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UNA PROFESIÓN COMO NINGUNA OTRA

Patricia Cook
Capítulo 3, The Routledge Handbook of Military Ethics. Editado por George R. Lucas (2015)

¿Qué hace que la profesión militar sea profesión? Todas las profesiones utilizan el logro
intelectual y el aprendizaje, y todas las profesiones prestan servicio. La profesión de las armas
es la máxima en cada uno de estos aspectos, involucrando el aprendizaje académico en varias
disciplinas, y la dedicación de cuerpo y alma al servicio al público. La profesión es única en el
sentido de que la aspiración hacia su actividad más destacada, matar, descalificaría al
aspirante para ser miembro de ella. Todas las profesiones tienen un código de conducta, pero
las fuerzas militares tienen, además, una arena moral muy compleja que sus miembros deben
navegar. Estos son los puntos que se desarrollarán en este capítulo.

I. Una profesión tradicional

Uno de los temas de este libro es el estatus profesional del oficial militar. Estamos invocando
el significado tradicional de “profesional” y no su significado coloquial. Tradicionalmente, una
profesión se distingue por cuatro características: 1) su aprendizaje especializado, 2) la
asociación de sus miembros en un gremio, 3) la autorregulación de sus miembros por parte
del gremio y, sobre todo, 4) su compromiso inequívoco con el bien público.1 Los médicos,
abogados y el clero ejemplifican las profesiones entendidas en este sentido tradicional. A
veces escuchamos el término “profesional” usado en otros sentidos: en contextos cotidianos
contemporáneos, a veces se refiere simplemente a alguien a quien se le paga por una actividad
(por ejemplo, un tenista profesional en lugar de un aficionado), o a alguien cuyo trabajo
especializado es una actividad de toda la vida (por ejemplo, una secretaria profesional). Sin
embargo, aquí usamos “profesional” en el sentido de las profesiones tradicionales, con sus
características distintivas específicas.

Por lo tanto, estamos presentando en este libro la “profesión de las armas”. Hay al menos dos
razones para el énfasis en su estatus como profesión. En primer lugar, esto enfatiza el hecho
de que, a pesar de que la organización militar tiene una jerarquía muy marcada, ésta no opera
(o no debería operar) como una burocracia. Los oficiales militares no son funcionarios que
son simples engranajes dentro de la máquina de una organización. No son, o no son

1 Los cuatro atributos de una profesión normalmente citados son: “(1) conocimiento generalizado y especializado, (2)
orientación principal hacia el bien de la comunidad, (3) código ético interno, y (4) recompensas que generalmente
simbolizan logros profesionales.” Ver B. Barber, “Some problems in the sociology of professions,” Daedalus 92, no. 4
(1963), citado en J. A. Jackson, “Professions and professionalization: Editorial introduction,” Profession and
Professionalization Volume 3: Sociological Studies (New York: Cambridge University Press, 1970): 1–16. Para una
discusión detallada sobre la naturaleza y la sociología de las profesiones, ver Elliott A. Krause, Death of the Guilds (New
Haven, CT, and London: Yale University Press, 1996): 14–20.
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principalmente, seguidores de órdenes.2 En cambio, son miembros autorregulados de un


venerable cuerpo de expertos cuyos valores y estándares dan aprobación a sus actividades.
Diré más sobre esto más adelante. La segunda razón por la que nos centramos en el estatus
profesional del oficial militar es para dar sentido a lo que llamamos “ética militar”. Al igual que
las demás profesiones tradicionales, el militar está orientado al servicio público. Sus
conocimientos especializados, habilidades y prácticas incluyen un código riguroso que en gran
medida es de elaboración propia y de aplicación propia.3 Si bien la ética militar tiene raíces
históricas en la tradición de la guerra justa y raíces filosóficas en la utilidad, la deontología, la
ética de la virtud y la ley natural, el oficio de las armas se ha constituido como árbitro
autónomo de valores.4 Estos valores, y las prácticas que con ellos concuerdan, son
constitutivos de la profesión y del profesional.

El prestigio que normalmente se otorga a las profesiones está bien ganado. Las profesiones
tradicionales se aprenden excepcionalmente, involucrando un cuerpo de conocimiento que
requiere años de estudio y un aprendizaje prolongado. El dominio del profesional ni siquiera
puede ser aproximado por una persona del común, y a veces este último debe depender
totalmente de este dominio. La persona del común debe confiar en el médico cuando está
enfermo, en el abogado cuando se enfrenta a asuntos legales y en las fuerzas armadas para su
seguridad. Ninguna persona por si misma podría esperar tener todas las diversas formas de
experiencia y conocimiento que uno necesita en la vida normal. Cada uno de nosotros debe
depender de los profesionales, y el hecho de esta dependencia da lugar al ethos del servicio
público que define al profesional.

El profesional tradicional es libre de ganar dinero, de cobrar por los servicios prestados y, por
lo tanto, de ganarse la vida utilizando su experiencia. Lo que define al profesional, sin
embargo, es que antepone el bien del cliente a su ganancia monetaria. Esta es una confianza
sagrada. Es similar a la confianza que se le tiene a un fiduciario (aunque “fiduciario” es un

2 Esta es la tesis del capítulo de Don Snider “American military professions and their ethics” en este libro.
3 George Lucas, Ethics and the Military Profession: The Moral Foundations of Leadership (Upper Saddle River, NJ:
Pearson, 2004): xi–xii.
4 En los Estados Unidos, el control civil sobre las fuerzas militares haría parecer que la profesión militar no es realmente

autónoma en el sentido de las profesiones tradicionales. Sin embargo, cualquiera que haya trabajado en cercanía a las
fuerzas militares de los EE.UU. sabe que estas establecen muchos de sus estándares propios, desde los valores que rigen
su organización hasta las reglas de encuentro. El Código Unificado de Justicia Militar (UCMJ) funge como documento
legal, pero estipula además muchos estándares morales tale como “conducta inapropiada de un oficial y un caballero”
(artículo 133). Los tribunales militares y el cuerpo de abogados y jueves militares (JAGC) ejercen la autorregulación que
caracteriza a un gremio profesional.

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término legal) de anteponer el bien del cliente al suyo propio.5 El profesional no podría hacer
su trabajo en ausencia de confianza. Por ejemplo, los pacientes no acudirían al médico si no
confiaran en que, cuando estén enfermos y vulnerables, su cuidado será la primera prioridad.
Esta confianza también es notablemente integral: por ejemplo, confiamos en que el
profesional anteponga el bien del cliente aun cuando exista un claro conflicto de intereses.6
Cuando vamos al médico, confiamos en que lo que nos recete estará basada en nuestras
necesidades como paciente; incluso si el hospital del médico obtiene ingresos de alguna
prueba o tratamiento en particular, confiamos en que la prueba se ordenará por el bien del
paciente. Así como lo señalan Snider y Martin Cook la profesión de las armas, al igual que la
medicina, el derecho, la teología y la enseñanza, es una profesión de confianza social.7

II. El código moral de la profesión de las armas

Los profesionales han hecho tradicionalmente un juramento que los compromete a defender
los estándares morales de su gremio.8 Estos estándares son en sí mismos un sello distintivo de
la autonomía y la autorregulación de las profesiones, aunque tienden a derivarse de la sagrada
confianza de servir principalmente al bien del cliente (o el bien público) interpretado a través
del conocimiento especializado de las mejores prácticas. No hay duda de que las fuerzas
militares están orientadas al bien público: después de todo, el servicio militar puede incluir “el
último sacrificio”, sacrificar la vida. Pero es importante tener en cuenta que la profesión de las
armas tiene una compleja estructura de principios para anteponer el bien público al propio:

5 “El deber fiduciario es el deber legal de actuar exclusivamente en beneficio de los intereses de un tercero. Las partes que
deben cumplir este deber son llamados fiduciarios. Los individuos a quienes se les debe este deber se llaman principales.
Los fiduciarios no deberán obtener ganancias por la relación que tiene con sus principales a menos de que los principales
expresen consentimiento informado. Tienen además ello deber de evitar conflictos de intereses entre ellos y sus
principales o entre sus principales y los otros clientes del fiduciario. El deber fiduciario es el más estricto deber de cuidado
que reconoce el sistema legal de EE.UU.” Ver: www.law.cornell.edu/wex/fiduciary_duty.
6 En contextos no profesionales, un conflicto de intereses – incluso la apariencia de un conflicto de intereses - se

considera como algo no ético. Este estándar se suspende, sin embargo, en ámbitos profesionales. Es integral para la
confianza que se deposita en el profesional la idea de que este no permitirá que nada se sobreponga a los intereses de su
cliente. Si buscamos los servicios de un abogado, por ejemplo, confiamos que proveerá una representación legal entusiasta
sin importar los puntos de vista personales del abogado. Compare esto a las ocupaciones no profesionales. Nunca
suponemos, por ejemplo, que un vendedor que está hablando maravillas de las virtudes de un carro en su concesionario
está poniendo los intereses del comprador primero que los suyos. Un empleado del gobierno, en otro ejemplo, debe
físicamente demostrar la ausencia de conflictos de intereses en la asignación de contratos que le corresponde otorgar. En
cambio, se asume que el profesional, casi por definición, está por encima de permitir que los intereses de cualquiera entren
en conflicto con los de su cliente o el público.
7 La confianza de la ciudadanía es un prerrequisito para la efectividad de las fuerzas militares en una democracia, y, en los

EE.UU., la confianza pública sobre sus fuerzas militares se ha evidenciado una y otra vez. Para saber más sobre la
confianza y las profesiones de confianza social, ver Don Snider, “American military professions and their ethics” y Martin
Cook, “Military ethics and character development,”, ambas en este libro.
8 Los juramentos que toman los oficiales militares varían de país a país, pero el código moral de cualquier profesional

militar incluye la discriminación y alguna versión de proporcionalidad y de moderación. Ver Shannon French, Code of the
Warrior: Examining Warrior Values Past and Present (Lanham, MD: Rowman & Littlefield, 2003).

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discriminación y proporcionalidad. Estos estándares son engañosamente simples de


establecer, pero, en la práctica, pueden ser desconcertantemente complejos. Aplicarlos
involucra un aspecto más de la especialización que se requiere del profesional militar.

Considere el principio de discriminación: el profesional militar discrimina entre aquellos que


son combatientes enemigos y aquellos que no son combatientes. No sé si alguna vez hubo un
momento en la historia en que esta tarea fue sencilla, pero ciertamente ya no lo es con
guerrillas, insurgentes y terroristas no estatales en el campo de batalla. El deber del oficial
militar es asumir cualquier peligro que el conflicto presente para los no combatientes, “asumir
ese peligro él mismo”, como lo expresa Michael Walzer.9 Esto es, por supuesto, lo que hace que
la profesión de las armas sea noble. Hay otras ocupaciones peligrosas: conducir un coche de
carreras es una ocupación peligrosa, pero no por eso es noble. Lo que es noble es que el
guerrero asuma deliberadamente cualquier peligro y riesgo para que los inocentes estén
seguros. El enfrentamiento en Afganistán del Equipo SEAL 10 con pastores de cabras locales
ilustra el peligro radical que implica este ethos.10 Se ha prestado mucha atención a las
tecnologías de "control remoto" más nuevas que alejan al guerrero del campo de batalla y así
lo aíslan del riesgo personal. Pero debemos recordar, por otro lado, los riesgos sin
precedentes a los que se expone el guerrero cuando aplica tácticas de contrainsurgencia (y
otros tipos de guerra irregular).11

Cuando las bajas de no combatientes son previsibles pero inevitables, el principio de


proporcionalidad requiere que este daño se sopese con la ventaja militar que se busca. Al
militar profesional nunca se le permite infligir daños colaterales por su propia conveniencia, y
no puede causar daño o destrucción simplemente para mejorar su propia seguridad. Por lo
tanto, las evaluaciones de proporcionalidad son complejas y cada caso a evaluar es único. Los
juicios deben ser emitidos por una autoridad militar competente acuerdo las circunstancias
específicas de cada caso. Incluso la ley se remite al profesional militar en una posición de
comando para hacer estos juicios estratégicos, tácticos y morales interrelacionados. Este, por

9 Michael Walzer, “On proportionality,” The New Republic (Enero 8, 2009):


www.newrepublic.com/article/politics/proportionality. Ver también “Responsibility and proportionality in state and
nonstate wars,” Parameters (Spring 2009): 51, donde Walzer sugiere que los argumentos de proporcionalidad deben estar
acompañados por argumentos de responsabilidad: “¿Qué riesgos han aceptado los soldados para poder minimizar los
riesgos que incurren los civiles?”
10 Marcus Luttrell y Patrick Robinson, Lone Survivor: The Eyewitness Account of Operation Redwing and the Lost Heroes

of SEAL Team 10 (New York: Little, Brown & Company, 2007).


11 Ver Department of the Army, Tactics in Counterinsurgency (2006): “Por tanto el personal militar necesitará aceptar

mayores riesgos físicos para cumplir sus objetivos militares que los que incurriría en conflictos convencionales” (ver la
viñeta en FM 3-24/7-13) y “Asumir estos riesgos es una parte esencial del ethos del guerrero” (7-21).

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cierto, es un ejemplo importante de la experiencia profesional autónoma que se aplica


constantemente en las fuerzas militares. Esto también ejemplifica una virtud especializada, o
una excelencia, que debe ser parte del conjunto moral del profesional militar. Llámelo “astucia
para medir la proporcionalidad”: se trata de un tipo especial de prudencia o sabiduría
práctica, y no puede cultivarse fuera de la profesión militar. Entonces, como otras profesiones,
el militar tiene virtudes propias, excelencias que solo pueden expresarse y desarrollarse
dentro del contexto de la profesión misma.

III. Matar y Morir

En esta coyuntura, estamos llegando a un área de diferencias importantes entre la profesión


de las armas y cualquier otra cosa propiamente llamada profesión. Para resumir: hemos
estado diciendo que la profesión de las armas pertenece a las profesiones tradicionales: los
profesionales tienen una experiencia específica que desarrollan a través de un largo estudio y
aprendizaje; operan bajo los auspicios de un gremio autónomo según un código establecido y
aplicado por sus colegas profesionales; y son portadores de un encargo sagrado de anteponer
el bien público al suyo propio. El objetivo aquí, sin embargo, no es solo resaltar las similitudes.
Queremos destacar las diferencias. Morir (o prepararse para morir) marca una diferencia
notable.12 El militar profesional asume activamente el peligro al que sus actividades exponen a
los no combatientes. Solo en raras ocasiones se ven otros modos de servir al bien público que
sean comparables. Un policía podría interponerse entre el delincuente y la víctima. El médico
que trata a pacientes enfermos de ébola asume un riesgo mortal y, en cierto sentido, reduce el
riesgo para sus pacientes, ya que esto significa que él los tratará. El abogado que intercede en
una amenaza contra su cliente está voluntariamente asumiendo parte del riesgo de su cliente.
Pero estos son casos más bien excepcionales. Para el profesional militar, asumir ese riesgo es
la actividad principal. Los militares llaman a la virtud relevante "compromiso", aunque esta
parece ser una palabra banal para lo que se encuentra entre los logros humanos más nobles.

Una diferencia más crítica entre la profesión de las armas y todas las demás profesiones
tradicionales no está marcada por la muerte y el peligro, sino por el hecho de matar. Más
específicamente, la profesión militar se distingue por exigir a sus practicantes que hagan algo
que enfáticamente no quieren hacer: herir y matar intencionalmente a otros seres humanos.
Esto es categóricamente diferente de lo que se requiere del abogado, el médico e incluso el

12 Ver la sección IV del capítulo de Don Snider’s (“American military professions and their ethics,” en este libro), citando
al Dr. James Toner: “incluso cuando los soldados no están muriendo, deben estar preparándose para morir.”

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profesional encargado de hacer cumplir la ley. Todas las profesiones presumiblemente


involucran actividades que nadie disfrutaría particularmente. El abogado puede tener que
defender celosamente a un cliente que sospecha que es culpable. El médico puede tener que
atender heridas supurantes o enfermedades repugnantes. El policía puede tener que
dispararle a un criminal que se niega a rendirse. Estos son cualitativamente diferentes, sin
embargo, de la actividad principal del militar profesional: matar intencionalmente.

Por definición, el militar profesional es y debe ser reacio a matar. Cualquiera que estuviera
ansioso por matar, que buscara la acción militar por la emoción de hacerlo, o que de alguna
manera disfrutara matando, sería por esa razón excluido de ingresar o permanecer en las
fuerzas militares. Un Rambo, para quien “matar es tan fácil como respirar”, no sería aceptado.
Incluso alguien que quisiera matar al enemigo por ira o venganza sería cuestionable para ser
parte de la profesión. Aquiles no habría sido un buen militar profesional. De hecho, el carácter
del verdadero profesional militar se distingue por la virtud del autocontrol: Sôphrosunê,
incluso más que la valentía, es una virtud fundamental.13 El sublime autocontrol que
caracteriza el ethos de los militares se muestra en su decoro y se celebra en sus ceremonias.
En la práctica, el autocontrol es el modus operandi del profesional militar: la proporcionalidad
y la discriminación están por encima de todas las formas de restricción.

El vivir con esta paradoja – que el profesional militar debe ser reacio a matar y, sin embargo,
en cierto sentido permanecer bastante listo para hacerlo – ha teñido la práctica militar a lo
largo de la historia. Si volvemos a Platón, vemos el problema que plantea la necesidad de la
república ideal de una clase militar especializada, los Guardianes. Con su temperamento feroz
y su riguroso entrenamiento marcial, los Guardianes tenían un poder sin igual en la ciudad. La
república necesitaba que fueran feroces para su defensa, pero ¿qué impediría que los
Guardianes usaran la violencia entre ellos o, alternativamente, cooperaran entre sí y
controlaran la ciudad por la fuerza? Platón propone una larga educación para los Guardianes
como respuesta parcial a este problema. Desde la más tierna infancia, los Guardianes están
acostumbrados a tratar a sus conciudadanos como amigos, con quienes literalmente tienen
todas las cosas en común.14 Los forasteros son tratados como enemigos amenazantes.

13 El término griego Sôphrosunê es muy difícil de traducir. En la literatura antigua desde Homero hasta Aristóteles, este
significa auto-control, restricción y discreción (aunque también puede usarse como la virtud humana común que podría
traducirse como moderación o templanza). La cito aquí como el nombre de la virtud característica del profesional militar
porque es una excelencia que se encuentra en la interface entre el carácter y el intelecto (al igual que la phronesis o
prudencia) y porque está estrechamente asociada al auto-conocimiento.
14 No existe la propiedad privada en la república “ideal” de Platón. Todo es propiedad comunitaria, incluso las esposas y

los hijos. Esto se estipula en parte para anular el problema de los Guardianes rapaces. (Republic 375 b–c, 416 a–c).

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Supuestamente, la educación de los Guardianes pretendía convertirlos en “cachorros nobles”:


agresivos con los extraños pero gentiles con los conocidos.15

El problema probablemente se invierte en la vida real: los guerreros son tomados de la


población de seres humanos comunes y deben ser entrenados para ser lo suficientemente
crueles en tiempos de guerra. La literatura psicológica nos habla de las inhibiciones naturales
que dificultan que los humanos maten.16 La deshumanización del enemigo ha sido la
herramienta principal para superar esta aversión.17 Los ejemplos abarcan la historia humana,
pero continúan en el presente. Como mencionó un veterano de la Operación Iraqi Freedom:
“Simplemente tratas de bloquear el hecho de que son seres humanos y los ves como enemigos.
… Los llamas hajis… Haces todas las cosas que hacen que sea más fácil lidiar con matarlos y
maltratarlos.”18

La deshumanización del enemigo, sin embargo, no ayuda con la discriminación. El militar


profesional tiene que discriminar entre combatientes y no combatientes, pero si el enemigo es
infrahumano, sus compatriotas civiles del enemigo también lo serían. La deshumanización en
realidad confunde la discriminación y también abre la puerta a más muertes. Recientemente,
la objetivación del enemigo ha sido respaldada por especialistas en ética militar como una
respuesta a la deshumanización del mismo. Objetivar al enemigo significa cultivar una actitud
de indiferencia. La deshumanización, por el contrario, implica una actitud de repugnancia
hacia un enemigo infrahumano, ejemplificado por los nazis que se refirieron a los judíos como
ratas, o los hutus que llamaron cucarachas a los tutsis. La objetivación es preferible, según
Shannon French, como una forma de pensar que permite la batalla pero previene los crímenes
de guerra.19 Tenemos que “entrenar a nuestras tropas para objetivar al enemigo con el fin de
combatir. . . porque creemos que este es el único modo que libera sus recursos cognitivos para

15 Vale la pena notar que los perros, incluso los “nobles cachorros”, no podrían entrenarse para ejercer la “discriminación”
que exige el jus in bello. Como bromea Platón: “El perro, cuando sea que ve a un extraño, se pone bravo; y cuando es un
conocido, le da la bienvenida, aunque el primero no le ha hecho ningún mal ni el segundo ningún bien” (Republic 376 a).
El perro, en otras palabras, distingue entre familiares y extraños y no entre aquellos que son violentos y aquellos que son
inocentes.
16 Dave Grossman, On Killing: The Psychological Cost of Learning to Kill in War and Society (New York: Little, Brown

& Company, 2009): 30–42.


17 Philip Zimbardo, The Lucifer Effect: How Good People Turn Evil (New York: Random House, 2007). Ver también Sam

Keen, Faces of the Enemy: Reflections of the Hostile Imagination: The Psychology of Enmity (New York: Harper & Row,
1986).
18 Citado en Michael W. Brough, “Dehumanization of the enemy and the moral equality of soldiers,” in Michael W.

Brough, John W. Lango, and Harry van der Linden, Eds., Rethinking the Just War Tradition (Albany, NY: State
University of New York Press, 2007): 152.
19 “Exploring the brain,” Think: The Online News Source for Case Western Reserve University (Fall/Winter2013):

http://case.edu/think/fallwinter2013/discover/dehumanizing-the-enemy.html#.U_N2Fvk8Ar5

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hacer frente a las demandas estratégicas y de rendimiento que exige el combate”. Sin
embargo, “las tropas que generan un intenso disgusto y desprecio para ayudarlos a matar
tendrán más dificultades para reajustarse a la vida civil una vez que termine la violencia”, dice
French. “Es importante que nuestras tropas sepan que han luchado con honor. Pero no hay
honor en matar subhumanos”.20

IV. Paradojas de la profesión

Así que la profesión militar es única en este sentido. Su propósito moral es defender al
inocente y salvaguardar los derechos y la justicia, pero su actividad principal, en el nivel
prerreflexivo o instintivo, es abominable. Una de las tareas de esta singular profesión es
regular y reconciliar esta cruda tensión. Yo diría que la tensión debe abordarse
filosóficamente, ya que aparentemente desafía el sentido común. A menudo escucho el chiste
(de civiles que no tienen vínculos estrechos con las fuerzas militares) de que la “ética militar”
es un oxímoron. La idea parece ser que, al recurrir a la guerra, renunciamos a la ética y
confiamos estrictamente en el poder. Esta idea, aunque profundamente equivocada, a veces
surge incluso entre personas que han visto de primera mano los escrúpulos que nos frenan en
una guerra justa.

He estado enseñando filosofía a oficiales militares, la mayoría de ellos aviadores navales,


durante seis años. Tienen diferentes niveles de conocimiento de la ética militar y la tradición
de la guerra justa y, a menudo, no tienen una respuesta preparada a la pregunta de cómo su
servicio en Irak y Afganistán cuadra con la moralidad. Les pregunto si los principios de
moralidad cambian durante la guerra. Obviamente, las “reglas” cambian: normalmente no está
permitido romper cosas y matar personas. ¿Es esto una suspensión de la moralidad? ¿Existe
una “moralidad de tiempos de guerra” que sea diferente de la moralidad ordinaria?

Algunos oficiales tienen un tipo de respuesta de “nosotros o ellos”.21 El uso de la fuerza en


tiempo de guerra es necesario por el enfrentamiento. A menudo existe alguna versión de la

20 El profesor Anthony Jack, cuyas investigaciones en ciencia cognitiva en Case Western Reserve indican que el cerebro
funciona de una manera distinta cuando se objetiva a cuando se deshumaniza, añade: “Creemos que solo los psicópatas
pueden de manera permanente evitar la reexaminación de sus acciones desde una perspectiva empática”. Luego continúa:
“Objetivar es una solución necesaria pero temporal. Para que nos sintamos completamente humanos, debemos ser capaces
de reconciliar las acciones que tomamos hacia nuestros compañeros humanos. Esto es más fácil de lograr si se ha
objetivado de una manera limitada por un buen motivo, aunque aún a veces requiere reajustes y tristeza. Esta situación es
mucho más dura psicológicamente se usted ha descendido hasta el odio y el desprecio”. Ver:
http://blog.case.edu/think/2013/06/06/a_way_of_thinking_may_enable_battle_but_prevent_war_crimes
21 “La decisión ética más difícil que he tomado fue comprometerme a actuar contra blancos vivos en el terreno antes de

entrar a esa arena. Revertí hacia la justificación moral: que actos terroristas tales como el 11 de septiembre habían
ocurrido y que seguirían atacándonos si no hacíamos lo que nos pedían nuestros superiores. En el fragor de la batalla la

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idea agustiniana/tomista de que la violencia se ejerce como último recurso para frustrar el
triunfo del mal. Muchos señalan que no quieren matar gente. Los pilotos, en particular,
informan que se unieron a las fuerzas militares porque les encantaba volar y querían “servir a
su país”. Perfeccionaron sus habilidades de aviación, solo para encontrarse en una guerra
volando aviones que llevan armamento. Este es, en cierto sentido, el mayor logro: estos son
aviadores de élite que vuelan los aviones tecnológicamente más sofisticados del planeta y, por
ello, se encuentran en una posición codiciada. Por otro lado, ser el portador de la bomba
nunca fue parte de la aspiración de nadie. Nadie creció queriendo lanzar las bombas que
matan a la gente. Estos jóvenes aviadores tienen que luchar para superar su aversión a matar
personas, perfectos extraños, en tierra. Incluso si se trata de combatientes uniformados,
incluso si el objetivo se despeja de acuerdo con las reglas de enfrentamiento, incluso si la
misión es en apoyo cercano de las tropas aliadas en el terreno, estos pilotos no quieren matar,
mutilar ni destruir.

Un estudiante, piloto de F/A18, describió cómo su ambición consciente había sido ser piloto
de combate, no un asesino. Él contó cómo la realización completa pareció desarrollarse para él
durante la Escuela de Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape (SERE). Los “captores” de
la escuela SERE “nos golpeaban y exigían [que les dijeran] por qué estábamos matando a sus
hijos”. Como estudiante-capturado, este aviador descubrió que no sabía. Su aspiración juvenil
de convertirse en piloto no tenía nada que ver con el combate:

Solo quería ser piloto y no me di cuenta de que podría tener que matar gente,
y realmente no tenía idea de cuáles eran las políticas de los Estados Unidos
sobre los problemas mundiales. En primer lugar, convertirse en piloto es sin
duda una tarea difícil. El entrenamiento es muy intenso y difícil. Los
estudiantes de vuelo tienen muy poco control sobre qué plataforma volarán
eventualmente. Los dilemas éticos generalmente no surgen ya que están fuera
de nuestro control. Tampoco hay capacitación específica sobre los peligros de
matar personas, ya sea intencional o no, como resultado de nuestra misión. . .22
Así, aunque pudiéramos pensar que debería ser obvio que ser un aviador militar implicará
combates violentos y peligro mortal, existe, al menos en algunos casos, una disyunción entre
la aspiración y la realidad. Rectificar esta disyunción, forjar las conexiones psicológicas y
morales detrás de ella, es una tarea distintiva de la profesión de las armas.

justificación era un asunto puramente de supervivencia cuando nos disparaban: ellos o nosotros”. Esto es de un ensayo
escrito para la clase “Ética y desarrollo moral” dictada en la Escuela Naval de Posgrados de Monterrey. El autor, que
mantendré anónimo, era un capitán de corbeta de la Armada al momento de escribirlo (2012).
22 Esto es de un ensayo escrito para la clase “Ética y desarrollo moral” dictada en la Escuela Naval de Posgrados de

Monterrey. El autor, que mantendré anónimo, era un Teniente de Navío.

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Una profesión como ninguna otra Patricia Cook

En el contexto de conciliar la moralidad cotidiana con los requisitos aparentemente


contradictorios de la guerra, ha surgido en mis clases en más de una ocasión la idea del
“Devorador de Pecados”. Los estudiantes suelen conocer el término de una película de 2012
que forma parte de la franquicia Bourne de Robert Ludlum, The Bourne Legacy. En el pasaje
relevante de la película, el personaje de Aaron Cross es un francotirador que (aparentemente)
estuvo involucrado en una operación en la que inocentes fueron asesinados por error. Byer, el
oficial a cargo, aborda el enfado de Cross. Aquí está el diálogo:

ERIC BYER: Tenemos que hablar. Necesito que dejes de hacer lo que estás haciendo y
te des la vuelta, es una orden.
[Aaron Cross lo ignora, baja la puerta trasera de un camión y deposita su rifle de
francotirador, cierra la puerta trasera y se vuelve hacia Byer]
BYER: Nos jodieron, fue mala información de inteligencia, ¿de acuerdo? Nadie sabía
que esas personas estaban allí. Sería perfectamente normal que una persona tuviera
dudas sobre la moralidad de lo que te acabamos de pedir que hicieras.
AARON CROSS: ¿Es eso una pregunta, señor?
BYER: No, no lo es. Sintonízate con lo que estoy tratando de decirte. ¿Sabes lo que es
un Devorador de Pecados?
[Cross niega con la cabeza]
BYER: Bueno, eso es lo que somos. Somos los Devoradores de Pecados. Significa que
tomamos el excremento moral que encontramos en esta ecuación y lo enterramos en
lo más profundo de nosotros para que el resto de nuestra causa pueda permanecer
pura. Ese es el trabajo. Somos moralmente indefendibles y absolutamente necesarios.
¿Entiendes?23
Aunque la película no desarrolla esta idea, parece resonar con algo en mis alumnos: sienten
que el soldado en combate —nos atrevemos a decir, el militar profesional— funciona,
metafóricamente, como un Devorador de Pecados. Un Devorador de Pecados es una persona
que toma ceremonialmente los pecados de otra persona. Históricamente, la práctica
pertenece a la Europa de los siglos XVIII y XIX, aunque también guarda cierto parecido con la
ceremonia del chivo expiatorio judío. El Devorador de Pecados era “un chivo expiatorio
humano contratado para asumir las transgresiones morales de su cliente y cualesquiera que
fueran las consecuencias en el más allá”.24 Una familia cristiana contrataría a un Devorador de
Pecados para consumir ritualmente un trozo de pan que fue puesto sobre el cuerpo de un ser
querido muerto, en la creencia de que los pecados no perdonados de la persona muerta
serían asumidos por el Devorador de Pecados. El Devorador de Pecados del pueblo cargaba
con los pecados del difunto por el resto de su vida mortal, volviéndose cada vez más vil con

23 Tony Gilroy, director, The Bourne Legacy (Universal Pictures, 2012).


24 Bertram S. Puckle, Funeral Customs, Chapter IV (1926): www.sacred-texts.com/etc/fcod/fcod07.htm.

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cada rito adicional. Por lo general, era expulsado de la sociedad y vivía en la pobreza y la
soledad.

La profundidad de la alusión en The Bourne Legacy a esta práctica engañosa y repugnante no


está clara, por lo que nos ceñiremos a la interpretación propia del personaje de la película
sobre la tarea del soldado: “Tomamos el excremento moral que encontramos en esta ecuación
y lo entiérralo en lo más profundo de nosotros para que el resto de nuestra causa pueda
permanecer pura”. El "excremento moral", supongo, es el asesinato de inocentes como
resultado de "mala información de inteligencia". Las bajas fueron accidentales, en otras
palabras. En la ética teórica, los accidentes no conllevan culpa moral. La responsabilidad
moral requiere que el agente cause algo sabiendo que va a ocurrir, al contrario de lo que se
dramatiza en esta película. Estos soldados no eran moralmente responsables por los daños
que no sabían que causarían. Pero, por supuesto, las condiciones técnicas “exculpatorias” no
necesariamente nos hacen sentir mejor. De manera más general, uno podría suponer que el
"excremento moral" podría referirse al daño colateral que está "previsto aunque no
pretendido", como lo analizaría la doctrina del doble efecto. Aquí, también, la falta de
intención puede ser técnicamente exculpatoria, aunque no estoy seguro de que esto sea
catártico para la psique del alma humana involucrada.

La sugerencia del personaje de la película es que es parte del trabajo del profesional militar
hacer más que soportar esta carga psicológica; también debe “enterrarlo muy adentro”. De
hecho, “ese es el trabajo”. Ahora, no estoy sugiriendo que tomemos la evaluación de este
personaje de la película sobre cuál es el trabajo; Creo, de hecho, que no puede tener toda la
razón. Mi punto es que el militar profesional debe necesariamente lidiar con eso, y que esto es
exclusivo de la profesión militar. Ciertamente, hay algunos oficiales que están de acuerdo con
la evaluación del personaje de la película. El estudiante que primero llamó mi atención sobre
esta cita pensó que expresaba el deber del guerrero de sacrificar su propia paz mental, tal vez
incluso la santidad de su propia alma, en el curso de la batalla. El guerrero tiene que superar
sus sentimientos humanos naturales y darse cuenta, como él mismo dijo, de que “hacer daño
a otros puede ser necesario y aceptable para lograr los objetivos militares. . . cosas que en
nuestra vida personal nunca serían aceptadas”.

El objetivo de devorar el pecado, en la formulación del personaje de la película, es que "el


resto de nuestra causa pueda permanecer pura". Este lenguaje nos recuerda el lenguaje de la
tradición de la guerra justa: una guerra moralmente justificable tiene una “causa justa”, un
propósito moral. En términos abstractos, ese propósito es impedir el triunfo del mal. Este

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Una profesión como ninguna otra Patricia Cook

propósito moral puede verse afectado por lapsos de jus in bello; algunos incluso han
argumentado que la moralidad de una guerra justa puede ser anulada por una conducta
inmoral por parte del guerrero.25 Si pensamos en el tipo de advertencias que se dan en
vísperas de la batalla, ejemplificada en el famoso discurso del teniente coronel Tim Collins,
usualmente se exhorta al guerrero a mantener pura la causa principal.26 El principio aquí es
incontrovertible: no se pueden violar los derechos humanos en nombre de la protección de
los derechos humanos, y no se puede dañar a los inocentes si realmente se está luchando en
su nombre. En la práctica, sin embargo, es posible que nunca se obtenga esta coherencia
basada en principios.

V. Una profesión singular

Mis conclusiones de todo esto suenan acordes con las conclusiones de otros autores. En
primer lugar, el oficial militar se encuentra efectivamente en la situación del profesional
tradicional. He estado sugiriendo que la profesión de las armas puede ser, de hecho, la más
exigente de las profesiones precisamente en los aspectos que definen el profesionalismo:
conocimiento, ethos y servicio público. Las actividades del profesional militar requieren
conocimientos, habilidades y discernimiento que solo pueden adquirirse a través del estudio
y el aprendizaje permanentes. Y la necesidad de conocimiento, habilidad y discernimiento del
profesional militar parece estar aumentando: el nivel de dominio sobre conocimiento
indispensable, aunque obviamente mayor para aquellos en los niveles más altos de mando, es
considerablemente alto incluso para el oficial subalterno. El ejemplo del coronel MacFarland
que ofrece Alasdair MacIntyre ilustra cómo, en la guerra contemporánea, el oficial en el

25 Un principio fundamental de la doctrina moderna de Guerra justa, enfatizada fuertemente en el concepto de “la
Convención de la Guerra” que propone Michael Walzer en su obra fundacional Just and Unjust Wars (New York: Basic
Books, 1977), es que los principios de jus ad bellum (la justificación para declarar la guerra) y de jus in bello (la conducta
de los combatientes durante la guerra) son categorías separadas y distintas sin ninguna relación entre sí. Pero esto no se
fundamenta ni en la historia ni en la práctica actual. Desde el siglo XVI, el erudito jesuita español Francisco Suarez
reemplazo la tercera categoría Tomasina de “intención correcta” en jus ad bellum con el requerimiento de medios
“correctos” o “apropiados” para conducir las hostilidades, argumentando que el requisito de compromiso con una
intención correcta implica específicamente un compromiso a hacer la guerra justa solo a través de medios justos. (De
Caritate, discp. 13.1.4). Esto estableció una conexión sólida entre dos jurisdicciones de justicia en la Guerra, y
ciertamente implicaba que ningún conflicto armado que pudiera ser legítimo o permisible estaba moralmente justificado si
este no era conducido con medios justo. [Para ambas selecciones y análisis profundos de estos textos, ver G. Reichberg,
H. Syse, and E. Begby, Eds., The Ethics of War: Classical and Contemporary Readings (Oxford: Blackwell, 2006): 339–
370.] En la era actual de Guerra “híbrida”, “no convencional”, o “irregular”, esta conexión, y la posibilidad de
deslegitimar una causa justa al usar medios no justos de guerra, ha pasado al frente de la atención. Ver, por ejemplo,
George R. Lucas, Jr., “New rules for new wars: International law and just war doctrine for irregular war,” Case Western
Reserve Journal of International Law 43, no. 3 (2011): 677–705.
26 Lt. Col. Tim Collins, “UK troops told: Be just and strong,” BBC News (March 20, 2003):

http://news.bbc.co.uk/2/hi/uk_news/2866581.stm

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terreno puede ser representante de la autoridad ejecutiva y el poder político.27 Un


conocimiento profundo de la historia, la antropología cultural, la teoría política, la religión y
la filosofía – además del conocimiento de estrategia militar— no se desperdiciaría en tales
circunstancias. Los que están en rangos más bajos también están ejerciendo la discreción de
una manera que no lo hicieron sus predecesores. Así lo expresa uno de mis alumnos:

Antes de los conflictos recientes, la opción de “rechazar el lanzamiento de una


bomba” no era una decisión moral que normalmente estaba en manos de las
tripulaciones aéreas. Si un soldado en tierra quería una bomba, el trabajo del
piloto era entregarla. El mejor indicador de este cambio de mentalidad es que
en guerras anteriores las tripulaciones aéreas recibieron medallas por lanzar
bombas. Sé de pilotos que volaron Afganistán y que recibieron medallas por
no lanzarlas cuando eran legalmente capaces de hacerlo. La guerra asimétrica
que enfrentan las tripulaciones aéreas y los soldados hoy en día ha llevado la
ética a la cabina de vuelo. Un oficial al mando de un escuadrón solía decirme
“una bomba no ganará esta guerra, pero una bomba puede perderla”.28
Este joven teniente se refiere, obviamente, a la doctrina de la contrainsurgencia, y se alegró
de informar que su mando reconoció y trató de proporcionar algo mucho más allá del mero
entrenamiento técnico.29 El combatiente individual, al contar con sistemas de comunicaciones
avanzados y equipo sensible, tiene una enorme cantidad de información y control a su
disposición, y se le pide que ejerza su propio juicio y criterio de una manera sin precedentes.
En consecuencia, se requiere un nivel correspondiente de experiencia y virtud. Las
implicaciones pedagógicas son claras. La educación real, no solo la “capacitación”, es una
condición sine qua non. Las personas pueden ser capacitadas para cumplir externamente con
ciertas reglas, pero la educación a nivel teórico es necesaria para desarrollar la discreción y la
autonomía que distingue a una profesión de un trabajo en una burocracia.
Desafortunadamente, la educación no es rápida ni fácil. En una época anterior, todos los
caballeros que se convertían en oficiales estaban muy bien educados. Ese ya no es el caso.
Actualmente, las universidades principalmente brindan capacitación técnica, lo cual es

27 Verl el capítulo de Alasdair MacIntyre, “Military ethics: A discipline in crisis,” en este libro. MacIntyre cita también a
Emile Simpson en cuanto a la tesis de que los oficiales en el campo de batalla de hoy toman decisiones tanto militares
como políticas.
28 Esto es de un ensayo escrito para la clase “Ética y desarrollo moral” dictada en la Escuela Naval de Posgrados de

Monterrey. El autor, que mantendré anónimo, era un Teniente de Navío.


29 Aquí es como él describe el ejercicio educativo: “Fui afortunado de participar en unas pocas discusiones antes de mi

última operación. El mando [de nuestro grupo en el portaaviones] diseñó estudios de caso y los implementó a través del
método socrático para ayudar a las tripulaciones aéreas articular y auto-criticar sus respuestas a una pregunta muy
importante en combate, ‘¿bajo qué circunstancias usted se negaría a lanzar una bomba requerida por un soldado en el
terreno?’ La complejidad de esa cuestión moral es muy difícil de explicar en los límites de este ensayo. Requiere un
conocimiento exhaustivo de la doctrina táctica, procedimientos operacionales estandarizados, y reglas de encuentro. Lo
que es fácil de entender es que llegar a una decisión hace un llamado a una conexión entre creencias, normas, y certezas
morales universales.”

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Una profesión como ninguna otra Patricia Cook

apropiado, porque la tecnología es compleja hoy en día y requiere un estudio sostenido. Sin
embargo, eso se ha adelantado a la educación liberal al estilo de John Paul Jones que se
desarrolla en la Armada de los Estados Unidos. La mayoría de los oficiales en estos días son
expertos técnicos en algún campo, pero es posible que no lleguen a la profesión con la
profundidad de educación de sus predecesores. Las fuerzas militares, como organización,
estarán bien servidas en la medida en que valoren y enfaticen dicho aprendizaje.

Considere ahora el ethos de la profesión militar. Una vez más, al igual que las profesiones
tradicionales, las fuerzas militares tienen un código distintivo que se inculca y se hace
cumplir dentro de la propia profesión. Le pertenece un conjunto particular de virtudes o
excelencias de carácter. Otras obras enumeran las virtudes específicas del carácter que el
profesional militar exalta. He tratado de señalar otras que, desde el punto de vista de un
extraño, veo que se practican, aunque no tengan nombres conocidos. Hasta cierto punto, los
detalles del ethos militar emergen de la práctica de la profesión misma, pero el ethos también
está informado desde el exterior por los tratados y convenciones, además de la voluntad
política del público al que sirve. Quiero reiterar, en este sentido, la carga sin precedentes que
pesa sobre los militares como profesión. Las fuerzas militares de hoy operan con un telón de
fondo de acciones del siglo XX que se comprometieron a nunca más repetir (guerra de
trincheras, bombardeo masivo, Vietnam). Tienen que desarrollar tácticas para nuevos tipos
de guerra y descubrir cómo pueden luchar contra el terrorismo sin convertirse ellos mismos
en terroristas. En recientes esfuerzos de contrainsurgencia, han tenido que encarnar la ley y
el orden entre la población local para encarnar la bondad misma. Estas pueden ser señales de
una crisis conceptual, o cambio de paradigma, que el profesor MacIntyre sugiere que puede
estar sobre nosotros. Siguiendo la tesis de MacIntyre, la guerra moderna invita a los militares
a repensar la profesión, reevaluar sus virtudes cardinales y agregar otras conceptualmente
nuevas a lo que se espera del oficial ideal (por ejemplo, la prudencia política).30 En cualquier
caso, estamos viendo las viejas virtudes marciales, que ya eran logros difíciles, siendo
sometidos a nuevas y rigurosas pruebas. Imagínese responder solo al "fuego preciso" (como
decreta el manual de Petraeus) sin apretar el gatillo cuando cada instinto que tiene detecta
peligro. Imagine una regla de enfrentamiento (ROE) que permita una respuesta al fuego solo
donde se pueda identificar al tirador. La excelencia de carácter que permitiría a un soldado

30Ver Alasdair MacIntyre’s chapter, “Military ethics: A discipline in crisis,” en este libro para su discusión sobre la
prudencia política.

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Una profesión como ninguna otra Patricia Cook

funcionar en tal situación parece ser diferente, y quizás más que, la virtud tradicional de la
valentía.

Una cosa está clara: nada de lo que se conoce con el nombre de “entrenamiento” podría
preparar a los miembros de las fuerzas militares para manejar tales circunstancias. La
obediencia (que podría equipararse con el buen soldado en el modelo militar burocrático de
cadena de mando) sería una virtud bastante menor en el cuadro que estoy esbozando.
Ciertamente, no existe un libro de reglas o un código formalizado que pueda aplicarse
simplemente al servicio de cualquiera de estos fines. Es tarea de cualquier profesión, incluida
la profesión de las armas, identificar las virtudes relevantes y suscribir las excelencias de
carácter que permitirán a los practicantes lograr sus fines. Mi propia opinión es que esta
tarea requiere una erudición considerable y exige aprender en sociología, historia, filosofía y
más. La profesión de las armas tiene que ser, en otras palabras, una profesión erudita.

Al mismo tiempo, esta es una profesión singular, una profesión erudita como ninguna otra.
Uno de los principios que animan lo que se conoce como ética militar es que el soldado es un
agente moral de pleno derecho, y no un mero peón del Estado. Los secuaces de Hitler (para
citar el ejemplo más atroz, aunque trillado) no estaban justificados en sus acciones porque
estaban "siguiendo órdenes". El profesional militar está obligado por su honor a no obedecer
una orden ilegal o inmoral. Nótese la atribución de facto aquí de tener cierta experiencia en
derecho y filosofía (ética). También se impone al oficial militar un dilema psicológico: debe
ser reacio a hacer exactamente lo que necesitamos que haga, matar. Su código no puede ser
un simple primum non nocere. Apuesta su propia paz mental – tal vez la santidad de su alma –
a que podrá reconciliar esta disonancia. Su cometido sagrado es mantener pura nuestra
causa. Simplemente no existe un servicio público comparable.

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