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pp. 115-128
https://doi.org/10.18800/derechopucp.201701.005
* Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Maestría con mención en Derecho Procesal; Universidad
Nacional Mayor de San Marcos y Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Doctorando en el Programa
de Doctorat en Dret, Economia i Empresa de la Universidad de Girona. Máster en Derecho Público,
especialidad Derecho Procesal por la Universidad Complutense de Madrid. Miembro e Investigador
externo del Instituto Vasco de Derecho Procesal.
Código ORCID: 0000-0001-8433-4099. Correo electrónico: alfavalu@hotmail.com
116 I. INTRODUCCIÓN
Desde hace un tiempo —aunque no mucho— estamos siendo testigos
del establecimiento y desarrollo de una institución de Common Law
en nuestro sistema jurídico, nos referimos a la recepción jurídica del
precedente (sobre la recepción del precedente en los sistemas de Civil
Law, véase Taruffo, 2012). Este hecho viene generando múltiples secuelas
en los «formantes» jurídicos1, al menos en la producción legislativa, en
las diversas posturas teóricas y, sobre todo, en los pronunciamientos
jurisdiccionales. Como consecuencia de ello, se puede observar algunas
peculiares posiciones que van desde una aceptación irreflexiva, pasando
por una posición escéptica, hasta propuestas moderadas que admiten su
recepción, pero que abogan por su adaptación. Sin embargo, debemos
reconocer que —a diferencia de sistemas de Civil Law de Europa
continental2— hemos sido extremadamente solícitos y acríticos en
su asentimiento, especialmente normativo. Esto sucede también en
algunos otros países de la región.
A la par de esta situación —quizá como una forma de resistencia
encubierta de los jueces frente a dicha figura—, al interior del Poder
Judicial se viene presentando otro fenómeno muy particular que, aunque
se parece, no podría catalogarse propiamente como precedente ni menos
como jurisprudencia (para una clara explicación sobre las diferencias
entre precedente y jurisprudencia, véase Taruffo, 2007). Nos referimos
a aquello que se ha convenido en llamar plenos jurisdiccionales3, los
cuales son definidos como las «reuniones de Magistrados de la misma
especialidad, de una, algunas o todas las Cortes Superiores de Justicia
del país, orientadas a analizar situaciones problemáticas relacionadas al
ejercicio de la función jurisdiccional; con la finalidad que mediante su
debate y posteriores conclusiones se determine el criterio más apropiado
1 La teoría de los formantes y su producto, los formantes jurídicos (legal formants), fue elaborada en
Italia por Rodolfo Sacco a partir de la lingüística estructuralista. La expresión «formante» procede
de la fonética acústica, el estudio de la consistencia física de los sonidos vocales y de su difusión a
través de un medio como, por ejemplo, el aire. En este ámbito, el formante indica la frecuencia de
resonancia de los sonidos que tienen lugar en la cavidad oral y que caracterizan su timbre: permite
descomponer esos sonidos y, sobre todo, poner de manifiesto e identificar sus distintos componentes
(Somma, 2015, p. 154). En la comparación jurídica, el formante representa los componentes del
derecho, entre los que se identifican, el formante legal —para dar cuenta de las reglas elaboradas
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por el legislador—, el formante doctrinal — contenido por preceptos elaborados por los teóricos— y el
formante jurisprudencial —el cual coincide con las indicaciones emitidas por los tribunales— (Sacco,
1992, pp. 44ss).
2 Por las repercusiones que viene generando en nuestro país, la posición abierta y permisiva frente al
precedente (el cual se origina—conviene recordar— en países del Common Law) no parece haber
sido la actitud ideal ni la más apropiada. Tal vez, para hacer frente a los problemas de la falta de
predictibilidad y uniformidad del derecho —entre otras «razones»—, deberíamos haber optado por
trabajar y mejorar la institución de la jurisprudencia (propia de Civil Law), la cual, por su falta de
comprensión y su casi nulo desarrollo normativo (dado que no tenemos reglas sobre su formación,
requisitos, grado de su fuerza normativa, etcétera) ciertamente no cumplió a cabalidad su propósito.
Empero, puesto que este no es el lugar para seguir con tal cuestión, dejo abierto el debate y el
compromiso de analizarse en otro trabajo.
3 También en otros sistemas jurídicos, desde hace un tiempo, podemos encontrar figuras semejantes a
la mencionada, así, en España existen los llamados acuerdos de pleno jurisdiccional. En este caso,
se viene discutiendo el grado de vinculación que tendrían (Manjón-Cabeza, 2008, pp. 1-25).
4 En el Perú, los plenos jurisdiccionales son de diversos tipos. Por ejemplo, en relación con la
proyección geográfica, pueden ser distritales, regionales y nacionales; atendiendo a los grados de
la organización judicial: plenos de jueces de paz letrados, especializados, superiores y supremos;
y, finalmente, considerando la materia o especialidad, pueden ser plenos de familia, laborales,
penales, contencioso-administrativos, constitucionales, civiles y procesal-civiles. Además, se admite
combinaciones y variantes de estos criterios, por ejemplo, puede darse el caso que existan plenos
jurisdiccional nacional civil y procesal civil. Empero, conviene plantearse la siguiente problemática:
si su propósito es propiciar los valores de seguridad y predictibilidad, esta multiplicidad y diversidad
no parece ser ideal, más aun si desde 1997 se vienen realizando de manera ininterrumpida todos
los años (según información proporcionada por el Poder Judicial del Perú en la página «Plenos
Jurisdiccionales» al interior de su sitio web). Esta frecuencia puede implicar que para los jueces (pero
también para los abogados) sea una tarea realmente titánica y complicada encontrar un criterio entre
tantos plenos.
5 Para justificar esta expresión, se ha dicho que la anormalidad de estos especiales fenómenos y de
sus consecuentes desenlaces especiales del proceso no significa necesariamente su disconformidad
con las normas jurídicas relativas a la terminación del proceso, sino que debe entenderse en el
sentido de que la sentencia de fondo dictada a consecuencia de una contradicción, mayor o menor,
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entre las partes es, de hecho, lo más frecuente y habitual y, de derecho, lo que la ley procesal
considera ordinario y común (De la Oliva & Diez-Picazo, 2000, p. 422).
6 En la comparación jurídica, considerada como una forma de conclusión anormal del proceso, por
ejemplo, el Tribunal Supremo español ha establecido que la «caducidad de la instancia es una de
las especies del concepto más general de extinción del proceso, entendiendo por extinción toda
conclusión anormal producida sin que el proceso haya cumplido su fin, esto es sin que se haya
decidido sobre la pretensión en el mismo planteada. Cuando la extinción se causa por inactividad de
los sujetos se está ante la caducidad, que se produce, pues, sin acto de clase alguna, por el simple
hecho del transcurso del tiempo sin realizar actividad procesal» (STS 17784/1993).
7 En la doctrina italiana, Chiovenda, quien identifica el fenómeno como caducidad, lo concibe de la
siguiente manera: «es un modo de extinción de la relación procesal, y que se produce después
de cierto período de tiempo, en virtud de la inactividad de los sujetos procesales» (1940, p. 310).
También, Carnelutti, explicaba que «El procedimiento se extingue por perención, cuando habiendo
asignado un plazo perentorio, por la Ley o por el Juez, para el cumplimiento de un acto necesario a
la prosecución, dicho acto no es realizado dentro del plazo» (1959, p. 174).
8 Este sentido es acorde con la propuesta de Guasp, quien afirma que la caducidad de la instancia
(para nosotros abandono procesal) «es la extinción del proceso que se produce por su paralización
durante cierto tiempo en que no realizan actos procesales las partes» (1973, p. 539).
9 En efecto, por ejemplo, para Taruffo, «La justicia de la decisión no presupone solamente su legalidad,
es decir, que se derive de una correcta interpretación y aplicación de las normas, sino también su
veracidad, es decir, la determinación de la verdad de los hechos relevantes: la razón fundamental
de esto es que ninguna decisión puede considerarse justa si se basa en una determinación falsa o
errada de los hechos de la causa» (2010, p. 413). Sobre la relación teleológica entre prueba y verdad,
véase Ferrer (2007, pp. 29-30).
10 Sobre el particular, el profesor De la Oliva es enfático en sostener que «desde varios puntos de
vista, es erróneo y perturbador denominar “principios” a todos los criterios generales en virtud de
los cuales se opta por regular de un modo o de otro el proceso o ciertos aspectos o actuaciones
de este. Para la mayoría de esos criterios resulta preferible utilizar los conceptos y términos de
“reglas” o “máximas”. Como he repetido en muchas ocasiones, cuando todo son principios, nada
es principio. Y lo mismo sucede —y con impaciencia lo repito también una y otra vez— cuando a
cualquier posibilidad de actuación humana se le denomina “derecho”: cuando todos son “derechos”,
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nada es derecho. Semejante amplitud conceptual no conduce a nada positivo» (2012, p. 245).
11 El profesor De la Oliva explica que el principio de oficialidad es aquel «derivado del intenso interés
público predominante en ciertas materias, por el cual el proceso, su objeto, los actos procesales y
la sentencia no están subordinados a la disposición de los sujetos jurídicos particulares en relación
con la tutela de los derechos e intereses legítimos, sino que dependen de que aquel interés se ponga
de manifiesto al tribunal y se haga valer por otros órganos públicos ante situaciones subsumibles
en supuestos taxativamente determinados por la ley» (de la Oliva, Diez-Picazo, Giménez & Vegas,
2012, p. 208).
12 Con relación al impulso procesal, en general, Eduardo Couture explica que «Se denomina impulso
procesal al fenómeno cuya virtud asegura la continuidad de los actos procesales y su dirección hacia
el fallo definitivo» (2002, p. 142).
13 Este razonamiento se ve plasmado en la siguiente posición de la Corte Suprema: «si bien la figura del
abandono importa la inactividad procesal, su declaración no puede obviar la obligación del juzgador
en su condición de director del proceso, de impulsarlo aún sin necesidad de que la otra parte lo
solicite y cuando el estado mismo corresponda» (Casación 2422-2013 JUNÍN, fundamento 8).
I V. E L A B A N D O N O A N A L I Z A D O E N E L P L E N O
JURISDICCIONAL NACIONAL CIVIL
Precisamente, en el último Pleno Jurisdiccional Nacional Civil y Procesal
Civil, realizado en la ciudad de Lima (para una revisión de todos los
temas de debate, ponencias, justificaciones, materiales bibliográficos
y jurisprudenciales utilizados en el citado pleno jurisdiccional, véase
14 Esta idea parece ser acorde al sentido expresado por la Corte Suprema, para quien el abandono
procesal es «un medio procesal a través del cual se extingue un proceso por falta de actividad
idónea de los sujetos procesales» (Casación 884-2003 LAMBAYEQUE, citada en Casación 4805-
2010 LIMA).
15 Sobre el particular, la Corte Suprema ha expresado que «el abandono implica dos factores
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17 Si revisamos con detenimiento el Código Civil peruano (donde se encuentran las reglas de
prescripción) advertiremos que hay derechos que son calificados de modo expreso y literal con
la calidad de imprescriptibles, como el caso del derecho de la propiedad de las tierras de las
comunidades campesinas y nativas (artículo 136), petición de herencia (artículos 664 y 865),
reivindicación de un bien salvo la prescripción adquisitiva (artículo 927), entre otros.
18 En esta misma línea de reflexión, Ariano, respecto de las pretensiones vinculadas con el derecho de
propiedad, se hace las siguientes preguntas: «¿Por qué un proceso de partición no puede morir por
abandono y sí, en cambio, uno cuyo objeto sea una simple condena al pago de una suma de dinero?
Si de lo que se trata es que los procesos no sean eternos, molestando más de lo tolerable al órgano
judicial, ¿por qué uno, frente a la inercia de las parte, podría eternizarse y el otro no? Misterio» (2004,
p. 50).
19 A diferencia del proceso civil peruano, en el modelo francés, el plazo legal de inactividad procesal del
proceso es de dos años, conforme a lo previsto en el artículo 386 del Codede procédure civile, en
donde se establece lo siguiente: «Se producirá la caducidad de la instancia cuando ninguna de las
partes realizara actuaciones en el proceso durante dos años».
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Recibido: 10/03/2017
Aprobado: 18/05/2017
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