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LA MINERIA

Este capítulo estudia la dinámica minera de los


principales reales ubicados al sureste del territorio del
actual Estado de México Temascaltepec, Sultepec y
Zacualpan.
En su conjunto el sureste es un territorio montañoso
rico tanto en maderas como en mineral, si bien en su
extremo suroccidental es apto para determinado tipo
de cultivos que se practican fundamentalmente en las
tierras calientes de la vertiente sur de las montañas
como es el caso de Malinalco, que se ubica en lo que
se llamó “la ruta de la sal”, hacía el Pacífico”.
Parte de esta región colinda con el actual Estado de
Guerrero y parte con el de Morelos. A lo largo de este
territorio se extienden las sierras de Sultepec,
Temascaltepec y Zacualpan.
Esta región es conocida también como la Provincia de
la Plata, enclavada en las zonas mineras de Amatepec
(que incluía el Real de Sultepec), Temascaltepec,
Tejupilco y Tlatlaya, excluyendo las de Zacualpan, y
Taxco. En este capítulo tomamos en cuenta las minas
ubicadas dentro de la Provincia, pero incluyendo a
Zacualpan. Vale reconsiderar la noción de “Provincia
de la Plata”, pues existen diversidad de criterios para
circunscribir dicha área. Según Peter Gerald los
documentos históricos se refieren al Real de Minas de
Sultepec, seguido de la frase “Provincia de la Plata”,
región situada en los estribos del Nevado de Toluca, y
que entre 1548-1553 contenía tres pueblos de la
corona (Amatepeque, Iztapa y Tonatico) y dos
encomendados a particulares (Texcaltitlán y
Zacualpan).
Para Real Estrada Carrión, autor que destaca el
enfoque geológico, la ruta corta México-Zacatula
“atraviesa la franja mineralizada (semiperiférica al
Nevado de Toluca). Esta franja es eminentemente
argentífera. Viene desde el sur a partir de Zumpango,
pasa por Taxco, Zacualpan, Sultepec, Tlalpujahua,
entre otros, y dio origen al principio de la colonia a las
llamadas “Provincias de la Plata”. Estrada Carrión
coincide de alguna manera con Miguel Othón de
Mendizábal, quién utiliza el término “Primer gran
distrito novohispano” (conformado en la tercera década
del siglo XVI), para designar aquellos territorios del
noroeste del estado de Guerrero, el sur de México, el
suroeste de Guerrero y el Noroeste de Michoacán, en
donde se ubicaban los minerales de Taxco, Zumpango
del Río, Zacualpan, Sultepec; Temascaltepec, Espíritu
Santo y Tlalpujahua.
En sentido estricto, y atendiendo a criterios históricos,
la “Provincia de la Plata” se circunscribía únicamente a
Sultepec, que comprendía a los minerales de
Amatepec, Temascaltepec Texcaltitlán, Tejupilco y
Tlatlaya- no se conoce con exactitud la fecha del
descubrimiento de estos reales, pero si se sabe que la
minería de la plata se inició en Amatepec hacía 1531,
como parte de los primeros descubrimientos de minas
en el territorio novohispano-. Sin embargo, si nos
atenemos a Estrada Carrión y Mendizábal, sería
factible el término “Provincia de la Plata” para
denominar al primer gran distrito minero novohispano
(en palabras de Mendizábal), mismo que corría, como
lo señala Estrada Carrión, a lo largo de una franja
mineralizada que abarcaba un territorio bastante
amplio, más allá de la región de Sultepec y era
productora, sobre todo, de plata.
LA ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO MINERO
La organización político-económica.
La región que estudiamos tradicionalmente fue
dominada por grupos otomianos, sin embargo, existía
un mosaico multiétnico, que se componía de grupos
matlazincas, mazahuas y ocuiltecas, los tres
pertenecientes a la familia lingüística otopame. Otros
grupos de distinta raíz a la otomiana fueron los
mazatecos y chontales. Los matlazincas, ocupaban los
territorios de Temascaltepec, Sultepec y parte del
norte de Zacualpan; los mazahuas, se extendían al
poniente del volcán Xinantecátl, en los alrededores del
pueblo de Temascaltepec. Los ocuiltecas se ubicaban
al sureste del Xinantecátl, abarcando prácticamente el
territorio del pueblo de Ocuilan, en fronteras con los
tlahuicas de Cuernavaca. Los chontales estaban
ubicados al sur de Zacualpan y Taxco. Una pequeña
área del norte de la sierra de Taxco, Teticpac era
ocupada por los mazatecos. Los mexicas invadieron la
región, imponiendo su dominio político, cultural y
lingüístico. Después de la conquista los españoles
respetaron y aun conservaron por un buen tiempo la
distribución y organización del espacio según el patrón
prehispánico, según lo adaptaron a sus necesidades.
Hacia finales del siglo XVI en el territorio otomiano
situado en fronteras con Michoacán quedaron
establecidos siete importantes centros de población
que fueron sede del mismo número de corregimientos
y alcaldías mayores con funciones administrativas y
judiciales: Toluca, Ixtlahuaca, Tenango, Tenancingo,
Temascaltepec, Sultepec, y Zacualpan. Cuatro de ellos
tenían una actividad predominante: la agricultura y la
ganadería y tres la minería. Pero es importante insistir
en que el dominio español mantuvo un largo tiempo el
antiguo patrón espacial de poblamiento prehispánico,
sin importar que aquellos centros desarrollaran ahora
nuevas actividades económicas como la agricultura, la
ganadería y la minería. De este modo, yendo de norte
a sur, pasando por el volcán Xinantecátl, la zona de
poblamiento colonial más importante se situó en el
lado oriental, y la de menor importancia en el lado
occidental, que lindaba con Michoacán, poblado por el
grupo mazahua. Se nota entonces una clara división
espacial de los pueblos que participaban en los
repartimientos de trabajo a empresas españolas. En el
siglo XVI, los pueblos otomianos participaron en cinco
distritos, cuatro mineros: Sultepec, Temascaltepec,
Zacualpan y Taxco y uno agrícola.
Un poco más tarde, las congregaciones serían un
factor clave en el impulso a la producción minera, pues
los mineros pudieron acceder más fácilmente a la
mano de obra india, reclutándola de los pueblos
congregados aledaños a los reales de minas y los
circunvecinos, sobre todo a través del sistema
denominado repartimiento forzoso, como se vera más
adelante.
Asimismo, las condiciones económicas de los indios
los habían ligado cada vez más a la economía minera.
Los indios de Zacualpan, por ejemplo, se resistían a
ser congregados en la cabecera “como mineros y
laboríos de los españoles”. Sin embargo, en 1604 se
decretó la congregación de tales pueblos en la
cabecera para que el tributo, que era pagado
solamente por los indios de ella, se distribuyera
“equitativamente”.
LOS ASIENTOS MINEROS Y LA INTEGRACIÓN DE
LA ECONOMÍA REGIONAL
La implantación y desarrollo de la actividad minera
tuvo importantes repercusiones que se tradujeron en
cambios cuantitativos y cualitativos en la economía y
en la nueva economía y en la nueva integración
colonial. Hacia 1560 la producción de la plata y las
explotaciones agroganaderas habían producido
profundas transformaciones en el territorio, la
economía y la sociedad coloniales. Los pueblos indios
fueron subordinados a las nuevas formas de
explotación de sus propios territorios y recursos
naturales y a los sistemas de trabajo impuestos por los
colonos. En este contexto, las instituciones indígenas
sobrevivientes se reconstituyeron en torno a los
intereses coloniales. La explotación de recursos
naturales y la rápida expansión de la ganadería en
muchas regiones, así como el proceso de introducción
de cultivos europeos, provocaron, en pocos años,
modificaciones en el uso del suelo, la ecología y el
paisaje. En este contexto, los centros mineros se
convirtieron en dinamizadores de otras actividades
como la agraria y ganadera y el comercio interno y
fueron factores para la integración de centros urbanos.
En el siglo XVIII Fausto de Elhúyar señalaba que los
centros mineros fueron motores de fomento de la
agricultura, de la creación de algunas poblaciones y el
empleo de personas en ellas. También la minería fue
motor de las actividades ganaderas y comerciales.
Estas últimas permitieron un activo intercambio de
diversas mercancías a nivel regional e interregional.
ENCOMIENDA Y FORMACIÓN DE LA ECONOMÍA
ESPAÑOLA

Según la legislación, la encomienda era una merced


concedida a un español a quien se le confería el
derecho de exigir trabajo y recolectar tributo de los
indios que tenía encomendados. De este modo, en el
caso de los reales de minas, la encomienda permitía al
encomendero abastecerse de fuerza de trabajo y del
producto del trabajo indígena. Los indígenas de los
pueblos encomendados estuvieron destinados a
ofrecer servicios personales al encomendero por
medio de una tasación (o medición), tal servicio
consistía en fuerza de trabajo. También los indígenas
entregaban a los encomenderos los productos
producidos por ellos en sus comunidades.
En una primera etapa colonial, los encomenderos que
emprendieron negocios en las minas, canalizaron
parte del tributo que recibían de los indios al sector
minero, donde capitalizaron los recursos y realizaron
las mercancías prácticamente sin costo alguno. Los
encomenderos invirtieron por su cuenta el tributo en
especie y en dinero, así como la mano de obra que
recibían de los indios encomendados, en empresas
fundamentalmente mineras, agrícolas y ganaderas.
Por estas actividades se transfirió por vía directa a la
minería, la producción excedente de los pueblos
encomendados. Ejemplo ilustrativo de ello es el pueblo
de Amatepec, ubicado en lo que sería después el
distrito minero de Amatepec.
Los indios de este pueblo encomendado de Salcedo,
debían dar cada 20 días, 60 cargas de maíz “puestas
en estas minas (de Amatepec) y 20 petates, 10
bareas, 2 jarros de miel, 5 cargas de frijoles, 5 cestillos
de sal, una carga de ají y 10 gallinas”. Pero a partir de
la promulgación de las Leyes Nuevas (1549) y el
proceso de desaparición de la encomienda (segunda
mitad del siglo XVI), se buscó el abastecimiento de los
reales de minas a través de otros mecanismos.
De este modo la Corona y las autoridades virreinales -
a quienes importaba particularmente la producción de
plata, por el ser el principal renglón de la economía
colonial-, fomentaron las actividades agrícolas y
ganaderas, con el objetivo de asegurar el
abastecimiento suficiente que requería la actividad
minera. Dicho fomento se dio a través de la concesión
a los españoles de las llamadas mercedes, que eran
superficies de terreno de propiedad y particular, en
forma de caballerías de tierras y de estancias de
ganado mayor y menor. De este modo, muchas de las
tierras circundantes, y en ocasiones un tanto lejanas, a
los reales de minas del sur del valle de Toluca, se
destinaron a fines agrícolas y a la cría de ganado
mayor y menor, en manos de particulares, con el
objetivo de mantener a sus familias y a los
trabajadores de las minas. Sin embargo, hubo
peticiones que sólo se quedaron en calidad e
mandamientos acordados, es decir, los documentos
por medio de los cuales la autoridad ornaba a los
alcaldes mayores respectivos efectuar investigaciones
acerca de las mercedes solicitadas, documentos que
no contaron con la merced correspondiente.
Los cuadros 1 y 2 nos brindan un panorama de las
mercedes otorgadas a los españoles en los reales en
los distritos de Sultepec, Temascaltepec y Zacualpan y
de los mandamientos acordados que no conseguían la
merced correspondiente.
Las tendencias que muestran tanto las mercedes
como los mandamientos acordados de los tres reales
de minas, según los porcentajes incluidos en los
cuadros de arriba, indican que la superficie dedicada a
la ganadería mayor y menor fue superior a la agrícola.
Ello puede deberse en primer lugar, a que el ganado,
sobre todo mayor era muy importante para la actividad
minera, en especial las mulas. Es más, los solicitantes
explicitaban que la petición de merced era para
sustento de las gentes de las minas, los dueños y sus
familias y los indios que servían en dichas minas.
Asimismo, algunos españoles solicitaron concesiones
de sitios para ganado mayor y menor junto a los
ingenios o molinos de agua para moler metales, con el
objeto de tratar de facilitar el abasto de productos
alimenticios a los centros de extracción y beneficio del
mineral, además de evitar intermediarios, rebajar
costos y asegurar la subsistencia y reproducción de la
fuerza de trabajo.
El impacto de la penetración española en la región
minera de Temascaltepec, Sultepec y Zacualpan
puede medirse al hacerse un examen de los
beneficiarios de las mercedes, casi todos ellos
particulares. Sin embargo, se concedieron, aunque en
menor medida, tierras mercedadas a comunidades
indígenas, como la caballería de tierra concedida a
indios de Temascaltepec en 1616.
Sin embargo, las propiedades adquiridas por los
españoles no lo fueron sólo mediante las mercedes.
Existieron otros mecanismos como la compra-venta,
las composiciones de tierra o la combinación de ellos.
Tales propiedades fueron orientadas a la producción
agrícola y ganadera, destinada en buena parte a los
centros mineros.
También el despojo de tierras a los indios propició la
invasión y en ocasiones la usurpación de tierra
comunal indígena. La invasión de ganado bloqueó sido
destinadas al cultivo de subsistencia de los indios.
La agricultura fue considerada, por lo menos hasta
promediar una parte de la década del siglo XVI, como
una actividad asesoría a la ganadería, proveyendo
productos necesarios para la propiedad. Por lo regular
se solicitaban las caballerías como propiedades
adicionales a los sitios de estancia de ganado mayor y
menor, con el objeto de sustentarlos con productos
como el maíz y el trigo.
A pesar de contar con las tierras mercedadas para la
agricultura y la ganadería los reales de minas de la
Provincia de la Plata no dejaron de servirse de las
comunidades indias de los alrededores para
abastecerse de productos alimenticios. La convivencia
de policultivos alimenticios. La convivencia de
policultivos indígenas, que se habrían de mantener por
un buen tiempo, con los cultivos implantados por los
españoles, tanto para el consumo alimenticio como
para la ganadería introducida por los conquistadores y
para la industria minera, permitieron, en buena parte,
aunque no totalmente la subsistencia de la población
de los reales y la continuidad de la producción minera.

EL MERCADO INDÍGENA
Como parte de este abastecimiento de las
comunidades circundantes a los reales estaban los
mercados locales o tianguis, mismos que tuvieron una
importancia vital en el intercambio de la región minera.
Es de hacer notar que ya existía un circuito de
mercados con un itinerario establecido. En estos
tianguis, y en los demás que existieron en la región,
los naturales vendían, por un lado, sus mercancías,
pero también adquirían, en parte, productos
indispensables para su sustento y para pagar sus
tributos, cuyo monto total era complementado con los
productos de sus tierras de cultivo. Asimismo, eran,
esos mercados locales, centros de abasto donde
podían comprar y abastecerse los mineros. Por
ejemplo, en Tecalitlán donde:
tienen (…) los martes tianguis de ocho a ocho días que
es feria o mercado en el cual se contrata y vende entre
los naturales maíz, sal y gallinas y todos los demás
bastimentos de comidas que entre ellos se usa, cazas:
venados, conejos; pagan sus tributos cada indio
casado ocho reales que es un peso de tipuzque y
media hanega de maíz Tejupilco hace su tianguis los
domingos de las mismas cosas y pagan el mismo
tributo y los de Temascaltepec pagan lo propio y hacen
su tianguis los domingos de las mismas cosas y pagan
el mismo tributo y los de Temascaltepec pagan lo
propio y hacen su tianguis el domingo.
Cabe mencionar aquí que en este abastecimiento
comercial la arriería fue una actividad fundamental, las
mulas, como medio de transporte de las mercancías
desempeño una actividad crucial. En los pueblos
comarcanos a los reales esta actividad era muy
intensa. Los arrieros conducían insumos que
demandaban los reales, y a la vez llevaban productos
provenientes de Cuernavaca – como el azúcar y la
miel de tierra caliente-., a la ciudad de México.
Con el tiempo se conformó una especialización de las
diferentes áreas del espacio económico regional por
actividad y por razas. El mapa 4 muestra la
especialización productiva de las diferentes áreas
circunvecinas y el mapa 5, la de las localidades más
lejanas a los reales, mismas que abastecían a aquellos
de diferentes productos y de fuerza de trabajo.

LA ARTICULACIÓN MERCANTIL
Sin embargo, debido a dificultades de abasto, sobre
todo agrícola, fue necesario recurrir a otras zonas más
alejadas de los reales de minas, en este caso el valle
de Toluca. En efecto, desde prácticamente los inicios
de la explotación minera, pueblos como Toluca,
Metepec, Calimaya y Tepemajalco debían destinar
parte de producción debían destinar parte de
producción agrícola de sus tierras de comunidad para
el consumo de los centros mineros, ya fuera por tributo
o por comercialización. Además de cumplir con el
trabajo forzoso de los repartimientos y con las cargas
extra que les imponía el régimen español. Según se
infiere del libro de las Tasaciones de los Pueblos de la
Nueva España, pueblos como Calimaya y
Tepemajalco, Toluca y Metepec, debían destinar parte
de la producción agrícola de sus tierras de comunidad
para el consumo de los reales mineros, primero por
tributo o por esta modalidad y la de la
comercialización.
Sobre todo, en épocas de escasez, los reales de
minas acudían al valle de Toluca para abastecerse de
maíz. Por ejemplo, en 1611 don Alonso de Villa
Castro, alcalde mayor de Zacualpan, envió a Pedro de
Nájera a comprar al valle de Toluca 400 o 500 fanegas
de maíz para proveer a las haciendas y a los mineros
de Zacualpan, debido a que había una grave escasez
del grano en estas minas. A los circuitos local y
regional que tenían como eje la actividad mercantil
vinculada con los centros mineros, se agregó el
circuito interprovincial y el transoceánico. Del primero
es ejemplo ilustrativo de vinculación con el valle de
Toluca, a la que nos referimos ya, pero también con la
ciudad de México. Este nexo con la capital se produjo
prácticamente desde el descubrimiento de los
yacimientos. Los primeros exploradores y explotadores
de las minas provenían, en su mayoría de la ciudad de
México, entre ellos el mismo Hernán Cortés, quien fue
dueño de minas en Taxco, Zacualpan y Sultepec.
Varios de esos personajes eran encomenderos de los
pueblos que luego fueron los reales de minas o de los
comarcanos, pero no pocos residían en la capital,
manejando sus negocios en los centros mineros o en
los pueblos de encomienda a través de intermediarios.
Las vinculaciones comerciales de los reales de minas
con la ciudad de México se intensificaron conforme
creció el auge productivo del sector minero. Los
comerciantes capitalinos establecieron tiendas en los
reales, manejadas por sus agentes o intermediarios
locales, casi siempre a través de compañías. Un caso
fue el de Lucas Pérez de Ribera, mercader de la
ciudad de México y Gabriel de Monroche, residente en
las minas de Zacualpan, quienes habían establecido
una tienda por medio de una compañía. Monroche
pagaba a Pérez de Ribera con plata quintada las
mercancías que le hacia llegar desde la ciudad de
México. En 1602 los dos decidieron finiquitar la
compañía y cerrar la tienda.
La articulación del espacio minero fuera de sus
fronteras por lo que concierne al comercio y abasto de
productos, puede ilustrarse con un ejemplo, ya en el
siglo XVIII Sultepec recibía productos de Celaya,
Querétaro y salamanca, que abastecían a dicho real
de sabanilla, añil, garbanzo, mantas sombreros,
Puebla contribuía con cristal y loza, el valle de
Cuernavaca enviaba azúcar, Michoacán mantas y
cortes de jerguilla. El abasto a nivel transoceánico vía
la ciudad de México y Veracruz consistía en vino y
aguardiente, traído de esta última. También se
comercializaba el cacao de Guayaquil. Por su parte,
Sultepec vendía rebozos y, naturalmente, plata.
En suma, la actividad minera puso en marcha una
fuerte dinámica económica local y regional. Los reales
mineros permitieron la existencia de una interrelación
entre ellos y con las diferentes zonas aledañas o más
lejanas, con las cuales se dio un importante comercio.
Asimismo, apareció una especialización productiva en
determinadas áreas circunvecinas a los reales y una
incipiente división del trabajo.

LOS SISTEMAS DE TRABAJO EN EL PROCESO


PRODUCTIVO MINERO
Los sistemas de trabajo forzoso

La esclavitud indígena

La relación entre la mano de obra indígena y la minería


se inicia desde periodos muy tempranos de la época
colonial, pero adquiere distintas modalidades. Entre
1521 y 1528 solamente se podía hacer uso de la mano
de obra indígena primeramente por la vía de los
esclavos indígenas reducidos a esa condición antes de
la conquista.
El otro mecanismo fue reclutamiento de mano de obra
indígena a través de la encomienda.
Como la esclavitud fue una institución perfectamente
establecida entre los mexicas y sus vecinos, después
de la conquista los españoles también se hicieron de
esclavos comprados a los caciques nativos y más
tarde muchos mineros compraron esclavos a otros
españoles. La esclavitud constituyó, hasta antes de la
primera mitad del siglo XVI, el sistema de trabajo más
importante en las minas. Desde los años de la década
de 1530y hasta 1540 la principal fuerza de labor en
Taxco y en los reales vecinos consistió en la esclavitud
indígena, mucha de la cual había sido transferida de
los placeres de otros que habían declinado en el
suroeste de México. Cada uno de los más prominentes
mineros de los reales tempranos, como Taxco,
Sultepec, Amatepec, fueron dueños de entre 100 y 150
esclavos.
Tales esclavos fueron asignados a los trabajos más
arduos y difíciles, tales como la fundición y afinación
de metales, así como para servir dentro de la casa de
fundición y acarrear los metales del lavadero a otras
partes. El esclavo se diferenciaba de los indios libres
en que éstos estaban exentos de tales trabajos,
desempeñaban algunas labores auxiliares, como
acarrear leña o proporcionar bastimentos a los
esclavos.
Los esclavos trabajaban en equipos llamados
cuadrillas, compuestas entre 80 y 100 esclavos. Se
acostumbraba asignar hasta una docena a un
administrador. Mucho del capital minero se invertía en
mantener a los esclavos, situación que aumentaba el
ya de por sí alto costo de la actividad minera. Además,
muchos esclavos morían por enfermedades. Algunas
veces estos trabajadores forzados intentaron
estrategias de resistencia a su condición, como la
huida, la cual casi siempre efectiva pues rara vez eran
capturados y regresados a su lugar de trabajo. Tal
estrategia se hizo cada vez más notoria cuando
desaparecieron los recogedores de esclavos por orden
de la Audiencia. Así también se registraron
levantamientos ordenados por los mismos caciques
indios, en contra de la esclavitud.

De la encomienda al repartimiento
El servicio personal de los indios libres (es decir, no
sujetos a esclavitud) fue posible gracias a su
adaptación a distintas instituciones implantadas por las
autoridades virreinales. Una de estas instituciones fue
la encomienda.
Los indígenas encomendados convivieron con los
trabajadores esclavos destinados a las minas. Desde
los primeros años de la conquista y hasta alrededor de
1536 dichos indios se ocuparon de otorgar servicios
personales en las minas y en el acarreo de abastos
para los esclavos y empleados. Suministraban los
bastimentos y los transportaban a los reales mineros,
aparte de proveer de algunos materiales de
construcción.
De este modo, los indígenas de encomienda que
vivían en aldeas próximas y no tan próximas a las
minas, constituyeron una significativa fuente de mano
de obra para la minería novohispana temprana. Robert
C. West señala que la mayoría de los trabajadores de
encomienda adscritos a las minas de Sultepec,
Amatepec y Taxco provenían de los pueblos de
encomienda tarascos de la zona centro, es decir, a
una distancia de entre 200 y 250 kilómetros de los
reales de minas.
Pero la Corona detuvo el poder creciente de los
encomenderos. A través de las Leyes Nuevas de
1542, quedaron extinguidas las encomiendas, si bien
sobrevivieron algunas durante el virreinato. También
se prohibía la esclavitud y se suprimía todo trabajo
gratuito. Casi paralelo a este proceso, las autoridades
implantaron un sistema de trabajo, el repartimiento
forzoso de trabajadores, que intentaba sustituir el
trabajo de los indios en las encomiendas y a los
esclavos que todavía producían esa calidad. El
repartimiento y la encomienda fueron dos instituciones
distintas, pero coexistieron en una fase de transición.
Los encomenderos trataron de frenar el repartimiento,
ya que éste no convenía a sus intereses, pero no
pudieron impedir que este sistema de trabajo
despoblara sus encomiendas.

El repartimiento forzoso de trabajadores

El repartimiento podría definirse como un sistema de


trabajo racionado, rotativo, que afectaba a los indios
de encomienda o fuera de ella y que sujeto por primera
vez, los procedimientos laborales de la colonia a una
“racionalidad” administrativa y satisfizo, aunque de
manera temporal, las necesidades de los empresarios
españoles. El repartimiento se emparentaba, de
alguna manera, con el cuatequitl prehispánico que
implicaba la rotación y la obligación.
El sistema fue introducido por el virrey Luis de Velasco
(1550-1564). En un primer momento fue utilizado para
atender obras de carácter público de la ciudad de
México. Pero como el servicio personal de la
encomienda fue suspendido en 1542, el repartimiento
fue cada vez más demandado para atender
actividades como la agricultura, controlada por los
españoles y naturalmente, la minería.
Este sistema de trabajo sufrió algunas reformas a raíz,
principalmente, del desastre demográfico causado por
las epidemias de 1577-1578. En 1599 se expidió la
“Nueva orden sobre la paga y tratamiento de los indios
de repartimiento de esta Nueva España”. En 1601 la
Corona ordenaba la redefinición de las áreas de
repartimiento se circunscribió únicamente a las minas
y a las obras públicas. La desastrosa caída
demográfica indígena entre la tercera y cuarta década
del siglo XVI obligó a la Corona a suspender, en 1633,
el repartimiento, exceptuando el que se otorgaba a las
minas.
La Audiencia de México dividió al territorio
novohispano en varios distritos de repartimiento. Al
frente de cada uno de ellos quedaba un juez repartidor
que era auxiliado por alguaciles españoles e
intérpretes. El juez vigilaba el número exacto y la
correcta repartición de indios y que cada empresa
pública y privada recibiera su número de trabajadores
correspondiente.
Cada indio debía acudir al repartimiento tres semanas
al año, cada cuatro meses. Los hombres casados
debían acudir tres semanas al año, los solteros cuatro.
Los mayordomos, viejos e impedidos quedaban
exentos del servicio, que venían siendo la quinta parte
de la población de una comunidad. Los indios de
repartimiento debían presentarse los lunes por la tarde
después de la caminata de sus pueblos de
procedencia para iniciar labores el martes y poder
descansar y oír misa el domingo.
En cuanto a la Providencia de la Plata, los pueblos de
la zona otomiana alrededor del volcán Xinantecátl
fueron divididos en cuatro distritos de repartimiento:
Temascaltepec, Sultepec, Zacualpa y Tlapujahua. Los
tres primeros estaban ubicados en la sierra cálida y en
la zona montañosa, el sur del Nevado de Toluca.
Tlapujahua estaba ubicado al noroeste del volcán,
dentro del territorio del obispado de Michoacán. De
este modo los indios mazahuas de Jocotitlán y
Atlacomulco compartían el repartimiento con los indios
tarascos.
Hacia la región norte de las minas (zona centro del
valle de Toluca) hacia el noroeste, en Ixtlahuaca y
Atlacomulco, Tajimaroa, Cuitzeo y hacia el sureste, en
la jurisdicción de Cuernavaca, se detectó el radio
máximo de influencia que alcanzaron los reales de
minas de la Provincia de la Plata en el reclutamiento
de trabajadores de repartimiento. Si bien en un primer
momento la política de reclutamiento de mano de obra
determinó que debían acudir indios que residieran a
una distancia de seis u ocho leguas, luego se
ampliaría a veinte. De este modo, algunos pueblos de
la zona centro del valle de Toluca estaban a más de 10
leguas de los reales mineros que servían: Sultepec, a
finales del siglo XVI, (Zinacantepec, Tlacotepec, La
transfiguración-Capultitlán, Totocuitlapilco y San
Bartolomé, y ya en 1607 Atlacomulco e Ixtlahuaca);
Temascaltepec, (Toluca, Metepec, San Miguel
Chapultepec, Calimaya y Zinacantepec); Zacualpan
(San Mateo Atenco). Y no se diga de los pueblos de
Michoacán que también sirvieron en Sultepec, como
Cuitzeo (con distancia de 22 leguas) y Asuchitlan (21
leguas), o los del actual estado de Guerrero (Otumba,
Cutzamala, Ixcateopan y Teloloapan) que también
sirvieron en Sultepec, Taxco y Zacualpan. Un dato
importante es que varios pueblos, sobre todo los de la
zona centro del valle de Toluca, hubieron de servir no
sólo a un real minero, sino hasta a dos y se dio el caso
de pueblos que sirvieron a tres: Sultepec,
Temascaltepec y Tlalpujahua. Ellos fueron Metepec,
Calimaya, San Miguel Chapultepec y San Miguel
Temascalcingo.
Varias situaciones modificaron el sistema del
repartimiento forzoso a finales del siglo XVI y las
primeras décadas del siglo XVII. Una de las principales
fue el fuerte impacto causado por las epidemias de
1577-578 durante las cuales murieron miles de indios y
los que quedaron estaban debilitados o enfermos para
cumplir con el repartimiento. En la zona minera, el
desastre demográfico se complicó con el agotamiento
de las riquezas mineras superficiales que exigían
excavar más a profundidad o a desaguar minas
inundadas. O bien se hacían nuevos descubrimientos
que demandaban nuevos repartimientos. Pero
mientras la población decrecía, las necesidades de las
minas eran mayores y por tanto, mayor era la
demanda de mano de obra. A pesar de ello durante un
tiempo el mismo número de indios de repartimiento
que se había estipulado en la tasación anterior a las
epidemias y que ya no correspondía a las cifras de
población. A este problema se aunaban otros como
que los mineros y labradores utilizaban a los indios
para muchas tareas y no sólo para las actividades que
les habían asignado originalmente en la actividad
minera o agrícola. Si también tomamos en cuenta la
carencia de alimentos, las largas travesías en medio
de las inclemencias del tiempo y los malos tratos de
los patrones, así como el trabajo de alto riesgo en caso
de la minería, fue natural que los indígenas agudizaran
su resistencia a trabajar en los repartimientos.
La persistente negativa de los indios a ir a las minas
tenía varias razones: la defensa de la integridad
comunal y el recurso de producción principal: la tierra.
Por acudir a las minas los indios debían descuidar el
trabajo agrícola y otras labores que permitían el trabajo
agrícola y otras labores que permitían el
mantenimiento y continuidad de la comunidad.
Además, el indio se resistía a laborar en el trabajo
minero por ser peligroso y poner en riesgo su salud y
aun su vida. A finales del siglo XVI, en la década de
los noventa, la resistencia de los pueblos indios al
repartimiento se intensificó. Por la vía formal se
multiplicaron los pericones, denuncias, declaraciones
de inconformidad y la petición para que a los indios les
redujeran las cargas de trabajo. También proliferaron
las argumentaciones para que los pueblos no dieran
más indios que los que marcaba la ley, de acuerdo a
las tasaciones de los tributarios. De este modo, los
indios de repartimiento provenientes del valle de
Toluca se negaban cada vez más a trabajar en los
reales mineros y, por ello, solicitaron reiteradamente
ser reservados del trabajo de las minas, ya fuera por
estar reconstruyendo la iglesia del pueblo, o por las
obligaciones propias de la república de indios y, sobre
todo, por las caídas demográficas de finales del siglo
XVI y las primeras décadas del siglo XVII.
El ausentismo y la huida fue otro medio reiterado y
continuo de resistencia indígena, si bien, en ocasiones,
este hecho favorecía a la actividad minera. Como fue
el caso de los indios de Zumpahuacán, que servían en
las minas de Zacualpan y quienes permanecían en
ellas, situación que estaba provocando el
despoblamiento del pueblo de Zacualpan. Por tanto, se
ordenó que los indios que se iban quedando en las
minas o en otras partes, por huir del trabajo y servicio
del repartimiento, se les hiciera salir de la parte de
donde habían huido, mandándolos a su pueblo para
evitar que se fueran otros.
Es importante resaltar que los grupos de trabajadores
que acudían mediante el repartimiento forzoso y
rotativo constituían una población flotante que quizá no
era tomada en cuenta en los registros demográficos de
la época, como parte de los asentamientos humanos
de los centros mineros. En algunos casos estos indios
se establecieron en torno a haciendas de beneficio o
de las minas en el mismo lugar donde estaban las
cuadrillas (conjunto de viviendas construidas por los
españoles para la habitación de los indios laboríos o
trabajadores libres) y que luego darían lugar a la
creación de barrios mineros y hasta pueblos,
Stepahanie Wood señala que las cuadrillas que
trabajaron temporalmente en las minas, en el siglo
XVIII ya eran establecimientos fijos y gradualmente
asumieron las características de un pueblo indio,
luchando por obtener el status de pueblo y las 600
varas reglamentarias, concesiones que se otorgaron
hasta finales del mencionado siglo XVIII y principios
del XIX.

La esclavitud negra

Los esclavos negros fueron una fuerza de trabajo


secundaria, pues sus precios eran muy altos. Así en el
valle de Toluca, por ejemplo, los esclavos negros
varones en la edad más productiva, de 21 a 30 años,
se vendieron en un lapso de 80 años (1579-1660) en
un promedio de 400 pesos, con algunas fluctuaciones
de 1580 a 1590 los precios subieron
espectacularmente, alcanzando algunos esclavos más
de 400 pesos, pero de 1591 a 1600 se registró una
ligera baja; los esclavos costaron entre 350 y 400
pesos. Tal tendencia se mantuvo con una ligera baja
hasta 1611-1620, para subir de nuevo a 400 pesos y
más, hasta prácticamente 1660. En los reales de
minas que estudiamos en el número de esclavos casi
siempre fue menor al de los trabajadores indios.
Puede verse que, entre 1579 y 1581, en
Temascaltepec y Taxco existía el mayor número de
minas. También un mayor número de esclavos negros
frente al de trabajadores indios. En los otros minerales
los esclavos constituyeron un grupo menor frente a los
trabajadores indios y a los naboríos de encomienda.
Pero, en cifras globales, correspondientes a todos los
reales de minas considerados, el número de esclavos
negros fue mayor al de los trabajadores indios. Este
hecho nos deja ver que la carencia de mano de obra
india, sobre todo no calificada y sujeta al repartimiento
forzoso, incentivaba al empresario minero a buscar
otro tipo de fuerza de trabajo, en este caso la
esclavitud negra. Por último hacer notar que los
naboríos o trabajadores libres constituían el mayor
cantidad de mano de obra los reales mineros.

El Trabajo “libre” y asalariado

Los naboríos

Si el repartimiento de trabajadores surgió como una


medida oficial para dar respuesta a una creciente
demanda de trabajadores en las empresas españolas,
el trabajo de los naboríos surgió como una
consecuencia natural: la proporcionada por una nueva
situación económica y social que permitió el
advenimiento del trabajo libre.
Definir a los naboríos como trabajadores “libres” o
asalariados no es muy sencilla, dado que no hay
muchos elementos para su caracterización. Se
necesita entonces hacer un análisis de estos
trabajadores con base en las evidencias con que se
cuenta, que no son muy numerosas, pero sí
significativas. Los primeros naboríos o indios libres que
de manera “voluntaria” decidieron trabajar en las minas
a cambio de un jornal fueron los antiguos esclavos
indios y sus descendientes.
Ellos junto con los esclavos africanos, formaron la
base de trabajadores permanentes en los centros
mineros y en otras actividades económicas de los
españoles. Aunque también podría considerarse de
alguna manera como naborios a los indios libres de
encomienda que fueron a trabajar a las minas. Si bien
esto se debe entender que ocurría dentro de las
restricciones impuestas por las ordenanzas que regían
a los trabajadores de las encomiendas. Como se
indicó ya, también algunos trabajadores de
repartimiento se incorporaron permanentemente a las
minas al huir de sus comunidades.
Hacia 1569 tenemos noticias de la presencia de los
naborios en los reales de minas de la Provincia de
Temascaltepec se menciona la presencia de 257
naborios entre hombres y mujeres. En Zacualpan se
contaban, 82 naborios con sus mujeresen 1569,
quienes, como sucedía en los minerales restantes,
vivían en las minas junto con los negros esclavos, en
las llamadas cuadrillas.
En aquella época la mayoría de los naborios de los
reales de la Provincia de la Plata eran de origen
nahua, hablaban lengua mexicana y eran
“advenedizos”, provenientes de diferentes sitios. Una
cantidad menor eran de grupos, matlazincas, chotales,
otomíes, etcétera.
El cuadro 3 brinda un panorama del número de
naborios existentes en los Reales de Minas del centro
de México y podemos constatar el paulatino aumento
de esa categoría laboral, sobre todo en el mineral de
Taxco en donde alcanza la cifra de 2,300 trabajadores.
En el cuadro 4, realizado con datos de 1597, refuerza
el argumento de que la principal forma de relación
contractual tendió a ser el trabajo libre, forma laboral
que se expandió en el último cuarto del siglo XVI. En el
cuadro se observa, también, el predominio númerico
de naborios en los principales reales de minas de la
Nueva España. Este fenómeno se observa para los
reales de minas que estudiamos. Es notable también
que aparece, la esclavitud negra constituida en una
fuerza de trabajo minoritaria. Finalmente reiteramos
que en las minas del centro de México, y dentro de
éstas los reales de minas de nuestro estudio, el trabajo
libre convivió, hasta prácticamente mediados del siglo
XVII, con el del repartimiento forzoso. Es más, ante la
escasez de trabajadores, los empresarios de todos los
reales mineros considerados en el cuatro (salvo
Zacatecas), solicitaron trabajadores de repartimiento,
peticiones no siembre exitosas dadas las situaciones
que hemos descrito con respecto a este sistema
laboral.
La pervivencia del repartimiento se debió a que, a
diferencia del norte, despoblado y con mercados
lejanos para abastecerse, las minas del centro de
México contaban con comunidades indias cercanas
que abastecieron de mano de obra a las minas, así
fuera de roma irregular, por la renuencia de los indios
a acudir a las minas. Asimismo, estaban las ciudades
de México y Toluca como centros de abastecimiento
relativamente cercanos. Tales factores pueden explicar
que el trabajo forzado fuera todavía solicitado por los
patrones mineros en el Sultepec: del siglo XVIII.
Otro argumento a este respecto es que, una
evaluación global del trabajo forzoso en los reales de
minas de Nueva España, (si bien hemos de tomar en
cuenta las variaciones regionales), indica que los
sistemas de trabajo forzoso no constituyeron el núcleo
esencial de la mano de obra empleada. Resultaron
útiles como fuerza permanente, amortiguando los
efectos de las fluctuaciones del trabajo libre,
provocados por las épocas de bonanza y borrasca.
Además, ese tipo de trabajo era en esencia, el no
calificado, el de los peones, pues el calificado (el
trabajador “libre”), sólo se conseguía a través de los
incentivos.
Uno de esos incentivos se refiere a la participación del
trabajador, sobre todo del barretero-tarea peligrosa en
las minas, estos incentivos se aplicaban al mineral que
el barretero tenía derecho a sacer después de su
jornada algunos motivos impulsaron a los dueños de
minas a autorizar el sistema de pepena, a pesar de
que menguaba sus utilidades, tales como el reducido
mercado de trabajo, la constante resistencia de los
indios para trabajar en las minas p la insuficiencia de
moneda acuñada circulan, con la consiguiente falta de
la mayoría de los propietarios, lo que limitaban el pago
de salarios en efectivo.
Otro incentivo para atraer a los indios a las minas fue
la exención del tributo para aquellos que consintieran
en trabajar voluntariamente en los centros mineros.
Por ejemplo, en 1604 se decretó la reserva del pago
de tributos a los indios que quisieran ir a laborar a las
minas de Temascaltepec. Un tercer mecanismo
persuasivo (que tenia mas bien visos de coerción) era
el llamado “sonsaque”, método informal por llamarlo
así, el cual se usaba entre los mineros y consistía en
…sonsacarse y hurtase los unos a los
otros los indios laboríos que tiene en sus
cuadrillas para sacar los metales y hacer
otros beneficios de ellos, en que ponen
tanto cuidado y muchos dineros que con
la facilidad de los indios lo consiguen.

El peonaje por deuda


A fines del siglo XVI los patrones mineros
establecieron medidas encaminadas a sujetar a los
naborios a través de una deuda. El peonaje por deuda
representa una cierta dificultad para entender su
naturaleza real, pues, aunque estaba directamente
relacionado en el trabajo asalariado, ya que el
endeudamiento presupone el reconocimiento de una
relación salarial, ésta se deformó convirtiéndose en
una sujeción del trabajador, por causa de una deuda
con su patrón. “Y es que ante la amenaza e
incertidumbre que para los mineros representaba la
capacidad de decisión y movilidad de los naboríos,
establecieron el “rescate” o adelanto de dinero al
trabajador para fijarlo en las minas. Sin embargo,
sucedía a menudo que, a pesar del compromiso, el
deudor podía escapar, por lo que en varias ocasiones
se dictaron medidas oficiales para evitar esa situación,
no siempre con buenos resultados. Por ejemplo, en las
Ordenanzas de Taxco de 1575 se señalaba que

…muchos indios de los que viven en


cuadrillas y fuera de ellas, que ayudan a
los vecinos y mineros en sus haciendas
siempre tienen recibidos dineros adelantados
y se huyen a pueblos del
Marquesado (del Valle) y a otras partes
fuera de la jurisdicción de estas
minas. (Por lo que se orden) al alcalde
mayor envíe alguaciles dentro de cinco
leguas, aunque sea en otra jurisdicción,
para que tales indios estén a derecho y
paguen lo que deban”.
Si los naborios recibían un salario y tenían cierta
libertad de movimiento, nos preguntamos si se podría
hablar de un trabajador en proceso de proletarización y
sujeto a una relación obrero-patronal “moderna”.
Sistematizando algunos elementos que hemos
delineado sobre el perfil del naborio y para responder a
la pregunta sobre la naturaleza de estos trabajadores,
ella apuntó al parecer, hacia la conformación de un
proletariado, que recibía un salario y tenía movilidad y
libertad para vender su fuerza de trabajo, aparte del
beneficio de la pepena.
Pero el sistema de deudas frenó el proceso de
proletarización de este trabajador, quien quedó
limitado en su libertad para ofrecer su fuerza de trabajo
a la empresa que más le conviniera. Con esta visión
de conjunto coincidimos, con Carlos S. Assadourian,
en que estas relaciones de trabajo no son plenamente
capitalistas, sino que representan formas mixtas entre
un sistema salarial moderno y un régimen de trabajo
primitivo.

PANORAMA DE LA PRODUCCION MINERA A FINES


DEL SIGLO CVI
El cuatro 3 muestra, en forma general, las unidades
productivas, y los insumos con que contaban los reales
de minas de la Nueva España, incluyendo a los de
Temascaltepec, Sultepec y Zacualpan, así como los
requerimientos que hicieron los mineros a la Corona
por concepto de candelas, maíz y sal, que eran
insumos indispensables para el trabajo diario en las
minas, para la alimentación de los trabajadores, y para
producir los metales.
Si bien las condiciones locales fueron fluctuantes, la
generalidad de las explotaciones mineras estaba en
crisis en las primeras décadas del siglo XVIII. Según
informes procedentes de Pachuca, Taxco, Zacualpan;
Temascaltepec y San Luis Potosí, tal crisis parecía
haberse generalizado a causa de tope del nivel freático
y la inundación, por consiguiente de las minas, que
para ese tiempo ya estaban muy profundas y
derrumbadas, la disminución de los metales en
algunos de los yacimientos explorados, así como la
baja ley de los metales, amén de la carencia de fuerza
laboral y problemas de inversión y abasto.

LA MINERIA EN EL SIGLO XVIII


Según datos de Humbolt, en Nueva España existían
unos 500 reales o realitos, que comprendían unas tres
mil minas. Dichos reales y realitos se dividieron en 37
distritos mineros, encabezados por las diputaciones de
minería. En la Intendencia de México, existieron 7
distritos mineros, que contaban con sus diputaciones
de minería respectivas: Pachuca, El Doctor, Zimapán,
Taxco, Zacualpan, Sultepec, Temascaltepec.
En la Nueva España floreció la industria de la plata a
partir de 1770. Desde ese año en adelante la
producción presento una tendencia ascendente hasta
experimentar un estancamiento al tiempo del estallido
de la guerra de Independencia. El año de 1805
representó el punto más alto de la producción dentro
del periodo que va de 1770 a 1809, año en que la
producción alcanzó un valor de 27,165.888 pesos, de
los cuales 1,369.814 pesos correspondían a la
producción de oro y el resto a la de plata, hecho que la
confirma como la producción dominante en la Nueva
España.
De ese periodo, 1769 a 1773, la producción de oro,
plaa de azogue, plata de fuego y los derechos reales
pagados a la Corona en la Caja Real de México por los
once distritos mineros se muestran en el cuadro 6.
Tlalpuhaua destaca como el primer productor de oro.
Todos los demás minerales eran más bien plateros,
ubicándose muy por debajo de la producción de
Tlalpujahua. De los minerales considerados, resalta la
importancia de Taxco como el primer productor de
plata de azogue, y la mediana producción de los reales
de Temascaltepec, Sultepec y Zacualpan. Aun así,
ocupan los lugares siguientes de Taxco.
Posteriormente viene otros minerales cuya producción
está muy por debajo de los volúmenes alcanzados por
los cuatro primeros. En cambio, los primeros lugares
en la producción de plata por fuego pertenecen a los
minerales de Tlalpujahua, Sichu, Tetela del Río,
siguiéndoles los de Temascaltepec, Sultepec y
Zacualpan. Como el método de fundición por fuego se
aplica a metales de alta ley y, o que contenían plomo o
sus compuestos, podríamos reducir que los minerales
considerados en los primeros lugares en producción
por dicho método tenían metales con esas
características, o, también, que los empresarios
utilizaban este método por ser mas rápido que el de
azogue. En términos globales, el método de fundición
por azogue pareció predominar en los reales mineros
frente al de fundición por ser más efectivo, ya que
permitía, obtener un porcentaje mayor de plata
contenida en el mineral. Sin embargo sólo un estudio
particular podría mostrarnos en que medida eran
usados los dos métodos en cada real. Finalmente, y
desde el punto de vista fiscal, Temascaltepec y
Sultepec fueron los distritos de mayor importancia
después de Taxco, entre los 11 que contribuían a la
Real Caja de México, en correspondencia con los
volúmenes de producción y marcos obtenidos.
Tomando como base la producción de oro y plata, la
industria minera novohispana tuvo una expansión
entre 1763 y 1809, con una tasa de crecimiento media
anual de 1.62 por ciento. Pero el crecimiento no fue
igual en todos los años del periodo considerado. Si se
enfoca la tasa de crecimiento anual de 1771 a 1772, la
producción creció en un 41.46 por ciento, pero sufrió
un descenso considerable de 32.47 por ciento en
1774.
La caída de la producción en 1774 fue producto de
varios factores, el principal de ellos fue la inundación
que sufrieron las minas. Este es el caso de los
minerales que contribuían a la Caja de México, en el
que puede observarse el elevado número de minas
abandonadas, sobre todo por inundación, pero
también por falta de capitales o mano de obra.
Después de 1774 la producción tuvo una recuperación
que se mantuvo estable hasta 1787, cuando de nuevo
tuvo una reducción en su rendimiento.
En el cuadro 8 se muestran los datos sobre los
ingresos de plata a las Cajas Reales durante el
periodo que va de 1785 a 1789.

LOS ASIENTOS MINEROS COMO CENTROS DE


POBLACION

Si bien el desarrollo urbano de los centros mineros fue


desigual, puesto que estaban sometidos
principalmente a las fluctuaciones de la producción y a
la calidad y ley de los metales, Temascaltepec,
Sultepec y Zacualpan registraron un proceso de
conformación como centros de población, los cuales
subsisten en la actualidad.
Aun en tiempos de auge, la población trabajadora se
comportaba de acuerdo a los altibajos de la producción
minera. Sólo el provecho que obtenían de los
minerales mantenía a esos trabajadores adscritos a los
reales. De este modo, de Temascaltepec, por ejemplo,
en 1580 se señalaba que “…al presente hay muchos
advenedizos de muchas partes que vienen a trabajar
en las dichas minas, habiendo cantidad de indios de
diferentes lenguas”.
Por lo que se refiere a la población español, la mayoría
de ella, instalada en los reales, eran mineros
propietarios de minas, de haciendas de beneficio, de
estancias de ganado y agrícolas, o bien se dedicaban
al comercio, los obrajes o fungían como oficiales de
gobierno. Hacia 1570 había en Zacualpan 70
españoles, de los cuales 12 eran mineros y los demás
mercaderes y criados de los mineros, así como 136
negros esclavos “que son todos advenedizos y
laborías”. En 1569 se contaban en 1,267 indios
tributarios y 224 familias que estaban exentas de
tributo y trabajaban en las minas. Mientras que en
Temascaltepec, hacia esa misma fecha, estaban
asentados 55 vecinos, la mayoría mineros y en menor
cantidad oficiales y mercaderes, así como 200 negros
y 267 indios naborios, entre hombres y mujeres, que
trabajan en las minas por un salario. Otra fuente indica
en la zona de Amatepec y Texcaltitlán 2,872 indios
tributarios, 1,333 en el primero y 1,539 en el segundo,
además de 1,335 indios mineros que sumaban
alrededor de 3,500 familias. Después de 1569 se
encontraban asentados 211 españoles y 692 negros
esclavos en las zonas de Temascaltepec y Sultepec.
Al parecer existieron fluctuaciones demográficas en los
asentamientos mineros que fueron correlativas a las
bonanzas y decadencias de la producción minera, así
como a raíz del descubrimiento de nuevos
yacimientos.
En Zacualpan los altibajos de la actividad minera
incidieron en las fluctuaciones de población no india.
En 1569 había en las minas 25 españoles casados y
134 esclavos negros, hacia 1743 se registraron 100
familias no indias. En Sultepec el real original estuvo
en el área de Amatepec y fue, posiblemente, San
Miguel Sultepec, pero ya antes de 1554 se había
registrado un despoblamiento paulatino de las minas.
Al buscar nuevos yacimientos, el real se ubicó, hacia
1569, a cuatro leguas al norte del real original, en San
Juan Bautista, donde hubo otros reales mineros y
cuadrillas. Por su parte Temascaltepec que a su
descubrimiento se pobló primero en el sitio llamado la
Albarrada, al comprobarse que era muy dura para
beneficiarse, el sitio se bajo al asiento de Cacalostoc,
llamado “Real de Ríos” a una legua de la mencionada
albarrada.
La decadencia de las minas se empezó a resentir
claramente en el tercer decenio del siglo XVII. Fue el
caso de Sultepec, que presento una declinación de su
producción hacia 1632, una de cuyas razones fue no
tener suficientes indios de repartimiento. A pesar de
ello, Sultepec, como Temascaltepec y Zacualpan,
continuaron produciendo metal, así fuera con altibajos,
y la Corona continuó percibiendo ganancias de estos
reales. Ya en el siglo XVIII, la Provincia de la Plata era
la cuarta productora de plata, después de Zacatecas,
Guanajuato y Pachuca. También hay que recordar que
aparte de la producción minera, en los reales y en sus
zonas circunvecinas se desarrollaron haciendas
agroganaderas pertenecientes a empresarios
españoles, no pocos de los cuales eran mineros
también. Una hipótesis es que, en épocas de
decadencia minera, los empresarios enfocaban su
actividad económica a la ganadería y la agricultura,
paliando así momentos críticos en la vida de los
reales. Además de estos empresarios, se
establecieron en los reales comerciantes y artesanos:
sastres, zapateros, carpinteros, etcétera. Al lado de
esta población blanca están los grupos de negros,
mulatos y castas con la población indígena.
A pesar de que los centros mineros pudieron contar
con una población asentada más o menos
permanentemente, de todas formas los centros
urbanos de la Provincia de la Plata fueron menos
densos y variados que los fundados en los reales
mineros del norte como Zacatecas y Guanajuato, pues
la ciudad de México aseguró muy por encima de las
necesidades regionales, una gama de servicios y
actividades regionales, una gama de servicios y
actividades más amplia. En este sentido, la relativa
cercanía de los reales mineros del sur del valle de
Toluca fue quizá el motivo de que en ellas no
residieran permanentemente los más destacados
dueños de minas, como fue el caso, entre otros de
Hernán Cortés o los Cromberger (conocida familia de
impresores de la Nueva España), quienes, hacia 1540,
eran dueños de Sultepec, de varios sitios de fundir
metal, de algunas mercedes de tierras y varios
esclavos. Ellos vivían en la ciudad de México y sus
negocios mineros locales los atendía un español,
Rodrigo Morales.
De cualquier forma, la riqueza minera determinó el
desarrollo regional en su conjunto, que llego a
constituir “una real de necesidades y de posibilidades
económicas que lograron perdurar a pesar de la
extinción (o disminución) de la fuente de riquezas en la
que tuvieron su origen y a los cuales subordinaría en
cierta medida el futuro desarrollo económico y la
distribución demográfica consiguiente”.

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