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Universidad Torcuato Di Tella

Escuela de Derecho

Revista Argentina de Teoría Jurídica (RATJ)


Volumen 19, Número 1, octubre 2018

1975

Los abogados como profesionales: algunas cuestiones morales

Richard Wasserstrom

Formato de cita recomendado


Richard Wasserstrom, “Los abogados como profesionales: algunas cuestiones morales”, Revista
Argentina de Teoría Jurídica 19 1 (2018)

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ISSN edición digital 1851-684X
Los abogados como profesionales: algunas cuestiones morales*

Richard Wasserstrom1

En este trabajo analizo dos críticas morales a los abogados, las cuales, de ser sólidas, son
críticas fundamentales. Ninguna de estas críticas es nueva, pero ambas parecen ser más
poderosas hoy en día. Ambas tienden a ser formuladas por personas que no se encuentran dentro
de la profesión legal establecida y son rechazadas por quienes se encuentran dentro de ella.
Ambas críticas, en algún sentido, tienen que ver con la relación abogado-cliente.

La primera crítica se enfoca en la posición que tiene el abogado con la sociedad en general. Se
acusa que la relación abogado-cliente convierte al abogado, en su trato con el resto de las
personas, en el mejor de los casos, en un ser amoral y, en el peor de los casos, en un ser inmoral.
La segunda crítica se enfoca en relación del abogado con su cliente. En esta crítica la relación
abogado-cliente es moralmente objetable porque es una relación en la que el abogado está en
una situación de dominación y en donde típicamente, y quizás inevitablemente, el abogado trata
al cliente tanto de una manera impersonal como paternalista.

Creo que ambas críticas en una medida considerable derivan del hecho de que el abogado es un
profesional. Y en tanto esto sea realmente así, los problemas más genéricos que voy a explorar
en este trabajo son los problemas del profesionalismo en general. Sin embargo, en algunos
aspectos, la situación del abogado es diferente a la de otros profesionales. El abogado es
vulnerable a algunas críticas morales que no son formuladas tan fácilmente o no son fácilmente
asociadas a cualquier otro profesional. Y esto también es una cuestión que analizaré. 2

 Publicado originalmente como “Lawyers as Professionals: Some Moral Issues”, en Human Rights, volumen 5,
número 1, 1975. Traducido por Diego Hammerschlag, y revisado por Juan Pablo Panozzo.
1
Profesor emérito de la Universidad de Santa Bárbara en California.
2
Por la importancia para mi análisis de los conceptos fuertemente relacionados de profesión y profesiones, es útil
que desde el comienzo explique cuáles son las características principales de una profesión.
Existe una ambigüedad que debo aclarar en un primer lugar de manera de poder descartarla. Hay un sentido del uso
de la palabra “profesional” y, por lo tanto, “profesión” la cual no me interesa. Es el sentido en el cual en nuestra
cultura se refieren a los atletas profesionales, los actores profesionales y los esteticistas profesionales. En este
sentido de la palabra, una persona que posea suficiente destreza para encarar una actividad por dinero y elija esa
actividad es un profesional y no un amateur o un voluntario. Este sentido no es el sentido de “profesión” en el que
estoy interesado.
Me interesa, en cambio, las características de las profesiones como la legal o la médica. A mi criterio, existen seis
características que vale la pena aclarar:
(1) La profesión requiere de un periodo sustancial de educación formal. Por lo menos, tanto o más que la requerida
para cualquier otra ocupación. 140
(2) La profesión requiere la comprensión de una cantidad sustancial de conocimiento teórico y la utilización de una
sustancial cantidad de habilidades intelectuales. Comúnmente estas profesiones no exigen habilidades creativas o
Aunque no estoy seguro sobre la pertinencia de estas dos críticas, estoy convencido de que
ambas merecen un análisis y un abordaje riguroso, y que ambas críticas tienen perspectivas que
merecen un mayor reconocimiento que el que reciben. Por lo tanto, mi objetivo es, más que
proveer conclusiones definitivas, ilustrar las consideraciones relevantes y estimular las
reflexiones sobre estas consideraciones.

Como he indicado, la primera cuestión que propongo es analizar los cuestionamientos a cómo la
relación profesional-cliente afecta la posición que tiene el profesional con el resto de las
personas en general. La primera cuestión que se presenta es si existe una adecuada justificación
para el tipo de universo moral en el cual el abogado se ve inmerso durante su vida profesional.
En el mejor de los casos el mundo del abogado es un mundo moral simplificado. A veces es un
mundo amoral y, quizás más ocasionalmente, un mundo sumamente inmoral.

Para muchos, Watergate fue simplemente un reciente y dramático ejemplo de este hecho.
Cuando John Dean testifico ante el Selecto Comité del Senado en la investigación sobre el
escándalo de Watergate en la primavera de 1973, se lo interrogó sobre uno de los documentos
que brindó al Comité. El documento era un pedazo de papel que contenía una lista de un número
de personas que habían estado involucrados en el encubrimiento. Al lado de algunos de estos
nombres aparecía un asterisco. A Dean le preguntaron qué significaba ese asterisco.
¿Significaba la pertenencia a una asociación en alguna otra conspiración? ¿Diferenciaba a
aquellos que tomaban las decisiones de aquellos que no? No parecía haber un patrón evidente:
Ehrlichman estaba marcado, pero Haldeman no; Mitchell estaba marcado, pero Magruder no lo
estaba. Dean respondió que el asterisco no significaba realmente nada. Un día, cuando estaba
viendo la lista de participantes, se había sorprendido de que muchos de ellos eran abogados. Por
eso, marco el nombre de cada uno de los abogados con un asterisco tan sólo para ver cuántos
eran. Le dijo al Comité que se había preguntado, cuando vio cuántos abogados eran, si tenía
algo que ver. Si había alguna razón por la que los abogados hubiesen estado más inclinados que
otras personas a estar tan dispuestos a hacer las cosas que se hicieron en Watergate y en el

manuales. Esto es lo que distingue la profesión de otras habilidades altamente calificadas (como el vidrio soplado)
o las artes.
(3) Las profesiones son tanto un monopolio económico y en gran parte auto regulado. No sólo la práctica de la
profesión está limitada a aquellos que pueden certificar poseer las competencias requeridas, sino que las preguntas
sobre qué competencias son requeridas y quién posee esas competencias son preguntas que responden los mismos
miembros de la profesión.
(4) Las profesiones se encuentran entre las que tienen mayor prestigio social entre todas las ocupaciones posibles.
También son las que comúnmente proveen de algún de tipo beneficio material sustancial mayor que el disfrutado
por la mayoría de los trabajadores.
(5) Las profesiones se encuentran casi siempre involucradas en cuestiones que de tanto en tanto están entre las de
mayor preocupación personal para las personas: la salud física, el bienestar psíquico, la libertad, entre otras. Por
esto, las personas que buscan los servicios de los profesionales se encuentran en un estado de apreciable
preocupación, o más bien de vulnerabilidad. 141
(6) Las profesiones casi siempre comprenden en su núcleo una relación personal relevante entre el profesional, por
un lado, y la persona que se cree que busca los servicios del profesional: el paciente o el cliente.
encubrimiento. Sin embargo, no había continuado con el asunto. Tan sólo lo había sopesado
durante una tarde.

Creo que es por lo menos una hipótesis plausible que el predominio de abogados no haya sido
una casualidad. Esto es, el hecho de que hayan sido abogados les hacía más fácil ver las cosas
del modo que las veían y también hacer las cosas que hicieron. La teoría que quiero analizar en
apoyo a esta hipótesis relaciona esta actividad con una característica del profesionalismo de los
abogados.

Como he indicado, una característica central de las profesiones en general, y la legal en


particular, es la existencia de una relación especial y compleja entre el profesional y el cliente o
paciente. Para cada una de las partes en esta relación, y especialmente para el profesional, su
comportamiento es en un grado importante lo que llamo un comportamiento de rol. Esto es
importante porque es la naturaleza del comportamiento de rol lo que hace a su vez apropiado y
deseable para una persona en un rol en particular dejar de lado consideraciones de distinto tipo
(y especialmente diversas consideraciones morales) que de otra manera podrían ser relevantes e
incluso decisivas. Algunos ejemplos echarán luz sobre lo que quiero decir con comportamiento
de rol y el modo en que el comportamiento de rol suele alterar, e inclusive eliminar, la
importancia que estas consideraciones morales tendrían en una situación sin este rol.

Ser padre o madre es, probablemente en cualquier cultura humana, estar involucrado en un
comportamiento de rol. En nuestra cultura, y, nuevamente, en la mayoría de las culturas o todas
las culturas humanas, como padre o madre uno tiene el derecho e incluso la obligación de
preferir los intereses de sus propios hijos sobre los intereses de los niños en general. Es decir, es
considerado apropiado que un padre destine una cantidad excesiva de bienes a sus hijos, incluso
si otros niños pueden tener sustancialmente necesidad más genuinas y apremiantes de gozar de
esos mismos bienes. Si uno intentara determinar el modo correcto de distribuir bienes entre un
grupo de niños que son extraños para uno, las consideraciones morales relevantes serían muy
diferentes a aquellas que surgirían si uno de esos niños fuese su hijo. En el rol de padre o madre,
los intereses de otros niños vis-à-vis mis propios hijos, sin ser moralmente insignificantes, son
ciertamente moralmente menos relevantes. En pocas palabras, la característica de existir un rol
altera el punto de vista moral relevante de una manera importante.

Una situación similar se presenta en el caso del científico. Por varios años ha existido una
controversia y un debate dentro de la comunidad científica sobre la cuestión de si los científicos
deberían participar del desarrollo y elaboración de la teoría atómica, especialmente si esos
avances teóricos pueden en consecuencia traducirse en el desarrollo de armas atómicas que se
convertirían en parte del arsenal de los Estados. El punto de vista dominante en la comunidad
científica, aunque no unánime, es que el rol del científico es expandir los límites del
conocimiento humano. El poder atómico es una fuerza que antes no era utilizable para los
humanos. El trabajo del científico fue, entre otras cosas, desarrollar los modos y medios de
manera de que hoy en día se pueda utilizar. Simplemente no es parte del rol que tiene una
persona como científico abandonar la investigación o desviar las exploraciones científicas por el
hecho de que los frutos de esta investigación podrían o serían usados de una manera
142
inapropiada, inmoral o incluso si tiene usos catastróficos. Las cuestiones morales sobre si y
cuándo desarrollar y usar armas nucleares fueron resueltas por otras personas: los ciudadanos y
los estadistas. Estas personas no eran de la incumbencia del científico qua científico.

En ambos casos es, por supuesto, concebible que argumentos plausibles e incluso sumamente
convincentes existan a favor de la pertinencia del comportamiento de rol y su concomitante
abandono de lo que serían en cualquier otro caso consideraciones morales relevantes. De
cualquier forma, creo que, de hecho, la carga de la prueba, por decirlo de alguna manera, se
encuentra siempre en cabeza de quien propone la pertinencia de este tipo de comportamiento de
rol. Ante la ausencia de razones especiales por las que el padre o la madre deben preferir los
intereses de sus hijos sobre los de los niños en general, desde el punto de vista moral se requiere
ciertamente que los intereses y necesidades de todos los niños reciban igual consideración. Sin
embargo, tomamos en tal medida como dado que la preferencia paternal o maternal es correcta,
olvidamos, creo, el hecho de que es todo algo menos evidentemente apropiado desde el punto
vista moral. Por ejemplo, desde mi punto de vista, una reflexión rigurosa muestra que el grado
de preferencia paternal que es sistemáticamente estimulado en nuestra cultura es demasiado
amplio como para justificarse moralmente.

Todo esto es importante porque, justamente, ser un profesional es encontrarse inmerso


precisamente en un comportamiento de rol de este tipo. El rol de un médico, psiquiatra o el de
un abogado, altera el universo moral de una manera análoga a la descripta anteriormente. De
especial importancia es el hecho de que el profesional qua profesional tiene un cliente o un
paciente cuyos intereses debe representar, dedicarse o atender. Eso significa que el rol del
profesional (como el del padre o el de la madre) es preferir de una variedad de maneras los
intereses del cliente o el paciente por sobre los intereses de los demás individuos.

Considérese, más específicamente, el comportamiento de rol del abogado. El sentido común


indica que cuando existe una relación abogado-cliente el punto de vista del abogado es
adecuadamente diferente (y es visiblemente así) de aquel que sería apropiado ante la ausencia de
una relación abogado-cliente. Porque cuando la relación abogado-cliente existe, es común que
sea adecuado y en muchos casos incluso obligatorio hacer cosas que, todo lo demás igual, una
persona ordinaria no necesita ni debería hacer. Lo que es característico del rol de un abogado es
la indiferencia requerida a una amplia variedad de fines y consecuencias que en otros contextos
serían sin duda de importancia moral. Cuando un abogado representa a un cliente, el abogado
tiene un deber de hacer que su experiencia este completamente disponible para la realización del
fin buscado por el cliente, sin considerar, en la gran mayoría de los casos, el valor moral de ese
fin o las características que tiene el cliente que busca utilizar sus servicios. Asumiendo que el
fin buscado no es ilegal, el abogado es esencialmente un técnico amoral cuyos conocimientos y
destrezas particulares respecto al derecho están disponibles a aquellos con los que mantiene la
relación abogado-cliente. La pregunta, como he indicado, es si esta característica particular y
dominante del profesionalismo es en sí mismo justificable. Como mínimo, no creo que sean
suficientes ninguna de las simples y típicas respuestas a esta pregunta.

Una de estas respuestas se enfoca y generaliza en el abogado que realiza tareas de defensa
penal. Esto se debe a que probablemente el aspecto más conocido del comportamiento de rol de
143
la actividad del abogado sea la defensa de un cliente acusado de cometer un delito. El punto de
vista recurrente dentro de la profesión (y en un menor grado dentro de la sociedad en general) es
que una vez que se acuerda la representación de un cliente, el abogado se encuentra bajo la
obligación de realizar su mejor trabajo para defender a esa persona en un juicio sin importar, por
ejemplo, la creencia del abogado sobre la inocencia de su cliente. Existen límites, por supuesto,
a lo que puede considerarse una defensa: un abogado no puede sobornar o intimidar testigos
para aumentar las probabilidades de conseguir una absolución. Existen dudas legítimas en casos
difíciles sobre cómo deben delimitarse estos límites. Sin embargo, sea cual sea la forma en que
se resuelvan estas cuestiones, es por lo menos claro que es considerado apropiado y obligatorio
para el abogado desarrollar una defensa vigorosa y persuasiva de un cliente que considera
culpable como la que debería desarrollar el abogado que se encuentra profundamente
convencido de la inocencia del cliente. Sospecho que muchas personas consideran esta
característica de la vida del profesional legal atractiva y admirable. Sé que yo lo hago a veces.
Las justificaciones son variadas y, como argumentaré más adelante, probablemente
convincentes.

Sin embargo, parte de la dificultad es que la irrelevancia de la culpabilidad o inocencia de un


acusado de ninguna manera es lo único distintivo de la perspectiva diferente de la consciencia
del abogado, incluso en casos penales. El abogado en el curso de la defensa de un acusado
quizás tenga, como parte de su deber de representación, la obligación de utilizar procedimientos
y prácticas que son en sí mismas moralmente objetables y las cuales en otros contextos el
abogado podría desaprobar profundamente. Estas situaciones, creo, son más incomodas de
confrontar. Por ejemplo, en California, la jurisprudencia permite a un acusado en un caso de
violación conseguir en algunas circunstancias una orden de la corte que requiera al testigo
denunciante, es decir la víctima, someterse a una examinación psiquiátrica ante el tribunal. 3 Para
ningún otro tipo de delito es requerida esta medida previa al juicio. En ningún otro caso la
víctima de un delito se le requiere examen psiquiátrico a pedido del acusado sobre la base de
que los resultados pueden ayudar al acusado a probar que el delito no ocurrió. Creo que esta
medida es incorrecta y es el reflejo de una parcialidad sexista hacia el delito de violación.
Ciertamente, no creo que sea correcto que las víctimas de violación reciban un trato especial en
el derecho y sean sometidos a este tratamiento especial previo al juicio, y soy escéptico sobre el
valor moral de cualquier examen psiquiátrico involuntario de un testigo. En cualquier caso,
parece parte de las obligaciones del rol de un abogado al defender un acusado de un delito
buscar tomar ventaja de esta norma particular, sin importar su independiente valoración moral
sobre si es correcta o incorrecta esa norma.

Es importante señalar que este comportamiento particular, impresionantemente amoral, no está


limitado al derecho penal. La mayoría de los clientes acuden a los abogados para que los ayuden
a hacer cosas que no podrían hacer fácilmente sin la ayuda provista por la competencia especial
del abogado. Desean, por ejemplo, deshacerse a su muerte de su propiedad de una manera
particular. Desean celebrar un contrato para la compra o venta de una casa o un negocio. Desean
crear una sociedad que producirá y lanzará un nuevo producto. Desean minimizar lo que deben
contribuir en impuestos al ingreso. Y así. En cada caso, necesitan de la asistencia de un
144
3
Ballard v. Superior Court, 64 Cal. 2d 159, 410 P.2d 838, 49 Cal. Rptr. 302 (1966).
profesional, el abogado, porque por sí solos carecen de la destreza necesaria que le hará posible
al cliente lograr el resultado deseado.

En cada caso, la forma de ser del abogado, caracterizada por su rol, tiende a considerar
irrelevante lo que en otras circunstancias serían consideraciones moralmente relevantes.
Supongamos que un cliente desea desheredar a sus hijos porque se oponen a la guerra de
Vietnam. ¿Debería un abogado rehusarse a escribir un borrador de testamento porque el
abogado piensa que es una mala razón para desheredar a los hijos? Supongamos que un cliente
puede evitar pagar impuestos a través de una laguna legal sólo disponible para unos pocos
contribuyentes ricos. ¿Debería el abogado rehusarse a contarle al cliente de esa laguna legal
porque el abogado piensa que es una ventaja injusta para los ricos? Supongamos que un cliente
quiere crear una sociedad que producirá, distribuirá y promocionará una sustancia dañosa pero
no ilegal (por ejemplo, cigarrillos). ¿Debería el abogado rehusarse a inscribir la sociedad? En
cada caso, la visión aceptada dentro de la profesión es que esos asuntos sencillamente no son
cuestiones de las que se tiene que preocupar el abogado qua abogado. El abogado no tiene por
qué estar de acuerdo en representar al cliente (y eso es igualmente cierto para un cliente poco
popular acusado de un delito aborrecible), pero no hay nada incorrecto en representar a un
cliente cuyos fines y propósitos son bastante inmorales. Y al haber estado de acuerdo en
representar al cliente, el abogado debe proveer la mejor ayuda posible, sin importar su
desacuerdo con el objetivo buscado.

Creo que la lección es clara. El argumento típicamente concluye que el trabajo del abogado no
es aprobar o desaprobar su cliente, la razón por la que el cliente busca la ayuda del abogado o
los medios que provee el derecho para lograr aquello que el cliente busca lograr. Al contrario, el
abogado tiene el trabajo de proveer la destreza de la cual el cliente carece y él, como
profesional, posee. De esta manera, el abogado como profesional habita en un universo
simplificado que es sorprendentemente amoral (que considera moralmente irrelevante un
número de factores que los ciudadanos no profesionales podrían considerar importantes e
incluso decisivos en su día a día). La dificultad que encuentro con todo esto es que el argumento
a favor de este modo de vida parece poco convincente para mí y para muchos abogados. Yo
estoy, en el mejor de los casos, inseguro sobre si es algo bueno que los abogados sean tan
profesionales. Esto es, que abracen tan completamente su manera de analizar las cuestiones a
través de su rol.

Más específicamente, si es correcta que esta perspectiva de los abogados en particular y de los
profesionales en general, ¿es correcto que esta deba ser la perspectiva? ¿Es correcto que el
abogado pueda tan fácilmente poner de lado problemas difíciles para cualquier otra persona con
la respuesta “Pero esto no es ni puede ser un asunto que le concierne a un abogado”? ¿Qué
ganamos y qué perdemos en tener un universo social en el que hay profesionales como los
abogados quienes, como tales, habitan en un universo del tipo que he tratado de describir?
Una dificultad de todo esto es que los abogados puede que no sean muy objetivos o sustraídos
en sus intentos de abordar este problema porque una característica de este simplificado mundo
intelectual es que es a veces muy cómodo de habitar.
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Es claro que en ocasiones un abogado puede encontrar incómodo representar a un cliente
extremadamente antipático. En ocasiones un abogado también puede considerar repugnante
basarse en una norma o práctica que considere injusta o indeseada. En cualquier caso, para la
mayoría de los abogados la mayoría del tiempo perseguir los intereses de sus clientes es una
manera de vivir atractiva y satisfactoria en parte porque el mundo moral de los abogados es más
simple, menos complicado y menos ambiguo que el mundo moral de la vida del ciudadano
común. Creo que hay algo bastante distinto sobre ser capaz de dejar de lado tantos claros
dilemas y decisiones morales con la respuesta “no es mi asunto: mi trabajo como abogado no es
juzgar si mi cliente o si su causa es correcta o incorrecta, sino defender de la mejor manera los
intereses de mi cliente”. Los problemas éticos que pueden surgir desde este punto de vista
limitado no son, cuanto menos, trascendentales ni terriblemente irritantes. El comportamiento
de rol es seductor y confortante precisamente porque contrae y delimita un mundo moral en
otros contextos confuso e intratable.

Sin embargo, por supuesto que existe un argumento que pretende mostrar que es bueno y no
meramente cómodo que los abogados se comporten de esta manera.

El argumento afirma que es bueno que el comportamiento de los abogados y su concomitante


punto de vista son como son por el rol porque el abogado qua abogado participa de un
entramado institucional que funciona bien sólo si los individuos actúan bajo sus roles
institucionales.

Por ejemplo, cuando existe un conflicto entre individuos o entre el Estado y un individuo,
existen mecanismos institucionales bien arraigados por los cuales la disputa es resuelta. Ese
mecanismo es el juicio en el cual cada parte es representado por un abogado cuyo trabajo es
presentar el caso de su cliente a su mejor luz y de la manera más atractiva posible y exponer las
debilidades y defectos del caso del oponente.

Cuando un individuo es acusado de haber cometido un delito, el juicio es el mecanismo por el


cual determinamos en nuestra sociedad si la persona es de hecho culpable. Imagínese qué
pasaría si los abogados rechazasen, por ejemplo, representar personas que consideraran
culpables. En el caso en el que la culpabilidad de la persona pareciera clara puede ser que
algunos individuos se vean desprovistos completamente de la oportunidad de tener un sistema
en el que se determine si de hecho son culpables. El juicio de cada abogado sustituiría en efecto
el juicio público institucional del juez y el jurado. La amoralidad de los abogados ayuda a
garantizar que a cada delincuente tendrá un día ante la corte.

Por supuesto, además, las apariencias pueden ser engañosas. Personas que comparecen
aparentemente como claramente culpables durante la etapa de juicio resultan ser inocentes.
Incluso personas que confiesan su culpabilidad a su abogado ocasionalmente resultan que
habían mentido o se habían equivocado. El argumento es que el sistema adversarial es
simplemente el mejor método que se ha diseñado por el cual se determinan los hechos
legalmente relevantes en un caso determinado. Es efectivamente un método mejor que el juicio
privado de cualquier individuo en particular. Y el sistema adversarial sólo funciona si cada parte
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en un caso tiene un abogado, una persona cuyo rol institucional es desarrollar, defender y
presentar los argumentos de su caso y atacar los argumentos del oponente. Por lo tanto, si el
sistema adversarial debe funcionar, es necesario que los abogados actúen bajo su apropiado,
profesional e institucional rol de representante de la causa de su cliente.

La amoralidad del rol institucional del abogado no se limita a la defensa de acusados de delitos.
Como fue señalado antes, cuando el abogado actúa en su rol habitual, su función como
consejero, su trabajo es ser un profesional que ayuda a las personas a realizar sus objetivos y
fines que el derecho les permite lograr y que esa persona no puede lograr sin la competencia
especial del abogado respecto al derecho. El abogado puede pensar que es incorrecto desheredar
a sus propios hijos por opiniones sobre la guerra de Vietnam, pero su cuestionamiento es con el
derecho sucesorio y no con su cliente. El abogado puede pensar que la norma tributaria es una
laguna legal injusta e injustificada, pero de nuevo, su cuestionamiento es realmente con el
Código de Rentas Internas y no con el cliente que buscar sacar ventaja de esa laguna. Estas
cuestiones también se encuentran por fuera del alcance del punto de vista moral del abogado
como un consejero y facilitador institucional. Si los abogados fueran a sustituir sus puntos de
vista personales de lo que debería ser legalmente permisible por sobre la opinión del Poder
Legislativo, se trataría de un cambio indeseable y clandestino de una democracia a una
oligarquía de los abogados. Dado el hecho de que los abogados son necesarios para llevar a
cabo los deseos de los clientes, el abogado debe poner a disposición sus destrezas a aquellos que
las buscan sin importar los objetivos particulares de los clientes.

Ahora todo esto tiene más sentido. Estos argumentos no son engañosos ni insustanciales. De
todas formas, me parece que un dilema que surge es que, si esta línea de razonamiento es sólida,
también parece seguirse que el comportamiento de los abogados involucrados en Watergate fue
simplemente un ejemplo menos feliz del común rol institucional que juegan los abogados. Si
aprobamos con base en razones institucionales la defensa celosa de un abogado de la aparente
culpabilidad de un cliente y la ayuda efectiva de un abogado a un cliente tramposo e inmoral,
¿no se sigue que también debemos aprobar la defensa celosa de los abogados de Richard Nixon
en Watergate?

Como he mostrado antes, no creo que haya una respuesta sencilla a esta pregunta. Déjenme ser
claro: no estoy hablando de los casos fáciles (casos en los que el comportamiento del abogado
es manifiestamente ilegal). Alguien podría responder correctamente que era igual de
inapropiado para el abogado que trabajaba en la Casa Blanca obstruir la justicia o de cualquier
otra forma violar el derecho penal de la misma manera que sería inapropiado que un abogado de
la defensa disparara a un testigo de la fiscalía para prevenir un testimonio contraproducente o
sobornar al testigo de la defensa para asegurarse un testimonio favorable. Lo que me interesa es
todo el comportamiento realizado en Watergate por los abogados de Watergate que no era
ilegal, pero que era, en cualquier caso, un comportamiento que desaprobamos enormemente. Me
refiero a mentir en público, disimular, trabar procedimientos, grabar conversaciones en secreto,
utilizar recursos legales tramposos. ¿No eran éstas sencillamente acciones efectivas utilizadas
por abogados que veían en Richard Nixon como verían a un cliente y que buscaban, por lo
tanto, la promoción y protección de sus intereses personales y políticos?
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Se podría responder inmediatamente que la analogía no es adecuada. Difícilmente se puede
decir que los abogados que estuvieron involucrados en Watergate eran participantes del
procedimiento adversarial. Efectivamente no eran participantes en ese entramado institucional,
la litigación, en la que la amoralidad de los abogados tiene el mayor sentido. Incluso se puede
objetar que la amoralidad del abogado qua consejero es claramente distinguible del
comportamiento de los abogados de Watergate. Nixon como presidente no era un cliente. Los
abogados, como funcionarios del Poder Ejecutivo, funcionaban como funcionarios del gobierno
y no eran bajo ningún punto de vista abogados de Nixon.

Si bien no creo que sea del todo convincente esta respuesta, la acepto porque la cuestión en
discusión me parece que es más profunda. Incluso si la actuación de tantos abogados en
Watergate fue inesperada (o, de no ser inesperada, explicable en los términos de la explicación
más benigna posible) aún persisten los costos e incluso problemas con la amoralidad del
abogado que derivan de su rol como profesional.

Como mostré antes, creo que es justificable el comportamiento amoral del abogado defensor en
casos penales. Sin embargo, creo que mi opinión sobre los casos penales depende de por lo
menos tanto las necesidades especiales del acusado como de alguna defensa del comportamiento
de rol del abogado. De hecho, creo que es probable que muchas personas como yo hemos sido
engañados sobre las características especiales de los casos penales. Como la privación de la
libertad es muy grave, como los recursos de los fiscales son tan extensos y quizás por el
importante escepticismo sobre la moralidad del castigo incluso cuando existe un daño, es fácil
aceptar la idea de que tiene sentido encargar al abogado de la defensa el tratar de hacer lo mejor
posible por el acusado, sin considerar, por decirlo de alguna manera, si lo merece. Esto se suma
al hecho de que se trata de un procedimiento adversarial que funciona en justificar la amoralidad
del abogado de defensa penal. Sin embargo, esto no justifica una perspectiva parecida para los
abogados en general. Una vez que dejamos de lado la situación particular del abogado de
defensa penal, creo que es bastante probable que la amoralidad del rol del abogado es casi con
seguridad excesivo y en algunos casos inapropiado. Esto es, dejando este caso de especial de
lado, creo que estaríamos mejor si los abogados se vieran a sí mismos menos como sujetos a un
comportamiento de rol y más como sujetos a las demandas de una moral ordinaria. En este
sentido podría ser que necesitamos bastante menos, y no más, profesionalismo en nuestra
sociedad en general y de los abogados en particular.

Aún más, incluso si he estado totalmente equivocado, hay cuatro puntos que me parecen
importantes y verdaderos.

Primero, todos los argumentos que apoyan la amoralidad distintiva del rol del abogado sobre la
base de razones institucionales son sólidas en tanto esté justificado el enorme grado de
confianza y seguridad en las instituciones en sí. Si las instituciones funcionan bien y de manera
justa, puede haber buenas razones para dirigir importantes preocupaciones y críticas morales a
otro contexto, en el terreno de la crítica y análisis institucional. Sin embargo, cuanto menos
seguros estemos respecto a la idoneidad o a la naturaleza auto correctiva de las instituciones en
general de las cuales el profesional es parte, menos aparente es que debamos incentivar al
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profesional a evitar confrontar directamente con las cuestiones morales que surjan de estas
instituciones. Hoy en día, creo que estamos seguros de que tenemos derecho a ser bastante
escépticos sobre tanto la justicia como la capacidad auto correctiva de nuestros mecanismos
institucionales en general, incluyendo el sistema legal. En tanto las reglas y prácticas
institucionales son injustas, indeseables o impertinentes, entonces el argumento a favor del
comportamiento de rol del abogado es debilitado e incluso destruido.

En segundo lugar, es claro que hay rasgos definidos del carácter que el profesional (como el
abogado) debe tener si el sistema debe funcionar. Lo que no es tan claro es que sean rasgos
admirables. Incluso si la amoralidad de rol del abogado profesional está justificada por las
virtudes del sistema adversarial, esto también significa que el abogado qua abogado será
alentado a ser competitivo en vez cooperativo, agresivo en vez de cortés, despiadado en vez de
compasivo, pragmático en vez de recto. Esto es, creo, parte de la lógica de un comportamiento
de rol de los abogados en particular, y en menor grado de los profesionales en general. Seguro
que no es accidental ni poco importante que éstos sean los mismos rasgos del carácter que son
valorados y enfatizados en la ética capitalista, y precisamente sobre la base de razones análogas.
Como los ideales del profesionalismo y del capitalismo son los dominantes en nuestra cultura,
es más difícil de lo que pensamos incluso tomar seriamente la sugerencia de que sean
preferibles e incluso posibles estos estilos de vida radicalmente diferentes, formas de desarrollar
una ocupación y tipos de instituciones sociales.

En tercer lugar, existe una característica del comportamiento de rol del abogado que lo distingue
del comportamiento comparable con otras profesiones. Lo que tengo en mente puede entenderse
a través de la siguiente pregunta: ¿Por qué parece mucho menos plausible discutir críticamente
sobre la amoralidad del médico, por ejemplo, que trata a todos los pacientes sin importar sus
características morales que discutir críticamente la amoralidad comparable del abogado? ¿Qué
es lo que hace que parezca tan lógicamente prudente, simple y correcto con el comportamiento
de un médico que se lo piensa como un rol tan estrecho y rígido (esto es, cura a todos los que
estén enfermos). ¿Y por qué decidir que es correcto que el comportamiento, como el del
médico, diferente por su rol del abogado sea, tan complicado, inseguro y problemático?

La respuesta creo que tiene dos patas. En primer lugar (y este es el punto menos interesante) es,
por decirlo de alguna manera, intrínsecamente bueno tratar de curar una enfermedad, pero de
ninguna manera es intrínsecamente bueno tratar de ganar todas las demandas o ayudar al cliente
a realizar todos sus objetivos. Además (y este el punto verdaderamente interesante) el
comportamiento del abogado es diferente al del médico. El abogado (y especialmente el
abogado como defensor) directamente dice y afirma cosas. El abogado defiende los intereses de
su cliente. Trata de explicar, de persuadir y de convencer a otros de que la causa del cliente debe
prevalecer. El abogado vive con y dentro de un dilema que no tienen otros profesionales. Si el
abogado realmente creyera todo lo que afirma en nombre de su cliente, entonces pareciera
pertinente ver al abogado como alguien que abraza y apoya los puntos de vista que afirma. Si el
abogado, de hecho, no creyera lo que está tratando de argumentar, el abogado entonces está
actuando, entonces parece apropiado juzgar al abogado de ser hipócrita y poco sincero. Seguro
que los actores en una obra tienen roles y dicen cosas que sus personajes, y no ellos, creen. Sin
embargo, sabemos que se trata de una obra y que son actores. Por otro lado, los tribunales no
149
son teatros, y los abogados hablan sobre justicia y genuinamente quieren persuadir a otros. El
hecho de que las palabras, pensamientos y convicciones del abogado están, aparentemente, a la
venta y al servicio del cliente creo que nos ayuda a entender la particular hostilidad que es
ocasional y únicamente dirigida por legos a los abogados. El comportamiento de rol verbal y
distinto del abogado qua defensor pone a la integridad del abogado en duda de un modo que
hace al abogado un profesional distinto a otros.4

En cuarto lugar, y en fuerte relación con los tres puntos recién analizados, incluso si uno
ponderara que la manera de pensar y actuar que surge del rol del abogado está en última
instancia justificado dentro un sistema sobre la base de razones instrumentales quedaría en pie
todavía el hecho de que la sociedad paga un precio por este modo de pensar y actuar.
Convertirse en un profesional, como un abogado, es incorporarse a un modo de comportarse y
de pensar que da forma a una persona. Es especialmente difícil, sino imposible, por la naturaleza
de las profesiones, que el modo de pensar como profesional de una persona no domine su vida
entera como adulto. Por lo tanto, incluso si los abogados que estuvieron involucrados en
Watergate no estaban, estrictamente hablando, actuando en este momento como abogados, su
comportamiento, creo, hacía posible e incluso inevitable su asociación con la profesión legal.
Habiendo aprendido a abrazar y desarrollar el rol institucional de abogado, era natural e incluso
inevitable que continuaran actuando bajo ese rol incluso cuando estaban por fuera de los límites
institucionales específicos en los que la actuación y formas de pensar del abogado son
discutiblemente más adecuadas y apropiadas. La naturaleza de las profesiones (la preparación
académica duradera, el prestigio y los beneficios económicos, y el concomitante aumento en la
autoestima) hacen al rol profesional un rol difícil de repeler incluso en esas situaciones obvias
en las que el rol no es requerido ni apropiado. En algunos aspectos importantes, el rol
profesional de una persona se convierte y es el rol dominante, por lo que muchas personas se
convierten en, por lo menos, en su ser profesional. Esto es como mínimo un precio alto de pagar
para las profesiones como las conocemos en nuestra cultura, y especialmente para los abogados.
Si es un precio inevitable, creo que es cuestionable, en gran parte porque el problema no ha
recibido la atención completa de los profesionales en general y la legal en particular o de las
instituciones educativas que entrenan profesionales.

II

El comportamiento de rol del profesional también se encuentra en el centro de la segunda


cuestión moral que quiero analizar. Esto es, el rasgo particular de la relación interpersonal que
existe entre el abogado y el cliente. Como mencione al principio, la acusación que quiero
analizar aquí es que la relación entre el abogado y el cliente es usualmente e incluso
inevitablemente una relación moralmente problemática en la cual el cliente no es tratado con el
respeto y dignidad que merece.

Aquí aparece haber una paradoja. El análisis hasta el momento se ha centrado en los defectos
que surgen de lo que podría considerarse una preocupación excesiva del abogado por su cliente.
¿Cómo puede entonces que se le recrimine al abogado qua profesional por promover y mantener
una relación de dominancia e indiferencia vis-à-vis su cliente? La paradoja no es real, sino
150
4
Debo esta visión, que creo que es importante y pocas veces apreciada, a mi colega Leon Letwin.
aparente. No sólo ambas acusaciones son compatibles. El problema de la relación interpersonal
entre el abogado y el cliente en sí misma es otra característica o manifestación de la cuestión
subyacente recién examinada: el rol del profesional. El abogado puede estar excesivamente
preocupado por los intereses de su cliente y al mismo tiempo no lograr ver en el cliente a una
persona completa que tiene derecho a ser tratado de una manera determinada.

Una manera de empezar a explorar este problema es ver que una característica dominante, y
creo que necesaria, de la relación entre cualquier profesional y su cliente es que en algún sentido
es una relación de desigualdad. Esta relación de desigualdad es intrínseca a la existencia del
profesionalismo. El profesional está, en algunos aspectos, siempre en una relación de dominio
vis-à-vis su cliente, y el cliente en una relación de dependencia vis-à-vis el profesional. En
efecto, el cliente puede decidir si inicia una relación con un profesional y, en ocasiones, el
cliente tiene la facultad para decidir si finaliza la relación. Sin embargo, el aspecto importante
que quiero enfatizar es que mientras la relación exista, hay aspectos importantes en los que la
relación no puede ser una relación de iguales y debe ser una relación en la que el profesional
está en control. Como he dicho, creo que es una característica necesaria y no meramente una
característica común de la relación entre los profesionales y las personas a las que les brindan
sus servicios. Su existencia surge de las siguientes características.

Para empezar, existe el hecho de que una característica de las profesiones es que el profesional
posee conocimiento técnico del tipo que no es fácil de obtener por las personas en general. Por
lo tanto, claramente el cliente comúnmente depende de la destreza o conocimiento del
profesional porque el cliente no posee ese conocimiento.

Además, virtualmente todas las profesiones tienen su propio lenguaje técnico, una terminología
propia la cual solo puede ser completamente entendida por miembros de la profesión. La
presencia de ese lenguaje tiene un rol doble: crea y afirma la membresía de profesionales dentro
de la profesión y previene que el cliente pueda analizar o entender completamente sus
problemas bajo el lenguaje de la profesión.

Estas circunstancias, junto a otras, producen la consecuencia adicional de que el cliente está en
una posición efectivamente pobre para evaluar qué tan bien o mal está trabajando el profesional.
En las profesiones, el profesional no se basa principalmente en el cliente para evaluar su trabajo.
El análisis sobre la competencia profesional es una cuestión en gran parte auto evaluativa por
parte del propio profesional. Cuando existe algún tipo de evaluación externa, no es de parte de
los clientes o los pacientes, sino de otros miembros de la profesión. Esto es importante, y
probablemente sorprendente para el no profesional: entender hasta qué punto las profesiones se
autorregulan. Los profesionales controlan quién es admitido en la profesión y determinan
(comúnmente sólo si ha existido un reclamo serio) si los miembros de la profesión desarrollan
su trabajo de una manera mínimamente satisfactoria. Esto lleva a que las profesionales tengan
un motivo poderoso para estar más interesados por cómo son considerados por sus colegas que
por cómo son considerados por sus clientes. Esto también significa que los clientes
necesariamente carecen del poder de hacer evaluación efectivas y críticas de cómo el
profesional está respondiendo a las necesidades del cliente.
151
Además, como los asuntos por los que se busca la ayuda del profesional generalmente
comprenden cuestiones de gran interés personal para el cliente, es aceptado dentro del ámbito
profesional la idea de que el cliente carece de la perspectiva necesaria para realizar
satisfactoriamente sus intereses y que necesita de un representante desinteresado e
independiente que se encargue de realizar sus intereses. Es decir, incluso si el cliente tuviese el
mismo conocimiento o competencia que el profesional, el cliente carecería de la objetividad
requerida para utilizar esa competencia efectivamente en su propio beneficio.

Finalmente, como he mostrado, el profesional tiene un tipo de cultura diferente. El profesional


ha pasado satisfactoriamente por un período de estudio y práctica largo y supuestamente difícil.
El profesional ha hecho algo que es considerado difícil. Algo que no todos pueden hacer. Casi
todas las profesiones alientan esta manera de verse a uno mismo: verse como a un grupo selecto
por virtud del trabajo duro y la maestría de los misterios de la profesión. Además, la sociedad en
general trata a los miembros de una profesión como miembros de una elite a los que le paga más
que a la mayoría de las personas por el trabajo que hacen con su cabeza y no por lo que hacen
con sus manos. Además, se les da una cantidad importante de prestigio social y poder en virtud
su membresía a una profesión. Creo que es difícil, sino imposible, que una persona termine su
aprendizaje profesional y participe de la profesión sin considerarse que es un tipo especial de
persona, diferente y en algún sentido mejor que los miembros no profesionales de la sociedad.
Es igualmente difícil para los otros miembros de la sociedad no tener una mirada parecida hacia
los profesionales. Y estas miradas seguro que contribuyen también al rol dominante que juega el
profesional en la relación profesional-cliente.

Si el análisis anterior es correcto, entonces la cuestión es si es una crítica seria y pertinente de


las profesiones que la relación entre el profesional y el cliente es una relación intrínsecamente
de desigualdad, en el sentido expuesto en mi análisis.

Una posible respuesta sería rechazar la idea de que todas las relaciones de desigualdad (en el
sentido de desigualdad que expuse) son efectivamente indeseables. Esa respuesta puede sugerir,
por ejemplo, que no hay para nada algo malo con la desigualdad en las relaciones en tanto y en
cuanto la desigualdad es impuesta de manera consensuada. O podría argumentarse que este tipo
de desigualdad es totalmente inobjetable porque es adecuada, deseable o necesaria dadas las
circunstancias. Finalmente, también se podría argumentar que cualquiera que sea el disvalor de
que se le atribuya a una relación en virtud de carecer de igualdad son mayores los beneficios de
estas relaciones de rol.

Otra posible respuesta sería sostener que toda relación desigual (nuevamente, en el sentido de
desigualdad que expuse) son por esa única razón objetable sobre la base de razones morales.
Esto es, es correcto condenar una relación en la que dos personas o más se encuentren en una
relación en la cual el poder no es distribuido de igual manera. Esta crítica resolvería este
problema al abolir las profesiones.

Una tercera respuesta posible, y la que considero en mayor detalle, es una variante más
sofisticada de la segunda respuesta. La respuesta podría comenzar concediendo, por lo menos en
152
gracia del argumento, que algún grado de desigualdad puede que sea inevitable en cualquier
relación profesional. También podría conceder que un grado de este tipo de desigualdad puede
ser incluso, en ocasiones, deseable. Sin embargo, esta respuesta ve a la relación entre el
profesional y el cliente como una relación comúnmente defectuosa en un sentido importante,
comprendiendo algo más que la desigualdad relativamente benigna mencionada antes. Esta
crítica se enfoca en el hecho de que el profesional suele, incluso sistemáticamente, interactuar
con el cliente de una manera manipuladora y también paternalista. El punto no es que el
profesional es meramente la parte dominante de la relación. Más bien, desde el punto de vista
del profesional el cliente es visto y se le responde como un objeto y no como a un ser humano,
como un a niño y no como a un adulto. En pocas palabras, el profesional no trata al cliente
como una persona ni lo trata con el respeto que merece. La respuesta afirma que éstos son sin
duda defectos morales en cualquier relación humana significativa. Son, además, defectos que se
pueden erradicar una vez que se percibe su causa y se trata de corregir los defectos. La solución,
concluye el argumento, es desprofesionalizar las profesiones. No busca eliminar las profesiones
por completo, sino debilitar o eliminar aquellos rasgos del profesionalismo que producen este
tipo de relaciones interpersonales defectuosas.

Para determinar si esto es una buena idea debemos entender mejor esta propuesta y cómo
proceder con estas correcciones del profesionalismo. Se ha pensado de esta manera en otras
profesiones que no son la legal. Por ejemplo, la psiquiatría. Un repaso rápido por lo que se ha
propuesto a la psiquiatría podría ayudar a entender mejor qué se afirma respecto a cambios a la
profesión legal.

Por ejemplo, tengo en mente la idea en la psiquiatría que empieza desafiando la concepción
dominante de que el paciente es alguien enfermo y en la necesidad particular del profesional, el
psiquiatra, quien está sano. Se afirma que esa concepción suele ser inadecuada y equivocada. En
efecto, en muchos casos las enfermedades mentales en realidad no son enfermedades. Son
meramente casos de comportamientos diferentes, pero racionales. La supuesta enfermedad
mental del paciente es una especie de mito alentado, e incluso creado, por los profesionales para
asegurar y fortalecer su poder para trabajar como profesionales. Desde este punto de vista,
entonces, las concepciones profesionales aceptadas en la profesión psiquiatra de enfermedad
mental y salud deben ser corregidas. 5

Además, se afirma que el lenguaje de la psiquiatría y de la enfermedad mental es


innecesariamente técnico y usualmente sin contenido. No tiene una función comunicativa útil.
Sin embargo, su existencia, por supuesto, ayuda a mantener el estatus distintivo y de poder del
terapeuta. Lo que se exige en esta profesión es un lenguaje menos técnico y más simple que
permita una comunicación más directa entre el paciente y el terapeuta.

Finalmente, y esto es lo más importante, se exige un reemplazo concomitante de la relación de


rol que diferencia mucho entre el paciente y el terapeuta por una relación íntegra de igualdad e
interacción sin distinciones. Por ejemplo, no deberían existir hospitales psiquiátricos en los que

5
Sobre esto, y los puntos que siguen, estoy pensando en particular de los escritos de Thomas Szasz. Por ejemplo, 153
T.S. Szasz, The Myth of Mental Ilness (1974), y de R.D. Laing, por ejemplo., R.D. Laing & A. Esternson, Sanity,
Madness and Family (1964).
los pacientes son claramente identificados y apartados de los profesionales y su equipo de
trabajo. Todo lo contrario, las comunidades psiquiátricas deberían pensarse de manera tal de que
los individuos en la comunidad puedan verse como personas que necesitan ser ayudadas por
otros miembros de la comunidad. En una comunidad como ésta, las distinciones entre
profesionales y los pacientes serán relativamente menores e irrelevantes. En una comunidad
como ésta la relación entre los individuos, sean pacientes o profesionales, será posiblemente una
relación más personal, íntima y completa, menos diferenciada por la razón de que uno de ellos
haya tenido un entrenamiento previo o un estatus profesional.

Ahora bien, si esta propuesta es plausible, puede que lo sea por razones relacionadas con terapia
y no con razones relacionadas con las profesiones en general. Sin embargo, no creo que esto sea
así. El análisis general y la idea es potencialmente genérico, y creo que esta propuesta puede
considerarse seriamente tanto a la profesión legal como a la psiquiatría, medicina y la profesión
educativa. Si, como creo, la crítica es extravagante cuando es dirigida a la psiquiatría, estoy más
impresionado por las verdades que pueden extraerse de la crítica que de las exageraciones que
pueden ser rechazadas. Creo que las profesiones en general y la legal en particular usualmente
comprenden relaciones con clientes que son moralmente objetables por la manera paternalista e
impersonal por la que es tratado y visto el cliente por el profesional.

Por lo tanto, es, por ejemplo, bastante fácil ver cómo varias de las características ya
mencionadas conspiran en despersonalizar al cliente en los ojos del abogado qua profesional.
Para empezar, la concepción del abogado como una persona con destrezas especiales en un área
en particular lo lleva, naturalmente, a ver parcialmente al cliente. El abogado qua profesional
está, necesariamente, sólo interesado en el cliente en tanto sus intereses se encuentren dentro su
competencia especial. Esto lleva a cualquier profesional, incluyendo el abogado, a responder al
cliente como un objeto. Algo que puede ser alterado, corregido o de cualquier otra forma
asistido por un profesional y no por una persona. En el mejor de los casos el cliente es visto
desde la perspectiva del profesional no como una persona completa, sino como una parte o
aspecto de una persona: un problema curioso en los riñones, un caso rutinario de tenencia de
marihuana u otro adolescente con crisis de identidad.6

Por lo tanto, también el hecho ya mencionado de que las profesiones tienden a tener y
desarrollar su propio lenguaje tiene mucho que ver con la despersonalización del cliente. Esto
efectivamente se aplica a los abogados. Los abogados pueden y de hecho hablan con otros
abogados en el lenguaje de la profesión, pero no con el cliente. Aún más, los abogados se
esfuerzan en que esto sea así. Es satisfactorio. Es el ejercicio del poder. Como la habilidad de
comunicar es una cosa que distingue las personas de los objetos, la falta de habilidad del cliente
de comunicarse con el abogado en el lenguaje propio del abogado efectivamente ayuda a hacer
del cliente menos persona bajo los ojos del abogado (e, incluso, bajo los ojos del cliente).

6
Ésta y otras características están delineadas desde una perspectiva algo diferente en el ensayo de Erving Foffman. 154
Véase, “The Medical Model and Mental Hospitalization: Some Notes on the Vicissitudes of the Tinkering Trades”
en E. Goffman, Asylums (1961), especialmente partes V y VI de ese ensayo.
Las fuerzas que operan para hacer de esta relación una relación paternalista me parecen que son
cuanto menos poderosas. Si uno es miembro de un colectivo que tienen en común el hecho de
que sus intelectos se encuentran sumamente entrenados, es muy fácil creer que sé es más que la
mayoría de las personas. Si uno es miembro de un colectivo que es considerado de gran
prestigio por la sociedad en general, es igualmente fácil pensar que se es mejor que la mayoría
de las personas. Si trabajo en un área en la que de hecho sé sobre ciertas cuestiones que el
cliente no sabe, es extremadamente fácil que crea que en general que sé que es lo mejor para el
cliente. Todo esto también naturalmente influye en los abogados.

Además, también está el hecho, también ya mencionado, de que el cliente usualmente inicia una
relación con el abogado porque el cliente tiene un problema serio o una preocupación el cual ha
dejado al cliente débil y vulnerable. Esto también aumenta la disposición del abogado a
responder frente al cliente de una manera paternalista y condescendiente. El cliente en estado de
necesidad confiere un poder sustancial sobre su bienestar al abogado. Con este poder otorgado
tanto por el individuo como por la sociedad, el abogado qua profesional responde al cliente
como si fuera un individuo que necesita ser controlado y cuidado, y que el abogado tome
decisiones por el cliente con la menor interferencia por parte de éste.

Ahora creo que se puede responder a lo anterior de varias maneras. Uno podría, para empezar,
insistir con que los modos paternalistas e impersonales de comportarse son anormales y no lo
usual en la relación abogado-cliente. Por lo tanto, uno podría argumentar que un pequeño ajuste
en una mejor educación legal, focalizada en sensibilizar a los futuros abogados de la posibilidad
de que se produzcan estos abusos es todo lo necesario para prevenirlos. O se podría tomar la
misma ruta descripta antes: considerar estas características de la relación abogado-cliente como
endémicas, pero particularmente graves. Uno podría tener la idea de que, por lo menos con
moderación, las relaciones que tienen estas características suponen un precio muy razonable a
pagar (si es que puede considerarse un precio) por los sumamente apreciables beneficios del
profesionalismo. La impersonalidad del cirujano, por ejemplo, puede hacer más fácil que
cumpla correctamente su tarea operar. La impersonalidad del abogado puede hacer más fácil
que haga un buen trabajo representando a su cliente. El paternalismo de los abogados puede
justificarse por el hecho de que efectivamente saben mejor (por lo menos dentro de las áreas de
común interés en las que están involucradas ambas partes) lo que es mejor para el cliente.
Además, puede afirmarse, los clientes quieren ser tratados de esta manera.

Sin embargo, si estas respuestas no fueran satisfactorias, si uno creyera que éstas son
característica típicas e incluso sistemáticas del carácter profesional de la relación abogado-
cliente, si uno también creyera que esas características son moralmente objetables en esa o
cualquier relación entre personas, parece difícil proceder con la desprofesionalización del
derecho. Esto es, debilitar o directamente no ejecutar aquellas características de la profesión
legal que tiendan a producir este tipo de relaciones interpersonales.

La cuestión me parece difícil tan sólo porque creo que hay importantes y distintivas destrezas en
el centro de la profesión legal. Si no existieran estas destrezas, la solución sería simple. Si no
existieran esas destrezas (esto es, si los abogados no ayudaran realmente a las personas de la
155
misma manera que, como se suele afirmar, los terapeutas no ayudan a las personas), no
existirían beneficios sociales relevantes que justificaran mantener la profesión legal. Sin
embargo, como he afirmado, creo que existen esas destrezas especiales y son valiosas. Esto hace
más difícil determinar qué preservar y qué eliminar. La pregunta, según lo veo, es cómo
debilitar las malas consecuencias de la relación de rol abogado-cliente sin destruir lo bueno que
hacen los abogados.

Quiero finalizar sugiriendo qué dirección puede tomar esto, sin desarrollar mi idea del todo
adecuadamente en los detalles ni en su alcance. Un cambio deseable puede lograrse en parte
por un esfuerzo constante por simplificar el lenguaje legal y hacer los procesos legales menos
misterios y más directamente disponibles para los legos. Por cómo funciona el derecho hoy en
día, es muy difícil para un lego entender el derecho, o evaluar o resolver problemas legales por
su cuenta. Sin embargo, no es del todo claro qué correcciones sustanciales no puedan producirse
sobre esa base. Los procesos de divorcio, daños y sucesiones son sólo tres áreas obvias en las
que el autointerés económico de los abogados dice mucho más sobre la resistencia al cambio y
la simplificación que una consideración de las ventajas del cambio y la simplificación.

Los cambios más importantes, sin embargo, creo que tendrían que esperar a un esfuerzo
explícito por cambiar las formas en que los abogados son educados y acostumbrados a verse a sí
mismos, a sus clientes y a las relaciones que deben existir entre ellos. Es, creo, indicativo del
estado de la educación legal y de la profesión que hasta la fecha ha habido poca preocupación
dentro de la profesión incluso con la posibilidad de que valga la pena examinar estas
dimensiones de la relación abogado-cliente. No se dice nada sobre la posibilidad de cambio.
Tomar conciencia de esto es claramente un prerrequisito de cualquier análisis serio del carácter
moral de la relación abogado-cliente como una relación entre seres humanos adultos.

No sé si la relación abogado-cliente típica es como la he descrito, ni sé hasta qué punto el rol es


su causa, ni siquiera sé muy precisamente cómo sería la “desprofesionalización” o si sería algo a
fin de cuentas bueno o malo. Sin embargo, estoy convencido de que esto es una cuestión que
vale pena tomarse en serio y que vale la pena analizar más sistemáticamente de lo que se ha
hecho hasta la fecha.

156

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