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En el siglo XIX Londres era el centro financiero del mundo, un puerto fluvial de
actividad intensa y el principal núcleo industrial del país. Además centralizaba la red
nacional de carreteras y ferrocarriles, como revelaban sus grandes estaciones, y era,
también, la capital del comercio de consumo con grandes almacenes.
Sin embargo, una tercera parte de la población londinense vivía en la pobreza.
La antigua convivencia de clases sociales en los viejos cascos urbanos dio paso a una
diferenciación por barrios, de manera que las grandes ciudades se convirtieron, en
grandes centros fabriles, comerciales, administrativos, bancarios y de servicios,
priorizando la funcionalidad por sobre la habitabilidad: esto generó una fuerte
segregación social entre sus barrios. Así, los muelles y grandes zonas del sur de
Londres constituían barriadas degradadas y hacinadas, de calles y casas insalubres,
marcadas por la prostitución y el crimen. El West End, por el contrario, incorporaba los
barrios elegantes de los magníficos edificios de estilo clásico de la aristocracia y las
clases acomodadas, ideales para la vida social.
Las facilidades de comunicación que proporcionaron ferrocarriles, tranvías, autobuses
y bicicletas, permitieron la instalación de factorías y fábricas en las periferias,
apareciendo cinturones industriales y barriadas obreras, además de población que, por
trabajo, se desplazaba diariamente desde localidades aledañas.
EL COTIDIANO DE LA CIUDAD