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LA PANDEMIA: EL MAYOR VERDUGO PARA LA MUJER

Por Nerio Olivar Urbina

Coincido con el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU),


Antonio Guterres, en que la crisis mundial por el covid-19 puso de relieve la profunda
desigualdad de género en los distintos sistemas políticos, sociales y económicos del mundo,
siendo mucho más marcada en América Latina y El Caribe. Por esa razón, y a propósito de
celebrarse el Día Internacional de la Mujer, en este artículo expondré de forma sucinta seis
temas que considero fundamentales.

El primero lo constituye los roles que han ejercido durante el confinamiento. Las
mujeres, principalmente en América Latina, han tenido que ejercer los roles de madres,
cuidadoras de los enfermos y los miembros más longevos de la familia, maestras o
profesoras de los niños y adolescentes, y principales responsables del hogar. Además, las
que cuentan con un trabajo estable o temporal (remoto o presencial) han tenido que cumplir
con sus responsabilidades para no perderlo, hecho que representa mayor carga de trabajo
para ellas. No obstante, otras están en peor situación, puesto que ni siquiera cuentan con
alguna actividad económica remunerada que les permita cierta independencia económica.

El segundo tema es el trabajo o el empleo. De acuerdo con el Centro de Estudios


Económicos y Sociales para América Latina (CEPAL), durante la pandemia las mujeres
han representado 70% de los trabajadores de la salud, 90% de los cuidadores y personal
docente, 80% de los trabajadores dedicados a cuidados personales, y 90% del personal de
limpieza; siendo solo algunos de estos trabajos remunerados.

Otros elementos señalados por la CEPAL y la Organización Internacional del Trabajo


(OIT) respecto a este tema son: 1) se ha perdido un gran número de empleos y la
mayoría son realizados por mujeres en sectores como el comercio, las industrias
manufactureras, el turismo y el servicio doméstico (debido en buena medida a los roles que
han tenido que desempeñar durante la pandemia); 2) las restricciones de viaje han
representado desafíos económicos e incertidumbre para la mayoría de las
trabajadoras (lo que generó un retroceso de más de una década en los niveles de
participación de la mujer en el mundo); 3) una de cada tres mujeres es trabajadora por
cuenta propia, lo que limita su acceso a la protección social (únicamente un bajo
porcentaje está afiliado a un sistema de seguridad social); 4) las mujeres que tienen un
empleo informal o pertenecen a los grupos minoritarios (étnicos, rurales, migrantes,
entre otros) quedaron sin protección social (bajo condiciones de desamparo por parte del
Estado); y 5) la falta de oportunidades laborales y de crecimiento laboral, por un lado, y
la inequidad de salarios en las mujeres, por el otro, generan un impacto negativo en su
economía (que conlleva a limitaciones para cubrir las necesidades básicas tanto propias
como las de su familia).

El tercer tema se relaciona con el liderazgo femenino. Según la revista FOBER, en


algunos países gobernados por mujeres, entre ellos Noruega y Dinamarca, ha sido
donde mejor se ha gestionado la crisis del coronavirus, puesto que se han registrado
menos muertes, se ha gestado mayor esperanza, y han otorgado más beneficios a sus
paisanas. También, en el ámbito organizacional muchas mujeres que ocupan cargos
gerenciales, han generado excelentes planes para enfrentar las crisis del coronavirus en sus
organizaciones.

Sin embargo, el común denominador ha sido la escasa participación de las mujeres en


la toma de decisiones, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otros
entes multilaterales, señalen que deben incluirse en los asesoramientos técnicos y en la
toma de decisiones para la respuesta ante la crisis mundial por covid-19.

El cuarto tema está vinculado con la salud física y mental. La mayoría de quienes se
están enfrentando al virus en el área de salud y dando respuesta en el sector en todo el
mundo son mujeres (médicos, enfermeras, bionalistas, farmacéuticas, entre otras), las
cuales tienen una doble preocupación; la de salvar vidas y la del bienestar de sus familias.
Esto las ha hecho vulnerables porque están expuestas al virus, pero con menos retribución
económica; y han sido víctimas de agresiones en la calle, al igual que en el transporte
público, en varios países y ciudades. Por otro lado, se han visto más expuestas al virus por
el rol de cuidadoras.

La pandemia igualmente ha puesto de manifiesto consecuencias a nivel de la salud mental y


emocional en las mujeres, quienes junto a los niños, adultos mayores y profesionales de la
salud son consideradas dentro de la población más vulnerable; sin tomar en cuenta las
posibles consecuencias a largo plazo. Así, en ellas: se ha presentado miedo, incertidumbre,
cansancio, tristeza, sensación de soledad, ansiedad, angustia, depresión, estrés, dificultades
para mantener el ritmo natural sueño-vigilia, y escasa energía para realizar las tareas
cotidianas; ha aumentado el riesgo de consumo tanto de alcohol como de otras drogas; y
han presentado otros padecimientos psicológicos descritos claramente en mis artículos
“Impacto del trabajo en la salud mental” y “La salud laboral también incluye la salud
mental”. Todo esto ha sido más frecuente y con mayor intensidad en mujeres jóvenes,
madres, y trabajadoras de la salud; con escasos recursos económicos, deudas pendientes,
eventos traumáticos precedentes, poco conocimiento de la pandemia, y limitado apoyo
social.

El quinto tema lo representa la violencia de género. Este es un flagelo que afecta a


muchas mujeres latinoamericanas desde hace siglos, pero en la pandemia según
estimaciones de organismos internacionales como los antes mencionados, más del 27%
han experimentado violencia física, sexual o verbal por parte de su pareja, y 4.000
aproximadamente han sido asesinadas durante los dos años de pandemia. Tales hechos
han ocurrido en los hogares, el trabajo, lugares comunes, y ahora también en escenarios
digitales que forman parte de una vida en diferentes contextos sociales, en un ámbito
cotidiano y público.

El sexto tema se refiere al incremento en los índices de pobreza en las mujeres. El


mismo puede explicarse a partir de dos factores; el primero, el abandono o la pérdida del
empleo, que aunque millones de latinoamericanas trabajan en la informalidad o en
empleos precarios con sueldos muy bajos, éste representa un ingreso que les permite
cierta independencia económica y contribuir con la economía del hogar, los cuales pasaron
a depender solo del ingreso del hombre y perdieron poder adquisitivo.

El segundo es la brecha digital existente entre hombres y mujeres, pues según la ONU en
América Latina y el Caribe una gran cantidad de mujeres no tiene acceso a internet,
no posee una computadora, o no cuenta con un teléfono celular inteligente, dado que
en países poco desarrollados muchas de ellas viven en áreas rurales y tienen menos acceso
a la educación. Tal situación ha sido particularmente nociva en el entendido que buena
parte de las actividades económicas que ellas realizaban, migraron al campo digital de
manera abrupta, demandándoles competencias digitales que no poseían, y por consiguiente,
condenando a muchas al fracaso y sobre todo a la pobreza extrema.

Para finalizar, debo señalar que a pesar de la incertidumbre que nos plantea el futuro
pospandemia es fundamental que todos los actores sociales tomemos consciencia de la
importancia de transformar las sociedades, para avanzar con pasos firmes hacia la
igualdad de género, donde se reconozca y se valore el rol de la mujer en el hogar y otros
escenarios; se permita y promueva su acceso a la educación en todos los niveles, de la
misma manera que su participación en el campo laboral, incluso en posiciones de liderazgo
para la toma de decisiones; y se facilite su participación en la política, el campo científico y
tecnológico, así como en las áreas técnicas especializadas y organismos multilaterales.

Igualmente, se hace indispensable crear marcos legales y jurídicos, al igual que programas
dirigidos a garantizar a las mujeres su salud tanto física como mental; conformar redes de
apoyo y espacios de atención, pero sobre todo de prevención de la violencia de género; y
diseñar programas de capacitación, al mismo tiempo que programas de incentivo
económico, que les permitan ir adquiriendo competencias tanto digitales como técnicas,
para desarrollar sus propios emprendimientos e ir saliendo de la pobreza.

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