en la calidad. Todo lo mui bueno fue siempre poco y raro, es
descrédito lo mucho. Aun entre los hombres los Gigantes suelen ser los
verdaderos Enanos. Estiman algunos los libros por la corpulencia, como si se
escriviessen para exercitar antes los braços que los ingenios. La extensión sola
nunca pudo exceder de medianía, y es plaga de hombres universales por querer
estar en todo, estar en nada. La intensión da eminencia, y heroica si en materia
sublime.

28. En nada vulgar. No en el gusto. ¡O, gran sabio el que se descontentaba de que
sus cosas agradassen a los muchos!: hartazgos de aplauso común no satisfazen a
los discretos. Son algunos tan camaleones de la popularidad, que ponen su
fruición no en las mareas suavíssimas de Apolo, sino en el aliento vulgar. Ni en el
entendimiento, no se pague de los milagros del vulgo, que no passan de
espantaignorantes, admirando la necedad común quando desengañando la
advertencia singular.

84. Saber usar de los enemigos. Todas las cosas se han de saber tomar, no por el
corte, que ofendan, sino por la empuñadura, que defiendan; mucho más la
emulación. Al varón sabio más le aprovechan sus enemigos que al necio sus
amigos. Suele allanar una malevolencia montañas de dificultad, que desconfiara
de emprenderlas el favor. Fabricáronles a muchos su grandeza sus malévolos.
Más fiera es la lisonja que el odio, pues remedia éste eficazmente las tachas que
aquélla disimula. Haze el cuerdo espejo de la ojeriza, más fiel que el de la afición,
y previene a la detracción los defectos, o los enmienda, que es grande el recato
quando se vive en frontera de una emulación, de una malevolencia.

89. Comprehensión de sí. En el Genio, en el Ingenio; en dictámenes, en afectos.


No puede uno ser señor de sí si primero no se comprehende. Ai espejos del
rostro, no los ai del ánimo: séalo la discreta reflexión sobre sí. Y quando se
olvidare de su imagen exterior, conserve la interior para enmendarla, para
mejorarla. Conozca las fuerças de su cordura y sutileza para el emprender; tantee
la irascible para el empeñarse. Tenga medido su fondo y pesado su caudal para
todo.

99. Realidad y apariencia. Las cosas no passan por lo que son, sino por lo que
parecen. Son raros los que miran por dentro, y muchos los que se pagan de lo
aparente. No basta tener razón con cara de malicia.

133. Antes loco con todos que cuerdo a solas: dizen políticos. Que si todos lo son,
con ninguno perderá; y si es sola la cordura, será tenida por locura: tanto
importará seguir la corriente. Es el mayor saber a vezes no saber, o afectar no
saber. Hase de vivir con otros, y los ignorantes son los más. Para vivir a solas: ha
de tener o mucho de Dios o todo de bestia. Mas yo moderaría el aforismo,
diziendo: antes cuerdo con los más que loco a solas. Algunos quieren ser
singulares en las quimeras.
AMADIS DE GAULA

CAPITULO NOVENO

LOS ARDIDES DE ARCALAUS


Con tal compaña estando el rey Lisuarte, en tanto placer como oídes, queriendo
ya la fortuna comenzar su obra con que aquella gran fiesta en turbación puesta
fuese, entró por la puerta del palacio una doncella asaz hermosa, cubierta de luto,
e fincando los hinojos ante el Rey, le dijo:
—Señor, todos han placer, sino yo sola, que he cuita e tristeza, e la no puedo
perder sino por vos.
—Amiga —dijo el Rey—, ¿qué cuita es esa que habéis?
Entonces la doncella refirió, llorando, que su padre sufría injusta prisión de
que sólo podían hacerle libre los dos mejores caballeros del mundo. Tanto
impresionaron sus palabras y lágrimas a la Reina y al Rey, que le dieron a don
Galaor y a Amadís para que fueran a libertar al prisionero, ya que otros mejores
caballeros en parte alguna se podrían hallar.
Armados éstos e despedidos del Rey e de sus amigos, entraron en el
camino con la doncella. Así anduvieron por donde la doncella los guiaba fasta ser
medio día pasado, que entraron en la floresta que Malaventurada se llamaba,
porque nunca entró en ella caballero andante que buena dicha ni ventura hobiese;
e tanto que alguna cosa comieron de lo que sus escuderos levaban, tornaron a su
camino fasta la noche, que facía luna clara. La doncella se aquejaba mucho, e no
facía sino andar.
Amadís le dijo:
—Doncella, ¿no queréis que folguemos alguna pieza ?
—Quiero —dijo ella—; mas será adelante, donde hallaremos unas tiendas con tal
gente, que mucho placer vuestra vista les dará.
Siguieron caminando y llegaron, en efecto, a unas tiendas donde, a pretexto
de que descansaran, desarmaron a los caballeros, y ya sin armas, estando
separados Amadís y don Galaor, cada cual en tienda diferente, cayó sobre ellos
una gran partida de gentes de guerra, que al cabo de descomunal combate
lograron dominarlos y prenderlos. Los llevaron amarrados, los días siguientes,
hacia el lugar donde pensaban darles muerte; pero Galaor, a fuerza de astucia y
malicia, consiguió librarse de sus cadenas y libertar a su hermano, tras lo cual y a
más andar, retornaron los dos por el camino de Londres.
Estando el rey Lisuarte e la reina Brisena, su mujer, en sus tiendas con
muchos caballeros e dueñas e doncellas, al cuarto día que de allí partieran
Amadís e don Galaor, su hermano, entró por la puerta el caballero que el manto e
la corona le dejara, como ya oístes; e fincando los hinojos ante el Rey, le dijo:
—Señor, ¿cómo no tenéis la fermosa corona que yo vos dejé, e vos, señora, el
rico manto?
El Rey se calló, que ninguna respuesta le quiso dar, y el caballero dijo:
—Mucho me place que os no pagastes della, pues que me quitarán de perder la
cabeza o el don que por ello me habíades a dar; e pues así es, mandádmelo dar,
que no me puedo detener en ninguna guisa. .
Cuando esto oyó el rey, pesóle fuertemente e dijo:
—Caballero, el manto ni la corona no os lo puedo dar, que lo he todo perdido; mas
me pesa por vos, que tanto os hacía menester, que por mí, aunque mucho valía.
—¡Ay, cativo! Muerto so —dijo el caballero.
E comenzó a hacer un duelo tan grande, que maravilla era, diciendo:
—¡Cativo de mí sin ventura! Muerto soy de la peor muerte; que nunca murió
caballero que la tan poco mereciese.
E caíanle las lágrimas por las barbas, que eran blancas como la lana
blanca. El Rey hobo del gran piedad e díjole:
—Caballero, no temáis de vuestra cabeza; que toda cosa que yo haya vos la
habréis para la guarecer; que así os lo he prometido e así lo temé.
El caballero se le dejó caer a sus pies para gelos besar, mas el Rey lo alzó
por la mano e dijo:
—Ahora pedid lo que os placerá.
—Señor —dijo él—, verdad es que me hobistes a dar mi manto e mi corona, o lo
que por ello vos pidiese; e Dios sabe, señor, que mi pensamiento no era
demandar lo que agora pediré; e si otra cosa para mi remedio en el mundo
hobiese, no os enojaría en ello; mas no puedo hi al hacer. A vos pesará de me lo
dar, e a mí de lo recebir.
—Agora demandad —dijo el Rey—; que tan cara cosa no será que yo haya que la
vos no hayades.
Entonces el caballero dijo:
—Señor, yo no podría ser quito de muerte sino por mi corona e mi manto, o por
vuestra fija Oriana; e agora me dad dello lo que quisierdes; que yo más querría lo
que os di.
—¡Ay, caballero! —dijo el Rey—, mucho me habéis pedido.
E todos hobieron muy gran pesar, que más ser no podía; peí o el Rey, que
era el más leal del mundo, dijo:
—No vos pese; que más conviene la pérdida de mi hija que falta de mi palabra,
porque lo uno daña a pocos e lo otro al general.
E mandó que luego le trajesen allí su fija.
Cuando la Reina e las dueñas e doncellas esto oyeron comenzaron a fazer
el mayor duelo del mundo; mas el Rey las mandó acoger a sus cámaras, e mandó
a todos los suyos que no llorasen, so pena de perder su amor. En esto llegó la
muy fermosa uriana ante el Rey como atónita, y cayéndole a los pies, le dijo:
—Padre, señor, ¿ qué es esto que queréis facer ?
—Fágolo —dijo el Rey— por no quebrar mi palabra.

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