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Tozzi-FFyL
1. Introducción
En el siguiente trabajo querremos partir de algunas de las reflexiones que Louis Mink nos ap
orta en el texto La forma narrativa como instrumento cognitivo (2015). Indagaremos en cómo
desde el sentido común así como también desde el propio trabajo historiográfico se termina a
sumiendo como presupuesto indiscutido o como fundamento injustificable, que la realidad his
tórica pasada en si misma es un pasado no contado, que posee la forma de un relato y que el h
istoriador tendría por ende la tarea de describir o desocultar. Por medio de este presupuesto M
ink nos advertirá que pese a haber abandonado toda pretensión de parte de la historiografía de
escribir algo así como una Historia Universal, por medio de este presupuesto permanecera la
vigencia de una Historia Universal.
Queremos afirmar que este presupuesto, tal como es reconstruido por Mink, de una Historia
Universal continuaría incluso en los planteos críticos de “la historia de la diferencia” que Joa
n Scott nos señala en su texto Experiencia (1992). Por ende además del presupuesto del “privi
legio de la experiencia”, encontraríamos a la base de esta historia que busca ser fuertemente c
rítica a la historia hegemónica tradicional el presupuesto de una Historia Universal.
Si bien la posición que Mink expresa con claridad es la necesidad de superar tal presupuesto,
de cierta manera nos termina dejando la sensación de que no lo abandona por completo para p
oder seguir sosteniendo de alguna forma (quizá más incómoda y tambaleante) la diferencia en
tre la narrativa ficcional y la narrativa histórica. Es así que queríamos pensar de forma más ar
riesgada desde el posicionamiento que nos presentará Scott para sortear tal recaída en ese pre
supuesto. Posición esta que nos arrastrara necesariamente a lo Mink vio o simplemente señaló,
pero que no se atrevió a llevar a término, esto es a desarmar o desajustar la diferencia taxativ
a entre la narrativa histórica y narrativa ficcional. Ya que al poner en cuestión de forma radic
al la insistente recaída en estos presupuestos, se buscará desde tal planteamiento proponer la
posibilidad de una historia no fundacionalista.
Queríamos detenernos en este apartado en lo señalado por Joan Scott en su texto Experienci
a acerca de su crítica a la Historia Social o Historia de la diferencia. Para nosotros, expuesto l
o anterior, podríamos formular tranquilamente, que tales tratamientos históricos surgidos entr
e las décadas de los 70 y 80 estarían en aquellos tipos de historia que como Mink señaló, guar
darán como presupuesto injustificado e inconsciente la idea de una Historia Universal. Es dec
ir, esta historia de la diferencia que se postula como fuerte crítica de la historia tradicional arr
astraría dos presupuestos que son injustificados: por un lado el destacado por Scott “el privile
gio de la experiencia” y por otro lado el señalado por Mink el de una “idea de Historia Univer
sal”.
Esta Historia social o Historia de la diferencia tal como nos lo reconstruye Scott, a mediados
de la década de los 70 y 80, se montó a la genuina tarea historiográfica de documentar las vid
as de aquellos y aquellas que habrían sido desterrados y omitidos en las narraciones hegemón
icas del pasado. Es decir, por medio de esta perspectiva histórica se proponia completar el
registro del pasado incorporando y rescatando a aquellos sujetos sociales subalternos (por eje
mplo mujeres, homosexuales, negros, etc) que usualmente no eran ni fueron considerados co
mo dignos de mension por la violenta “historia convencional.” Esto ocasionó en primer lugar
una gran crisis para la historia “ortodoxa” y “convencional”, ya que explícito la multiplicidad
de relatos diferentes e irreconciliables con aquellos relatos oficiales que se presentaban como
únicos. Tal como decíamos con Mink este es el momento en que se hacen presentes estas mul
tiplicidades de relatos sobre un mismo acontecimiento, y no solo como una multiplicidad de r
elatos distintos unos con otros. En segundo lugar, también ocasionó la multiplicación de sujet
os. Es por eso que Scott nos dice y remarca lo reivindicativo que en principio fue este posicio
namiento critico: “esta historia a proporcionado evidencia de un mundo de prácticas y valores
alternativos cuya existencia desmiente las construcciones hegemónicas de mundos sociales, y
a sean que estas construcciones se ufanen de la superioridad política de los hombres blancos,
la coherencia y unidad de las identidades, lo natural de la monogamia heterosexual o lo inevit
able del progreso científico.”(Scott 1992: 46)
Aunque la noción de “experiencia”, estuvo presente ya desde las producciones y reflexiones
de filósofos e historiadores de fines del siglo XIX y principios del XX, tales como por ejempl
o Dilthey o Collingwood, dicha noción adquirió cada vez más fuerza e importancia dentro del
campo historiográfico con el auge de la Historia Social. Se buscó desde esta perspectiva histó
rica de la diferencia “expandir la imagen y la mirada”, tratando poder reajustar y corregir aqu
ella mirada sesgada y corta de vista, ciega ante los relatos y experiencias de los otros subalter
nizados. Se invitaba a aprender a “ver” de otra manera, sobre aquellos relatos oficiales. Se tra
taba en suma de “iluminar” por medio de los relatos históricos aquellas vidas y experiencias o
tras. Este reclamo como tal se basó en esta legitimidad y autoridad de la experiencia (de estos
otros relegados). Es por eso que Scott nos señala que “documentar la experiencia de otros de
esta manera ha sido una estrategia exitosa pero a su vez limitante para los historiadores de la
diferencia.”(1992: 47)
Partir de tal legitimidad o presupuesto de la evidencia de la experiencia fue limitante para Sc
ott, porque si bien se haría “visible” o “transparente” aquella experiencia de estos otros difere
ntes marginados por las narrativas históricas oficiales, develando y poniendo al descubierto la
existencia de tales mecanismos represivos e ideológicos, no nos permiten analizar ni compren
der cómo se constituyó tal diferencia existente. Sabemos por medio de su experiencia que la d
iferencia existe, más no sabemos como esta fue constituida. “La evidencia de la experiencia,
ya sea concebida a través de la metáfora de la visibilidad o de cualquier otra manera que tome
el significado como transparente en vez de poner en cuestión, reproduce sistemas ideológico
dados, aquellos que asumen que los hechos de la historia hablan por sí mismos.”(1992: 48)
Es decir, desde la perspectiva de la historia de la diferencia no sabemos o nada se nos dice ac
erca de “cómo” aquella experiencia otra fue convertida o establecida en diferente. Desde esta
historia no es posible explorar cómo y ni de qué manera se constituyen estos sujetos otros que
“ven” el mundo desde esta otra perspectiva. En suma desde este planteo que se presentó com
o siendo un discurso ampliamente genuino y reivindicativo, termina naturalizando la experien
cia y la diferencia. Naturaliza y da por sentado pues categorías dicotomicas como Hombre/m
ujer; negro/blanco; homosexual/heterosexual.
Queriendo romper con tal forma violenta de narrar la historia, los historiadores de la diferenc
ia, pese a su carácter reivindicativo terminan moviéndose aun dentro de las mismas coordena
das de pensamiento que ellos mismos buscan criticar. Ya que “al mantenerse dentro del marc
o epistemológico de la historia ortodoxa, estos estudios pierden la posibilidad de examinar es
as suposiciones y prácticas que en primer lugar excluyeron considerar la diferencia.”(1992: 4
7)
Estos historiadores a nuestro entender permanecen incluso dentro de la perspectiva y marco e
pistemológico de una idea de Historia Universal señalado antes por Mink. Ya que en consona
ncia con lo cuestionado por Scott, al tomar como “natural” o algo “dado” tal experiencia otra,
que simplemente permaneció “oculta” en el pasado por las narrativas históricas hegemónicas,
el gesto o la tarea del historiador de la diferencia no se correría ni un poco del filosofó de la H
istoria Universal: la historia al tener la forma de un relato, tendría que poder ser revelada, al e
charles un poco de luz encima, permitiéndonos ver de manera clara y transparente sobre lo oc
ulto, sobre estas narrativas o experiencias “que existieron también realmente” pero que fuero
n desatendidas desde siempre por la historia oficial. Dicho con las propias palabras de Mink,
el historiador de la diferencia sostiene aún la idea de que el pasado como tal portaría la forma
de un relato, de que es un pasado no contado y que el historiador tendrá la tarea de desocultar
o hacer más transparente, para así una vez descubierto tal relato poder luego comunicarlo.
Desde lo sostenido por Mink hasta aquí, podemos afirmar que su interés en este texto es crea
r una cierta incomodidad al sereno sentido común. Buscando generar perplejidad a nuestro co
ncepto de narrativa cuando la pensamos en relación con la historia. Estas perplejidades no sur
girían con las narrativas de ficción. Lo que Mink nos dice claramente es que si ponemos en c
uestión el supuesto del sentido común de una idea de Historia Universal que está presente en t
oda narrativa histórica (se lo quiera reconocer o no) se caería ante la dificultad de poder segui
r sosteniendo la diferencia entre la narrativa histórica y la narrativa ficcional, ya que si elimin
amos tal supuesto estaríamos quitando la posibilidad de sostener y afirmar que la historia com
o tal sea una representación verdadera del pasado. Dice Mink al respecto “sería desastroso, se
gún creo, sí en este punto el sentido común se viera expulsado de este último baluarte; porque
nuestro entendimiento de la historia necesita el contraste con la ficción. (...) Si la distinción fu
era a desaparecer, ficción e historia (...) serían indistinguibles una de otra.”(Mink 2015: 210)
Creemos que la perplejidad que es instalada por el propio Mink en este texto nos arroja a ten
er que tomar una decisión: si vamos a seguir suponiendo implícitamente la idea de Historia u
niversal en nuestras narrativas históricas para que se sostenga la distinción con las narrativas f
iccionales o si ya no tendremos en cuenta tal supuesto una vez que este se ha hecho patente. S
iendo así que las preguntas que parecen instalarse delante nuestro serían las siguientes: ¿Qué
es lo que realmente vamos a hacer con ese supuesto?¿Lo seguiremos sosteniendo a pesar de r
econocer los problemas que ello conlleva o lo rechazaremos sin más? pero si es que lo rechaz
amos ¿que ha de ser de la diferencia entre la narración histórica y la narración ficcional?
Para nosotros la posición de Mink no sería elegir ninguna de estas dos posibilidades, sino qu
e formularía una tercera posibilidad ante la que sí estaría de acuerdo. Esta tercera posibilidad
estará representada por este acto de generar perplejidades y sacudidas al seguro y firme sentid
o común, poniendo así al descubierto ciertas fragilidades e inestabilidades que el sentido com
ún oculta por medio de su certezas y limitaciones infranqueables. En este caso al respecto de l
a diferencia entre la narrativa histórica y la ficcional. Pero pese a no decidirse por ninguna de
las dos posibilidades antes señaladas, uno puede llegar a sospechar cuando leemos a Mink det
enidamente, que no le parece ninguna solución a la cuestión quedarse con el supuesto. Pero n
o nos ofrece cual podría ser “otra” alternativa frente a dicho supuesto, sino que lo único que s
e nos termina indicando al menos en este texto, es señalar los problemas que este supuesto im
plica en el momento de entender la historia y sus formas narrativas.
Es por eso que querríamos retomar desde Scott, la pregunta lanzada por Mink acerca de qué
es lo que haremos ante tal supuesto: o lo mantenemos o lo descartamos para siempre una vez
que esta ha sido descubierto. A nuestro entender desde la perspectiva radical de Scott, la actit
ud y su respuesta ante tal pregunta es más categórica, firme y más arriesgada que la actitud va
cilante y ambigua de Mink. Para Scott deberíamos eliminarlo ya que “la historia ha sido en su
mayor parte un discurso fundacionalista. Con esto quiero decir que sus explicaciones parecen
ser impensadas sino dan por aceptadas ciertas premisas, categorías o presunciones primarias.
Estos fundamentos no son ni cuestionados ni cuestionables (... ) el análisis parece no poder pr
oceder sin ellos”(Scott 1992: 50); siendo así que por el contrario de lo que se trata desde su p
osición, es de construir “una historia no fundacionalista, que retiene su poder explicatorio y s
u interés en el cambio pero no se basa en, ni reproduce categorías naturalizadas.”(1992: 73)
Podríamos responder por medio de las propias palabras de Scott, a la pregunta que de por sí
Mink eludió en responder, (por las implicancias peligrosas que llevaban el abandonar a tal pr
esupuesto), arriesgándose así pues esta autora a asumir la pérdida de la diferencia taxativa del
sentido común entre la historia y la ficción,. No dice la propia Scott “Una lectura “literaria” n
o parece inapropiada para aquellos cuya disciplina está dedicada al estudio del cambio. (...) E
s más bien una manera de cambiar el enfoque y la filosofía de nuestra historia, de una empeña
da en naturalizar la “experiencia” mediante la creencia de una relación no mediada entre las p
alabras y las cosas a una que tome todas las categorías de análisis como contextuales, disputa
das y contingentes.”(1992: 70)
Tal como hemos señalado anteriormente por medio de su crítica a la historia de la diferencia
debería hacernos claro su propuesta en términos de una historia no fundacionalista. Desde se
mejante planteo se busca dejar de lado todo presupuesto, en este caso señalaríamos tanto el pr
esupuesto del privilegio de la experiencia, como así también, el otro presupuesto inconsciente
y de sentido común presentado por Mink, el de una idea de Historia Universal. Es decir, por
medio de su propuesta podríamos responder al mismo tiempo la pregunta lanzada por Mink.
Como señalamos en el apartado anterior la fuerte crítica que le realizó Scott a la historia de l
a diferencia es que este tipo de historia parta del presupuesto de la evidencia de la experiencia
de estos otros diferentes y subalternizados, ya que desde dicho presupuesto presentaba como
“dada”, como “natural” la experiencia de tal diferencia y no problematizaba sobre “cómo” es
que la diferencia y la experiencia fueron constituidas. Si bien desde este planteo se exponen l
os mecanismos e ideologías violentas de las narraciones oficiales de la historia, no nos dicen
nada al respecto de cómo tal diferencia llegó a ser lo que es, no nos dicen nada acerca de cóm
o los sujetos se constituyeron como tales.
Además como nos animábamos a afirmar desde este planteo de la historia de la diferencia, p
or medio del señalamiento de Mink, seguimos moviéndonos dentro de un marco de idea de H
istoria Universal, ya que tales otros discursos, relatos y experiencias otras permanecerían y
pertenecerían a un pasado real que permaneció oculto sin relatar, como por debajo de las narr
aciones hegemónicas. En este punto ambos presupuestos coinciden: estas narraciones y exper
iencias otras esperan en el pasado ser descubiertas y ser comunicadas, tomándose por ende co
mo una diferencia dada y natural que se encontraría desde siempre en el pasado y que sólo ha
bría que iluminar.
Podemos decir por ende desde Scott que tanto la evidencia de la experiencia, como el presup
uesto de una idea de Historia universal funcionan como fundamentos que proporcionan “al m
ismo tiempo un punto de arranque y un tipo conclusivo de explicación, más allá del cual poca
s preguntas pueden hacerse. Y sin embargo son precisamente las preguntas excluidas (pregun
tas acerca del discurso, de la diferencia y de la subjetividad, así como acerca de qué es lo que
cuenta como experiencia y quien las determina) las que nos harían posible darle historicidad a
la experiencia.”(1992: 63)
La propuesta de Scott, es por ende, dirigir su atención a los procesos históricos que, por medi
o del discurso, posicionan a los sujetos y producen sus respectivas experiencias. Pero “tratar l
a emergencia de una nueva identidad como un evento discursivo no es introducir una nueva f
orma de determinismo lingüístico, ni privar a los sujetos de agencia. Es rehusarse a una separ
ación entre la experiencia y el lenguaje, y en su lugar insistir en la cualidad productiva del dis
curso.”(1992: 65)
Desde esta perspectiva de trabajo, Scott nos enfatiza que nuestro acceso a la realidad que per
cibimos o que pretendemos conocer, nunca es algo que se da directamente, sino que por el co
ntrario se realiza por medio de un conjunto de supuestos previos sobre el funcionamiento de e
sa realidad. Siendo así que la “experiencia”, no es el origen de la explicación ni una evidencia
definitiva, sino aquello que se debería poder explicar. Nos dice Scott al respecto “el estudio d
e la experiencia debe por consecuencia, poner siempre en cuestión su estatus originario en la
explicación histórica. Esto ocurrirá cuando los historiadores tengan como proyecto no la repr
oducción y transmisión del conocimiento a que se dice que se llegó a través de la experiencia,
sino el análisis de la producción de ese conocimiento mismo.” (1992:73) No son desde esta p
erspectiva de estudio, por ende los individuos los que tienen la experiencia, sino los sujetos lo
s que son constituidos por medio de la experiencia.
Esta reformulación de la noción de “experiencia”, nos conduce a tener que redefinir el conce
pto de identidad. Tal como hemos señalado al respecto de la Historia de la diferencia, Scott d
esde su planteo al preguntar por cómo los sujetos y las diferencias habían sido constituidas, es
taba discutiendo contra toda aquella posibilidad de comprender tales identidades como esenci
as estáticas y ahistóricas. Las identidades así como la experiencia para Scott serían variables
y discursivamente organizadas en contextos particulares. Siendo así que “debería de ser posib
le para los historiadores (...) hacer visibles las asignaciones de posiciones-sujeto (...) tratar de
entender las operaciones de los complejos y cambiantes procesos discursivos por los cuales la
s identidades se adscriben, resisten o aceptan.”(1992: 64) Los sujetos por lo tanto no precede
n a las categorías identitarias que los definen como tales. Sino que son estas categorías identit
arias las que al clasificar a los individuos en función de una cierta concepción del mundo, los
constituyen como sujetos históricos. Por lo tanto desde esta perspectiva, no es el sexo, ni la ra
za, ni la clase lo que condiciona a las identidades, sino el hecho de que el sexo, la raza y la cla
se hayan sido discursivamente establecidos, con anterioridad, como criterios o marcos de iden
tidad.
Pero una vez que una identidad X es constituida, su proceso de conformación discursiva se o
culta o invisibiliza y hace aparecer a toda identidad como algo fijo, estable, coherente y natur
al. Pero los historiadores no deberían olvidar este proceso y la necesidad de proceder a su aná
lisis si se quiere comprender la formación de la identidad en cuestión. La imposición de un es
tatus sujeto (como por ejemplo mujer, negro, etc) oculta las operaciones de diferencia que sub
yacen a la organización de la vida social, ya que cada una de las categorías al ser tomadas co
mo algo dado, algo natural y fijo, invisibiliza el proceso de construcción del sujeto y de ese m
odo es que hace que lo tendamos a naturalizar.
La identidad como algo continuo y coherente, es desde esta perspectiva para Scott, una fanta
sía que borra las discontinuidades, las ausencias y las diferencias que separan a los sujetos en
el tiempo. Podríamos decir, siguiendo a esta autora, que allí donde hay evidencia de lo que pa
rece una identidad invariante hay todo una gran historia a poder explorar.
Bibliografía
Hegel, Friedrich,(1980) “Filosofía de la historia universal”, traducción Jose Gaos, ed. Alianza,
Madrid.
Kant, Immanuel, (1994) “Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros
escritos sobre Filosofía de la historia”, traducción Concha Roldan Panadero y
Roberto Rodriguez Aramayo, ed. Tecnos, España
Mink, Louis. O, (2015) “La comprensión histórica”, traducción de Luisa Fernanda Lassaque,
ed. Prometeo libros