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CLARA ROMAY GUILLÉN.

AUTOEXIGENCIA

Ser autoexigente a priori no tiene el por qué ser malo, proponerse la mejora personal,
proponerse objetivos, querer avanzar, progresar… En realidad, se trata de algo natural y
en absoluto malo. Pero, en ocasiones el contexto y variables personales hacen que una
persona sitúe esa línea mucho más alto, buscando una plenitud y perfección en todos, o
casi todos, los roles de su vida y esto puede producir que esta autoexigencia empiece a
interferir en el día a día. Por ejemplo, puede empezar a somatizar, a sentirse incapaz,
abrumado por llevar todos los roles a la vez y con ese nivel de perfección tan alto.
Asimismo, ver y visualizar el error o el fracaso como algo que no debería suceder, en
lugar de validarlo y naturalizarlo, por lo tanto, ambos son tipos de perjuicios.

Por lo tanto, se contrapone el concepto de mejora, algo que es positivo, pero en


ocasiones esta mejora lleva intrínseca una serie de emociones desagradables, las cuales
son normales, pero a las que nos estamos volviendo menos tolerantes. Es de esta forma
como las personas terminan polarizándose bajo comentarios como “tengo que estar así
de bien y si detecto algo de este malestar es que no valgo suficiente, es que no estoy
haciendo suficiente o lo hago tan bien como lo debería hacer”. En definitiva, no es malo
ser autoexigente, lo malo es convertir la autoexigencia en algo, disfuncional, que nos
provoca, ira, ansiedad, tristeza, porque de esta forma ya no realizamos nuestros
objetivos para conseguir unos logros, sino más bien para evitar el no conseguir esos
logros y tener consecuencias negativas del entorno.

Una conducta autoexigente tiene mucho que ver con la ansiedad y con las expectativas.
Por ejemplo, llegas nuevo a una empresa para desempeñar tu puesto de trabajo y
observas que todo el mundo realiza su trabajo con soltura y fluidez, que todos están muy
adaptados ya que llevan allí mucho tiempo trabajando. Entonces empiezas a tener una
expectativa de “tengo que hacerlo bien y me tengo que adaptar”, de esta forma empiezas
a desarrollar una actitud de desasosiego, con cierta ansiedad, y empiezas a movilizar
una serie de conductas para adaptarte.

Esto en principio no tiene nada malo y es bastante adaptativo, pero en las ocasiones en
las que esta autoexigencia es excesiva, y la persona empieza a pedirse demasiado,
entonces la persona tiende a sobreadaptarse a la situación, se añade una gran cantidad de
trabajo para impedir ese evento temido en el futuro, es decir, para neutralizar esa
exigencia, esa ansiedad. De esta forma la persona consigue bajar el miedo de que esa
situación temida suceda. En el ejemplo anterior puede ser, que mi jefe me riña, que me
echen del trabajo, que la gente se de cuenta que yo como persona no sirvo para este
trabajo, etc.

La forma que tenemos de interpretar la realidad es la que en muchas ocasiones a las


personas nos hace sentir y actuar de una determinada manera. Esto es algo que puede
trabajarse, pero es importante entender que se trata de algo que las personas hemos
aprendido a lo largo de las situaciones generadas en nuestra vida y en base a la forma
que tienen las personas de aprender han adquirido valores y creencias que asumen como
válidas.

Una de las características, un signo de alarma, de que una autoexigencia se está


convirtiendo en disfuncional es la tendencia a utilizar en un diálogo interno
verbalizaciones del tipo “debería de tener las piernas como esa”, “debería de tener un
trabajo como el de ese”, “debería de comer de tal manera”, etc. Ya que utilizan “debería
de”, “tendría que”, en todas sus áreas de desempeño.

Otra característica es el sesgo atencional hacia las cosas negativas, hacia el fallo. Es
decir, personas que presentan una autoexigencia disfuncional ante un elogio del tipo
“esto te ha salido genial, lo has bordado, lo has hecho increíble”, ellos piensan que eso
es lo normal, es como lo tienen que hacer, es un estilo de regla. Sin embargo, cuando
fallan se convierte en algo imperdonable por el miedo al fallo que tienen, ya que este se
ha asociado como algo ligado a su propia autoestima, algo diferenciado del resto de los
humanos. Algunas características más son la tendencia a compararse con el resto de las
personas, de las cuales comparar resultados no procesos, o no disfrutar, descuidar,
tiempos de ocio, familia, amigos, etc.

En definitiva, la autoexigencia se convierte en disfuncional cuando provoca


interferencia, es decir, el hecho de buscar esa mejora personal, ese mejor desempeño es
natural y adaptativo pero puede ocurrir un momento en el que me genera más perjuicio
que beneficio, es decir, al final me afecta o me interfiere en el sueño, en mi estado de
ánimo ya que se ha vuelto irritable, en mi alimentación, descuido áreas importantes para
mi persona como son la familia, etc.
Fijar expectativas tan rígidas en roles provoca que una persona se polarice, ya que la
persona acaba idealizando un desempeño demasiado óptimo en todos los roles y áreas
de su vida como si fuera alcanzable y empieza a tener la expectativa de que “tiene que
estar siempre bien y al máximo en todo lo que haga”. Y cuando no lo consigue tiende a
categorizar cualquier error o sensación de malestar como algo que no debería estar
pasando, como una sensación de fracaso. En resumen, una persona puede llegar a
construir su propio autoconcepto en base a sus propios logros, ya que el medio glorifica
el hecho de estar ocupado, de estar metido en miles de proyectos… Constituye una serie
de premios que queremos ir consiguiendo y que normalizamos.

Muchas personas experimentan culpabilidad cuando se dan cuenta de que no pueden


llegar a todo lo que se proponen y, sobre todo, no pueden hacerlo tan perfecto todo
como ellos quieren, para así no experimentar esa sensación de malestar y neutralizar
esas consecuencias negativas. Pero hay que ser conscientes de que, si en un área de mi
vida tengo actualmente una exigencia muy alta, es adecuado que se ajusten las
expectativas y exigencias en el resto de las áreas. En este caso hay que practicar la
flexibilidad para adaptarse bien y ajustar esos cambios al nuevo contexto, aceptar que
aquello que la persona estaba realizando ahora ya no le sirve. Para vivir con plenitud
cata etapa de nuestra vida hay que ser flexible y adaptarse a esos cambios, ser flexibles
ajustando objetivos.

Para trabajar la autoexigencia disfuncional debido a que me siento mal por centrar mi
valía en mis logros, por tener miedo a fallar… puedo realizar una serie de “tips” como,
por ejemplo:

- Conocer mi momento de ciclo vital en el que me encuentro ahora mismo.


- Conocer cuales son mis prioridades.
- Dejar de perseguir conductas basadas en normas, “tengo que estar al 100% en
todas las áreas de mi vida.
- Vivir en base a valores o vivir en base a objetivos. Es decir, si me marco un
objetivo, pero el medio que tengo que recorrer no lo disfruto, tal vez tengas que
buscar acciones que sean un fin en si mismo.

Y en función de eso configurar cuales son mis objetivos que voy a marcarme
ahora, que sean sostenibles con el tiempo que tengo en esta etapa de mi vida,
que lo puedas mantener a largo plazo porque disfrutas de ello y te proporciona
un estado emocional saludable.

Ejercicio: Según el tiempo y energía que tengo ahora, que objetivos puedo perseguir de
forma sana, de forma que yo disfrute de este tiempo, de forma que en encaje en el
molde de tiempo y vida que tengo ahora.

A veces el poder tener un equilibrio entre varios roles implica elegir menos roles que
satisfacer.

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