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Staff

MODERADORA
Kitten
TRADUCCIÓN
Kitten
MiaStelle Luthien
CORRECCIÓN
Cherry
LECTURA FINAL
Kitten
DISEÑO
Una querida amiga que siempre me saca las
patas del barro cuando colapso en trabajo,
gracias, eres mejor que los 43 ibuprofenos (Por
proyecto) que me tomo para poder sacar los
libros, te amo *Emoji de corazón* Mis riñones te
lo agradecen…
¡Comunicado!
Éste archivo no intenta reemplazar u opacar el
trabajo del autor. Si puedes apoyar al autor
comprando ésta o cualquiera de sus obras, sería
genial. Éste es un archivo hecho por amantes de
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no tiene traducción oficial.
Dicho esto, disfruten su lectura♥
Indice
SINOPSIS Capítulo 17
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Capítulo 21
Capítulo 5 Capítulo 22
Capítulo 6 Capítulo 23
Capítulo 7 Capítulo 24
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Capítulo 30
Capítulo 14 Capítulo 31
Capítulo 15 Capítulo 32
Capítulo 16 PRÓXIMO LIBRO
Nota de Kitten
Este libro es intenso.
Y cuando digo intenso, de verdad me refiero a INTENSO. Más que
un libro DARK lo considero un thriller oscuro donde su único
propósito es romperla en cuerpo y mente.
Si no están dispuest@s a pasar por una historia en la cual el
protagonista es tan retorcido que no le importa lo que ella
sienta, este libro no es para ustedes.
Coloco esta nota como advertencia.
No digan que no les advertí.
De aquí en adelante, están solas comadres.
Besos, xKitten.
Sinopsis
Es controlador, manipulador, peligroso… y estoy enamorada de él.
Rico y poderoso, Richard está acostumbrado a conseguir lo que quiere…
y me quiere a mí. Esto no es un romance. Es una obsesión oscura y
retorcida. Un juego de actos cada vez más depravados.
Cada vez que lucho contra él, él simplemente me sumerge más en su
engaño. La más mínima desobediencia a sus reglas trae un castigo rápido.
Mi vida tal como la conocía se fue. Ahora controla todo.
Estoy atrapada en su red, cuanto más lucho, más me enredo. Ya no
conozco mi propia mente.
Él es dueño de mi cuerpo, lo que me hace desear su doloroso toque.
Pero, ¿el peor engaño de todos? Me hizo amarlo.
Si no me libero pronto, no habrá escapatoria para mí.
NOTA DEL EDITOR: Gilded Cage incluye azotes, escenas sexuales
duras, castigos intensos y humillantes y fuertes temas sádicos. Si tal
material le ofende, compre este libro.
Capítulo 1
Lizzie
Mi vida era… complicada.
¿Conoces esa sensación que tienes cuando empiezas a correr por una
colina empinada? Mientras más rápido corres, había un momento... un
momento... de alegría pura.
Extiendes los brazos mientras disfrutas la sensación de estar casi volando.
Creías, verdaderamente creías que, si corrías un poco más rápido, si te
permitías atreverte un poco más... tal vez podrías volar de verdad. Quizá
tus dedos se despegarían del suelo y podrías tocar el cielo.
Así que, te atreves.
Corres rápido.
Más rápido.
Juraste que ya no podías sentir el suelo debajo de tus pies.
Todo lo que podías ver era el brillante y llamativo azul del cielo.
Y entonces sucedió... miraste hacía abajo, de vuelta a la realidad.
Fue el más corto de los segundos, pero fue suficiente.
De repente te das cuenta, no estabas volando.
Estabas cayendo.
Podía sentir la respiración de Richard contra la sensible piel de mi cuello.
El vello de su pecho me hacía cosquillas en el hombro mientras estaba
acostada entre sus brazos.
Un abrazo de amantes.
Excepto que no lo éramos.
No sabía lo que éramos, pero no era amor. No podía serlo.
¿Tal vez obsesión?
Su brazo envuelto posesivamente alrededor de mi cintura controlaba tanto
como protegía. No había absolutamente nada en mi vida que Richard no
controlara, como vestía, que comía, a donde iba, con quien hablaba. Pero
en realidad, esas eran únicamente cosas superficiales. Su control iba
mucho más allá de eso. Mis pensamientos ya no eran míos; mis anhelos,
mis deseos, mis sueños.
Todos eran suyos.
Todo estaba enfocado en satisfacerlo a él.
Podía sentir los últimos vestigios de mi alma deslizándose.
Cada día una pequeña muerte.
Cada vez que me inclinaba sobre una mesa, o me forzaba a abrir las piernas
o me ordenaba que me pusiera sobre mis rodillas y abriera la boca... la
persona que una vez fui moría un poco más, solo para revivir como su
fantasía de mujer ideal.
Era su muñeca viviente, para que jugara o la castigara a su antojo. Pronto
no quedaría nada de la persona que una vez fui, nada quedaría de lo que
una vez fue mi vida. Solo sería un distante y fragmentado recuerdo.
Mi vida se podía dividir en dos momentos diferentes, antes y después de
Richard. Mi vida antes de él ya era un borrón de rostros, rutinas mundanas
y los movimientos normales de la vida.
El después... era todo.
El después era cegadoramente claro. Lleno de colores, emociones
intensas, placeres y dolor. El después era vivir una vida tan extrema que
sentías el calor de la llama mientras se alimenta de tus propios deseos. Se
extendía hacia el cielo, más caliente y brillante. Pronto te consumirá... y
no te importa.
Richard se ha convertido en mi obsesión tanto como yo en la suya.
Una fusión profana de dos almas dañadas.
No se suponía que fuera así... todo comenzó inocentemente, con un
encuentro y un beso robado. Me pregunto, ¿cómo pude ser tan ingenua?
Como si Richard hubiera dejado algo al azar. El planeó esto... cada
momento de nuestra destrucción mutua, desde el inicio.
Estos placeres violentos tienen finales violentos, y en su triunfo, mueren
como el fuego y la pólvora, que, al besarse, se consumen.
Si alguna vez hubo una frase que encajara con esta jodida y retorcida
obsesión que teníamos era esa. Excepto que no podíamos alegar el
enamoramiento de Romeo y Julieta. No, esto era algo mucho más oscuro
y que consumía totalmente. Aunque nosotros sí teníamos algo en común
con Romeo y Julieta, esto terminaría de manera violenta. No existía otra
manera.
Una obsesión tan extrema no se desvanecía. No éramos el tipo de pareja
que ocasionalmente tenía una pelea por pizza congelada y se separaban,
únicamente hablando de nuevo para intercambiar cajas con objetos
insignificantes como cepillos de dientes y libros sin leer. Eso pasaría con
la mayoría de las parejas normales. No había nada normal en nuestra
relación.
Dolor, castigo, manipulación, todo para perseguir el aumento de un placer
cada vez más intenso, más consumidor. Cada uno había derramado sangre
del frenesí de nuestros propios deseos y en lugar de convertirse en un
talismán aleccionador solo nos impulsó a más.
¿Dónde terminará? En locura o muerte, no tengo ninguna duda. Yo ya
estaba a mitad de camino. Ya no era capaz de decir que era real y que era
parte de nuestro juego. Si no hacía algo pronto para salvarnos a los dos,
estaríamos perdidos. Aunque sabía, en lo profundo de mi ser, que Richard
nunca me dejaría ir, jamás me permitiría simplemente irme. Si era honesta
conmigo misma, no creo que pudiera, aunque lo intentara. Estaba unida a
él con cadenas que yo misma até.
Estos placeres violentos tienen finales violentos
Moviendo mi cuerpo ligeramente de su calor opresivo, busco debajo de
mi almohada, moviendo mis dedos bajo la seda hasta que tocan el metal
frío.
En ese momento, el brazo de Richard se tensa, sus dedos extendidos sobre
la curva de mi cintura, se presionan profundamente en mi piel. Me ahogue
en un jadeo de miedo. El repugnante sabor de la sangre brota en mi boca
porque muerdo mi labio inferior para evitar llorar. Mi corazón martillea
en mis oídos, mientras mi cuerpo se congela para evitar que mis
extremidades tiemblen.
Mis ojos se cierran mientras me preparo para su ira debido a mi traición.
Aguantando la respiración hasta que me siento mareada, el aumento de
adrenalina hace que mi estómago se tense. Aun así, espero en la oscuridad.
Una eternidad después, sus dedos se relajan una vez más, descansando
pesadamente en mi cadera.
Dispuesta a moverme, cuidadosamente me cambio de lado, mi piel
desnuda se deslizó fácilmente por las sábanas de seda.
Puse un pie en el suelo de madera y esperé, escuchando los sonidos
constantes de su respiración. Después puse mi otro pie en el borde de la
cama y me agaché. Por un corto momento, pensé en cubrir mi desnudez
con mi abandonado camisón de color champagne satinado que se veía
brillante a la luz de la luna. Descarto la idea cuando recuerdo como
Richard había desgarrado la delicada tela de mi cuerpo unas horas antes.
Los restos andrajosos no proveerían ninguna protección para mí ahora.
Mis ojos se ajustan a la tenue luz mientras escaneo la habitación, antes de
que mi mirada se pose en Richard.
Inclusive mientras duerme se ve intimidante. Nada puede suavizar los
duros ángulos de su mandíbula y sus pómulos afilados o la fuerte
inclinación de su ceja. Tenía el mismo aspecto guapo y encantador del
diablo, con el mismo código moral. Una parte de mí espera ver sus
penetrantes ojos azules enfocados en mi con ira, dejo escapar entre mis
labios la respiración que estaba aguantando cuando me doy cuenta que
sigue dormido.
Negándome a apartar la mirada de él, envuelvo mis rígidos dedos
alrededor del suave mango de madera del arma, reprimiendo un siseo al
presionarla conta el corte en mi palma, lentamente la saco debajo de mi
almohada.
La Smith & Wesson .38 Special1 pesaba más de lo que pensé. Jamás había
sostenido un arma antes, pero por alguna extraña razón nunca pensé que
se sentiría tan pesada. El metal pulido lucía oscuro y siniestro contra la
pálida piel de mi mano.
Temblores recorrieron mi cuerpo cuando quise dar un paso y luego otro
para alejarme de la cama.
Esto era todo. No había vuelta atrás.

1
Tipo de arma
Dando vueltas, me giré para ver su manera de dormir una vez más.
Excepto que ya no estaba dormido
Esos ojos intensos y oscuros estaban enfocados en mí.
Mi boca se abrió en un grito silencioso mientras mi estómago se retorcía
en un miedo desencarnado y aterrorizante.
¿Ha estado despierto todo este tiempo?
¿Encontró el arma temprano y adivino mi plan?
¿Esto fue solo uno más de sus juegos?
Él, el titiritero, y yo, la muñeca indefensa, bailando con cada tirón de mis
cuerdas.
¿Era una vez más, un indefenso jugador en una enferma y macabra fantasía
de su elección?
Este juego... su juego... nuestro juego... había ido muy lejos.
Necesitaba terminar.
Ahora. Esta noche.
Estos placeres violentos tienen finales violentos...
Desesperada e intentando no tirar el arma, la cambio a mi mano derecha y
la levanto sobre mi pecho. Se siente como si la sangre hubiera sido drenada
de mi cuerpo. Un escalofrío se deslizó por mi piel mientras lo miraba,
sintiéndome como una presa atrapada esperando el ataque de su
depredador.
Sin decir una palabra, Richard mantiene sus ojos fijos en mí mientras se
levanta cuidadosamente de la cama. Vi con horrorosa fascinación como la
sábana se desliza por su musculoso abdomen para caer, exponiendo su
gruesa polla, inequívoca evidencia de que el arrogantemente confiado
hombre que está delante de mí no estaba en lo más mínimo acobardado
por el arma.
Lo supo todo el tiempo. Ahora estaba segura de eso. Mi plan mortalmente
secreto jamás fue un secreto para él. Mi corazón se sintió pesado cuando
me di cuenta que no había un solo rincón de mi mente que él no conociera
íntimamente. Me veía completamente, me conocía muy bien.
Estirando sus brazos, dijo tranquilamente —Dame el arma, Elizabeth.
Odiándome por ello, di un paso atrás mientras sacudía mi cabeza diciendo
no.
—Cariño, no quieres hacer esto.
Mi visión se volvió borrosa mientras lagrimas calientes llenaban mis ojos.
Mi voz tembló cuando susurré —No tengo opción.
Sin importarle su desnudez, Richard dio un paso hacia mí.
— ¡Detente! Por favor, no te acerques más. —Grité desesperadamente.
Podía saborear mis propias lágrimas mientras se deslizaban por mis
mejillas y sobre mis labios.
—Confía en mí, Elizabeth. No quieres empezar este juego conmigo. —
gruñó en advertencia mientras daba otro paso amenazador hacia mí.
Una vez más retrocedí. Podía sentir el borde de la silla presionándose
contra la parte trasera de mis rodillas. El arma comenzó a temblar cuando
mi brazo se cansó. Trate de estabilizarla con mi otra mano.
— ¡Nunca quise este juego! ¡Nada de esto!
—Mentirosa. —respondió—. Necesitabas esto, nosotros, tanto como yo
lo hacía. Tu alma es tan oscura y retorcida como la mía. No nos insultes
pretendiendo que es diferente. Deja de hacerte la inocente. No te queda.
—Como siempre, su fuerte voz reverberaba con una calma autoritaria.
Alzando mis manos para cubrir mis orejas, el frío metal del arma se
presionaba contra mi mejilla caliente mientras intentaba bloquear la
verdad en sus palabras. — ¡No! ¡No te creo! Tú me obligaste a jugar este
juego.
Sus manos se enroscaron en puños. — ¿Forzarte? —dijo a través de los
dientes—. ¿Forcé los gemidos de placer que se deslizaron por tus labios
más temprano? ¿Te forcé a envolver tus piernas en mis hombros para
acercar mi boca aún más a tu calor? Dime. ¿Fui yo quien te forzó a gritar
“más duro, haz que duela” esta noche?
Todo mi cuerpo se paralizó con el impacto de sus palabras. Comencé a
suplicarle. — ¡Detente! ¡Por favor, detente! ¿No puedes entender que
tenemos que terminar esto? ¡Es demasiado! Demasiado tóxico.
Demasiado peligroso para los dos. ¡Tienes que dejarme ir! —Grito
mientras le apunto con el arma.
Sus ojos brillan con fuego oscuro. Su mandíbula se aprieta tan fuerte que
había un pequeño tic en su mejilla derecha. Lo miro pelear por mantener
el control, sabiendo que quiere simplemente arrancar el arma de mi mano
y enseñarme una brutal lección con el final de su cinturón de cuero por
atreverme a amenazarlo de esta manera.
El silencio destroza mis nervios.
¿Me dejará ir?
Una voz traidora en mi cabeza pregunta, ¿realmente quieres que te deje?
—Nunca. —Finalmente se alejó—. Tú eres mía. Mía de por vida. Mía
hasta en muerte. Nunca te libraras de mí, Elizabeth. Me perteneces; mente,
cuerpo y alma, y jamás de dejaré ir.
Dio un paso más hacia mí. Nuestros cuerpos desnudos están ahora tan
cerca que podía sentir el calor que irradiaba de él por la ira.
Levantando el arma con una determinación que no sentí toqué el gatillo.
—Ahí es donde te equivocas, Richard. —Mi voz sonó alta y poco natural
para mis oídos tensos. El filo de desesperación me dio un falso coraje.
Sus ojos se estrecharon. Por primera vez, vio el arma que tenía en mi mano
antes de volver su intensa mirada a mí. —Mejor dispara a matar, porque
cuando ponga mis manos en ti, no... tendré... piedad.
Sus palabras fueron lentas y metódicas. Como todo lo demás, él quería
estar seguro de que sintiera un doloroso impacto en cada silaba.
Atrapada por su mirada, no podía moverme.
Entonces, mirando a través de una pequeña abertura en las cortinas
cerradas, un delicado rayo de luz dorada se extendía entre nosotros. El
amanecer se acercaba.
Un nuevo día.
Una nueva y pequeña muerte.
El tono agudo de un ruiseñor atravesó el silencio. Un pájaro que simboliza
amor... y libertad.
Él estaba en lo correcto. No mostraría piedad. Era la única manera. Mi
dedo comenzó a curvarse.
Los ojos de Richard se abrieron de par en par. Vi como sus definidos
músculos en su pecho y abdomen se tensaban y luego se movió hacia
adelante en una embestida.
Era muy tarde.
Cerré los ojos y tiré del gatillo.
El rugido del arma ahogó el canto del ruiseñor.
Como dije, mi vida era complicada.
Capítulo 2
Lizzie
Seis meses antes…
¡Demonios!
Paso mi dedo por encima de las pequeñas gotas de lluvia que habían caído
en la página de mi libro. La tinta se corrió sobre la apasionada suplica de
Darcy a Elizabeth. Por supuesto, esto tenía que pasarle a mi nueva copia
de Orgullo y Prejuicio, no a una de las copias que tenía en el librero de mi
casa. Mis labios se retorcieron en una mueca mientras veía la página
arruinada. Esto es lo que me gano por permitirme el capricho de comprar
una nueva copia de pasta dura en Hatchard’s2. Era tonto, pero era mucho
más divertido comprar una copia de mi libro favorito en una antigua
librería en Londres. Estoy convencida que las palabras de la Sra. Austin
sonaban más auténticas conforme las leía en este ejemplar. ¿Cómo podrían
no serlo? Mis antiguas copias no podían compararse con el romance de
una que compré en una librería en Londres en las primeras semanas que
estuve aquí, inclusive si una de las páginas estaba arruinada. Sabría que la
lluvia de Londres corrió la tinta mientras estaba sentada leyendo en St.
James Park.
El poco azul en el cielo se había transformado en un gris acuoso.
Conforme la pequeña llovizna se intensificaba, vi a la gente alrededor del
parque sacudiendo sus mantas y guardando sus pertenencias. Una vez más
mire hacia el cielo, esforzándome por ver un pequeño rayo de sol que
indicara que no era el final de mi tarde. Otra gota de agua cayó,
convirtiendo la tela verde rayada de mi silla de jardín en un verde oscuro.

2
Librería en Londres
Dándole una mala mirada al chico que tomó mis dos libras a cambio de
sentarme en esta silla, tomo mi bolsa con estampado y pongo mi libro
dentro antes de que el daño sea mayor. A pesar de la lluvia, espero un
momento para levantarme, soy consciente que el poco práctico vestido
azul que estaba usando iba a hacer imposible que me levantara de la silla
sin que la familia de cuatro que estaba enfrente de mi tuviera un vistazo
de mis bragas negras de encaje. Las botas de tela hasta las rodillas tampoco
ayudaban. Girando las piernas hacia un lado, apoyo una mano en el
reposabrazos y me concentro en usar los músculos de mis muslos para
impulsarme fuera de la silla.
Agarrando mi bolsa, le saco la lengua al chico del concesionario que
estuvo parado todo el tiempo siendo testigo de mis esfuerzos. ¿Qué ha
pasado con la caballerosidad? ¿No había más caballeros en el mundo para
ayudar a una damisela en apuros?
Suspirando, me doy cuenta que no hay ningún Sr. Darcy en el mundo real.
Bajando el dobladillo de mi vestido por mis muslos, me prometo que usaré
unos jeans cuando vaya al museo de Sherlock mañana. Aunque
probablemente los combinaré con mis nuevas botas de cuero color púrpura
que conseguí en un pequeño sótano en Soho. Me encantaron. Además, en
dos días seré oficialmente una estudiante de diseño de modas viviendo en
Londres. ¡No podía caminar por ahí con unos jeans desgastados y una
playera! Preferiría no gritar, ¡americana! Si este sería mi nuevo hogar,
necesitaba encajar.
La lluvia empezó a caer con más fuerza. Podía ver pequeños charcos
formándose entre el pasto. ¡Esto iba a arruinar mis botas! Agobiada
mientras el tacón de mi bota se hundía en el suave y fangoso lodo, corrí
hacia el camino de asfalto. Pasé una mano por mi cabello, podía sentir
como se comenzaba a esponjar y rizar por la humedad. Agaché la cabeza
con la esperanza de que mi maquillaje no se corriera.
Nota mental. Vives en Londres. ¡Compra una sombrilla!
Corriendo por el camino, me abstuve de mirar a los famosos cisnes negros
y blancos que continuaban nadando tranquilamente en el lago, sin
importarles la lluvia que caía sobre ellos. Aún no había visto uno de los
famosos pelicanos, aunque quizá lo haría la siguiente semana. Girando a
la derecha, corrí a través de los carros de madera y los arreglos de flores
amarillas y tulipanes rojos para poder llegar al camino principal.
Era muy temprano para regresar a mi pequeño apartamento. Además, Jane
probablemente seguía ahí con su novio y le prometí que me iría toda la
tarde. Regresaré al museo. Puedo fácilmente matar el tiempo y refugiarme
de la lluvia mientras camino por las galerías. Trafalgar Square estaba solo
a unas cuadras de distancia. Estaré empapada para cuando llegue al museo,
pero eso es lo que obtengo por no usar un abrigo o traer una sombrilla a
finales de septiembre.
Al llegar al centro comercial, miro hacia la izquierda. El camino rojo se
oscureció por la lluvia y se convirtió en un tono de marrón. Las ramas de
los arboles que había en la calle se movían mientras las hojas cambiaron
de un verde brillante a un gris moteado en la parte inferior. La estatua de
la reina Victoria apareció como un faro en la oscuridad. ¿Debería
reconsiderar mi opinión y reservar un tour al Palacio de Buckingham o
simplemente ir ahora mismo? No, esperaré. Quería finalizar de leer To
Marry an English Lord primero. Era una historia tonta sobre una fantasía
al estilo de Cenicienta, pero una chica podía soñar con vestidos, joyas y la
posibilidad de que un deslumbrante aristócrata caiga a sus pies. Es una
lástima que la gente ya no se vista como en la Era Victoriana. Salir en citas
no sería tan malo si el hombre apareciera vestido con un sombrero y un
frac y se esperara que te llevara al teatro y mostrara su mejor
comportamiento. En cambio, la versión moderna eran camisetas
descuidadas, películas de Netflix y fotos de pollas.
No es de extrañar que haya renunciado a los hombres.
Una vez más me lamento por el hecho de que los novios literarios no sean
reales.
¿Por qué una chica no puede tener a su Sr. Darcy?
Subiendo la correa de mi bolsa un poco más arriba en mi hombro, me paro
en la calle y me preparo para cruzar corriendo por la carretera de cuatro
carriles. Probablemente era estúpido no cruzar por el paso peatonal en la
lluvia, pero realmente quería llegar a un lugar seco.
El estridente sonido de una bocina de auto fue mi única advertencia.
Girando mi cabeza a la derecha, me doy cuenta de mi error demasiado
tarde.
Los grandes faros de un taxi negro se acercan a mí. ¡Mira a la derecha!
¡Mira a la derecha! ¿Cuándo voy a recordar el mirar hacia la derecha
cuando cruzo la calle? Mi boca se abrió con un grito cuando quise mover
mis piernas.
Nada, era como si mis piernas fueran en cemento.
El chirrido de los frenos del taxi se filtró en el aire mientras el coche
derrapaba, se inclinaba en su intento de detenerse. Todavía no podía
moverme. Sentí como el agua con lodo se estrellaba en la parte baja de
mis muslos mientras las llantas del taxi frenaban. Mi corazón martillaba
en mi pecho mientras el ensordecedor ruido de la bocina del taxi llega a
mis oídos.
Esto es todo. Así es como jodidamente voy a morir.
Cerrando mis ojos, me preparo para el inevitable impacto.
Había una fuerte banda de presión alrededor de mí mientras mi cuerpo era
levantado y empujado hacia una sólida pared de calor. Las puntas de mis
botas rozan el pavimento mientras retrocedo hacia la seguridad de la
banqueta.
Asombrada, me inclino hacia atrás, el peso de mi cuerpo se soporta por un
fuerte brazo que está envuelto de manera protectora alrededor de mi
cintura.
Girando mi cuello, miro hacia arriba a los ojos más azules que jamás he
visto.
—No te preocupes, cariño. Te tengo.
Capítulo 3
Lizzie
Oh. Mi. Dios.
El hombre no era solamente guapo, era como una combinación de Henry
Cavill y George Clooney envuelto en un atractivo acento británico...
hermoso. Y en este momento estaba colgando de su brazo como una
muñeca de trapo. La humillación quemó mis mejillas.
—Yo... Yo... Yoo...
¡Contrólate! Este hombre ya piensa que eres una idiota por caminar
directamente hacia un taxi y ahora solo lo estás viendo y balbuceando
como, bueno, como si fueras aún más idiota. ¿Qué demonios? Mi mente
estaba tan atrapada por esos increíbles ojos azules y mi casi muerte que no
podía pensar con claridad.
Podía sentir sus dedos estirarse y luego presionar contra mi cintura. Sus
manos se sentían cálidas y reconfortantes. Él giró mi cuerpo para
mantenerme presionada contra su pecho. En ese preciso momento, no
quería estar en ningún otro lugar en el mundo que no fueran los brazos de
este extraño. No era únicamente porque fuera extremadamente caliente.
Me hacía sentir segura y protegida. Incluso parecía que las gotas de lluvia
caían alrededor nuestro, sin atreverse a caer en nuestros hombros.
El tiempo se detuvo.
Sus manos se levantaron de mi cintura, dejándome con un sentimiento de
pérdida hasta que se posaron en mi mandíbula. Mi cabeza se inclinó hacia
atrás mientras sus manos la acunaban. Viendo una vez más su intensa
mirada, mi corazón se detuvo con un miedo irracional.
Este hombre acababa de salvar mi vida. Sin embargo, tenía el
presentimiento de que tenía el poder de tomarla también. Como si sus
fuertes manos pudieran quebrar mi cráneo y quijada como huesos frágiles
de un pájaro. Sacudiendo el macabro pensamiento, traté de concentrarme
en su boca y las palabras que decía.
— ¿Estás herida?
Mirándolo fijamente, no podía registrar sus palabras.
Sus pulgares acariciaron la sensible piel debajo de mis pómulos. Su voz
sonaba rasposa mientras se acercaba y repetía, —Pequeña, por favor
respóndeme. ¿Estás herida?
Incapaz de hablar, solo pude sacudir mi cabeza ligeramente, el agarre de
sus manos era suficientemente fuerte para más.
Con eso, me jaló hacia su pecho. Su mano izquierda se enterró en el nido
salvaje de rizos en el que se había convertido mi cabello mientras que su
mano derecha se presionaba firmemente en mi espalda baja. Podía
escuchar el ritmo acelerado de su corazón. Me acurruqué cerca.
Atreviéndome a deslizar mis manos debajo de su abrigo, para presionar
mis palmas en los fuertes músculos de sus costados. Cerrando mis ojos,
inhalé su picante olor a sándalo.
¡Esto fue una locura!
Ni siquiera conocía a este hombre y aquí estaba, parada en la lluvia
prácticamente follándome su pierna. Inhalando una vez más su colonia,
me obligué a dar un paso hacia atrás.
Excepto que no me dejaba ir.
Sus brazos se apretaron alrededor de mí.
Llevando mi cabeza hacia atrás, él era extremadamente alto; mi cabeza ni
siquiera alcanzaba su hombro, aclaré mi garganta antes de hablar. —
Gracias. Creo que estoy bien ahora.
Bajando mi cabeza, me encogí ante el infantil sonido de mi voz. El hombre
probablemente salía con mujeres sofisticadas y aquí estaba yo, sonando
como si fuera a pedirle que encontrara a mi mami.
Intenté, una vez más, dar un paso hacia atrás.
De nuevo, sus brazos se apretaron, mi corazón dio un salto, Había algo
aterrorizante pero excitante acerca de la idea de que él era lo
suficientemente poderoso para mantenerme en sus brazos el tiempo que él
quisiera. Antes de que tuviera tiempo de pensar en las consecuencias, me
liberó, pero solo para poner sus manos en mis brazos.
Con la pequeña separación de nuestros cuerpos, pude mirarlo sin tener que
inclinar la cabeza hacia atrás, eso me hizo sentir un poco menos como una
niña pequeña a la que iba a regañar. Tenía rasgos muy definidos, desde su
fuerte mandíbula hasta sus pómulos altos y su ceja prominente. Lucía
como un gladiador romano con su nariz angulada que tenía un indicio de
una torcedura, como si se la hubiera roto en el pasado. Aunque no podía
imaginar que alguien fuera lo suficientemente valiente para enfrentarse a
alguien como él. Su piel tenía un brillo saludable, no tan bronceado y
definitivamente no era un bronceado falso, se parecía más al de un hombre
que pasaba tiempo afuera. Probablemente luchando con leones o
escalando montañas únicamente con una cuerda y sus manos desnudas.
— ¡Perra! ¡Maldita perra estúpida!
Mi boca se abrió mientras giraba la cabeza para enfrentar el rostro del
taxista, justificablemente molesto.
Bajo circunstancias normales, soy una mujer bastante independiente que
puede enfrentarse sin problema a un hombre, inclusive si me estuviera
gritando obscenidades a la vista del Palacio de Buckingham y con muchos
transeúntes deteniéndose para ver el espectáculo.
Sin embargo, nunca tuve la oportunidad.
—Modera tu tono, ahora. —Le demandó al taxista.
— ¡Casi me estrello por esta perra! ¡Se puso justo frente a mí! —Una
espuma de saliva se juntó en la esquina de su boca mientras movía los
brazos en el aire con cada palabra.
Por supuesto estuvo mal lo que hice, pero no creo que merezca ser llamada
perra en términos tan violentos. Fue un error inocente y para el caso, yo
fui la que casi muere. Su estúpido taxi estaba bien.
—Llámala perra una vez más y verás lo que sucede.
El extraño no maldijo ni gritó. De hecho, el ultimátum fue hecho en un
tono calmado que aun así enviaba un escalofrío por mi cuerpo. De alguna
manera, tengo el presentimiento de que cuando usa ese tono de voz, muy
poca gente se atreve a desobedecerlo.
Con los ojos abiertos, las manos del taxista se volvieron puños mientras
centraba su atención en el extraño; era obvio que estaba preparado para
descargar su ira en él en lugar de en mí.
Yaciendo cerca de su cuerpo, podía sentir como el pecho del extraño se
elevaba mientras echaba los hombros hacia atrás. La pierna que estaba
cerca de mí se movió hacia atrás, presionando casi entre las mías. Mirando
por debajo de sus brazos, mis ojos le rogaban al taxista que retrocediera.
Hasta yo sabía cuál era una pelea perdida cuando la veía y había muy
pocas probabilidades de que el taxista sobreviviera a un golpe del
poderoso puño de este extraño, de eso estaba segura.
Casi como si fuera un globo que alguien ponchó, el cuerpo del taxista se
desinfló. Su cabeza se hundió mientras sus hombros rodaban. Alzando su
mirada, su boca se torció en una mueca. —Lo siento. No sabía que era
usted, señor. Por favor acepte mis disculpas.
¿Qué. En. El. Infierno?
—Todo está bien. —mirando hacia abajo, el alzó una ceja mientras sus
labios se adelgazaban, en lo que me di cuenta, era enojo—. Ella debió de
ser más cuidadosa, —se volteó hacia el taxista—, pero no deberías haber
ido a exceso de velocidad.
Pareciendo un juguete desquiciado, el taxista sacudió su cabeza.
—No. No. Tiene razón, señor. Iba a exceso de velocidad. Esto fue
completamente mi culpa. Por favor acepte mis disculpas. —El hombre
alzó ambas manos en un gesto suplicante mientras daba varios pasos hacia
atrás. Luego, con una mirada salvaje, entró a su taxi y se fue de prisa como
si los demonios de infierno estuvieran pisando sus talones.
Girando mis hombros, me aleje del agarre del extraño. El susto de casi ser
aplastada comenzaba a desaparecer. Por fin podía ver al extraño
claramente.
Estaba vestido elegantemente, podrías pensar que era un actor que acababa
de salir del set de una película de drama. Eso ciertamente podría explicar
su gran aspecto. Debajo de su pesado abrigo, podía ver un abrigo de lana;
encajaba perfectamente en sus grandes hombros y absolutamente me
encantó el hecho de que estaba usando un chaleco color cervatillo con una
corbata sobre una camisa blanca y azul de cuello con puños. Elegante y a
la moda. ¡Incluso estaba usando un alfiler para corbata!
En serio, ¿quién es este hombre? ¿Qué hombre en estos días usa un alfiler
para corbata y gemelos? Hasta sus pantalones eran perfectos. En lugar de
los típicos pantalones negros de lana que combinaban con el abrigo, que
era lo que se espera de cualquier hombre en el planeta, él estaba usando
pantalones de lana gris con un sutil patrón de cuadros con líneas color azul
marino y cervatillo a juego.
Mi mirada subió. Inclusive tenía un pañuelo de satín en su bolsillo. Era
mucha perfección, especialmente para una amante de la moda como yo.
—Darcy. —Respiré ante de tapar mi estúpida boca. ¿En serio dije eso en
voz alta? Juzgando por la elevación de sus labios y su ceja, lo hice.
—Si soy Darcy, eso te convertiría en Elizabeth.
Desmáyate
Espera...
Frunzo mi ceño. — ¿Cómo sabes mi nombre?
Su cabeza se echa hacia atrás y se ríe. Suena masculino. El tipo de risa que
esperas de titanes de los negocios mientras se sientan alrededor de una
mesa jugando póker y fumando cigarrillos. Con esa risa de cuerpo entero
que dice “poseo el mundo y me divierte”.
Fue ahí cuando me di cuenta de mi error, si es posible, mis mejillas arden
aún más.
—Claro, Elizabeth, duh. —jugando nerviosamente con la correa de mi
bolso, doy un vistazo entre mis pestañas esperando una mirada de lástima.
Esa mirada de “es una pena que sea linda pero tan boba para alguien tan
sofisticado como yo”.
El Sr. Darcy se acerca y coloca gentilmente una parte de mi cabello sobre
mi hombro antes de acariciar mi mejilla con la parte trasera de su mano.
—Eres adorable. —Sus ojos se arrugan ligeramente mientras sus
profundos ojos azules se calientan.
¡Te amo!
Solo bromeo.
No, no lo hago
Mientras lo miro y me pregunto cómo lucirían nuestros hijos, mi cuerpo
tiembla en un escalofrío involuntario. No estaba segura si era el susto o la
fría lluvia, pero envolví mis brazos a mí alrededor y traté de pensar en algo
ingenioso que decir que pudiera impresionarlo.
Darcy da un paso atrás y se quita el abrigo. Flexionando sus brazos,
balanceó su peso para posarlo en mis hombros.
Protesté. —Oh, no. ¡Por favor, no lo hagas! ¡Vas a mojar tu traje!
Dando un paso más cerca, agarra las solapas y las junta sobre mi pecho,
resguardándome dentro de un calor con olor a sándalo. A través de la lana,
podía sentir la presión de sus nudillos contra la hinchazón de mis pechos.
Tuve que apretar mis muslos para detener la agradable onda que se deslizó
hasta mi núcleo.
—Tú eres más importante, —aclaró antes de que su voz se tornara en un
suave tono de regaño—, aunque debería castigarte por no usar un abrigo
o traer una sombrilla con este clima.
Una visión de él desabrochando su cinturón y diciéndome que me prepare
para que me azote causa otra onda de excitación. Fue todo lo que pude
hacer para no decir, si, papi, como una niña castigada.
Demonios, los pensamientos perversos que este hombre inspira.
—Lo siento. No volverá a pasar. —Me encontré prometiendo con una voz
de bebé—. Y lo siento por el taxi. Soy nueva aquí y siempre olvido voltear
a la derecha, no la izquierda.
—Lo discutiremos luego. Primero, quiero sacarte de la lluvia.
—Me dirigía al museo.
—Bueno, veamos si podemos llevarte ahí en una pieza.
—Oh, no. No podría pedirte eso. De verdad, apenas está lloviendo,
prometo mirar hacia ambos lados y cruzar en el paso de peatones esta vez.
Él puso un dedo debajo de mi barbilla y alzó mi cabeza. —No tienes que
pedirlo. Estaré honrado de escoltarte al museo, Elizabeth.
—Está bien. —Contesté como si estuviera en trance. Se sentía así. Sus
ojos eran hipnotizantes, especialmente cuando parecía que tenía toda su
atención.
Puso una mano firmemente en mi espalda baja y comenzó a guiarme hacia
The Mall con dirección a la Galería Nacional. Trafalgar Square estaba tan
solo a unas cuadras así que no valía la pena conseguir un taxi. Además,
había terminado con ellos por un rato.
Tan pronto como di unos pasos me detuve y miré hacia abajo consternada.
Su bello y probablemente muy caro abrigo se arrastraba por el pavimento
mojado. El hombre se alzaba por lo menos medio metro sobre mí así que
no era sorpresa que su abrigo fuera demasiado largo para mí.
Moviendo mis hombros, comencé a quitármelo.
—No te atrevas. —advirtió.
—Pero...
—Dije que no, Elizabeth.
— ¡Pero tu abrigo se arruinará! —solté
—Me importa un carajo el abrigo. —juró.
Mi cara cayó ante su duro tono. La indecisión me atrapó.
La esquina de su boca se levantó. No era completamente una sonrisa; algo
me dijo que un hombre como él no sonríe a menudo, pero definitivamente
había diversión. —De verdad eres muy linda cuando haces pucheros como
ese.
Ni siquiera me había dado cuenta que mi labio inferior había salido un
poco mientras agarraba las solapas de su abrigo y las apretaba alrededor
de mi cuerpo e intentaba pensar en la cosa correcta de hacer.
En ese momento, se inclinó y me jaló a sus brazos.
— ¡Oh, por Dios! ¡Espera! ¡No puedes! —Exclamé mientras envolvía mis
brazos alrededor de su cuello para sostenerme. Mirando hacia abajo, se
sentía como si estuviera a kilómetros del piso, él era demasiado alto.
Sin respuesta, él comenzó a caminar en dirección al museo.
— ¿No estás pensando en cargarme todo el camino hasta Trafalgar
Square? Está muy lejos y soy muy pesada.
Mr. Darcy se burló. —No pesas más que un pájaro. Eso eres, mi pajarito.
Era difícil concentrarme en lo que decía. Su brazo estaba envuelto
íntimamente debajo de mis muslos. Las puntas de sus dedos estaban
cercanas a mi pecho izquierdo. No podía sentir su toque a través del abrigo
de lana, pero la simple idea era suficiente para hacerme querer más.
Sin siquiera preguntar, descansé mi cabeza en su hombro. Se sentía natural
y correcto depender de él para que me protegiera. Mientras veía las camas
de flores de St. James Park desaparecer en la distancia, finalmente
pregunté, — ¿Cuál es tu nombre real, Mr. Darcy?
Capítulo 4
Richard
Podía sentir mi ligera sombra de las cinco en punto contra la piel de su
frente mientras inclino mi cabeza hacia abajo para responderle.
—Richard.
—Richard, —repitió como si probara cada silaba. Me encantó el sonido
de mi nombre en sus labios.
Tuve que apartar mi mirada y prestar atención al tráfico. Aun así, no pude
evitar pensar que tan cerca estuve de perderla. La visión de ese gran taxi
negro girando mientras sus neumáticos frenaban frente a ella mientras
estaba congelada por el miedo estará siempre quemando mi mente.
Mientras pasábamos los grandes leones, consideré momentáneamente
sentarme en los escalones y acurrucarla en mis brazos. Maldita lluvia. No
era posible, no aún.
Necesitaba jugar bien mis cartas correctamente o todos mis planes habrán
sido en vano.
Dándole un último apretón a su figura, la puse gentilmente de pie mientras
nos acercamos a las escaleras que llevan al museo.
Manteniendo mi mano en su espalda, subimos las escaleras hasta el
portón.
Sacándose mi abrigo, me lo regresa.
—Gracias por todo. —se muerde el labio inferior y me mira con esos
magníficos ojos verdes.
—No me vas a invitar a entrar. —me burlo—. Acabo de salvar tu vida y
todo.
Sus mejillas se ruborizan. — ¡Por supuesto! ¡Yo invito!
Ella era adorable. Me quedé atrás para dejarla pasar. Eso me dio tiempo
para admirar una vez más el balanceo de sus caderas y esos delgados
muslos envueltos por las botas altas. Era una maravilla que fuera
bendecida con esas curvas en tan pequeña figura. Cuando la sostuve en
mis brazos, pesaba prácticamente nada.
Tenía que ser cuidadoso. No había duda que se ella se lastimaría
fácilmente y aunque no podía esperar a ver una marca en su piel clara, no
tenía planeado que se rompiera un brazo o una pierna.
Eso arruinaría toda nuestra diversión.
Le permití acercarse a la taquilla mientras le daba mi abrigo al portero que
corrió hacia mí en cuanto me reconoció.
—La entrada a la galería es gratuita, pero serán 32 libras si quiere pasar a
las exhibiciones especiales... oh, señor, no lo vi ahí parado. ¿están juntos?
—preguntó el empleado del museo mientras veía entre Elizabeth y yo.
Asentí mientras Elizabeth me miraba desconcertada sobre su hombro.
—Sí, estamos juntos, pero voy a pagar nuestros boletos. —aclaró mientras
buscaba en su bolsa, probablemente su cartera.
—No hay cargo, por supuesto, —ronroneó la empleada del museo
mientras se paraba frente a mí—. Le recomiendo ampliamente la
exposición de Titan, señor. Se llama Amor, Deseo, Muerte y fue apenas
inaugurada. —su voz sonaba rasposa mientras sus manos rozaban sus
caderas, tirando la blusa de su uniforme ligeramente hacia abajo, haciendo
que se ajustará a través de sus amplios senos.
Sabía todo acerca de la exposición de Titan. Debería, casi todas eran mis
pinturas.
—Gracias. Lo haremos.
Colocando una mano entre los omoplatos de Elizabeth, la guiaba.
Mirando hacia abajo, podía ver su pequeña cara mirándome mientras hacía
un mohín.
—Si sigues viéndome así, asumiré que no quieres ver las pinturas.
— ¿De verdad no vas a explicar que acaba de pasar?
Me encogí de hombros. —Estoy muy familiarizado con este museo.
Vengo muy seguido. La mayoría de los empleados me conocen.
Como un contribuyente extremadamente rico, pero ella no necesitaba
saber eso aún.
Giramos a la izquierda en la galería. Llevándola al cartel de la exposición
y leí en voz alta, —Una sensual interpretación de los mitos clásicos del
amor, la tentación, —mirando hacia abajo para encontrar su mirada,
finalicé—, y el castigo.
Aún con la suave luz del museo, pude ver sus ojos color esmeralda brillar
con destellos de oro mientras enfatizaba esa ilícita palabra. Su bella boca
se abrió en un ligero jadeo. Pasando las puntas de mis dedos por el centro
de su espalda, me quedé el tiempo suficiente para sentir el temblor que
recorrió su cuerpo antes de retirarme.
Sabiendo que me seguiría, me acerqué a la primera pintura, Diana y
Actaeon.
Elizabeth leyó la placa. — ¿No es Actaeon a quien convirtió en ciervo?
Parándome detrás de ella, cepillé el cabello sobre su hombro, exponiendo
la pequeña curva de su oreja. —Sí, pero mira su cara.
—susurré.
Los dos miramos al intenso color y las pinceladas de la pintura. Tomando
en cuenta las sensuales curvas de Diana mientras ella miraba fijamente a
Actaeon, quien había interrumpido su baño.
Permitiendo que mi respiración rozara su cuello desnudo, murmuré, —
Para él, valía la pena morir solo por una mirada de su figura.
Justo cuando empezó a recargarse en mí, caminé a la siguiente foto,
suprimiendo una sonrisa por su ligero enojo debido a mi abrupta partida.
La siguiente pintura era Danae y la ducha de oro.
Tomando la mano de Elizabeth, corrí mi pulgar sobre la sensible piel de
su muñeca mientras preguntaba — ¿Qué ves?
—Veo a la diosa Danae recostada en grandes almohadas de seda.
— ¿Qué más? —mi mano se movió a su cadera.
Elizabeth se lamió los labios. El suave rosa ahora brillaba, tentándome.
—Yo... Yo... No... —balbuceó mientras mis manos se deslizaban hasta la
parte superior de sus muslos. Las puntas de mis dedos trazan el dobladillo
de su vestido, rozando su cálida piel.
Inclinándome, murmuré, — ¿Ves cómo sus piernas están abiertas? ¿La
posición de su mano entre ellas?
Su respiración sale en pequeños jadeos. Casi sin darse cuenta, deslizó sus
pies. Sus botas chirriaban contra el piso encerado. En respuesta, dejé que
mis dedos se desviarán ligeramente hacia la suave piel expuesta de sus
muslos mientras me acercaba, permitiendo que mi pecho rozara su
espalda.
—Ella quería la posesión de Júpiter, la sensación de él penetrando su
cuerpo.
—Oh, Dios. —respiró Elizabeth. Sus pequeñas manos su volvieron puños
en la tela de su vestido, forzándolo a subirse un poco más sobre sus
muslos.
— ¿Cuál es tu parte favorita de esta pintura, pajarito?
Su cabeza se sacudió ligeramente. —Yo... No lo sé... No puedo... pensar.
Tomando un puñado de su cabello entre mis dedos, acaricié el largo
mechón antes de darle un brusco jalón. Vi como las lágrimas se formaron
en sus ojos debido al inesperado dolor, convirtiendo sus ojos color oro
verde en un verde brillante. —La mía es como su boca se abre. —gruñí
contra su cuello.
Elizabeth se volteó entre mis brazos, pero di varios pasos atrás, ignorando
la confusa mirada que oscureció sus facciones.
Pasé muchas pinturas antes de llegar a mi favorita y una de mi propia
colección, “La violación de Europa”.
Posando mis manos en las caderas de Elizabeth, la posicioné frente a mí.
Moviendo mis caderas hacia adelante, presione el borde de mi dura polla
contra su espalda baja, queriendo que sintiera mi excitación.
Gimió mientas su cabeza caía en mi pecho.
Presionando mis dedos dolorosamente contra su carne, hasta que sentí sus
pequeños huesos, me acerqué hasta que mi barbilla descansó en su
hombro, inhalando la esencia de limón de su cabello.
—Esta es mi favorita. Europa desamparada se extiende sobre el lomo de
la bestia. Sus ropas rasgadas. Sus rodillas separadas.
Me moví, presionando mi polla firmemente contra su espalda, dejando que
su culo la acune.
La mano de Elizabeth me agarró el muslo.
—Me encanta la manera en la que su cabeza se voltea con pena. Como si
estuviera apenada de sus propios deseos.
Esta vez podía sentir las suaves vibraciones de su gemido.
—Cuando veo la pintura, me gusta imaginarme que pasa después. Luego
de que la bestia la abduce y la lleva a su guarida. En el momento en que
se transforma en un Dios y la fuerza a aceptarlo entre sus muslos. Un toro
que la monta hasta la sumisión.
—Por favor, —Elizabeth gimotea desesperadamente mientras sus dedos
se clavan en mi carne. Su cabeza se inclina hacia atrás. No había más que
una súplica oscura en sus hermosos ojos.
Mi cabeza bajo mientras veía sus labios abiertos.
Sentí el suave calor de su respiración contra mis labios mientras respiraba
su sabor.
Supe en ese momento, que a ella no le importaba que fuera un extraño. No
le importaba que estuviéramos en medio de un museo público, rodeados
de gente.
Estaba a mi merced. Si me atrevía, podía levantarla, empujarla contra la
pared y follarla sin sentido, como el toro de la pintura de Titan que miraba
con aprobación.
Tal vez la inclinaría sobre una de las bancas de cuero. Disfrutaría de las
miradas apreciativas de los visitantes del museo mientras expongo la
pálida piel de su culo. Apartaría la tanga que ya sabía que estaba usando,
sacaría mi polla y la clavaría profundamente. Su boca se abriría con un
grito, uno que traicionaría el dolor y el deseo. Con cada empujón,
presionaría más y más profundo, sintiendo su cuerpo aferrarse a mí. En el
momento del clímax la agarraría del cabello y la forzaría a arrodillarse,
para ver su linda y rosada lengua cubierta con mi semen mientras la
obligaba a tragar cada gota.
No había nada que me detuviera.
Ningún miembro de seguridad del museo se atrevería.
Elizabeth ni siquiera se daría cuenta que nos estaban viendo hasta que todo
terminara. Entonces vería el tinte carmesí subiendo en sus mejillas por la
humillación. Sus ojos brillarían con lágrimas mientras lamía los vestigios
de mi semilla de sus labios y temblorosamente se pondría de pie, bajando
su vestido para cubrir su expuesto coño.
En ese momento, ella sabría, sin ninguna duda, que yo tenía el control
ahora.
Vería en sus ojos el hermoso entendimiento de que, si yo lo ordenaba, ella
se pondría sobre sus rodillas de nuevo.
Tomando su cabeza en mis manos, pasé la punta de mi lengua por su labio
inferior.
Solo el más pequeño de los toques, era lo único que me permitiría... por
ahora.
Usando cada onza del control que poseía, me hice para atrás ligeramente
mientras ella se inclinó.
— ¿Cenarías conmigo? —pregunté.

La guíe por el resto de la exposición, ninguno de nosotros realmente estaba


poniendo atención a las pinturas. Ella apenas me dijo una palabra. Podía
ver su adorable mente repasando nuestro casi beso. Mientras nos
acercábamos a la salida, noté la mirada de Harris.
Señalando el baño de mujeres, ofrecí, — ¿Quieres refrescarte mientras
hago las reservaciones para la cena?
Elizabeth asintió. Viendo cómo se alejaba, ni siquiera me molesté en ver
a Harris mientras se acercaba, pero mantuve mis ojos en la puerta del baño,
mientras dije, — ¿Has empezado con los arreglos?
—Sí, señor. Me imaginé que cuando fue a salvarla del taxi sus... em...
planes se acelerarían.
Asentí. Sacando una pluma y una pequeña libreta de cuero del bolsillo
interior de mi chaqueta, escribí un rápido mensaje. Se lo di a Harris y
ordené, —Llévale esto a Johnson en Cartier’s. Dile que quiero ambos, el
collar y los aretes, y solo pagaré esa cantidad.
Harris miro hacia el papel y dejo escapar un suave silbido antes de meterlo
en el bolsillo de su abrigo — ¿El otro, entonces?
—Sí, dale las joyas y dile que diez millones de libras estarán en su cuenta
por nuestro previo acuerdo.
— ¿... y si quiere verlo?
La puerta del baño se abre. Esperé, pero era una mujer anciana, no mi
chica.
—Dile que es imposible.
En lo que a mí respecta, estaba muerto para cualquier otra mujer.
La había encontrado. Elizabeth era la correcta para mí. Estaba seguro esta
vez.
La puerta del baño se abrió nuevamente. Esta vez Elizabeth salió. Las
pequeñas manchas de lodo en sus botas y sus muslos de su encuentro con
el taxi se habían ido. También se había puesto su labial de nuevo. Brillaba
con un rosa cereza brillante contra su pálida piel, combinando con el color
de sus mejillas. Me dio una tímida sonrisa.
— ¿Crees que sospecha algo? —Preguntó Harris.
—Nada. —respondí mientras caminaba para encontrarme con Elizabeth a
mitad del camino.
Capítulo 5
Lizzie
¡Qué. Demonios!
Presionando mis frías manos en mis mejillas calientes, recargo mis codos
en la encimera del baño e intento respirar. ¡Esto fue una locura! Ni siquiera
conozco a este hombre y prácticamente le rogué que me follara en medio
de un museo abarrotado. ¿Qué demonios está mal conmigo?
Sacudo mis manos mientras me relajo frente al espejo por unos minutos.
Necesitaba controlarme.
Aun así ¡Santo cielo!
Él era tan... tan... abrumador y sexy.
La manera en la que seguía inclinándose hacia mí como si fuera a besarme.
La forma en que sus dedos acariciaban mi muslo. Su respiración en mi
cuello.
Y, oh mi dios... su dura polla contra mi espalda.
Si no fuera por eso, estaría enloqueciendo mientras me pregunto si le
gustaba o no. Era muy confuso. ¿Así era como se sentían los hombres
cuando decían que las mujeres les enviaban señales mixtas?
Tal vez esto era mi culpa. Él era, obviamente, un hombre de negocios de
algún tipo y dijo que era muy conocido en el museo.
Aunque no me molesto en lo más mínimo, de hecho, lo encontré muy
atractivo, era obvio que era mayor que yo. Creo que tiene treinta y tantos
en comparación a mis veintidós. Talvez no quiso que los trabajadores del
museo lo vieran hacer un movimiento en una mujer más joven.
¡Oh, dios mío! ¿Y si está casado?
No. No. Miré su mano. Definitivamente no tenía anillo.
No estaba casado así que debió ser prudencia. Los británicos eran muy
propios. Tal vez se sentían diferente sobre las demostraciones públicas de
afecto que los americanos.
Aunque en ese punto, no creo que hubiera sido correcto, ni siquiera en
América, empujar a un hombre contra la pared de la nada y agacharme
para sacar su polla y comenzar a chuparla.
¿Qué estaba mal conmigo?
Ni siquiera sabía su apellido. ¿Apenas lo conocí hace una hora y ya estaba
fantaseando sobre chupar su polla? Ni siquiera me gustaban las mamadas.
Había algo en él que me hacía querer complacerlo. No, peor... me hacía
querer que me ordenara que lo complazca. Una vez más tuve una visión
de él desabrochando su cinturón. Aunque esta vez en lugar de estar a punto
de ser azotada, estaba esperando de rodillas sumisamente a sus pies, con
mi boca abierta, lista para probar su polla.
Dando una sacudida mental, agarré mi bolsa y vacié el contenido en el
mostrador. Revisando en los artículos, cartera, llaves, pañuelos, pluma,
perfume, mi copia de Orgullo y Prejuicio, busqué mi lápiz labial.
Destapándolo, me incliné y me lo puse.
Mirando el espejo, lo único que podía ver eran las fuertes facciones de
Richard mientras se alzaba sobre mí.
La mirada en sus ojos azules. Era tan intensa y centrada. Se sentía como
si fuera la única mujer en el mundo. La única mujer que importaba para
él. Era una locura, por supuesto. Apenas nos conocíamos. Pero, había algo
ahí. Tenía la sensación de que él ya me conocía. De que sabía todo sobre
mí.
Encontré la idea de una conexión tan intensa con este misterioso extraño
inquietante y emocionante.
Pasando mi dedo debajo de mi labio inferior para quitar una mancha,
estudié mi reflejo. Moviendo algunas cosas, encontré mi polvo. Lo abrí,
retoqué mi nariz mientras me preparaba para la cena que venía.
Es solo una cena.
Cena.
Solo cena.
Sin follar.
No lo folles.
No... bueno, tal vez.
¡No!
Pensará que eres una zorra. Una zorra que folla en la primera cita.
¿A quién le importa? ¿Sentiste el tamaño de su polla? Preguntó mi cuerpo
traicionero.
No. Solo cenar.
Tal vez unos besos.
Sí, besarse.
Besar está bien.
Besarse no significa que quiera arrancar su ropa con mis dientes y
montarlo como si fuera una bronco. Esponjando mi cabello, corrí mis
dedos para desenredar algunos nudos.
Demonios, tenía que apurarme. Ya me había tardado demasiado y no
quería que pensara que estaba haciendo eso aquí dentro.
Inclinándome, agarré unas cuantas toallas de papel y las puse bajo el grifo.
Tomando la punta, las talle contra las marcas de lodo en mi piel y botas.
Arreglando mi cabello por última vez, metí todas mis cosas a mi bolsa de
Brahmin, dejando el perfume al final. Lo aplique en mi cuello, girando
mientras había un gruñido. Viendo a la mujer mayor frunciendo detrás de
mí, mis hombros se enderezaron mientras movía mi nariz. — ¡Lo siento
mucho! —Exclamé.
Dejó el baño de mujeres con un murmuro de, —americana—, con voz
baja.
Dando una última mirada, cerré los ojos y tomé una respiración profunda.
Es solo la cena.
¿Qué es lo peor que podría pasar?
Capítulo 6
Lizzie
El clima se había despejado mientras estábamos en el museo. El cielo de
la tarde ahora mostraba un color ámbar y púrpura mientras caminábamos
al restaurante. Richard tenía un brazo protector alrededor de mis hombros,
con el otro cargaba su abrigo en su antebrazo.
Estaba tratando desesperadamente de concentrarme en sus intentos de
hacer plática y no en nuestro casi beso en el museo.
— ¿Estás emocionada por empezar el programa de modas en la
universidad?
— ¡Si! No puedo creer que fui aceptada. Fue una decisión rápida el venir
a Londres para la escuela después de perder a mis padres.
—Lamento escuchar sobre tus padres. ¿Cómo murieron?
Ignoré sus condolencias. —Está bien. Fue hace un año. Accidente de auto.
Estoy bien. —Le aseguré.
Ya me había avergonzado lo suficiente por un día, la última cosa que
necesitaba era empezar a llorar por mis difuntos padres y balbucear sobre
mi culpa de pensar que mi vida no tenía dirección cuando murieron
súbitamente. Era el por qué estaba en Londres. Ellos odiaban la idea de
que me convirtiera en actriz sin un respaldo, así que decidí obtener un
título en mi segundo amor, la moda.
Richard me dio un apretón de consolación en mis hombros. Se sentía bien
caminar a su lado, el peso de su brazo en mi cuerpo.
Mirando hacia arriba, mi frente se arrugó. —Espera. No recuerdo decirte
que era una estudiante de moda.
El rió. —Estabas muy alterada después del incidente con el taxi. Lo
mencionaste cuando elogiaste mi abrigo.
Riendo, me imagino que debe ser verdad. Apenas podía diferenciar entre
el miedo de ser aplastada y las atenciones del hombre más atractivo en el
que había puesto mis ojos alguna vez. Fui afortunada de poder recordar
mi propio nombre.
¡Oh, cierto!
—Fuera de tema, pero... técnicamente mi nombre es Elizabeth, pero todos
me llama Lizzie.
Richard dejo de caminar
¿Dije algo malo?
Tomando mi barbilla en su mano, inclinó mi cabeza hacia atrás.
Comprendí rápido que le gustaba hacer eso. Creo que le gustaba saber que
tenía mi completa atención. Como si fuera posible enfocarme en algo más
que él.
—Si todo te llaman Lizzie, entonces te seguiré llamando Elizabeth.
Mi boca se abrió por su declaración.
Richard se inclinó más cerca. Una vez más, pude sentir la caricia de su
cálido aliento contra mis labios.
—La última cosa que quiero es que me confundas con alguien más.
Incorporándose, tomó mi mano y me jaló con él. La tranquila noche se
rompió por el caótico golpeteó de mi corazón en mis oídos.
Esta vez, cuando fue recibido como un rey en Milos, ni siquiera pestañeé.
Por supuesto que lo era.
Milos era un restaurante griego increíblemente elegante que estaba cerca
del museo, La única razón por la que lo sabía era por qué las celebridades
eran fotografiadas cenando aquí a menudo. No había manera de que yo
pudiera pagar una cena aquí. Estaba a punto de objetar, puesto que supuse
que dividiríamos la cuenta. Mientras abría mi boca para hablar, Richard
me miró y apretó mi mano, fuerte. Podía ver la advertencia de que
guardara silencio en su mirada. Sintiendo como si leyera mi mente y que
de alguna manera lo había ofendido al considerar la posibilidad de que me
dejara ayudarlo a pagar, me quedé callada.
Siguiendo a la mesera, pasamos debajo de unos candelabros gigantescos.
Lucían como burbujas enormes y brillantes, como si toda la habitación
estuviera dentro de una botella de champagne. Mientras caminábamos por
la habitación, no pude evitar notar a todos los comensales extremadamente
bien vestidos. Dolce & Gabbana, Valentino, Givenchy, Balenciaga, Dior;
era el quién es quién de todas las casas de modas famosas.
Tirando de mi gran bolsa frente a mí de manera protectora, me agaché para
tirar de la suave tela de mis botas altas.
Richard me dio un apretón de mano mientas me guiñó. —Creo que te ves
hermosa.
Una vez más era como si leyera mi mente. Lo que fue más loco aún fue
que le creí.
Echando mis hombros hacia atrás, añadí un poco de descaro a mi caminar
mientas lo seguía por el comedor hacia unas escaleras.
Los meseros nos pasaban mientras acomodaban los cubiertos y las sillas y
nosotros recibíamos miradas extrañas de los comensales que se
presentaban llevando sus propias copas de vino y martini. Algunos lucían
curiosos mientras otros simplemente se disgustaron o enojaron. Cuando
entré a la habitación me pude dar cuenta del por qué.
La habitación entera tenía ventanas de piso a techo que daban al comedor
principal. Obviamente el restaurante fue despejado para Richard, a pesar
de estar lleno de comensales.
Tirando de su mano, esperé hasta que se inclinó para murmurar,
— ¿De verdad despejaron esta habitación solo para ti?
Su única respuesta fue una sonrisa y otro guiño.
Nos sentaron hasta el final, mientras me deslizaba en la silla de cuero
negra, me incliné para ver por la ventana más cercana. Solo podía observar
a los camareros mientras vigorosamente agitaban brillante cocteleras de
plata. La habitación debe sobresalir por encima del bar.
Con las luces de las burbujas de champagne a nivel de los ojos parecía que
estábamos flotando.
Un mesero que usaba una camisa blanca y un largo delantal negro se
acercó a nuestra mesa. Mientras nos entregaba los menús, saludó a Richard
de manera cálida en griego. —Buenas noches señor. Es muy agradable
volver a verlo.3
—Buenas noches, Nicholas, ¿cómo está tu padre?4 —Respondió Richard
mientras abría el menú.
¿Qué? ¿El hombre habla griego?

3
Griego en el original
4
Griego en el original
—Muy bien, señor, le alegrará saber que ha preguntado por él. ¿Esta
noche, agua con gas o natural?5 —respondió el mesero.
—Con gas.6 —contestó Richard.
—Muy bien. ¿Le gustaría escuchar los especiales? —preguntó el mesero
en español mientras servía agua en nuestros vasos.
Richard se giró hacia mí. — ¿Tienes alguna preferencia o debería ordenar
por los dos?
Tomando la servilleta de tela de la mesa, la extendí en mi regazo en lo que
esperaba que fuera una manera suficientemente arrogante pero sofisticada.
Encogiéndome de hombros, contesté, —Confío en ti. Ordena lo que te
gusta.
Richard asintió y se giró hacia el mesero. Lo que siguió fue una animada
conversación en griego discutiendo lo que solo podía asumir eran opciones
del menú. Ellos podían estar hablando del partido más reciente de fútbol
y yo no lo sabría.
Sintiéndome un poco más cohibida, tomé mi vaso de agua, le di un sorbo
y comencé a ahogarme un poco. No esperaba que fuera agua mineral y las
burbujas cosquillearon en mi nariz.
Richard puso una mano tranquilizadora en mi espalda mientras me lanzaba
una mirada interrogante. Moviendo mi mano, aclaré mi garganta y traté de
no atraer más atención hacia mí. Lo bueno fue que mantuvo su mano en
mi espalda mientras la frotaba en círculos pequeños. Me incliné un poco
hacia su toque.
No era como si nunca hubiera estado en un restaurante elegante, pero esto
estaba lejos de ser el típico y bonito lugar al que estaba acostumbrada en
América. Extrañamente, cada vez que me sentía abrumada o fuera de

5
En griego original
6
En griego original
lugar, Richard me daba una sonrisa, un guiño o apretaba mi mano y todo
se sentía bien otra vez.
Mientras el dijera que estaba bien, tenía que estarlo.
Esto debía ser lo que sentía las mujeres cuando salían con hombres
mayores. El sentimiento de que ellos tenían el control. Era mucho más
placentero que ser la que tenía que decidir todo el tiempo.
¿Qué quieres hacer?
No lo sé, tú elige.
¿Dónde quieres comer?
No me importa. Decide.
No con Richard; él no solo eligió el restaurante, decidió qué comería
también.
En ese momento, él y el mesero tenían una conversación sobre un menú
más pequeño, que me imaginé era la lista de vinos. Podía acostumbrarme
a esta cosa de “el hombre está a cargo”. Que excitante era tener a un
hombre que realmente sabe planear una cita y más aún una de improviso.
Me pregunto qué planeará para nuestra segunda cita
Tal vez me estaba adelantando, pero realmente me gustaba y considerando
que me llevó al museo y después a cenar, por lo menos debe estar
interesado en mí. No olvidemos su dura polla presionada contra mi
espalda más temprano, mi traicionera mente mencionó. Mis muslos se
apretaron mientras me retorcía en mi asiento. La sensación del suave cuero
contra la parte de atrás de mis muslos definitivamente no ayudaba.
— ¿Tu silla es incomoda? ¿Debería pedirle a Nikolas que te traiga otra?
— ¡No! ¡No! Estoy bien, —balbucee mientras agarraba mi vaso de agua
y pretendía beber para enmascarar mi vergüenza. Juzgando por la
diversión en sus ojos, puedo jurar que leía mis pensamientos y sabía su
perversa inclinación.
Una fila de cinco meseros bien vestidos con la misma camisa blanca y
delantal negro se acercaron a nuestra mesa. Cuatro de ellos nos rodearon.
Con una señal invisible de Nikolas, un mesero se acercó por mi lado
derecho y puso una copa de champagne en la mesa, mientras otro la
llenaba. Otra señal invisible de Nikolas y alguien a mi izquierda puso el
primer plato delante de mí.
Después se fueron silenciosamente.
Señalando las brillantes rebanadas naranjas en mi plato, Richard preguntó,
— ¿Estás familiarizada con el avgotaraho?
—No, pero se ve delicioso. —contesté con un entusiasmo genuino.
No podía evitar ver su boca mientras explicaba que era hueva secada de
salmonete gris con sal.
—Así que, ¿básicamente es la versión griega del caviar?
—Exacto.
Tomando mi tenedor, imité los movimientos de Richard, mientras giraba
una sola rebanada por el aceite de oliva, pimienta y cáscara de limón antes
de probarla.
Cubriendo mi boca para intentar hablar mientras seguía masticando,
exclamé, — ¡Esto está muy bueno! ¡Me encanta!
Mientras terminábamos el primer plato, Richard eligió una de las flores
comestibles de un color púrpura brillante, que decoraban el plato y la puso
juguetonamente en mi cabello.
Esperando a que recogieran los platos y se fueran, Richard acarició la piel
de mi antebrazo y se inclinó. Torciendo su dedo, hizo una seña para que
me inclinara. Con un susurró de conspiración preguntó,
— ¿Te gustan los juegos?
— ¿Juegos?
—Sí, juegos
— ¿Cómo juegos de mesa?
—No exactamente, —se río—, más como juegos de experiencia.
— ¿Cómo verdad o reto?
—Esa es mi chica, exactamente. —Le dio a mi mejilla una rápida caricia.
Embelesada por ser llamada “su chica”
Bajando el tono de mi voz, a lo que esperaba que fuera un ronroneo
seductor, pregunté — ¿Qué clase de juego quieres jugar?
Richard jugó con uno de los rizos que descansaba en mi brazo derecho.
Recordando la sensación de dolor cuando jaló mi cabello antes y las
intensas imágenes de él arrodillándose detrás de mí, follándome fuerte
mientras jalaba mi cabello aún más fuerte, mi boca se abrió ligeramente
mientras lamía mis labios.
—Si jugamos este juego, tienes que prometerme ser una buena chica y
hacer todo lo que te diga. Sin preguntas.
Un escalofrío nervioso recorrió mi estómago.
Lamiendo mis labios, traté de tragar, pero mi garganta se seguía sintiendo
seca después de hablar. Solo podía asentir.
Richard movió su mano debajo de la mesa. Casi brinco cuando sentí su
calor en la piel desnuda de mis muslos.
—Quiero que te quites las bragas.
Había leído de parejas que hacían cosas como estas, pero jamás me había
atrevido a hacerlo. A decir verdad, nunca había salido con un hombre tan
confiado y sexy como para pedírmelo. Si alguno de mis muy limitados
exnovios hubiera pedido algo similar, probablemente me hubiera reído.
No había nada divertido en la forma que Richard me veía.
Su intensa miranda color cobalto sostuvo la mía.
— ¿Qué dices? —demandó.
Sin pensarlo, contesté, —Sí... señor.
Dejando mi servilleta a lado de mi plato, comencé a levantarme. Su larga
mano rodeo mi estrecha cintura.
— ¿A dónde vas?
Confundida, me senté de nuevo. Mi mirada se movió por la habitación
para asegurarme que ninguno de los meseros había regresado antes de
agachar mi cabeza, escondiéndome detrás de mi cabello y susurrando, —
Al baño para quitarme las bragas.
—Aquí.
— ¿Qué?
—Quiero que te las quites aquí. Mientras veo. —Cada palabra fue
pronunciada claramente en la oscuridad, con un tono rápido. No podía
evitar sentir que de alguna manera estaba haciéndolo enojar por atreverme
a cuestionar su orden.
—Yo... No puedo... ¡La gente va a ver! —mirando sobre mi hombro, a
través de las largas ventanas que estaba admirando hace poco, escaneé el
comedor principal que había debajo. Esto no parece vidrio polarizado. No
había forma de que alguien no mirara hacia arriba por casualidad y me
viera quitándome las bragas en medio de un restaurante elegante.
Su agarre en mi muñeca se apretó.
—Ow. Me estás lastimando.
—Y tú desobedeciéndome. —Su voz estaba apenas por encima de un
gruñido.
Con su firme agarre en mi mano derecha, incómodamente busqué debajo
de mi vestido con la izquierda. Enganchando el elástico de mi tanga con
mi pulgar, levante mi trasero mientras comenzaba a bajarla. Con mi
obediencia, soltó mi muñeca y fui capaz de utilizar mi mano derecha para
pasarla por mis caderas.
Mirando por debajo de mis pestañas, hubiera jurado que había varias
personas debajo mirándome con atención. El sentimiento era tan
humillante como excitante en una manera ilícita de romper las reglas.
Empujando las bragas de encaje negro por mis muslos, las deje caer a mis
tobillos. Agachándome, salí de ellas, y rápidamente las envolví en mi
puño.
—Déjame ver.
Nerviosamente mire alrededor por centésima vez, mi mano tembló
mientras jugaba con el encaje negro.
—Dime la verdad, pequeña. ¿Estás mojadas?
Gruñendo, apreté los ojos. Mis mejillas quemaban. Estaba respirando tan
pesadamente que me sentía mareada.
Sintiendo su dedo debajo de mi barbilla, mi cabeza giró bajo por su orden.
—Respóndeme.
Solo pude asentir.
Su pulgar acarició mi labio inferior. Su voz era baja mientras hablaba de
nuevo. —Dije... respóndeme.
—Sí. —me ahogué.
Richard sonrió. —Buena chica. Ahora ponlas en la mesa.
— ¿Qué?
—Me escuchaste.
—Pero ellos verán... verán... ellos sabrán...
—Ellos verán los que yo les diga que vean.
Temerosa de no obedecer, enrollé las bragas y las puse en la mesa entre
nosotros. La tela negra era un faro contra el mantel de lino blanco.
Mi esperanza de que los meseros no supieran que eran bragas desapareció
cuando Richard, manteniendo sus ojos en mí, las extendió
deliberadamente, evidenciando la inconfundible ”y” de mi tanga.
—Tendremos que ver cómo conseguirte lencería apropiada, cariño.
Me imagino que la lencería de Victoria Secret’s sería muy común para un
hombre como Richard.
El siguiente plato llegó. Incliné la cabeza escondiéndome detrás de la
cortina de cabello todo el tiempo que el staff se quedó en nuestra mesa.
Mis oídos se esforzaron por oír una risa o un comentario.
Nada. Eran completos profesionales, ¡actuaban como si mi ropa interior
no estuviera justo entre nuestras copas de vino!
Después de que se fueron, me atreví a asomarme, me di cuenta que el
siguiente plato eran flores de calabacín frito. Lucían divinos y pronto mi
nerviosismo por todo el juego de las bragas había sido olvidado.
Richard cortó un pedazo y alzó su tenedor a mis labios. —Abre tu boca.
Mis labios se abrieron para él. Los pétalos delicadamente salados de la flor
golpearon mis labios antes de que el caliente y pegajoso queso. Él cortó
otro pedazo y lo sostuvo fuera del alcance de mis labios.
— ¿Quieres otro bocado?
—Sí. —respiré, sabiendo que no estaba contestando una pregunta sobre
comida.
Este hombre me cautivó. No había otra explicación. Su confianza y la
manera en que tomaba el control eran intoxicantes.
—Entonces abre tus piernas para mí.
No lo pensé dos veces, abrí las piernas, sintiendo el cambio del cálido
cuero al fría mientas me movía en mi asiento.
—Más amplio.
Obedecí. Mis rodillas se abrieron tanto que tuve que agarrar el asiento y
recostarme.
Richard inclinó el tenedor en mi boca.
Comí cada bocado que me ofreció, todo el tiempo esperé que me tocara,
que recorriera esas largas manos por mis muslos y entre mis piernas.
Necesitaba que me tocara.
Finalmente, el postre llego. La tortura sexual de esta cena estaba casi
terminada.
Yogurt con miel y una granada partida a la mitad.
Richard metió su dedo en el cremoso yogurt griego y lo levantó a mi boca.
Sin importarme quien nos viera, chupe con entusiasmo la dulzura melosa,
asegurándome de envolver mi dedo en la punta.
Su gruñido en respuesta fue mi recompensa.
Aparentemente, dos podían jugar este juego.
Como un pajarillo bebé, incliné la cabeza hacía atrás y abrí mi boca con
entusiasmo para el siguiente bocado. Esta vez tomo una cucharada y roció
la miel directamente en mi boca, asegurándose de cubrir mis labios.
—Lámelos.
Mi lengua salió para lamer el pegajoso líquido de mis labios, siempre
manteniendo su intensa mirada.
— ¿Sabías qué la fruta que Eva comió era una granada no una manzana?
—preguntó casualmente mientras arrancaba más semillas del brillante
lecho carmesí.
—No lo sabía. —respondo de la misma manera como si estuviéramos
hablando del clima o del último lanzamiento de Netflix.
Agarrando una semilla, Richard traza la línea de mis labios, pintándolos
de un rosa brillante.
—Tócate mientras te alimento con semillas de granada, mi pajarito.
Por un breve momento, pensé en usar la mano derecha, que está frente a
las ventanas y el comedor principal, pero aun no estaba lista para eso. Metí
los dedos debajo del dobladillo y a lo largo del interior de mis muslos,
trazando la costura con mis dedos.
Richard puso una semilla de granada en mi lengua. Su dulzura de alguna
manera aumento mi placer.
Sostuvo otra semilla. —Así que, esencialmente estás comiendo el fruto
original de la tentación.
Chupé las puntas de sus dedos mientras tomaba la siguiente semilla.
—Pon un dedo dentro de ti.
Moviendo mis caderas hacia delante hasta que mi culo estaba en el borde
de la silla, empujé un solo dedo profundamente en mi coño mientras usaba
mi pulgar para dar círculos en mi clítoris.
— ¿Este juego incluye que saques tu polla?
El ilícito juego sexual y la adrenalina que estaba obteniendo por pensar
que había gente observándonos me hizo más audaz. Creo que nunca había
pronunciado esa palabra en voz alta, ¡mucho menos en medio de un bonito
restaurante!
—Hoy es solo sobre ti.
Anota otra razón por la cual a las mujeres les gustaba salir con hombres
mayores. ¿Cuándo fue la última vez que escuché eso de un hombre y que
lo dijera en serio? Mi fascinación con este hombre estaba comenzando a
tomar proporciones épicas y ni siquiera habíamos terminado nuestra
primera cena juntos.
Mientras mi dedo entraba y salía de mi coño, mi sujetador comenzaba a
sentirse apretado. Mis pezones duros raspaban en el encaje barato mientras
mi excitación llegaba a dolorosas proporciones.
Agarrando un puñado de mi cabello, jalo mi cara a centímetros de la suya.
— ¿Estás lista para llevar este juego al siguiente nivel?
Oh, dios... ¿Lo estaba?
Capítulo 7
Richard
Agarrando las bragas de Elizabeth de la mesa, la saco por la puerta trasera
del restaurante sin siquiera molestarme en pagar o recuperar mi abrigo. Ya
me pondrán al día con ello más tarde. Ahora mismo tenía asuntos mucho
más urgentes que atender.
Detrás del gran edificio, la acompañé por el callejón y giré a la derecha y
luego a la izquierda. Nos detuvimos frente a una vieja puerta de hierro que
cerraba un pequeño jardín privado amurallado.
Mirando a mi alrededor, vi medio ladrillo que probablemente se utilizaba
para abrir la puerta trasera de un negocio que estaba enfrente. Lo tomé en
la mano y sólo necesité dos golpes de la piedra para desalojar el pequeño
e ineficaz candado.
— ¡Richard! Esto es allanamiento de morada. —Exclamó Elizabeth.
—Me importa un carajo. —Gruño mi respuesta, la empujé contra la pared
de ladrillos justo dentro del jardín.
La piedra me cortó las palmas mientras la enjaulaba. Antes de que pudiera
decir otra palabra, mi boca descendió sobre ella.
Finalmente la reclamé para mí.
Inclinando mis caderas, presioné mi polla contra su estómago mientras mi
lengua se introducía entre sus dientes. Sabía a miel y a champán.
Elizabeth gimió.
Le estaba magullando los labios. Sabía que pronto sentiría el sabor de la
sangre cuando la presión de mi boca cortara contra el filo de sus dientes,
pero no me importaba.
Quería que sintiera el dolor de mi beso.
Quería que lo sintiera todo, incluida la amenaza de mi polla.
Sus pequeñas manos se clavaron en las solapas de mi chaqueta. No
importaba si era para acercarme o alejarme. No iba a ir a ninguna parte.
Agarrando sus muñecas, las levanté por encima de la cabeza y las aseguré
sólo con el agarre de mi mano izquierda. Era tan pequeña y delicada, como
un pajarito.
Uno que pronto enjaularía para que sólo yo pudiera oír el hermoso canto
de sus gemidos y súplicas.
Girando su cabeza hacia un lado, jadeando para tratar respirar.
— ¡Richard, espera!
—No.
Reclamé su boca una vez más.
Joder. Nunca tendría suficiente de esta mujer.
Se había convertido en algo esencial para mi cordura el poseerla, todo
sobre ella, mente, cuerpo y alma, desde el primer momento en que la vi en
el parque hace dos semanas.
Ella había arruinado mis cuidadosos planes al casi ser atropellada por ese
taxi hoy, pero no importaba. El tiempo de hacer planes había terminado.
A partir de ese momento, sólo había mi acción... y su deliciosa respuesta.
Aprovechando su posición atrapada, inmovilizada contra la pared, le abrí
los pies de una patada mientras me tragaba su grito de alarma.
Subiéndole el vestido por encima del culo, volví a apretar mis caderas
contra su cuerpo flexible, sabiendo que la pared de piedra rasparía y
magullaría su suave carne. La idea de que algún día le hiciera una marca
en ese mismo precioso culo con mi cinturón o mi mano hizo que mi polla
se llenara de sangre hasta que se hinchara dolorosamente.
Joder. Necesitaba estar dentro de ella, pero eso tendría que esperar.
Colocando el talón de la palma de la mano entre sus piernas, presioné con
fuerza.
Elizabeth gimió.
— ¿Te gusta eso? —Respiré contra su boca abierta—. ¿Te gusta la
sensación de mi mano en tu coño?
Introduje un dedo en su húmedo calor. Dios, estaba apretada.
Elizabeth gritó.
Al liberar mi mano, busqué en el bolsillo de mi chaqueta y saqué sus
bragas. Le solté las muñecas y se las puse en la palma de la mano.
Elizabeth me miró con el deseo nublando sus ojos.
—Métetelas en la boca.
—Yo…
—Ya me has oído. Quiero que te metas tus propias bragas en la boca.
Con ojos grandes y confiados, levantó cuidadosamente la mano hacia su
boca y empezó a empujar la tela de encaje negro entre sus labios.
No es que no hubiera disfrutado forzarlas en su boca, metiéndoselas hasta
el fondo de la garganta, hasta que se atragantara y me suplicara con los
ojos, pero así era el juego. Ella necesitaba ser un jugador activo en su
propia humillación. Su propio e inevitable libertinaje. De lo contrario, no
era realmente un juego. Era sólo yo usando la fuerza bruta. No, era mucho
más satisfactorio y desafiante cuando las hacía elegir ser degradadas.
Su boca ahora se abría obscenamente, rellena con sus propias bragas
resbaladizas por la excitación.
Volviendo a llevar la mano a su coño, le metí un dedo grueso hasta el
fondo.
El grito ahogado de Elizabeth estalló mientras se ponía de puntillas para
intentar evitar el placer y el dolor de mi repentina intrusión.
La situación estaba a punto de empeorar para ella.
Puse un segundo dedo en su entrada y lo introduje profundamente.
Su cabeza empezó a oscilar de un lado a otro.
Mi boca se deslizó por la columna de su cuello, saboreando su rápido
pulso. Pasé a lamer el pequeño hueco donde su cuello se unía a la
clavícula, justo cuando introduje un tercer dedo en su apretado cuerpo. Mi
lengua lamió y chupó cada deliciosa vibración de su grito.
Con lágrimas en los ojos, empezó a suplicarme, olvidando que las bragas
en su boca distorsionaban todo lo que intentaba decir. Cuando intentó
quitárselas, la agarré de la muñeca y volví a subirle los brazos por encima
de la cabeza.
—Si vuelves a mover los brazos, te voy a doblar sobre ese banco de ahí y
te voy a azotar con mi cinturón, ¿entiendes?
Las lágrimas cayeron de sus ojos mientras asentía.
—Buena chica.
Saqué mis tres dedos y los volví a introducir sin piedad en su interior. Sus
ojos se pusieron en blanco y su cabeza se inclinó hacia un lado.
—Usa el dolor, nena. Córrete para mí. —Mi pulgar rodeó su clítoris. Con
nuestros cuerpos apretados, podía sentir cómo su cuerpo se tensaba con
cada empuje. Oí su respiración acelerada y saboreé sus gemidos con cada
temblor.
Confiando en que me obedecería, solté sus muñecas con una mirada de
advertencia antes de rodear su pequeño cuello con mi mano mucho más
grande. Empecé a meter y sacar los dedos de su cuerpo mientras aplicaba
lentamente presión en su garganta. No lo suficiente como para cortar su
ya limitado suministro de aire, pero sí para intensificar su orgasmo cuando
llegara.
A pesar de que me encantaba cómo este vestido de jersey abrazaba sus
curvas, deseaba que llevara una camiseta que pudiera arrancarle para
poder probar por fin esos hermosos pezones rosados. No los había visto,
pero sabía que harían juego con el color de su pequeña boca rosada y que
tendrían un sabor igual de dulce.
Sus muslos empezaron a temblar. Sabía que estaba cerca.
La crema de su excitación goteaba por mis dedos, facilitando mi camino
dentro de su apretado cuerpo.
Escupiendo las bragas de su boca, gritó: — ¡Sí! ¡Oh, Dios! Sí.
Su espalda se inclinó hacia la pared, empujando su coño con más fuerza
sobre mi mano mientras se corría. Fue magnífico verlo. El color elevado
de sus mejillas. Sus labios magullados por el beso, ahora de un rosa más
oscuro. El tenue brillo del sudor en su frente.
Su cuerpo se desplomó contra el mío. La abracé mientras esperaba que su
respiración volviera a ser lenta y uniforme.
—Eso fue... oh, Dios mío... eso fue...
—Todavía no ha terminado. —Dándole un mordisco juguetón en el cuello,
giré su cuerpo y la obligué a inclinarse sobre un gran pilar de piedra, vacío
de su estatua ahora olvidada.
A la luz de la farola, pude ver las rozaduras rojas de su pálido trasero en
el muro de piedra mientras subía aún más el vestido de jersey.
— ¿Te gusta que te exhiban así? ¿Te gusta saber que en cualquier
momento un transeúnte podría tener una vista completa de tu hermoso
culo?
Elizabeth sólo gimió.
Levantando el brazo, le pegué con la palma de la mano en la mejilla
derecha.
Su cuerpo se levantó y gritó.
—Contéstame. Dime lo sucia que eres... dime.
Sollozando, Elizabeth cedió. —Soy una niña sucia.
— ¿Debo azotar a mi niña sucia?
— ¡Sí! ¡Oh, Dios! ¡Azótame!
Sin querer perder tiempo con el cinturón y queriendo sentir su carne bajo
mi mano, le di el castigo que pedía. La azoté con la palma de la mano una
y otra vez hasta que su piel blanca y cremosa se tiñó de un rojo carmesí
brillante. Me encantaba ver cómo sus curvas se contraían y rebotaban con
cada golpe. La forma en que se levantaba sobre las puntas de los pies para
luego retroceder y aceptar el golpe.
Algún día, pronto, sería castigada como es debido, y no con estos tímidos
azotes, pero eso tendría que esperar hasta que estuviera más
completamente bajo mi control.
Atascando la tela de su vestido justo en la parte baja de su espalda para
mantenerla inclinada y sumisa, comencé mi nuevo asalto.
Sin preámbulos, introduje tres dedos en su ahora hinchado coño. Todavía
estaba mojada y chorreando por su orgasmo anterior.
— ¿Estás lista para recibir cuatro dedos?
—Por favor, no. Por favor, no. Me va a doler.
—Eso es lo que quieres, admítelo, Elizabeth. Quieres que te haga daño.
Ignorando su negativa, giré mi mano hasta que pude introducir un cuarto
dedo en su pequeño agujero.
Ella se puso de puntillas. — ¡Sácalos! Es demasiado. Duele.
—Baja la voz o te meteré todos los dedos a la fuerza. —Le advertí.
—Por favor. —Gimió más suavemente.
—Abre las piernas.
Como no obedeció inmediatamente, pateé sus botas. Sus piernas se
abrieron más. Me tomé un momento para apreciar lo degradante que era
su posición, inclinada con su culo rojo, desnudo y castigado, en el aire y
mi mano empujada entre sus muslos temblorosos y manchados de semen.
Ejerciendo más presión sobre la mano que la sujetaba en la espalda, liberé
mis dedos hasta casi las puntas y los volví a introducir. Mi polla era mucho
más ancha que mis cuatro dedos, así que tenía que aprender a aceptar su
grosor.
Esta vez seguí empujando con más fuerza, sintiendo que sus músculos
internos temblaban y se estiraban mientras la entrada de su coño se resistía,
haciendo presión contra mis nudillos. Esta vez empecé a empujar con
fuerza. Viendo como su pobre coño empezaba a abrirse de la paliza que
estaba recibiendo.
—Eso es, nena. Tómalo. Tómalo todo.
Elizabeth gimió en respuesta.
Soltando la tela de su vestido, mi mano se enredó en la masa de rizos de
su espalda. Cuando tiré violentamente de su pelo, su cuerpo se arqueó. Su
cabeza se inclinó hacia atrás y su boca se abrió. Le di un nuevo y
despiadado empujón con la mano, acercándome atrevidamente a darle un
puñetazo en toda regla.
En el momento en que empezó a gritar su orgasmo, mi boca se estrelló
contra la suya. Introduciendo mi lengua profundamente, lamí y lamí cada
grito de dolor placentero que sacudía su pequeño cuerpo. Rozando mi
polla contra el borde afilado de la columna de piedra, mientras imaginaba
que un día forzaría un gran consolador en su interior.
Rozando mi polla contra el borde afilado de la columna de piedra, imaginé
que un día forzaría un gran consolador dentro de ella en el momento en
que empujara mi polla hasta el fondo de su garganta.
Al soltar su boca, dejé que su cabeza cayera hacia abajo mientras se
quedaba sin fuerzas y agotada. Retiré lentamente la mano y retrocedí
varios pasos para admirar su forma. El brillo de su piel pálida contra sus
botas negras. Su hermosa masa de pelo cubriendo su cara en una maraña
desordenada de rizos y ondas castañas. El rubor de las mejillas de su culo
por mi propia mano.
Parecía un sacrificio pagano en un altar.
La imagen era adecuada teniendo en cuenta mis futuros planes para ella.
Lizzie
No había pensamiento. Sólo sentimiento.
El roce de los nudillos de Richard sobre mi piel, aún sensible, mientras
tiraba suavemente de mi vestido para colocarlo en su sitio. La sensación
de que me recogía el cabello en la mano y me lo quitaba del rostro. El
acunar mi cuerpo en su regazo mientras me envolvía con su chaqueta.
Luego, la sensación de flotar mientras me llevaba en brazos.
De alguna manera, nos metimos en un auto. A través de mi niebla sexual,
me di cuenta de que no era un taxi, sino un gran auto privado. Richard
hablaba con el conductor como si lo conociera.
Finalmente, se acomodó en los lujosos asientos, con mi cabeza apoyada
en su hombro.
Mañana.
Mañana pensaría en lo que acababa de ocurrir.
Mañana repetiría, probablemente una y otra vez en mi mente, cómo rogué
descaradamente a un completo desconocido que me azotara. No era
ingenua, sabía que algunas personas pensaban que los azotes eran eróticos,
pero nunca pensé que yo fuera una de ellas.
Mañana llegarían la culpa, la vergüenza y las recriminaciones.
Mañana me preguntaría si había arruinado algo bueno con mi
comportamiento extravagante.
Mañana me preguntaría si había siquiera un mañana con este hombre que
me cautivó tanto que perdí todo el sentido de mí misma y del decoro.
Mañana... pero no esta noche.
Esta noche, no quería pensar. Sólo quería sentir.
Debí quedarme dormida, porque lo siguiente que recuerdo es a Richard
sacudiéndome suavemente para despertarme y diciéndome que estaba en
casa.
Abriendo primero la puerta del auto, salió y me tendió una mano para
ayudarme. Menos mal, porque todavía me temblaban las piernas cuando
salí tímidamente del auto.
Mientras me acercaba a la puerta de mi edificio, intenté darle su abrigo.
—Quédatelo. Devuélvemelo mañana cuando te recoja para cenar.
Mañana.
Así que habría un mañana.
Abracé más el abrigo ocultando mi sonrisa en su solapa. Su perfume olía
aún más fuerte en su abrigo.
Cuando se dio la vuelta para irse, me aferré a su manga. — ¡Espera! —
Mis mejillas se encendieron con la pregunta que estaba a punto de hacer,
pero no tuve elección—. ¿Cuál es tu apellido?
—Payne. Richard Payne.
Me dio un rápido beso en la frente antes de saltar a la parte trasera del
elegante auto negro. Momentos después se alejó a toda velocidad.
Busqué las llaves en el bolso, me giré y miré la calle, ahora vacía, mientras
un extraño pensamiento atravesaba la niebla de mi mente.
¿Cómo sabía él dónde vivía?
Capítulo 8
Lizzie
— ¡Alguien canalizó su zorra interior anoche!
— ¿Qué? —Tomé la almohada que Jane me lanzó a la cabeza y la aparté—
. ¿Por qué dices algo así?
Observando cómo cruzaba hacia mi armario abierto y empezaba a revolver
la ropa que allí colgaba, esperé ansiosamente su respuesta.
La idea de que mis hazañas fueran difundidas por todo Facebook o un
trending topic en Twitter me revolvía el estómago. ¿Nos habían hecho
fotos en el jardín? Joder. ¿Había ahora fotos porno de venganza de mi culo
desnudo por todo Internet? O peor aún, ¡un vídeo! Agarré la almohada que
me había lanzado, la acuné contra mi pecho y enterré la cabeza. Por favor,
Dios, que no haya un vídeo viral de cómo me azotan el culo en público
mientras gimoteo y suplico más como una puta libertina.
¿En qué demonios estaba pensando anoche?
Nada de eso era yo.
En absoluto.
Yo era chica de sexo vainilla.
Mi idea de riesgo era hacerlo en el asiento trasero de un auto. Seguro que
no era que me azotaran el culo mientras un desconocido me daba un
puñetazo en el coño.
Echando un vistazo rápido para asegurarme de que mi compañera de piso
estaba absorta en el robo de ropa de mi armario, pasé la mano por debajo
de las sábanas hasta situarla entre mis piernas. Apretando con cuidado las
yemas de los dedos contra mi coño, me estremecí. Todavía lo sentía
hinchado y dolorido. Nunca en mi vida me había dolido al día siguiente
de tener sexo.
Espera... ni siquiera tuvimos sexo, no realmente. ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo
sería el sexo real con un hombre como Richard? Probablemente me
pondría en tracción.
— ¿Me puedes prestar ese vestido tuyo de Betsey Johnson? ¿El que tiene
flecos de cuentas?
Me acerqué al final de la cama, tomé mi sudadera rosa de Hello Kitty y
me la puse por encima de la cabeza, necesitando de algún modo su
reconfortante sensación de desgaste y calor.
—Sí. Claro. Está en la parte de atrás, junto al vestido de línea A de Donna
Karan. ¿Qué querías decir con el comentario de zorra?
Apartándome el cabello del rostro, resistí el impulso de frotarme los ojos
secos. No creo que haya dormido ni una hora anoche. No paraba de darle
vueltas a los acontecimientos de ayer en mi mente. Una y otra vez. Cada
palabra que dije. Todo lo que hice.
¿Pensó Richard que era una idiota por casi ser atropellada por un taxi?
¿Creía que era inmadura por no hablar más de los acontecimientos
mundiales en la cena?
¿Creía que era demasiado joven para él?
¿Creía que era una zorra por enseñar el culo y rogarle que lo azotara?
Ya sabes... las preocupaciones habituales de la primera cita.
—Te pido prestadas tus plataformas de Juicy Couture para ir a juego. —
Llegó la voz apagada de Jane desde el interior de mi armario.
A veces pienso que la única razón por la que Jane me eligió como
compañera de piso fue el hecho de que teníamos la misma talla, tanto de
ropa como de zapatos. Eso y el hecho de que yo estaba dispuesta a pagar
la mayor parte del alquiler para tener el dormitorio mientras ella se
acostaba en el sofá extraíble del salón.
Mientras Jane salía del armario y se giraba para sostener mi vestido
delante de ella y examinar el aspecto en mi espejo de pie de cuerpo entero,
vi el abrigo negro de Richard colgado en el poste al final de mi cama
blanca de hierro forjado. Tirando las mantas por encima, me puse de pie y
fui a destapar mi jaula.
Dando la espalda para que no pudiera verme la cara, traté de mantener mi
voz tranquila y casual. — ¿Qué has dicho de mi zorra interior?
—Caramba. Relájate. Sólo estoy bromeando. Anoche llegaste súper tarde.
Mis dos pinzones empezaron a cantar y a saltar de rama en rama en su
gran jaula pintada de oro. Sus cantos me dieron una extraña sensación de
normalidad. Abrí la puerta de la jaula y metí la mano en su plato de agua.
Coco pasó volando junto a mí.
— ¡Cuidado, Jane! Coco está suelto.
— ¡Más vale que no se cague en mi vestido! —Gritó Jane mientras
encorvaba los hombros, protegiendo la ropa en sus brazos.
Coco dio varias vueltas por el pequeño dormitorio antes de volver a la
jaula. Dior se sentó recatadamente en su rama y se limitó a ladear la cabeza
de un lado a otro, mirándome con sus brillantes ojos oscuros.
—Sólo quería un poco de atención. —Dije mientras llenaba su plato de
alpiste. En ese momento, las campanas de la iglesia empezaron a sonar.
Al mirar por la ventana de mi habitación, pude distinguir la aguja de la
iglesia rumana de San Jorge. La vista me atrapaba siempre. Era tan gótica
y romántica.
—Primera en ducharme. —anunció Jane mientras tomaba mis zapatos y
salía por la puerta con el vestido sobre el brazo. En su camino, tomó un
pequeño espejo de mango de latón que tenía en el tocador y me lo tendió—
. También está esto... ¡Angelina Jolie!
Tomando el espejo de su mano, miré mi reflejo. Mientras la risa de Jane
se extendía por el pasillo hasta el baño, me senté lentamente en mi cama
y me quedé mirando. Mis labios eran de color rosa oscuro y estaban
hinchados. Con el cabello revuelto y los enormes labios, parecía que
acababa de pasar la mayor parte de la semana follando en la cama. Con un
resoplido, me dejé caer entre las sábanas. Arrastrando las mantas a un lado,
tomé el abrigo de Richard y lo abracé contra mí. Inhalando
profundamente, sentí un revuelo entre mis piernas al percibir el picante
aroma masculino que aún se aferraba a la tela. Levantando las rodillas, me
puse de lado y cerré los ojos. Los recuerdos de él empujándome contra la
pared de roca y besándome sin sentido bailaron en mi mente. Su sabor
mientras su lengua chocaba con la mía. Nunca me habían besado con tanta
pasión... con tanta fuerza. Era algo sacado de una novela romántica. Y la
sensación de sus gruesos dedos mientras seguía metiendo uno, luego otro,
luego otro dentro de mí. Mi cuerpo se sentía estirado hasta el límite y, sin
embargo, quería más.
Sin embargo, tenía una sensación de inquietud en el fondo de mi mente.
Al principio, sólo pensé que era yo la que prácticamente se entregaba en
la primera cita, pero ahora sabía que había algo más.
Tanto como me excitaba... también me asustaba un poco.
Su agarre en mi muñeca durante la cena cuando no le obedecí
inmediatamente. La forma oscura en que insistió en que me tocara debajo
de la mesa. El modo en que se negaba a detener el asalto de sus dedos
incluso cuando le decía que dolía.
De alguna manera enfermiza y retorcida, su fuerza dominante me parecía
sexy. Tenía que ser un hombre muy poderoso y seguro de sí mismo para
arrojar a una mujer contra la pared y tomar lo que quisiera. Aceptémoslo,
ese tipo de confianza arrogante era muy sexy en un hombre. Pero, aun así,
había una razón por la que sólo se veían cosas así en las películas o se
leían en los libros. En la vida real, debería ser una bandera roja.
Richard podría ser demasiado intenso para mí.
Habló de jugar, pero no estaba tan segura de jugar a su nivel.

¿Hay algo en este mundo que se sienta tan bien como una larga ducha
caliente?
¿La polla de Richard?
¡Deja eso!
No sería capaz de concentrarme en las clases de hoy si todo lo que podía
pensar era en Richard.
Me envolví el cabello en una toalla y entré descalza en la pequeña cocina
para poner la tetera. Jane estaba inclinada sobre el sofá enderezando
nuestro cuadro de Audrey Hepburn. Cada vez que guardaba el sofá cama,
nuestros cuadros de Audrey, Marilyn Monroe y Brigitte Bardot soplando
burbujas de chicle se torcían.
—Te sigo diciendo que alejes el sofá cama de la pared uno o dos
centímetros y así no se alterarán los cuadros. —Cortando un bollo por la
mitad, unté ambos lados con mantequilla y eché un poco de cuajada de
limón antes de entregarle la mitad a Jane.
—No podemos permitirnos perder uno o dos centímetros en este lugar. —
refunfuñó Jane mientras se desplomaba en el sofá.
Me senté en mi mesa de trabajo y le eché una mirada de odio a nuestro
pequeño piso. Ictericia es la palabra correcta, ya que las paredes estaban
cubiertas de un color amarillo lima, bastante enfermizo. El alquiler no era
excesivo y estábamos muy cerca de la escuela, que era lo que más
importaba. Sin embargo, eso no significaba que no soñara con vivir en
algún lugar más grandioso. ¿Quizás la finca donde se rodó Downton
Abbey? Imaginen poder bajar por una gran escalera cada mañana mientras
te diriges a un salón o a una sala de estar para desayunar. O decirle al
mayordomo que ese día tomaría el té en la biblioteca. Si viviera en un
lugar así, llevaría todos los días magníficos vestidos de gala con largas
estelas y chales bordados a mano.
— ¿Cuándo empiezas? —Preguntó Jane mientras recogía una miga de su
camisa y se la llevaba a la boca.
Girando en mi silla giratoria, miré mi horario impreso. —Tengo
Introducción al Vestuario para Actuación a las dos.
— ¡Caramba! ¡Profesor Hands!
—Aquí dice Profesor Handleson.
—Sí, pero todo el mundo le llama profesor Hands. Digamos que no debes
llevar escotes ni faldas en su clase.
Arrugué la nariz con desagrado. Como estudiante de primer año de la
licenciatura en Vestuario para la Interpretación, escuché cada uno de los
consejos de Jane. Ella estaba en su segundo año y, aunque iba a cursar la
licenciatura en Compra y Comercialización de Moda, había algunas
asignaturas transversales.
—Entonces, ¿vas a contarme sobre tu cita misteriosa de anoche?
La tetera eléctrica empezó a silbar. Me levanté de un salto y me dirigí a la
cocina. Buscando en un armario las tazas y las bolsas de té, dije
evasivamente: —No estoy segura de que fuera siquiera una cita.
No sé por qué estaba siendo tímida a la hora de contarle a Jane lo de
Richard. Era casi como si no estuviera segura de que fuera real. Si hablaba
de ello, podría arruinar el sueño.
—Vamos. Cuéntalo.
Volviendo al salón con dos tazas de té, le entregué una y me senté en el
sofá junto a ella. Suspirando, me di cuenta de que podría ayudar a calmar
todos los pensamientos caóticos que tenía en la cabeza si los comentaba
con alguien.
— ¿Prometes no ponerte a juzgar?
—Chica. Te conté lo de aquella vez en el baño del pub, ¿verdad?
Riendo, dije. —Punto hecho. Vale, le conocí cuando ayer casi me arrolla
un taxi.
Jane sacudió la cabeza. — ¿Olvidaste mirar a la derecha otra vez?
— ¡Dios!
Levantó la mano. —Lo siento. Continúa.
Le conté toda la historia, incluso la parte de las bragas, aunque omití la
parte de los azotes. Una chica tenía que guardar algunos secretos. Lo dejé
en ese beso increíblemente caliente contra la pared y en que él dijera que
quería llevarme a cenar esta noche.
Mordiéndome el labio, pregunté: — ¿Qué te parece?
— ¿En serio? ¿Tienes que preguntarlo? —Tocando con los dedos, Jane
contestó—: Está muy bien, sabe vestirse, te llevó a cenar a un sitio muy
elegante y besa bien... Si no lo quieres, mándamelo.
Calentando el tema, sonreí por encima de mi taza. —También tiene un
nombre genial, Richard Payne.
Jane dejó caer su taza. El té caliente salpicó nuestros regazos y el cojín del
sofá entre nosotros. Me levanté de un salto, dejé la taza en la mesita y corrí
a tomar el trapo que habíamos dejado sobre el grifo de la cocina.
Arrodillada ante el sofá, empecé a secar los cojines.
— ¿Estás bien? ¿Te ha quemado?
— ¡Olvídate del té! ¿En serio acabas de decir Richard Payne? ¿Payne?
¿Richard Payne?
Mi ceño se frunció mientras restregaba los cojines con más ferocidad de
la necesaria. Exhalando un suspiro frustrado, exclamé: —Deja de decir su
nombre así, sí, he dicho Richard Payne... ¿por qué?
Jane corrió hacia su portátil y buscó en Google. Vi cómo escribía su
nombre en la barra de búsqueda. Al instante aparecieron innumerables
fotos de Richard.
Richard con esmoquin asistiendo a una gran gala.
Richard en un yate rodeado de famosos.
Richard en un evento de polo sentado junto a la reina.
Richard increíblemente guapo con un traje en la boda del príncipe Harry
y Meghan, sentado en uno de los bancos delanteros con la familia real.
Richard esquiando en Aspen.
Mi estómago dio un vuelco mientras acercaba el portátil.
— ¿Este es tu Richard?
Odié la forma en que Jane enfatizaba "tu"; obviamente no era mío. Ya
sabía que probablemente estaba fuera de mi alcance, pero no me había
dado cuenta de que ni siquiera estábamos en el mismo sistema solar.
— ¿Cómo? ¿Quién? —Ni siquiera pude formular la pregunta, ya que me
limité a recorrer con impotencia las innumerables fotos y artículos sobre
Richard.
— ¡Chica, es uno de los hombres más ricos del mundo y un maldito duque!
Mirando a Jane atónita, sólo pude repetir sus palabras. — ¿Un duque?
—Sí, como en la realeza, probablemente tiene el número de teléfono
personal de la reina.
Mis ojos se posaron en la letra en negrita bajo una imagen, Richard
Frederick Payne III, Duque de Winterbourne. Es un maldito duque.
Eso explicaba sin duda todas las miradas extrañas y los saltos que todo el
mundo daba tanto en el museo como en el restaurante, así como la reacción
del taxista.
Ya no tenía ninguna duda de que no iba a volver a verle.
No dejaba de repetirse una y otra vez en mi cabeza. ¡Un duque! ¡Un
maldito duque!
¿Qué podría ver un duque en una estudiante de moda de primer año en la
universidad?
Nada.
Me mordí el labio y parpadeé las lágrimas que se estaban formando
rápidamente. Era una tontería, por supuesto. Acababa de conocer al
hombre. Es que era tan... tan... ¡Sr. Darcy!
Como no quería desvelar demasiado a Jane, me encogí de hombros
mientras tomaba nuestras tazas y me dirigía a la cocina. —Da igual. Ha
sido un divertido pseudo-desafío de una noche.
Jane vino detrás de mí. —Es el primer chico por el que has mostrado el
más mínimo interés desde que te conozco y resulta que es el partido del
siglo, ¿y de repente actúas como si no te interesara? Mentira.
Como no quería que leyera mi reacción, me mantuve de espaldas y vertí
demasiado detergente en mi taza, observando cómo un mini volcán de
espuma hacía erupción en el borde. —No puedo competir con todo eso.
—Dije, señalando el portátil que aún tenía en la
mano—. Vamos a dejarlo.
Dejando el portátil, Jane me agarró por los hombros y me sacó de la
cocina.
— ¿Qué estás haciendo?
Jane me hizo entrar en el dormitorio y no se detuvo hasta que ambas
estuvimos de pie frente a mi largo espejo.
Asintiendo por encima de mi hombro mientras observaba mi reflejo,
reflexionó: —Tienes razón. No puedes competir.
— ¡Ay, Dios! Yo…
— ¡Porque no hay competencia! Chica, no tienes ni idea de lo hermosa
que eres tanto por dentro como por fuera. Ese hombre sería afortunado de
salir con alguien como tú. No me importa si es un duque rico que es súper
alto y está buenísimo.
Me giré y le di un abrazo. —Eres lo máximo.
Envolviendo sus brazos alrededor de mí, me dio una palmada en el culo.
Oculté mi mueca de dolor, ya que todavía estaba un poco adolorida por la
perversa nalgada que Richard me había dado la noche anterior. —Eres un
pedazo de culo caliente, Lizzie. Vas a tener que aceptarlo.
Riendo, enganché un brazo alrededor de su hombro y me volví hacia mi
armario. —Ayúdame a elegir un conjunto para hoy, ya que me has robado
uno de mis vestidos favoritos.
Estábamos a medio camino de escoger mi armario cuando mi mano voló
a mi boca. — ¡Oh, no!
— ¿Qué?
— ¡Nunca le di mi número!
La boca de Jane se abrió en shock. — ¿Qué?
—Ni siquiera recuerdo que mirara su móvil en todo el tiempo que estuvo
conmigo. Era casi como si no tuviera uno.
—Entonces, ¿no intercambiaron números? ¿Facebook? ¿Instagram?
Negué con la cabeza que no. —Quiero decir que en algún momento debí
decirle en qué calle vivía, aunque no recuerdo haberlo hecho. Aun así, este
edificio tiene más de cincuenta apartamentos, es imposible que supiera en
cuál estaba yo.
— ¿Tal vez te dio su tarjeta?
Negando con la cabeza, dije: —Lo único que recuerdo es que dijo que
quería llevarme a cenar esta noche, pero no sé cómo va a ser posible si no
puede ponerse en contacto conmigo para hacer los arreglos.
—Bueno, le has dicho a qué colegio vas... ¿quizás te localice por ahí?
Acepté a medias, sin intentar ocultar mi decepción. Realmente quería
volver a ver a Richard, aunque sólo fuera para ver si la intensa vibración
que sentía era real o imaginaria.
—Quiero decir que podrías intentar contactar con él. Aprovechar el
momento. Podríamos llamar a una de sus empresas. —ofreció Jane.
— ¿Y decir qué? Soy la chica que salvaste de un taxi, ¿te apetece invitarme
a otra cena elegante?
No. No podía hacer eso. Si alguna vez iba a saber si Richard estaba
realmente interesado en mí, tendría que hacer un esfuerzo para ponerse en
contacto conmigo. Era una pequeña inyección de confianza, pero la
necesitaba. Después de todo, el hombre era un maldito duque.

Horas más tarde, abrimos la puerta de nuestro piso sólo para casi tropezar
con una gran caja blanca. De más de un metro de largo y la mitad de ancho,
fue un poco incómodo levantarla y pasar el umbral. Dentro de la gruesa
cinta de terciopelo negro que aseguraba la tapa había un pequeño sobre de
color crema con Elizabeth garabateado en una letra masculina muy
prolija.
Los ojos de Jane se abrieron de par en par con anticipación.
— ¡Ábrelo!
Girando ligeramente los hombros para que ella no pudiera leer la tarjeta
que tenía delante, deslicé la punta de un dedo bajo el pliegue del sobre y
saqué la tarjeta.
Esta noche a las ocho.
Lleva esto.
Richard
No pude evitar el temblor de anticipación que me causó el tono autoritario
y dominante de su nota. Era tan... exigente en ese sentido masculino y
sexy.
Tirando del arco, levanté lentamente la tapa. Dentro de la caja había capas
y capas de etérea organza de seda lavada de color rosa pálido. Levanté el
vestido por los hombros y lo sostuve ante mí. Era un vestido que llegaba
hasta el suelo con varios niveles de volantes de la cintura para abajo. Con
su cuello alto y sus mangas con bordes de festón, tenía un aspecto elegante
y chic a la vez.
— ¿Es un vestido de Vampire’s Wife?
—Creo que lo es... —Estaba asombrada. Con mi amor por los vestidos
históricos, estaba obsesionada con los diseños de Vampire's Wife. Los
vestidos parecían anticuados de una manera moderna. Una vez más, fue
como si Richard hubiera leído mi mente, eligiendo el vestido
absolutamente perfecto para mí. Por su aspecto, también me quedaría
perfecto.
—Bueno, parece que te ha localizado. —Observó Jane con una sonrisa.
Sujetando el vestido de forma protectora contra mi cintura, no sabía si
estaba más ansiosa o emocionada por esta noche.
Capítulo 9
Richard
—Quiero que compres una participación mayoritaria en una empresa
llamada Shelton Pharmaceuticals. —Abriendo la puerta central de marco
blanco que había detrás de mi escritorio, salí al amplio balcón. Apoyado
en la intrincada barandilla de hierro forjado, escuché cómo mi agente de
bolsa desgranaba los precios actuales de las acciones en el mercado.
—Me importa un bledo. Ofrécelas por encima del precio de mercado si es
necesario. Y concierta una cita con el Dr. Leilend.
— ¿Es el tipo que trabaja en el medicamento para la memoria? —Dijo la
voz inconexa al otro lado de la línea.
—No te pagan por hacer preguntas. Haz lo que te digo. —Colgué el
teléfono inalámbrico, lo arrojé sobre una mesa cercana y contemplé la
vista.
Contemplando distraídamente la noria del London Eye que giraba
lentamente, vislumbré un Támesis gris y turbio que atravesaba
sombríamente el West End bajo un cielo igualmente gris. La mayoría
consideraría esta vista impresionante y, con la ubicación prominente de mi
oficina en el lado oeste de Robert Street, ciertamente pagué excesivamente
por el privilegio, pero no se comparaba con el paisaje de mi finca favorita
en Staffordshire.
De vuelta al calor de mi despacho, me senté de nuevo y empecé a pasar
por los interminables montones de informes y contratos que requerían mi
atención. El más importante era el informe detallado que tenía sobre todos
los movimientos de Elizabeth durante las últimas semanas, casi desde que
entró en el país. Ser miembro de la Cámara de los Lores tenía ciertamente
sus ventajas; nadie cuestionaba demasiado cuando pedías todas las
grabaciones de las cámaras de seguridad de alguien. No había un pequeño
rincón en Londres al que ella hubiera ido sin ser grabada, todo para mi
beneficio.
Por desgracia, mis pensamientos estaban en otra parte.
En un par de vívidos ojos verdes y una exuberante boca rosa cereza, para
ser precisos.
Mirando por encima de la amplia extensión del escritorio de mi compañera
inglesa de palisandro, podía imaginar a Elizabeth extendida como una
ofrenda de sacrificio. Su piel pálida y su cabello castaño recibían un cálido
resplandor del escritorio de cuero carmesí acentuado con oro. La lámpara
de araña del siglo XVIII que me empeñé en conservar cuando convertí
esta casa de época en mi piso y oficina de Londres envía destellos de luz
brillante y pequeños arco iris danzantes a través de sus generosas curvas.
Me removí en mi asiento y me ajusté los pantalones para acomodar mi
creciente polla. Presionando la longitud con el borde de la palma de la
mano, la presión alivió mi incomodidad sólo marginalmente. Nada me
satisfaría de verdad hasta que pudiera sumergirme en su apretado y
húmedo calor.
Sin embargo, tendría que esperar.
La negación era parte del juego.
Como hombre que podía tener lo que quisiera y cuando quisiera, la
contención y el control eran los únicos placeres reales que me quedaban.
Un premio fácil de ganar no era un premio. El verdadero placer consistía
en saborear las sensaciones de anhelo y necesidad feroces. La tensión y la
acumulación de anticipación mientras rodeabas lentamente a tu presa.
Elizabeth era una hermosa y única ave que planeaba enjaular y hacer mía.
La verdadera estrategia del juego consistió en hacerlo antes de que mi
pajarito se diera cuenta de que estaba en peligro.
Desde el momento en que la vi hace varias semanas, sentada al sol en St.
James's Park leyendo un ejemplar de Frankenstein, mordiéndose el labio
mientras se revolvía distraídamente un mechón de cabello castaño, me
sentí atraído por su inocencia y su belleza.
Mientras los demás dividían su atención entre teléfonos y lectores
electrónicos, y sólo echaban un vistazo a sus compañeros, Elizabeth
permanecía absorta en el libro físico que tenía en la mano. Embelesado, la
vi levantar un delicado dedo hacia esos bonitos labios y lamerse la punta
antes de pasar una página. Durante más de dos horas, la observé mientras
permanecía en el momento, levantando el rostro hacia el calor del sol,
inhalando el dulce aroma de la hierba que la rodeaba, observando las
brillantes aguas azules del lago mientras las sombras de los amplios sauces
llorones que rodean la orilla empezaban a hacerse más profundas.
Era fascinante.
Por fin, una mujer que podía apreciar los momentos y la vida que la
rodeaba sin las intrusiones obsesivas de la vida moderna y la tecnología,
que yo aborrecía.
Al abrir el cajón de mi escritorio, saqué una pequeña caja azul. Trazando
círculos en la suave tela con la punta de los dedos, pensé en mis planes
para esta noche.
Anoche le había dado a Elizabeth sólo una muestra de mis expectativas.
Esta noche le exigiría una sumisión aún más profunda.
Con cada movimiento en el tablero, acercaba más y más mi peón al borde;
pronto caería la trampa.
Levanté la caja y la coloqué en el bolsillo interior de mi chaqueta antes de
pulsar el pequeño botón situado en el lateral de mi escritorio que
notificaría a mi asistente que me marchaba y que esperaba que el chófer
estuviera listo con mi coche en la puerta.
A las 7:57 p.m. exactamente, mi coche se detuvo frente a su edificio. Le
dije al conductor que me bajaría solo, me cerré los lados del traje y lo
abotoné mientras cerraba la puerta del coche. Al echar un vistazo a ambos
lados de Fetter Lane, pude distinguir fácilmente a los hombres que había
contratado para vigilarla a ella y al edificio. El edificio de apartamentos
era lo suficientemente seguro, pero no estaría totalmente tranquilo hasta
que la sacara de él a una de mis fincas. Había demasiadas variables
incontrolables aquí en la ciudad. La necesitaba en un lugar donde supiera
que estaría rodeada de gente que sólo me era leal a mí.
Donde estuviera bajo mi completo control.
Pellizcándome el puente de la nariz mientras deseaba que mi polla se
calmara, respiré profundamente y relajé mis facciones.
Es hora de interpretar al elegante Sr. Darcy para mi Elizabeth.

Aunque no dudé ni por un momento que lo haría, me alegré de verla con


el vestido que le envié. A partir de ese momento, cuando estuviera en mi
presencia, quería que sólo llevara la ropa que yo le había proporcionado.
Prefería saber que los suaves tejidos que acariciaban su piel eran de mi
propiedad, como pronto lo sería ella.
Verla allí de pie, con el aspecto de ingenua nerviosa que yo conocía, puso
a prueba mi capacidad de contención. Sabía que no habría nada que me
impidiera arrancar ese caro vestido de su ágil cuerpo y follarla aquí y ahora
contra la pared. Nada me lo impediría, ni siquiera sus propias súplicas. Sin
embargo, de forma perversa, sabía que el hecho de no ceder a ese impulso
primario era más satisfactorio que el sexo.
Cualquiera podía forzar un polvo rápido con una mujer. Hacía falta una
verdadera habilidad para moldearla y convertirla en tu compañera de
fantasía, para controlar su mente tanto como su cuerpo, convenciéndola
de que ignorara las campanas de alarma y te siguiera por un sombrío
camino de actos depravados inmorales y cada vez más profundos.
Hay mucha más satisfacción en tentar a un ángel para que te siga al
infierno que en el fugaz placer que se obtiene al expulsarlo del cielo.
Está impresionante.
Enmarcada en la estrecha puerta, Elizabeth era una visión de un brillante
rosa pálido. Los volantes daban al vestido un aspecto inocente, casi de
niña, que quedaba desvirtuado por la sombra del escote y un tentador
indicio de pezón que podía verse a través de las capas de tela transparente.
— ¿Vamos? —Dije, ofreciendo mi brazo.
Cuando levantó la mano para cogerlo, vislumbré un pequeño bolso de
mano negro. Guiñando un ojo, le quité el bolso y lo dejé sobre una mesita
justo dentro de la puerta de su piso. —No lo necesitarás.
—Antes de que pudiera protestar, le quité suavemente las llaves de la
mano y cerré la puerta, guardándolas cuidadosamente en el bolsillo antes
de ofrecerle de nuevo mi brazo.
—A una dama no debería faltarle nada cuando está en compañía de un
verdadero caballero. —Murmuré en su oído, percibiendo el aroma a hierba
Luisa de su cabello, gustando cómo el suave vestido rosa resaltaba los
reflejos dorados de sus mechones castaños.
Estaba lo suficientemente cerca como para oír su respiración entrecortada
mientras sus párpados se movían brevemente. Mi dulce pajarito era tan
fácil de complacer... y de manipular.
Cuando Elizabeth se deslizó por el asiento de cuero de mi Rolls Royce
Phantom negro, exclamó: — ¡Este auto es increíble! Me siento como si
hubiera retrocedido en el tiempo.
Después de indicarle al conductor que siguiera adelante, centré toda mi
atención en ella.
—Me alegro que te guste. Confieso que soy un poco anticuado. Prefiero
los autos de época y las antigüedades a todo lo moderno.
Al abordar el tema, Elizabeth se giró en su asiento para mirarme. Una vez
más, me sorprendieron sus hermosas y delicadas facciones. Me moría de
ganas de verlas contorsionadas por el placer y el dolor. Su bonita boca
abierta en un grito cuando me abalancé sobre ella por detrás después de
azotarla despiadadamente con mi cinturón.
Pronto.
— ¡Yo también! Estoy absolutamente enamorada de la época victoriana,
de todo lo que tiene que ver con los vestidos, los bailes y los carruajes. Es
una de las cosas que me gustan de Londres. Si bloqueas todo el ruido del
tráfico y sólo te concentras en los edificios y los parques, casi puedes
imaginar que estás en el pasado.
Acariciando su mejilla, le pregunté: — ¿Te gustaría eso? Poder vivir un
día como una victoriana con todos los vestidos y joyas y sirvientes.
Elizabeth se recostó en el mullido asiento de cuero y me dirigió una mirada
melancólica. —Ojalá. Tal vez algún día me den un papel en una obra de
teatro o en una película para poder fingir. —Elizabeth jugó con
los volantes de su vestido, aplanándolos nerviosamente sobre sus
muslos—. No te lo he dicho, pero una de las razones por las que me dedico
al diseño de vestuario es porque también quiero ser actriz.
Puse una mano tranquilizadora sobre las suyas inquietas. — ¿Por qué estás
nerviosa?
Se encogió de hombros. Se negó a mirarme a los ojos y dijo: —Me he
enterado de que eres un duque importante y todo eso. Supongo que me
preocupa que pienses que salir con una estudiante de moda aspirante a
actriz está por debajo de ti.
Apenas pude oírla. La confesión fue susurrada en su regazo detrás de una
cortina de cabello magníficamente grueso. Tomando su cabello con la
mano, lo aparté por encima de su hombro y le puse un dedo bajo la
mandíbula, inclinando su cara hacia mí. —Quiero que escuches con
atención, pequeña. —Con el dorso de los nudillos le acaricié la mejilla,
sintiendo la presión de su alto pómulo—. No sólo te encuentro hermosa,
sino completamente encantadora. —Le di un golpecito en la punta de la
nariz y continué—: Desde la punta de tu nariz hasta esos preciosos ojos
tuyos. —Me alegré al ver que un rubor rosado florecía en sus mejillas.
— ¿De verdad? —Preguntó, con una mirada melancólica en sus ojos
brillantes.
Enmarcando su rostro con mis manos, me incliné hacia ella.
—Me importa un bledo mi título, la diferencia de edad o tus planes a
futuro. Me cautivas, Elizabeth. —Mis labios acariciaron los suyos—. En
este mismo momento, renunciaría a toda mi riqueza por sólo...
—Lamí su labio inferior—. Por probar estos labios.
Me tragué su suspiro mientras mi boca descendía. Deslizando mi lengua
en el interior, sentí el roce de sus dientes en el borde mientras acercaba mi
cuerpo, obligándola a recostarse en los cojines del asiento. Mi mano pasó
de su mandíbula a rozar el lado de su pecho antes de sujetar su estrecha
cintura mientras profundizaba el beso. Sabía a menta dulce y quería más.
Sus manos me agarraron por los hombros antes de pasar sus dedos por mi
cabello, agarrando con fuerza el corto tramo. La insinuación de dolor me
estimuló. Dejé que sintiera la cresta de mi polla al presionarla contra su
muslo. Mientras lamía y mordía la delgada columna de su cuello, pude ver
cómo echaba un vistazo al conductor bajo sus pestañas. Me encantaba el
hecho de que ser observada parecía excitarla más, como en el restaurante
de la noche anterior.
Nunca la compartiría con nadie, pero saber que alguien estaba obligado a
mirar y a nunca tocar mientras yo la reclamaba como mía, una y otra vez,
tenía cierto atractivo.
Además, encajaba perfectamente en mis planes para su educación esta
noche.
Soltando sus labios, coloqué una mano entre sus omóplatos y la hice
volver a sentarse. Me alegró ver que sus labios tenían un color rosa oscuro
como el de las abejas por mi beso.
Sus ojos permanecieron vidriosos y desenfocados cuando el auto se detuvo
frente al hotel Dorchester. Un portero uniformado corrió a abrirnos la
puerta.
Le puse una mano en la espalda y la guie por el vestíbulo hasta nuestro
destino.

Los ojos de Elizabeth se iluminaron cuando vio la opulencia del comedor


Alain Ducasse. El restaurante, con una estrella Michelin, se llenó del suave
murmullo de los invitados, el tintineo del cristal y los ricos aromas de la
buena cocina francesa mientras seguíamos al maître de esmoquin hasta
nuestra mesa.
Ella me miró confundida cuando se detuvo ante una gran cortina ovalada
de brillantes fibras ópticas situada en el centro del comedor. Apartando la
cortina luminiscente, nos hizo un gesto para que nos acercáramos.
—Esto es lo más sorprendente que he visto nunca. —Recorrió lentamente
el espacio cerrado, rodeando la mesa privada mientras pasaba los dedos
por la cortina de luz danzante. Tomamos asiento y esperé a que el
camarero principal nos sirviera una copa de champán Krug Rose en sus
características copas de cristal de Saint-Louis antes de dirigirme a ella.
—Por el comienzo de lo que espero que sea una relación muy especial.
Al ver cómo levantaba la copa hasta sus labios aun ligeramente hinchados,
sentí la verdad en mi brindis. Ella era especial, de eso estaba
absolutamente seguro. En ella, por fin había encontrado a la elegida.
Metiendo la mano en el bolsillo del abrigo, saqué el joyero azul oscuro y
lo deslicé por el mantel entre nosotros.
Elizabeth se mordió el labio y no lo tomó. —Mira. Me encanta el vestido
y sé que probablemente no debería haberlo aceptado; no tenía forma de
llegar a ti y no quería que te ofendieras si no me lo ponía, pero...
Levantando mi copa a los labios, tomé un sorbo de champán para ocultar
mi sonrisa.
—... No quiero que pienses, quiero decir, aunque lo sepa ahora, no lo sabía
antes y ya me gustabas por entonces así que no cambia nada para mí y no
quiero que pienses que lo haría o que esperaría de alguna manera cosas
como esta, y…, y… bueno, lo que sea porque definitivamente no lo haría
y probablemente lo hayas oído antes, pero lo digo de verdad; no estoy
segura de cómo puedo demostrarlo aparte de no aceptar...
Cortando su impresionante divagación, comenté: —Cariño, ¿intentas
decirme que no te importa mi dinero?
Aliviada, asintió. Llevando una mano al corazón, dijo:
—Sinceramente, no tenía ni idea de quién eras cuando me salvaste de ese
taxi. Esto es absolutamente precioso, pero podrías haberme llevado a
comer pescado y patatas fritas al pub de la esquina y habría sido igual de
bonito.
Levanté la tapa de la caja azul real de Chaumet Paris y abrí las fundas de
cada lado para revelar un broche de oro rosa, diamantes y zafiros.
La bonita boca de Elizabeth se abrió. —Dios mío, es precioso.
Saqué el broche en forma de pájaro de la caja y me incliné para sujetarlo
a su vestido, sabiendo de antemano que el oro rosa pálido lo
complementaría.
—Richard, no deberías haberlo hecho.
—Es sólo el principio de todas las cosas que he planeado para ti.
Capítulo 10
Lizzie
Esto debe ser lo que se siente ser adorada.
Mirando hacia abajo, pude ver el magnífico brillo de los diamantes del
broche. El pájaro tenía un largo y elegante cuello y un precioso penacho
lleno de zafiros azules. Era, con diferencia, la pieza de joyería más bonita
y cara que me habían regalado nunca.
Todo aquello era un cuento de hadas y él era mi príncipe azul. Era una
locura pensar que realmente era de la realeza... o de la aristocracia... No
estaba muy segura de cómo funcionaba. Iba a tener que buscarlo en
Google más tarde o, mejor aún, tal vez podría desenterrar algunas de mis
viejas novelas románticas y releer las victorianas en las que el elegante
duque siempre rescataba a la pobre protegida.
Al mirar a Richard por encima de la mesa, me fijé en su fuerte perfil. Con
su cabello oscuro y ondulado, un poco más largo en la parte superior, y
sus intensos ojos azules, era realmente un héroe romántico y desenvuelto,
mi propio Sr. Darcy.
Los camareros llegaron colocando el primer plato delante de nosotros. Era
un plato impresionante, un gran langostino escocés envuelto en pepino y
cubierto de caviar, todo ello sentado en una piscina de salsa de limón
cremosa.
Una vez más, Richard había pedido por los dos y yo estaba muy satisfecha
con su selección. Parecía saber lo que me gustaría.
Mientras cortábamos la delicada y dulce carne de las cigalas, por fin tuve
la oportunidad de hacer la pregunta que me había estado quemando la
mente. — ¿Cómo has averiguado mi número de piso?

Deslizando un bocado del borde de su tenedor con los dientes, Richard


masticó cuidadosamente antes de responder. —Es muy sencillo. Envié a
un mensajero con el vestido y le di dinero extra para sobornar a tu portero.
Eso tenía sentido. Todavía no recordaba haberle dado la dirección de mi
calle la noche anterior, pero obviamente debí haberlo hecho si me había
dejado en casa. Aceptémoslo, no era precisamente coherente después del
increíble orgasmo que me había dado.
Los camareros retiraron el primer plato y colocaron un segundo,
igualmente fantástico, delante de nosotros. Tomando el tenedor, intenté
pinchar un poco la forma marrón rectangular del plato.
— ¿Nunca has probado el foie gras?
— ¿Hígado de pato? —Negué con la cabeza.
Colocando un pequeño trozo en el tenedor, lo pasó por la salsa de bayas
de enebro y lo llevó a mis labios. —Abre la boca.
Manteniendo mi mirada fija en la suya, obedecí. Para mi sorpresa, el
hígado era mantecoso y suave, con una pizca de sal que complementaba
el sabor de la salsa de bayas.
— ¡Qué rico!
Volví a mi propio plato esta vez con más entusiasmo. Justo cuando levanté
el tenedor, el plato se deslizó por debajo de él. Levantando la vista, vi una
sonrisa burlona en las comisuras de la boca de Richard. —He descubierto
que me gusta alimentar a mi pajarito.
Mordisco a mordisco, dejé que me diera el decadente plato mientras
permanecíamos acurrucados en nuestro capullo de luz, con los suaves
sonidos del comedor cerca pero aparentemente lejos.
El último plato fue un filete de rodaballo con puerros y pomelo. Cada plato
era una pequeña obra de arte. Lo que más me gustó fue que las porciones
eran tan delicadas que podías comer sin sentirte lleno o culpable por
haberte dado un capricho en una cocina francesa tan rica.
El camarero principal nos sirvió una copa de Graham's Vintage Port y se
fue discretamente. Mientras esperábamos el último plato de postre,
Richard se inclinó para tomar mi mano.
— ¿Te gustaría jugar otra partida?
Recordando los detalles ilícitos de su juego pervertido de la noche
anterior, apreté los muslos. Quitarme las bragas por debajo de la mesa
cuando estábamos en lo alto del comedor, en nuestro propio espacio
privado, con la única posibilidad de que alguien nos viera, era atrevido y
divertido. Quitármelas cuando podía oír fragmentos de la conversación
que tenía lugar en la mesa al otro lado de una fina cortina de fibra óptica
era un asunto totalmente distinto.
Sintiendo que el rubor se apodera de mis mejillas, pregunto: —No me vas
a pedir que me quite las bragas otra vez, ¿verdad?
—Ya hemos jugado a eso. Subamos la apuesta con este nuevo. —Su voz
había adquirido la oscura seducción del humo susurrando sobre el whisky.
Antes de que pudiera responder, el camarero volvió. Colocó sobre la mesa
una bandeja con ocho diminutos cisnes de merengue que parecían flotar
sobre un lecho de flores comestibles y se marchó en silencio.
— ¡Son tan bonitos!
Ni siquiera miró la bandeja, sino que mantuvo su intensa mirada azul
cobalto sobre mí. —El juego ha comenzado.
Sorprendida, no pude apartar la mirada de él mientras levantaba uno de
los portavelas de cristal de la mesa y sostenía la llama parpadeante.
Reforzando su agarre sobre mi mano, me volteó el brazo sobre la mesa,
dejando al descubierto la parte delantera de mi muñeca y mi antebrazo.
Sujetando la vela sobre mi brazo, se inclinó hacia mí. La llama daba a sus
rasgos un aspecto más sombrío y siniestro. — ¿Sabes por qué el dolor
aumenta el placer?
—Richard, por favor. —Suplicando, intenté liberar mi brazo. Su agarre se
mantuvo firme.
—Algunos creen que se debe a que las vías del cerebro para el placer y el
dolor se superponen.
Se me erizó el vello de la nuca al sentir el calor que irradiaba la vela.
—Esto no es gracioso, Richard.
—No me estoy riendo, Elizabeth.
Cuando inclinó el portavelas sobre mi brazo, vi cómo la cera blanca de la
vela, transparente por el calor, se acumulaba cerca del borde. Gotas de
sudor se deslizaron entre mis pechos mientras mi corazón se aceleraba.
Una vez más intenté apartarme.
—El verdadero secreto de por qué el dolor aumenta el placer reside en la
anticipación. Ya ves, pequeña. El placer puede ser esquivo, pero el dolor...
el dolor nunca decepciona. —Richard agitó el portavelas entre sus dedos;
cada vez la cera se acercaba más al borde—. ¿Puedes sentirlo? ¿Cómo
todos tus sentidos están ahora alerta? Puedes sentirlo todo, desde los
latidos de tu corazón hasta cada respiración entrecortada que se escapa de
tus labios.
Una sola gota de cera cayó sobre mi muñeca.
Ahogando un grito, intenté apartar el brazo. —Voy a gritar.
—Adelante.
Su atrevimiento me dejó atónita. Estábamos en medio de un restaurante
público. Él era una figura pública. Seguramente, no era tan arrogante como
para pensar que una mujer podía gritar ayuda en su presencia y no pasaría
nada.
Me mordí el labio con tanta fuerza que el asqueroso sabor metálico de la
sangre se mezcló con el sabor a frutos secos del oporto en mi lengua.
—Es intrigante lo cercanas que pueden ser nuestras respuestas al placer y
al dolor. Respiración agitada. Los gemidos. La tensión del cuerpo. Todo
lo mismo.
Esta vez inclinó la vela más profundamente, permitiendo que una línea de
cera caliente salpicara mi muñeca. Empecé a llorar. El ardor líquido de la
cera picaba la fina y delicada piel. Desesperadamente, quise rascar los
trozos secos, pero no me atreví. Apretando la mano libre entre los muslos,
supliqué: —No me gusta este juego. Me duele.
—De eso se trata.
Me echó más cera en la muñeca. La piel rosada empezó a florecer bajo la
cera creando un diseño macabro, una intrincada red de blanco prístino y
rojo moteado. El dolor había adquirido un tono agudo, llevado a niveles
más altos por mi miedo.
—Verás, al experimentar primero el dolor, has despejado un camino
directo hacia el placer en tu mente. Tu cuerpo está preparado para
experimentarlo. Suplicando por ello. Ya no es una niebla escurridiza, sino
una realidad palpitante.
Richard volvió a inclinar la vela. La cera caliente se derramó sobre la
mecha, apagando la llama. Un remolino de humo se elevó entre nosotros
junto con el agrio aroma del azufre.
Una señal del diablo.
Richard tiró la vela a un lado. Su brazo se extendió y me agarró por el
cuello. Mi vestido se rasgó cuando me obligó a arrodillarme ante él. Una
sumisa inclinándose ante su oscuro señor.
Alcanzando la hebilla de su cinturón, gruñó: —Ahora viene el placer.
A pesar de la violencia y el dolor, me quedé mirando sus grandes manos
mientras deslizaban metódicamente la larga correa de cuero por la hebilla
de metal. Se me secó la boca. Me lamí los labios, sintiendo que mi pulso
aumentaba aún más mientras esperaba ver su polla. Sólo la había sentido
un par de veces cuando la presionaba contra mi cadera o mi muslo. Ahora
quería ver si su longitud y anchura coincidían con mi imaginación.
Sin preocuparme por los clientes que rodeaban nuestro pequeño recinto,
deslicé mis manos por la parte superior de sus muslos, siseando cuando la
piel aún palpitante de mi antebrazo derecho rozó la tela de sus pantalones.
Ardía, pero no tanto como el primer escozor al entrar en contacto con la
cera caliente. Ahora era un dolor sordo que aún agudizaba mis sentidos y
me hacía ser aún más consciente de cada movimiento y respiración.
La conexión dolor-placer.
Abriendo las solapas de sus pantalones, Richard apretó la longitud de su
polla y la liberó.
Santo cielo.
Era aún más grande de lo que imaginaba. Era un leviatán. Gruesa y larga,
sobresalía hasta la mitad de su musculoso torso. Tentadoramente, extendí
la mano para tocar su palpitante longitud. Se sentía suave y caliente, la
punta púrpura brillando con pre-semen. Levanté la mano; tenía casi el
doble de longitud sobre la punta de mis dedos.
Richard abrió más las rodillas y utilizó la mano que aún tenía en la nuca
para empujarme hacia delante.
— ¿Le has hecho alguna vez una garganta profunda a un hombre?
Sus ojos azules se volvieron casi negros en la penumbra cuando hizo la
pregunta. Su mandíbula se tensó mientras esperaba mi respuesta.
—Nunca. —Dije. Era la verdad.
Podía ver que su cuerpo se relajaba un poco. Puede parecer una locura,
pero de alguna manera, sentí que, si mi respuesta hubiera sido afirmativa,
él habría exigido un nombre y ese hombre estaría muerto por la mañana.
Richard se movió hacia delante en su asiento mientras se agarraba la polla.
—Abre la boca.
—Richard, no sé si...
—Elizabeth. Abre. Tu. Boca. Si tengo que forzarte lo haré, pero prefiero
que lo hagas por voluntad propia. Esta vez.
Sintiendo el poder de su presencia y sus palabras, no era cuestión de que
no tuviera elección. Realmente quería hacerlo. Quería complacerlo.
Quería volver a superar los límites de mi zona de confort y experimentar
el nivel de dolor y placer que sus ojos prometían.
Quería jugar su juego.
Me puse de rodillas, incliné la cabeza hacia atrás y abrí la boca.
—Buena chica, como mi pajarito, suplicando ser alimentado.
Incapaz de reprimir un gemido, intenté controlar el temblor de mis labios
cuando la gran cabeza morada se deslizó por ellos. Cerrando los ojos,
mientras sus manos rodeaban mi cabeza, me preparé para lo que sabía que
vendría después.
Esto iba a doler.
Empujó sus caderas hacia delante en el mismo momento en que bajó mi
cabeza. La dura longitud de su polla se deslizó a lo largo de mi lengua para
presionar dolorosamente contra la parte posterior de mi garganta. Mis
hombros se encorvaron mientras me daba una arcada. Un poco de saliva
espumosa se deslizó de mi boca para aterrizar en la base de su polla.
Sin importarle, se retiró y volvió a empujar. Esta vez pude sentir cómo la
cabeza se introducía más profundamente en mi garganta. Mis labios se
estiraron alrededor de la base mientras mis dientes se clavaban en la parte
inferior de mi lengua. Una vez más, tuve una arcada. Mis músculos
abdominales se apretaron y mis uñas se clavaron en sus muslos.
Embestida tras embestida, cada uno empujando más profundamente en mi
garganta. Podía imaginar el contorno de su polla abriéndose paso a través
de la fina piel de mi garganta.
El aroma almizclado de su piel me llenaba las fosas nasales mientras
respiraba con dificultad.
Después de una embestida especialmente violenta, las lágrimas resbalaron
por mis mejillas.
Richard se inclinó hacia delante en la silla para aumentar su palanca
mientras me observaba luchar por tragar su polla.
—Mira hacia mí, cariño.
Mantuve mi mirada llorosa sobre él mientras me empezaba a doler la
mandíbula. La saliva goteaba de las comisuras de mi boca sobre su
pantalón. La longitud hinchada castigaba mi boca y mi garganta. Podía
sentir cada centímetro, incluso la cresta de la cabeza cuando se deslizaba
sobre mi lengua dolorida. Desesperadamente, intenté evitar que mis
dientes rozaran su longitud.
Empecé a emitir obscenas arcadas y gemidos. No cabe duda de que los
clientes que nos rodeaban sabían lo que estaba ocurriendo detrás de
nuestra brillante cortina de luz y no me importaba. De hecho, eso me
estimulaba. La idea de que toda esa gente supiera que me estaba rebajando
de rodillas ante ese hombre poderoso y divino no hacía más que aumentar
mi conciencia de mi propia sumisión.
—Eso es, nena, trágame, como una buena chica.
El gruñido primario de sus palabras me estimuló.
Mientras mi cuerpo aceptaba el dolor de sus empujones, arañaba
frenéticamente las capas de volantes y la tela de mi vestido, desesperada
por tocarme. Finalmente, las puntas de mis dedos tocaron la tela sedosa y
húmeda de mis bragas.
Mis dos dedos centrales se movieron en círculos sobre mi clítoris revestido
de seda mientras me deleitaba con la presión de sus manos sobre mi cabeza
mientras me guiaba más y más hacia su polla.
—Ojos en mí. —Me ordenó una vez más—. Quiero sentir la punta de esa
pequeña nariz tuya contra mi estómago.
Mis ojos se abrieron de golpe. Ya estaba luchando por aceptar su longitud,
pero podía ver que todavía había varios centímetros antes de la base.
Se soltó. —Respira hondo, cariño.
Respirando hondo, supliqué: —Richard... —Eso fue todo lo que pude
decir.
Su polla pasó por mis labios, a través de mi lengua, y luego presionó contra
la parte posterior de mi garganta hasta que el debilitado anillo muscular
cedió y se deslizó más profundamente.
Sus manos inclinaron mi cabeza hacia atrás mientras introducía otro
centímetro... y luego otro.
Mis pulmones pedían oxígeno a gritos.
Mi mandíbula gritaba de dolor.
Las lágrimas corrían por mis mejillas.
Sin embargo... empujó otro centímetro.
Richard gimió mientras empujaba otra pulgada de carne imposiblemente
gruesa en mi garganta.
Entonces sentí un leve roce en la punta de mi nariz. Mis ojos se abrieron
de golpe al ver la piel bronceada de su abdomen con el más mínimo roce
de vello oscuro.
Una sensación de alivio y orgullo me invadió.
—Aguanta. Mantén la boca abierta. Deja que sienta esa garganta apretada.
—Dijo entre dientes apretados.
Aumentando el ritmo de mis dedos, me concentré en la sensación de su
cálida piel con aroma a sándalo contra mi nariz.
Nuestros dos cuerpos estaban unidos. Tensos y rígidos, construyendo el
dolor para aumentar el placer.
Con un soplo de aire, se liberó. Me atraganté y tuve arcadas. A través de
mis lágrimas pude ver cómo se retorcía la polla con furia, subiendo y
bajando, sabiendo que al menos me había salvado de eso.
Sin tener que esperar una orden, me incliné hacia delante con la boca
abierta y la lengua fuera. Fui recompensada con un destello de sus blancos
dientes. Su cabeza se inclinó hacia atrás mientras gemía. Un chorro blanco
de semen caliente cayó sobre mi lengua y mis labios.
—Quédate ahí. No te lo tragues todavía.
Dejando el semen salado acumulado en el centro de mi lengua, mi mirada
siguió su brazo mientras se extendía sobre la mesa. Sostenía uno de los
delicados cisnes de merengue en su gran mano. Me guiñó un ojo y me lo
puso en la punta de la lengua.
—Cuando se derrita, puedes tragarlo.
La cremosa dulzura del azúcar se mezcló inmediatamente con el almizcle
salado de su semen.
Cuando obedecí, se metió la polla, ahora sólo semierecta, en el pantalón y
se abrochó los pantalones. Pude sentir cómo el semen de merengue se
deslizaba por el borde de mi lengua y empezaba a cubrir mis labios.
Richard me acarició la cara mientras me limpiaba las lágrimas de las
mejillas.
—Traga, mi pajarito.
Obedecí.
Colocando un dedo bajo mi barbilla, me levantó la cara.
—Ahora te toca a ti.
Capítulo 11
Richard
Se veía hermosa en ese momento. Sus ojos brillantes por las lágrimas. Sus
mejillas teñidas de carmesí por el rubor. Su bonita boca hinchada y
magullada.
Absolutamente hermosa, y toda mía.
—El juego no ha terminado. Quiero que te levantes.
Agarrando sus manos, la ayudé a levantarse sobre sus piernas temblorosas.
—Quítate el vestido.
Fue muy entretenido ver el juego de emociones que cruzaba su rostro de
juego. Estaba bien chupando mi polla sabiendo que la gente estaba
escuchando, pero dudaba en desnudarse ante sus posibles miradas.
Interesante.
Resultó que no estaba de humor para compartirla esta noche.
Especialmente sabiendo que sería la primera vez que vería su cuerpo
entero.
Dándole una sonrisa tranquilizadora, levanté mi cuchillo y golpeé el filo
contra mi copa de cristal tres veces. Al sonar la campanilla de la copa, un
silencio se apoderó del comedor. Luego sólo se oyó el roce de las sillas.
Elizabeth se giró y miró a través de la cortina iluminada. No tenía
necesidad. Sabía lo que estaba observando, un comedor entero lleno de
invitados que se levantaban y salían en silencio.
Es cierto que era una muestra un poco gratuita de poder y riqueza reservar
uno de los restaurantes más populares y caros de Londres para llenarlo
sólo con personal pagado, pero no estaba jugando sólo con Elizabeth.
Estaba jugando para ganar.
Nada se dejaría al azar. No podía arriesgarme a que algún camarero o
invitado tonto se sintiera de repente indignado o, peor aún, caballeroso,
porque entonces tendría que matarlo por interferir en mis planes.
Volviéndose hacia mí, su ceño estaba fruncido. — ¿Qué está pasando?
—Ya sabes lo que pasa. Quítate el vestido.
Los ojos color esmeralda brillaron, y una vez más se dio cuenta de la
emoción de nuestro juego. Manteniendo su mirada fija en mí, deslizó sus
manos sobre sus caderas; apretando puñados de tela rosa, comenzó a
levantar lentamente el dobladillo.
Frotándome la mandíbula, no pude evitar sonreír. Me gustaba ese lado
juguetón que estaba mostrando.
Dos podían jugar a esto.
Golpeando sus manos, arranqué el vestido, ahora arruinada, por encima de
su cabeza, dejando al descubierto su pálida piel. Joder, era preciosa.
Curvas generosas donde las querías, el resto todo músculo liso y elegante.
Sus pezones estaban cubiertos por un encaje rosa pálido, al igual que su
apretado coño.
Inclinándome, pasé la mano por la superficie de la mesa. La limpié de
platos, vasos y utensilios con un solo movimiento. Todo menos la bandeja
de cisnes de merengue. Colocando mi mano en su cintura, la levanté antes
de dejarla sobre la mesa.
Una ofrenda de sacrificio.
Agarrando sus tobillos, levanté sus rodillas hasta que quedó abierta para
mí. Retorciendo el delicado encaje de sus bragas en mi mano, se las
arranqué.
—Ahora, el verdadero festín de la noche. —Gruñí mientras me arrodillaba
ante el borde de la mesa, con sus muslos presionando contra mis hombros.
Inhalando profundamente, traté de localizar el aroma floral del jazmín.
Debía de ser su perfume pegado a la piel. Mis informes no habían
encontrado cuál era su favorito. Una vez que tuviera esa información, me
aseguraría de que nunca se le acabara el frasco, porque asociaría para
siempre ese cálido y picante aroma con este momento.
Dios, me encantaba lo bonito que era su coño. Los suaves rizos de vello
eran cortos y recortados, pero no estaban completamente afeitados o en
algún triángulo o tajo antinatural. Parecía una mujer. Presionando mis
pulgares contra ambos labios, la abrí. Inclinándome, pasé la lengua por su
clítoris mientras deslizaba los pulgares un poco más arriba, ejerciendo una
sutil presión.
Elizabeth gimió y su espalda se arqueó sobre la mesa.
Rodeando la punta con la lengua, introduje dos dedos en su interior. Luego
un tercero.
Ella se agachó y se aferró a mi cabello, acercando mi cabeza mientras
respiraba mi nombre.
Mientras los dedos empujaban a un ritmo constante, yo seguía atacando
con la lengua, dando vueltas a su clítoris con facilidad. Por un momento
pensé en los cuchillos esparcidos por el suelo. Quería coger uno y clavarle
el mango en su apretado culito, pero sabía que esa era una lección para
otra ocasión. No podía empujarla con demasiada fuerza o rapidez, o podría
resistirse y arruinar mis planes.
Sus muslos se apretaron contra los lados de mi cabeza mientras la llevaba
a nuevas alturas. El dulce sonido de su clímax se deslizó entre sus labios
mientras todo su cuerpo se tensaba y luego se relajaba, pero aún no había
terminado con ella.
Lamiéndome la crema de los labios, me levanté y me incliné sobre su
cuerpo en posición supina.
— ¿Sólo uno, nena? No lo creo.
Su cabeza se balanceó de un lado a otro. —No. No puedo. Soy demasiado
sensible.
Ignorando sus súplicas, introduje un cuarto dedo en su apretado coño y lo
hice entrar y salir. Sus dedos se extendieron sobre la mesa mientras sus
caderas se levantaban.
—Sí. ¡Oh, Dios! Sí.
—Eso es, nena. Córrete para mí una segunda vez.
Deslizando mi mano libre sobre su piel ahora bañada en sudor, rodeé su
garganta con mis dedos y apreté. No lo suficiente como para cortarle el
aire... sólo lo suficiente como para ser una amenaza.
Sus ojos se abrieron de par en par y se iluminaron con un deseo impío.
Mi pequeña estaba aprendiendo rápidamente los placeres eufóricos que se
obtienen con la amenaza de la violencia y el dolor antes que el placer.
Pasando la yema del pulgar por su clítoris mientras daba un último
bombeo con la mano, me incliné y me tragué sus gritos orgásmicos,
saboreando mi propio semen en sus labios.

Puse otro delicado cisne de merengue en su lengua y vi cómo sus labios


se fruncían mientras empujaba el dulce brebaje por su boca mientras se
derretía. Sin poder resistirme, me incliné para darle otro beso meloso.
Estaba desnuda en mi regazo mientras estábamos sentados entre
fragmentos de cristal y porcelana, rodeados de luces parpadeantes.
Su cabello enmarañado caía en cascada sobre mi antebrazo mientras yo
trazaba círculos en su suave espalda. Con mi mano libre, tiré de uno de
esos rizos. —Entonces... ¿a qué juego deberíamos jugar mañana?
Capítulo 12
Lizzie
—Srta. Larkin, ¿está prestando atención?
—Sí, profesor Handleson.
No, profesor Handleson.
Estoy demasiado ocupada reviviendo la increíble y alucinante cita que
tuve anoche con el Sr. Perfecto. No creo haber dormido anoche. Me quedé
tumbada en la cama, pensando en Richard. Todavía no podía asimilar
todos los detalles locos de nuestra cita. Desde el vestido de diseño hasta el
precioso y escandalosamente caro broche, pasando por la increíble comida
y, por supuesto, todo lo que siguió.
Debería haberme sentido culpable y tal vez un poco avergonzada por mi
comportamiento indiscriminado. Quiero decir, le hice una mamada a un
hombre en medio de un restaurante. Claro, él había pagado a todos los
clientes para que estuvieran allí y miraran hacia otro lado, pero yo no lo
sabía en ese momento. Por si fuera poco, aún me sonrojaba pensar en
desnudarme y exhibirme sobre la mesa como un segundo postre.
Cuando lo pensaba, todavía podía sentir la dura madera a lo largo de mi
espalda. El suave mantel de lino hecho bola en mis puños y las luces de
color sepia girando y centelleando a mi alrededor como si estuviera
flotando en una copa de champán.
Y, por supuesto, la sensación de su lengua en mi cuerpo. El toque experto
de sus dedos cuando me llevaron una vez más al límite y de vuelta. Mis
pezones se endurecieron mientras revivía cada detalle intenso en mi
mente.
No, profesor Handleson, definitivamente no estaba prestando atención.
Con un suspiro, intenté concentrarme. Era sólo mi segundo día de clase y
realmente quería causar una buena impresión. Soñar despierta no iba a ser
suficiente.
—Empieza a fijar tus patrones. Para el final de la clase, deberían tenerlos
cortados y cosidos para que estén listos para empezar a angustiar la tela la
próxima clase.
Estábamos estudiando el vestuario de Los Miserables, esencialmente
aprendiendo cómo hacer que un vestido parezca viejo, sucio y
destartalado. Según el profesor Handleson, había que ganarse el privilegio
de coser los vestidos más bonitos que se ven en los dramas de época de
BBC. Aunque ciertamente esperaba estar cosiendo réplicas de trajes de
Downtown Abbey en nuestra primera semana, no se me ocurrió que
tendría que emocionarme por crear un vestido que pareciera haber sido
arrastrado por una alcantarilla.
Una vez más, mis pensamientos se dirigieron al vestido de Vimpire’s Wife
que me compró Richard. Una parte del dobladillo estaba rota, así como
una de las mangas, pero sin duda podría repararlo con bastante facilidad.
Mirando hacia mi hombro izquierdo, su alfiler de pájaro de diamante me
guiñó el ojo. Llevar unos vaqueros negros con unos zapatos de charol y un
suave jersey gris jaspeado daba a mi conjunto un aspecto muy vintage de
Audrey Hepburn, que me encantaba. Todo el mundo suponía que era una
pieza de bisutería muy linda, lo cual, por supuesto, dejé que siguieran
pensando, pero yo sabía la verdad.
Me había cautivado por completo con Richard antes de saber que tenía
una loca fortuna y, aunque no me regalara nunca más un vestido o una
pieza de joyería, seguiría estando igual de fascinada por él. Dicho esto, me
encantaba recibir los regalos, no sólo por lo que eran sino por lo que
representaban. Seguramente no regalaba a todas las mujeres con las que
salía unos regalos tan extravagantes y atentos.
Fruncí el ceño al pensar que salía con otra mujer. No habíamos hablado
de ello. Sólo habíamos tenido dos citas, una si no se cuenta nuestra primera
cita al azar. Un hombre como él probablemente tenía una serie de mujeres,
en múltiples países. Se me revolvió el estómago. No quería compartirlo.
No quería pensar en que él jugara nuestros juegos con otra mujer.
¡Vaya si lo tenía mal! Y sólo había conocido al hombre durante cuarenta
y ocho horas. No puedo imaginar lo loca que estaría por él si esto durara
más de unas semanas.
Mirando la pantalla oscura de mi teléfono, todavía no había mensajes de
él. Por fin me había acordado de pedirle su número de teléfono anoche.
Todavía recuerdo mi sorpresa cuando sacó el teléfono del bolsillo de su
traje. Era realmente extraordinario que durante toda nuestra cita no sacara
su teléfono ni una sola vez, ni siquiera para echarle un vistazo rápido.
Sin duda, un hombre que vale miles de millones y que probablemente es
dueño de cientos de empresas, tendría gente tratando de comunicarse con
él a todas horas del día. Tanto si había otras mujeres como si no, me hacía
sentir especial el hecho de que nunca mirara el teléfono cuando estaba
conmigo. Apuesto a que esas otras mujeres imaginarias no podrían decir
eso.
Me advirtió que odia los teléfonos móviles y que sólo los utiliza cuando
es absolutamente necesario. Así que supongo que no debería haber
esperado que me enviara mensajes de texto como un adolescente
enamorado. De todos modos, habría estado bien que al menos contestara
a mi mensaje de agradecimiento de anoche.
Incapaz de resistirme, toqué mi teléfono, encendiéndolo. Pulsé el icono de
texto. No estaba de más comprobarlo.
Yo: Gracias de nuevo por mi hermoso regalo. La cena estuvo increíble.
Especialmente el postre. ;)
-Lizzie
Nada. No hay respuesta.
Anoche estuve trabajando en ese texto durante una hora, tratando de
conseguir el tono casual adecuado. ¿Tal vez no debería haber firmado
como Lizzie? Dejó claro que prefería llamarme Elizabeth. Al principio me
pareció extraño, pero me encantó el sonido de mi nombre en sus labios. El
uso de mi nombre formal también me ayudó a sentirme un poco mayor y
sofisticada. Un hombre como Richard no saldría con una joven actriz
llamada Lizzie, pero sí con una futura diseñadora de moda llamada
Elizabeth.
¿Quizás no debería haber empezado agradeciéndole el broche? ¿He dado
la impresión de que el regalo era mi principal prioridad?
Probablemente ahora piense que soy una caza fortunas. Maldita sea.
No debería haber incluido el emoji del guiño. Me hizo parecer inmadura.
Imagino que las femmes fatales con las que probablemente sale se morirían
antes de enviarle a un hombre como Richard un emoji de guiño.
Cogí mi teléfono y envié un mensaje rápido.
Yo: Nada. Nada. ¡¡Naaaadddddaaaa!!
Jane: ¡Cielos! Es un tipo ocupado + tiene como cuarenta años. No se
envían mensajes de texto.
Yo: :(
Jane: ;)
Yo: ¿Crees que mi mensaje fue poco convincente?
Jane: No.
Yo: *suspiro*
Jane: Saluda al profesor Hands7 de mi parte.
Guardándolo en el bolso, intenté por enésima vez concentrarme en mi
trabajo de clase. Después de terminar de fijar el patrón de la blusa
campesina a la tela, saqué las tijeras para empezar a cortar.
—Ten cuidado de no amontonar la tela. —Dijo una voz por encima de mi
hombro. Levanté la vista y observé la expresión anodina de mi profesor.
Todo en él era soso... y marrón, desde su pelo hasta el color de sus ojos y
su camisa. Desgraciadamente, su expresión anodina contradecía la mano
que tenía en ese momento apoyada en la parte baja de mi espalda,
peligrosamente cerca de mi culo.
Se aseguró de estar de espaldas a la clase y ciertamente actuaba como si
fuera un gesto inconsciente, pero yo sabía que no era así. Profesor Manos.
En el momento en que giré las caderas en un sutil gesto para desprenderme
de su mano, aunque hubiera preferido simplemente arrancar y abofetearlo,
oí los oscuros y ricos tonos de la voz que ahora rondaba mis sueños.
—Mis disculpas por interrumpir su clase, profesor Handleson.
¡No!
Volviéndome rápidamente, dejé caer mis tijeras. Aterrizaron con el mango
en el dedo de mi bota. No tan malo como el extremo afilado, pero todavía
dolió. Parpadeando varias veces mientras saltaba sobre un pie, todavía no
podía creer, o no quería creer, lo que estaba viendo.
Richard estaba aquí, dentro de mi escuela.
Apoyado en el marco de la puerta, estaba increíblemente guapo con un
abrigo de lana oscura de doble botonadura y un Fedora negro.

7
Profesor manos. Hace referencia a que el hombre es “mano suelta”. Además es un juego de palabras entre Hands,
manos, y Handleson, su nombre.
— ¿Es el abrigo Casentino Ulster de esta temporada de Rubinacci?
Hice una mueca y ni siquiera intenté ocultar mi enfado mientras miraba a
Karen desde el otro lado del aula. Molesta porque no sólo sabía que era un
abrigo Ulster de estilo victoriano, sino también quién era el diseñador, y
sí, más que un poco molesta por el tono apreciativo de su voz mientras
inspeccionaba a Richard.
Atrás, Karen. Es mío.
—Lo siento. Estamos en medio de la clase, ¿quién es usted?
—Richard Payne Tercero, Duque de Winterbourne.
Hubo un grito colectivo en el aula.
El profesor Handleson se enderezó y se desplazó apresuradamente entre
las distintas mesas de costura hacia el frente del aula.
—Alteza, es un honor. Hace tiempo que admiro la meticulosa confección
a medida de sus trajes.
Richard bajó la mirada hacia la mano extendida de Handleson y luego
volvió a mirarlo sin extender la suya. Pasando por delante de mi profesor,
se quitó el sombrero y se desabrochó metódicamente el abrigo. Se encogió
de hombros y lo dejó caer sobre el escritorio de Handleson, derribando
una taza llena de tijeras y bolígrafos y esparciendo un montón de papeles.
Apoyado en el escritorio, cruzó los brazos sobre el pecho y miró hacia
abajo. Todos lo observamos en animación suspendida, esperando ver su
siguiente movimiento. Richard respiró hondo y, sin molestarse en levantar
la vista, exigió: —Váyanse.
Varios alumnos intercambiaron miradas confusas mientras unos pocos
empezaban a coger sus pertenencias.
Levantando la vista, Richard atravesó la sala con una dura mirada cobalto.
—Ahora. —Ladró.
Toda la sala se convirtió en un hervidero de actividad. Los alumnos se
apoderaron rápidamente de la tela de nuestro proyecto actual y la metieron
en bolsos y mochilas. Algunas almas atrevidas intentaron sacar una foto
de Richard con sus teléfonos. A pesar de todo el bullicio, había un extraño
silencio, como si nadie se atreviera a hablar, ni siquiera mi profesor para
rebatir la orden de Richard.
Richard giró la cabeza, clavando a Handleson en el sitio. Presintiendo que
era mi momento, busqué detrás de mí la blusa campesina que acababa de
empezar a cortar, al mismo tiempo que doblaba lentamente las rodillas
para recuperar mi bolsa de mensajero del suelo.
Era evidente que Richard estaba enfadado. No, no sólo enfadado. Furioso.
Incluso desde el otro lado de la habitación, podía ver la línea tensa de sus
hombros dentro de su traje de rayas marineras y verdes. La severidad de
su mandíbula y el ceño fruncido también lo delataban.
Manteniendo la mirada baja, intenté mezclarme con los otros estudiantes
que huían.
—Tú no, Elizabeth. —Su tono era tranquilo y terriblemente controlado.
Mis hombros se encorvaron mientras me detenía en mi camino.
Handleson finalmente encontró su lengua. Sacando el pecho en un intento
bastante patético de parecer intimidante, espetó: —Mira aquí. ¿Qué
derecho tienes a irrumpir aquí y dar órdenes a mis alumnos?
—Parecía uno de esos pajaritos que revolotean alrededor de un león.
Tratando de hacerme lo más invisible posible, me encogí en uno de los
asientos ahora vacíos del fondo.
Inmediatamente después de observar mi pequeño movimiento, la mirada
de Richard se dirigió a la mía. El cazador que ve a su vulnerable presa.
Se me secó la garganta cuando se enderezó lentamente y caminó hacia mí.
Agaché la cabeza, ocultando mi rostro tras el cabello. Era infantil e
inmaduro, pero no pude evitarlo.
Sus mocasines de cuero pulido salieron a la luz mientras yo miraba el suelo
de linóleo.
Agarrando mi bolso cerca de mí, esperé a que él hablara primero. No tenía
ni idea de por qué estaba enfadado, sólo esperaba desesperadamente que
no fuera conmigo.
Un dedo fuerte se deslizó bajo mi barbilla y me obligó a levantar la cabeza.
Ya era bastante más alto que yo, pero mirarlo desde mi posición sentada
equivalía a contemplar una enorme estatua de granito desde el suelo.
Granito era un buen término para la mirada pétrea de su rostro. Era como
si mantuviera su rostro engañosamente pasivo sólo por la fuerza de
voluntad.
Me apartó un mechón de cabello que había caído sobre mi ojo derecho.
Me lo colocó detrás de la oreja y dijo: — ¿Qué te hizo pensar que podías
tocar lo que era mío?
Mis cejas se alzaron. ¿Qué? No lo entendía. Fue entonces cuando me di
cuenta de que no me estaba hablando a mí.
—Contéstame, Handleson.
Colocando las manos en las caderas, el profesor Handleson tartamudeó:
—No hubo... está cerca... podría haberle parecido al ojo inexperto...
Sacando mi bolsa de mis garras, Richard la dejó a un lado, fuera de mi
alcance, y puso ambas manos sobre mis hombros, levantándome hasta que
estuve de pie ante él como un niño errante.
Haciendo un gesto con la cabeza, dijo: —Al otro lado de esa puerta hay
un hombre a mi servicio llamado Harris, quiero que vayas con él.
— ¿Ir con él? No puedo. Tengo otra clase.
—Elizabeth, esta no es una petición.
Mi boca se abrió de golpe ante su tono severo.
Mi error fue no moverme para obedecer.
Deslizando su mano alrededor de mi cuello, me acercó. El borde de su
pañuelo de seda verde esmeralda me rozó la nariz. Podía oler su loción de
afeitar de sándalo y un toque de tabaco. No era rancio y acre como el humo
de los cigarrillos, sino más rico y picante, como el de un puro. Podía
imaginármelo almorzando en un elegante club de hombres, fumando
mientras discutía sobre asuntos mundiales con otros magnates
multimillonarios.
Inclinándose, me murmuró al oído, con su aliento cálido con un toque de
menta: —No me obligues a castigarte aquí.
Mis manos empezaron a temblar mientras la sangre de mis venas se
enfriaba. ¿Castigarme?
Sin atreverme a pedirle que me devolviera el bolso, retrocedí, un paso y
luego dos, temiendo quitarle los ojos de encima. No fue hasta que llegué
a la puerta que me giré y tanteé el pomo antes de escapar al fresco interior
del vestíbulo.
Un hombre vestido de negro con un pañuelo que cubría un rostro
ligeramente picado y con la nariz visiblemente deformada se adelantó.
—Señorita Larkin, venga conmigo.
Al no ver otra opción, asentí en silencio.
Mientras seguía a Harris por el pasillo iluminado por los fluorescentes, se
oyó el inconfundible sonido de cristales rompiéndose dentro de mi aula.
Capítulo 13
Richard
El idiota me lanza una taza.
Una taza.
La desvié con el antebrazo y observé con indiferencia cómo se hacía
añicos. Luego miré al idiota... y sonreí. Alcancé los botones de mi
chaqueta y comencé a desabrocharlos.
— ¿Por qué sonríes?
Me encogí de hombros para quitarme la chaqueta.
—Voy a llamar a seguridad.
Quitándome los gemelos y subiéndome las mangas, le miré por fin. —Será
interesante cómo explicas el hecho de lanzar una taza a un miembro de la
Cámara de los Lores.
—Escucha. Todo esto es un gran malentendido. —Handleson levantó las
manos mientras retrocedía unos pasos.
—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que no vi tu mano en el culo de mi
mujer?
Handleson se rio nerviosamente, mientras se pasaba la manga por la frente.
—No, mira, a eso me refiero. Ni siquiera la estaba tocando. Debe haber
sido el ángulo.
Las comisuras de mi boca se doblaron mientras asentía. — ¿Angulo?
—Sí. Ángulo de donde estaba viendo.
—Entonces, estás diciendo que estoy equivocado.
—Sí. Totalmente equivocado.
Dando un paso alrededor del escritorio, lo golpeé. Agarrándolo por el
cuello, ignoré sus manos que arañaban mientras trataba de liberarse de mi
agarre. Levantándolo fácilmente del suelo, di varios pasos hacia delante y
lo estampé contra la pared. —Este es el problema, Handleson. —Me
incliné hacia él—. Nunca me equivoco.
Echando el brazo hacia atrás, mi mano libre se cerró en un puño antes de
clavarlo en su centro. Con desagrado, observé cómo su cuerpo se
desplomaba en el suelo. Curvando el labio mientras él intentaba
patéticamente alejarse mientras seguía encogido en posición fetal, le
advertí: —Si alguna vez... alguna vez... te acercas a ella de nuevo o dices
una maldita palabra sobre ella o esto a alguien... bueno, dejaré las terribles
consecuencias a tu imaginación. ¿He sido claro?
Con un ataque de tos, Handleson sólo pudo asentir.
Volviendo a bajar las mangas, metí los brazos en la chaqueta mientras me
guardaba los gemelos. —Te he investigado, Handleson. Resulta que tienes
una reputación bastante desagradable por tocar a las mujeres en tus clases.
Luego las amenazas con una mala calificación si lo denuncian. Creo que
te llaman Profesor Manos Largas.
Ordené que se hiciera un informe de investigación sobre todos los
profesores de Elizabeth la semana pasada; llegó a mi escritorio esta
mañana. En el momento en que vi las notas sobre ese gilipollas, al darme
cuenta de que Elizabeth estaba en ese mismo momento en su clase, cancelé
el resto de mis reuniones y decidí hacerle una visita. Sabía que un
delincuente como él no sería capaz de mantener sus sucias manos lejos de
ella.
Respirando hondo por la nariz, contuve la ira que seguía hirviendo bajo la
superficie al ver su mano en su cadera. Se atrevió a tocar lo que era mío.
En circunstancias normales le habría dado una paliza, y aún podría
hacerlo, pero eso tendría que esperar hasta más tarde. Aunque una
investigación podría ser fácilmente aplastada, no quería la distracción.
Toda mi energía estaba concentrada en Elizabeth y en mis planes en este
momento.
A estas alturas, Handleson se deslizaba por el suelo entre los restos de
posos de café y la porcelana destrozada de la taza que había tirado.
—Si sabes lo que te conviene, anunciarás una emergencia familiar que te
llevará fuera del país en un futuro próximo. ¿Me entiendes, Handleson?
— ¡Sí! Sí —Graznó.
—Si vuelvo a oír que tocas a una estudiante... a cualquier estudiante... de
nuevo, cumpliré mi promesa.
Sin importarme su débil respuesta entre dientes y confiando en que mi
punto de vista había quedado claro, pasé por encima de él, tomé la bolsa
de Elizabeth y salí del aula.
Es hora de ocuparse de Elizabeth.

El sedán negro se balanceaba ligeramente mientras se oían gritos apagados


desde el interior mientras me acercaba, con mi atención dividida entre el
coche y la búsqueda del teléfono móvil de Elizabeth. Su contraseña era
literalmente su cumpleaños. Este tipo de inocencia adorable era la razón
por la que me necesitaba en su vida. Tenía que protegerla de sí misma y
de los demás. La gente se aprovechaba de su perfecta combinación de
belleza, inteligencia e ingenuidad.
Bueno, eso ya era pasado para ella. Me tenía a mí para ocuparme de todo,
le gustara o no.
Harris montaba guardia fuera. Sabiendo que podría tratarse de una
situación delicada, opté por venir sólo con él en lugar de traer a mi
conductor habitual. Como seguridad personal, nadie me era más leal.
Rescatar a un hombre de ser decapitado por los talibanes hace eso. Ese
tipo de lealtad me resultaba útil para... otros trabajos también.
Harris asintió hacia el edificio de la escuela. — ¿Alguna limpieza?
Echando una mirada por encima de mi hombro, negué con la cabeza. —
No. —Alcanzando el pomo de la puerta, le indiqué—: Mantén la mampara
levantada y conduce hasta que te diga lo contrario.
Harris asintió y rodeó el auto hasta el lado del conductor. Siempre fue un
hombre de pocas palabras. Esa era también una de las cosas que me
gustaban de él.
Preparándome para el impacto de su ira, respiré profundamente y abrí la
puerta del coche.
Recibida por una letanía de maldiciones y gritos, entré y cerré y bloqueé
rápidamente las puertas.
— ¿Estás loco? ¿Estás completamente loco? En serio, ¿has perdido la
cabeza?
Después de golpear el techo del auto con los nudillos, esperé a que el auto
empezara a alejarse del bordillo antes de dirigirme a ella.
— ¿Es ese mi teléfono? —Me lo arrebató de la mano—. ¿Revisaste mi
teléfono?
—Su mano estaba en tu cuerpo.
Elizabeth suspiró. —Tiene una reputación. Lo estaba manejando.
— ¿De verdad?
—Sí. Mira, no es la primera vez que un tipo intenta tocarme. Me estaba
alejando. Además, fui inteligente, me aseguré de llevar vaqueros y un
jersey en su clase.
Me pasé una mano por la cara, obligándome a mantener la calma.
—A ver si lo entiendo. Estabas advertida de la reputación de este hombre
y, en lugar de evitar la situación por completo, ¿pensaste que cubrir ese
hermoso culo tuyo con vaqueros era una solución aceptable?
Elizabeth se mordió el labio. En otra circunstancia encontraría el gesto
increíblemente excitante. Esta no era una de esas ocasiones.
—Bueno, si lo pones así...
— ¿Qué otra forma de decirlo, Elizabeth?
—No tenía elección. Su clase es un requisito.
—Por eso te retirarás de esa escuela. Haré otros arreglos para tu educación.
Un pesado silencio cayó sobre el interior del auto mientras el peso de mis
palabras se hundía.
—No debo haberte oído bien.
Girando los hombros, la miré de frente. —Sí, lo hiciste.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras sujetaba la correa de su bolso
y tiraba del pomo de la puerta del auto, a pesar de que estábamos
avanzando entre el tráfico.
—Abre la puerta. —Exigió con los dientes apretados.
—No.
Volvió a tirar de la manilla y se enfureció: —Lo digo en serio. Quiero salir
de este auto. Abre la puerta, Richard.
Sus ojos esmeraldas brillaban de ira mientras un rubor frustrado subía por
sus altos pómulos. Era realmente hermosa cuando se enfadaba. Como un
pájaro raro agitando su brillante plumaje en un intento de disuadir a un
depredador.
No funcionó.
Sus labios rosados se separaron mientras respiraba. Entrelazando sus
dedos, los colocó en su regazo y me miró. Iba a intentar razonar conmigo.
Adorable.
— ¿No pensarás realmente que voy a dejar la escuela? Estoy aquí con una
visa de estudiante. Tendría que dejar el país.
—Ya se están encargando de tu visa permanente.
— ¿Qué quieres decir...? —Tomó otro respiro e intentó una media
sonrisa—. Volvamos aquí. —Pasando las manos entre nosotros, dijo—:
Acabamos de conocernos, es decir, hace tres días. No me malinterpretes,
me gustas. Me gustas mucho, pero no puedes esperar que cambie toda mi
vida por un tipo que acabo de conocer.
En eso se equivocaba.
No era su culpa. Ella necesitaba aprender que yo estaba a cargo ahora.
—Quiero que escuches con mucha atención porque, como sé que he
mencionado antes, no me gusta repetirme. —Gruñí.
Elizabeth se detuvo en sus frenéticos esfuerzos por salir del auto. Su
cuerpo se tensó mientras se negaba a encontrar mi mirada. Bien, mi
pajarito era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que
se había pasado de la raya. Papá estaba enfadado ahora.
Apretando sus mechones sueltos con mi mano, la obligué a echar la cabeza
hacia atrás. —Al parecer, no me he explicado bien estas dos últimas
noches, así que voy a ser muy claro ahora. Eres mía. Fin de la historia. Y
lo que es mío, lo protejo.
Al ver el movimiento de su garganta mientras tragaba nerviosamente, los
vívidos recuerdos de mi pene introducido en su garganta doce horas antes
volvieron con fuerza, enviando sangre directamente a mi polla.
Basta de palabras.
Mi boca se estrelló contra la suya mientras la empujaba contra los cojines
del respaldo. Necesitaba borrar el recuerdo de las manos de otro hombre
sobre ella. Se debatía en mi abrazo y mantenía los dientes cerrados
mientras intentaba apartar la cabeza. Enroscando mi puño en su cabello,
mi mano libre ahuecó su mandíbula, presionando las puntas de mis dedos
en sus mejillas hasta que el dolor la obligó a abrir la boca.
Entonces reclamé lo que era mío.
Introduje la lengua para saborear su miedo y mantuve el agarre en su rostro
para asegurarme de que no me mordiera. Sus piernas se agitaron mientras
me tragaba sus gritos. Introduciendo mi otra mano entre sus muslos, toqué
su coño a través de la tela vaquera.
No tardó en agarrarse a mi cabello y gemir mientras apretaba su cuerpo
contra mi mano. Le desabroché el botón de los vaqueros y bajé lentamente
la cremallera. Curioso, eché un vistazo rápido para comprobar el color de
sus bragas. Eran de color rosa pálido con pequeños lunares blancos. Le
acaricié el borde con la punta de un dedo. Acaricié su vientre plano
mientras le bajaba las bragas.
— ¡Oh, Dios! ¡Richard!
—Dime que me deseas.
—Te deseo.
— ¿Has sido una chica mala hoy? —Mi dedo se introdujo en sus bragas y
se deslizó por la costura.
Elizabeth gimió y se agitó en mis brazos.
—Contéstame. ¿Has sido una chica mala?
Sus hermosos ojos siempre verdes brillaban con chispas de oro mientras
intentaba concentrarse más allá de su creciente lujuria.
Inclinándome hacia ella, le mordí suavemente el lóbulo de la oreja
mientras palmeaba un pecho perfecto a través de su jersey, complacido al
ver mi regalo de joyería prendido justo encima de su corazón. —Dilo. Di
que fuiste una chica mala. —Acariciando su cabeza bajo mi mandíbula,
inhaló profundamente antes de susurrar—: Fui una chica mala.
Colocando una mano bajo su barbilla, volví su rostro hacia el mío. Parecía
una niña pequeña a punto de ser castigada... probablemente porque eso era
precisamente lo que estaba a punto de ocurrir.
—Otra vez.
—Fui una mala chica. —repitió, un poco más fuerte.
—Otra vez. —Exigí. Me encantaba oír la perversa frase saliendo de
aquellos inocentes labios.
—Fui una chica mala. Una chica muy mala. —Ronroneó mientras su
mano se deslizaba dentro de mi chaqueta para frotarme el pecho.
—Suplica que te castigue.
Bajó los ojos.
—Elizabeth. —Le advertí.
Se movió contra mí y su cadera chocó contra mi polla dolorosamente dura.
—Por favor, castígame. —Murmuró en voz baja.
—No te he oído.
—No me hagas repetirlo.
Mi única respuesta fue una ceja levantada y una mirada severa.
—Por favor, castígame. —Su labio inferior sobresalió en un mohín. En
otra mujer habría sido un movimiento seductor practicado, pero no con mi
Elizabeth. Era inocente y hermosa en ese momento.
Le di un último beso y esperé a que estuviera flexible en mis brazos antes
de agarrarla por la nuca y obligarla a bajar la cara sobre mi regazo.
— ¡Richard! Espera.
Habiendo bajado la cremallera de sus vaqueros, éstos se deslizaron
fácilmente por sus caderas. Empujando mi mano contra la parte baja de su
espalda, los bajé hasta justo por encima de sus rodillas, bloqueando sus
piernas.
— ¡Richard! ¡Para! ¡Esto ya no es divertido! —Sus gritos se apagaron
mientras intentaba apartar su masa de rizos dorados de la cara.
—Nunca lo fue.
Levantando el brazo, descargué el primer golpe con la palma de la mano
en su desnuda mejilla izquierda.
Elizabeth aulló mientras su espalda se arqueaba.
Mi golpe fue rápidamente seguido por otro y otro, alternando entre cada
mejilla vulnerable. Esta no sería la nalgada sexual juguetona que le había
dado dentro de ese jardín privado hace unas noches. No. Había llegado el
momento de enseñar a mi pequeña quién mandaba.
Cada delicado globo rebotó y se agitó mientras su piel comenzaba a
sonrojarse y a florecer de un profundo color carmesí.
— ¡Para! ¡Para! —Sus dedos arañaron los asientos de cuero del coche
mientras intentaba girar sus caderas fuera de mi regazo.
Con mi brazo presionado contra sus hombros y sus piernas enredadas en
sus propios vaqueros, no iba a ir a ninguna parte.
La palma de mi mano empezó a picar y arder por el contacto con su piel.
Disfruté de la sensación. La saboreé. El primer azote real de mi chica, uno
de muchos. Como normalmente prefería usar el cinturón, necesitaba este
castigo piel con piel para dejar huella. Haciendo una pausa en mis
atenciones, le froté el culo, sabiendo que aumentaría el dolor y la
incomodidad de que le tocaran la piel apretada e hinchada.
Sus sollozos habían disminuido hasta convertirse en suaves gritos y
gemidos cuando terminé.
—Recuerda lo que te dije sobre el placer que sigue al dolor.
Tenía la cara enterrada entre las manos mientras la apretaba contra el
asiento.
Le di una sola nalgada en la mejilla del culo, ahora de color rojo brillante.
— ¡Ay! ¡Por favor! Para.
—Entonces sé una buena chica y respóndeme.
— ¡Sí! ¡Sí! Me acuerdo.
Deslizando mi mano derecha entre sus omóplatos y bajando por su
espalda, metí un dedo en la raja de su culo.
Elizabeth siseó y se quedó muy quieta.
Mi mano continuó hasta encontrar su calor húmedo. Introduje dos dedos
en su coño, y levanté la mano hacia su rostro.
—Abre la boca.
Sus ojos me suplicaron mientras gemía.
—Ábrela. —Gruñí.
Su labio inferior tembló mientras obedecía. Introduje mis dedos cubiertos
de crema en el interior. Sus hombros se encorvaron mientras se ahogaba y
tenía arcadas.
—Lame mis dedos. —Compadeciéndome de ella, los retiré un poco,
permitiendo que su lengua los recorriera y los introdujera. No solo
necesitaba que reconociera, sino que literalmente probara la evidencia de
su propia excitación. Puede que me maldiga y maldiga durante el castigo,
pero su cuerpo la traicionó.
Introduciendo un tercer dedo en su boca, la mantuve sujeta mientras mi
mano izquierda volvía a tocar su coño. Frotando entre sus piernas un par
de veces, finalmente introduje dos dedos en su apretado cuerpo.
Apretando los dientes, reprimí mi propio gemido de aprobación. Dios,
estaba apretada. Mi polla saltó contra su estómago. Estaba demasiado
tensa. Por mucho que quisiera penetrarla hasta que viera sus ojos vidriosos
de doloroso deseo, no quería que se desgarrara. Era esencial que preparara
su cuerpo antes de mi ataque total.
Introduciendo y sacando mis dos dedos, añadí un tercero.
Sacando mis dedos de su boca, la tomé del cabello y tiré de su cabeza hacia
atrás. —Levanta el culo.
—Richard, por favor. Esto es... por favor... no puedo... no me hagas esto.
—Ya estamos muy metidos en el juego, nena. Levanta el culo.
Empujando sobre sus rodillas, movió su culo más arriba. Eché de menos
la presión sobre mi polla, pero valió la pena para tener un mejor acceso a
sus agujeros. Empujando su culo hacia arriba, arqueó su espalda
maravillosamente mientras su cabello se deslizaba sobre sus hombros y
caía en cascada sobre su cuerpo. Lo único que lo haría más perfecto sería
que le hubiera quitado el suéter para poder ver su piel blanca y cremosa,
pero no confiaba en no penetrar violentamente su cuerpo si estaba
completamente expuesta y vulnerable a mí.
Me dolía no llenar su cuerpo con mi polla, pero sabía que el desafío de la
anticipación haría que me consumiera aún más cuando lo hiciera.
Introduciendo mis tres dedos dentro de ella, añadí un cuarto. Con su grito,
volví a introducir mi mano en su boca. Quería que se sintiera restringida,
abrumada por el poder de mi agarre. Quería que sintiera la humillación de
tener mi mano dentro de su boca, mientras yo le clavaba mi otra mano en
el cuerpo.
Todavía había más humillación por venir.
Girando mi mano, presioné más profundamente en su cuerpo, abriendo su
coño mientras mi pulgar rodeaba y se burlaba de su culo.
Elizabeth se agitó y trató de hablar alrededor de mi mano mientras sus ojos
suplicaban.
Superando su resistencia, le introduje la mano en el coño más allá de los
nudillos. Sabía que iba a ser doloroso, ya que sus sensibles músculos
internos se tensarían para aceptar mi puño. Cuanto más empujaba, más se
burlaba mi pulgar de su oscuro orificio, presionando más allá de la piel
tensa y estriada para sentir su oscura calidez.
Elizabeth se atragantó con mis dedos mientras intentaba gritar por la
intrusión en su culo. Estaba segura de que era virgen, por su respuesta
alarmada. Bien. Eso me hizo estar aún más decidido a follarle el culo,
sabiendo que sería mío y sólo mío desde el principio.
Metiendo el pulgar hasta el fondo, introduje las puntas de los dedos en su
cuerpo a un ritmo rápido y constante.
Ella mordió mis dedos mientras un orgasmo sacudía su cuerpo ola tras ola.
Después, le permití vestirse. Enviándome una mirada de puchero, se
movió solemnemente para apretar su cuerpo en la esquina más lejana y
apretada del asiento trasero. Después de instruir a Harris, viajamos en
silencio hasta que mi auto se detuvo frente a su edificio. Agarrando su
bolso, Elizabeth abrió la puerta antes de que nos detuviéramos por
completo y salió de un salto antes de cerrarla de golpe.
Bajé la ventanilla mientras la veía dirigirse a su puerta.
—Elizabeth.
Se detuvo, pero no se volvió.
—Soy tu nueva realidad. Las cosas irán mucho mejor si aceptas tu destino.
Hubo una pausa antes de que asintiera rápidamente y, sin mirar atrás,
corriera hacia el interior del edificio.
Suspirando, me di cuenta de que quizá tendría que empezar a limitar su
libertad antes de lo previsto. Bueno, no sería un juego digno si no hubiera
obstáculos inesperados para ganar.
Y yo ganaría.
Capítulo 14
Lizzie
—Chica, ¿has oído lo que le ha pasado hoy al profesor Hands?
Jane entró de golpe en nuestro piso. Arrojando su mochila sobre la
encimera, saltó hacia mí y se tiró en el sofá.
— ¡Fue épico! Al parecer, un tipo rico se presentó y despidió a la clase.
Todo el mundo dice que hubo una gran pelea y Hands acaba de anunciar
que se va a ir del colegio inmediatamente.
Acurrucada bajo mi manta amarilla descolorida con mariposas azules,
enterré la cabeza en las rodillas.
— ¿Qué te pasa? Es una buena noticia. No tendrás que pasarte la mitad
del año esquivando sus manos agarradoras como hice yo el año pasado.
Tienes suerte.
Jane volvió a la cocina y tomó la botella abierta de vino blanco barato que
teníamos en la nevera. Abriendo el armario, llamó por encima del hombro:
— ¿Quieres un poco?
—Sí. —Fue mi respuesta apagada.
Seleccionó dos tazas, no teníamos dinero para copas, y volvió al sofá.
Después de tomar un largo y fresco trago del líquido ácido, solté:
—Era Richard.
— ¿Qué?
—Richard. Fue Richard.
— ¿Quién es Richard?
—El tipo rico que irrumpió hoy en la clase de Handleson.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras se levantaba de un salto y
volvía a sentarse con las piernas cruzadas frente a mí.
— ¡Cuéntame todo!
Le conté como me hicieron salir por la puerta antes del altercado real, no
pude contarle mucho, aparte del hecho de que Richard se presentó de
forma inesperada y se puso furioso al ver la mano de mi profesor
prácticamente en mi trasero.
—He oído que había cristales rotos por todas partes.
Asentí con la cabeza. —Sí oí el sonido de cristales rotos cuando me iba,
pero no creo que fuera una pelea tan grande.
Richard no parecía ni un poco desaliñado cuando salió de la escuela y tuve
la oportunidad de notar que sus nudillos ni siquiera estaban magullados o
ensangrentados cuando miré hacia abajo para verlo sosteniendo mi
teléfono.
—Tiene sentido. Richard es como el doble de grande que Hands.
Probablemente lo habría hospitalizado si hubiera habido una pelea de
verdad. ¿Crees que obligó a Hands a abandonar la escuela?
Asentí cabizbaja. —Quiere que yo también me vaya.
—Espera... ¿qué?
Me encogí de hombros como respuesta mientras terminaba mi taza de vino
y buscaba más.
—No puedes hablar en serio. ¿No te habrá pedido en serio que dejes la
escuela?
Negándome a revivir los detalles de mi humillación con Jane, hice una
mueca. —Digamos que dejó muy claro su punto de vista.
Me moví en mi asiento. Todavía me dolía el culo, así como el orgullo. El
hombre me había azotado. Me azotó. Y no los divertidos y pervertidos
azotes de la otra noche, sino unos auténticos azotes. Mis mejillas ardían al
recordarlo. Ser arrastrada por su poderoso regazo como una niña
descarriada, mientras me azotaba después de hacerme decir que era una
niña mala.
Traidoramente, sentí una oleada de calor entre mis muslos. Esto era una
locura. ¿Cómo podía encontrar algo de esto atractivo o excitante? Era un
abuso. Simple y llanamente. Que se jodan sus jueguecitos. Había
terminado.
Jane buscó el distintivo joyero verde salvia que yacía desechado sobre la
mesa de café; dentro había un exquisito broche de Van Cleef & Arpels.
Al abrir la caja, exclamó mientras levantaba con cuidado el broche de alta
joyería de donde estaba encajado en seda negra.
Realmente era una obra maestra. Sabía, por ser una ávida lectora de Vogue
y Bazaar desde mi adolescencia, que Van Cleef & Arpels eran conocidos
por un estilo de joyería único llamado Mystery set, en el que engarzaban
innumerables esmeraldas, zafiros y rubíes sin púas visibles. Vi cómo Jane
admiraba la pieza, haciéndola girar a la luz. Era del tamaño de la palma de
mi mano. Un precioso pájaro azul cobalto y morado con un penacho
incrustado de diamantes.
—Mierda, Lizzie.
— ¡Lo sé!
— ¡Santo cielo, Lizzie!
— ¡Lo sé!
— ¿Él te dio esto?
Sacudí la cabeza mientras me envolvía la manta con más seguridad sobre
los hombros. —La encontré en mi bolso. Debe haberla metido ahí.
No fue lo único que metió.
Todavía no se me había pasado el susto. ¿Realmente me corrí después de
que alguien me metiera un dedo en el culo? Todo esto era demasiado. Al
principio me divertía pensar en mí misma como una mujer fatal a la altura
de las coquetas internacionales con las que probablemente salía. Acepté
sus juegos y me permití salir de mi zona de confort con sus hazañas
sexuales, pero ahora no podía evitar sentirme como si estuviese en un lugar
muy, muy, muy lejano.
Era demasiado. Demasiado intenso. Demasiado controlador. Demasiado
tóxico.
Alcancé el vino y bebí otro trago. Estaba rancio y tenía un regusto áspero,
pero no me importó. Necesitaba adormecerme. Necesitaba poner las cosas
en cero después de tantas emociones abrumadoras con Richard.
El hombre me hacía sentir como la mujer más bella y preciada del mundo
un minuto y como una puta al siguiente. Me estaba volviendo loca. No
conocía mi propia mente... pero lo que es peor, ya no conocía mi propio
cuerpo.
—Tengo que romper con él. —Solté.
— ¿Estás loca? No se rompe con un hombre que te regala joyas a medida.
—No lo entiendes. Está empezando a asustarme un poco.
— ¿En qué sentido?
—No lo sé. Está como muy metido conmigo. Se está volviendo muy
posesivo y sobreprotector.
Jane se llevó una mano a la frente y se echó hacia atrás dramáticamente.
— ¡Oh, mundo cruel! ¡Por favor, sálvame de este hombre súper rico que
está obsesionado conmigo! ¡Oh, destino cruel!
Alcanzando una almohada azul, se la arrojé mientras no podía evitar reírse.
—Basta. No es así.
— ¿No crees que estás siendo un poco juez? Sólo has tenido un par de
citas, y, además, probablemente malinterpretaste lo que dijo sobre la
escuela. Probablemente quería que dejaras la clase de Handleson, no que
dejaras la escuela.
Mordiéndome el labio, miré fijamente el broche sobre la mesa. ¿Había
exagerado?
—Además, no es exactamente una exageración pensar que un tipo no
querría que su novia estuviera metida en una clase con un profesor al que
le gusta jugar a coger el culo.
Tuve que admitir que tenía un buen punto. Sin embargo, Richard no tenía
pelos en la lengua. No me cabía la menor duda de que esperaba que
abandonara los estudios.
Jane se levantó y volvió a la cocina. Abriendo la nevera, se sumergió e
inspeccionó el contenido. —Tenemos una botella de mezcla de margarita
sin abrir o dos Guinness.
De un salto, me reuní con ella en la cocina y saqué una botella de tequila
debajo del fregadero. —Margaritas definitivamente.
Como no teníamos licuadora, tuvimos que conformarnos con verter parte
de la mezcla y llenar la botella hasta arriba con tequila y agitarla bien.
Servimos dos tazas llenas y volvimos al sofá.
—No dejes que me emborrache demasiado. Tengo un turno en el pub más
tarde y luego me quedo en casa de Greg.
Recogiendo el broche, lo puse a la luz. Mientras lo hacía, pude oír a Coco
y a Dior piando desde el interior de mi habitación. Es curioso que él
pareciera saber que me gustan los pájaros. No recuerdo habérselo dicho
nunca. Probablemente no. Probablemente tenía más que ver con su apodo
para mí, su pajarito.
El ácido cítrico de la margarita me hizo fruncir la boca mientras daba otro
sorbo. —Cambiemos de tema.
No quería hablar ni pensar en Richard ahora mismo. Necesitaba distancia.
Tiempo para averiguar cuáles eran mis verdaderos sentimientos sin tener
que pensar en ello mientras mi cuerpo seguía zumbando por su contacto.
Era realmente fascinante. Parecía tener una energía oscura. Un
romanticismo oscuro. Me atrajo, me cautivó. Había algo en él que me
hacía desear desesperadamente ignorar todas las señales de advertencia y
cerrar los ojos y saltar. La cuestión era si él estaría allí para atraparme o si
seguiría cayendo en el abismo.
—Con toda la emoción, casi me olvido. Mira lo que he encontrado. —Jane
acercó su mochila y sacó un trozo arrugado de papel azul del bolsillo
delantero. Me lo entregó y nos sirvió más margarita a las dos.
Mirando hacia abajo, vi que era un folleto que anunciaba audiciones para
una obra de teatro.
—Esperan ponerla en escena en el Barbican si consiguen un productor lo
suficientemente grande interesado.
Levanté una ceja. — ¿En serio? —Al mirar el folleto, lo primero que noté
fue la frase. “Una obra victoriana”.
— ¿Es una obra de época? —Mi interés iba en aumento. Para ser sincera,
mi principal objetivo como actriz era actuar en obras de época. Mi trabajo
soñado sería en miniseries de BBC como Downtown Abbey o una versión
de Orgullo y Prejuicio. Me imagino los decorados y los hermosos vestidos.
Sería casi como volver a vivir en la época, lo que, por supuesto era
imposible, pero aun así una chica podía soñar.
Cogiendo el folleto de mi mano, Jane leyó: —La dama protestante, una
esposa victoriana sospecha que su nuevo marido intenta envenenarla para
conseguir su fortuna. —Jane asintió—. Un clásico. ¿Qué te parece?
¿Deberíamos hacer una audición? Apuesto a que serías genial para la
criada del salón.
— ¿De verdad crees que podría conseguir el papel de la criada de salón?
—pregunté, intrigada.
Jane asintió. —Eres segura. Tienes esa belleza natural intacta que les gusta
para estas cosas. Voy a por el papel principal. ¿Crees que debería cubrir
mi cabello corto con una peluca para la audición?
Durante la siguiente hora, más o menos, los pensamientos sobre Richard
se alejaron mientras charlábamos sobre la audición y sobre si
necesitaríamos un monólogo o si nos harían leer la obra. En realidad, me
sentí bien al darle a mi acalorada mente otra cosa en la que concentrarse,
pero inevitablemente los pensamientos sobre él volvieron a aparecer.
Por lo menos, el tequila y el vino barato me habían dado un poco de
energía, lo que me había quitado de encima todas las emociones confusas
y conflictivas.
Mientras Jane se levantaba para prepararse para el trabajo, se me ocurrió.
—No sé por qué estoy hablando de esto. Si a Richard no le gusta que vaya
a la escuela, dudo que le guste que haga una audición para una obra de
teatro.
Ladeando la cabeza, se quitó los pantalones de yoga y se puso unos
vaqueros. — ¿No crees que estás siendo un poco injusta? Ni siquiera has
hablado con él de esto.
Haciendo un gesto con la mano, exclamé: — ¡Sí! ¿Ves? ¿No crees que eso
demuestra mi punto de vista? Apenas conozco a este tipo y, sin embargo,
¿de alguna manera se supone que debo obtener su permiso antes de hacer
una audición para una obra de teatro o para las clases que tomo o la escuela
a la que voy?
Jane se puso un par de zapatillas y se las ató antes de responder. —Si te
sientes así de fuerte, entonces rompe con él. Lo único que digo es que la
mayoría de las chicas matarían por un hombre que mostrara tanto interés
en sus vidas. Me tengo que ir. Recuerda que esta noche estoy en casa de
Greg. —Con un gesto por encima del hombro salió por la puerta.
Apenas lo reconocí, abracé mi taza ahora caliente de mezcla de margarita
y tequila contra mi pecho.
Un fuerte trueno rompió la tensa tranquilidad del salón. Mirando por
encima de mi hombro, a través de nuestros ventanales, la aguja de San
Jorge se alzaba recta y alta como un oscuro centinela. La iglesia estaba
envuelta en una niebla gris mientras empezaba a llover. Era un aspecto
lúgubre que encajaba perfectamente con mi estado de ánimo sombrío.
Por impulso, tomé el teléfono y envié un mensaje.
Lo siento, Richard, pero ya no puedo verte.
Fui una cobarde. Sabía que rara vez miraba su teléfono y, por lo tanto,
probablemente no vería este mensaje de texto durante horas, sino días.
Aun así, miré fijamente la pantalla de texto abierta, esperando
desesperadamente ver esos tres puntitos que indicarían que había visto mi
texto y estaba respondiendo.
Se oyó un trueno ominoso cuando la pantalla de mi teléfono se quedó en
negro.
Capítulo 15
Lizzie
Me desperté sobresaltada y, al darme cuenta de que me había quedado
dormida en el sofá, me aparté el cabello de los ojos y escuché lo que debió
haberme despertado. Todavía oía la lluvia y la habitación estaba muy
oscura, así que debía ser de madrugada.
Me quedé quieta y escuché. Después de un momento, lo oí. Un fuerte y
constante golpeteo en mi puerta.
Oh, Dios. Richard.
Supe que debía ser él sin siquiera tener que mirar por la mirilla. Busqué a
ciegas mi teléfono. Lo encontré en el suelo entre las fundas desechadas.
Con las manos temblorosas, activé la pantalla y pulsé textos. Mi texto me
devolvió la mirada. Nada en respuesta.
Quizá no era Richard.
—Elizabeth, abre la maldita puerta.
Con un sobresalto, dejé caer el teléfono.
Joder.
Una oleada de mareos me golpeó mientras intentaba ponerme de pie.
Extendiendo la mano hacia el brazo del sofá, intenté frenar los latidos de
mi corazón. Sabía que no era el miedo, era la cantidad de alcohol que había
consumido horas antes.
No, era miedo. Miedo puro.
Apenas sintiendo las piernas, cojeé hasta la pequeña entrada. Extendiendo
un brazo tembloroso, empecé a levantar la tapa de la mirilla y luego me
detuve, demasiado asustada para ver su rostro tormentoso.
Me aclaré la garganta y traté de parecer severa. —No quiero hablar,
Richard. Llámame mañana.
Nada. Nada. Silencio.
La sangre se agolpó en mis oídos mientras me esforzaba por escuchar el
sonido de sus pasos en retirada. Pensando que no podría oírlos por encima
de mi acelerado corazón, me atreví a acercarme. Manteniéndome cerca de
la pared, me apoyé en la puerta y escuché.
Oí el roce de un tacón y me incliné más cerca.
Un puño se estrelló contra la puerta; mi mano voló hacia mi boca
sofocando un grito mientras volaba hacia atrás contra la pared, tropezando
mientras luchaba por retroceder.
—Tienes hasta la cuenta de tres.
Oh, Dios mío.
—Uno.
—Llamaré a la policía.
Alcanzando la oscuridad, pasé las manos por la encimera de la cocina
antes de abrir los cajones, buscando un arma, cualquier cosa.
—Dos.
¿Dónde diablos había dejado mi teléfono? Cayendo de rodillas frente al
sofá, pasé las manos por la alfombra, buscando mi teléfono en la
oscuridad, deseando que un rayo iluminara la habitación.
—Por favor, Richard. Podemos hablar mañana. —Grité por encima de mi
hombro, sobre el estruendo de los truenos, que eran tan fuertes que
sacudían la habitación, estirando aún más mis nervios.
—Tres.
Una fría mano invisible me apretó la garganta y me cortó el aliento
mientras miraba con ojos desorbitados la puerta de mi casa. Utilizando el
sofá como apoyo, me puse de pie sobre miembros temblorosos... y esperé.
El sonido nauseabundo de la madera astillándose rasgó el silencio.
Mi puerta de madera se abrió de golpe, colgando de una sola bisagra
mientras se tambaleaba hacia un lado.
Richard estaba en el umbral con el aspecto de un dios vengativo. Atrás
quedaron los trajes a medida y el atuendo impecable. Su gran pecho estaba
cubierto por una fina camiseta blanca casi translúcida por la lluvia y, por
primera vez desde que lo conocí, llevaba vaqueros.
En cualquier otro hombre, este atuendo habría sido común, pero en
Richard era diferente. Era como si se hubiera deshecho de todos los
adornos superficiales de la civilidad contenida para aparecer por fin como
el cazador primitivo que realmente era.
Respirando con dificultad, dio varios pasos medidos hacia mí. Por encima
de su hombro, pude ver las espaldas de dos hombres vestidos con uniforme
negro y con las armas en la cadera cerrando filas, bloqueando el espacio
de la puerta abierta. Un escalofrío me recorrió la espalda. Sabía que no
vendrían en mi ayuda, aunque gritara.
Estaba atrapada.
Levantando los brazos en un gesto suplicante, intenté razonar con él. —
Tienes que irte. Se acabó, Richard. He llamado a la policía.
—Añadí por si acaso, rezando para que no se diera cuenta de mi mentira.
Echando la cabeza hacia atrás, soltó un aullido de angustia que me
desgarró el alma.
Como un toro que embiste, su poderoso cuerpo se abalanzó sobre mí.
Antes de que pudiera correr o gritar, me estrelló contra la pared, con su
boca sobre la mía. Agarrando mi cabeza, me devoró. Me besó la boca, las
mejillas, los ojos y el cuello mientras hablaba.
—No te perderé. Arriesgaré el infierno para mantenerte a mi lado.
Apartándome, agarré su camisa mojada y grité: — ¿Por qué? ¿Por qué
significo tanto para ti?
Sinceramente, no podía comprender qué había de extraordinario en mí
para haber captado la intensa fascinación de este hombre poderoso y rico.
Podía tener a quien quisiera. ¿Por qué a mí?
Al clavarme su mirada, sus grandes manos a los lados de mi cabeza se
tensaron. Por un momento temí que me aplastara el cráneo.
—Has desatado la bestia que llevo dentro. No sé cuánto tiempo más podré
controlarla. Esta necesidad, esta obsesión, de devorarte.
—Yo no...
Su boca cayó sobre la mía una vez más. Succionando la punta de mi lengua
entre sus dientes, mordió hasta que ambos probamos el enfermizo sabor
metálico de mi sangre.
Sin aliento, gimió: —Tú no lo ves, pero yo sí. Tu hermosa inocencia. Cada
vez que te miro, tus ojos me llaman desde el pasado, tirando de mi alma.
Estamos destinados a estar juntos, Elizabeth. Destinados.

—Agarrándome por las rodillas, rodeó su cintura con mis piernas mientras
me llevaba los pocos metros que había hasta el dormitorio. Dejándome
caer en el centro me siguió hacia abajo, su peso se asentó entre mis muslos
abiertos.
—Estoy desatado. Desatado. No habrá ninguna restricción. ¿Entiendes lo
que significa? —Su mirada caliente se clavó en la mía, deseando que
comprendiera la profundidad de su necesidad.
Abrí la boca, pero no pude pronunciar las palabras. ¿Cómo podría hacerlo?
¿Cómo podría transmitir el poderoso zumbido que había iniciado en lo
más profundo de mi cuerpo, de mi alma?
Ser necesitada, ser deseada, hasta el punto de la locura por este hombre
increíblemente complejo e intenso era... indescriptible.
Metió la mano en el escote de mi camiseta de cuello en V y la arrancó de
mi cuerpo. Desplazando su peso, su boca se cerró sobre un pezón erecto
mientras su mano descendía hasta la cintura de mis pantalones de yoga.
De un solo golpe, éstos y mis bragas estaban en el suelo. Estaba
completamente desnuda ante él, en más de un sentido.
Se puso a horcajadas sobre mis caderas una vez más y se levantó. Toda su
cara no era más que ángulos agudos, sombras y ojos oscuros y penetrantes.
Su cabello mojado se había rizado ligeramente mientras los mechones
oscuros caían sobre su frente. Se agachó, agarró el dobladillo de su camisa
y se la pasó por la cabeza.
Dios mío.
Era magnífico.
Siempre se veía imposible, incluso arrogantemente guapo con sus trajes,
pero quién iba a saber que escondían... todo esto. Su amplio pecho estaba
muy musculoso desde los hombros hasta su desgarrado abdomen.
Conteniendo la respiración, me atreví a mirar más abajo. La dura cresta de
su polla se apretaba amenazadoramente contra sus vaqueros. Tragué
saliva, incapaz de contener el escalofrío de miedo que se instaló en mi
estómago.
Sin dejar de mirarme, se desabrochó lentamente los vaqueros.
Un botón, luego dos... tres.
No podía respirar.
Sus vaqueros se abrieron y se deslizaron por sus caderas mientras metía la
mano y sacaba la polla. Incluso en sus grandes manos, su pene parecía
grueso y enorme.
Colocando una mano a un lado de mi cabeza, se inclinó sobre mí. Irradiaba
calor mientras su aliento me hacía cosquillas en los rizos cercanos a la
oreja. Su mano libre me agarró el pecho, clavando las puntas de sus dedos
en la suave carne. No pude contener un gemido.
Al soltar mi pecho, me acarició la mejilla. Un pequeño gesto de ternura.
La calma antes de la tormenta.
Colocando una rodilla entre mis piernas, la desplazó hacia arriba, su pierna
vestida de vaqueros rozando mi ya sensible núcleo desnudo. Mirando
hacia abajo entre nuestros cuerpos, pude ver la oscura mancha húmeda en
sus vaqueros por mi excitación.
—Abre las piernas para mí. —Su voz era grave, llena de oscuras promesas.
Con los miembros inestables, intenté obedecer.
—Más abiertas. —Me ordenó—. Ofrécete a mí.
Apretando el culo contra las arrugadas mantas de la cama, abrí los muslos
con fuerza, sintiéndome a la vez avergonzada y fortalecida por exhibirme
tan descaradamente ante él.
Richard se levantó y se colocó entre mis piernas. Sus fuertes antebrazos
me aprisionaron la cabeza cuando sentí el primer empujón de su polla.
—Richard... —Alta y tensa, mi súplica salió como un chillido lastimero.
Sus anteriores folladas con los dedos no habían hecho nada para
prepararme para la sensación de su polla en mi entrada. Mi cuerpo se
esforzó de inmediato por aceptar la enorme cabeza bulbosa.
Mi boca se abrió en un grito silencioso mientras mis uñas se clavaban en
sus hombros.
Empujó lentamente, hasta que la gruesa cabeza estuvo dentro, asegurada
en mi apretado cuerpo.
Dejé escapar un suspiro de alivio mientras movía las caderas, intentando
sentirme más cómoda con su interior.
Frunciendo el ceño, se centró en mi boca, mientras gruñía: —Esto va a
doler, mi amor.
Mis ojos se abrieron de par en par. —Richard, por favor, yo...
Oh, Dios. Todo mi cuerpo zumbaba con ansiosa anticipación.
Arqueando la espalda, empujó sus caderas hacia adelante en un violento
empujón, atravesando mi cuerpo con los veinticinco centímetros de su
gruesa y palpitante longitud.
Esta vez sí grité.
El shock de dolor puso todos mis sentidos en alerta. No hubo nada que no
experimentara. El roce de los dientes de la cremallera de sus vaqueros
contra el interior de mi muslo. El olor almizclado de su lujuria. La fuerza
de su profunda respiración cuando empezó a empujar.
Pero sobre todo sentí el dolor.
Oh, Dios, me dolía.
No había espacio dentro de mi pequeño cuerpo para él. Era demasiado.
Era demasiado grande. Empecé a suplicar y rogar mientras le arañaba y
arañaba los hombros y la espalda, intentando desesperadamente escapar
de su asalto.
El enorme y musculoso peso de su cuerpo me mantenía en mi sitio
mientras me embestía, empujón tras empujón. Me sentí empalada y
violada. Era como si por la fuerza de la voluntad hubiera fusionado su
cuerpo con el mío, consumiéndome.
Su boca succionó mi pezón y empezó a torturarlo con mordiscos y
lametones. Poco a poco, mi cuerpo se adaptó a su longitud, los músculos
internos se estiraron y se esforzaron por aceptarlo. Podía sentir un calor de
respuesta que se desplegaba y se extendía dentro de mi núcleo. Cambiando
ligeramente de posición, empujé mis caderas hacia abajo para que su eje
presionara más cerca de la zona sensible alrededor de mi clítoris mientras
me penetraba.
—Tócate, nena. —Sus palabras fueron amortiguadas mientras su boca se
abría en un lado de mi pecho y su lengua trazaba la curva. Alargando la
mano, me acaricié el clítoris, mientras mi cabeza caía hacia atrás con un
gemido. Mis muslos empezaron a temblar mientras su inmenso cuerpo me
mantenía abierta. Seguía penetrando en mi interior, cada vez más
profundamente, magullando mi vientre.
Sin previo aviso, se soltó y se levantó de la cama.
El dramático cambio en mis emociones me sobresaltó, al pasar de sentirme
demasiado llena y sobrepasada por su longitud a sentirme vacía y fría en
un momento. Al liberarse, fue como si se hubiera llevado todo el calor con
él. Me sentí estéril y agotada.
Arrodillada en la cama, sus manos abarcaron fácilmente mi cintura
mientras me levantaba sobre las rodillas, con la espalda pegada a su pecho.
—Mete la mano entre las piernas y agarra mi polla.
El borde de mi mano rozó mi clítoris mientras tanteaba entre mis muslos
buscando su polla. Mis dedos rozaron la suave piel de su pene. Asustada,
me aparté como si me hubiera quemado. Respirando hondo, volví a meter
la mano, esta vez alrededor de su polla. Era una barra de metal caliente
cubierta de seda.
—Ahora ponme dentro de ti.
Sus oscuras órdenes eran un ronco susurro en mi oído por encima de mi
hombro. Su mano había movido mi cabello hacia un lado, dejando al
descubierto la delicada piel de mi cuello. Cada palabra la pronunciaba a lo
largo de la columna de mi garganta y justo debajo de mi oreja, lo que me
ponía la piel de gallina en los brazos.
Ya estaba tan mojada y abierta que se deslizó fácilmente en mi interior.
Sin embargo, después de unos pocos centímetros, el nuevo ángulo hizo
que mi cuerpo se apretara y se contrajera de nuevo por el dolor.
—Empuja hacia atrás. Fóllate en mi polla.
Moviendo mis caderas, usé el dolor para estimularme. Mis emociones eran
una confusión enfermiza de querer complacerlo a pesar de la agonía.
—Más fuerte. —Envolviendo sus fuertes brazos alrededor de mí, me
abofeteó el pecho derecho, luego el izquierdo.
Gritando, empujé hacia atrás.
—Más fuerte. —Gritó, abofeteando mis pechos de nuevo. La palma de su
mano me golpeó en la parte inferior, haciéndolos rebotar y escocer
dolorosamente.
Metiendo la mano entre las piernas, presioné las puntas de los dedos contra
mi coño y comencé a moverlos en círculos furiosos mientras me empalaba
en su duro eje.
—Dilo. —Ladró mientras sus dientes rozaban mi hombro—. Dilo para mí.
Sabía lo que quería. Sabía que no habría vuelta atrás una vez que lo dijera.
Estaría hecho. La suerte está echada. Estas palabras me condenarían para
siempre.
—Haz que duela.
La energía en la habitación cambió. Una respiración contenida había sido
liberada. Un arnés desabrochado. En lo más profundo de mi alma, supe
que, con esa simple frase, acababa de desatar a la bestia.
Su pesada mano me presionó entre los omóplatos, obligándome a caer
boca abajo sobre las sábanas.
— ¡Ay! —Grité cuando el movimiento hizo que mi cuerpo se doblara,
apretando mis entrañas alrededor de su polla.
Me tiró del cabello mientras envolvía metódicamente su puño, una y dos
veces, en mi larga cabellera hasta que sus nudillos se apretaron contra la
parte posterior de mi cráneo.
Entonces empezó a clavarse en mí. Metió toda la fuerza de su cuerpo entre
mis piernas. Me golpeó sin descanso, hasta que sólo pude aferrarme a las
sábanas y prepararme para cada poderoso impacto.
Mis duros pezones se restregaban contra las sábanas mientras mi torso se
movía hacia adelante y hacia atrás con cada empuje. Sentí fuertes
punzadas en la cabeza cuando utilizó mi cabello para mantener mi cuerpo
inclinado bajo él.
Cada empuje de su polla se adentraba más y más en mi vulnerable cuerpo.
Su mano recorrió mi espalda, ahora resbaladiza por el sudor, para trazar el
pliegue entre mis nalgas.
— ¡Richard! No, no puedes. No puedes.
Era una humillación de más. Un poco de dolor de más. Todavía recuerdo
la sensación de su pulgar allí desde antes.
Un dedo grueso empujando en mi agujero fuertemente apretado.
— ¡Joder! —Grité.
Mi cuerpo se tensó. Una oleada enfermiza de calor se acumuló entre mis
piernas. Ola tras otra de liberación torturada fue arrancada de mi cuerpo.
Ya no podía distinguir dónde terminaba el dolor y dónde empezaba el
placer. Mientras Richard seguía metiendo y sacando su dedo de mi culo,
empezó a empujar más y más rápido, acercándose a su propia culminación.
La fuerza de sus embestidas nos movió a los dos por la cama hasta que
pude alcanzar y agarrar los fríos barrotes de hierro de mi cabecera.
Con un rugido se corrió, bombeando un chorro tras otro de esperma
caliente en mi coño, ahora dolorido y magullado.
Su pesado cuerpo se desplomó sobre el mío, encerrándome en su calor,
con su rostro tan cerca del mío que compartíamos la misma respiración
entrecortada. Levantó la mano y me pasó el dorso de los nudillos por las
mejillas, limpiando las lágrimas que ni siquiera me había dado cuenta de
que había derramado.
—Ahora eres mía, pajarito.
Al mirar por encima de su hombro, la jaula dorada me llamó la atención.
Un siniestro presagio.
Capítulo 16
Richard
Busqué en el cajón de mi escritorio, saqué un par de guantes y me los puse.
Mientras cruzaba la habitación, seleccioné la pequeña llave de latón de mi
llavero mientras me acercaba a la puerta. La cerradura, bien engrasada,
cedió con facilidad. Al entrar, observé las hileras de altas cajas de caoba
con cristaleras. En su interior, sobre estantes de terciopelo verde,
descansaban más de cien armas de fuego antiguas y raras.
Me acerqué a la caja del rifle, saqué el arma que estaba en el centro y volví
a mi despacho.
Sentado una vez más, dejé el arma sobre la gran extensión cubierta de
cuero de mi escritorio y pensé en Elizabeth.
Aunque mi furia se había enfriado en las últimas horas, mi ira seguía
ardiendo. Ella había intentado abandonarme, poner fin a nuestro pequeño
juego. Eso era inaceptable. Al parecer, ya era hora de que le dejara claro
la permanencia de nuestra relación.
No había escapatoria.
Su destino estaba ahora inextricablemente entrelazado con el mío.
Sinceramente, ni siquiera recuerdo lo que hice desde el momento en que
leí su mensaje la noche anterior hasta el momento en que volvió a estar en
mis brazos y bajo mi control. Mi visión se volvió negra. Mi único
pensamiento, mi único propósito, era ponerle las manos encima y no
soltarla nunca.
Cerrando los ojos, reviví la sensación de tenerla desnuda entre mis brazos,
el aroma que aún perduraba en mi piel. El momento en que mi cuerpo se
fundió con el suyo seguirá siendo lo más extraordinario de mi vida.
Sentí como si por fin hubiera respirado por completo después de estar bajo
el agua. Como si no hubiera estado vivo hasta ese mismo momento. Ella
era el rayo que daba vida al monstruo de Frankenstein.
Exhausta, se había dormido rápidamente después de nuestro acto sexual.
¿Podría llamarse hacer el amor al violento encuentro de nuestros cuerpos?
Después de arroparla, esperé a que llegara el contratista que empleaba en
mi propia casa para arreglar su puerta, sabiendo que sería discreto y no
haría preguntas desafortunadas. Al observar el pequeño y desordenado
piso que compartía con una compañera de piso, supe que debía trasladarla
pronto a mis aposentos. Este edificio sólo tenía los elementos
rudimentarios de seguridad, un portero y cerraduras. Si no fuera por el
doble de guardias que tenía para vigilarla, nunca la habría dejado quedarse
tanto tiempo, pero ya era suficiente. La necesitaba bajo mi techo y mi
control, lejos de todas esas interferencias modernas.
Me tenía a mí; ya no necesitaba ni teléfono móvil, ni escuela, ni amigos,
ni trabajo.
Yo me ocuparía de todas sus necesidades, de todos sus deseos.
El mundo moderno y todos sus peligros dejarían de existir para ella.
Me convertiría en su todo, ya que ella era mía.
Debería haberla obligado a volver a casa conmigo anoche, pero había que
hacer unos arreglos de los que no podía ser testigo. Dejémosla disfrutar de
sus últimos días de libertad.
Pronto se cerraría la puerta de la jaula.
Alcancé el arma, sumergí un trapo en el pequeño frasco abierto de cera
renacentista y empecé a frotar metódicamente el disolvente en el arma,
observando cómo la culata de nogal empezaba a brillar y resplandecer. El
rifle deportivo que perteneció al príncipe Alberto de la reina Victoria era
lo más destacado de mi colección. Había luchado mucho para encontrarlo,
y luego superé la oferta de los buitres que descendieron en cuanto se supo
que el arma de Caspar Georg Koenig, con su escena de plata y nácar de un
sabueso persiguiendo a un zorro, salía a subasta. Era una de mis
posesiones más preciadas, hasta que llegó Elizabeth.
Puliendo el cañón de acero marrón con su gatillo y cerradura recubiertos
de oro, repasé mis planes una vez más.
Un tono bajo sonó antes de que la voz de mi ayudante rompiera mi
ensueño. —Su Excelencia, el Dr. Leilend de la Farmacéutica Shelton está
aquí para verlo.
—Hazle pasar.
Permaneciendo sentado y en mi tarea, saludé al doctor. —Gracias por
viajar a Londres con tan poca antelación. Por favor, tome asiento.
El doctor jugueteó con su maletín antes de asentir varias veces y tomar
asiento. Su nerviosismo no me afectó. Estaba acostumbrado a que la gente
se pusiera nerviosa en mi presencia. Si eran inteligentes, lo estarían.
—Por supuesto, Alteza. Después de todo, usted es el nuevo jefe.
Sonreí. Sí, lo era, después de haber comprado con éxito la mayoría de las
acciones de la empresa a principios de esta semana.
Inclinándome hacia atrás, seguía sosteniendo el rifle en alto.
—Hábleme de Blebbistatin, doctor.
Inclinándose hacia delante, el médico se animó. —Es algo muy
emocionante. Tus recuerdos están conectados a las neuronas del cerebro,
que se apoyan en una molécula llamada miosina. Hemos descubierto que
se pueden interrumpir ciertos recuerdos si se interrumpe esta molécula,
que es lo que hace la Blebbistatina.
—Así que, básicamente, borras la memoria antes de que el cerebro la
ponga en el disco duro.
Rebotando ligeramente en su silla, el Dr. Leilend agitó las manos en el
aire. — ¡Exactamente! Lo ha explicado perfectamente. Excepto que no la
borra, sino que la interrumpe durante un mes más o menos.
— ¿Con una sola dosis?
— ¡Sí! Sólo se necesita una dosis. Increíble, ¿no? El cerebro humano.
— ¿Y si se administra otra dosis? ¿Se prolonga la alteración de la
memoria?
El Dr. Leilend volvió a agitar las manos. — ¡No lo sabemos! Eso es lo
más emocionante de mi investigación. Todavía hay mucho que aprender.
Volviendo mi atención a la limpieza de mi arma, mantuve mi voz casual.
—Voy a necesitar unas cuantas muestras de esa droga.
El Dr. Leilend se rió.
Levantando la vista, bajé la ceja. — ¿He dicho algo gracioso, doctor?
Perdiendo su anterior excitación, el doctor se encogió en su asiento y
empezó a tartamudear. —Es… es… no… no es posible. Es una droga
extremadamente… extremadamente… peligrosa, Alteza. Estamos a años
de distancia de una prueba completa en humanos. Sin mencionar las
repercusiones éticas.
Pasando mi mano enguantada por el largo cañón, ni siquiera me molesté
en levantar la vista. —Tiene una opción, doctor. O le cortan la financiación
por completo o se la duplican.
Los hombros del doctor se desplomaron. De pie, bajó la cabeza.
— Le enviaré dos dosis.
—El doble, si no le importa.
Sus ojos se abrieron de par en par, pero asintió lentamente y salió de mi
despacho.
Levantando el rifle, miré por el cañón, imaginando a un elegante zorro de
pelo castaño en mi punto de mira, y fingí apretar el gatillo.
Capítulo 17
Lizzie
Volví la cabeza al oír las pequeñas campanadas. Un grupo de estudiantes
entró por la estrecha puerta de la cafetería, trayendo consigo una ráfaga de
viento de principios de otoño. Dejando salir el aliento que estaba
conteniendo, continué dando vueltas al vaso de café desechable ahora
vacío en mis manos. Ya había destrozado el protector de cartón para
manos. Los patéticos trozos estaban esparcidos por la mesa.
Una vez más sonó el timbre. Esta vez se trataba de una pareja mayor.
Apartando la taza, consulté mi teléfono por milésima vez esa mañana.
Yo: Lo siento, Richard, pero ya no puedo verte.
¿Qué esperaba? ¿Un mensaje de disculpa por haber derribado tu puerta y
haberte jodido sin sentido anoche?
Me había despertado esta mañana, bien arropada en mi cama. Mirando
alrededor del dormitorio, todo estaba limpio y en orden, como siempre. Al
entrar en la parte principal del piso, me sorprendió ver la puerta
perfectamente intacta sobre sus bisagras. Me puse de puntillas y eché un
vistazo por la mirilla. Ningún hombre vestido de negro vigilaba la entrada.
Si no estuviera tan adolorida entre las piernas, habría pensado seriamente
que lo había imaginado todo. Incluso con mis muslos magullados, no
estaba del todo segura de que hubiera sucedido.
Me convencí cuando volví a mi habitación. En la almohada junto a la mía
estaba el broche de pájaro púrpura que Richard me había regalado ayer.
Sólo una persona podía haberlo dejado allí.
Su pajarito.
Todavía no me había hecho a la idea de lo que había pasado anoche. El
hecho de que fuera una absoluta locura obsesiva, lo tenía muy claro. Eran
mis sentimientos sobre esa locura lo que me costaba. En contra de mi sano
y sobrio juicio, me encantó. Me maldigo por ser una completa idiota, pero
me encantaba cada minuto. Había algo tan embriagador en llevar a un
hombre así a la locura.
¿Qué chica no querría a un hombre tan loco de deseo por ti que derribara
una puerta a patadas para llegar a ti?
De una patada. Abajo. Una. Puerta.
El sexo fue alucinante. Nunca en mi vida había sido tomada así. No era
yo; era un cuerpo que estaba siendo usado, abusado y atesorado, todo al
mismo tiempo.
El timbre sonó y salté.
Más alumnos.
No podía negar que esperaba ver a Richard entrando por la puerta en
cualquier momento. No lo estaba desobedeciendo exactamente. Más bien
pensaba en desobedecerlo. Sentada en una cafetería frente a la
universidad, mi clase empezaba en treinta minutos. Todavía no había
decidido si iba a entrar.
Sé que Richard me exigió que dejara los estudios, pero era imposible que
hablara en serio. Era ridículo.
Probablemente sólo fue una expresión de enfado en el momento. Sin
embargo, Richard no me pareció el tipo de hombre que dice cosas que no
quiere decir. ¿Podría haber hablado en serio sobre mi visa? ¿Tenía el poder
de conseguirme una visa de residencia? Probablemente. Jane mencionó
que, como duque, también era miembro de la Cámara de los Lores, así que
supongo que era posible. Aunque fuera cierto, ¿qué esperaba que hiciera?
¿Tirarme todo el día, desnuda esperando a que viniera a follarme?
Mis muslos se apretaron ante la tentadora idea. Por un momento me
permití pensar en cómo sería una vida bajo el control de Richard. Estar
sentada esperando a que viniera a darme placer. Sin tener que
preocuparme por la escuela o el trabajo. Tener siempre bonitos vestidos
de alta costura y joyas. Apuesto a que incluso tenía una de esas preciosas
fincas inglesas en el campo. Sería como vivir dentro de una película
victoriana.
La idea era tentadora, pero no era como si él hubiera ofrecido algo de eso.
No, sólo me había ordenado que dejara de asistir a la escuela. Para él era
fácil decirlo; probablemente ni siquiera me devolverían la matrícula.
Recogiendo todos los trozos de cartón, los metí en el vaso vacío y me
levanté para tirarlo antes de volver a la mesa para tomar mi bolso.
Levantando la barbilla, atravesé la puerta, crucé la calle y me detuve en
seco a las puertas de la universidad.
Maldita sea.
Mirando a mi alrededor, intenté ver a Richard en cada hombre con traje
que se cruzaba en mi camino. Por extraño que parezca, sentí como si me
estuviera observando ahora mismo. Esperando a que metiera la pata y
entrara en esa escuela, para poder arrastrarme y castigarme por
desobedecerle.
¿Era jodido que me excitara la idea?
Me preguntaba si me colgaría del hombro. O simplemente me arrastraría
por el cabello.
Jesús, necesitaba ayuda.
Este tipo me tenía trastornada. Ya no me conocía ni sabía de qué era capaz.
Peor que todo eso, creo que realmente había ido y hecho lo imperdonable.
Me había enamorado de él.
Era demasiado pronto. Apenas lo conocía y, francamente, me daba un
poco de miedo, pero no podía negar que estaba enamorada de ese hombre.
Era guapo, inteligente, culto y excitante. La forma en que gritaba
arrogancia y poder, como si se esperara que todo el mundo se inclinara a
sus pies, incluida yo, me excitaba enormemente.
Y su afición a los juegos, que no sólo me empujaban, sino que me sacaban
de mi zona de confort, eran la mitad de su atractivo. Mi vida había sido
aburrida y rutinaria antes de él. Ahora era emocionante y aterradora.
Era una montaña rusa. ¡Eso era! Una montaña rusa. Un minuto estás
gritando de miedo, al siguiente de alegría, y al siguiente estás esperando
ansiosamente la caída. Era un tipo extraño de miedo estimulante. Odias y
amas la sensación al mismo tiempo. Así era estar con un hombre como
Richard. Anticiparse a la caída brusca, a la que seguía rápidamente una
frenética carrera en la curva, para luego calmarse antes de la siguiente
caída. No importaba lo aterrador que fuera, en el momento en que te
bajabas querías volver a subir y hacerlo todo de nuevo.
Pero tenía que preguntarme si amarlo significaba que tenía que entregarle
todo a él. Algo me decía cuál sería la respuesta de Richard, pero ¿cuál era
la mía?
Tal vez insistir en ir a la escuela y llevarla un poco más lejos e insistir en
la audición para esa obra de teatro era una forma de seguir manteniendo
algo de mi independencia. Mi forma de asegurarme de que no me tragara
entera. Tenía la sensación de que, al estar con un hombre como Richard,
sería muy fácil perderse y ser consumida por todo lo que era él. Lo que él
quería, necesitaba y exigía de ti, convirtiéndose en el centro de tu mundo.
¿Quería eso para mí?
Mientras estaba allí indecisa, una mujer se acercó por la derecha. Era
impresionante. Con el cabello rubio hasta los hombros y vistiendo una
gabardina de Max Mara y botas Gucci, supuse que era una diseñadora de
moda que visitaba la escuela o quizá una modelo que venía a probarse
atuendos. Cuando se acercó, supuse que iba a preguntar cómo llegar a un
edificio o a una clase en particular, por lo que me sorprendió mucho
cuando se lanzó y me dio una bofetada en el rostro.
Llorando, mi mano se dirigió a mi mejilla dolorida.
— ¿Qué demonios? —Grité mientras empezaba a retroceder.
—Perra. ¿Crees que puedes quitármelo?
Frenéticamente, mirando de izquierda a derecha, busqué ayuda, pero la
pequeña calle lateral estaba casi vacía ya que todos los estudiantes habían
corrido hacia el edificio para llegar al inicio de la siguiente clase.
Levantando la mano para intentar alejarla, exclamé: —Mira. Creo que hay
un error.
—Es mío. Mío. —Se enfureció mientras sus dedos se convertían en garras.
Se abalanzó sobre mí.
Levantando mi bolsa para bloquearla, no vi a los hombres acercarse hasta
que me la quitaron de encima.
Al mirar a mi alrededor, vi que estábamos rodeados por cinco hombres.
Algunos con traje, otros con ropa de calle. Dos de ellos tenían a la extraña
mujer por los hombros y la arrastraban. La saliva salía de su boca mientras
gritaba: — ¡Puta estúpida!
Mi mejilla palpitaba mientras abría la boca y movía la mandíbula de un
lado a otro.
La mujer siguió gritando mientras los hombres luchaban por mantenerla
sujeta. —Te mataré. Te mataré. Nadie me echa a un lado. ¿Me oyes, zorra?
Volverá. —Los misteriosos hombres la empujaron a un auto, pero no antes
de que ella gritara—: ¡No lo mereces!
Mientras comprobaba si tenía la mandíbula rota e intentaba dar sentido a
lo que acababa de ocurrir, una mano se cerró alrededor de mi brazo.
Cerrando los ojos, me preparé para la mirada de un par de ojos azules
furiosos.
—Tienes que venir conmigo. —Dijo una voz desconocida.
Mis ojos se abrieron de golpe. Uno de los hombres trajeados se alzaba
sobre mí, no Richard. Tiré de mi brazo, pero su agarre se mantuvo firme.
— ¡Suéltame!
Un sedán negro chirrió hasta la acera y el hombre empezó a arrastrarme
hacia el coche mientras otro hombre con ropa normal abría la puerta
trasera.
— ¡Suéltame! ¡Suéltenme! ¡Ayuda! —Arrastrando los pies, le golpeé por
la cabeza y los hombros con mi bolsa hasta que alguien me la arrancó de
la mano.
—Entra en el coche. —Me tomó de los dos codos, tirando de mis brazos
dolorosamente hacia atrás.
— ¡No! ¡Suéltame! —Desesperadamente, di una patada mientras me
levantaban por la cintura y me empujaban al asiento trasero.
— ¡Cuidado! Si no la traemos sin marcar, nos va a tocar el infierno. —Le
dijo uno de los hombres con ropa normal al hombre del traje que me estaba
manipulando.
¿Qué?
La puerta se cerró de golpe en mi cara. Tirando del picaporte, seguí
gritando: — ¡Déjenme salir de aquí! ¡Socorro! ¡Socorro!
—Deslizándome hacia el otro lado, probé la puerta del lado del conductor.
También estaba bien cerrada.
Al girarme para abordar al conductor, me di cuenta de que había un sólido
tabique negro entre el asiento trasero y el delantero. Que no pudiera verlo
no significaba que el conductor no estuviera allí. Cerrando las manos en
puños, golpeé el cristal. — ¡Esto es un secuestro! Suéltenme.
Mi cuerpo se echó hacia atrás mientras el coche avanzaba a toda velocidad.
A través de los cristales tintados podía ver las abarrotadas calles
londinenses, pero nadie se volvió ante mis gritos. Sin inmutarme, seguí
golpeando las ventanas, incluso inclinándome hacia atrás y golpeándolas
con los tacos de tres pulgadas de mis botines. Desesperadamente, apoyé
las palmas de las manos en el cristal y traté de orientarme. Joder. Todavía
no conocía Londres lo suficientemente bien como para saber dónde estaba,
sobre todo porque la mayoría de las veces utilizaba el metro y no las calles
de la ciudad para llegar a donde quería ir. Tenían mi bolso con mi móvil,
así que no tenía forma de contactar con nadie ni de consultar un mapa.
Todo lo que podía ver era una mezcla de edificios grises antiguos y nuevos
salpicados por algún que otro pub de aspecto tudor mientras pasábamos.
Al no tener otro recurso, me agaché en el hueco para los pies detrás del
asiento del copiloto. Llevando las rodillas al pecho, intenté calmar los
latidos de mi corazón. No tenía forma de contactar con nadie para pedir
ayuda o llamar a la policía.
En realidad, sólo había una persona con la que quería contactar. Richard.
¿Y si esos hombres eran enemigos suyos? Era un hombre rico y poderoso;
sólo podía suponer que tenía enemigos. ¿Tal vez por eso estaba tan
preocupado porque yo siguiera yendo a la escuela? ¿Le preocupaba que
me convirtiera en un objetivo por su culpa?
¿Y quién era esa mujer?
Apretando las rodillas contra el pecho, empecé a llorar.
Necesitaba a Richard.
Capítulo 18
Lizzie
Cuando el coche se detuvo de repente, salí del hueco para los pies. Me
recosté en el asiento y levanté las rodillas. Conteniendo la respiración,
todo mi cuerpo se tensó mientras esperaba que la puerta se abriera. Al
esforzarme, pude oír voces apagadas justo al otro lado y luego ambas
aparecieron. Seguían siendo los mismos dos hombres, uno con traje y el
otro con vaqueros y jersey. Si no lo supiera, lo habría confundido con un
estudiante. El pestillo se soltó. La puerta se abrió de golpe.
Esperando a que viera su cabeza agachada para mirar dentro del coche, le
di una patada en la cara.
— ¡La puta me ha dado una patada! —Aulló el tipo del traje.
No esperé a escuchar la respuesta de su compañero. Esperando que el
desbloqueo de un lado significara que el otro también lo hacía, me puse
boca abajo y me lancé hacia la otra puerta. Justo cuando las yemas de mis
dedos rozaron la fría y lisa manija de metal, hubo un tirón en mi pierna.
Me puse de espaldas y di una patada a la mano que me había rodeado el
tobillo. Intentando utilizar el borde del talón de mi pierna libre, lo conduje
una y otra vez, apuntando al dorso de su mano.
— ¡Deja de patear! ¡Maldita sea! Que te den por culo, ven aquí y ayúdame.
Una vez más me puse boca abajo y luego de rodillas mientras me lanzaba
hacia la otra puerta. Mi cara chocó contra el cuero y fui arrastrada por mi
ya dolorida mejilla fuera del coche por ambas piernas.
Mis forcejeos no fueron nada ahora que me tenían fuera del coche y en un
espacio abierto. Me sujetaron fácilmente los brazos y me levantaron para
que mis pies ni siquiera tocaran el suelo. Uno de ellos me tapó la boca con
una mano. No habría importado. No vi ni un alma en la calle. Estábamos
en un barrio extremadamente elegante con muchas casas y edificios
históricos extravagantes, que tenía esa inquietante tranquilidad que se
siente a menudo en los barrios ricos, no el tipo de lugar en el que la chusma
va arrastrando los pies para tomar el tren, fumar y comprar pescado y
patatas fritas.
Desesperadamente, traté de concentrarme en los detalles de mi entorno,
sabiendo que sería importante cuando intentara escapar. Nos acercamos a
un edificio alto y estrecho que casi parecía una antigua estación de tren
victoriana. Con valentía, me llevaron directamente a través de las puertas
delanteras. Sorprendida, vi uno de esos escudos azul cobalto que ponen en
las casas históricas importantes de Londres, justo ahí, a la izquierda de la
puerta.
Antigua casa de JM Barrie, autor de Peter Pan
Me estaban secuestrando al País de Nunca Jamás.
El gran vestíbulo de entrada brillaba con un blanco intenso, con grandes
columnas de mármol blanco y un suelo en forma de diamante a juego, lo
que contrastaba fuertemente con el ambiente gris brumoso del exterior.
Después de que me arrastraran por una amplia escalera, los hombres se
detuvieron ante un par de enormes puertas dobles. Antes de que pudieran
llamar, ambas puertas se abrieron de forma espectacular.
Y allí estaba Richard.

Mi conmoción al verlo no fue nada comparada con la rabia que latía en su


cuerpo. Las venas de su cuello sobresalían mientras se dirigía
deliberadamente hacia los hombres que me retenían. Su única advertencia
fue un tic en el rabillo del ojo derecho de Richard y un apretón de la
mandíbula, antes de que se apartara y diera un puñetazo al hombre de traje.
Cayó con un ruido sordo.
El otro hombre aflojó inmediatamente su agarre. —No fue culpa nuestra.
Ella empezó a pelear.
Agarrando al hombre por el jersey, Richard levantó fácilmente su
voluminoso peso del suelo mientras gruñía: —Se suponía que tenías que
vigilarla. Nunca te di permiso para que le pusieras las manos encima.
Tiró al hombre como si fuera basura. El hombre se puso de rodillas.
—Llévatelo contigo. Los dos estáis acabados en esta ciudad.
Atónita, vi cómo el tipo agarraba a su amigo por debajo de los hombros y
arrastraba su peso muerto por el pasillo por el que acabábamos de llegar.
El toque de la cálida mano de Richard en mi mejilla me devolvió al
presente.
Mirando por encima de mi hombro a los hombres que se retiraban, sus
palabras fueron suaves y bajas, pero no por ello menos mortíferas. —Si
ellos también hicieron esto, los mataré a los dos.
Mi mano voló a mi mejilla, las puntas rozando sus nudillos. —No. Fue la
loca. —respondí casi distraídamente. Mi mente seguía tratando de ponerse
al día con los acontecimientos que cambiaban rápidamente.
—Entra.
Con una mano que me guiaba en la parte baja de la espalda, me acompañó
a través de las puertas dobles y las cerró con un golpe decisivo. Entonces
oí el inconfundible clic de una cerradura.
Apretando las manos delante de mí, traté de dominar los temblores que
habían empezado a recorrer mi cuerpo.
Richard extendió la mano y me envolvió en la cálida seguridad de sus
brazos. Apoyando la cabeza en su pecho, aspiré su familiar aroma
masculino y me esforcé por oír el tranquilizador latido de su corazón,
mientras su mano me acariciaba la espalda en grandes círculos
tranquilizadores. Podría haber permanecido segura entre sus brazos
durante una eternidad si la conmoción no hubiera empezado a desaparecer
y, con ella, mi mente empezara a encajar las piezas en su sitio.
Cuando intenté alejarme, sus brazos se apretaron para mantenerme cerca,
pero luego cedieron.
— ¿Así que esos hombres estaban contigo? —Al alejarse, Richard se quitó
el abrigo y lo colgó sobre uno de los escritorios más grandes que había
visto nunca, sentándose en el borde y cruzando los brazos.
A diferencia de la última vez que lo vi, había vuelto a sus habituales trajes
a medida, su manto de respetabilidad. La corbata de seda azul real
resaltaba el azul de sus ojos, pero no los hacía menos oscuros o intensos
cuando se concentraban en mí.
Estaba claro, por sus brazos cruzados y su ceño fruncido, que no quería
responder a ninguna de mis preguntas, pero eso era una pena.
—Quiero una respuesta, Richard. ¿Qué demonios hacían esos hombres
siguiéndome? ¿Y quién era esa mujer? —En mi agitación, había
comenzado a recorrer la vasta extensión de la habitación. Era el despacho
más grande que había visto nunca. De hecho, tenía una lámpara de araña
que la hacía parecer un salón de baile reconvertido. Si las circunstancias
hubieran sido diferentes, me habría encantado. Tenía un aire tan
retrocedido.
Suspiró. —No me disculparé por querer mantenerte a salvo, Elizabeth.
— ¿Llamas seguridad a que me asalte una loca y luego me secuestren justo
delante de mi colegio? —Pregunté incrédula.
Una ceja se levantó mientras se ponía en pie lentamente.
Oh, oh.
— ¿Quieres decirme qué hacías justo delante de tu colegio?
No.
—No cambies de tema. Se trata de esos gamberros que contrataste para
que me cuidaran. ¿Y quién demonios era esa mujer?
Sus manos se cerraron en puños, luego se flexionaron. —Quiero que me
escuches con atención, Elizabeth. No necesito darte explicaciones y no
voy a disculparme por querer mantenerte a salvo. Eres mía y lo que es mío,
lo protejo.
— ¡Ya no soy tuya! —Le respondí con un chasquido.
No lo decía en serio. Sabía que no lo decía en serio. Ni siquiera la locura
de la última hora había hecho tambalear mi convicción de que me había
enamorado de ese hombre oscuro y enigmático, pero estaba enfadada.
Enfadada por lo que había pasado. Enfadada por esa mujer y sus gritos de
"no lo mereces" que seguían resonando en mi cabeza. Y enfadada porque
sentía que no me debía una explicación por nada de eso.
Con un rugido gutural, su mano arrastró el contenido de su escritorio al
suelo.
Sobresaltada, retrocedí hasta una pequeña sala de estar situada en el otro
extremo de su despacho, con varias sillas Chippendale de madera y una
mesa de centro redonda en el centro. Me servirían de protección contra
Richard si decidía cargar contra mí.
Colocando mis manos temblorosas sobre el respaldo de una de las sillas
de huso, observé cómo inhalaba profundamente por la nariz, tratando de
calmarse tras su repentina explosión de temperamento.
Su mirada estaba fija en el suelo, como si tuviera miedo de lo que pudiera
pasar si me miraba. —Esta es la última vez que voy a decir esto. Eres mía.
Siempre has sido mía y siempre lo serás y lo que es mío... me lo quedo.
— ¿Siempre lo he sido? Nos acabamos de conocer, Richard. ¿No crees
que todo esto es demasiado para dos personas que se conocieron hace
apenas una semana? —Exclamé con ansiedad.
— ¿Qué te hace pensar que nos acabamos de conocer?
— ¿Qué?
¿Qué demonios quería decir con eso? Por supuesto que nos acabamos de
conocer.
Richard dio varios pasos hacia mí. Mientras se acercaba, mantuve la silla
entre nosotros, rodeando el frente cuando él rodeaba el fondo.
— ¿Por qué dices que nos acabamos de conocer?
Mi ceño se frunció. Lo que decía no tenía sentido. —Claro que nos
acabamos de conocer... el... el taxi... hace una semana. Casi me atropella
y me salvaste.
Continuó rodeándome. Un león atrapando a su presa. Me estaba mareando
al tratar de observarlo y darle sentido a lo que decía.
— ¿Y qué hay de la semana anterior?
— ¿La semana anterior?
—Cuando me leías pasajes de Frankenstein de Mary Shelley.
— ¿Qué?
—Tenías tu precioso pelo castaño en un moño desordenado en lo alto de
la cabeza. Nos relajamos en el parque de St. James después de alimentar a
los cisnes. ¿Te acuerdas?
Me froté la frente. Esto no tenía sentido. Recuerdo haber comprado un
ejemplar de Frankenstein en Hatchard's y haber ido al parque a leer.
Incluso recuerdo haber alimentado a los cisnes, pero Richard no estaba
allí. Todavía no lo había conocido.
Sacudiendo la cabeza, seguí discutiendo con él. —Recuerdo todo eso, pero
tú no estabas allí. Todavía no nos habíamos conocido. Acababa de
mudarme a Londres.
En mi confusión, me había olvidado de seguir moviéndome, Richard
agarró el respaldo de la silla y la sacó de entre nosotros. Acercándose, su
cara quedó a escasos centímetros de la mía.
—Lo sé, cariño. A pesar de mi oferta de mudarte conmigo, insististe en
alquilar un piso con alguien. —Sonrió mientras tiraba juguetonamente de
un gran rizo—. Te gustaba el piso de Jane por la iglesia gótica de enfrente.
La única razón por la que aceptaría era si te quedabas con el dormitorio.
No había forma de que mi chica durmiera en un sofá cama. Independiente
o no.
No. No. Nada de esto tenía sentido. Todo eso era cierto, incluso lo de la
iglesia, pero yo estaba en el dormitorio porque pagaba más en alquiler.
Bajando la cabeza, capturó mi mirada. — ¿No te parece extraño que
asistas a una universidad costosa y tengas un piso en el centro de Londres
y, sin embargo, no tengas trabajo ni padres que te ayuden con la matrícula?
Giré la cabeza, incapaz de pensar con claridad cuando me miraba así.
—Jane tiene un trabajo en un pub local, ¿no? ¿Cómo pagas el alquiler,
Elizabeth?
Me tapé las orejas con las manos. — ¡Para! ¡Para! Nada de esto es cierto.
Estás mintiendo.
— ¿Por qué iba a mentir?
Mordiéndome el labio, me giré mirando con impotencia alrededor de la
oficina como si fuera a encontrar cuartos en algún rincón vacío.
—No lo sé. No lo sé. Sólo sé que lo que dices no tiene ningún sentido.
—A ti y a mí nos gusta jugar... juegos.
Girando sobre mis talones, lo miré fijamente. — ¿Juegos?
Capítulo 19
Richard
La verdad es la clave de una mentira creíble.
Su hermoso y expresivo rostro había pasado por toda la gama de
emociones desde que entró en mi despacho; desde el miedo, pasando por
la confusión, hasta la ira, y ahora de nuevo la confusión. Ser capaz de saber
con precisión lo que sentía con sólo mirar sus impresionantes ojos
esmeralda era una de las cosas que adoraba de ella... eso y su inteligencia.
Era una falsa suposición que sólo los de baja inteligencia podían ser
manipulados. Todo el mundo suponía que una persona inteligente pensaría
en el asunto y vería a través de la mentira, pero ese no era el caso. Una
persona inteligente era mucho más probable que pensara demasiado,
dándole vueltas a la cabeza, y que dudara del asunto, cayendo así en manos
del manipulador.
Una persona de menor inteligencia se habría dejado llevar por su instinto
y se habría limitado a llamarme bastardo mentiroso.
Mi Elizabeth no.
Había suficiente verdad en mis mentiras como para que ella tuviera que
adivinar su propio recuerdo.
Fue algo realmente fascinante de contemplar.
El momento en que convences a una persona de dudar de su propia mente.
El poder de esto era estimulante, no muy diferente al sexo.
Una vez que tu verdad se convertía en la suya, la tenías en tu poder.
Continué dando vueltas alrededor de su forma inmóvil. Marcando mi
territorio mientras jugaba dentro de su mente. Inclinándome hacia ella, le
susurré al oído: —Sí, juegos, mi amor, como aquella vez en el jardín. ¿No
era más excitante, más emocionante, pensar que estabas desnudando tu
culo y siendo forzada a correrte por un extraño en lugar de un hombre que
conocías y amabas?
Sus ojos se abrieron de par en par, mostrándome que había dado en el
blanco. Su cara era como un libro. No era un secreto que al día siguiente
probablemente se había reprendido por su comportamiento licencioso con
un hombre que apenas conocía, aunque admitiera a regañadientes que
había sido uno de los mejores orgasmos de su vida.
Los actos ilícitos y prohibidos con un toque de dolor siempre conducían a
orgasmos más explosivos.
Sus dedos se abrieron paso entre sus mechones, despeinándolos.
—Esto no tiene ningún sentido.
Me acerqué a ella.
Apartando sus hombros de mí, retrocedió, con los ojos desorbitados. —
No me toques.
—Elizabeth.
Tambaleándose hacia las puertas, hizo sonar los pomos. Luego buscó la
llave. —Abre la puerta.
—No. —Alargando la mano, aflojé el nudo Windsor de mi corbata y lo
pasé por el cuello antes de soltar los dos botones superiores.
— ¡Quiero salir de aquí! No puedo respirar aquí.
—No. —Levantando el brazo, me quité un gemelo y luego el otro.
Elizabeth golpeó las puertas con ambos puños. — ¡Que alguien abra esta
puerta!
—No hay nadie que te escuche. —Subiendo los puños, me remangué las
mangas en los antebrazos.
Elizabeth volvió a hacer sonar el pomo. —Dame la llave.
—No. —Dije, manteniendo una calma engañosa.
— ¡Deja de decir que no! Tengo que salir de aquí. —Su mirada recorrió
frenéticamente la habitación.
—No vas a ir a ninguna parte. Tu lugar está conmigo.
Enroscando los brazos sobre la cabeza, se apoyó en la puerta y se hundió
en el suelo. —Estoy tan confundida.
Plantando mis pies a ambos lados de ella, le ordené: —Levántate.
Se alejó con las manos y las rodillas y se levantó a unos metros de mí.
Suspirando, dije: —Esta exhibición está empezando a enfadarme,
Elizabeth. Cuando me enfado pasan cosas malas. Estoy seguro de que al
menos lo recuerdas.
Su cabeza se agitó de lado a lado mientras empezaba a llorar. — ¡No! No
recuerdo nada de esto. Estás mintiendo. Tienes que estar mintiendo.
Acabamos de conocernos.
Dando los últimos pasos, la agarré por los hombros. —Es un juego. Un
maldito juego. Uno que te encanta jugar conmigo.
— ¡No! ¡No! —Gritó mientras arremetía. Golpeando mi pecho y mis
brazos con sus pequeños puños.
Agarrando su cabello, le tiré la cabeza hacia atrás. Finalmente se calmó.
Me miró fijamente con ojos muy abiertos y salvajes.
Joder, me encantaba esta parte.
El drama y el terror se reflejaban en sus ojos.
Mi boca se estrelló contra la suya. Forzando mi lengua entre sus labios,
necesitaba saborearla, saborear su miedo. Era embriagador.
¡Maldita sea! Mi cabeza se echó hacia atrás. Al pasarme el dorso de la
mano por la boca, vi un reguero carmesí. Me había mordido el labio. Con
fuerza.
Sorbiendo la sangre entre los dientes, sonreí.
El juego comienza.
La empujé, sólo para agarrarla por la parte delantera de la chaqueta rosa
que llevaba. Antes de arrancársela, me fijé en el brillo del primer broche
de pájaro que le había comprado. Los pequeños botones de concha
repiquetearon al esparcirse alrededor de nuestros pies en el suelo de
madera.
Gritando, Elizabeth se zafó del jersey y trató de retroceder.
—Quítate los vaqueros. —Le ordené mientras tiraba su jersey estropeado
al suelo.
—Richard, por favor, no. —Suplicó.
—Quieres esto, Elizabeth. Quieres la bestia. El dolor que traigo. Deja de
negarlo.
Pude ver la verdad en lo más profundo de los charcos llenos de lágrimas
de sus ojos siempre verdes mientras me miraba desabrocharse el cinturón.
Nada se me escapó. El ensanchamiento de sus pupilas al abrirse para
captar más. La aceleración de su respiración. La punta de su rosada lengua
mojando sus secos labios. Ella lo deseaba tanto como yo.
Pasé el cinturón por las trabillas de los pantalones y lo hice saltar. El
sonido del cuero resonó en la habitación.
—Oh, Dios. —Gimió ella.
En ese momento supe que ya había ganado. —Quítate los vaqueros.
Ahora. —Gruñí.
Abriendo unos cuantos botones más, me pasé la camisa por la cabeza,
necesitando despojarme de los falsos adornos de urbanidad.
Elizabeth tembló visiblemente mientras se quitaba las botas y buscaba los
botones de sus vaqueros. Cuando se inclinó, sus exuberantes pechos
sobrepasaron las copas de su sujetador de encaje azul. Ansioso, esperé a
ver si sus bragas hacían juego, sabiendo ya que lo harían.
Cuando se tenía suficiente dinero, se podía pagar para saber casi todo
sobre alguien; todo lo que compraba, con quién hablaba, a dónde iba.
Todo, hasta el color de las bragas que llevaban.
Unas pinceladas de azul se asomaron por encima de la cremallera de sus
vaqueros al soltar el botón. Apoyando las manos en las caderas, deslizó
los vaqueros sobre sus elegantes muslos y los bajó hasta el suelo.
Manteniendo deliberadamente mi voz áspera y combativa, le ordené: —
Ahora las bragas.
Enganchando los pulgares en la cintura, se bajó la escasa tanga y se la
quitó. Sin que le dijera nada, buscó su sujetador y lo desabrochó.
Dios, era hermosa. La piel cremosa y pálida. El suave plumón de su coño.
Su hermoso cabello cayendo en una masa de rizos sobre sus hombros. Pero
sobre todo era la retorcida mezcla de inocencia vulnerable con oscuro
deseo que emanaba de su mirada.
Señalando mi escritorio, ordené: —Agáchate.
Pasando con cuidado por encima de los restos de mis archivos
informáticos y bolígrafos esparcidos por el suelo, se acercó sigilosamente
al escritorio. Se mordió el labio y apenas ahogó un sollozo antes de
doblarse por la mitad sobre la dura superficie. En la brillante luz que
entraba por los enormes ventanales, pude ver la piel de gallina en su carne
fría.
Colocando una mano sobre el escritorio, me incliné sobre su forma y
susurré: — ¿Recuerdas esto, mi amor? El borde de mi escritorio
clavándose en tu centro. El olor de la tapa de cuero. La majestuosa vista
del Támesis mientras te follo por detrás.
Elizabeth gimió.
—Dime que recuerdas lo que se siente al saber que estoy a punto de azotar
tu culo con mi cinturón. La enfermiza anticipación del dolor. —Murmuré,
mi aliento moviendo los rizos sobre sus orejas.
— ¡Sí! Sí, ahora lo recuerdo todo. —Sollozó.
Tan hermosa.
Tan dispuesta a complacerme.
Mi pobre pajarito confundido.
Por supuesto, no había nada que recordar; era la primera vez que tendría
el placer de reclamarla en mi escritorio.
Pero me aseguraría de que fuera una follada que nunca olvidaría.
Sin previo aviso, levanté el brazo y le pasé el cinturón por su culo perfecto,
dejando mi marca al instante.
Elizabeth gritó y extendió los brazos para agarrarse al borde del escritorio.
La azoté una y otra vez. Vi cómo le salían tiras de color rojo de un
centímetro de ancho en el culo y en la parte superior de los muslos.
Elizabeth se puso de puntillas con cada golpe mientras gritaba.
—Abre las piernas.
Sus piernas temblorosas se abrieron más. Pude ver el brillo de su
excitación en la parte superior de sus muslos.
Realmente era la mujer perfecta para mí. Perfecta en todos los sentidos,
pero me gustaba especialmente cuando lloraba. La forma en que sus
lágrimas hacían brillar sus ojos e iluminaban sus mejillas.
— ¡Duele! Por favor, no más.
Mi respuesta fue otra andanada de golpes con mi cinturón. Su pobre
trasero era ahora de un rojo moteado. Era fascinante ver cómo rebotaba y
se movía entre cada golpe.
—Ruega que te folle.
— ¡Fóllame! Por favor, fóllame. Haz que pare. —Suplicó.
Me acerqué a ella por detrás y le pasé el cinturón por el cuello mientras
me bajaba la cremallera de los pantalones.
Liberando mi ya dura polla, gemí mientras la presionaba contra su
castigado y caliente culo. Frotando la parte inferior de mi pene entre sus
mejillas, me tomé un momento para apreciar el aspecto y la sensación de
su pequeño cuerpo bajo el mío. Giré el cinturón en mi mano, no lo
suficiente como para ahogarla, pero sí para que sintiera la presión del
cuero contra su garganta.
Con mi mano libre, coloqué mi polla en su entrada. Pronto estiraría ese
apretado culo suyo, pero eso era para más tarde, cuando la tuviera atada,
abierta de piernas en mi cama y con horas para dedicarse a asaltar ese
pequeño y oscuro agujero. Me moría de ganas de verlo estirado y abierto
por mi gruesa polla.
Con ese pensamiento como estímulo, introduje mi pene profundamente.
La espalda de Elizabeth se arqueó sobre el escritorio, mientras sus manos
arañaban la superficie.
— ¡Demasiado! ¡Sácala! Sácala.
Apoyando la palma de mi mano en su ya magullado culo, ladré:
—Vas a tomar cada centímetro.
Ella cayó de nuevo sobre el escritorio, sollozando mientras yo golpeaba
su cuerpo. Metiéndole la polla hasta el fondo, sintiendo que su vientre se
estremecía con cada roce. Observé cómo su cuerpo se mecía de un lado a
otro sobre la superficie lisa y dura de la madera.
Alcanzando sus muslos, palpé su coño, acariciando su pequeño nudo de
nervios con la punta de mi dedo.
Elizabeth gimió. —Oh, Dios. Sí.
—Dime, nena. Dile a papá cómo lo quieres.
Ella gimió y movió sus caderas.
—Dilo. Dime lo que quiero oír. —Mi respiración era áspera por el
esfuerzo mientras aumentaba el ritmo de mis empujones.
Como si fuera un sacerdote que acababa de arrancarle su confesión más
profunda y oscura, gritó: — ¡Haz que duela! Oh, Dios, perdóname. Haz
que duela.
Dejando caer el cinturón, agarré un puñado de cabello mientras tiraba de
su cabeza hacia atrás, queriendo ver cómo se arqueaba su espalda y su
cuerpo se abría más para mí mientras la penetraba con más fuerza. Con mi
otra mano, que se movía furiosamente entre sus piernas, pellizqué y froté
su clítoris, sabiendo que estaba cerca. Podía sentir su orgasmo en la cresta
mientras su cuerpo se tensaba y se agitaba.
Su grito era más bien un gemido gutural que salía de su boca abierta,
mientras yo sentía cómo su excitación final cubría mi polla.
Arrojando su cuerpo flácido sobre el escritorio, clavé mis dedos en sus
caderas y dejé escapar un rugido primitivo mientras causaba estragos en
su cuerpo atrapado. Conduciendo febrilmente mi polla dentro de ella una
y otra vez. Disfrutando de la idea de que estaría dolorida y magullada
durante días después de mi asalto.
Al soltarme, apreté mi polla mientras daba un paso atrás.
—De rodillas.
Elizabeth se dejó caer al suelo, como una muñeca flácida.
La agarré por el cabello y le levanté la cabeza. —Trágate hasta la última
gota. —Gruñí. Sintiéndome como una bestia en celo, me corrí en su cara
y sus pechos. Gruesos chorros de semen cubrieron su bonita boca rosada
mientras pasaba su lengua por el labio inferior.
Agachado, pasé dos dedos por mi semen aún caliente, que había aterrizado
en la curva superior de su pecho. —Abre la boca.
Ella obedeció. Coloqué mis dedos entre sus labios y gimió mientras los
lamía.
Sosteniendo su mirada de deseo con la mía, le advertí: —Recuerda, mi
pajarito. Estamos jugando a un juego. No conoces las reglas y no tienes
ninguna posibilidad de ganar. No puedes escapar. Eres mi peón, te guste
o no. ¿Me entiendes?
Una sola lágrima se escapó por su mejilla.
Lo entendió.
Capítulo 20
Richard
Después de dejar a Elizabeth durmiendo tranquilamente en mi cama con
una nota para que se vistiera para la cena cuando despertara, volví a mi
oficina.
Como esperaba, todas mis pertenencias estaban ordenadas en la superficie
de mi escritorio. A mi personal se le pagaba muy bien para no ser visto ni
escuchado y para mantener la boca cerrada. Levanté mi teléfono, marqué
el número de Harris cuando salí al balcón.
Inhalando profundamente, traté de calmar a la bestia que aún gruñía dentro
de mí.
Si era posible, estaba obsesionado con Elizabeth ahora más que nunca.
Ella era todo lo que había estado buscando en una mujer.
Podía ver juegos cada vez más extremos en nuestro futuro. Con mi dinero,
nada estaba más allá de los límites de mi imaginación. Podía crear mundos
enteros para jugar y follar.
Moviendo mi lengua sobre la pequeña herida punzante en mi labio, sonreí.
El sabor de una victoria. Este juego fue simplemente un preludio, nivel
uno. Ya estaba anticipando el siguiente nivel, una vez que realmente
tuviera su mente y cuerpo en la palma de mi mano.
¿Tal vez me gustaría probar la droga de la memoria en ella? Sería un reto
interesante para ver si podría seducirla de nuevo. Imagina eso. La relación
siempre sería nueva, pero diferente.
O tal vez la secuestraría y la dejaría caer en el medio de la nada. ¿En una
isla que poseo en el Pacífico Sur tal vez? Distraídamente acariciando mi
mandíbula con mi pulgar, lo pensé. La idea tenía posibilidades. La bestia
dentro de mí gruñó en aprobación. En lugar de cazar a mi presa dentro de
los confines de una jungla de concreto llena de sociedad civil, podría
hacerlo en la naturaleza.
Un juego primitivo, sin restricciones.
Tenía potencial.
Eso era lo que era tan estimulante sobre mi pajarito. Pronto le cortaría
completamente las alas y entonces nada estaría fuera de los límites.
— ¿Sí, Su Alteza?
—Harris. ¿Cómo va mi proyecto de construcción?
—Muy bien, señor, muy bien. El contratista dice que está teniendo
dificultades para encontrar suficiente oro de veinticuatro quilates para
cubrir toda la jaula y quiere saber si puede reducir la calidad a catorce
quilates.
—Absolutamente no. Sólo lo mejor para mi chica.
—Sí, señor.
— ¿Y te has asegurado de que la cúpula no sea más alta que dos metros?
—Sí, señor.
— ¿Qué pasa con el columpio de terciopelo?
—Listo para instalar tan pronto como la jaula esté terminada.
—Excelente. Dile al contratista que lo voy a necesitar para la próxima
semana. Duplicaré sus honorarios, pero quiero que acaben pronto.
—Sí, señor.
Tirando el teléfono a un lado, puse mis manos sobre la barandilla de hierro
y miré hacia el Thames, una rara sensación de tranquila satisfacción que
me envolvía.
Realmente era agradable cuando un plan se armaba tan perfectamente.

Lizzie
Unas manos me sostenían hacia abajo. Luché, retorciéndome y girando
mi cuerpo, gritando. Abriendo mis ojos, sólo había oscuridad. Mis manos
cortaron el aire sin sentir nada. Fue entonces cuando desperté
completamente al ver una sábana de seda negra retorcida y envuelta
alrededor de mi cuerpo desnudo. Tomando la sábana en alto, mi cabeza
giró mientras registraba mi entorno desconocido.
La cama era increíblemente grande. Girando alrededor para mirar la
cabecera, me di cuenta de que era una cama de trineo de caoba masiva.
Las había visto antes en tiendas de muebles, pero nunca tan grandes.
Estirando mis brazos, me di cuenta de que el colchón continuaba por
varios pies a cada lado, mucho más grande que una cama King-size.
¿Hacían camas sólo para emperadores? No, Richard no era un emperador,
tal vez un zar; ese nombre implicaba riqueza y crueldad. Pero no, él no era
ninguno de los dos. Él era, sin embargo, un duque muy rico y poderoso y
yo estaba firmemente en sus garras.
Bajando la cabeza a mis manos, traté de darle sentido a las últimas horas,
desde el secuestro hasta permitirme ser azotada y jodida en un escritorio.
Este tenía que ser otro de sus juegos, ¿verdad?
Sólo me mantenía fuera de lugar, como la vez en el restaurante donde me
hizo creer que le estaba chupando la polla delante de una habitación llena
de gente, cuando no lo estaba, en realidad no.
Cerrando mis ojos con fuerza, traté de recordar nuestra conversación, pero
todo lo que podía pensar era en la sensación de su cinturón en mi culo, la
forma en que su polla me llenó hasta el punto del dolor y mi
increíblemente intenso orgasmo.
Cayendo de nuevo sobre la cama, mi mano se cerró sobre un pedazo de
papel. Abriendo el sobre color crema, leí su nota.
Cenamos a las 8 P.M. Todo lo que necesitas está en el vestidor.
—R
Mi corazón saltó al ver su familiar y segura letra negra. Joder, este hombre
me tenía atada de nudos. Literalmente ya no sabía lo que pensaba.
Tirando de la sábana superior, la envolví con seguridad a mi alrededor
mientras me levantaba y fui en busca de un baño.
La habitación goteaba sensualidad desde sus paredes de tela de seda roja,
a la araña de cristal negro, al terciopelo rojo a juego chaise lounges frente
a una chimenea de mármol negro labrado tan grande que podía estar en
ella.
A pesar del lujo, todo lo que podía pensar era que estaba hecho para ser la
guarida de un villano perfecto.
Había dos puertas a cada lado de la chimenea. Escogiendo la más cercana
a mí, la abrí y jadeé.
No era un baño, sino más bien un enorme vestidor, pero diferente de
cualquier armario que había visto. ¡La habitación era más grande que mi
maldito apartamento! Estantes retro iluminados forraban cada
pared. Filas sobre filas de ropa de diseño con zapatos y carteras a juego.
Caminando lentamente, pasé mis dedos sobre los vestidos mientras sacaba
cada uno para examinarlo. Un vestido de terciopelo rojo con tirantes finos
y una falda profunda, un vestido de corsé plateado con falda completa,
seda champán bajo encaje negro intrincado, todo era hermoso más allá de
mi imaginación. No podía decidir si mi favorito era un vestido de estilo
hábito con una preciosa falda de tafetán negro, emparejado con una blusa
de encaje crema, o la impresionante seda verde esmeralda con el corpiño
apretado.
Fournié, Gaultier, Valli, Sorbier, Channel, Dior, Givenchy, Margiela,
Vauthier.
Todos y cada uno de los diseñadores de la Chambre Syndicale de la Haute
Couture estaban representados aquí. Vestidos y diseños que pensé que
sólo sería capaz de ver en mis libros de texto y revistas, por no hablar de
tocar y admirar. Lo que era aún más sorprendente era que cada uno parecía
ser de mi talla.
Antes de que pudiera incluso tener pensamientos celosos hacia otras
mujeres, podía ver desde cada percha pequeñas etiquetas manuscritas en
diferentes tintas y caligrafías con mi nombre y medidas.
Fueron comprados y hechos a medida sólo para mí.
Un armario lleno de vestidos de alta costura.
Girando, empecé a sacar los cajones de la gran isla de madera oscura en
el centro de la habitación. Cada uno contenía elegantes guantes, bufandas
Hermès, cinturones Gucci, y cualquier otro accesorio imaginable.
Recogiendo el vestido verde esmeralda, caminé hasta el final del armario
hacia una pequeña plataforma rodeada de espejos dorados de techo alto.
Sostuve el vestido ante mí. Imaginando una hebra de perfectamente
emparejadas perlas en mi garganta y largos guantes negros de seda
estirados sobre mis codos. El vestido se ceñiría alrededor de mi cintura y
luego brillaría alrededor de mis caderas para crear la silueta de reloj de
arena perfecta.
Dejando caer la sábana, le di la espalda al espejo y miré sobre mi hombro.
Mi trasero estaba marcado con varios ribetes rojos que se desvanecían de
su cinturón.
Evidencia de nuestro violento acoplamiento.
Volviendo atrás, toqué una de las ronchas, siseando mientras picaba.
No había duda que la situación que tenía con Richard era complicada. Él
estaba jugando a un nivel muy por encima del mío. La verdadera pregunta
era... ¿me atreveré a seguir jugando? Mirando hacia abajo a las marcas
débiles en mi culo, me di cuenta que probablemente no tenía elección.
Después de todo, yo no era la que hacía las reglas.
Capítulo 21
Lizzie
— ¡No te he visto en años! —Exclamó Jane mientras entraba en nuestro
apartamento y venía corriendo para darme un abrazo.
Había pasado las últimas dos semanas en casa de Richard.
Su casa era una mansión victoriana bellamente restaurada justo en el
centro de Mayfair con una vista increíble del Thames. No fue exactamente
difícil conseguir que me quedara por un tiempo.
Había sido como un sueño. Forzando deliberadamente cualquier pregunta
que pudiera haber tenido sobre ese día infame fuera de mi cabeza, me
concentré en nuestro futuro. Afortunadamente, estuvo de acuerdo y no se
habló más de cuándo o cómo nos conocimos. En su lugar había cenas,
fiestas, viajes al museo, y noches llenas de juegos sexuales cada vez más
pervertidos.
Por desgracia, todavía era un hombre muy ocupado con numerosas
empresas para dirigir, por lo que la mayoría de mis días los pasé
acurrucada en un gran cojín del suelo al final de su oficina viéndolo
trabajar. Fue realmente emocionante verlo tomar el timón y comandar a
sus innumerables empleados. Podía ver fácilmente cómo alguien tan
seguro e inteligente como él había acumulado tantos miles de millones.
Finalmente, lo convencí de que me dejara volver a clases, pero sólo hasta
que pudiera organizar tutores privados para mí. Estaba en el proceso de
contratar a algunos de los mejores diseñadores para venir y enseñarme
personalmente. No podía decir que no, incluso si quería. El hecho es que
nadie decía que no a Richard.
Me había llevado más tiempo convencerlo de que me dejara quedarme en
mi viejo apartamento unas cuantas noches a la semana. Finalmente
capituló después de que acepté a un guardaespaldas que estaría
estacionado fuera de la puerta en todo momento.
Aun así, estaba disfrutando de mi pequeño soplo de libertad.
Cuanto más me alejaba de él, más espacio sentía para pensar en nuestra
relación y todo lo que había pasado. Era como si una niebla se disipara
ante mis ojos. Una vez más, esas preguntas persistentes comenzaron a
surgir.
¿Quién era esa mujer?
¿Qué quería decir con que nos habíamos reunido mucho antes de ese día
en el taxi?
Aún más atrás empezaron a surgir preguntas.
¿Cómo sabía dónde vivía? ¿O en qué escuela estaba matriculada? Estaba
absolutamente segura de que no le había mencionado esos detalles.
Cuando Jane se apartó de nuestro abrazo, su camisa se enganchó en mi
alfiler. Era otro broche de pájaro con incrustaciones de joyas. No podía
recordar de qué diseñador. Él me había dado tantos a estas alturas. Parecía
que cada día encontraba uno en mi almohada, o descansando en el libro
que estaba leyendo, o durante la cena.
Ahora tenía una pequeña colección de pájaros, cada uno con fríos ojos de
diamante negro.
— ¡Uy! No, lo tengo. Sólo gira. Ya está. —Sonriendo, me acerqué a la
jaula de oro de mi pájaro y arrullé a Dior y Coco. Echaba de menos sus
bonitos cantos matutinos estas últimas semanas—. Gracias por cuidar de
mis pájaros.
Jane agitó la mano con displicencia. —No hay de qué. En realidad, me
están empezando a gustar los pequeños apestosos. Incluso les he dejado
volar por la habitación unas cuantas veces cada día.
Jane se tumbó en el sofá y acarició el cojín que tenía cerca. —Entonces,
¿cómo es la vida entre los ricos y famosos?
—Es bastante sorprendente. Una auténtica locura. —Respondí mientras
me sentaba en el sofá y me acomodaba contra los cojines.
—Sabes que estoy locamente celosa de ti y que tengo que contenerme para
no matarte y ocupar tu lugar, ¿verdad? —Bromeó.
Riendo, asentí con la cabeza. La echaba de menos.
—Has vuelto justo a tiempo. Las audiciones son mañana.
— ¿Qué audiciones?
—Para The Lady Protests, esa obra victoriana de la que te hablé.
¿Recuerdas que ibas a hacer el papel de la criada de la sala?
Lo había olvidado todo. Ser secuestrada por tu novio excesivamente
controlador y posesivo te hace eso.
—No me digas que tu nuevo hombre no te dejará hacer la prueba.
—Refunfuñó.
Enderezando mis hombros, sentí que la rebeldía se desenvolvía en mi
estómago. Richard no sólo había estado monopolizando mi tiempo sino
también mis pensamientos. Dictando cuándo y dónde comíamos, y lo que
me ponía cuando salíamos. Diablos, incluso elegía lo que leía. Cada vez
que me acercaba al final de un libro, encontraba otro libro descansando
debajo de él. Es cierto que siempre elegía los títulos perfectos para mí,
pero, aun así.
No es que fuera a conseguir el papel. Tenía muy poca experiencia. Antes
de su accidente, mis padres estaban muy en contra de que persiguiera mis
sueños como una carrera, por lo que nunca pagaron por las lecciones o me
permitieron ir a concursos u obras de teatro.
Mordiéndome el labio, miré mi alfiler de pájaro.
Era innegable que Richard no quería que me presentara a una audición. Lo
sabía sin siquiera tener que preguntar, y probablemente por eso nunca
abordé el tema con él. Una mentira por omisión.
Él lo vería como una traición, pura y dura.
¿Me atrevería?
De repente, queriendo recuperar un poco de mí misma, decidí que me
atrevería a desafiar a la bestia.
Respirando profundamente, asentí. —Por supuesto que iré. No me lo
perdería.
Jane entrelazó sus dedos con los míos y rebotó en el sofá mientras chillaba
de placer. — ¡Si! Vamos a asaltar tu armario en busca de lo que voy a
ponerme.
Ojalá pudiera sentir el mismo entusiasmo. En el momento en que acepté
desafiar a Richard, una fría sensación de temor se apoderó de mí.

Al día siguiente, asomé la cabeza por la puerta principal de mi


apartamento.
Tratando de mantener mi voz tranquila y casual, dije: —Oye, John. Sólo
quería comprobar si necesitabas algo. Voy a tomar un largo baño con la
radio encendida así que no quiero que te preocupes.
—Estoy bien, señorita Larkin. Gracias.
— ¿Estás seguro?
¡Deja de hablar! Vas a hacer que sospeche.
Asintió. —Gracias, señorita. Estoy bien.
Cerrando la puerta, me incliné y toqué mi reproductor de iPod. Había
escogido el disco de Guns N' Roses Use Your Illusion. Era ruidoso y largo.
No era música para bañarse, pero con suerte John no pensaría eso.
Cuando “November Rain” empezó a sonar, me arrastré de vuelta a la
puerta y con cuidado recogí la cadena. Teniendo cuidado de no hacer
ningún ruido, la deslicé lentamente en su lugar. Si John viniera a
buscarme, la cadena lo retrasaría al menos un par de segundos más.
Bueno, la parte del plan de mentirle al guardaespaldas de Richard fue
bastante fácil.
Yendo a mi habitación, tomé mi mochila y la puse sobre mis hombros. Al
acercarme a la ventana, abrí el marco, encogiéndome cuando chillaba
fuerte. Conteniendo la respiración, esperé. No hubo ningún indicio de
John.
Empujando más alto la vieja ventana de madera enmarcada, me deslicé
hacia la escalera de incendios de metal y con cuidado bajé por los
empinados escalones hasta llegar a la calle. Revisando mis alrededores,
rápidamente corrí a la estación de metro.
Con suerte para cuando llegara al teatro mi corazón dejaría de latir. ¿Quién
diría que desobedecer a Richard podría ser tan emocionante?

— ¡Llegas tarde! —Se quejó Jane mientras caminaba por el vestíbulo del
teatro.
Abriendo la puerta, nos llevó a ambas a la parte trasera oscura del teatro.
— ¡Lo siento! El metro iba lento. —Susurré mientras había dos actores
audicionando en el escenario.
No había forma de que le dijera que tuve que salir por la ventana de mi
habitación porque no quería que mi novio supiera que estaba aquí. Fue
bastante incómodo explicarle anoche lo de nuestro nuevo amigo y
compañero constante, John el guardaespaldas.
Era extraño llamar a Richard mi novio. Era una palabra demasiado dócil
y dulce para él y nuestra relación. Los novios eran los chicos con los que
salías en el instituto y la universidad. El tipo que te compraba flores de
supermercado ligeramente marchitas cuando lo había arruinado y nunca
recordaba tu cumpleaños. Ese era un novio.
Richard era algo serio al siguiente nivel. Protector, posesivo, intenso,
sexy... Debería haber una palabra para describir a ese tipo de hombre en
tu vida, excepto que estaba bastante segura de que no había muchos
hombres como Richard por ahí.
Jane me dio un portapapeles. —Regístrate bajo las chicas.
Después de que garabateé mi nombre, ella me dio dos hojas de papel
grapadas juntas.
— ¿Qué es esto?
—Una escena de la obra.
Mis hombros se hundieron con alivio. A pesar de llenar el infame
monólogo de Sopa de Pollo con Jane anoche, realmente no me sentía
confiada al respecto. Tener que leer una escena de la obra era mucho más
fácil.
— ¿Cómo me veo? —Preguntó Jane—. Soy la siguiente.
Colocando el papel en mi boca, levanté la mano y enderecé la larga peluca
morena que llevaba puesta. Habíamos decidido que tenía más
posibilidades de conseguir el papel si no veían su cabello corto. Ella
llevaba uno de los diseños que había hecho en la escuela secundaria. Era
una larga falda acanalada en un hermoso cazador verde. Había querido
usar mi vestido de la esposa de vampiro, pero no podía dejarla.
Demasiados recuerdos pervertidos; además, eso se sentía como una
traición a Richard.
Sacando el papel de mi boca, asentí. —Estás lista para subir. ¡Rómpete
una pierna!
Jane me dio un beso rápido en la mejilla y luego corrió por el pasillo de la
audiencia para subir por las escaleras laterales que llevaban al backstage.
Me senté en uno de los asientos para mirar.
Realmente hizo un trabajo magnífico. Pavoneándose de un extremo del
escenario al siguiente. Balanceando sus caderas mientras entregaba cada
línea con un guiño atrevido o un tic en la boca. Una de las cosas que me
parecía fascinante de la actuación era cómo se puede interpretar un
personaje de manera diferente. Jane estaba jugando el papel principal con
mucha más confianza de la que yo hubiera tenido.
Para mí, el papel femenino parecía más frágil, casi roto. Estaba atrapada
en una relación tóxica con un hombre al que amaba, pero sospechaba que
intentaba asesinarla. Me recordó la letra de esa canción, every day a little
death.
Ella sabía que amarlo la estaba matando, pero no podía parar. Sería como
tratar de dejar de respirar. Él era todo para ella y si él exigía todo de ella,
incluso su vida, entonces que así fuera. Un amor que todo lo consume,
mortal en su intensidad. Me sorprendió sentir una lágrima en mi mejilla.
Apartándola, me paré y subí por las escaleras laterales. Yo era la siguiente.
Encontré a Jane entre bastidores.
— ¡Qué bien! —Dije.
Me dio dos pulgares hacia arriba y luego hizo como si se hubiera roto una
pierna antes de dirigirse a los asientos del público para mirar.
—Bueno, a continuación, tenemos a Lizzie Larkin. Lizzie Larkin, ¿estás
detrás del escenario?
Mirando alrededor de la cortina, saludé en la dirección general de la voz.
Con las luces del escenario, no podía ver más allá de las primeras filas.
— ¡Sí, señor!
—Muy bien. Soy Jack Hutley, el director. Estará leyendo con el Sr.
Goodman allí.
Un tipo apuesto se adelantó y me saludó rápidamente.
—Hola, soy Mike.
—Hola, Mike.
—No te preocupes. Lo vas a hacer genial.
Me sonrojé y tímidamente le di las gracias.
—Chicos, ¿estamos listos? —Preguntó el director. Mike me dio una
mirada cuestionadora. Asentí—. Todo listo, Jack. —Dijo.
—Empecemos desde el inicio de la primera página. —Instruyó Jack.
Mike dio unos pasos al escenario. Después de un par de respiraciones
profundas, él se me acercó con los brazos extendidos. —Tomé el caballo
más rápido que pude para estar a su lado, Lady Elizabeth. Estoy a su
servicio. —Con eso, se arrodilló a mis pies, besando mis manos.
—Temo que me estoy volviendo loca. —Exclamé mientras liberaba mis
manos y me volvía sobre él.
Tratando de permanecer en el momento, me negué a reconocer la verdad
de esa declaración a pesar de la forma en que mi estómago se apretaba
mientras decía las palabras. No ayudó que el nombre del personaje fuera
Elizabeth. Fue como si finalmente estuviera expresando mi miedo más
oscuro en voz alta, no el personaje.
—Mi querida, querida Lady Elizabeth, no hable de esas cosas. Es ese
demonio con el que te has casado. Él es el culpable de vuestra melancolía.
Volviéndome a él en shock, susurré abatida: —Señor Radfoot, no debe
decir esas cosas sobre mi marido.
Agarrándome de los hombros, Mike dijo enfáticamente. —Debo hacerlo.
Ya no guardaré silencio. Te amo, Elizabeth.
¡Quédate en el personaje! No pienses en cómo se sentiría Richard si
supiera que otro hombre te está tocando. Es sólo actuación. Es sólo un
actor. Sólo estamos actuando. No importa que Richard posiblemente le
diera una paliza a tu maestro por poner una mano en tu cadera y mucho
menos ver a un hombre agarrándote de los hombros y acercándote
mientras declara su amor. Es sólo una obra. Richard entendería. No es
real. Es sólo una obra.
¿A quién estaba tratando de convencer?
—No, Lord Radfoot. ¡No debo! —Rompiendo, salí corriendo del
escenario a la izquierda.
—Genial. Lizzie, vuelve al escenario. —Dijo el director.
Caminando alrededor de la cortina, tomé la mano ofrecida de Mike.
Pensando que sólo quería estrechar la mía, me sorprendió un poco cuando
continuó sosteniéndome la mano mientras el director hablaba. No quería
hacer una escena, sólo mantuve mi mano en la suya. Todo el tiempo cada
vez más alarmada pensando en lo que Richard haría si supiera que estoy
aquí, si viera lo que Mike estaba haciendo.
Llamando a los otros actores en los asientos de la audiencia, Jack declaró:
—Si puedes, quédate un poco más. Puede que queramos ver un par de
emparejamientos con algunas lecturas nuevas. Si no puedes quedarte, dale
tu nombre a Sally. Ella es la que está de pie allí con las llaves.
Una mujer delgada con un cigarrillo colgando de sus labios levantó un
gran anillo de llaves y los sacudió.
—Gracias, Sally. —Dijo el director antes de subir al pasillo a una de las
cajas del nivel superior.
Aproveché esa oportunidad para liberar mi mano y salir corriendo del
escenario para unirme a Jane en los asientos del público.
— ¡Estuviste genial!
—Gracias. Tú también lo hiciste genial. —Respondí.
— ¿Adivina lo que he oído? —Preguntó Jane mientras se inclinaba
conspirativamente cerca.
Antes de que pudiera responder, continuó, su voz un susurro emocionado.
— ¡Hay un gran productor en la audiencia!
Mirando por encima de los asientos. — ¿Dónde?
Jane señaló con la cabeza. —Ahí arriba en la caja. El director fue a hablar
con él.
Esforzándome, intenté ver dentro de la caja, pero todo eran sombras.
— ¿Quién es? —Jane se encogió de hombros.
—Se rumorea que entró en el teatro en medio de las audiciones y anunció
que, si le gustaba lo que veía, ¡financiaría toda la obra!
— ¿En serio? Eso es genial. ¿Me pregunto con qué frecuencia pasa eso?
Jane resopló. —Nunca. Espero que estuviera aquí a tiempo para ver mi
audición.
Las dos nos inclinamos en nuestros asientos e intentamos echar un vistazo
al misterioso rico benefactor, pero solo pudimos ver los hombros del
director.
Al menos los pensamientos del misterioso productor me distraían de los
pensamientos de Richard.

Richard
—Entonces, estamos de acuerdo. Financiaré completamente la producción
si la retrasas dos meses. —Dije mientras observaba a Elizabeth con su
amiga abajo.
El director asintió mientras abrazaba su portapapeles cerca de su pecho.
—Por supuesto. Por supuesto. ¿Puedo preguntar por qué el retraso?
—No. Tengo mis razones.
— ¡Por supuesto! ¡Por supuesto! Realmente, Su Alteza. Esto es
verdaderamente asombroso. No tenía idea de que usted era un mecenas de
las artes teatrales.
—Digamos que me interesé de repente por esta producción.
Al recogerme las mangas, añadí. —Oh... ¿y el personaje principal?
Escogerás a la señorita Larkin.
Jack miró su portapapeles. — ¿La mujer que salió última?
—Esa misma.
—Con todo respeto, señor, no me malinterprete, lo hizo genial, pero me
parece que está en su etapa de principiante. No estoy seguro de que esté
lista para un papel principal. ¿Estaba pensando que tal vez la criada del
salón?
Atravesándolo con un resplandor que normalmente hacía temblar a los
titanes de la industria, dije rotundamente. —No era una petición.
Jack se inclinó como si yo fuera un rey. —Sí, señor. ¡Por supuesto, señor!
¡Lo que quiera, lo consigue!
Exactamente.
Capítulo 22
Lizzie
Mierda. Estoy jodida.
Estaba tan asombrada al enterarme que había conseguido el papel
principal que ni siquiera ver a John parado fuera del teatro penetró mi
mente sorprendida. Debería haber sido un momento increíble. Había
conseguido el maldito papel en una obra importante.
Sin embargo, la única cosa dando vueltas en mi cabeza era... ¿Qué iba a
decirle a Richard? Mi primer impulso fue no decirle.
Los ensayos no iban a comenzar hasta al menos dos meses, muchas cosas
podrían pasar en dos meses. ¿Quién sabe? Tal vez podría tomar ese tiempo
para trabajar lentamente a Richard hasta que le sentara bien que estuviera
en una obra. Podría suceder. Dudoso, pero podría.
De alguna manera, sabía que no sería capaz de ocultarle esto tanto tiempo.
Todo esto era una tontería, por supuesto. No es como si hubiera
quebrantado la ley ni nada. Hice una audición y entré en una obra de teatro.
No es que lo engañara. Yo era una mujer adulta; si quería estar en una
obra, podía estar en una obra de teatro.
Suspirando, me di cuenta de que ninguno de esos pensamientos estaba
aliviando mi ansiedad porque en el fondo sabía que había engañado
deliberadamente a Richard. Debería haber sido honesta y haber abordado
el tema con él. Él probablemente lo habría tomado bien, pero, ¿ahora?
¿Sabiendo que había audicionado a sus espaldas? Dudoso.
Algo que Jane dijo trajo mi atención de nuevo a ella. No se puede negar
que me sentí culpable por conseguir el papel que ella quería. Resultó que
consiguió el papel de la criada del salón, pero lo estaba tomando muy bien.
—En realidad, me alegro de no haber conseguido el papel principal. Tengo
una gran carga de clase este semestre y no quiero que algo me succione
todo el tiempo. —Razonó.
Ella estaba mintiendo, por supuesto. Ella quería el papel principal, pero le
seguí la corriente.
Mientras ella hablaba, miré por encima de mi hombro, John nos siguió
silenciosamente detrás, mirándome muy molesto. No cuestioné cómo me
encontró. Me había olvidado de dejar mi móvil en el apartamento. Sin
duda Richard tenía algún tipo de seguimiento en él. Fue extraño cómo
aceptaba eso. Como si fuera normal que el hombre con el que salías
rastreara tu teléfono y contratara a un guardaespaldas para que te siguiera.
No me preocupaba que Richard descubriera en qué edificio estaba. El
Barbican era un gran centro de arte con más de un teatro y un montón de
auditorios y aulas. Podría explicar fácilmente que estuve allí para una
conferencia de diseño de vestuario.
¿En cuanto a escabullirse y tratar de evadir a John? Me tomaría más
tiempo pensar en eso para llegar a una mentira creíble.
Mientras caminábamos por el pasillo, pude ver una gran caja blanca plana
en nuestra puerta. Jane corrió y la recogió. —Parece que alguien consiguió
otro vestido.
No pude igualar su entusiasmo. Tomándolo de sus manos como si fuera
una caja de serpientes, entramos. Colocando la caja en el mostrador para
que Jane la rompiera, abrí la tarjeta.
8 P.M.
Volteando la tarjeta hacia atrás, me di cuenta que era todo lo que estaba
escrito, sólo 8 p.m. Ni siquiera su habitual “R”'
Mierda. Él sabe.
Basta. No podía saberlo. John estaba esperando fuera del edificio. Incluso
me armé de valor para preguntarle si había ido dentro y conseguí un
cortante No en respuesta.
El jadeo de Jane llamó mi atención. Mi boca se abrió cuando vi el vestido
que liberó. Era tan delicado, que parecía que flotaría de las manos de Jane
si se soltaba. Blanco puro, era un vestido de cóctel de encaje con efecto de
plumas. Todo el vestido estaba hecho de plumas blancas que se movían y
brillaban mientras caminabas.
—Hay una segunda caja. —Dijo Jane mientras me entregaba la tarjeta de
diseño de la primera.
No estaba familiarizada con el diseñador, Ermanno Scervino, pero
conociendo a Richard, estoy segura de que este vestido había costado una
pequeña fortuna.
Jane tiró a un lado la segunda tapa y ambas jadeamos; dentro había una
capa de tafetán de seda carmesí brillante. Ambas habíamos visto uno
similar en las fotos del desfile de moda Moschino esta primavera. ¿En qué
estaba pensando? Esta era probablemente la capa real de la pasarela.
Jane la sacó de la caja y la puso sobre mis hombros. Tenía largas mangas
hinchadas y barrió el piso. Extendiendo la mano hacia atrás, levanté la
capucha.
—Te ves como una caperucita roja sexy. —Dijo Jane con una risa.
Con el Lobo Feroz viniendo por mí a las ocho.
—Te ves lo suficientemente bien como para comerte.
Dijo el lobo.
—Gracias. —Respondí recatadamente mientras Richard colocaba la
hermosa capa sobre mis hombros.
—Casi quiero olvidarme de la fiesta esta noche y llevarte derecho a casa.
—Susurró silenciosamente, antes de dejar un beso en la sensible parte
inferior de mi oído.
—Eso sería una pena después de que me vestí con tu regalo. —Respondí
tímidamente.
Era una maldita cobarde. Bajo circunstancias normales una noche a solas
con Richard sería precisamente lo que yo querría, sabiendo que estaría
desnuda en su enorme cama, pero no esta noche. Esta noche, quería estar
rodeada de gente y ruido. Seguridad en los números.
—Te ves hermosa, pero hay algo que falta.
Tirando de la capa, examiné el vestido de plumas y los tacones decorados
con cristales Swarovski que encontré en la caja con él. Al ver que no
pasaba nada, miré hacia arriba otra vez para verlo sosteniendo un joyero.
Ladeando mi cabeza hacia un lado, puse mis manos en mis caderas.
—Richard, hablamos de esto.
Asintiendo sabiamente, dijo. —Sí, definitivamente lo hicimos.
—Acordamos no más joyas. Ya me has dado más piezas de las que podría
usar.
—Estuviste de acuerdo. Simplemente no estaba abiertamente en
desacuerdo contigo.
A pesar de toda la intensidad y los altibajos de nuestra relación, había una
cosa de la que nunca quise que dudara, y era que yo estaba con él por su
dinero o las joyas. Algo me dijo que incluso sin sus miles de millones
Richard todavía sería tan enigmático, intenso y encantador.
De hecho, yo podría amarlo aún más. ¿Sin todo el dinero, parecería menos,
no sé... despiadado... imparable? ¿Espeluznante?
Richard abrió la caja. Eran un par de impresionantes aretes colgantes de
diamantes con una enorme perla colgando de un delicado hilo de oro. Cada
perla era casi del tamaño de mi pulgar.
— ¡Richard!
Inclinándose, me colocó un pendiente. Podía sentir el peso de la perla
tirando de mi lóbulo. Cuando trató de poner el segundo, perdió la marca
de mi arete un poco. Sentí una fuerte puñalada de dolor. Levantando los
dedos a la oreja, vi una gota de sangre en la punta de mis dedos.
— ¡Mi vestido! —Exclamé, preocupada por las plumas blancas.
La cabeza de Richard bajó, su boca cerrándose sobre mi lóbulo lesionado.
Mi cabeza se fue a un lado, y no pude ahogar un gemido mientras chupaba.
Levantando la cabeza, pasó su lengua por el centro de su labio inferior
como si disfrutara del sabor de mi sangre. El sabor de mi dolor.
—Todo mejor. —Dijo mientras pasaba sus nudillos sobre mi mejilla. Sus
profundos ojos azules estaban cálidos con afecto. Aún no había dicho que
me amaba, era demasiado pronto, pero definitivamente me trató como si
lo hiciera.
Tomando mi brazo, me acompañó fuera del edificio. Mientras
esperábamos que su chófer abriera las puertas de su Rolls Royce Phantom,
Richard me miró. —Extrañé tenerte acurrucada en tu cojín en mi oficina
hoy.
—Yo también te extrañé. —Dije mientras apoyaba mi cabeza en su brazo.
—Estoy deseando escuchar todo acerca de tu día lejos de mí.
Esas palabras tan atentas harían que cualquier mujer se regocijara al
escuchar al hombre que amaba decirlas... sin embargo, me hicieron
congelar del miedo.
Joder. Él sabe.
Capítulo 23
Lizzie
Había algo extraordinario en caminar hacia un evento del brazo de un
hombre poderoso. Era intoxicante.
Las cabezas giraron en el momento en que entramos en la gran casa
privada en Mayfair. Había miradas respetuosas con un toque de miedo de
los hombres y las penetrantes miradas celosas hacia mí de las mujeres.
Cuando Richard entra en una habitación, era como si atrajera toda la
energía hacia él como una fuerza magnética. No era como si fuera el alma
de la fiesta donde todos estaban felices de verlo, en realidad todo lo
contrario. Era la forma en que irradiaba la calma de la autoridad. Los
servidores se apresuraron a ofrecernos bebidas y canapés mientras los
hombres reunían su coraje para acercarse a Richard con una propuesta de
negocios u otra.
Estoy segura de que las mujeres se habrían deslizado hacia él también si
no fuera por la manera posesiva en la que me mantuvo a su lado. No hubo
un momento en que su mano no estuviera protectoramente en mi espalda
baja.
No importaba con quién estaba hablando, y estoy segura de que había
algunos políticos muy importantes, aristócratas y celebridades, nunca
olvidó que yo estaba a su lado, ofreciéndome bocados para comer,
dándome un guiño ocasional cuando nos vimos obligados a mostrar
sonrisas educadas con una persona u otra mientras hablaban acerca de un
proyecto u otro.
Si no hubiera estado desesperadamente enamorada de ese hombre, lo
habría estado después de esta noche. La forma en que era dueño de la
habitación y demandaba la atención de todos era caliente como el infierno.
Todo ese poder en exhibición era, bueno... excitante.
Él era el rey de la selva y yo era su pareja. Era difícil mantener mis manos
lejos de él, especialmente con todas estas otras mujeres dando vueltas. Al
igual que él, hice un punto en mantenerme cerca de su lado, de vez en
cuando cepillando la parte superior del brazo con mis pechos. Se veía
particularmente guapo esta noche en un esmoquin con cola, su riqueza
extrema sutilmente en exhibición a través de diamantes negros en su
camisa de noche.
Si no estuviera tan nerviosa por estar a solas con él, le rogaría que me
llevara casa y me follara ahora mismo.
No había mencionado nada más sobre mi día en el viaje hasta aquí.
Aunque yo no era lo suficientemente tonta como para pensar que lo había
olvidado. Tomé un largo sorbo, ignorando la forma en que hacía cosquillas
en la parte posterior de mi garganta y nariz. Apenas habíamos estado aquí
una media hora y ya era mi segunda copa. Había bebido la primera
prácticamente en un trago poco elegante.
Richard levantó una ceja, luego miró a propósito la bebida en mi mano.
Castigada, me di cuenta de que las posibilidades de encontrar el bar abierto
y que me permitieran pedir un Cosmo Martini probablemente se habían
reducido drásticamente.
Mientras otro hombre con sobrepeso en un esmoquin, con su faja estirada
hasta el límite absoluto, comenzó su acercamiento, Richard casualmente
lo cortó al volverse hacia mí.
Pasando la parte de atrás de sus nudillos por mi mejilla, se inclinó para
murmurar ruidosamente. — ¿Tienes idea de lo mucho que quiero
empujarte contra la pared y follarte sin sentido delante de toda esta gente
en este momento?
Oh, Dios.
Agarré el tallo de la copa de champán tan fuerte, que temí que se rompiera,
sofocando un gemido. La amenaza sexual de sus palabras se hizo aún más
potente por el hecho de que sabía que era capaz de hacer precisamente eso,
y no importarle lo que cualquiera de estas personas pensaban al respecto.
A Richard le gustaban sus juegos.
Y uno de sus favoritos era ponerme en exhibición mientras me hacía
correrme en público. Le gustaba la emoción ilícita de verme luchar entre
la vergüenza y el deseo.
Lo jodido fue que aprendí rápido que también me gustaba ese juego. Había
algo tan deliciosamente erótico en poner tu perversión ahí afuera para que
el mundo lo viera. Era extrañamente empoderante.
Por supuesto, ayudaba cuando eras uno de los hombres más ricos del
mundo. La sociedad tenía una manera de mirar hacia otro lado cuando eras
bastante rico. Lo que se consideraría un crimen para un hombre común era
simplemente una excentricidad si eras lo suficientemente rico.
Era una de las cosas que lo hizo tan sexy... y aterrador.
Nada estaba fuera de los límites para Richard. Nada.
—Siento que esta fiesta sea aburrida. Nos iremos pronto.
—Está bien. Me estoy divirtiendo.
—Así que, dime, ¿cómo fue tu primer día de vuelta en clase?
Jugando con las plumas en mi cadera, respondí casualmente.
—Sin incidentes.
— ¿Alguno de los profesores te dio algún problema?
—No. En absoluto. Gracias por arreglar eso. —Mi atención estaba ahora
totalmente en la flauta de champán vacía en mis manos mientras evitaba
mirarlo directamente.
No estoy segura de cómo resultó todo, lo que sabía era que Richard había
hecho algunas llamadas para suavizar mi repentina ausencia y luego
volver a clase. Richard era muy bueno arreglando las cosas a su
satisfacción.
Aunque lo dejó muy claro, era sólo una solución temporal hasta que
pudiera organizar tutores privados. Su actitud hacia mi universidad no
había cambiado.
No estaba exactamente mintiendo. Fui a mis clases matutinas y todos los
profesores eran perfectamente normales, nadie me dijo una palabra sobre
las clases faltantes o las tareas escolares.
—Huh.
Incapaz de resistirme, robé una mirada a Richard bajo mis pestañas. Tomó
un sorbo lento de champán antes de preguntar, aparentemente
inocentemente. — ¿Ni siquiera tu maestro de tu última clase?
Mi corazón comenzó a latir tan fuerte en mis oídos, que ahogó los sonidos
de la fiesta. — ¿Qué?
—Tu última clase. Creo que fue Textiles. Era el único profesor al que no
pude contactar antes de que regresaras.
Lamentando beber esas dos copas de champán tan rápidamente, apenas
podía formar las palabras para responder. —No. Eran completamente
geniales.
Bueno, ahora estaba totalmente mintiendo. Por supuesto, el único profesor
que no pudo conseguir era la clase que me había saltado hoy.
Silencio.
Mirando hacia arriba, estaba desconcertado al ver a Richard mirándome.
Sus oscuros ojos se cerraron. La posibilidad real de que descubriera que
le había mentido y de repente se quitara el cinturón y castigara mi culo
desnudo frente a toda esta gente cruzó por mi mente. Mis mejillas ardían
carmesí al pensar en aquello.
Tratando de escapar, señalé con mi cabeza. —Richard, creo que el hombre
que está detrás de ti quiere hablar.
Sin siquiera darse la vuelta, dijo: —Puede esperar.
A regañadientes, renuncié a mi copa de champán vacía. Ahora, sin tener
nada que hacer con mis manos nerviosas, envolví mis brazos alrededor de
mi cintura, tratando de desaparecer.
—Supongo que tuviste suerte hoy.
Le miré fijamente. — ¿Qué? —¿Qué quiso decir con eso?
—Tuviste suerte de que tu profesor no dijera nada sobre tu ausencia.
— ¡Oh! Oh, sí. Eso. Sí, suerte. —Tartamudeé. Mi corazón martilleando
en mi pecho.
Richard vació su copa champán y lo colocó en otra bandeja que pasaba.
Colocando una mano caliente en mi brazo, él dijo. —Bailemos.
Sus fuertes dedos envueltos con seguridad alrededor de mi brazo, yo iba
media arrastrada mientras luchaba por mantenerme al día con su largo
paso mientras se dirigía a la improvisada pista de baile. Arrastrándome,
mi frente fue aplastada contra su pecho mientras envolvía su brazo fuerte
alrededor de mi espalda. Su gran mano envolvió la mía mientras empezaba
a balancearse con la música.
Las guitarras de apertura de Chris Isaak’s 'Wicked Game' comenzaron a
tocar.
Sus caderas apretadas contra las mías. Su polla dura apretada en el medio.
Temerosa de ver su mirada, me concentré en la parte delantera de su
camisa. Había una pequeña mancha carmesí manchando el blanco
perfecto. Mi lápiz labial. Mi marca.
Con mis extremidades rígidas por el miedo, sus fuertes brazos apoyaron
mi peso mientras me movía por la pista de baile mientras los tristes tonos
de las letras de Chris Isaak añadían un elemento tenso al juego del gato y
el ratón que estábamos jugando en la pista de baile.
What a wicked game you played...
Que juego tan retorcido el que jugaste…
—Sabes, Elizabeth. La confianza es muy importante para un hombre como
yo.
Cerré mis ojos con fuerza y no respondí. Él no esperaba que lo hiciera.
—Sin confianza, me vuelvo suspicaz.
Su mano se movió para presionar entre mis omóplatos, una amenaza
suave.
—No te gustaría que sospechara.
—Richard, yo…
Su mano apretada sobre la mía, aplastando mis dedos.
—Richard, me estás lastimando. —Le levanté ojos suplicantes, pero sólo
me encontré con dos zafiros fríos.
—Las cosas malas suceden cuando creo que no puedo confiar en alguien
que amo, Elizabeth.
—Puedo explicar...
—Lo sabes, ¿no? ¿Que te amo?
Mi corazón sangró. Lágrimas fluyeron por mis mejillas. Que confesara sus
sentimientos por mí sabiendo que lo había engañado deliberadamente era
demasiado. Mis labios temblaban. Sólo podía asentir.
Un camarero se nos acercó en la pista de baile con una bandeja con dos
copas de champán llenas. Vestido diferente de los otros meseros que
estaban vestidos en camisas y pantalones negros, este hombre estaba en
un esmoquin.
Richard tomó las dos copas y me entregó una.
Un escalofrío subió por mi columna vertebral mientras miraba el líquido
ámbar claro, observando el frenético aumento de burbujas.
—Bebe, mi amor. —dijo deliberadamente. Su oscura mirada ardía en la
mía.
What a wicked game you played...
No tenía elección. Lo amaba. Sí, temía al hombre que también amaba.
Mi vida se había vuelto... complicada.
Con una mano temblorosa, levanté el vaso a mis labios y bebí.
Eso es lo último que recuerdo…
Capítulo 24
Richard
— ¿Está despierto mi dulce pajarito?
Tomando asiento en un banco de hierro forjado cerca, sorbí mi café,
mientras la veía moverse. Sus hermosos ojos esmeralda aleteaban. Con un
suave gemido, rodó sobre su espalda y puso una mano sobre sus ojos para
bloquear la luz que caía del techo de cristal. Moviéndose hacia su cadera,
la cadena alrededor de su cuello se agitó mientras se movía a una posición
sentada.
Inhalando el aroma oscuro de mi café sin azúcar antes de tomar otro sorbo,
esperé. Las pequeñas manos de Elizabeth agarraron la cadena de oro y la
siguieron hasta el collar incrustado de joyas alrededor de su cuello.
En cualquier momento...
Levantándose sobre sus rodillas, su cabeza giró de un lado a otro
examinando su entorno antes de que su mirada encontrara la mía.
Mirándome a través de las barras de oro, sus ojos se abrieron con horror.
Dejando a un lado mi taza de café, me levanté y me acerqué a su jaula.
—Richard, ¿qué has hecho? —Susurró roncamente. Probablemente su
garganta se secó por la droga que le había metido en la bebida.
Deshaciendo el cinturón de mi túnica, lo dejé caer al suelo, de pie ante ella
en sólo un pijama de seda negra. Agachándome al nivel de sus ojos, la
alcancé a través de las barras y acaricié su mejilla con la parte posterior de
mis nudillos. Un gesto familiar que sabía que le gustaba.
—Ya que no se podía confiar en ti para jugar según las reglas de nuestro
viejo juego, he empezado uno nuevo, mi amor.
Agarrando los barrotes, gritó. — ¡Déjame salir de aquí!
—Tsk. Tsk. Tsk. Los pequeños pajaritos que graznan en lugar de cantar
son castigados. Serías inteligente si recordaras eso. —Le advertí
oscuramente.
—Richard... esto es una locura. No puedes mantenerme aquí.
—Ahí es donde te equivocas. Pensaba que, si habías aprendido algo estas
últimas semanas, es que puedo hacer lo que jodidamente quiera.
Una vez más la alcancé a través de las barras para acariciar su mejilla.
Elizabeth cayó hacia atrás, arrastrándose en sus manos hasta el extremo
lejano de la jaula abovedada. Me encogí de hombros y volví a mi café. No
era como si un tirón de la cadena no la obligara a venir a mí.
— ¿No vas a mirarte en el espejo para ver el collar que te compré?
Alejando su cabello despeinado de sus ojos, Elizabeth miró alrededor de
la jaula hasta que vio el gran espejo ovalado fijado a un lado.
Levantándose lentamente, cojeó hacia ella.
Tomando otro sorbo de café, me di cuenta que se había vuelto tibio.
Afortunadamente, antes de que me molestara este inconveniente, un
sirviente apareció para refrescar mi copa.
Elizabeth corrió al borde de la jaula y sacudió los barrotes. — ¡Ayuda!
¡Ayúdame! ¡Tienes que llamar a la policía!
Debido a que se le pagaba muy bien para hacerlo, el sirviente ignoró sus
súplicas y regresó a la cocina a través de una puerta oculta al final del
invernadero. Era realmente asombroso lo que suficiente dinero podía
comprar en estos días.
—Elizabeth, me estoy impacientando.
Su mirada era salvaje, señalé con la cabeza en la dirección del espejo.
Sus hombros se hundieron mientras ella una vez más se dirigía a ese
extremo de la jaula. Sus dedos trazaron el contorno del collar de diamantes
con corte esmeralda alrededor de su garganta, y luego corrieron por la
larga cadena de oro. Fue entonces cuando se dio cuenta del traje diseñado
a medida.
—Date la vuelta para que pueda verte. —Ordené.
Mirando sobre su hombro hacia mí, dudó un momento antes de obedecer
silenciosamente.
Además del nuevo armario que había comprado para ella, creo que este
vestido era definitivamente uno de mis favoritos. El maillot ajustado a su
cuerpo brillaba a la luz de la mañana, un azul cobalto y un púrpura amatista
aparecieron con un patrón de plumas superpuestas en oro. Sobre sus
pechos, el coño y el culo, sólo había una fina red de oro hilado. Sólo faltaba
un detalle, pero vendría más tarde.
— ¿No vas a darme las gracias por tu nuevo traje y joyas?
Lamiendo sus labios, ella respondió. —Me gustaría. ¿Me dejarás salir de
esta jaula para que pueda agradecerte apropiadamente?
Me levanté, disfrutando de la sensación de la tela de seda cálida mientras
se cepillaba contra mi polla. —Realmente eres adorable, lo sabes... mi
mascota.
Elizabeth chilló y trató de agarrarme a través de los bares.
Las barras estaban separadas exactamente por nueve pulgadas de
distancia. La medida entre sus pezones para que, si alcanzaba su cadena,
como estaba haciendo ahora, y tiraba...
Los gritos de Elizabeth fueron cortados por un suspiro de dolor mientras
su cuerpo era forzado contra el metal frío con cada barra cortando las
areolas de sus senos.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Suelta!
— ¿Te comportarás?
— ¡Sí! ¡Sí! ¡Me comportaré! —Solté la cadena y ella retrocedió.
Frotando sus pechos doloridos, susurró. —Te odio.
—No, no lo haces. Eso es lo que hace esto mucho más divertido.
Mirando la enorme jaula que había construido para ella, dije: —No sería
un gran juego si me odiaras. El hecho que me ames es el verdadero desafío.
Volviendo al banco, tomé una pequeña mesa con una bandeja con varios
frascos y la coloqué fuera del alcance de su jaula.
Envolviendo sus brazos protectoramente sobre sus pechos, ella gimió.
—Dios, cómo desearía poder olvidarte. Olvidar amarte. Olvidar haberte
conocido.
Mi mandíbula se endureció ante sus palabras. —Cuidado, mi amor. Tengo
maneras de hacer realidad ese deseo.
Estaba reservando esa sorpresa para otro juego posterior. Algo más
elaborado. Esto era sólo una muestra de lo que había planeado para el
futuro de mi pajarito.
—Por mucho que odie empezar nuestro nuevo juego con algo
desagradable, tenemos que abordar el asunto de tu traición.
—Por favor, Richard. Lamento haber mentido. Iba a contarte sobre la obra.
¡Por favor! Te lo iba a decir, lo juro. —Lloró mientras corría a los barrotes
en su afán de hacerme entender.
Sus bonitos labios rosados temblaban mientras brillaban con sus lágrimas.
Inclinándome, susurré contra su boca. —Lo sé, mi amor. Lo sé.
Antes de tener que probar sus lágrimas saldas, mi lengua barrió para
reclamar su boca como mía. Gimiendo mientras alcanzaba una mano para
sostener su cabeza cerca de la mía. Nuestras lenguas se arremolinaron y
se batieron en duelo entre sí, dientes pellizcándose en los labios inferiores
mientras nos esforzamos por besarnos a través de las barras.
Cuando terminó, ambos estábamos sin aliento... y una de sus manos estaba
esposada.
Antes de que pudiera alejarse, mi brazo serpenteó a través de las barras y
giró su hombro hasta que su espalda golpeó la pared de la jaula. Tirando
de su segundo brazo, aseguré las esposas en sus dos pequeñas muñecas.
Atravesé los barrotes, la agarré por el cuello y la puse contra mi pecho.
Pasando mis dientes por el borde de su oreja, respiré. —Te va a gustar este
nuevo juego, lo prometo.
Mirando hacia abajo, pude ver sus pezones duros a través de la malla de
oro. Mis labios se movieron en una sonrisa de satisfacción. La conocía
mejor que ella misma.
—Ahora deslízate sobre tus rodillas como una buena chica.
Ella obedeció torpemente mientras se arrodillaba con sus brazos
extendidos detrás de ella.
—Inclínate tan lejos como puedas. —Ordené, viendo sus labios ya
enrojecidos.
Su cadena del cuello temblaba mientras se deslizaba a lo largo de las barras
con cada movimiento.
—Extiende tus rodillas.
—Richard...
—Haz lo que digo. —Sus rodillas se deslizaron a lo largo del suave suelo
de cristal transparente de la jaula.
Colocando mi mano entre sus piernas, empujé dos dedos profundamente
dentro de ella, sabiendo que ya estaría húmeda y lista para mí.
Elizabeth gimió y empujó su culo contra las rejas.
Pulsando mis dedos dentro y fuera, le pregunté rápidamente. — ¿Quién
sabe lo que su bebé necesita?
—Oh, Dios. Tú, Richard.
Frotando mi mano libre sobre su culo en círculos acariciadores, tiré con
mis dedos libres.
—Así es. Y también sé que a mi bebé le gusta el dolor. —Elizabeth gritó
de la conmoción y el dolor y se sacudió hacia adelante sólo para ser
detenido por las esposas. Le di nalgadas otra vez en el coño.
— ¡Para!
Manteniendo una mano en su muslo interior para que no pudiera cerrar las
piernas, seguí castigando su coño hasta que la delicada piel brillaba de un
hermoso rojo cereza.
Usando ambas manos, arranqué la red de oro libre, rasgando la tela de su
traje en la espalda. Era una pena, pero no lo compré para no arruinarlo.
Acercándome a la mesa, seleccioné uno de los frascos de vidrio y quité el
tapón de corcho con mis dientes. Escupiendo el corcho a un lado, incliné
el líquido ámbar sobre su culo, viendo cómo se acumulaba en su espalda
baja y luego resbaló entre su grieta en el culo.
El aire ya calurosamente dulce del invernadero se condimentaba con el
aroma almizclado del aceite de argán. Con ambas manos extendí el aceite
sobre las hermosas curvas de su culo, deslizando mis dedos entre sus
mejillas para burlarme de su agujero oscuro.
Las manos de Elizabeth se apretaron en puños mientras gemía y jalaba las
esposas, empujando contra las barras, rogando por más. Siseó cuando mis
dedos rozaron sus ahora hinchados labios del coño.
— ¿Estás lista para tu castigo? —Un gemido gutural fue su única
respuesta.
Mi dedo medio trazó el pliegue entre sus curvas antes de rodear su
pequeño agujero fruncido. Se apretó a mi caricia. Recorriendo las crestas,
presioné la punta hasta que se deslizó dentro. Seguí empujando hasta que
estuvo enterrado hasta el nudillo.
— ¡Ay! Richard, yo...
Deslicé el dedo engrasado hacia fuera y agregué otro más.
Elizabeth se puso de pie hasta donde sus brazos le permitieran. — ¡Ay!
¡Duele! ¡Sácalos! Por favor.
Con mi mano libre, metódicamente agarré su correa de oro alrededor con
mi puño, preparado para que ella empezara a pelear mientras retorcía mis
dos dedos profundamente dentro de su culo, abriéndola... preparándola.
—Aún no has adivinado tu castigo.
Elizabeth comenzó a rogar. — ¡No! ¡Richard, no! Por favor. No quiero
que lo hagas.
— ¿No quieres que haga qué? —Elizabeth aulló mientras intentaba
balancear sus caderas tan hacia adelante tan lejos como sus brazos atados
lo permitieran, sus nalgas apretadas.
Listo para ella, tiré de su correa, viendo cómo se apretaba alrededor de su
cuello. Ella se detuvo.
—Pon la cabeza hacia abajo y el culo hacia arriba. Acepta tu castigo.
— ¡Lo siento! Por favor, no hagas esto.
—No lo sientes lo suficiente... pero lo harás. —Le advertí. Sin piedad
forcé un tercer dedo en su culo.
— ¡Oh Dios mío, duele!
Arrodillado detrás de ella, tiré de la cintura de mi pijama. El elástico
presionado contra la parte inferior de mis bolas mientras que guiaba mi
polla hacia su entrada oscura con mi puño. Golpeando suavemente mi
polla contra su agujero expuesto, pasé una mano sobre su espalda baja,
cubriéndola con aceite antes de cubrir mi polla. Presioné la cabeza contra
su entrada.
Su cuerpo tenso. Sintiendo que se estaba preparando para lanzarse hacia
adelante de nuevo, apreté mi agarre en su correa.
Empujando mis caderas hacia adelante, vi como la cabeza bulbosa
desaparecía dentro de su culo.
Elizabeth jadeó y luego soltó un gemido agudo. Tomando una respiración
profunda, controlé mi necesidad primordial de bombear duro y profundo.
Quería saborear cada pulgada lentamente. Sosteniendo su cadera con una
mano, empujé hacia adelante, sintiendo su cuerpo apretarse tan
fuertemente alrededor de mi polla completamente hinchada que era casi
doloroso. Joder, estaba muy apretada.
Varias veces sus nalgas se apretaron y trataron de sacarme, pero unas
nalgadas en su trasero detuvieron ese comportamiento. Apretando mi
mandíbula, siseé aire a través de mis dientes mientras me concentraba en
no empujar rápidamente... aún no. Quería meterle las pelotas en el culo
primero. Quería que ella sintiera toda mi posesión, no solo el dolor de mi
intrusión. Quería que experimentara mi dominio metódico sobre ella.
Mi grueso eje tiró del delicado borde de su ano mientras se adentraba más
profundamente, la piel de color rosa pálido volviéndose blanca mientras
se estiraba para acomodar mi circunferencia. Fascinado, vi como mi polla
desaparecía dentro de su cuerpo reacio.
— ¿Dónde está mi polla, Elizabeth?
Ella no contestó.
— ¿Dónde está mi polla? —Pregunté con más fuerza.
—En mi culo. —Gimió ella—. Por favor, sácala. Oh Dios, duele.
Sabía que dolía, era tan pequeña comparada con mi bulto. Este sería un
castigo que ella no olvidaría pronto, especialmente desde que planeé tomar
su culo a menudo, lo mereciera o no. Mis bolas se balanceaban contra sus
muslos superiores mientras sentía las barras de metal frío contra mi pecho.
Estaba totalmente alojado dentro de ella.
Gimiendo, mi cabeza giró hacia atrás mientras saboreaba el momento.
Mi voz sonaba áspera y con necesidad mientras le preguntaba. — ¿Fuiste
una chica mala?
—Sí. —Susurró ella.
— ¿Me mentiste?
Ahogándose en un sollozo, asintió.
—Dime que te folle el culo.
Su rostro desgarrado y me miró por encima del hombro. —Por favor, no
me obligues.
Levantando mi brazo, bajé mi palma sobre su ya roja mejilla derecha del
culo. —Pídeme que te folle el culo.
Lanzando sus manos en puños, sacudió las esposas mientras sus brazos
temblaban. —No puedo. No puedo. Duele. Oh Dios, duele.
Frotando mi mano en su espalda baja, la calmé. —Necesitas esto, bebé.
Confía en mí. Quieres el dolor. Sabes que lo mereces.
Su temblor violento se calmó mientras escuchaba la autoridad calmada de
mis palabras.
—Fóllame el culo. —Susurró triste. Rota.
—No te escuché.
— ¡Que me des por el culo! —Gritó, mientras las lágrimas rodaban por
sus mejillas.
Moviendo mis caderas hacia atrás, tiré casi completamente libre. Viendo
como su cabeza se arqueaba, forzando su agujero a abrirse, pero no del
todo. Entonces me estrellé de nuevo en su cuerpo con un empujón duro y
brutal.
Mi pecho se tensó mientras veía mi polla saquear su culo una y otra vez.
Sus gemidos de dolor se perdían en el latido y palpitante torrente de sangre
en mis oídos.
Mi polla brilló con aceite mientras se deslizaba dentro y fuera de su
agujero oscuro conduciendo mis bolas profundamente con cada empuje.
Alcanzando entre sus piernas, empecé a frotar su clítoris. Perdiendo todo
interés en castigarla, ahora sólo quería que se corriera. Quería saber que
podía tener su orgasmo a través del dolor extremo. Sabiendo que tenía ese
poder sobre su mente y cuerpo.
Sabiendo que había torcido y pervertido los deseos sexuales de una
inocente para que coincidieran con los míos.
Golpeándola en su ahora enorme ano, pude sentir su cuerpo temblar y
temblar bajo mi mano. Sus muslos se apretaron, atrapando mi mano entre
ellos. Ella estaba cerca. Podía sentirlo. Tomando dos dedos, los golpeé
furiosamente sobre su clítoris, aplicando la cantidad justa de presión.
— ¡Oh Dios!
Soltando la correa, moví mi mano izquierda entre sus piernas desde arriba.
Usando esa mano ahora para estimular su clítoris, deslicé mi mano derecha
más abajo, para empujar tres dedos en su coño goteando. Llenándola.
A través de la membrana delgada, podía sentir el deslizamiento de mi
polla.
Su espalda arqueada, tirándome aún más profundo en su culo, mientras un
orgasmo violento rasgaba a través de ella. Detuve mi empuje para poder
sentir cada onda en mi eje.
Mientras aún respiraba, puse mis manos en sus caderas y finalmente
desenganché a la bestia que había en mí. Supe por su orgasmo y el dolor,
que todo su cuerpo estaría sensible y tarareando, consciente de cada
movimiento, cada pincel sobre la piel.
Con la mejilla apretada contra el suelo, su cabeza inclinada hacia atrás
mientras su boca se abría en un grito silencioso mientras yo empujaba
brutalmente sin piedad, abriendo su culo con la pesada circunferencia de
mi polla.
Arruinándola para cualquier otro hombre.
— ¡Por favor, córrete! ¡Por favor! —Rogó, queriendo que el dolor
terminara mientras su cuerpo era sacudido por la fuerza de mis
empujes—. ¡Por favor!
Mi único arrepentimiento era haberla esposado. Si fuera capaz, me metería
en su culo y luego empujaría mi polla hasta el fondo de su garganta,
haciéndole probar cada centímetro. La próxima vez.
A medida que sentía que mis bolas se apretaban, aumentaba el ritmo de
mis empujes, hasta que todo era un borrón de necesidad y placer sin
restricciones. Agarrando los barrotes de su jaula, tiré mi cabeza hacia atrás
y abrí mi boca en un rugido primitivo mientras me dejaba ir, llenando su
culo de semen.
Casi mareado por la intensa liberación, me tambaleé hacia atrás.
Sentándome en la fría baldosa de mármol blanco y negro mientras me
apoyaba contra el banco de hierro, miré hacia abajo para ver mi polla
todavía semidura descansando en la seda negra de mi pijama, brillando
con aceite y semen.
Elizabeth todavía estaba atada en una posición de rodillas. Sus brazos
colgando de las esposas. Entre sus nalgas, pude ver su aún abierto agujero
mientras semen blanco goteaba de ella al suelo de su jaula.
Capítulo 25
Lizzie
Me desperté sobresaltada. Sentada en el exuberante cojín circular que
había sido colocado en un lado de la jaula, hice una mueca cuando mis
músculos adoloridos protestaron.
Mirando a mi alrededor, sólo podía ver palmeras imponentes y grandes
arbustos de hojas brillantes en flor. Por la baldosa de mármol y el alto
techo de cristal, sólo podía asumir que estaba en algún tipo de invernadero.
Viendo un poco el follaje del mundo exterior, todo lo que podía ver eran
campos ondulados de hierba y más árboles. Debo estar en una de sus
propiedades, pensé.
Succionando aire a través de mis dientes, me preparé para el dolor
mientras me levantaba. Pasando una mano sobre mi clavícula, me di
cuenta de que la cadena de oro había desaparecido, pero conservaba el
collar de diamantes. Envolviendo mi mano alrededor de una fría barra de
metal, probé su fuerza. Se mantuvo. Mirando hacia arriba, pude ver el
techo abovedado de la jaula. Se extendía un par de pies por encima de mí
y tenía al menos veinte pies de ancho. Colgando justo fuera de alcance,
suspendido del centro, era lo que parecía ser un columpio cubierto de
terciopelo negro.
Estaba en una jaula.
¿No me había llamado siempre su pajarito?
Su nuevo juego era tratarme como su mascota porque había fallado en ser
tratada como una novia. Richard era muchas cosas, pero sutil no era una
de ellas.
¿Había sido este su plan para mí todo el tiempo? ¿Desde el primer broche
de pájaro adornado? El pensamiento era escalofriante. Sentada, abracé mis
rodillas contra pecho mientras las lágrimas fluían por mis mejillas.
¿Qué había hecho?
¿Cómo había atraído la atención de tal loco?
Una vez más pensé en el casi accidente de taxi. Dice que no fue cuando
nos conocimos, ¿tal vez tenía razón? ¿Podría no recordar cómo nos
conocimos? ¿Cómo era posible? Amenazó con hacerme olvidar y no lo
dudaba. Un hombre de su poder y riqueza probablemente tenía acceso a
recursos incalculables. Miren esta jaula. Alguien tuvo que construirla
voluntariamente para él. ¿Y su personal? Tenían que saber que yo estaba
aquí y sin embargo no les importaba.
Me di cuenta. Nadie iba a salvarme.
Ni siquiera yo misma.
Fue un pensamiento duro y aleccionador. Un momento de demasiada
claridad brillante cuando todo lo que quería hacer era acurrucarme en una
bola de autocompasión y llorar, pero tuve que enfrentar la verdad. Me
había metido en esta jaula tanto como él. Bien podría haber cruzado
voluntariamente el umbral y cerrado la puerta detrás de mí.
¿No había alentado sus juegos?
¿No me había negado voluntariamente a interrogarlo cuando declaró que
nos habíamos conocido antes de lo que recordaba?
¿O cuestionado alguna de las otras anomalías de nuestra relación?
¿Cómo parecía saber cosas que no le había dicho?
¿No había dejado que me guiara por este oscuro y retorcido camino sexual
de torturas cada vez mayores?
De una manera jodida, no solo lo quería, prácticamente lo rogué.
No se podía negar. Me encantaba la atención. El sexo increíble. La
emoción de estar con un hombre tan poderoso. Me encantaba el hecho de
que él tomara el control de mi vida. Me encantaba que me comprara
hermosos vestidos y dictara cuando quería que los usara. Me encantaba la
joyería y los restaurantes de lujo. Me encantaba cómo me mandaba en la
habitación.
Estar cerca de Richard era embriagador. Toda esa confianza arrogante y
control. Empecé a anhelarlo, a necesitarlo, a respirarlo como aire.
Él era peligroso y dominante y me sometí cada momento.
Él puede haber inventado el juego, pero te guste o no, yo era una jugadora
dispuesta.

Hubo un fuerte estruendo cuando dos grandes puertas al final del


invernadero se abrieron. Yo sólo podía ver la parte superior de sus cabezas
sobre todas las hojas y flores, pero parecían ser seis o siete de ellos
luchando con algo pesado. Mientras se acercaban a la jaula, me escabullí
hasta el otro extremo del cojín, consciente de que Richard me había
arrancado la parte trasera de mi traje y ahora estaba desnuda y expuesta.
Sabía que no debía tratar de llamar la atención de uno de ellos.
Entre ellos llevaban un objeto circular masivo. Parecía estar hecho de
vidrio claro y grueso. Mi frente se arrugó mientras los veía colocarlo cerca
de la jaula. Cada uno de los hombres se negó a siquiera mirar en mi
dirección y rápidamente salieron corriendo de la habitación. A
continuación, una larga fila de mujeres, vestidas con uniformes de criada,
se presentaron, cada una llevando un cubo de cobre. Una por uno llenaron
el enorme recipiente de vidrio con agua hirviendo. En un momento, uno
de ellos rompió rango y dio unos pasos vacilantes hacia la jaula.
Desenrollando mis brazos, me senté más derecha. ¿Iba a hablarme?
Una mujer con aspecto de matrona aclaró su garganta y la criada corrió de
nuevo a la fila. Esa misma mujer recogió unas pequeñas jarras de una
bandeja de plata asegurada a un lado y vertió el contenido en el baño. A
través del vidrio transparente, observé el iridiscente y cremoso jabón
líquido que se arremolinaba y lentamente se disipaba en el agua mientras
fragantes chorros de vapor se elevaban por encima del borde.
Sin siquiera una mirada en mi dirección se fue. El sonido final fue el cierre
de la puerta lejana.
— ¿Te gusta lo que ves?
Grité mientras levantaba una mano a mi corazón.
Richard.
No tenía ni idea de dónde había venido o cuánto tiempo había estado
observándome.
¿Fue su presencia la razón por la que ninguno de los sirvientes siquiera se
atrevió a hablar conmigo?
Usando una hermosa túnica de cachemira púrpura profunda, se acercó a la
jaula. Sacando una llave de bronce de un bolsillo profundo, la levantó.
— ¿Mi pajarito intentará volar lejos si la dejo salir de su jaula?
Cruzando hacia él, agarré las barras y me incliné hacia adelante a través
del espacio. Estaba tan cerca que podía oler su colonia de sándalo.
Presionando hasta que las barras pellizcaron mis mejillas, coloqué un beso
casto en su pecho donde la túnica expuso una pequeña V de piel bronceada
y cabello negro rizado.
—Cortaste mis alas, mi señor.
Pude sentir el retumbante gruñido mientras su pecho temblaba ante mis
palabras. Sus dedos se clavaron en mi cabello y levantaron mi cabeza.
—Tú eres mi tesoro.
Colocando la llave en el pestillo, la puerta de la barra de oro se abrió y
entré en su fuerte abrazo.
Me abrazó por un momento.
No queriendo reabrir una herida aún fresca, todavía necesitaba decirlo.
—Lo siento. —Murmuré contra las gruesas solapas de su túnica—. Nunca
volveré a mentirte.
Sosteniendo mi cabeza entre sus manos, me miró con esos ojos
inescrutables y oscuros. —No puedo confiar en mis acciones cuando se
trata de ti, Elizabeth. No puedo explicar por qué, pero siento mucho por ti.
Cuando no estás a mi lado, bajo mi control, siento esta bestia arañando
dentro de mi pecho, furiosa por salir y encontrarte. Por favor, no vuelvas
a ponerme a prueba de ese modo. No tienes ni idea de lo que soy realmente
capaz.
Mi cuerpo tembló al aplastar su bata de cachemira en mis puños.
Mirando a la jaula, y luego de vuelta a mí, me amenazó. —Esto no es nada
comparado con lo que haría si pensara por un momento, que me dejarías
o me traicionarías.
Sus manos se habían apretado en mi cráneo. Una vez más, sentí el poder
físico de sus palabras. —No lo haré. Lo prometo.
Inclinándose hacia abajo, me besó la frente. —Buena chica.
Debajo estaba descaradamente desnudo, su polla gruesa y dura saliendo
de un nido de vello negro justo encima de sus musculosos muslos.
Tomando las correas de mi maillot, me quitó la tela de plumas de los
hombros y de las caderas. Cuando estuve desnuda, puso un brazo bajo mis
rodillas y me levantó.
Dando unos pasos hacia el baño, me levantó sobre el borde y me puso
suavemente en el agua. No pude ocultar mi jadeo de dolor mientras el agua
caliente corría sobre mi piel castigada. Richard subió tras de mí y me tiró
para sentarme entre sus piernas, mi espalda contra su pecho.
El agua caliente rápidamente calmó mis músculos doloridos y me relajé
en sus brazos.
Tomando un puñado de burbujas, lo sostuvo delante de mí para que
pudiera soplarlas en el aire. Viendo como las esferas del arco iris flotaban
por encima de nosotros y luego estallaban.
Recostado, Richard tomó una tela de la bandeja de plata pegada a un lado
y comenzó a pasarla sobre mis hombros y espalda, bañándome
suavemente.
Me reí.
— ¿Qué es tan gracioso, mi amor?
—Todo esto es tan... tan... no normal.
Estábamos tomando un baño en una enorme bañera de cristal junto a una
jaula igualmente grande hecha a medida en medio de un invernadero.
Me había convertido en heroína en una novela romántica... y en una
dramática, corpórea. La huérfana, seducida por el oscuro y poderoso
duque. Lo dije en voz alta.
Se rio, el sonido rico y profundo mientras reverberaba desde las paredes
de cristal. Reía tan raramente que era fascinante escucharlo.
Colocando un dedo debajo de mi barbilla, retorció mi cara hacia un lado
mientras se inclinaba hacia abajo. —Es culpa de la huérfana por cautivar
al duque tan completamente con su inocencia y belleza.
Nuestros labios se encontraron. Fue un beso suave y gentil, no como sus
habituales posesiones conquistadoras. Su polla se alargó contra mi espalda
y mi propio cuerpo despertó en respuesta. Girando en sus brazos, el agua
sedosa goteaba de mis hombros, mientras montaba sus caderas.
Alcanzando entre mis piernas, busqué colocar su polla en mi entrada. Por
un momento, la cabeza rozó mi aún dolorido culo y jadeé, antes de sentir
que empujaba dentro de mi coño. Con cautela, dejé que mi cuerpo se
ajustara a su circunferencia mientras me deslizaba por la longitud de su
eje, empalándome sobre él.
Ofreciéndome a él.
Richard acarició su cara entre mis pechos, los vellos de su mandíbula
enviando escalofríos a mi columna vertebral mientras yo comenzaba a
levantar mis caderas hacia arriba y hacia abajo, follándolo lentamente.
Más tarde, mientras yacía de costado en su regazo entre el agua fría,
acarició mi cabello mojado mientras decía. —Tengo otra sorpresa para ti.
A pesar de la calma de nuestros cuerpos saciados, me tensé.
Siempre hubo un filo agudo y doloroso en las sorpresas de Richard.
Sombras oscuras acechando detrás de la luz del sol.
— ¿Enserio? —Le pregunté, tratando de mantener el miedo fuera de mi
voz.
—Espero que no te importe que haya una pequeña conspiración entre tu
amiga Jane y yo, pero hice que me diera algunos de tus diseños.
— ¿De verdad? —Asintió.
—Eres realmente talentosa, especialmente con los vestidos victorianos.
Son impresionantes.
Me encogí de hombros. —Sólo una fantasía mía. Siempre he deseado que
la gente todavía vistiera así, ¿sabes? Con los corsés y faldas y filas y filas
de seda y arcos.
Me tocó la nariz. —Afortunadamente estás con un hombre que puede
hacer que eso suceda.
Inclinando la cabeza, dirigí los ojos hacia él. — ¿Qué quieres decir?
—He hecho algunos de tus diseños. Los vestidos llegan mañana. Había
uno con gasa de champán sin hombros que me gustó particularmente y he
decidido tener tu retrato pintado con ese vestido.
Mi boca se abrió. No sabía a qué responder primero. El hecho de que iba
a ver uno de mis diseños cobrar vida o el hecho de que yo sería la que los
llevaría para un retrato pintado real.
El agua salpicó sobre el borde mientras corría a abrazarlo.
Mientras miraba sobre su hombro, el sol que colgaba bajo había causado
que la sombra de araña de la jaula se deslizara sobre el suelo de mármol y
envolviera la bañera.
Capítulo 26
Lizzie
Esta noche, Richard había organizado un baile de máscaras en mi honor.
Bueno, no tanto en mi honor como conmigo como centro de mesa. Dijo
que no me había ganado el derecho a entrar en su brazo una vez más como
su novia, así que en lugar de eso me mostrarían en mi jaula como su
mascota.
Creo que eso era lo que quería... volver a ser su novia... pero no estaba
muy segura.
Durante la semana pasada no había sido capaz de pensar con claridad.
Todo se estaba volviendo borroso. Me habían mantenido mayormente en
mi jaula sin acceso a un teléfono. Ni siquiera estaba segura de qué día era.
Era como si nada existiera para mí sino Richard. La escuela, mi piso en
Londres, la obra, incluso Jane parecía un recuerdo lejano.
Mi vida ahora era un caleidoscopio; un remolino de colores, girando más
y más rápido. Un color para el dolor. Un color para el amor, otro para el
deseo. Giraba cada vez más rápido. No había tiempo para pensar, sólo para
sentir el repugnante subidón.
Cada día Richard me castigaba para demostrarme cuánto me amaba.
Cada día me recordaba que su protección y sus reglas eran lo que me
mantenía a salvo y debía hacerme sentir adorada y deseada.
Vueltas y vueltas. Girando cada vez más rápido.
Every day a Little death.
Cada día un poco más muerta.
Envolviéndome los brazos, recordé aquel primer día en mi jaula. Después
de bañarnos juntos, pensé que Richard me había perdonado. Al igual que
esa vez en el jardín o en el restaurante, esto era sólo un juego de sexo
elaborado con emoción y él seguiría adelante.
Estaba muy equivocada.
Una vez que nos había secado suavemente a ambos, su mirada se hizo dura
e inflexible. Fue como si algo se hubiera disparado de nuevo. Como si se
hubiera permitido olvidar brevemente que le había mentido y una vez más
ese recuerdo se había estrellado contra él.
Agarrándome del brazo, me arrastró de vuelta a la jaula y me encerró allí
completamente desnuda. Se sentía como horas antes de regresar. Abriendo
la puerta de la jaula, lanzó otro traje de colores brillantes antes de entrar.
Agradecida, rápidamente me metí en él, dándome cuenta de que a
diferencia de la red de oro que cubre mis pechos y la parte inferior, este
fue completamente cortado, terminando justo debajo de mis pechos y
teniendo un gran recorte que comenzó en mis muslos internos superiores
y se estiró de nuevo sobre mi culo.
Incluso con la alta cúpula de la jaula y su amplia base, no era nada
comparado con el volumen y la altura y músculos de Richard. Parecía
dominar todo el espacio.
—Inclínate. —Ordenó fríamente.
Mirando hacia arriba, me di cuenta de que tenía una gran franja de plumas
de pavo real en su mano.
—Es hora de que mi pajarita consiga sus plumas.
Cubriendo mi culo con mis manos, retrocedí. —Richard. No puedes.
Todavía estoy dolorida. Por favor.
—Agáchate. —Su cara era una máscara oscura e ilegible. Carente de
cualquier suave emoción.
Las lágrimas pasaban por mis mejillas mientras rogaba. —Seré un pajarito
bueno. Lo prometo. ¡Por favor!
Me sujetó del cabello, Richard me tiró la cara primero sobre mi colchón.
Bajando hasta las rodillas detrás de mí, sus dedos cavaron dolorosamente
en mis nalgas, abriéndolas.
El metal se sintió frío mientras mi culo apretaba dolorosamente en
respuesta. Richard me dio varias nalgadas en el culo hasta que obedecí y
me relajé.
Incluso con su despiadada follada tan sólo horas antes, todavía era una
lucha aceptar el plug anal. Dolores agudos me hicieron llorar y patear
inútilmente mis piernas mientras la amplia punta bulbosa era forzada
dentro de mi agujero tensado. Fue un extraño alivio cuando mi cuerpo se
cerró alrededor del estrecho mango.
Richard me arrastró a mis pies. —Veamos cómo caminas. Finge que estás
en el escenario, pavoneándote, mostrándote como hiciste con ese hombre
durante tu audición.
Él estaba ahí.
Debería haberlo sabido. ¿Cómo pude haber sido tan estúpida? Era
Richard. Richard era el inversor sorpresa para la obra. Sin embargo, eso
no tenía sentido. ¿Por qué financiaría la obra sobre la que le mentí? Si
Richard estuviera involucrado, no habría conseguido el papel principal. Le
habría dicho al director que no me eligiera. Ya nada tenía sentido.
La repentina agonía de tener las plumas pesadas tirando de mi culo borró
todo pensamiento. Richard tuvo que sujetarme mientras mis rodillas se
doblaban y yo tambaleaba hacia atrás. — ¡Oh Dios! Duele. No puedo. Por
favor, sácalo.
Richard me da una bofetada.
—Muévete. —Gruñe.
Los confines de la jaula se convirtieron en un borrón acuoso mientras
caminaba torpemente hasta el final, luego volví a Richard. Cada paso
estaba lleno de dolor humillante mientras las plumas se balanceaban entre
mis piernas y el plug de metal presiona fuertemente hacia abajo en mi
agujero inferior.
Colocando un dedo debajo de mi barbilla, Richard levantó mi rostro hacia
el suyo. —No te atrevas a quitar ese plug. Está ahí para recordarte el dolor
y el castigo que viene incluso de la más pequeña traición. ¿Entiendes?
—Sí, Richard. Seré buena.
—Mejor, porque estaré mirando. Sería inteligente que lo recordaras,
Elizabeth. Siempre estoy mirando.
Con esa última amenaza, se giró y dejó la jaula, encerrándome.
Después de eso, cada día se volvió más de lo mismo. A veces me follaba
el culo, otras veces mi coño. A veces usaba su cinturón, otras veces su
mano para castigar mi culo, pero siempre había un plug de metal con una
cola de plumas de colores brillantes para que coincidiera con mi traje.
Lo peor fue cuando me hizo subir al columpio. La gravedad tiró de la cola
mientras el columpio se balanceaba de ida y vuelta. El dolor era tan
terrible, que me habría caído de mi percha si Richard no me hubiera
atrapado a tiempo.
El dolor en mi pecho se alivió mientras esperaba que esta noche terminara
el tormento.
Esta noche, le mostraría el bonito pajarito que podría ser.
Entonces tal vez, si yo era muy buena y lo complacía... me dejaría salir de
mi jaula.
Y este terrible juego terminaría.
—Te ves hermosa.
Me volví al sonido de su voz oscura.
Habiéndome permitido ducharme y prepararme en su dormitorio
principal, me sentí casi humana de nuevo. Después de salir de la ducha,
encontré una gran caja blanca en la cama. Al abrir la tapa, no podía creer
que un vestido tan elaborado se acurrucara en papel de seda de oro.
La tela era un brillante verde esmeralda con un corte que abrazaría cada
curva. Un corpiño en V profunda mostraría mis pechos. La parte posterior
fue cortada excepcionalmente baja, terminando justo por encima de mi
culo. Había una capa de oro con delicadas cuentas en un patrón de plumas.
Si mirabas de cerca, pequeños diamantes y esmeraldas se tejieron en el
patrón, dando el brillo de lujo superpuesto.
Encajaba perfectamente, por supuesto.
—Vengo cargando regalos.
—Richard, te lo he dicho muchas veces. No necesito más regalos de ti.
—Sí, cariño, pero estos son especiales para esta noche.
Sujetándome de los hombros, me dio la vuelta, así que me enfrenté al gran
espejo ovalado de latón enmarcado en una esquina del dormitorio.
Después de alejarse para abrir una caja de terciopelo rojo, regresó, de pie
tan cerca, que pude sentir su calor en mi espalda expuesta.
Alzando sus brazos, me envolvió en su abrazo mientras envolvía un
pesado collar alrededor de mi cuello.
Mi boca se abrió. No había palabras.
Incontables diamantes tallados en peras irradiaban de una sola banda de
corte esmeralda. El magnífico collar cayó en cascada sobre mi clavícula
para terminar en forma cónica con un sorprendente diamante amarillo
canario corte Asscher. El diamante amarillo brillante tomó todo el centro
de mi palma.
—Cerca de doscientos quilates de diamantes blancos. —Murmuró
Richard mientras besaba la parte superior de mi hombro—. El diamante
amarillo es uno de los más grandes del mundo con más de setenta y cinco
quilates.
—Debe valer millones. —Respiré mientras mis dedos acariciaban
tentativamente el frío peso del collar. Se sentía como una cadena de metal
alrededor de mi cuello.
Richard se rio mientras pasaba la parte posterior de sus nudillos por la piel
expuesta de mi espalda, haciéndome cerrar los ojos mientras el deseo ardía
caliente y fuerte. —Quince millones para ser exactos.
Sorprendida, me giré en sus brazos. — ¡Quince millones! ¿Estás loco? ¡No
puedes darme un collar de quince millones, Richard!
Envolviendo sus manos alrededor de mis muñecas, él tiró de mis brazos
hacia abajo y sostuvo mis pequeños puños dentro de los suyos,
presionándolos contra su corazón. — ¿No te has dado cuenta todavía, que
no hay nada que no te daría? ¿Nada que no haría para mantenerte a mi
lado?
—Tu dinero y joyas no van a mantenerme a tu lado, por favor, dime que
sabes eso.
Richard dio un paso adelante, sujetándome contra el espejo. Su polla dura
presionada en mi estómago. —Creo que tengo una idea bastante buena de
lo que te mantiene cerca. —Su voz era un ronroneo seductor.
Bajando la mano, pasé mi mano por encima de su eje, presionando hacia
abajo con el borde de mi palma tal como le gustaba.
—No empieces, mi pequeña descarada. Los invitados ya están llegando.
Tan emocionada como estaba por esta fiesta, estaba nerviosa por ser
puesta en exhibición y hubiera preferido tenerlo para mí sola esta noche.
Dando un paso atrás, Richard ajustó su polla en sus pantalones y extendió
sus brazos. —No has comentado cómo me veo. —Dijo de forma
provocadora.
Sabía, por supuesto, que se veía guapo como el infierno. Estaba vestido
con un esmoquin de Ralph Lauren con una camisa de vestir negra y una
pajarita.
—Te ves tan guapo como el diablo.
Tirando de uno de mis rizos, dijo sombríamente antes de girar para recoger
la segunda caja de terciopelo rojo que había traído. —El diablo no tiene
nada para ganar contra mí.
Envolviendo mis brazos alrededor de mi cintura, me obligué a desterrar el
frío que se extendió sobre mi cuerpo ante la verdad de sus palabras.
No esta noche. Dejaría pensamientos como ese para mañana y tal vez ni
siquiera entonces. No sirvió de nada cuestionar nuestra relación. Las
preguntas sólo llevaron al dolor... dolor físico. Era mucho mejor
simplemente forzarme a ser feliz viviendo dentro de los confines de su
mundo y sus reglas. Después de todo, había dejado claro que era la única
forma de tenerlo.
Preferiría una vida bajo su control, jugando sus juegos, que una vida sin
él.
Enfocándome en el momento, me di cuenta de que Richard sostenía mi
máscara para la velada. Estaba hecha de oro en forma de pico de pájaro.
El pico estaba cubierto de diamantes amarillos.
Girando, sostuve la mitad de mi cabello hacia arriba para que pudiera
asegurarlo atando la cinta de terciopelo negro largo, antes de dejar caer
mis rizos y balancearme a mitad de camino por mi espalda.
Mirando al espejo, tomé mi extraña y exótica apariencia de pájaro. Todo
lo que faltaba era mi cola emplumada. Lo cual, con un alivio inimaginable,
me di cuenta de que no sería posible con este vestido. Afortunadamente
no había ningún agujero cortado para él para insertar el odiado plug con
plumas.
Richard apareció detrás de mí.
Una sombra oscura implacable. Sobre sus hombros había colocado una
capa gloriosa de plumas que barría el suelo. Las plumas negras brillantes
brillaban con destellos de azul cobalto iridiscente, púrpura real y oro en la
luz cambiante. Tenía una máscara a juego excepto que la suya era de
platino con diamantes negros.
Parecía un cuervo grande y peligroso.
Poniendo un brazo con capa alrededor de mis hombros y mi frente, me
encerró dentro de los oscuros confines de su disfraz.
Inclinándose, su máscara de pico y rozó mi propia mientras susurraba en
mi oído. —Recuerda, mi amor. No hay nada que no haría para mantenerte.
Capítulo 27
Lizzie
La casa tarareaba con energía y actividad. Richard me guio por la escalera
oculta de los sirvientes hasta que llegamos al invernadero. Los invitados
se habían mantenido en el salón principal y el salón de baile para la
primera parte de la fiesta.
Mientras me preparaba, los sirvientes habían decorado el invernadero con
pequeñas luces parpadeantes. Brillaban como luciérnagas entre el follaje.
Caminando más allá de los naranjos, dalias rojas, y camelias de color rosa
pálido, di sólo una mirada a las vidrieras que representan la caída de Eva
en el Jardín del Edén. Sus brillantes tonos se apagaron sin la brillante luz
del sol.
Mientras nos acercábamos al centro, me di cuenta de que mi jaula también
había sido decorada. Cuerdas de luces alineaban las barras. Se había ido
mi nido de cojín de felpa, pero el columpio de terciopelo negro se
mantuvo. El piso de madera pulida era ahora una gruesa pieza de vidrio
transparente.
Richard tomó mi mano y me guio a través de la puerta. Se cerró con un
clic decisivo. Sacando la llave de latón de su bolsillo de esmoquin, me
encerró.
—Espera. —Dijo.
— ¿Qué?
Dando unos pasos atrás, apartó algunas hojas gruesas y brillantes para
exponer una pequeña máquina de poleas. Cuando encendió la máquina, la
jaula comenzó a mecerse y mecerse. Con un grito, me lancé a las barras.
Con cada giro de la rueda de la máquina de poleas, la jaula se deslizaba
más y más alto en el aire.
— ¡Richard!
La máquina se detuvo cuando la jaula estaba a unos cuatro pies de altura.
Me di cuenta con un comienzo, cualquiera podía mirar debajo de la jaula
y ver mi vestido.
—Súbete a tu percha, mi bonito pájaro. Mi personal permitirá entrar a los
invitados pronto.
Gimiendo mientras la jaula se balanceaba con cada cambio de mi peso, me
aferré a una barra con mi mano izquierda y alcancé el columpio con mi
derecha. Girando torpemente, traté de saltar sobre el columpio mientras
aún mantenía mi control sobre la barra. Una vez que me senté, me vi
obligada a dejarlo ir.
Grité mientras el columpio se tambaleaba de un lado al otro, lanzando la
jaula salvajemente.
Después de varios bucles de péndulo, el columpio finalmente se asentó.
Richard se acercó a la jaula. —Ahora recuerda ser un buen pajarito.
—Sí, Richard.
—Odiaría tener que castigarte delante de todos estos invitados mostrando
tu culo y forzando tu cola emplumada dentro de tu pequeño y estrecho
agujero. Llevar un vestido es un privilegio. Por favor, no lo olvides.
Tragué, sabiendo muy bien que él era capaz de hacer precisamente eso,
independientemente de quién sería testigo de mi humillación. —No lo
haré. —Me ahogué.
Calmando mi corazón latiendo, cerré mis ojos. Esto era una prueba.
Sólo una prueba. Él quiere ver si te comportarás y serás buena. Es sólo
parte de su juego. Después de esta noche se cansará de este y comenzará
un nuevo juego. Un nuevo infierno fresco para soportar con el fin de
permanecer a su lado

Los invitados estaban encantados con el entretenimiento de Richard para


la noche. Mi jaula estaba lo suficientemente alta como para evitar que
alguien pudiera agarrarse de mí a través de los barrotes, aunque muchos
de los hombres lo intentaron, pero no lo suficientemente alta para evitar
que la gente se burlara de mí. Durante toda la noche, tiraron trozos de
canapés al suelo de la jaula, preguntando si el pajarito quería comer.
También me seguían pidiendo que cantara o hablara.
Guardando silencio, me balanceé en mi columpio y permití que todo se
convirtiera en un colorido remolino de colores y ruido.
Con todas las personas adicionales, el invernadero se volvió aún más
caliente. El hedor de licor, cuerpos y perfume haciendo que el aire se sienta
espeso y pesado.
Pronto, la atmósfera se volvió siniestra.
La risa se volvió demasiado forzada, demasiado aguda. Los invitados se
volvieron inestables en sus pies mientras se lanzaban unos contra otros,
derramando bebidas sobre el suelo de mármol. Los hombres se quitaron
sus chaquetas de esmoquin. Las máscaras olvidadas fueron aplastadas bajo
tacones altos. Los vestidos comenzaron a caerse de los hombros,
exponiendo senos desnudos.
En vano, busqué a la multitud en busca de Richard. Sólo había captado
algunos atisbos de su forma enmascarada en la multitud durante toda la
noche. Como siempre, estaba rodeado de admiradores e intrusos.
Balanceando mi cabeza en la dirección de un grito, vi a un hombre
inmovilizar a una mujer en la parte trasera de un banco de hierro. Su culo
blanco estaba en exhibición mientras se bajaba los pantalones y empezó a
follarla por detrás.
Otro hombre se liberó de la multitud y tiró de su vestido hasta la cintura,
por lo que sus pechos pesados se balanceaban con cada empuje. La sonrisa
borracha en su cara y sus gritos más fuertes me dijeron que lo estaba
disfrutando.
Dos mujeres tiraron sus vestidos sobre sus cabezas y comenzaron a
besarse. Inclinando la cabeza hacia atrás y empujando sus lenguas hacia
fuera en un beso francés exagerado para el deleite de los huéspedes.
Pronto, los invitados se apareaban bajo el oscuro follaje de los árboles o
participaban en una orgía de grupo completa entre las flores. Debajo de
mi jaula había un mar de ropa desechada y miembros desnudos.
Agarrando las cuerdas de seda de mi columpio, presioné mis muslos
fuertemente. Podía sentir mis pezones hincharse y endurecerse bajo los
estrechos confines del corpiño de vestir.
¿Dónde estaba Richard?
De repente su advertencia de desnudarme el culo y forzar el plug en mi
trasero se sintió menos como una amenaza y más como una promesa.
Con mi máscara, sentí la emoción del anonimato.
Imaginando a Richard tirando de la jaula y subiendo dentro sólo para
doblarme sobre el columpio y follarme violentamente, presioné mi palma
contra la unión de mis muslos. Mis gemidos fueron tragados en la
cacofonía de gemidos y gritos debajo de mí mientras me permitía ser
arrastrada hacia la energía sexual de la habitación.
Luego, el fondo de la jaula se inclinó hacia abajo. Mirando, esperaba ver
la sonrisa seductora de Richard. En cambio, vi las caras borrachas y
enrojecidas de varios hombres.
— ¿Puede el pajarito salir y jugar? —Sorbió uno de ellos.
La jaula luego se lanzó hacia el otro lado.
—Aquí, pajarito, pajarito, pajarito. —Gritó otro hombre del otro lado.
Entre ellos, comenzaron a mecerse y balancear mi jaula.
— ¡Richard! ¡Richard! —Grité mientras la jaula se inclinaba bruscamente
y me tiraba del columpio. Deslizándome por el suelo de la jaula, golpeé
las barras de metal duro en un lado. Inmediatamente, tanto hombres como
mujeres comenzaron a rasgar mi vestido. La delicada capa de oro triturado
como diamantes y esmeraldas cayeron al suelo. Mi máscara se había caído,
y una mujer atravesó los barrotes para arrebatármela. Otra mujer intentó
quitársela. Empezaron a tirarse de los cabellos mientras caían al suelo,
rodando una encima de la otra mientras los hombres comenzaban a gritar,
¡Pelea de gatas, pelea de gatas!
— ¡Richard! —Grité desesperadamente.
Usando todo su peso varios hombres lograron sacar la jaula de su cadena.
Cayó violentamente al suelo, rompiendo las barras de un lado. El suelo de
cristal se rompió cuando mi hombro se golpeó dolorosamente contra el
mármol. Entonces la jaula comenzó a rodar mientras los hombres la
empujaban para llegar al lado dañado.
Sin nada a lo que aferrarme, caí y rodé con la jaula, mis piernas se
enredaron en mis faldas y los cordones de seda caídos del columpio
mientras yo era arrojada, y mientras fragmentos de vidrio llovían sobre
mí. Las manos se acercaron para tirar de las barras debilitadas, alejándolas,
hasta que hubo un gran agujero.
Una cara gorda y sudorosa atravesó la abertura. — ¿Polly quiere una
polla? —Se burló, antes de reírse de su propia broma.
Arremetiendo, traté de patearle las manos a tientas, pero pronto se le
unieron varios otros. Agarrándome ambos tobillos, empezaron a tirar. En
pánico, me enganché a las barras restantes. Doblando mis manos en puños,
traté de aferrarme. Mi corazón latía salvajemente, ni siquiera podía
invocar el aliento para gritar.
—Richard. —Me ahogué débilmente antes de que mis manos cedieran y
me liberaran de la seguridad de mi prisión.

Richard
—Oh, Dios mío. —Sobre el ruido creciente de la multitud embriagada, oí
a Elizabeth gritar mi nombre. Giré, justo a tiempo para ver su jaula
estrellarse contra el suelo.
—Jesucristo. —Mi sangre se enfrió.
Tirando a un lado mi máscara y mi manto emplumado, empujé los cuerpos
que me rodeaban, desesperado por llegar a ella.
Ella debería haber estado a salvo. Había tomado todas las precauciones
para asegurarme de que estuviera a salvo.
—Fuera de mi camino. —Rugí mientras arrojaba a un hombre al suelo y
empujaba a otro.
Los gritos aterrorizados de Elizabeth sonaron en mis oídos.
Otro hombre me bloqueó el camino, se tambaleó borracho, me dijo:
—Richard, tenemos que hablar, y no voy a aceptar un no por una
respuesta.
Corriendo hacia adelante, mi camino fue bloqueado por una horda de
cuerpos retorcidos y desnudos.
Elizabeth volvió a gritar. Mi corazón palpitaba una cadencia aterrorizada
en mis oídos mientras luchaba por localizarla a través de los densos
árboles y plantas por la dirección de sus gritos.
Finalmente, la vi siendo levantada en el aire por varios hombres, su vestido
hecho jirones alrededor de su cuerpo. Dos mujeres le tiraban del pelo y el
collar de la garganta.
Desviándome del camino, me estrellé a través de las plantas y los árboles,
pisoteando las flores delicadas.
¡Joder! Necesitaba llegar a ella.
Después de una eternidad, estaba cerca.
—Elizabeth. —Grité.
Su brazo se lanzó hacia fuera mientras ella desesperadamente alcanzaba
el mío sobre el mar lanzador de cuerpos borrachos. Su hermoso rostro
blanco con el miedo. — ¡Richard!
Agarrando una rama sobresaliente de un árbol, me incliné hacia delante,
golpeando a dos de los hombres que la sostenían en alto sobre su espalda
con mis pies. Ellos cayeron hacia adelante.
Sin el apoyo de sus manos, Elizabeth comenzó a caer al suelo duro.
— ¡Richard!
Capítulo 28
Richard
La tomé en mis brazos.
—Te tengo, mi amor.
Lanzando sus brazos alrededor de mi cuello, ella comenzó a sollozar.
Cargando y pateando mi camino a través de la multitud, mis sirvientes
finalmente se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo y comenzaron a
empujar y empujar, despejando un camino para mí. Al acercarnos a la
puerta escondida de los sirvientes, una criada la abrió.
—Cierra la maldita puerta. Nadie pasa. —Grité antes de correr por el
umbral.
La puerta se cerró de golpe, lanzándonos a la fría oscuridad.

Su cuerpo temblaba violentamente.


— ¿Elizabeth?
No respondió.
La apreté más, tratando de calmar sus temblorosos miembros.
— ¡Elizabeth! —Nada.
— ¡Lizzie!
Estaba entrando en shock. Subiendo las escaleras, incliné mis hombros
hacia un lado mientras navegaba por el estrecho y polvoriento pasillo.
Una madriguera de conejos de pasillos y escaleras conducía a
innumerables puertas ocultas en cada cámara de la casa de trescientos años
de antigüedad, permitiendo a los sirvientes ir y venir a sus deberes como
fantasmas silenciosos, nunca mezclándose en los pasillos principales con
sus empleadores.
Conociendo estos caminos desde mi propia infancia, navegué rápidamente
a través de la oscuridad hasta llegar a mi propio dormitorio. Abriendo la
puerta a patadas, me importaba poco escuchar la astilla de madera antigua
agrietándose cuando se golpeó contra la pared, ahora colgando en una sola
bisagra.
Llevándola todavía temblando a través del oscuro dormitorio, que estaba
iluminado sólo por el brillo del fuego bajo en la chimenea, entré en el
baño. Llegando a la ducha de mármol negro pulido, giré la perilla
activando los incontables cabezales de ducha. Esperando a que el agua se
calentara, le quité su vestido rasgado, lencería, y el único zapato que quedó
en su pie mientras pateaba mis propios zapatos.
Apretando mi mandíbula, vi las marcas de arañazos rojos en su piel pálida
y el moretón púrpura que ya se estaba formando en su hombro. Mi marca
en su culo, mostrando la intensidad de mi deseo por ella era una cosa...
estas eran marcas violentas. Eso era inaceptable. Había varias cámaras en
el invernadero. Cada hombre y mujer que había contribuido a herir a mi
Elizabeth pagaría... caro. Arruinaría sus vidas por esto.
Incluso la idea de descargar mi rabia sobre los responsables no sofocó la
ira que tensaba mi pecho y me hacía difícil respirar, porque sabía que
también tenía que aceptar parte de la culpa.
Mi arrogancia al mostrar mi preciada posesión a esa chusma casi hace que
la maten.
Nunca más.
Nunca más compartiría a Elizabeth con el mundo.
Su cabello enredado y enmarañado estaba firmemente envuelto alrededor
del cierre trasero del collar, así que lo dejé puesto mientras la sostenía en
mis brazos, entré en la ducha llena de vapor, importándome poco como el
agua me empapaba a través de mi camisa de esmoquin y pantalones.
Las duchas en el techo y a lo largo de las paredes llovieron agua caliente
sobre su pobre cuerpo maltrecho. Con un suspiro, sus ojos esmeraldas se
abrieron. Por un momento estaban ciegos, mirando frenéticamente a mi
alrededor hasta que se centraron en mí.
— ¡Bastardo! —Gritó mientras empezaba a golpearme el pecho con sus
pequeños puños—. ¡Me dejaste! ¡Me dejaste con esos animales!
— ¡No! Elizabeth, lo juro.
— ¡No! ¡Te odio! ¡Te odio a ti y a tus estúpidos juegos! —Lloró.
Rímel negro corrió por sus mejillas mientras el agua fluía sobre su rostro.
Agarrando su cabeza, me incliné. —Elizabeth, escúchame.
— ¡No! ¡No! ¡Déjenme ir! —Sus dedos rasgaron la seda delgada y
húmeda de mi camisa.
Agarrándole las muñecas, las tiré por encima de su cabeza. Aun así, luchó.
Dando un paso adelante, presioné su cuerpo contra el azulejo ahora
caliente. — ¡Déjame ir! Te odio y…
Mi boca se estrelló contra la suya. Derramando toda mi ira, miedo, amor
y lujuria en el beso, tomé posesión de su boca. Respirando pesadamente,
mi boca abierta corrió a lo largo de su mandíbula y luego de vuelta a sus
labios. Empujando mi lengua dentro, me tragué su rabia.
El agua cayó sobre nosotros mientras movía sus estrechas muñecas en una
mano y bajaba mi mano para palmar su pecho. Liberándose de mi beso,
ella juró. — ¡Jódete! ¡Déjame ir!
—Nunca. —Gruñí, antes de pellizcar su pezón erecto.
Inclinándome hacia abajo, besé su cuello, indiferente a cómo los bordes
afilados de su collar de diamantes pinchaban mi mandíbula y garganta.
Envolviendo un brazo alrededor de su cuerpo, coloqué la palma de la mano
contra su espalda baja y la tiré hacia adelante, inclinando su cuerpo en mi
abrazo mientras bajaba mi cabeza hacia su pecho. Tirando del pezón
profundamente, lo mordí con los dientes, deleitándose en su grito de dolor.
Sus muñecas mojadas se deslizaron fuera de mi alcance; tirando de mi
cabello, ella llevó mi cabeza hasta la suya.
—Te odio. —Gritó a través de dientes apretados antes de besarme.
Bajando la mano, rasgué el cierre de mis pantalones hasta que mi polla
saltó libre.
Deslizándola a lo largo de la pared de la ducha, envolví sus piernas
alrededor de mi cintura. —Ódiame entonces. —Gruñí mientras colocaba
la punta de mi polla en su apretada entrada—. Pero te encanta esto.
Empujé profundo. Lanzando mi cabeza hacia atrás y aullando como la
bestia dentro de mí por la sensación de su cuerpo caliente apretando abajo
en mi polla.
Elizabeth gritó, sus brazos extendidos, arañando el azulejo mojado. Los
bordes dentados de su collar rasgaron mi camisa en pedazos mientras
pasaba mis dientes a lo largo de su mandíbula antes de bajar al rápido
pulso de su garganta, anhelando el sabor de su corazón latiendo.
Empujando profundamente, mi aliento roto perdido en el vapor, ordené.
—Córrete para mí, nena.
Deslizando ambas manos bajo sus muslos resbaladizos y la curva inferior
de su culo, las puntas de mis dedos rozaron su agujero oscuro, burlándose.
— ¡Richard! —Gritó mientras arqueaba la espalda.
Alejándola de la pared, la envolví fuertemente en mis brazos mientras
presionaba las bolas profundamente en su calor, queriendo sentir cada
onda de su orgasmo mientras me corría sobre su cuerpo.
Le solté las piernas y la puse de pie dentro del círculo de mis brazos. Luego
la giré hacia la pared, le tiré de las caderas. Agarré el jabón, me enjaboné
las manos, luego presioné mi mano jabonosa entre sus nalgas antes de
pasar mi puño arriba y abajo de mi eje. Colocándome detrás de ella, gruñí.
—Mi turno. —Antes de sumergirme en su apretado culo.
Ella gritó y se puso en marcha. Envolviendo mi brazo alrededor de sus
caderas, empujé mi mano entre sus piernas y froté su clítoris en círculos
duros.
— ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Joder! —Gritó.
Su cuerpo me sujetó hasta el punto de un delicioso dolor oscuro. Después
de solo unos cuantos empujones, estaba rugiendo mi liberación mientras
llenaba su culo de mi cálida semilla justo cuando se corría por segunda
vez, colapsando en mi abrazo.

Sosteniéndola cerca, lavé la evidencia de nuestras relaciones sexuales. Al


salir de la ducha, me senté en un banco acolchado cercano mientras secaba
su piel con una suave toalla de cachemira. Tomando un cepillo, trabajé en
los enredos húmedos en su cabello. Suavemente desenrollando sus rizos
de alrededor del collar de diamantes, quité su peso de su cuello, silbando
cuando vi las marcas de rasguños que nuestro sexo violento había causado
en su piel bajo el collar. Mirándolos de cerca, me sentí aliviado al ver que
todos eran superficiales.
Una vez que su hermoso cabello colgó de su espalda en hebras lisas, la
llevé a la cama.
Elizabeth no dijo una palabra todo el tiempo. Manteniendo sus ojos
cerrados, encerrándose lejos de mí. Podía sentir la distancia entre nosotros
con cada suspiro torturado.
Manteniéndola a la vista, volví al baño y me quité la ropa mojada y
pegajosa. Secándome, tiré la toalla al suelo antes de subir desnudo a la
cama junto a ella.
Mientras envolvía un brazo alrededor de su cintura y la jalaba hacia mi
abrazo, su cuerpo se tensó. Contuve la respiración, preparándome para que
ella luchara... y perdiera. Después de un momento de vacilación, se relajó
contra el calor de mi pecho.
Tirando de las pesadas mantas sobre nuestros hombros, la mantuve cerca.
Los sonidos apagados de la risa de los invitados se podían oír debajo de la
ventana de nuestro dormitorio.

Mantuve mis ojos cerrados mientras sentía que Elizabeth se arrastraba


fuera de la cama. El llamado de dos ruiseñores se podía escuchar justo
afuera.
Era de mañana.
El amargo sabor del libertinaje de anoche aún estaba en mi boca. El
recuerdo de Elizabeth cayendo en manos de esos animales era como un
puño apretando mi pecho.
A través de mis ojos, la vi entrar en mi vestidor y salir con un par de mis
pantalones de chándal y mi camiseta de la universidad. Me di cuenta con
un comienzo extraño, que no le había permitido ninguna de sus propias
ropas o pertenencias todo el tiempo que había estado aquí. Su armario
lleno de vestidos de alta costura estaba en mi residencia de Londres.
Su cabello era una masa de rizos rebeldes alrededor de su pequeña cara.
Ella parecía despeinada y vulnerable y yo quería con todo mi ser sólo
abrazarla cerca, pero se mantuvo en silencio en nuestra cama todavía
caliente.
Abriendo la puerta, ella salió.
Inclinándose, tomé el teléfono al lado de mi cama.
—Sí, Su Alteza.
—Ve que Elizabeth sea conducida de regreso a Londres. Asegúrate de que
los guardias sean alertados.
—Sí, Su Excelencia.
Colgué.
Cayendo de nuevo en mi almohada, lancé un brazo sobre mis ojos.
Respirando hondo... empecé a formular un nuevo plan.
Capítulo 29
Lizzie
En el momento en que la puerta se abrió, caí en los brazos abiertos de Jane.
Sollozando.
Días más tarde todavía estaba en el sofá, envuelta en una manta mirando
a las paredes.
¿Por qué tenía que estar enamorada de alguien a quien odiaba?
¿Cómo era posible?
¿Por qué el universo permitiría tal contradicción?
No parecía justo o correcto.
Richard era malo para mí. Peligroso.
Nada bueno saldría de nuestra relación. En todo lo que pensaba era en la
cita de Shakespeare de los amantes condenados Romeo y Julieta.
Estos deleites violentos tienen fines violentos y, en su triunfo, mueren
como el fuego y la pólvora, que, al besarse, se consumen.
¡Eso! Eso éramos Richard y yo en pocas palabras. Toda nuestra relación
se resumió en una frase. Éramos demasiado intensos, demasiado extremos.
Tóxicos.
¡Y sus juegos!
¡Sus juegos de mierda!
Cada uno era más intenso que el anterior. Ni siquiera conocía mi propia
mente... o mi cuerpo. Lo que comenzó como una paliza traviesa en un
jardín público ahora había escalado a casi ser destrozada por un montón
de hombres borrachos y locos por sexo.
¿Dónde terminó?
¿Hasta dónde era demasiado lejos?
¿En qué punto dejó de ser sexy y pervertido y comenzó a convertirse
simplemente en un error?
¿Dónde estaba la línea?
Creo que ese era el centro de mi problema con Richard. Me estaba
volviendo cada vez más consciente de que no había línea con él.
¿Sexo en público? Claro.
¿Secuestro? No hay problema.
¿Encerrar a tu novia a una jaula? Sólo un viernes por la noche para él.
¿Dónde se detuvo? Apretando mis brazos alrededor de mi pecho, una
pequeña voz en mi cabeza razonó que Richard era lo suficientemente
poderoso y rico, dudaba seriamente que hubiera una línea que no fuera
capaz cruzar para conseguir lo que quería.
Y el problema era que él no se detenía con mi cuerpo, también me jodía la
mente. Me hace dudar de todo.
Después de dejar de llorar, días después, finalmente le pregunté a Jane
sobre su conversación con Richard y mis dibujos. Jane me dijo que nunca
habló con él. Y, sin embargo, tenía mis dibujos. Incluso me reuní con el
retratista para algunas fotos en el vestido de gasa champán que me había
hecho. No dejaba de decirle a ella que no era necesario que guardara el
secreto de Richard, que había admitido que le había dado los dibujos, pero
era inflexible.
¿A quién debería creer? ¿Estaba Jane guardando su secreto? ¿Le había
pagado para que se callara sin importar qué? Me di cuenta en la semana
que me había ido, Jane había dejado su trabajo en el bar. Ella no me dijo
por qué, sólo que decidió que no quería trabajar e ir a la escuela al mismo
tiempo. ¡Hace un mes, tuve que pagar parte de su alquiler! Ella necesitaba
ese trabajo... al menos solía hacerlo.
Empecé a preguntarle al menos cien veces sobre su relación con Richard.
¿Lo conocía antes que yo? ¿Qué tan bien? ¿Era ella parte de su plan?
¿Nuestra amistad entera había sido una mentira? Insistía más cada vez,
pero me detenía. Era mi única amiga en Londres y en el fondo no quería
saber la verdad.
El problema era que yo sabía que era sólo la punta del iceberg. Mi
arrendatario ayer me dio una mirada extraña cuando traté de pagar el
alquiler. Me dijo que lo haría de la manera habitual. La forma habitual era
darle un cheque del pequeño acuerdo de seguro que había conseguido del
accidente de mis padres. Se negó a tomarlo, pero seguía diciendo que se
pagaba de la manera habitual. Fue entonces cuando recordé a Richard
diciendo que había pagado mi alquiler y lo había estado haciendo desde el
principio. Eso era una locura, pero cuando fui a ver mi cuenta bancaria, no
había cheques de alquiler cancelados y había mucho más dinero allí de lo
que nunca pensé posible.
Richard era lo suficientemente poderoso para llegar a mi casero y mi
compañera de cuarto para mentir, pero ¿los bancos? No, eso no parecía
posible. Lo que significa que la única explicación plausible era que tenía
razón. Nos conocimos antes del accidente del taxi. Entonces, ¿por qué no
me acuerdo?
Sosteniendo mi cabeza en mis manos, traté de detener mis pensamientos.
Sentí como si estuviera en un carrusel enfermo y retorcido. Ese era el
problema, seguía dando vueltas sobre el mismo lugar una y otra vez.
Lo amaba.
Contra toda razón, contra mi bien, contra todo... lo amaba.
— ¿Por qué? —Preguntó Jane anoche mientras me daba vino en nuestras
tazas habituales.
—No puedo explicarlo. Es sólo que... estar con él, es más.
— ¿Más?
—Sí, más. Todo es más grande, más brillante, más intenso. Las cosas no
son agradables, son estimulantes. Una fiesta no es sólo una fiesta, es una
puta carrera caminando en su brazo. ¿Cenas? De locos. La comida sabe
mejor y nunca se sabe qué sorpresa ha planeado para el postre.
Tintineando su taza con la mía, ella sonrió. — ¿El sexo también?
Me sonrojé. Realmente no le había dicho a Jane ninguno de los aspectos
más pervertidos de nuestra relación. ¿Cómo podría empezar? ¿Sabes, ese
tipo con el que estoy saliendo? Le gusta meterme plumas por el culo y
llamarme su pajarito y me excita totalmente. Uh... no.
—El sexo es... fuera de serie. —Dije mientras bajaba los ojos para
concentrarme en el contenido de mi taza.
—Es un tipo bastante grande... ¿es grande... en todas partes? —Preguntó
ella con un gesto exagerado de sus cejas.
La golpeé con una almohada. — ¡No estoy hablando de la polla de Richard
contigo!
—Bueno, no se puede negar que hay algunos beneficios marginales
bastante impresionantes. —Las dos miramos a la mesa de café donde
había esparcido todos los broches de pájaro que Richard me había
comprado. Se veían fuera de lugar en la mesa llena de polvo y marcas que
estaba llena de revistas de moda.
Tomé uno y lo apreté en mi palma, sosteniéndolo contra mi corazón. Un
dolor agudo me hizo silbar aire a través de mis dientes mientras sacaba mi
mano y abría mi palma. El filo del alfiler había pinchado mi palma. Una
pequeña gota de sangre se había formado en el centro. Colocando mi
palma contra mi boca, lamí la gota carmesí.
—No sé qué decirte, Lizzie. Es como si este tipo te hiciera increíblemente
feliz e insanamente miserable al mismo tiempo.
— ¡Exactamente! —Dije con un resoplido mientras me caía en el sofá,
poniendo la almohada sobre mi rostro. Manteniéndola cerca, moví mis
piernas y grité en su contenido esponjoso antes de golpearla en mi regazo.
Quitándome el cabello de los ojos, continué. —Me hace enojar, pero ahora
no puedo imaginar la vida sin él.
Jane se encogió de hombros. —Hombres. No puedes vivir con ellos. No
puedes matarlos.
Chocamos tazas y drenamos el contenido.
Ahora, mientras me sentaba sola en nuestro apartamento, no podía sacarlo
de mi mente. Lo extrañaba. A pesar de toda la confusión, los juegos y las
mentiras, lo extrañaba. Extrañaba el tacto de sus brazos y el olor de su
colonia. Extrañaba el sonido oscuro de su voz y la forma en que su mirada
se fijaba en mí como si fuera la única persona en el mundo. Extrañaba
sentir su mano en mi espalda baja mientras me guiaba a través de una
multitud y cómo siempre me daba sabrosos bocados de su propia comida.
Me perdí en la mirada de orgullo en sus ojos cuando me mostró mis
diseños en la vida por primera vez.
E incluso si iba directo al infierno por ello, extrañaba el sexo alucinante.
Por centésima milésima vez, tomé mi teléfono y busqué llamadas o
mensajes perdidos.
Nada.
Sabía que no llamaría ni enviaría mensajes. Odiaba los teléfonos móviles.
Tenía que dejar de pensar en todas las cosas buenas y pensar en todas las
formas en que era malo para mí.
Él era controlador. ¿Te refieres a la protección?
Él empujó la línea demasiado lejos. ¿Quieres decir que te sacó de tu zona
de confort, te hizo experimentar cosas nuevas?
Él era dominante. ¿Te refieres a la forma en que te empujaba contra la
pared y te besaba sin sentido como en las películas?
Me preguntaba si me extrañaba tanto como yo a él. ¿Era igual de
miserable? ¿Quizás ya había encontrado a alguien nuevo? Como esa loca
de hace unas semanas. ¿Ya me había reemplazado con alguien más
dispuesta a correr riesgos, más aventurera? ¿Alguien más dispuesta a jugar
sus juegos?
¡Oh, Dios mío! ¡Detente! Grité a mi mente interior.
Ya era suficiente. Este tóxico y retorcido carrusel tenía que terminar.
Mirando hacia abajo a los alfileres de pájaro, los arrojé con mi brazo,
dispersándolos en un borrón brillante a través del suelo. Sabía lo que tenía
que hacer...
Capítulo 30
Richard
— ¡Fuera! —Rugí mientras lanzaba mi vaso a la puerta parcialmente
abierta. Se estrelló contra el panel, enviando líquido ámbar y cristales rotos
lloviendo sobre el suelo.
Debería haberla obligado a quedarse. Debería haberla atado a mi cama
hasta que se diera cuenta de que su destino estaba conmigo. No había otra
opción.
Este no era el final.
No lo dejaría ser.
Era mía.
Fin de la historia.
Mía.
Mi error fue dejarla seguir viviendo su vida normal. No cometería ese error
dos veces. Necesitaba aislarla de todo. Sólo entonces se daría cuenta
finalmente de que su amor por mí superaba todo lo demás. Ella era mi
mundo. Necesitaba asegurarme que yo también lo era para ella. Necesitaba
asegurarme de que se olvidara de todo menos de mí.
Caminando hacia la repisa de mi dormitorio, recogí el frasco de pastillas
que había recibido del Dr. Leilend. Girando la tapa con mi pulgar, los vertí
hacia fuera sobre el mármol negro.
Cuatro píldoras.
Cuatro segundas oportunidades.
No pensaba en esto como cruzar una línea; en lo que concierne a Elizabeth,
no había línea.
No dudé que la recuperaría, por medios justos o faltas. La pregunta era
¿cómo podía asegurarme de que esto no volviera a suceder? Encadenarla
en una habitación no tenía atractivo a largo plazo. No había desafío ni
deportividad para esa solución. No, tenía que hacer que su elección fuera
quedarse. Y la única manera de hacer que eso sucediera era eliminar todas
las otras opciones.
Sirviéndome otra bebida, me giré para mirar las sábanas arrugadas. Me
había negado a permitir que las criadas limpiaran aquí. Aunque habían
pasado días, juro que todavía podía oler su esencia en mi propia piel, en
mis sábanas. Necesitaba recuperarla. La necesitaba en mis brazos. Bajo mi
control.
Había esta inquietud en mí, una oscuridad ansiosa que arañaba y arañaba
mis entrañas suplicando ser desatada. Sólo ella podía calmar a esa bestia.
Sin ella, la sentía crecer. Caminando hacia mi vestidor, abrí las puertas.
Había despejado una esquina para todos los vestidos que había hecho para
ella. Tomando un sorbo de brandy, saqué el vestido victoriano de gasa de
champán que figuraría en el retrato que estaba pintando de ella. Luego la
silla de montar a caballo en un profundo cazador de terciopelo verde. Eran
hermosas. Mi chica tenía verdadero talento, por desgracia, principalmente
para los vestidos usados hace ciento cincuenta años.
Las cosas serían mucho más fáciles si ambos viviéramos en la era
victoriana. Me casaría con ella, entonces sería su señor y maestro. Ella
estaría para siempre bajo mi control. Por las leyes de Dios y el hombre. A
diferencia de hoy en día, incluso con el matrimonio una mujer todavía
tenía independencia y libertad.
El pensamiento tenía atractivo.
El hecho era, incluso si ella volvía a mí esta vez, no duraría. Una vez más
haría algo que la empujaría demasiado lejos. Era inevitable. Siempre
estaría cuestionando nuestra relación. Los juegos que jugaba. El problema
era que esos juegos con ella eran los que hacían la vida soportable, sin
ellos todo era incoloro y aburrido.
Necesitaba la emoción de la conquista tanto como necesitaba aire... tanto
como la necesitaba a ella. Por eso era perfecta para mí. Era ambas cosas.
Un regalo inocente con un centro oscuro y retorcido.
Una mujer que era sumisa pero lo suficientemente fuerte como para
desafiarme.
Alguien que aceptaría mi polla en su culo, pero aun así mordía mi labio
hasta que sangraba cuando la besaba.
Joder, grité en la habitación vacía.
Necesitaba recuperarla... por cualquier medio necesario.
Era mía.
Mía.

Notificando a mi personal que quería el Aston Martin listo fuera con las
llaves en el encendido, me metí en un par de pantalones vaqueros y una
camiseta. Aún no tenía un plan completo, pero no podía pasar otro día sin
verla. Tenía más guardias que la reina, en secreto velando por ella, pero
no era suficiente. La necesitaba conmigo. La convencería de que regresara
y luego idearía un plan a largo plazo.
Lo que realmente necesitaba era una segunda oportunidad. Una
oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva. Qué emocionante desafío
sería convencerla de que se enamorara de mí de nuevo.
El juego definitivo.
Recogiendo mi vaso, me bebí el resto del trago, saboreando la quemadura,
antes de girar y abrir la puerta de mi habitación. — ¡Tú!
Capítulo 31
Richard
Elizabeth se paró allí con los ojos. Su brazo medio levantado, listo para
golpear.
—Tu personal dijo que podía…
No la dejé terminar su frase. Agarrándola de la cabeza, la atraje para un
beso. Envolviendo un brazo alrededor de su cintura, la llevé por encima
del umbral y le di una patada en la puerta.
—Richard, yo…
—Shhh... no hables. —Respiré contra su boca abierta mientras la besaba
de nuevo, mientras la llevaba a mi cama.
Tirándola en el centro, me arranqué la camisa. Mis manos fueron a la
cremallera de mis pantalones vaqueros mientras me quitaba los zapatos.
—Richard, tenemos que hablar.
—No hables. Quítate la ropa. —Gruñí mientras colocaba una rodilla entre
sus piernas abriéndolas y alcanzaba el dobladillo de su suéter.
Tirándolo sobre su cabeza, le palmé un pecho desnudo mientras tomaba el
pezón del otro pecho profundamente en mi boca, raspándolo a lo largo del
borde de mis dientes.
Elizabeth gimió mientras sus caderas se abrían.
Bajando para arrodillarme ante la cama, le quité los pantalones de yoga y
me incliné para lamer la costura de tela de su coño. Enganchando un dedo
en su tanga, lo tiré con dureza a un lado, sabiendo que la delgada banda
elástica presionaría contra su apretado agujero oscuro mientras lo hacía.
—Richard, no hagas esto. No puedo pensar con claridad. Necesitamos
hablar. —Gimió mientras sus dedos se clavaban en mi cabello.
—Más tarde. —Murmuré, mi aliento caliente cepillando su carne
expuesta.
Agarrando sus tobillos, los apoyé en el borde de la cama, extendiéndolos
ampliamente. Ella estaba aquí. En mi cama. Bajo mi control. Y nunca la
dejaría escapar de nuevo.

Mucho más tarde, me desenganché de las sábanas y caminé hacia la mesa


lateral junto a la chimenea. Quitando el tapón de cristal, nos serví a los dos
un brandy.
Mirando por encima de mi hombro, vi a Elizabeth sentada contra la
cabecera, sosteniendo una sábana sobre sus pechos, mientras pasaba una
mano sobre su cabello enredado. —Sabes, Richard, mi presencia aquí no
cambia nada. No puedo seguir teniendo la misma pelea, las mismas dudas,
sobre ti. Me está matando. Es tóxico. Somos tóxicos juntos.
Colocando el tapón en el brandy, miré hacia abajo en el líquido ámbar
oscuro. —Si tan sólo pudiéramos hacerlo de nuevo, pero de manera
diferente.
Elizabeth suspiró. —Es demasiado. Sé que suena loco, apenas nos
conocemos y sin embargo siento que hemos estado haciendo este mismo
baile una y otra vez durante años. Sé que te quiero, pero no sé si eso es
suficiente.
Buscando una de las píldoras, abrí su cáscara de plástico y tiré el contenido
en su bebida, viendo como el polvo blanco se esfumaba y luego se
disipaba.
Caminando hacia la cama, le di un vaso.
Elizabeth lo miró con sospecha. Levantó una ceja. — ¿Qué es esto?
—Brandy. Lo odiarás. Bébetelo de todos modos. —Le dije, dándole una
de mis sonrisas más encantadoras mientras tomaba un largo sorbo, todavía
mirándola por encima del borde.
—Sabes, pase lo que pase, siempre te amaré.
Sus hermosos ojos verdes se veían tan sinceros mientras lo decía, y yo le
creí. ¿Cómo podría no hacerlo? Ya estaba formando un plan para
asegurarme de ello.
Levanté mi copa. —Por los nuevos comienzos.
Elizabeth bebió profundamente, y luego se ahogó. Agarrando su garganta,
su voz ronca, ella dijo. —Oh, Dios mío, arde.
Me reí antes de tomar su vaso vacío. Acariciando su mejilla con la parte
posterior de mis nudillos, dije. —El Brandy es mucho como el amor.
Siempre hay un poco de dolor.
Capítulo 32
Lizzie (Presente)
Fallé.
El peso completo de Richard se estrelló contra mí, enviándonos a ambos
al suelo. Tenía mis caderas a horcajadas, su polla erecta presionando
contra mi estómago mientras ambas manos se cerraban como un torno
alrededor de mis muñecas. Levantando mi brazo, golpeó mi mano derecha
contra el suelo varias veces antes de que finalmente gritara y tirara el arma.
Su vello en el pecho rozó mi mejilla mientras se inclinaba sobre mí para
empujar el arma. Miré con desesperación mientras se deslizaba por el
suelo de madera para aterrizar con un golpe contra la pared debajo de la
cama.
La habitación apestaba a azufre quemado mientras la luz del sol brillaba
sobre nosotros.
Agarrando mis muñecas con una mano, Richard sujetó mi mandíbula y
forzó mi mirada hacia él.
Sus ojos eran duros e implacables. —Te lo advertí, nena. Si fallabas, no
habría piedad.
Las lágrimas se derramaron de mis ojos, honestamente no podía decir si
estaba llorando porque estaba feliz por perder o devastada porque lo hice.
Inclinándose, encerrándome, susurró oscuramente contra mi oído. —Es
hora de que empecemos un nuevo juego, mi amor. Excepto que éste tendrá
consecuencias mucho más altas.
Oh, Dios.
Su peso me estaba aplastando. No podía respirar. Aun así, susurré.
— ¿Qué vas a hacer, Richard? —Tanto temiendo como anticipando su
respuesta.
Me acarició la mejilla, un gesto que amé y desprecié al mismo tiempo.
—Voy a casarme contigo.
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