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Chuetas, el endogámico grupo social


descendiente de los judeoconversos
mallorquines
 Autor de la entradaPor Jorge Álvarez
 Fecha de la entrada24 Mar, 2017
 CategoríasEn Historia

Los barrios chuetas de Palma de Mallorca/Imagen: Lliura en Wikimedia Commons


En 1773 el rey Carlos III de España recibió desde Mallorca una
instancia cuyos firmantes, un grupo de diputados conocidos
comos perruques (pelucas), solicitaban el reconocimiento oficial de
la plena igualdad civil y social para los chuetas.

El Consejo de Castilla pidió entonces informes a los principales


cuerpos administrativos de la isla, que se mostraron desfavorables a
acceder a la demanda; sin embargo, ya estaba abierta la puerta a
hacer justicia a un grupo social balear marginado históricamente y
que a lo largo de los años siguientes fue recuperando, no sin
obstáculos, su derecho a una existencia normal.

Se trataba de los descendientes de los judíos conversos, que


hasta entonces habían mantenido una identidad propia fruto de la
endogamia forzada por su segregación.

La situación de los judíos en los reinos españoles había


experimentado una degradación especialmente marcada a partir
de finales de la Baja Edad Media, sufriendo pogromos cada vez
más frecuentes, siendo objeto de bulos e infundios a cual más
absurdo y viéndose obligados a menudo a una conversión
forzosa al cristianismo para poder sobrevivir, aunque en secreto
seguían practicando la religión mosaica. Mallorca fue un buen
exponente de esto, sufriendo los hebreos tres centenares de muertos
en la violenta oleada antisemita de 1391 mientras los
aproximadamente 800 supervivientes buscaban refugio en el palacio
del gobernador.

El Gran Consejo les prometió entonces un donativo de 2.000 libras


por su conversión -aunque nunca llegó a pagarlas- y en 1435, en el
contexto de la habitual acusación de crímenes rituales, toda la
comunidad aceptó la nueva fe a cambio del perdón.
El
memorial presentado a Carlos III/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Es decir, dejó de haber judíos en Mallorca; pero únicamente sobre el


papel, ya que no sólo no se hizo la correspondiente labor
evangelizadora con ellos sino que se les continuó dando un trato
hostil. Los que pudieron, se fueron; el resto del grupo se encerró
sobre sí mismo y alcanzaba el millar de individuos cuando en
1488 la Inquisición llegó a la isla, a despecho del desagrado que
su implantación había despertado en la Corona de Aragón.

En casi tres décadas, el Santo Oficio condenó a muerte a 85


personas, reconciliando a otros dos centenares y medio a cambio
de fuertes multas. Pero, pese a que algunos descendientes de los
afectados atacaron a mano armada a algún miembro del tribunal, en
general la situación quedó aletargada. Los conversos siguieron con
su vida al margen del resto de la sociedad que los menospreciaba -
más por parte del pueblo que por las clases altas-, aunque sin mayor
trascendencia.

La cosa cambió de pronto en 1675, cuando una serie


de incidentes (delaciones, arrestos, el asesinato de un converso…)
abrieron la caja de los truenos otra vez. Tres años después se desató
una nueva campaña inquisitorial que acusaba a la comunidad
de judaizar, de casarse sólo entre ellos, de insultar a los cristianos, de
reunirse clandestinamente para practicar sus ritos y así hasta 33
cargos entre los que no faltaba el inevitable de practicar sacrificios
humanos.

El tribunal condenó a 237 personas a penas diversas en sucesivos


autos de fe; no hubo ejecuciones pero se recaudó una cifra
importante en multas, pues la comunidad se había
enriquecido gracias a las actividades mercantiles y es probable que
ello influyera en la nueva persecución, dada la proverbial necesidad
de fondos inquisitoriales en una época en la que esta institución
había ido reduciendo considerablemente su actividad respecto a
antaño.
Auto de Fe en Madrid (Francisco Rizi)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
En suma, se ordenó el confinamiento en una aljama (la Calle, la
llamaban) de los chuetas, nombre con que se les conocía
popularmente (probablemente deriva de la palabra latina suilla,
carne de cerdo, en alusión sardónica a sus particularidades
gastronómicas).

Viendo el panorama empezaron a marcharse en pequeños grupos


para no llamar la atención, pero una delación llevó a nuevas
detenciones que culminaron en otros cuatro autos de fe en 1691,
repitiéndose la cosa en 1694 y al año siguiente; sumaron en total 236
reconciliados y 63 relajados, algunos en persona (quemados
vivos o previo estrangulamiento, si se arrepentían en el último
momento) o en efigie (una figura los representaba, si no habían
fallecido antes o no se los había podido apresar).

Al contrario que en tiempos del edicto de expulsión, esta persecución


tuvo una considerable repercusión negativa sobre la economía
mallorquina; pero también dejó una honda impresión moral, ya
que no sólo los condenados sino también sus hijos y nietos quedaron
estigmatizados, al privárseles del derecho a acceder a cargos
públicos, formar parte de gremios artesanos, estudiar en la
universidad, ingresar en el sacerdocio, lucir joyas o montar a caballo,
entre otras prohibiciones.

En la práctica también tuvieron imposible casarse con cristianos, lo


que les abocó aún más a la endogamia. Los sambenitos que
tuvieron que usar los reos quedaron colgados en el claustro del
convento de Santo Domingo, como mandaba la norma, y allí
permanecieron exhibidos hasta 1820, en que al amparo del Trienio
Liberal fueron quemados junto con los archivos inquisitoriales.
Reproducción de un sambenito/Foto: Elliott Brown (Casa de Sefarad) en Wikimedia
Commons
Como explicaba al principio, Carlos III, que era partidario de poner
fin a la discriminación histórica, se encontró con la fuerte
oposición de la Audiencia de Mallorca, así como de la mayoría de
los gremios y la Universidad; incluso hubo una propuesta de
desterrar a los chuetas a las islas de Menorca y Cabrera.

En cambio, el obispo de Palma informó positivamente de


ellos, en parte por su aportación a la economía y en parte por su
comportamiento ejemplar: «Es gente de buenas costumbres,
piadosa en vida y muerte, de que dan pruebas nada equívocas, sin
que el caso posible de que alguno judaíce en el futuro…».

Así, en 1782 se promulgaba una Real Cédula que ponía fin a su


enclaustramiento y mandaba demoler los elementos
arquitectónicos que delimitasen el barrio chueta, del que hoy en día
queda la calle Platerías de la capital balear. En 1785 y 1788 hubo dos
cédulas más declarándolos aptos para todos los empleos.
La
Real Cédula de 1782/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Por supuesto, una cosa era la teoría y otra la práctica, que para
solventar siglos de injusticia suele requerir del paso de generaciones
y gran paciencia. Por eso, pese a la prohibición dictada por el rey, los
sambenitos siguieron expuestos. Fue necesario paralizar la reedición
de un panfleto del teólogo jesuita Francesc Garau titulado La Fe
triunfante (se había publicado originalmente en 1691, en medio de
las persecuciones inquisitoriales) y no se pudo impedir que
continuara la endogamia del grupo, aún cuando se intentó mezclar a
sus miembros con el resto de habitantes, como tampoco se
eliminarían los expedientes de limpieza de sangre hasta que las
Cortes de Cádiz lo decretaron en 1811.
Fernando VII los restauró, pero poco a poco se iban dando pasos
adelante: fueron abolidos definitivamente por una Real Orden de su
viuda en 1834 y, dos años más tarde, Palma nombraba al primer
concejal chueta. También solía haber algún paso atrás, como la
publicación en 1857 de La sinagoga balear. Historia de los judíos de
Mallorca, un libelo que recogía los tópicos de La Fe triunfante y fue
contestado por autores chuetas; entre ellos estaba el sacerdote José
Taronji, firmando su Estado religioso y social de la isla de Mallorca.
José
Tarongi/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero no se podía detener el avance de los tiempos. En el siglo XX los


chuetas ya estaban completamente integrados en todos los
ámbitos profesionales, sin importar su apellido, y los matrimonios
mixtos se imponían numéricamente a los endogámicos.
Políticamente había de todo, pero tendieron a alinearse con
ideologías liberales y laicas, que eran las que les defendían al fin y al
cabo.

Porque, increíblemente, en 1951 todavía se volvió a editar La


sinagoga balear y, en un año tan tardío ya como 1966, un ensayo
titulado Els descendents dels jueus conversos de Mallorca. Quatre
paraules de la veritat (Los descendientes de los Judíos Conversos de
Mallorca. Cuatro palabras de la verdad) levantó bastante polvareda
al añadir a la lista de apellidos chuetas muchos más de los así
considerados tradicionalmente.

Tras el franquismo, la cuestión chueta quedó normalizada hasta el


punto de que en 1979 Palma eligió un alcalde de tal
ascendencia, Ramón Aguiló, de apellido típico (los otros 14
clásicos eran Bonnin, Cortés, Forteza, Fuster, Marti, Miró, Picó,
Piña, Pomar, Segura, Taronji, Valenti, Valleriola y Valls).

Cabe preguntarse ahora cómo fue posible la pervivencia de un


grupo de características tan compactas (el Departamento de
Genética Humana de la Universidad de las Islas Baleares ha
demostrado su homogeneidad genética), cuando en el resto de
España la cuestión conversa fue diluyéndose con el paso de los siglos
sin mayor problema.

El historiador Antonio Domínguez Ortiz habla de «tendencia


típica de la insularidad al arcaísmo, el retraso y el conservatismo»,
en el sentido de que «los fenómenos procedentes del exterior llegan
más tarde a las islas y sobreviven allí más tiempo», de ahí que
Mallorca presentara «ya en el siglo XVIII y aún en el XIX, rasgos
similares a los de Castilla en el XVII».
Fuentes: Los judíos en España (Joseph Pérez) / Los judeoconversos
en España y América (Antonio Domínguez Ortiz) / Los judíos en la
España moderna y contemporánea (Julio Caro Baroja) / Los
muertos mandan (Vicente blasco Ibáñez) / Wikipedia

Las protestas de Rosenstraße, cuando las mujeres alemanas salvaron a sus maridos
judíos enfrentándose al régimen nazi

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