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EL MERCADO INDÍGENA
Como parte de este abastecimiento de las
comunidades circundantes a los reales estaban los
mercados locales o tianguis, mismos que tuvieron una
importancia vital en el intercambio de la región minera.
Es de hacer notar que ya existía un circuito de
mercados con un itinerario establecido. En estos
tianguis, y en los demás que existieron en la región,
los naturales vendían, por un lado, sus mercancías,
pero también adquirían, en parte, productos
indispensables para su sustento y para pagar sus
tributos, cuyo monto total era complementado con los
productos de sus tierras de cultivo. Asimismo, eran,
esos mercados locales, centros de abasto donde
podían comprar y abastecerse los mineros. Por
ejemplo, en Tecalitlán donde:
tienen (…) los martes tianguis de ocho a ocho días que
es feria o mercado en el cual se contrata y vende entre
los naturales maíz, sal y gallinas y todos los demás
bastimentos de comidas que entre ellos se usa, cazas:
venados, conejos; pagan sus tributos cada indio
casado ocho reales que es un peso de tipuzque y
media hanega de maíz Tejupilco hace su tianguis los
domingos de las mismas cosas y pagan el mismo
tributo y los de Temascaltepec pagan lo propio y hacen
su tianguis los domingos de las mismas cosas y pagan
el mismo tributo y los de Temascaltepec pagan lo
propio y hacen su tianguis el domingo.
Cabe mencionar aquí que en este abastecimiento
comercial la arriería fue una actividad fundamental, las
mulas, como medio de transporte de las mercancías
desempeño una actividad crucial. En los pueblos
comarcanos a los reales esta actividad era muy
intensa. Los arrieros conducían insumos que
demandaban los reales, y a la vez llevaban productos
provenientes de Cuernavaca – como el azúcar y la
miel de tierra caliente-., a la ciudad de México.
Con el tiempo se conformó una especialización de las
diferentes áreas del espacio económico regional por
actividad y por razas. El mapa 4 muestra la
especialización productiva de las diferentes áreas
circunvecinas y el mapa 5, la de las localidades más
lejanas a los reales, mismas que abastecían a aquellos
de diferentes productos y de fuerza de trabajo.
LA ARTICULACIÓN MERCANTIL
Sin embargo, debido a dificultades de abasto, sobre
todo agrícola, fue necesario recurrir a otras zonas más
alejadas de los reales de minas, en este caso el valle
de Toluca. En efecto, desde prácticamente los inicios
de la explotación minera, pueblos como Toluca,
Metepec, Calimaya y Tepemajalco debían destinar
parte de producción debían destinar parte de
producción agrícola de sus tierras de comunidad para
el consumo de los centros mineros, ya fuera por tributo
o por comercialización. Además de cumplir con el
trabajo forzoso de los repartimientos y con las cargas
extra que les imponía el régimen español. Según se
infiere del libro de las Tasaciones de los Pueblos de la
Nueva España, pueblos como Calimaya y
Tepemajalco, Toluca y Metepec, debían destinar parte
de la producción agrícola de sus tierras de comunidad
para el consumo de los reales mineros, primero por
tributo o por esta modalidad y la de la
comercialización.
Sobre todo, en épocas de escasez, los reales de
minas acudían al valle de Toluca para abastecerse de
maíz. Por ejemplo, en 1611 don Alonso de Villa
Castro, alcalde mayor de Zacualpan, envió a Pedro de
Nájera a comprar al valle de Toluca 400 o 500 fanegas
de maíz para proveer a las haciendas y a los mineros
de Zacualpan, debido a que había una grave escasez
del grano en estas minas. A los circuitos local y
regional que tenían como eje la actividad mercantil
vinculada con los centros mineros, se agregó el
circuito interprovincial y el transoceánico. Del primero
es ejemplo ilustrativo de vinculación con el valle de
Toluca, a la que nos referimos ya, pero también con la
ciudad de México. Este nexo con la capital se produjo
prácticamente desde el descubrimiento de los
yacimientos. Los primeros exploradores y explotadores
de las minas provenían, en su mayoría de la ciudad de
México, entre ellos el mismo Hernán Cortés, quien fue
dueño de minas en Taxco, Zacualpan y Sultepec.
Varios de esos personajes eran encomenderos de los
pueblos que luego fueron los reales de minas o de los
comarcanos, pero no pocos residían en la capital,
manejando sus negocios en los centros mineros o en
los pueblos de encomienda a través de intermediarios.
Las vinculaciones comerciales de los reales de minas
con la ciudad de México se intensificaron conforme
creció el auge productivo del sector minero. Los
comerciantes capitalinos establecieron tiendas en los
reales, manejadas por sus agentes o intermediarios
locales, casi siempre a través de compañías. Un caso
fue el de Lucas Pérez de Ribera, mercader de la
ciudad de México y Gabriel de Monroche, residente en
las minas de Zacualpan, quienes habían establecido
una tienda por medio de una compañía. Monroche
pagaba a Pérez de Ribera con plata quintada las
mercancías que le hacia llegar desde la ciudad de
México. En 1602 los dos decidieron finiquitar la
compañía y cerrar la tienda.
La articulación del espacio minero fuera de sus
fronteras por lo que concierne al comercio y abasto de
productos, puede ilustrarse con un ejemplo, ya en el
siglo XVIII Sultepec recibía productos de Celaya,
Querétaro y salamanca, que abastecían a dicho real
de sabanilla, añil, garbanzo, mantas sombreros,
Puebla contribuía con cristal y loza, el valle de
Cuernavaca enviaba azúcar, Michoacán mantas y
cortes de jerguilla. El abasto a nivel transoceánico vía
la ciudad de México y Veracruz consistía en vino y
aguardiente, traído de esta última. También se
comercializaba el cacao de Guayaquil. Por su parte,
Sultepec vendía rebozos y, naturalmente, plata.
En suma, la actividad minera puso en marcha una
fuerte dinámica económica local y regional. Los reales
mineros permitieron la existencia de una interrelación
entre ellos y con las diferentes zonas aledañas o más
lejanas, con las cuales se dio un importante comercio.
Asimismo, apareció una especialización productiva en
determinadas áreas circunvecinas a los reales y una
incipiente división del trabajo.
La esclavitud indígena
De la encomienda al repartimiento
El servicio personal de los indios libres (es decir, no
sujetos a esclavitud) fue posible gracias a su
adaptación a distintas instituciones implantadas por las
autoridades virreinales. Una de estas instituciones fue
la encomienda.
Los indígenas encomendados convivieron con los
trabajadores esclavos destinados a las minas. Desde
los primeros años de la conquista y hasta alrededor de
1536 dichos indios se ocuparon de otorgar servicios
personales en las minas y en el acarreo de abastos
para los esclavos y empleados. Suministraban los
bastimentos y los transportaban a los reales mineros,
aparte de proveer de algunos materiales de
construcción.
De este modo, los indígenas de encomienda que
vivían en aldeas próximas y no tan próximas a las
minas, constituyeron una significativa fuente de mano
de obra para la minería novohispana temprana. Robert
C. West señala que la mayoría de los trabajadores de
encomienda adscritos a las minas de Sultepec,
Amatepec y Taxco provenían de los pueblos de
encomienda tarascos de la zona centro, es decir, a
una distancia de entre 200 y 250 kilómetros de los
reales de minas.
Pero la Corona detuvo el poder creciente de los
encomenderos. A través de las Leyes Nuevas de
1542, quedaron extinguidas las encomiendas, si bien
sobrevivieron algunas durante el virreinato. También
se prohibía la esclavitud y se suprimía todo trabajo
gratuito. Casi paralelo a este proceso, las autoridades
implantaron un sistema de trabajo, el repartimiento
forzoso de trabajadores, que intentaba sustituir el
trabajo de los indios en las encomiendas y a los
esclavos que todavía producían esa calidad. El
repartimiento y la encomienda fueron dos instituciones
distintas, pero coexistieron en una fase de transición.
Los encomenderos trataron de frenar el repartimiento,
ya que éste no convenía a sus intereses, pero no
pudieron impedir que este sistema de trabajo
despoblara sus encomiendas.
La esclavitud negra
Los naboríos