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El adulto del psicoanalisis


Silvana María

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Mabel Alicia Campagnoli
Universidad de Buenos Aires.
Facultad de Psicología.

Psicología Evolutiva Adolescencia.


Cátedra 1- José A. Barrionuevo.

EL ADULTO DEL PSICOANÁLISIS.


Referencias en Freud, S. y otros.

Prof. José Barrionuevo.

Fecha: abril de 2016.


José Barrionuevo

Ficha de Cátedra. Freud y otros.

EL ADULTO DEL PSICOANÁLISIS.

Desde una lectura de la psicología evolutiva:

• Maduro: quien ha alcanzado su desarrollo completo y está en la sazón


debida.
Se aplica a la persona que obra y toma decisiones con buen juicio, prudencia y
madurez; etapa de plenitud.

• Adulto: De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), es un


adjetivo que procede del vocablo latino adultus. El concepto permite calificar
a aquel o aquello que alcanzó su desarrollo pleno.

Desde una lectura psicoanalítica (algunas breves citas):

Freud, S.:

“El deseo que se figura en el sueño tiene que ser un deseo infantil. Por tanto,
en el adulto proviene del Icc; en el niño, en quien la separación y la censura entre
Prcc e Icc todavía no existen o sólo están constituyéndose poco a poco, es un deseo
incumplido, no reprimido de la vida de vigilia…” Freud, S.: (1900-01) “La interpretación
de los sueños”, segunda parte. En Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu
Ediciones. Vol. V. 2001 pag. 546.
“Otro descubrimiento, mucho más sorprendente, nos dice que de las
formaciones anímicas infantiles nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el
desarrollo posterior. Todos los deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y
actitudes del niño son pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y bajo
constelaciones apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. No están destruídos,
sino situados bajo unas capas que se les han superpuesto, como se ve precisada a
decirlo la psicología psicoanalítica con su modo de figuración espacial. Así, se
convierte en un carácter del pasado anímico no devorado por sus retoños, como lo es
el histórico; persiste junto a lo que devino desde él, sea de una manera sólo virtual o
en una simultaneidad real. Prueba de esta aseveración es que el sueño de los
hombres normales revive noche tras noche el carácter infantil de estos y reconduce su
entera vida anímica a un estadio infantil”

…………………………………………

“…al niño le falta todavía la capacidad, que se adquiere más tarde, de distinguir
la alucinación o fantasía de la realidad”. “El adulto ha aprendido esta diferencia…”
Freud, S.: (1900-01) “La interpretación de los sueños”, segunda parte. En Obras
Completas, Buenos Aires, Amorrortu Ediciones. Vol. V. 2001 pag. 660.

“Estoy presto a aseverar que toda neurosis de un adulto se edifica sobre su


neurosis de la infancia, pero esta no siempre fue lo bastante intensa como para llamar
la atención y ser discernida como tal” Freud, S. (1917) De la historia de una neurosis
infantil. Amorrortu editores. Vol. XVII, pag. 90.

“En la psicología del adulto hemos logrado separar con éxito los procesos
anímicos en concientes e inconcientes y describir ambos con palabras claras. En el
niño, esa diferenciación nos deja casi por completo en la estacada” (idem ant., pag.
95)

“… el Complejo de Edipo existe en la infancia de todo ser humano, experimenta


considerables modificaciones en el curso del desarrollo y en muchos individuos
subsiste con variable intensidad aun en la edad madura” Freud, S. (1930) La
peritación forense en el proceso Halsmann. Ed. B. Nueva., pag 3072.

“Comprendemos que el hombre primitivo necesite un dios como creador del


universo, como cabeza de la tribu, y como tutelar personal”. (…) El hombre de épocas
más recientes, el de nuestros días, se conduce de idéntica manera. También él, aun
como adulto, sigue siendo infantil y necesitado de protección…” Freud, S. (1930)
Moisés y la religión monoteísta, Ed. B. Nueva, pag. 3318.

“Cada uno de nosotros termina por aventar como ilusiones las expectativas que
generó en su juventud respecto de los prójimos, y sabe por experiencia propia cuánto
más difícil y dolorosa se le volvió la vida por la malevolencia de estos” Freud, S. (1930)
El malestar en la cultura. Amorrotu editores. Vol. XXI, pag. 109.

“... la conciencia de culpa no es sino angustia frente a la pérdida de amor,


angustia ´´social´´. En el niño pequeño la situación nunca puede ser otra; pero es
también la de muchos adultos…” (…) “Por eso los adultos se permiten hacer
cualquier mal que les ofrezca ventajas, siempre que estén seguros de que la autoridad
no los descubrirá o nada podrá hacerles…” (idem ant., pag 121).

Lacan, J.:

“… la familia aparece como un grupo natural de individuos unidos por una


doble relación biológica: la generación, que depara los miembros del grupo; las
condiciones de ambiente, que postulan el desarrollo de los jóvenes y que mantienen al
grupo, siempre que los adultos progenitores aseguren su función”. Lacan, J. (1938) La
familia. Editorial Argonauta. Bs. As. 1978. pag. 13.
“… los complejos desempeñan un papel de ‘organizadores’ en el desarrollo
psíquico. (…) Complejos, imagos, sentimientos y creencias serán estudiados en
relación con la familia y en función del desarrollo psíquico que organizan, desde el
niño educado en la familia hasta el adulto que la reproduce”. Lacan, J. (1938) La
familia. Editorial Argonauta. Bs. As. 1978. pag. 29-30.

“…para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre… A la luz de


esto, que constituye una relación fundamental, debe interrogarse todo lo que en el
comportamiento del niño puede interpretarse como orientándose hacia ese hacer de
hombre.” (...) “Esto es lo importante: que para hablar de identidad de géneros, que no
es otra cosa que lo que acabo de expresar en estos términos, el hombre y la mujer, es
claro que la cuestión no se plantea sólo porque eso surja precozmente a partir de que
en la edad adulta es destino de los seres parlantes repartirse entre hombre y mujer y
para comprender el acento que se pone sobre estas cosas, sobre esta instancia, es
necesario darse cuenta que aquello que define al hombre en su relación con la mujer e
inversamente, nada nos permite en estas definiciones del hombre y de la mujer
abstraerlos por completo de la experiencia parlante, incluso en las instituciones en
donde esta experiencia se expresa, a saber el matrimonio”. Lacan, J. (1971) “De un
discurso que no fuese del semblante”. Seminario 18. E.F.B.A. Clase 2. pag. 19.

Aberastury, A.:

“Entrar en el mundo de los adultos –deseado y temido- significa para el


adolescente la pérdida definitiva de su condición de niño. Es momento crucial en la
vida del hombre y constituye la etapa decisiva de un proceso de desprendimiento que
comenzó con el nacimiento. (…) Sólo cuando su madurez biológica está acompañada
por una madurez efectiva e intelectual que le permita su entrada en el mundo del
adulto, estará equipado de un sistema de valores, de una ideología que confronta con
la de su medio y donde el rechazo a determinadas situaciones se cumple en una
crítica constructiva. Confronta sus teorías políticas y sociales y se embandera,
defendiendo un ideal. Su idea de reforma del mundo se traduce en acción. Tiene una
respuesta a las dificultades y desórdenes de la vida. Adquiere teorías estéticas y
éticas. Confronta y soluciona sus ideas sobre la existencia o inexistencia de Dios y su
posición no se acompaña por la exigencia de un sometimiento ni por la necesidad de
someter” Aberastury, A. (1973) “La adolescencia normal” Bs. As.: Editorial Paidós.
pag. 15.

Dolto, F.:

“Un individuo joven sale de la adolescencia cuando la angustia de sus padres


no le produce ningún efecto inhibidor. (…) “… han alcanzado el estado adulto cuando
son capaces de liberarse de la influencia paterna tras alcanzar este nivel de juicio: ‘Mis
padres son como son, no los cambiaría y no trataría de cambiarlos. No me toman
como soy; peor para ellos: los abandono”. Dolto, F. (1990). La causa de los
adolescentes. Bs. As. Editorial Seix Barral.

“Se es adulto físicamente entre los veintidos y los veinticinco años, al terminar
la osificación”. (…) “Ser verdaderamente adulto es ser responsable de sí y de sus
actos ante los demás. Se es tanto más adulto cuando uno tiene conciencia de sus
contradicciones y acepta asumirlas”

……………………………………………………………………………………………………
……

“La mayor parte de los adultos tienen, en su manera de pensar, un freno en la


cabeza, debido a su miedo. Miedo de envejecer, de morir, de perder su empleo, su
auto, su amor. Tienen miedo por aquellos a quienes aman. Tienen miedo de no estar a
la altura de la situación. Tienen miedo de lo desconocido. El miedo está en el
razonamiento de casi todos los adultos, lo sepan o no”. Dolto, F. (1992) “Palabras
para Adolescentes o el Complejo de la langosta”. Bs. As.: Editorial Atlántida.
Winnicott, D. W.:

“… la muerte y el triunfo personal aparecen como algo intrínseco al proceso de


maduración y de la adquisición de la categoría de adulto”. Winnicott, D. W. (1972).
Realidad y juego. Bs. As. Editorial Gedisa. pag.187)

“Que los jóvenes modifiquen la sociedad y enseñen a los adultos a ver el


mundo en forma renovada, pero donde existe el desafío de un joven en crecimiento,
que haya un adulto para encararlo” (ant. cit. pag. 193)

Sobre los padres, adultos, del psicoanálisis:

Freud, S.:

“… los padres desempeñan desempeñan el papel principal en la vida anímica


de todos los que después serán psiconeuróticos (…)… el enamoramiento… el
odio...(…) Pero no creo que los psiconeuróticos se distingan grandemente en esto de
los otros niños que después serán normales,… esos deseos ocurren en el alma de
casi todos los niños” Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños. Bs. As.
Amorrortu editores. Vol. V. 2001, pag. 269.

“¿no cabe escandalizarse por los resultados de una indagación que concede a
las contingencias de la constelación parental tan decisivo influjo sobre la vida de un
hombre? Creo que no hay ningún derecho al escándalo” Freud, S. (1910) Un recuerdo
infantil de Leonardo da Vinci, Bs. As. Amorrortu editores. Vol. XI. 1996. pag. 127.

“El superyó, proveniente del complejo paterno, es el monumento recordatorio


de la endeblez y dependencia en que el yo se encontró en el pasado… así como el
niño estaba compelido a obedecer a sus progenitores, de la misma manera el yo se
somete al imperativo categórico de su super yo” Freud, S. (1923). El yo y el ello. Bs.
As. Amorrortu editores. Vol. XIX. 1996. pag. 49.
“… la experiencia enseña que la severidad del superyó desarrollado por un
niño en modo alguno espeja la severidad del trato que ha experimentado” Freud, S.
(1930) El malestar en la cultura. Amorrotu editores. Vol. XXI, pag. 126.

“Franz Alexander (…) ha formulado acertados juicios con respecto a los dos
tipos principales de métodos patógenos de educación: la severidad excesiva y el
consentimiento. El padre ‘desmedidamente blando e indulgente’ ocasionará en el niño
la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión del amor
que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro. En el niño
desamparado, educado sin amor, falta la tensión entre el yo y el superyó, y toda su
agresión puede dirigirse hacia afuera. Por lo tanto, si se prescinde de un factor
constitucional que cabe admitir, es lícito afirmar que la conciencia moral severa es
engendrada por la cooperación de dos influjos vitales: la frustración pulsional que
desencadena la agresión, y la experiencia de amor, que vuelve esta agresión hacia
adentro y la transfiere al superyó” (idem anterior, cita a pie de pag. 126)

Lacan, J.:

“…el psiquismo se constituye tanto a través de la imagen del adulto como


contra su coacción: ese efecto opera mediante la transmisión del Ideal del yo, y por lo
general, como ya hemos dicho, de padre a hijo” Lacan, J. (1938) La familia. Editorial
Argonauta. Bs. As. 1978. pag. 90.

“Las funciones del padre y de la madre… La de la madre: en tanto sus


cuidados están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus
propias carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de una
encarnación de la Ley en el deseo” Lacan, J. (1969) Dos notas sobre el niño.
Intervenciones y textos 2. Bs. As. Editorial Manantial 2007. pag. 56-57.

"Freud no descuida el Nombre-del-Padre. Al contrario, habla muy bien de él


en "Moisés y la religión monoteísta"- de modo ciertamente contradictorio en opinión
de quien no tomase a Totem y Tabú por lo que es, es decir un mito- diciendo que
en la historia humana el reconocimiento de la función del Padre es una sublimación
esencial a la apertura de una espiritualidad" Lacan, J. (1960) Seminario VII "La
ética del psicoanálisis". Bs. As. Editorial Paidós. pag. 219.
"Pero Freud nos revela que es gracias al Nombre-del-Padre que el hombre
no permanece atado al servicio sexual de la madre, que la agresión contra el Padre
está en el principio de la Ley y que la Ley está al servicio del deseo que ella
instituye por la prohibición del incesto". Lacan, J. (1964) "Del Trieb de
Freud" Escritos. Vol 2. pag. 831.

Castoriadis-Aulagnier, Piera:

“En el análisis sintáctico que hemos planteado dijimos que tanto el niño como la
niña heredan un deseo de tener hijos transmitido por el anhelo materno: el deseo de
que, a su vez, lleguen a ser padre o madre. Es cierto, entonces, que el deseo de hijo
por parte del padre está íntimamente ligado a anhelos que se relacionaban con la
esfera materna y la era de su poder. Cuando se trata de un niño, la anticipación
característica de su discurso le transmitirá un anhelo identificatorio –llegar a ser padre-
que se vincula a una función que ella no posee y que sólo puede referir a la de su
propio padre. En ese sentido, su discurso habla de una función que pasa de padre en
padre: su anhelo reúne dos posiciones y dos funciones, la ocupada por su propio
padre y la que podrá ocupar el infans como padre futuro. Entre estos dos eslabones se
sitúa el padre real del niño, hacia el cual este último dirigirá su mirada para intentar
saber lo que significa el término padre y cuál es el sentido del concepto “función
paterna”.

De ese modo, la significación “función paterna” será enmarcada por tres referentes: a)
la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la función de su propio padre; b)
la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye a este último; c) lo
que la madre desea trasmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir acerca
de ella.

Se deduce de ello que el anhelo materno, que el niño hereda, condensa dos
relaciones libidinales: la que la madre había establecido con la imagen paterna y la
que vive con aquel a quien, efectivamente, le dio un hijo. Que el niño llegue a ser
padre, puede referirse tanto a la esperanza de que se repita la función del padre de
ella como a la esperanza de que el niño retome por cuenta propia la función del padre
de él.

En realidad, existe una interacción entre estos dos anhelos. Es poco frecuente que
una relación negativa con el padre permita una relación positiva con el hombre. Pero,
puesto que hablamos aquí del padre, formularemos en relación con él la misma
hipótesis optimista que hemos formulado en relación con la madre: un sujeto que ha
comprendido este anhelo, que lo ha retomado por cuenta propia y que ha deseado
realizarlo, con una mujer que acepta reconocer su función para su deseo y para su
niño.

Si situamos esta pareja en nuestra cultura, comprobamos que, si de acuerdo con la


expresión de Lacan la madre es el primer representante del Otro en la escena de lo
real, el padre, en esta misma escena, es el primer representante de los otros o del
discurso de los otros (del discurso del conjunto).

Nuestra cultura propone un modelo de la función materna, una ley que decide en qué
condiciones el hombre puede o no dar su nombre, las reglas y prestaciones que exige
el sistema de parentesco; este conjunto de prescripciones instaura un modelo de la
relación de la pareja parental y de su relación con el niño, en el que el padre hereda un
poder de jurisdicción, ejemplificado por el derecho romano, que en una primera fase
llegaba incluso a conferirle un derecho de vida y de muerte. Es cierto que ese poder
ha perdido gran parte de sus atributos: sin embargo, ha preservado su función en el
registro de la transmisión del nombre, con todo lo que ello implica. En la estructura
familiar de nuestra cultura, el padre representa al que permite a la madre designar, en
relación con el niño y en la escena de lo real, un referente que garantice que su
discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias, y se justifican por su
adecuación a un discurso cultural que le delega el derecho y el deber de trasmitirlos.
La referencia al padre es la más apta para testimoniar ante el niño que se trata,
efectivamente, de una delegación y no de un poder abusivo y autárquico: en efecto,
también en este caso observamos el rasgo específico del funcionamiento psíquico que
determina que el conocimiento, o el reconocimiento, sea precedido por una
precatectización de lo que luego se reconocerá…

Aquel que podrá convertirse en padre reconoce en un primer momento al


representante de esta función en aquel a quien el discurso de la madre le designa
como tal, pero también (olvidarlo sería un grave error) en el discurso efectivo
pronunciado por la voz paterna. En el encuentro con el padre es posible diferenciar
dos momentos y dos experiencias: 1) el encuentro con la voz del padre (si nos
situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad (si nos referimos al padre); 2) el
deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo del niño por el padre como el del
padre por el niño.” Castoriadis-Aulagnier, P.: (1975) La violencia de la interpretación.
Del pictograma al enunciado. Bs. As. Amorrortu Editores. 1991. Cap. 4. El espacio al
que el Yo puede advenir. Apartado 9: El deseo del padre (de niño, por este niño) pag.
149 a 151

“…el contexto que caracteriza a la paternidad:

1. La incertidumbre para el padre de su rol procreador. La duda es siempre


posible; la certeza de paternidad no pude referirse a la relación carnal de la
madre.
2. La paternidad está directamente ligada a una designación que, en nombre de
la ley, rotula a aquel o aquellos que pueden ser llamados padres. Ello explica
que en algunas culturas el rol procreador del padre puede no ser reconocido,
ya que en ellas el hombre se convierte en el puro intermediario entre la mujer y
el espíritu que la fecunda.
3. En el niño, el padre encuentra la prueba de que su propia madre le ha
trasmitido un anhelo referente a su función y las leyes de su trasmisión. De
deduce de ello que el niño constituye para el padre un signo y una prueba de la
función fálica de su propio pene.
4. Al darle el hijo, su mujer le muestra el deseo que tiene de trasmitir una función
que pasa de padre en padre. Al aceptar este don, el hombre puede considerar,
finalmente, que su deuda frente a su propio padre ha sido pagada, deuda cuya
carga recae ahora sobre su hijo. Como eco a la voz materna y gracias a su
presencia, resuena el discurso de los padres, serie de enunciados que, al
trasmitirse, asegura la permanencia de la ley que rige el sistema de
parentesco.”
……………………..

“En la relación padre-hijo, la muerte estará doblemente presente: el padre del


padre, en efecto, es aquel que en una época lejana se ha querido matar, y el hijo
propio, aquel que deseará la muerte de uno. Este doble deseo de muerte sólo puede
ser reprimido gracias a la conexión que se establece entre muerte y sucesión y entre
transmisión de la ley y aceptación de la muerte. Será necesario que el deseo de
muerte, reprimido en el padre, sea reemplazado por el anhelo consciente de que su
hijo legue a ser, no aquel que lo arranque de su lugar, sino aquel a quien se le da (en
el sentido más profundo del término) el derecho a ejercer una misma función en un
tiempo futuro. Lo que ofrece el padre a través de la mediación se su nombre, de su
ley, de su autoridad, de su rol de referente, es un derecho de herencia sobre estos
dones para que se los legue a otro hijo. De ese modo enuncia la aceptación de su
propia muerte. Mientras el padre ocupa su lugar, entre el sujeto y la muerte hay un
padre que, a través de su muerte, pagará su tributo a la vida: después de su muerte,
es el propio sujeto quien deberá pagar con su muerte el derecho a la vida de los
demás.

En la relación del padre con la hija las cosas serán diferentes: ella corre menos peligro
de suscitar en el padre el anhelo de odio reprimido. Por otra parte, a su muerte no es
ella la que ocupará su lugar sino, eventualmente, su hijo. La relación del padre con la
hija comporta una menor rivalidad directa. Lo demuestra la posibilidad que ella tiene
de anular la vigilancia de la censura. En algunos casos, el presentimiento del padre de
que el anhelo de la niña, contrariamente al del varón, será seducirlo y no matarlo,
parece favorecer en él el deseo de ser seducido, deseo que, visto el desfasaje de
edad, le parece “inocente”. Ello determina una especie de erotización, más o menos
larvada, de la relación, con el peligro de que lo latente pueda convertirse en
manifiesto. Se explica así la mayor frecuencia del incesto en el caso de esta pareja
que en el de la constituida por la madre y el hijo, originado en la irrupción en lo
consciente de un deseo que convierte a la niña en la que permite, bajo forma invertida,
realizar el anhelo incestuoso. Al no haber podido despojar al padre de la madre,
despojará a los hombres de su hija. Si volvemos a la relación padre-hijo, diremos que
sólo el hijo le puede garantizar que la ley y la función paternas tienen un sentido.”

… .……………

“El niño es aquel a quien se le demuestra que aceptar la castración es tener


acceso al lugar en el cual, al convertirse en el referente de la ley sobre el incesto, se
descubre que nunca estuvo en juego la posibilidad de castrarlo, que sus temores eran
imaginarios. Pero el acceso a ese lugar exige que el sujeto se descubra mortal:
reconocer el valor de lo que se debe trasmitir supone el conocimiento de que sólo se
existe temporariamente, de que sólo se es el ocupante transitorio de un lugar que otro
había ocupado y que otro ocupará después de uno. Para concluir, diremos que:

1. El deseo del padre catectiza al niño, no como un equivalente fálico (como se


podría decir en relación con la mujer, pese a lo somero de esta afirmación),
sino como signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado. De allí
deriva la importancia de la prueba que le proporciona el hijo acerca de la
función fálica de su pene.
2. A este precio, el padre reconocerá que morirá, no a causa del odio del hijo ni
para ser castigado por su odio hacia su padre, sino a causa de que, al aceptar
reconocerse como sucesor y reconocer un sucesor, acepta legar en algún
momento su función a este último. Se decide que el deseo del padre apunta al
niño como una voz, un nombre, un después: ve en él al que le confirma que la
muerte es la consecuencia de una ley universal y no el precio con el que paga
su propio deseo de muerte en relación con su padre.”

................................

“Si intentamos formular a grandes rasgos lo que diferencia el deseo de la madre


del deseo del padre por el hijo, podemos distinguir las siguientes características:

1. El deseo del padre apunta al hijo como sucesor de su función, lo proyecta más
rápidamente a su lugar de futuro sujeto. Desde un primer momento, privilegia
en el hijo el poder paterno y el poder de filiación futura.
2. El narcisismo proyectado por el padre sobre el hijo se apoyará, en mayor
medida que el de la madre, en valores culturales.
El pasaje del niño al estado de adulto será experimentado en menor medida como una
separación o una pérdida por el padre que por la madre. A menudo, incluso, lo que se
observa es lo opuesto. A través del hijo, lo que el padre catectiza es el sujeto futuro
que al ocupar un lugar análogo al suyo en el registro de la función. Le ofrece un
reaseguro en lo referente a su función paterna y a su rol de transmisor de la ley. Pero
se observan también los riesgos de una relación semejante y la rivalidad que
suscita…” Castoriadis-Aulagnier, P.: (1975) La violencia de la interpretación. Del
pictograma al enunciado. Bs. As. Amorrortu Editores. 1991. Cap. 4. El espacio al que
el Yo puede advenir. El encuentro con el padre. Pag. 154 a 158
Bibliografía.

 Aberastury, A. (1973) “La adolescencia normal” Bs. As.: Editorial Paidós. pag.
15.

 Castoriadis-Aulagnier, P.: (1975) La violencia de la interpretación. Del


pictograma al enunciado. Bs. As. Amorrortu Editores. 1991. Cap. 4. El espacio
al que el Yo puede advenir. Apartado 9: El deseo del padre (de niño, por este
niño) pag. 149 a 151

 Castoriadis-Aulagnier, P.: (1975) La violencia de la interpretación. Del


pictograma al enunciado. Bs. As. Amorrortu Editores. 1991. Cap. 4. El espacio
al que el Yo puede advenir. El encuentro con el padre. Pag. 154 a 158

 Dolto, F. (1990). La causa de los adolescentes. Bs. As. Editorial Seix Barral.

 Dolto, F. (1992) “Palabras para Adolescentes o el Complejo de la langosta”. Bs.


As.: Editorial Atlántida.

 Freud, S.: (1900-01) “La interpretación de los sueños”, segunda parte. En


Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Ediciones. Vol. V. 2001 pag. 546,
660 y 269.

 Freud, S. (1910) Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, Bs. As. Amorrortu


editores. Vol. XI. 1996. pag. 127.
 Freud, S. (1917) De la historia de una neurosis infantil. Amorrortu editores. Vol.
XVII, pag. 90.

 Freud, S. (1923). El yo y el ello. Bs. As. Amorrortu editores. Vol. XIX. 1996.
pag. 49.
 Freud, S. (1930) La peritación forense en el proceso Halsmann. Ed. B. Nueva.,
pag 307.

 Freud, S. (1930) Moisés y la religión monoteísta, Ed. B. Nueva, pag. 3318.

 Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. Amorrotu editores. Vol. XXI, pag. 109
y 121.

 Freud, S. (1930) El malestar en la cultura. Amorrotu editores. Vol. XXI, pag.


126.

 Lacan, J. (1938) La familia. Editorial Argonauta. Bs. As. 1978. pag. 13, 29, 30 y
90.
 Lacan, J. (1960) Seminario VII "La ética del psicoanálisis". Bs. As. Editorial
Paidós. pag. 219.

 Lacan, J. (1964) "Del Trieb de Freud" Escritos. Vol 2. pag. 831.


 Lacan, J. (1969) Dos notas sobre el niño. Intervenciones y textos 2. Bs. As.
Editorial Manantial 2007. pag. 56-57..

 Lacan, J. (1971) “De un discurso que no fuese del semblante”. Seminario 18.
E.F.B.A. Clase 2. pag. 19.

 Winnicott, D. W. (1972). Realidad y juego. Bs. As. Editorial Gedisa. pag.187 y


193.

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