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Teología

JOSÉ HUTTER

El fracaso de la teología
racionalista
El racionalismo y su correspondiente teología protestante, la Alta Crítica,
han dejado un desierto teológico y espiritual condenando al
protestantismo europeo a una irrelevancia total.


09 DE MAYO DE 2018 · 08:00

Leyendo entre líneas, una obra de arte de los arquitectos Gijs y Van Vaerenbergh en
Borgloon. / Johan Neven, Flickr (CC 2.0)
Acabamos de dejar atrás un número interminable de conferencias y
conmemoraciones a raíz del 500 aniversario de la Reforma en todo el
mundo. Nada que objetar. Sin embargo, a mí me parece que muy poco se
ha mencionado hasta qué punto ciertos círculos teológicos protestantes
-sobre todo en los países “protestantes”- están traicionando de una
forma vergonzosa -desde mi punto de vista- el tema de la “Sola
Scriptura”. Para que nos entendamos: estoy hablando de aquellos a los que
se ha tildado en el mundo evangélico como adeptos a la teología “liberal”.

No me gusta la etiqueta. Son liberales a la hora de la interpretación de la


Escritura, pero bastante rígidos e intransigentes a la hora de defender
los pilares de su cosmovisión teológica particular contra aquellos que no
compartimos su teología. Por lo tanto, más bien me gusta hablar de la
teología racionalista. Porque de esto se trata.

FILOSOFÍAS DE MODA

Nada ocurre por combustión espontánea. Al menos, no en la interpretación


teológica. Tristemente, el protestantismo se ha caracterizado en su
segmento mayoritario -estoy hablando del protestantismo europeo- en los
últimos 200 años por una creciente dependencia de la filosofías de
moda. La razón humana se ha convertido en el principio que todo lo rige y
todo lo valora de forma absoluta. Es precisamente aquí donde está la madre
del cordero. Los que creemos en la autoridad de la Biblia y en una
interpretación histórica bíblica no despreciamos las ciencias, ni creemos
que un creyente tenga que dejar de pensar para entregarse con cuerpo y
alma a algún “gurú” evangélico. Esa idea es el típico muñeco de paja que
nuestros amigos racionalistas con tanta dedicación construyen para luego
quemarlo. De la misma manera, tenemos que aguantar continuamente el
estereotipo de que la Biblia no cayó del cielo acompañada de un rayo y
cosas por el estilo. Claro que no. Ni tampoco he conocido en mi vida a
nadie que lo haya dicho o enseñado, y he conocido unos cuantos grupos e
iglesias. Así que seamos un poco más serios en nuestro razonamiento
porque uno se cansa ya un poco de este tipo de argumentación simplista.
Tampoco creo que haya que tener un doctorado en teología, sociología y
a ser posible también psicología para finalmente dar a la Iglesia una visión
donde todo vale, o casi todo. Nos aleccionan que no se debe marginar, se
obstinan en llamar al pecado “orientación sexual” y al universalismo
“evangelio de la inclusión”. Por supuesto Jesús haría lo mismo, nos
dicen. Queda la pregunta: ¿de dónde se saca la idea de que Jesús era
tolerante con todo el mundo?

A veces a uno le da la impresión que el credo apostólico ha dado lugar a


un nuevo credo racionalista: no hay dios salvo aquel que respeta los
derechos humanos y Rudolf Bultmann es su profeta.
Se nos echa en cara de parte de este tipo de teología “progresista” que con
nuestra creencia en la inspiración verbal de las Escrituras reducimos a Dios
a la dimensión humana. Yo más bien diría que los que caen en esto son
aquellos que se aferran a la filosofía de moda y la convierten en vara de
medir de una teología humanista, antropocéntrica y racionalista.

Pero lo que antes era un problema en los países tradicionalmente


protestantes del centro y del norte de Europa se ha apoderado también de
un segmento creciente teológico en España. Está siendo hora de que se
hable bien claro y que se pongan todas las cartas sobre la mesa: no
defienden el evangelio de los apóstoles aquellos que ponen su veleta en el
viento de las modas, sino precisamente aquellos que a veces luchan contra
viento y marea para defender el antiguo y eterno evangelio del “escrito
está”.

ALTA CRÍTICA, DOMINANTE EN EUROPA

Quiero mencionar en este contexto, por lo menos de paso, el tema de


la Alta Crítica. Hay artículos -empezando con la Wikipedia- que nos
pueden servir para introducirnos al tema, si no estamos familiarizados con
ello. Este artículo no pretende explicar de qué se trata de forma detallada,
pero de forma sencilla, podemos decir que la Alta Crítica pretende
diferenciar entre lo que es verídico y histórico y lo que simplemente se
ha inventado para “embellecer” el texto.

La Alta Crítica (también conocido como el método histórico crítico) -que


en el caso del Antiguo Testamento empezaba con teólogos como Astruc y
Wellhausen, por nombrar solo dos- se ha convertido en la vaca sagrada
de este tipo de teología que se jacta de ostentar la palabra “científica”.

Bajo el epígrafe “científico”, las facultades teológicas estatales dominadas


por funcionarios estatales, llamados catedráticos, pagados con dinero
público y gozando de un poder académico monopolista desde los tiempos
del los reyes protestantes Gustavo Adolfo de Suecia y Federico el Grande
de Prusia, han secuestrado la interpretación de las Escrituras
-“científica”- haciendo añícos de todo aquello que era sagrado para los
reformadores y los apóstoles.

Bajo el dictado la Alta Crítica -la versión teológica de la razón humana


todopoderosa- no queda nada de la autoría de Moisés del pentateuco, la
Biblia queda vaciada de milagros y las teorías del señor Hawking tienen por
lo visto más base para el creyente que todo en lo que los cristianos han
creído durante siglos, basándose en el texto sagrado.

De hecho las facultades protestantes en países como Alemania, Suiza,


Holanda, el Reino Unido y Suecia se arrogan ahora el poder que la Santa
Inquisición tenía en la Edad Media: todo lo que allí no se enseña, no
sirve, científicamente hablando, claro. Para eso ostentan sus títulos y han
doctorado sobre temas que a nadie interesan y que casi nadie entiende.

UN JESÚS A MEDIDA

Otra área favorita del racionalismo teológico es precisamente la antigua -y


también ya muy vista- dicotomía entre el dios vengativo del Antiguo
Testamento y el evangelio del amor del Nuevo Testamento. Saluda
desde la lejanía histórica el patrón santo de dicha herejía, “San” Marción.
Comúnmente se suele olvidar en los círculos de estos eruditos teológicos
que la frase “ama al prójimo como a ti mismo” sale en el libro de
Levítico y el que viene al final de los tiempos para juzgar a vivos y a
muertos sale en el Nuevo Testamento. Era Jesucristo, el “inclusivo”, que
no solamente echó una bronca soberana a los fariseos, sino también excluyó
durante una buena parte de su ministerio a los samaritanos y paganos. Era
tan inclusivista que dijo a la samaritana que la verdad venía de los judíos.
Es verdad: comía con los pecadores (también con los fariseos), pero
curiosamente, esos pecadores luego se arrepintieron de sus pecados: los
fariseos dejaron de ser farisaicos, los samaritanos dejaron su religión
sectaria, Zaqueo devolvió incluso más de lo estipulado y las prostitutas
dejaron de prostituirse. Es verdad: se opuso a que los discípulos hicieran
caer fuego y azufre sobre los samaritanos, pero al mismo tiempo anunció la
total y completa destrucción de Jerusalén, cortesía del Padre celestial y
anunciado por su Hijo. Y curiosamente no solo instó a sus discípulos a
poner la otra mejilla sino también les animó poco antes de su muerte a
comprar espadas (Lucas 22:35-38). Y supongo que no eran para cortar
jamón.

Tenemos que poner nuestra mirada en Jesús de Nazaret, la Palabra de Dios


encarnada, reza el credo del racionalismo teológico. Muy bien. Estoy de
acuerdo. Pero ¿qué sabemos de Jesús de Nazaret aparte del testimonio del
Nuevo Testamento? ¿Nos apoyamos en una frase de Josefo o en las cuatro
palabras auténticas de Jesús que nos dejó Bultmann? Tenemos que tomar
el testimonio de Nuevo Testamento en serio, en su totalidad, y no
solamente los pasajes que encajen en la ideología de turno y en “esa”
imagen de Jesús de Nazaret dulzona, inclusivista y tolerante.

El racionalismo y su correspondiente teología protestante han dejado un


desierto teológico y espiritual que ha condenado al protestantismo
europeo, sobre todo de corte luterano, reformado y anglicano, a una
irrelevancia total. Las facultades protestantes se han convertido en nidos
de catedráticos endógamos -teológicamente hablando- que hablan en su
lenguaje políticamente correcto, exponiendo temas como el calentamiento
global, los derechos de los LGBTETC. etc, el corazón pacífico del islam, o
la irrelevancia y la no historicidad del cristianismo. Nos cuentan -siempre
en un lenguaje muy bien adornado de frases huecas- que la resurrección hay
que entenderla espiritualmente y que la Biblia es un libro muy interesante
donde hombres y mujeres (hay que ser políticamente correcto) hablan de
sus experiencias espirituales. Pero vamos a decirlo claramente: ellos
mantienen que la Biblia no tiene base histórica, sino más bien
histérica: los discípulos vieron cosas que no eran así y la iglesia primitiva
“puso las palabras del kerygma en la boca de Jesús”. Que cualquier iglesia
con este tipo de predicaciones se quede poco a poco vacía no le extraña a
nadie.
FRACASO

Es curioso, ¿verdad? Desde una perspectiva global son precisamente las


iglesias “liberales” (racionalistas, politizadas, ideologizadas) las que
están cada día más pasadas de moda. ¿Quién se acuerda hoy del Consejo
Ecuménico Mundial en Ginebra, tan popular entre círculos de la teología
universitaria en los años 70 y 80 del año pasado? Pocos se interesan ya -
fuera de las facultades protestantes- por este tipo de teología liberal, a-
histórica, de palabras politizadas e insípidas.
Sin embargo, nos damos cuenta, que las iglesias -a nivel global- que
crecen son iglesias de una teología conservadora en el mejor sentido de
la palabra: porque conservan las doctrinas históricas de la Iglesia,
rechazando a la vez el neo-gnosticismo racionalista y la agenda de aquellos
movimientos que se autoproclaman “progresistas”.

Son precisamente las iglesias conservadoras las que históricamente han


hecho progresar a la fe cristiana, mientras el liberalismo teológico ha
convertido a las iglesias nacidas de la reforma en entidades sin sangre y
sin fuerzas. No son los teólogos de la liberación quienes han cambiado el
paisaje eclesial de Latinoamérica, sino aquellos que -con todos los fallos
que puedan tener- están dispuestos a confiar en el Dios de la Biblia, y no
en aquel de teólogos que han perdido el norte. Que entre ellos hay ovejas
negras, nadie lo duda. Siempre las ha habido. Pero dentro de unas décadas,
el liberalismo teológico será simplemente una anécdota pasajera, llevado
por otro tipo de viento. Y personalmente, prefiero un rebaño con alguna
oveja negra que otro donde casi todo se ve negro, si es que se llega a ver
algo.

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