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Máscaras mexicanas: de la cultura prehispánica, al Museo Rafael Coronel y a la lucha

libre.

Las máscaras son fascinantes, es un objeto que oculta y muestra algo a la vez. En

México son una parte importante e icónica del patrimonio y de la riqueza cultural, ya que

han sido una herramienta para la expresión y representación en México a lo largo de los

siglos. Este ensayo se centrará en el uso y desarrollo de las máscaras como medio de

expresión desde México prehispánico hasta México contemporáneo, analizando los

diferentes materiales, símbolos y usos que se les otorgaron a estas máscaras con el

propósito de mostrar la riqueza cultural y la memoria social que se puede guardar en ellas.

Sea porque buscaban representar deidades, animales, seres fantásticos, personajes

históricos, santos, hombres o mujeres comunes, los mexicanos de ayer y hoy buscaron

respuestas a su compleja identidad mediando el arte y la interpretación, podemos ver esto

en sus elaboradas tradiciones. Para apaciguar a sus dioses, como decoración o durante la

época colonial cuando los evangelistas trataron de usar las máscaras como instrumento para

enseñar la religión católica a los aztecas, las máscaras han estado presentes en el desarrolló

de México no para ocultar ni transformar la identidad sino justamente reforzarla.

México prehispánico es el período de la historia del país anterior a la conquista y

colonización española, donde diferentes civilizaciones florecieron. En la cultura


mesoamericana las máscaras eran elaboradas de diferentes materiales como arcilla,

madera, cuero, piedra, jade, papel, piel de animales, obsidiana gris, concha, entre muchos

otros dependiendo del período, artista y cultura.

Las máscaras han fungido como elementos rituales, esenciales en la celebración de

diversas tradiciones en México.

En México prehispánico muchas de las deidades son representadas con

máscaras para poder comunicar su carácter sagrado, y algunas de ellas retoman

expresiones derivadas de animales, por ejemplo, las serpientes visibles en las

máscaras Tláloc, de la cultura mexica, hechas en cerámica modelada y pigmento

azul y negro, encontradas en el Templo Mayor. (Alonzo N., 2016, p. 7)

La curadora Sofía Martínez del Campo (2015) explica que la máscara es un

elemento de transformación que surge a partir del concepto de comunicarse con la

naturaleza, siendo un ejemplo las máscaras de venado. Este tipo de máscara, hecha en

Oaxaca de madera y de piel de venado se usa hasta la fecha en diversas danzas

ceremoniales de fertilidad.

Al hablar de la cultura maya, la revista Explore (2020) detalla que las máscaras

estaban relacionadas con los dioses y la humanidad, representaban a las divinidades y entes

superiores. Por ejemplo, las máscaras de jade eran usadas con la finalidad de preservar el

semblante de los gobernantes que morían. Los líderes las usaban para representar su poder

y en los funerales y a los monarcas se le ponía una máscara para que los señores superiores

de Xibalbá los reconocieran y pudiesen viajar al más allá.


Sin embargo, Explore igual explica que las máscaras en la cultura maya no tenían

solamente un objetivo funerario, también fabricaban unas de madera para danzas y rituales.

Igualmente fabricaban máscaras para representar animales sagrados como las que portaban

los gobernadores que llamaban “balames” (jaguar en maya) o las que usaban los chamanes

en diversas ceremonias para representar que estaban protegidos por las divinidades. Más

adelante imitaron los animales que trajeron los españoles como gatos, cerdos y vacas.

Además, otros autores mencionan que existían muchas máscaras de oro, pero que

los españoles se las llevaban para fundirlas y hablan de la dificultad que existe al

determinar el uso específico de las máscaras declarando que:

A menudo es difícil descubrir los significados de aquellas máscaras, puesto

que los únicos documentos históricos son las crónicas de los españoles, cuya

interpretación de las culturas indígenas está determinada por su visión europea y

católica. (Hecke, 1998, p. 4)

En la época colonial los europeos trajeron muchas tradiciones nuevas a México y

cambiaron los sistemas previamente establecidos, introduciendo la religión católica y

cambiando la identidad e ideologías que existían antes. El indígena ante tal impacto cultural

resguardó su propia visión del mundo haciendo uso de la máscara, como una manera de

resguardar sus tradiciones y como representación artística. Gracias a esto el significado de

la máscara quedo en un medio entre lo artístico y mágico.

Como se menciona previamente, en la época colonial los evangelistas se dieron

cuenta de que, si querían transformar realmente las creencias de un pueblo entero,

tenían que incorporar sus creencias y rituales a las ceremonias católicas, por lo que

fueron utilizadas como instrumento para enseñar la religión católica a los aztecas, los
evangelizadores utilizaron las máscaras y los espectáculos para promover la fe a

través de obras de teatro y representaciones de bailes, una de las más importantes fue el

desfile que representó la batalla de Moros y cristianos, en donde los Moros fueron

representados con ellas. Los moros fueron expulsados de España en 1492 y los misioneros

introdujeron el baile para mostrar la superioridad de los cristianos, por lo que esta danza

fue acogida por los pueblos indígenas y representada en los dialectos indígenas. Otros

bailes donde se utilizan las máscaras se han desarrollado respecto a la conquista de

México, como en Semana Santa, Día de Muertos, así como Carnaval de México (Festival

introducido por los españoles).

Las características faciales, colores e incluso los materiales utilizados de las

máscaras pueden cambiar de pueblo en pueblo por las mismas danzas o rituales realizados,

aunque la mayoría de estás estaban hechas de materiales biodegradables, por lo que se sabe

de ellas a través de códices.

Las máscaras están hechas de barro cocido, madera, cuero, cera, cartón,

papel maché, plumas por mencionar algunos materiales y sus principales figuras,

incluyen europeos (españoles, franceses, hacendados), así como ancianos, animales,

seres fantásticos, demonios, diablos etc.

Muchas de las máscaras que se desarrollaron durante la época colonial eran

utilizadas para burlarse de las autoridades (además de para los bailes) por lo que estas

quedaron prohibidas desde el Siglo XVI hasta el XVIII. A pesar de esta prohibición, las

máscaras sobrevivieron hasta la Independencia de México cuando las leyes de la Santa

Inquisición fueron revocadas totalmente, lo que quedó de esto fueron las prácticas

indígenas mezcladas con católicas y otras tradiciones europeas.


Durante la Independencia y los años siguientes se disminuyó el uso de las

máscaras en los rituales, pero una vez los estados empezaron a asentarse con sus

debidas tradiciones se retomó el uso de máscaras en bailes solo que con un uso más

artístico que religioso o ceremonial. Además, que en México independiente se

comenzó una transformación de la máscara como artesanía y objeto de admiración.

“En ocasiones aparecen como un ejercicio etnográfico o como un elemento de vida y

muerte, con el propósito de despertar el interés en las costumbres ancestrales, o

asombrar al público con sus increíbles formas y materiales.” (Alonzo, 2016, p. 13)

Las máscaras mexicanas sirven como un espejo para reflejar la historia

mexicana y sus profundas tradiciones, son un registro del paso del tiempo y de las

herencias culturales que conforman los mexicanos.

En las civilizaciones modernas, en cambio, la máscara pierde su

significado, desaparece, se sustituye por la ciencia o sobrevive como forma

de diversión en carnaval y fiestas folklóricas. Su significado ritual y

ceremonial se convierte en significado teatral y carnavalesco. La magia es

sustituida por el arte. Hoy en día se aprecia la máscara por su valor artístico

y no mágico. (Hecke, 1998)

Después de la Independencia las máscaras se han utilizado en conjunto con

las danzas tradicionales y estas a su vez han evolucionado en diferentes formas en la

cultura popular como por ejemplo la lucha libre.

Casi desde el inicio de la historia de la lucha libre, nos hemos encontrado con

un sin fin de luchadores que han portado una máscara para ocultar su identidad al

subir al escenario, pero el uso de estas va más allá de sólo ocultar su identidad, sino
que representan una extensión del mismo basándose en su personalidad siendo una

representación de su carácter, pero esto trae consigo en ciertas ocasiones un descenso

en su carrera al perderla frente a un rival o en caso contrario ser un grande al ser

poseedor de una al ganarla en el cuadrilátero.

Documentado por diversas fuentes (Chilango, 2017; Milenio, 2019) durante

las primeras décadas del siglo XX, específicamente el 21 de septiembre de 1933, en

la antigua Colonia Hidalgo, Lutteroth González, Salvador Lutteroth Camou y Miguel

Corona y Francisco Ahumada inauguraron la Arena México, dando como resultado

“El Coloso de la Doctores” un escenario para el florecimiento de una de las

tradiciones constitutivas de la identidad y cultura urbana: La Lucha Libre Mexicana.

El uso de las máscaras en la lucha libre mexicana, viene de una tradición

traída de los Estados Unidos y se remonta a los años treinta, específicamente en el

año 1933, cuando el fundador de la Empresa Mexicana de Lucha Libra (EMLL),

Salvador Lutteroth, vio a un joven estadounidense de 27 años de ascendencia

irlandesa llamado Corbin James Massey luchar Tejano, que mostraba una gran

agilidad y técnica al moverse arriba del cuadrilátero, el cual llamó su atención y lo

trajo a México bajo el nombre de Ciclón MacKey, en su primera pelea Massey perdió

y pasó desapercibido; sin embargo, en el siguiente año (1934) regresó a nuestro país

y para no ser reconocido le pidió a Don Antonio Torres, quien se dedicaba a hacerle

calzado a los luchadores de la época que le fabricara una máscara para ocultar su

identidad. La primera máscara fue un fracaso total, pero después de esta, vio sus

errores y volvió a crear una nueva máscara, tomándole 17 medidas a su cabeza (las

cuales en la actualidad se siguen utilizando), y así de esta manera Massey se convirtió


en “La maravilla enmascarada”, haciendo su debut en el año 1935 en la Arena

México, donde todo el mundo quedaría fascinado con la aparición de un gladiador

que ocultaba su identidad, ayudándole a que su carrera despegara y se llenara de

misticismo, provocando que la afición se preguntase quién era el hombre bajo la

capucha; Esta máscara era completamente negra con aberturas en los ojos, nariz y

boca. A partir de ese momento, todos los luchadores mexicanos comenzaron a desear

portar una máscara para que le diera mayor personalidad a su personaje. En el Tweet

de @LuchaLibreYYa (2019) se comenta que “El Murciélago Velázquez” fue el

primer luchador mexicano que portó una máscara, pero al mismo tiempo fue el

primero en perderla en un Máscara vs. Cabellera.

Según Sánchez (2019) Para la década de los años 50, la Lucha Libre

Mexicana estaba ya tan afianzada, y arraigada en el ideario de la cultura popular, que

su incursión en la pantalla grande se volvió inevitable, filmándose así en 1952 las

primeras películas de luchadores: La Bestia Magnífica, Huracán Ramírez, El

Luchador Fenómeno y el Enmascarado de Plata, lo cual sirvió como “plataforma y

proyectó la lucha libre hacia el mundo, presentándola como rasgo distintivo de ‘La

Cultura Popular Mexicana’”. (Villareal, 2018)

Para la segunda mitad del siglo XX el fenómeno cultural de la lucha libre ya

se había complejizado, surgiendo una nueva generación de luchadores, se

construyeron más arenas, hubo nuevos promotores de espectáculos, se formó el

sindicato de luchadores, en fin, la Lucha Libre se había consolidado entre las

prácticas culturales de la Ciudad de México, que según Villareal (2018) ya empezaba

a rebasar sus fronteras regionales para difundir su identidad en el resto del país y en
el mundo.

Las máscaras eran elaboradas por zapateros con material como piel de res o

ternera, similar al que utilizaban para el calzado, lo cual provocaba que sudara en

exceso su portador y no se ajustaba a su cabeza por lo que los orificios de los ojos

estaban mal hechos, por lo cual no se podía ver bien, pero con el tiempo se le fue

agregando tela de color a la piel para darle los colores característicos de cada

luchador. Con el paso de los años, el poliéster sustituyó a la piel ya que es una tela

resistente, pero a la vez colorida; las máscaras oficiales están hechas a mano para un

mejor acabado, tardándose hasta dos días en elaborar una máscara profesional,

cuidando cada detalle al gusto de los luchadores y las medidas de su cabeza.

Actualmente algunos mascareros utilizan lycras, pero no brinda la protección

necesaria para resguardar la incógnita como se hacía anteriormente.

Además de la representación moderna de las máscaras en la cultura mexicana

mediante la lucha libre, existen artistas y museos que se enfocan en las mismas y en

su preservación. El Museo Rafael Coronel es un ejemplo de esto, mejor conocido

como “El Museo de las Máscaras”, posee la mayor colección de máscaras del mundo,

albergando más de 11 mil objetos de este tipo, varias de ellas representaban las

fiestas populares pagano-religiosas de todo el país. Según Miron (2019) este museo

está ubicado en la ciudad de Zacatecas fue creado después de que el pintor donara en

1990 su colección de arte, de culto y popular, como una forma de homenaje al pintor

nacido en 1931. El museo se ubica en el exconvento de San Francisco, un inmueble

con gran historia, pues de él partieron los frailes al norte de México y sur de Estados

Unidos para la evangelización.


Estas máscaras además de tener toda una historia ya que fueron utilizadas en

alguna fiesta popular, están elaboradas en los más diversos y tradicionales materiales,

como “madera, piel de animal y cola de caballo, que representan danzas del país,

como la de los ‘Viejitos’, de los catrines, del venado, la Judea, los Pascolas y los

Tastoanes.” (Notimex, 2015) Aunque la colección completa está integrada por más

de 11 mil máscaras solamente se exhiben 2300, debido a que no hay espacio

suficiente para la totalidad.

La máscara surge en diferentes contextos y con diferentes significados,

pero siempre se trata de un juego de la identidad, sea ocultamiento,

desdoblamiento o refuerzo. La búsqueda de la identidad es un tema constante en la

historia del mexicano. Hijo de un padre conquistador y de una madre violada, el

origen del mexicano es conflictivo desde el principio. Su historia es un proceso

doloroso y traumático de mestizaje, de una síntesis no realizada, de una mezcla

entre dos culturas que no logran reconciliarse

La máscara es un elemento de la cultura mexicana, no sólo en las

religiones prehispánicas, las fiestas, la lucha libre o entre la guerrilla, sino que es

un concepto básico del ser mexicano. En El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz

se refiere en el capítulo “Máscaras mexicanas”, no a las máscaras materiales sino

a la máscara en su sentido figurativo. El mexicano se oculta constantemente detrás

de una máscara, su hermetismo lo protege contra el exterior hostil. El mexicano se

encierra, porque “abrirse” es ser cobarde (Paz, 2015, p. 34).

Para concluir tenemos que ver a las máscaras como parte de la historia, de

la cultura, con múltiples significados y secretos. Fueron usadas para bailes,


ceremonias y adoración, algunas como símbolos de poder y una legendaria

identidad y otras simplemente se volvieron arte. Para comunicarnos los mexicanos

a veces usamos máscaras, evitando mostrar nuestro verdadero ser, pero sin

importar los materiales o cómo lo expresemos seguimos teniendo una gran cultura

llena de mezclas que representamos en nuestras máscaras.


SI QUIERES REFERENCIAR MI ENSAYO: Fue hecho el 30 de mayo del 2021 por V. Bauer

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