Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Apuntes básicos
(Prof.: Laura Moraleja curso 2020-2021)
El Modernismo
Introducción.
Se define habitualmente como movimiento literario que surge a finales del siglo XIX como
reacción al realismo decimonónico.
El modernismo literario comienza en Hispanoamérica a partir de la publicación en 1881 de
la obra titulada Ismaelillo de José Martí. Se inicia una renovación estética que por un lado
rechaza el Romanticismo hispanoamericano y, por otro, busca una nueva expresión que
encuentran en la literatura francesa.
Los escritores más importantes del modernismo hispanoamericano son Rubén Darío y José
Martí. El primero publicó Azul en 1888 que junto a Prosas profanas en 1896 fueron
consideradas obras fundamentales para los inicios del Modernismo. Ya en su madurez
escribe en 1905 Cantos de vida y esperanza: se trata de una poesía más intimista y
reflexiva.
En España, algunos escritores aceptan el modernismo como Manuel Machado y otros lo
asumen, pero aportando aspectos nuevos, como se aprecia en la obra de Juan Ramón
Jiménez, Antonio Machado o Valle- Inclán.
A partir del 1913 todo cambia ya que Azorín comienza a hablar de una nueva generación
del 98 para referirse a nuevos escritores de la época. Autores como él, Unamuno o Baroja
rechazan la estética y el mundo que les rodea. (Los artistas no solo creaban obras
modernistas, sino que el modernismo supuso para muchos una forma de vida).
Es importante recordar que los escritores de ambas corrientes mantuvieron una relación
personal y literaria constante.
Raíces literarias.
El modernismo hispánico es una síntesis del parnasianismo y el simbolismo, escuelas
poéticas surgidas en Francia. También influyen otros poetas como Gustavo Adolfo Bécquer
(Rimas y Leyendas
El parnasianismo toma su nombre de la publicación de una antología de jóvenes poetas
llamado Parnasse contemporain. En esta publicación colaboró Theóphile Gautier entre
otros. Defienden el concepto de “el arte por el arte”, es decir, la poesía no debe estar al
servicio de lo social o de la política. Uno de los aspectos que se aprecian en el modernismo
en la búsqueda de la perfección forma: el poema ha de ser una gran escultura. Aparecen
descripciones coloristas del paisaje y el exotismo.
El simbolismo aparece en el Manifeste symboliste. Los simbolistas quieren ir más allá de la
fama y de lo aparente. Los símbolos son imágenes físicas que sugieren lo que no es
físicamente perceptible: ideas, sentimientos, obsesiones… Por eso se concede mucha
importancia a los sueños, a la imaginación y a lo misterioso. Los poetas más destacados son
Stephane Mallarmé y Paul Verlaine. A ellos se suman otros escritores como Oscar Wilde.
El Modernismo desemboca en lo que más tarde se llamó el Decadentismo: se complacen
en lo enfermizo o en lo morboso. Se convierten en escritores insatisfechos.
Temas del Modernismo:
I. Desazón “romántica”. Son notables las afinidades de talante entre románticos y
modernistas: semejante rechazo de una sociedad vulgar y análogo malestar. Se
prima lo irracional y se vuelve a lo misterioso, lo fantástico, etc.
II. El escapismo. el modernista huye del mundo, se refugia en un mundo de ensueño.
Se da tanto una evasión en el espacio como en el tiempo.
III. El cosmopolitismo. Aspecto ligado con la anterior. Buscan algo distinto, lo
aristocrático. Tienen una gran devoción por París y el ambiente de uno de sus
barrios: Montmartre. Se les acusa de afrancesados o de “dandis”.
IV. El amor y el erotismo. Hay un contraste entre un amor delicado y un intenso
erotismo.
V. Los temas americanos. El cultivo de temas indígenas. Esto procede de la influencia
del mundo de Rubén Darío. Pronto deriva en un anhelo de búsqueda de las raíces
de la sociedad en la que viven.
VI. Lo hispánico. En la obra de Rubén Darío se exalta lo español como una suma de
valores humanos y culturales frente a la civilización norteamericana. Este tema lo
recogen los escritores de la Generación del 98.
Azorín
Pío Baroja
Documento crítico:
“Creo que cualquier lector, sin necesidad de excesiva reflexión, percibirá en seguida un
cierto parentesco expresivo y de tono entre el elogio azoriniano y el barojiano. Un breve
análisis de ambos, referido a sus temas y a su estructura rítmica, a su indisimulable artificio
retórico, quizás podría explicar el porqué de esa semejanza.
Uno y otro elogio coinciden temáticamente en el cariño por las cosas viejas -caminos
rurales o caballos de tiovivo- frente al desdén por otras nuevas -carreteras modernas y
complicados carrousseles de gran lujo. Esa preferencia no es arbitraria ni insólita. Se apoya
en una común actitud generacional que lleva a estos hombres del 98, Azorín y Baroja, a
descubrir el valor y belleza de lo arcaico, de lo humilde, de lo sencilla y popularmente
español.
Caballos y caminos son España, la parte más vieja, humilde y auténtica de España. Por
eso Azorín asocia los viejos caminos a las viejas y nobles ciudades, los viejos caserones, las
catedrales, las colegiatas, las alamedas umbrías y seculares, los huertos cercados y
abandonados. Por eso Baroja liga afectivamente sus amables y honrados caballos a la
España humilde y de corazón limpio: los chicos, las niñeras, los soldados. Pero es que,
además, tanto los caminos como los viejos caballos conllevan una carga afectiva,
sentimental, de herida intimidad humana. Unos y otros evocan la mágica infancia. Azorín
dice: ¿Cuántas veces nos han llevado de niños por vosotros? Y Baroja: Dadme el tiovivo
clásico, el tiovivo con que se sueña en la infancia; aquel que veíamos entre la barraca de la
mujer-cañón y la de las figuras de cera. El discurrir de los viejos caminos entre los bancales
o el girar de los viejos caballos movilizan la nostalgia de Azorín y de Baroja, el recuerdo de
su infancia.(…).”
https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/retorica-y-ritmo-en-azorin-y-baroja/
html/1fe3b407-db79-4d8a-9a1c-73dc832fac5d_2.html
____________________________________________
“Y entonces, serena y tranquilamente, a media voz, me contó una historia que
me sumergió en un lago de tristeza. Cómo Don Manuel le había venido
trabajando, sobre todo en aquellos paseos a las ruinas de la vieja abadía
cisterciense, para que no escandalizase, para que diese buen ejemplo, para
que se incorporase a la vida religiosa del pueblo, para que fingiese creer si no
creía, para que ocultase sus ideas al respecto, mas sin intentar siquiera
catequizarle, convertirle de otra manera.
-Pero ¿es eso posible? -exclamé consternada.
-¡Y tan posible, hermana, y tan posible! Y cuando yo le decía: «¿Pero es usted,
usted, el sacerdote, el que me aconseja que finja?», él, balbuciente: «¿Fingir?,
¡fingir no!, ¡eso no es fingir! Toma agua bendita, que dijo alguien, y acabarás
creyendo». Y como yo, mirándole a los ojos, le dijese: «¿Y usted celebrando
misa ha acabado por creer?», él bajó la mirada al lago y se le llenaron los ojos
de lágrimas. Y así es como le arranqué su secreto.
-¡Lázaro! -gemí.
Y en aquel momento pasó por la calle Blasillo el bobo, clamando su: «¡Dios
mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Y Lázaro se estremeció
creyendo oír la voz de Don Manuel, acaso la de Nuestro Señor Jesucristo.
-Entonces -prosiguió mi hermano- comprendí sus móviles, y con esto
comprendí su santidad; porque es un santo, hermana, todo un santo. No
trataba al emprender ganarme para su santa causa -porque es una causa
santa, santísima-, arrogarse un triunfo, sino que lo hacía por la paz, por la
felicidad, por la ilusión si quieres, de los que le están encomendados;
comprendí que si les engaña así -si es que esto es engaño- no es por medrar.
Me rendí a sus razones, y he aquí mi conversión. Y no me olvidaré jamás del
día en que diciéndole yo: «Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo»,
él, temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del
campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo
intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». «¿Y por qué
me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?», le dije. Y él: «Porque si
no, me jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis
feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no
para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en
unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan.
Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones
son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las
profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y
para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la
mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que
les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras.”
San Manuel Bueno, mártir.