Está en la página 1de 4

BUZO DE CEMENTERIO

Paola Tinoco
Paola Tinoco

BUZO DE CEMENTERIO
MARIO SE LEVANTÓ, COMO CADA MAÑANA, para ir a trabajar. Después de desayunar los
restos de la cena del día anterior, sacó la escafandra y la cargó en su camioneta para dirigirse
al cementerio Nicolás Tolentino, donde tenía el encargo de buscar en la fosa común un
cuerpo sepultado por error.

Su trabajo era ese, la diferencia de este caso era que no se trataba de una solicitud
del director del cementerio, su jefe, sino de un cliente particular que había conseguido la
doctora Cerda. Pagarían mil por hora. No serían menos de diez, un dinero nada despreciable
que en este momento le caía bien. La administración del cementerio le pagaba tres mil al
mes por bucear entre muertos tres o cuatro veces a la semana y lo único que tenía aparte
de eso era el reglamentario tequila del destape.

Al llegar, saludó al velador de la entrada y este lo dejó entrar con su camioneta. Llegó
al terreno indicado con cuidado de no acercarse demasiado por el peso de su vehículo. Era
una zona en que la tierra estaba siempre floja. Ahí lo esperaba ya la doctora Cerda, que al
verlo, ni bien saludarlo entregó una botella de Pepto-Bismol, que Mario empezó a beber a
tragos mientras saludaba al resto de los presentes, a Paz, encargado del papeleo de las
inhumaciones, y a los interesados en el cuerpo perdido.

-Aquí está el adelanto que me pidieron, ahora dígame ¿en cuánto tiempo cree que
podemos encontrar a mi hermano? -preguntó uno de los deudos a Paz.

-No podemos responder a eso señor, esta fosa no tiene menos de cien cuerpos… ¿O
tú que piensas, Mario?

-No menos de dos días, ¿tiene alguna seña particular?

-Una pierna… La otra es una prótesis.

-¡Ah, vaya! Entonces las posibilidades se reducen, a menos que haya veinte cojos en
este hoyo -bromeó Mario y se arrepintió de inmediato al notar la seriedad de los familiares
del posible enterrado. La doctora y Paz ya estaban acostumbrados a los chistes sobre
cadáveres, no era insensibilidad, sino costumbre, se diría. Todos los días trataban con ellos.

Mario fue a la camioneta y se puso su enorme traje, semejante al de un astronauta,


de color pardo, herrumbroso. Colocó el casco y dejó el cristal que cubre la cara abierto para
poder beber. A la orilla de la fosa lo esperaban los parientes y la doctora con la caja de
botellas del <<tequila del destape>>, como llamaban a la bebida que debía ingerirse antes
de destapar una tumba, y era un requisito en el trabajo del buzo. Él pedía que todos los que
Paola Tinoco

estuvieran cerca de la fosa en el momento de su apertura bebieran para soportar el hedor


de aquel hoyo lleno de cadáveres. Nadie preguntó la razón por la que el tequila, según él,
inhibía los daños de los gases formados en la putrefacción pero obedecieron al
señalamiento de Mario, incluso Paz, que dejó su pose solemne para abrir una botella y dar
un largo trago directo de la boquilla. Cada uno de los presentes hizo lo mismo y sólo después
de que todos bebieron, los cavadores clavaron sus palas en la tierra y empezaron su labor.

La doctora fue la única que no se empinó una de las doce botellas. Sin embargo, a
los diez minutos de desenterrar, cuando el olor empezó a extenderse, cogió la botella
número cinco y bebió haciendo gestos de desagrado pero sin detenerse.

Veinte minutos después, los enterradores ayudaron a Mario a bajar al agujero con
unas gruesas cuerdas. Luego se alejaron. Todos retrocedieron algunos metros de la fosa por
indicaciones de Paz. La tierra estaba más floja en ese extremo y era un hoyo muy grande.

Cada hora aproximadamente, Mario salía, se quitaba el casco de bronce y bebía más
tequila. Luego de unos minutos regresaba al agujero. Pasó seis horas ahí. Uno de los deudos
dormitaba sentado en una tumba. El otro desconfiaba de un hombre que salía a beber
alcohol cada tanto y que a estas alturas ya estaría bastante ebrio.

-Óigame doctora, este señor que me recomendó es un charlatán, debe estar más
borracho que una cuba, ha salido a beber un montón de veces. ¿Cree que encontrará a mi
hermano?

-Es uno de los mejores buzos de fosas que hay, y le puedo asegurar que no está
borracho. Se dedica a esto, y lo hace varias veces a la semana, créame, está en buenas
manos.

El hombre se cruzó de brazos con un gesto de incredulidad en la cara. Para desquitar


su molestia con alguien fue a despertar de un empujón a su otro hermano que dormitaba
sentado en un piedra, recargado en el tronco de un árbol.

Paz iba y venía. Finalmente, después de unas cuatro horas más, ayudaron a salir al
buzo y este, amarrado a su cuerpo, cargaba una bolsa de plástico grueso.

La doctora se alegró de que la búsqueda hubiera rendido frutos tan pronto, ya que
comentó haber estado en búsquedas extenuantes.

-Eres un chingón, Mario. La otra vez contratamos a Hugo y se tardó seis días.

-Bueno, aún hay qué hacer análisis, este es el único cuerpo que encontré sin pierna,
en la parte derecha de la fosa. No debe tener tanto tiempo porque no se desbarató… y aquí
está la prótesis, que se zafó cuando la moví -dijo levantando el artefacto como si fuera un
trofeo. El hermano incrédulo cambió de gesto al reconocer la pierna falsa de su hermano.
Paola Tinoco

-¡Sí es! ¡Sí es! -gritó al tiempo que se acercaba a la fosa junto al hermano dormilón,
que retrocedió al ver la cercanía del agujero. El otro se armó de valor para ver los restos
antes de tomar la prótesis en sus manos. Un pie mal apoyado lo llevó a resbalar y un grito
angustioso hizo voltear a todos.

-¿Está bien? -preguntó Mario asomándose al hoyo.

-¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? ¡Sáqueme de aquí! -respondió


horrorizado.

-Esto tiene un cargo extra, yo cobro por cuerpo exhumado -sonrió el buzo y la risa
de los demás le irritó. Los enterradores y Mario sacaron al hombre de la fosa, cuyo rostro
estaba congelado con un gesto que oscilaba entre la molestia, la resignación, el asco y el
susto. El hermano dormilón quiso abrazarlo pero el incrédulo se resistió al abrazo y se
acercó a un árbol para vomitar.

Nadie hizo mayores comentarios después de que la doctora revisó al afectado para
asegurarse de que no se hubiera fracturado algún hueso con la caída. El grupo caminó hacia
la salida del cementerio para recoger sus vehículos y despedirse hasta el día siguiente. El
dormilón, antes de irse, preguntó a Mario si le daba miedo hundirse entre cadáveres cada
tanto.

-Me dan más miedo los vivos, jefe. Los muertos no dan molestias -respondió
mostrando los dientes en lo que parecía más el gesto de un perro a punto de morder que
una sonrisa.

También podría gustarte