Está en la página 1de 10

Ab urbe condita VI (1-20)

Aquellos sucesos de los romanos que acontecieron desde la fundación de la ciudad de Roma
hasta que la misma fue tomada primero bajo el dominio de los reyes, luego de los cónsules y los
dictadores y los decenviros y los tribunos consulares; las guerras externas, (y) las sublevaciones
en la patria expuse en cinco libros, acontecimientos oscuros que apenas se distinguen en un
momento a causa de su gran intervalo temporal no solo por su excesiva antigüedad, por decirlo
así, sino también porque los escritos eran poco frecuentes en aquellos tiempo, un centinela fiel a
la memoria de los hechos acontecidos; y porque, incluso si estos se hallaban en los registros de
los pontífices y en otros monumentos públicos y privados, muchos se perdieron tras el incendio
de la ciudad. A continuación se expondrán las gestas más ilustres y mejor informadas desde su
segundo origen, así como desde los linajes de la ciudad renacida de forma más fecunda y
abundante durante la paz y la guerra.
Por otra parte, se erigió una dictadura con un primer apoyo mediante el cual perseveró
apoyándose en el príncipe Marco Furio; y no consintieron que él abdicase de la dictadura sino
una vez transcurrido el año. Que los tribunos se hicieran cargo de los comicios al año siguiente
para que la ciudad estuviera presente en la magistratura no agradó; el gobierno regresó al
interregno. Como la ciudadanía se atuviera al trabajo y labor diligente de la ciudad para
reconstituirla, mientras tanto, un día fue señalado por Quinto Fabio y el tribuno de la plebe
Cneo Marcio en cuanto se alejó por primera vez de la magistratura para que, tras ser enviado en
misión a los galos, a los que se les había enviado un embajador, luchase con respecto al derecho
de gentes; a causa de su decisión, la muerte, oportuna hasta el punto de que una gran parte
creería que fue voluntaria, se lo llevó furtivamente. Comenzó el interregno: fue regente Publio
Cornelio Escipión y, después de él, Marco Furio Camilo de nuevo. Este nombra en calidad de
tribunos militares mediante su poder consular a Lucio Valerio Publícola de nuevo, a Lucio
Verginio, a Publio Cornelio, a Aulo Manlio, a Lucio Emilio y Lucio Postumio. Como estos
entraran en seguida en la magistratura a partir del interregno, no consultaron al senado acerca de
ningún aspecto antes que de los cultos. Ordenaron principalmente que se recogieran los pactos y
las leyes que se pudiesen reunir – estas eran, ahora bien, doce tablas y ciertas leyes regias- ;
además, otras cosas fueron emanadas por ellos para el pueblo: en cambio, las que concernían
principalmente a lo sagrado fueron ocultadas por los pontífices para hacerse con los espíritus de
la multitud sujetos a la religión. Luego, se comenzó a tratar el tema de los días religiosos; y
crearon el día 18 de agosto por una doble derrota, al día en el que los Fabios fueron abatidos en
el Crémera, en el que luego se luchó en el Alia contra la funesta ruina de la ciudad, lo llamaron
(día) de Alia a partir de la posterior derrota, y lo hicieron insigne para que no se llevara a cabo
ninguna empresa de forma oficial y privada. Algunos piensan incluso que, dado que el tribuno
militar Sulpicio no aplacaría al dios con sacrificios al día siguiente de los Idus de julio y el
ejército romano no se expondría al enemigo después del tercer día una vez se consiguió la paz,
se ordenó abstenerse de los asuntos divinos al día siguiente de los Idus (y) que por ello era
tradición que las prácticas religiosas no fueran las mismas al día siguiente de las Calendas
también y de las Nonas.

Y no estuvo permitido durante mucho tiempo disfrutar de los proyectos de la tregua que había
de erigirse a causa del grave azar de la república. A partir de este momento, los volscos,
antiguos enemigos, tomaron las armas para exterminar el nombre de los romanos; y a partir de
aquí, unos mercaderes anunciaron que se produjo una conjura de todos los pueblos de los jefes
de Etruria acerca de la guerra ante el santuario de Voltumna. Un nuevo temor se añadió también
con la defección de los latinos y los hérnicos, quienes, tras su lucha llevada a cabo en el lago
Regilo, nunca fueron aliados del pueblo romano durante cerca de cien años a causa de su
mudable confianza. Así pues, como tantos temores les amenazaran por todas partes y fuera
evidente para todos que el nombre de los romanos estaba en peligro no solo por el odio entre los
enemigos, sino también por el desprecio entre los aliados, en virtud de los auspicios del mismo
que la había recuperado, les pareció bien que se defendiera la república y que se nombrara
dictador a Marco Furio Camilo. Este dictador nombró lugarteniente a Cayo Servilio Ahala; y
una vez declarada la interrupción de los juicios hizo una distinción entre los más jóvenes y los
más viejos también, entre los que quedase algo de fortaleza, de tal manera que de acuerdo con
sus palabras distribuyó en centurias a los que le prestaron juramento.
Dividió el ejército reclutado y armado en tres partes: colocó una parte en el campo de Veyes, en
Etruria, ordenó que otra estableciese un campamento ante la ciudad; al frente de estos fue
puesto Aulo Manlio, y al frente de aquellos, Lucio Emilio, puesto que eran enviados contra los
etruscos; él mismo condujo una tercera parte hacia los volscos y no lejos de Lanuvio, este lugar
se llama “junto a Mecio”, intentó atacar su campamento. El jefe del ejército, Camilo, tan solo
llevó noticias de espanto a quienes avanzaron de la indiferencia, puesto que creían que casi toda
la juventud romana había sido aniquilada por los galos, a la guerra, de tal modo que ellos
mismos se rodearon de una empalizada y lo rodearon con árboles amontonados por donde el
enemigo no pudiera entrar a las fortificaciones. Cuando Camilo se dio cuenta de esto, ordenó
que se disparase fuego contra el cerco interpuesto; y quizás la gran energía del viento se había
inclinado hacia el enemigo; por consiguiente, no abrió tan solo un camino a través del incendio,
sino que también espantó a los enemigos mediante las llamas que se extendieron por el
campamento, el aire caliente y el humo y el ruido seco de la madera verde que se quemaba,
hasta el punto de que los soldados romanos ejercieron un menor esfuerzo al superar la
empalizada edificada en el campamento de los volscos que al atravesar la empalizada quemada.
Como el dictador se hiciera con el campamento por asalto una vez dispersos y abatidos los
enemigos, entregó el botín al ejército, tanto más esperado por parte del generoso general como
más digno de agradecimiento para el ejército. Como luego devastara toda la campiña volsca
mientras perseguía a los que huían, sometió finalmente a los volscos a la rendición en el
septuagésimo año. El vencedor se pasó de los volscos a los ecuos y a aquellos que trabajaban
con ahínco en la guerra; aplastó su ejército en Bola y no solo se hizo con su campamento, sino
también con la ciudad atacándola en un primer asalto.

Como aquella parte en la que Camilo era jefe del estado romano tuviera esta suerte, un gran
temor se había lanzado sobre la otra parte: Etruria casi toda armada asedió Sutrio, a los aliados
del pueblo romano; como acudieran al senado sus embajadores implorándoles apoyo para los
asuntos que les afectaban, se llevaron un decreto para que el dictador brindase apoyo en primer
lugar a los sutrinios en cualquier momento. Como la suerte de los asediados no pudiera aguantar
la tardanza de su espera y la escasez de los habitantes agotada por el trabajo, las vigilias y las
heridas, los cuales siempre les agobiaban, desistiera una vez la ciudad se rindió en virtud de un
tratado a los enemigos junto a sus indefensas vestimentas a través de una columna miserable
abandonando a los penates, precisamente en este momento intervino Camilo en compañía del
ejército romano. Como una triste multitud se echara a sus pies y el llanto de las mujeres y los
niños que eran llevados como compañeros de destierro recibiera un discurso de los príncipes
pronunciado con una última necesidad, ordenó a los sutrinos que se abstuvieran de llorar: que
les acarrearía dolor y lágrimas a los etruscos. En aquél momento ordena que se depusieran los
equipajes y a los sutrinos que se apostaran allí una vez abandonaran un modesto puesto de
guardia; y ordenó que su ejército empuñara las armas. Así partió hacia Sutrio una vez
pertrechado el ejército (y) encontró aquello que pensaba, todo descuidado en circunstancias
propicias, como suele suceder; no halló ningún puesto ante la muralla, las puertas abiertas y al
vencedor errante que extraía el botín desde los techos de los enemigos. Por consiguiente, Sutrio
fue tomada de nuevo en ese mismo día; por todas partes los vencedores etruscos eran asesinados
por el nuevo enemigo y no se les da ninguna ocasión para reunirse y juntarse en un lugar o
tomar las armas. Como cada cual por su parte se dirigiera hacia las puertas cerradas, si por
casualidad tuviesen fuerza para precipitarse hacia los campos de alguna manera – el dictador, en
efecto, había ordenado esto mismo primero-, se encontraron con las puertas. Desde ahí, unos
tomaron las armas, otros, a los que el desorden se había anticipado por casualidad aun estando
armados, convocaron a los suyos para que entraran en la guerra; esta hubiera sido ardiente por la
desesperanza de los enemigos, por no haberse despachado heraldos por la ciudad que habrían
ordenado que no se depusieran las armas y que respetaran al indefenso y que no se maltratara a
nadie a excepción de los que estaban armados. Incluso entonces quienes tenían espíritus
empeñados en empezar una batalla decisiva a modo de última esperanza, después que se les
brindó la esperanza de vivir, se lanzaron por todas partes y, lucharon contra el enemigo, cosa
que la suerte había hecho más segura. Una gran muchedumbre fue separada en prisioneros; la
plaza fuerte fue devuelta a los sutrinios antes del anochecer ilesa e intacta de todo el desastre de
la guerra, puesto que no había sido tomada por la fuerza, sino entregada mediante unos
acuerdos.
Camilo regresó triunfante a la ciudad como vencedor de tres guerras. Condujo a muchísimos
prisioneros etruscos delante de su carro; se pagó tanto dinero por los que fueron vendidos bajo
subasta que se fabricaron tres páteras de oro de aquél dinero que había sobrado pagado en oro
por las matronas, y consta que estas fueron colocadas antes de que se incendiara el Capitolio
ante los pies de Juno junto con una inscripción del nombre de Camilo en el santuario de Júpiter.
En ese año fueron recibidos en la ciudad los veyenses, los capenates y los faliscos que se habían
pasado a los romanos a través de esa guerra y un campo fue asignado a estos nuevos
ciudadanos. Fueron también llamados de nuevo mediante senadoconsulto por Veyes quienes se
habían trasladado a Veyes donde habían ocupado sus casas por la pereza de edificar Roma. Y en
primer lugar hubo un murmullo que despreciaba el poder; luego un día fijado de antemano y la
pena capital para quien no volviera a Roma hicieron que uno a uno desde las altiveces
colectivas se sometieran, cada uno por su miedo; y no solo Roma crecía con frecuencia, sino
que también toda ella se alzaba al mismo tiempo sobre edificios y, sobre una república que
aumentaba sus gastos y sobre ediles que llevaban a término obras públicas así como los mismos
particulares – incitaba, en efecto, el deseo de usarlos - que se apresuraban a acabar una obra; y
una nueva ciudad se erigió antes de un año. Al término del año se reunieron los comicios de los
tribunales militares mediante potestad tribunicia. Los elegidos, Tito Quintio Cincinato, Quinto
Servilio Fidenas por quinta vez, Lucio Julio Yulo, Lucio Aquilio Corvo, Lucio Lucretio
Tricipitano y Servio Sulpicio Rufo, condujeron otro ejército contra los ecuos, no para la guerra
– pues reconocían que habían sido vencidos - sino por su aversión a ellos para asolar
completamente sus fronteras, para que no quedara ningún hombre para nuevos proyectos;
guiaron otro hacia el territorio de Tarquinia; allí las plazas fuertes etruscas Cortuosa y
Contenebra fueron tomadas por la fuerza. No hubo ningún combate en Cortuosa: intentaron
tomarla de improviso mediante un primer grito hostil y la violencia; la plaza fuerte fue
saqueada e incendiada. Contenebra resistió al ataque durante unos pocos días y la fatiga no
inmediata durante el día y que no remitió durante la noche los subyugó. Como el ejército
romano dividido en seis partes cada seis horas llegara a la región para el combate y como la
pobreza expusiera a sus ciudadanos fatigados a toda la contienda, erraron finalmente y se
entregó a los romanos un lugar para invadir la ciudad. A los tribunos les agradó que el botín
fuese adjudicado al Estado; pero la orden fue más lenta que la decisión; mientas vacilaban, ya
había un botín de guerra y no había podido ser robado excepto por malevolencia. El Capitolio
también se cimentó en el mismo año sobre un terreno rocoso cuadrado para que la ciudad no
creciera solo mediante obras de particulares, una obra incluso para ser contemplada en esta
suntuosidad urbana.
Y en ese momento se disponían los tribunos de la plebe reunió a sus asambleas en virtud de
unas leyes agrarias mientras la ciudad se afanaba en construirse. El agro Pontino se mostraba en
vista de sus perspectivas entonces por primera vez después de los asuntos no irresolutos de la
propiedad de los volscos fueran echados a perder por Camilo. Se quejaban mucho de que este
campo estuviera más amenazado por parte de la aristocracia que por los volscos; en efecto, ellos
realizaban allí numerosas incursiones en tanto que tenían hombres y armas; los aristócratas
marcharon contra la propiedad del territorio del Estado y la plebe no tuvo un espacio allí, a no
ser que se distribuyera antes de que se abalanzaran contra todo. Alejaron mediante una gran
obra con dificultad a la plebe escasa en el foro a causa de su preocupación por construir y en el
mismo punto agotada por los gastos y olvidadiza del campo, que no disponía de hombres para
ponerlo en marcha.
La situación volvió al interregno en la ciudad llena de escrúpulos religiosos, todavía incluso de
supersticiones por parte de los príncipes supersticiosos ante el reciente desastre, para que los
auspicios se reanudaran. Marco Manlio Capitolino, Servio Sulpicio Camerino y Lucio Valerio
Potito fueron regentes sucesivamente; solamente éste reunió los comicios de los tribunos
militares en virtud de su potestad tribunicia. Eligió a Lucio Papirio, a Cneo Sergio, a Lucio
Emilio de nuevo, a Licinio Menenio y a Lucio Valerio Publícola por tercera vez; estos
comenzaron a ejercer su cargo público desde el interregno. En ese año, el duunviro Tito Quincio
consagró el santuario de Marte, que se había prometido en la guerra contra los galos, cuando se
debían realizar sacrificios. Se añadieron cuatro tribus procedentes de los nuevos ciudadanos, la
Estelatina, la Tromentina, la Sabatina y la Arniense; y estas completaron el número de las tribus
en veinticinco.

Se había deliberado acerca del agro Pontino desde el tribuno de la plebe Lucio Sicinio al pueblo,
que asistía con más frecuencia y más ávido de tierra que antes. Y se aplazó una moción
efectuada en el senado sobre la guerra de los latinos y los hérnicos ante la preocupación de una
guerra mayor, puesto que Etruria estaba en armas.
El gobierno regresó por potestad consular a manos del tribuno militar Camilo; se añadieron
cinco compañeros, Servio Cornelio Maluginense, Quinto Servilio Fidenas por sexta vez, Lucio
Quincio Cincinato, Lucio Horacio Pulvilo y Publio Varelio. Al principio del año, los hombres
tuvieron funestas preocupaciones por la guerra de los etruscos, porque un ejército de tránsfugos,
habiéndose trasladado súbitamente desde el agro Pontino, trajo a la ciudad la noticia de que los
habitantes de Antio se hallaban en armas y que los pueblos latinos habían enviado a su juventud
en esta guerra, negándose por ello a que hubiese habido un acuerdo oficial, porque alegaron que
solamente no prohibieron a los voluntarios que sirvieran en el ejército cuando quisieran. Y ya
no acabaron despreciando ninguna guerra. Así pues, el senado dio gracias a los dioses, puesto
que Camilo se hallaba en la magistratura; lo cierto es que si hubiese sido nombrado dictador si
estuviese privado de algún cargo; y sus compañeros manifestaron que cuando sobrevenía un
temor militar la gestión de todos los asuntos se hallaba en manos de un solo hombre y que
tenían el propósito de someter su autoridad a Camilo y que creían que no perdían su honor,
puesto que habían cedido ante la grandeza de este hombre. Camilo, confuso en su ánimo dio las
gracias a los tribunos colmados con elogios en el senado. Desde allí, afirma, extraordinario, que
había sido impuesta una carga por el pueblo romano a él, quien lo eligió [dictador] por cuarta
vez en ese momento, de grandes dimensiones por el senado con semejantes opiniones [de su
clase social], pesadísima como obsequio de tan honrados camaradas; que, por consiguiente, si
pudiese añadir algo de esfuerzo y de sus asiduos cuidados, se esforzaría superándose a si mismo
en hacer tambien duradera su una opinión de la ciudadanía, que fuese la más grande, a través de
un consenso tan grande. En lo que respecta a la guerra y a los anciates, que se trataban más de
amenazas que de un peligro; que, sin embargo, aunque no había nada que temer, se encargaría
de no despreciar nada. Que la ciudad estaba rodeada por la antipatía y el desprecio de los
pueblos limítrofes; que, por consiguiente, los intereses del común habían de ser gestionados por
muchos generales y ejércitos. Dice “Quiero que tú, Publio Valerio, dirijas junto a mi el mando y
las decisiones y el ejército contra el enemigo anciate; que tú, Quinto Servilio, hagas campaña
con otro ejército pertrechado y dispuesto en la urbe, mientras atiendes si se mueven, o bien
hacia Etruria, como hace poco tiempo, o bien esta nueva preocupación los latinos y los hérnicos.
Tengo por seguro que la empresa militar que llevarás a cabo una empresa militar de forma que
sea digna de tu padre, de tu abuelo, de ti mismo y de tus seis tribunados. Que sea aliste un tercer
ejército de enfermizos y ancianos por Lucio Quintio para que defendiera la ciudad y las
murallas. Que Lucio Horacio procure armas, dardos, trigo, cualquier otra cosa que reclamen
tiempos de guerra. A ti, Servio Cornelio te nombramos, siendo tus compañeros, dirigente de
este consejo público de guerra, y defensor de los cultos, lo comicios, las leyes y todos los
aspectos referentes a la ciudad.”
Una vez todos prometieron voluntariamente su colaboración en lo que dependía de su cargo,
Valerio, escogido como aliado en el poder, añadió que Marco Furio sería para él como un
dictador y que él sería para él su jefe de caballería; que por consiguiente tuvieran aquella
esperanza acerca de la guerra como la opinión que tenían del jefe único. Por otra parte, los
senadores afirman clamando mucho tras erguirse con alegría que tienen esperanzas acerca de la
guerra, la paz y del Estado en general, y que jamás habría un cargo de la república como el
dictador, si tuviera semejantes hombres en la magistratura, tan unidos por sus espíritus
concordes; dispuestos por igual a obedecer y mandar y poniendo en común más la gloria que
apropiándosela de los demás.
Una vez interrumpidos los juicios y efectuado el reclutamiento de tropas, Furio y Valerio
partieron hacia Sátrico, donde los anciates no solo habían excitado a la juventud de los volscos
elegida de un nuevo linaje, sino también el gran ímpetu de los latinos y de los hérnicos de los
pueblos más irreprochables en virtud de una paz de larga duración. Por consiguiente, el nuevo
enemigo añadido al antiguo excitó los ánimos del soldado romano. En cuanto al hecho de que,
cuando Camilo preparaba el campo de batalla, los centuriones le informaron de que las mentes
de los soldados estaban agitadas, que las armas eran tomadas indolentemente, y que salían del
campamento vacilantes y resistiéndose, incluso habían oído voces de que cada uno iba a
combatir contra cien enemigos y que apenas se podía contener una muchedumbre tan grande
desarmada, cuanto más armada; monta de un salto a caballo y vuelto hacia el ejército y
recorriendo a caballo las filas ante los estandartes (dice): “¿Qué aflicciones son éstas, soldados,
qué es esta inaudita lentitud? ¿Acaso por ventura me ignoráis al enemigo o a mí o a vosotros
mismos? ¿Qué otra cosa es el enemigo que el motivo continuo de vuestra excelencia y fama?
Vosotros, al contrario, siendo yo general, aunque no dijera que los falerios y los veyos habían
sido capturados y que las legiones de los galos habían sido derribadas en la patria conquistada,
hace poco obtuvisteis un triple triunfo de una triple victoria sobre estos mismos volscos, ecuos y
Etruria. ¿Acaso no reconocéis, ya que no os di la señal como dictador, sino como tribuno, en mí
a un general? Y yo no deseo tener mayores poderes sobre vosotros y no es conveniente que
consideréis en mi nada sino yo mismo; e incluso la dictadura jamás excitó mis ánimos, así como
el exilio no me los robó. Así pues, todos somos los mismos y como trajésemos a esta guerra
todo aquello que en la anterior tomamos, aguardemos el mismo resultado de la guerra. En
cuanto acudáis, cada uno aquello que aprendió y es habitual en él: vosotros venceréis, ellos
huirán.”

Después, una vez dada la señal se apea del caballo y se llevó a la fuerza al portainsignia más
cercano arrastrado consigo por su mano ante el enemigo gritando “deja el estandarte, soldado”.
Cuando vieron esto, que el propio Camilo, inválido de cuerpo por su vejez ante las
fortificaciones, marchaba contra los enemigos, todos avanzaron a la par una vez elevado el grito
para “seguir al general” mientras lo gritaba cada cual por su parte. Cuentan, incluso que la
insignia fue lanzada por orden de Camilo ante el ejército enemigo y que los excitados soldados
de vanguardia fueron incitados a recuperarla; que allí mismo fue rechazado primero el anciate y
que el miedo fue llevado a término no solo en la primera columna, sino también ante las tropas
de reserva. Y no les alejaba tan solo el ímpetu de los soldados, incitado por la presencia de su
general, sino el hecho de que no había nada más terrible para los ánimos de los volscos que el
aspecto presentado por casualidad del propio Camilo; así por donde quiera que pasase,
arrastraba consigo una victoria no dudosa. Esto fue más evidente sobre todo cuando con su
presencia reanimó el combate trasladándose con un escudo de infantería al ala izquierda casi
rechazada en ese momento una vez cogió con prisa su caballo junto a un escudo de infantería,
mientras hacía ver que el resto del ejército estaba venciendo. El asunto estaba casi resuelto,
pero era obstaculizado por el gran número de y la huida de los enemigos y el soldado cansado
tenía que acabar con una gran muchedumbre a través de una larga matanza, cuando de repente
una lluvia esparcida a través de grandes tormentas interrumpió una victoria que estaba
asegurada más que el combate. Después, una vez entregada la enseña tras la retirada, la
siguiente noche acabó con la guerra para los tranquilos romanos; pues los latinos y los hérnicos
partieron a sus casas una vez abandonados los volscos, a través de malas decisiones, tras
alcanzar unos resultados consonantes a sus malas decisiones; cuando los volscos vieron que
habían sido abandonados por ellos que renovaron la guerra por su confianza, se encerraron en
las murallas de Sátrico una vez abandonado el campamento; Camillo intentó rodear a estos a
través de una primera empalizada y sitiarles a través de un terraplén y obras de fortificación.
Examina que estas no serán obstaculizadas después por ninguna salida impetuosa, que había
menos constancia de ánimo en el enemigo para que esperase en él una victoria de tan largo
plazo, exhortando a los soldados para que tampoco se desgasten en una distante fortificación
como si asediaran a los veyos, que la victoria se hallaba en sus manos, y al acercarse por todas
partes a la murallas tomó la plaza fuerte gracias al gran entusiasmo de sus soldados. Los volscos
se rendieron tras arrojar las armas.

Por lo demás, el ánimo del general se cernía sobre un asunto mayor, Ancio: esta era la capital de
los volscos que había sido el origen de la última guerra. Pero, puesto que una ciudad tan
resistente no había podido ser tomada a no ser mediante una gran preparación, proyectiles y
máquinas, partió hacia Roma una vez dejó al mando del ejército a un compañero para incitar al
senado a destruir con Ancio. Durante su discusión – creo que los dioses tuvieron la voluntad de
que el poderío de Ancio se mantuviese durante más tiempo – acudieron unos embajadores desde
Nepete y Sutrio que suplicaban ayuda contra los etruscos, recordándoles que había poco tiempo
para brindarles apoyo. En aquél punto, la suerte desvió de Ancio el ímpetu de Camilo. Pues,
dado que esos parajes estaban situados en Etruria y, por ello, eran como obstáculos y pasos,
ellos tenían una preocupación por ocuparlo para maquinar nuevas cosas y los romanos tenían
una preocupación por recuperarlo y defenderlo. Así pues, al senado le agradó tratar con Camilo
que se emprendiera una guerra contra los etruscos una vez renunciaron a Ancio; y las legiones
de la ciudad, a cuyo frente se hallaba Quintio, le fueron asignadas a él. A pesar de que prefería
que el ejército estuviese experimentado y estuviese acostumbrado al mando que los volscos
tenían, no protestó en absoluto; solamente exigió a Valerio que fuese su compañero al mando.
Quintio y Horacio fueron enviados como sucesores de Valerio contra los volscos.
Tras marchar de la ciudad hacia Sutrio, Furio y Valerio hallaron la parte de la plaza fuerte que
ya había sido tomada por los etruscos, y que desde la parte restante los ciudadanos contenían a
duras penas contenían el ímpetu de los enemigos una vez obstruidos los caminos. La llegada del
apoyo romano por una parte, y de la celebérrima fama de Camilo ante los enemigos y los
aliados por otra, mantuvo la situación propensa a su presencia y le concedió un espacio para
auxiliarles. Por siguiente, una vez dividido el ejército, Camilo ordena a su compañero que las
murallas fuesen atacadas en aquella parte que los enemigos ocupaban por tropas llevadas a su
alrededor, no tanto porque confiaba en que la ciudad pudiera ser tomada mediante escalas como
para que su fatiga disminuyera una vez apartados los enemigos de allí y los ciudadanos
estuvieran cansados de luchar; y él mismo tuviera un espacio para entrar en las murallas sin
hostilidad. Como esto se llevara a cabo al mismo tiempo por ambas partes y un peligro con dos
frentes amenazara a los etruscos, (tal y como) vieron que las murallas más elevadas eran
asaltadas por la fuerza y que el enemigo se hallaba dentro de las murallas, se precipitaron afuera
con un inquieto ejército por una puerta, la única que por casualidad no estaba bloqueada. Se
acometió una gran matanza de los que huyeron en la ciudad y a través de los campos: muchos
fueron asesinados por los hombres de Furio en el interior de las murallas, los hombres de
Valerio fueron más despachados para perseguirlos y no pusieron fin a la matanza antes de la
noche, que les arrebató la vista.
Una vez recobrada Sutrio y fue restituida a sus aliados, el ejército fue conducido a Nepete, la
cual ocupaban los etruscos en su totalidad gracias a su acogida rendición.

Se creía que habría un mayor esfuerzo en aquella ciudad que había de recobrarse, no solo
porque toda la ciudad era de los enemigos, sino también porque se había producido una
rendición por una parte de los nepesinos que traicionó a la ciudad; sin embargo, se decidió
mandar decir a sus jefes que se apartaran de los etruscos y que ellos mismos garantizaran la
confianza que suplicaban de los romanos. Como no fuera recibida la respuesta de que nada se
hallaba bajo su poder, que los etruscos ocupaban la muralla y los puestos de guardia de las
puertas, se llevó en primer lugar el miedo a los habitantes a través de saqueos de su territorio;
luego, después que la confianza se consagró más a la rendición que a la reunión, el ejército fue
conducido hasta las murallas una vez recogidos las fasces de sarmientos del campo, una vez
llenos los hoyos de las escalas aportadas; y la plaza fuerte fue tomada tras un primer clamor y
con violencia. Desde entonces se dijo a los nepesinos que depusieran sus armas y se ordenó
respetar al indefenso: los etruscos tanto armados como desarmados fueron derrotados. Los
instigadores de los nepesinos exentos de la rendición también cayeron bajo el hacha: el gobierno
fue devuelto a una muchedumbre honrada y la plaza fuerte fue abandonada con una guarnición.
De este modo, recobradas estas dos ciudades aliadas del enemigo, los tribu nos hicieron volver
al ejército vencedor a Roma con una gran reputación.
En ese mismo año, unas cuestiones fueron solicitadas de los latinos y los hérnicos y se preguntó
por qué no habían entregado un ejército por aquellos años de acuerdo con lo planeado. Se les
contestó que no había resultado un consejo ordinario de ambos pueblos y que no había habido
una negligencia común en este asunto y que no había habido una deliberación sobre el hecho de
que algunos jóvenes suyos sirvieron en el ejército junto a los volscos; que ellos mismos, sin
embargo, tuvieron el castigo de su mala deliberación y que a ninguno de estos se le había hecho
volver; que, en cambio, el motivo de no haber proporcionado un ejército fue su miedo diligente
a los volscos, una desgracia adherida a su costado que ni había podido ser aliviada sobre tantas
otras guerras. Una vez comunicado esto a los senadores, las imágenes de la guerra no tuvieron
más duración que motivación.

También podría gustarte