Está en la página 1de 5

si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos

dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los
hombres, y quizá más agudas, por ser de natural7 más frío, por consistir en humedad el
entendimiento, como se ve en las respuestas de repente y en los engaños de pensado; que todo lo
que se hace con maña, aunque no sea virtud, es ingenio.

si te desagradare, podrás disculparme con que nací mujer, no con obligación de hacer buenas
novelas, sino con mucho deseo de acertar a servirte.

diez partos de su fecundo ingenio, con nombre de Novelas. La moralidad que encierran, el artificio
que tienen y la gracia con que están escritas son rasgos de su vivo ingenio, que en mayores cosas
sabrá salir de más grandes empeños. Por dama, por ingeniosa y por docta, debes (¡oh Lector!) mirar
con respeto sus agudos pensamientos desnudo del afecto envidioso con que censuras otros que no
traen este salvoconduto debido a las damas.

contasen dos maravillas (que con este nombre quiso desempalagar al vulgo del de novelas: título tan
enfadoso que ya en todas partes le aborrecen).

Ya la sala parecía cuando los campos, alumbrados del rubio Apolo, vertiendo risa alegran los ojos que
los miran:20 tantas eran las velas que daban luz a la rica sala, cuando los músicos, que cerca de la
cama de Lisis tenían sus asientos, prevenidos de un romance, que después de haber danzado se
había de cantar, empezaron con una gallarda a convidar a las damas y caballeros a ir saliendo de una
cuadra con hachas encendidas en las manos, para que fuese más bien vista su gallardía.

Habiendo don Juan mostrado en su gala un desengaño a Lisis de su amor, viendo a Lisarda favorecida
hasta en las colores; la cual dispuesta a disimular, se comió los suspiros y ahogó las lágrimas, dando
lugar a los ojos para ver el donaire y destreza con que dieron fin a la airosa máscara, con tan
intrincadas vueltas y graciosos laberintos, lazos y cruzados, que quisieran que durara un siglo.

Mas viendo a Lisis, que con pedazos de cristal, acompañada21 de los dos músicos quería enseñar en
la destreza de su voz sus gracias, tomando asiento todos por su orden, dieron lugar a que se cantara
este romance:

¡Ay bien sentidos males!

Poderosos seréis para matarme,24

mas no podéis hacer que amor se acabe.

Noble piedad y generosa acción enternecerse de la pasión ajena.

yo para su deshonra: tal es la flaqueza en que las mujeres somos criadas, pues no se puede fiar de
nuestro valor nada, porque tenemos ojos; que a nacer ciegas menos sucesos hubiera visto el mundo,
que al fin viviéramos seguras de engaños.

mas yo, que no amaba sino una sombra y fantasía, ¿qué sentirá de mf el mundo?

Llegó a tanto mi amor que me acuerdo que hice a mi adorada sombra unos versos, que si no te
cansases de oírlos te los diré, que aunque son de mujer, tanto más grandeza; porque a los hombres
no es justo perdonarles los yerros que hicieren en ellos, pues los están adornando y purificando con
arte y estudios; mas una mujer que sólo se vale de su natural, ¿quién duda que merece disculpa en lo
malo y alabanza en lo bueno?
remitió su venganza a sus manos (acción noble), sin querer por la justicia hacer ninguna diligencia, ni
más alboroto ni más sentimiento que si no le hubiera faltado la mejor joya de su casa y la mejor
prenda de su honra.

Igualmente nos alababa; sin ofender a ninguna nos quería; ya engrandecía la doncella, ya encarecía
la viuda; y como yo también hacía versos, competía conmigo en ellos, admirándole no el que yo los
compusiese, pues no es milagro en una mujer (cuya alma es la misma que la del hombre, o porque
naturaleza quiso hacer esa maravilla o porque los hombres no se desvaneciesen siendo ellos solos los
que gozan de sus grandezas), sino porque los hacía con algún acierto.

porque para admitir esposo me lo estorba mi amor, y para ser de Dios, ser tan de Celio; porque
aunque es la ganancia diferente, para dar la voluntad a tan divino Esposo es justo que esté muy libre
y desocupada. Bien sé lo que gano por lo que pierdo, que es el Cielo o el Infierno, que tal es el de mis
pasiones; mas no fuera verdadero mi amor si no me costara tanto

Vínole a poner en tal cuidado su pasión, que del poco comer y mal dormir vino a perder la salud, de
suerte que cayó en la cama de una profunda melancolía, con que negó a Flora la conversación y
amistad, siendo su vista tan enfadosa a sus ojos que quisiera, por no verla, no tenerlos

Flora pintó a su amante tan enamorado, tan rico y noble, diciéndole por remate que pensaba que si
su hermano no la alcanzaba por mujer sería su vida muy corta

Por ventura pareceos que ha menester una desdichada más testigo de su muerte que su desventura?
Volveos a vuestro aposento y dejadme, pues con la muerte de sola una mujer se restauran las honras
de tantos hombres.

Parecíales a las señoras que lo deseaban para marido más falta ser gastador que guardoso, que con
este nombre calificaron su miseria. Entre muchas que desearon ser suyas fue una señora que no
había sido casada, si bien estaba en opinión de viuda: mujer de buen gusto y de alguna edad, aunque
la encubría con las galas, adornos e industria, porque era viuda galana, con su monjil de tercianela,
tocas de reina y su poquito de moño.

No porque soy celoso, que harto ignorante es el que lo es teniendo mujer honrada, mas porque las
casas ricas nunca están seguras de ladrones, y no quiero que me lleven con sus manos lavadas lo que
a mí me costó tanto afán y fatiga el ganarlo. Y así, yo le quitaré el vicio, o sobre eso será el diablo.

Como era don Marcos de los sanos de Castilla y sencillo como un tafetán de la China, no se le hizo
largo este romance, antes quisiera que durara mucho más, porque la llaneza de su ingenio no era
como los fileteados de la corte, que en pasando de seis estancias se enfadan.

A don Marcos Miseria, salud. Hombre que por ahorrar no come, hurtando a su cuerpo el sustento
necesario, y por solo interés se casa, sin más información que si hay hacienda, bien merece el castigo
que v. m. merced tiene y el que le espera andando el tiempo. V. m., señor, no comiendo sino como
hasta aquí, ni tratando con más ventaja que siempre hizo a sus criados, y como ya sabe, la media
libra de vaca, un cuarto de pan y otros dos de ración al que sirve y limpia la estrecha vasija en que
hace sus necesidades, vuelva a juntar otros seis mil ducados y luego me avise, que vendré de mil
amores a hacer con v. m. vida maridable; que bien lo merece marido tan aprovechado. Doña Isidora
Venganza.

A doña Isidora, estando en Barcelona aguardando galeras108 en que embarcarse para Nápoles, una
noche don Agustín y su Inés la dejaron durmiendo, y con los seis mil ducados de don Marcos y todo lo
demás que tenían se embarcaron, y llegados que fueron a Nápoles, él asentó plaza de soldado, y la
hermosa Inés puesta en paños mayores se hizo dama cortesana, sustentando con este oficio en galas
y regalos a su don Agustín. Doña Isidora se volvió a Madrid, donde, renunciando el moño y las galas,
anda pidiendo limosna. La cual me contó más por entero esta maravilla, y me determiné a escribirla
para que vean los miserables el fin que tuvo éste, y no hagan lo mismo, escarmentando en cabeza
ajena.

Serafina había dado en una melancolía tan profunda que no tenía una hora de salud. Sospechó don
Fadrique que sería el mal de Serafina el verse defraudada de las esperanzas que quizá tenía de verse
casada con don Vicente, porque no le vía pasear la calle como solía, y creyó que por su causa se había
retirado.’

había propuesto el día que enterró a su dueño no casarse hasta que pasasen tres años, por guardar
más el decoro que debía a su amor, que por esta causa despedía cuantos le trataban desto; mas que
si este caballero se atrevía a aguardar el año que le faltaba, que ella le daba su palabra de que no
fuese otro su marido; porque, si había de tratar verdad, le había agradado su talle sin afectación, y
sobre todo las muchas partes que le había propuesto, porque ella deseaba que fuese así el que
hubiese de ser su dueño.

Traía la dama sobre la camisa un faldellín de vuelta de tabí encarnado, cuya plata y guarnición
parecían estrellas, sin traer sobre sí otra cosa más que un rebosillo del mismo tabí, aforrado en felpa
azul, puesto114 tan al desgaire que dejaba ver en la blancura de la camisa los bordados de hilo de
pita; sus dorados cabellos cogidos en una redecilla de seda azul y plata, aunque por algunas partes
descompuestos, para componer con ellos la belleza de su rostro; en su garganta dos hilos de gruesas
perlas, conformes a las que llevaba en sus hermosas muñecas, cuya blancura se vía sin embarazo, por
ser la manga de la camisa suelta, a modo de manga de fraile.

que temo a las mujeres que son tan sabias más que a la muerte; que quisiera hallar una que
ignorara118 las cosas del mundo al paso119 que ésa las comprehende;120 y si la hallara, vive Dios
que me había de emplear en servirla y amarla.

Violante jamás trató nada acerca desto, porque verdaderamente aborrecía el casarse, temerosa de
perder la libertad que entonces gozaba.

Dejémosla y vamos a don Fadrique, que así como se vio acostado al lado de un hombre, cuyo honor
estaba ofendiendo él con suplir la falta de su esposa y su primo gozándola, considerando lo que
podía suceder estaba tan temeroso y desvelado que diera cuanto le pidieran por no haberse puesto
en tal estado, y más cuando, suspirando entre sueños el ofendido marido, dio vuelta hacia donde
creyó que estaba su esposa y, echándole un brazo al cuello, dio muestras de querer llegarse a ella, si
bien como esta acción la hacía dormido no prosiguió adelante.

tengo más que medianamente lo que he menester para pasar la vida, y así, cuando la mujer que
hubiera de ser mía no fuere muy rica, no me dará cuidado, como sea hermosa y bien nacida. Lo que
más me agrada en las mujeres es la virtud;. Ésa procuro; que los bienes de Fortuna Dios los da y los
quita.

vengo tan escarmentado de las astucias de las mujeres discretas que de mejor gana me dejaré
vencer de una mujer necia, aunque sea fea, que no de las demás partes que decís. Si ha de ser
discreta una mujer, no ha menester saber más que amar a su marido, guardarle su honor y criarle sus
hijos, sin meterse en más bachillerías.
Bien digo yo que a las mujeres el saber las daña! Si ésta no se fiara en su entendimiento no se
atreviera a agraviar a su marido, ni a decírselo. Yo me libraré desto si puedo, o no casándome o
buscando una mujer tan inocente que no sepa amar ni aborrecer

Oyendo el desenvuelto mozo esta simpleza, la desnudó él mesmo y, acostándose con ella, gozó lo
que el necio marido había dilatado por hacer probanza de la inocencia de su mujer. Con esta vida
pasaron todo el tiempo que estuvo don Fadrique en la corte, que como hubiese acabado los negocios
y escribiese que se venía, y don Álvaro hubiese acabado el suyo, se volvió a Córdoba.

Y viendo don Fadrique esto, y que pensando librarse había buscado una ignorante, la cual no sólo le
había agraviado, mas que también se lo decía, tuvo su opinión por mala y se acordó de lo que le
había dicho la Duquesa. Y todo el tiempo que después vivió alababa las discretas que son virtuosas,
porque no hay comparación ni estimación para ellas; y si no lo son, hacen sus cosas con recato y
prudencia. Y viendo que ya no había remedio, disimuló su desdicha, pues por su culpa sucedió; que si
en las discretas son malas las pruebas, ¿qué pensaba sacar de las necias?

para que se avisen los ignorantes que condenan la discreción de las mujeres que donde falta el en-
tendimiento no puede sobrar la virtud; y también que la que ha de ser mala no importa que sea
necia; ni la buena, el ser discreta, pues siéndolo sabrá guardarse. Y adviertan los que prueban a las
mujeres al peligro que se ponen].

Murió su madre del parto de Laura, quedando su padre por gobierno y amparo de los tres gallardos
hijos, que, si bien sin madre, la discreción de el padre suplió medianamente esta falta.

Milagro fuera, señor don Diego, que siendo amante no fuerais celoso, pues jamás se halló amor sin
celos.

Mi Albano adora a Nise y a mí penas me deja; éstas sí son pasiones y aquéstas sí son penas. Su
hermosura divina amoroso celebra, y por cielos adora papeles de su letra

El alma ¿no es la misma que la de los hombres? Pues si ella es la que da valor al cuerpo, ¿quién obliga
a los nuestros a tanta cobardía? Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotras valor
y fortaleza no os burlaríais como os burláis; y así, por tenernos sujetas desde que nacemos vais
enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra y el entendimiento con el recato de la
vergüenza, dándonos por espadas ruecas y por libros almohadillas.

ella estaba desengañada de lo que era el mundo y los hombres, y que, así, no quería más batallar con
ellos, porque cuando pensaba lo que había hecho y dónde se había visto no acababa de admirarse, y
que, supuesto esto, ella se quería entrar en un monasterio, sagrado poderoso para valerse de las
miserias a que las mujeres están sujetas.

Era doña Juana de veinte años, edad peligrosa para la perdición de una mujer, por estar entonces la
bella vanidad y locura aconsejadas con la voluntad, causa para que, no escuchando a la razón ni al
entendimiento, se dejen cautivar de deseos livianos.

Mas apenas salió el miserable una legua de Toledo cuando los demonios que estaban en las sortijas
se le pusieron delante y, derribándole de la mula, le maltrataron dándole muchos golpes, tanto, que
poco le faltaba para rendir la vida

Contentose don Fernando, por tapar con este dinero sus trampas y trapazas, entrando en poder del
lobo la cordera, que así lo podemos decir.
mandando echar fuera la gente, cerró la puerta de la casa, y mirando cofres y escritorios, hasta los
más apartados rincones y agujeros, hallaron en el escritorio de Lucrecia mil invenciones y embelecos,
que causaban temor y admiración, con que Lucrecia parecía a los ojos de don Fernando gallarda y
hermosa.

Ahora confirmo mi pensamiento, que fue entregarme a tu galán para que me diese la muerte,
cansada de mi firme amor, enfadada de mis importunaciones. Y ahora que te has hartado de él, cual
otra Lamia lasciva y adúltera Flora, cruel y desleal Pandora, le has quitado la vida y quieres que yo
también acabe por tu causa. Pues ahora verás que como hubo amor habrá aborrecimiento, y como
tuviste mal trato habrá castigo.

Este suceso pasó en nuestros tiempos, del cual he tenido noticia de los mismos a quien sucedió, y yo
me he animado a escribirle para que cada uno mire lo que hace, pues al fin se paga todo.

Tu padre, hermoso dueño, ha negado al mío el sí de que seáis mía, dando por disculpa que soy
segundo en mi casa: agravio que me hizo el Cielo para que yo perdiese el de vuestra belleza.

que llorar los hombres cuando los males no tienen remedio no es flaqueza, sino valor

a quien quería tan tierno y deseaba tan firme y constante, que pudiera resucitar en su amor el
dorado siglo

Ay de mí, y cómo has pagado bien el yerro que hiciste en casarte, siendo yo vivo! Cruel estuviste en
hacerlo, mas mucho más lo has estado en darme tan crecida venganza. Vivieras tú, hermoso dueño
mío, aunque fuera en poder ajeno; que a mí me bastara sola tu vista para vivir alegre.

Maldita sea la mujer que con tanta facilidad os da motivo para ser tenida en menos, porque pensáis
que lo que hacen obligadas de vuestra asistencia y perseguidas de vuestra falsa perseverancia, hacen
con otro cualquiera que pasa por la calle.

¿Qué lágrimas femeniles son éstas? ¿No tiene más ánimo un hombre de tu valor que el que aquí
muestras? ¿No echas de ver que, pues tu dama puso precio a tu pasión, que no está tan dificultoso tu
remedio como piensas?

No puedo negar, señora mía, que hicistes mal en poner precio a lo que en realidad de verdad no le
tiene ni232 puede tener, porque la virtud y castidad de la mujer no hay en el mundo con que se
pueda pagar, pues aunque os fiastes de un imposible, pudiérades considerar que no lo hay para un
amante que lo es de veras, y el premio de su amor le espera alcanzar con cometer imposibles y
hacerlos. Mas esta culpa ya la pagáis con la pena en que os veo; por tanto, ni yo os quitaré la vida ni
os daré más pesadumbre de la que tenéis: el que ha de morir es Carlos, que, como desdichado, ya la
Fortuna, cansada de subirle, le quiere derribar.

Al ruido que hizo (que fue tan grande que parecía hundirse la ciudad), Costanza y Teodosia, con su
madre y las demás criadas, que como absortas y embelesadas habían quedado con la vista del
Demonio, volvieron sobre sí, y viendo a don Jorge hincado de rodillas dando con lágrimas gracias a
Dios por la merced que le había hecho de librarle de tal peligro, creyendo que por secretas causas
sólo a su Majestad divina reservadas había sucedido aquel caso, le ayudaron haciendo lo mismo.

También podría gustarte