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Antropología - José Gay Bochaca
Antropología - José Gay Bochaca
ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
PSICOLOGÍA
José Gay Bochaca
I. INTRODUCCIÓN
Hay unos entes que se mueven por y desde ellos (tienen automoción), y a los que se les
llama seres vivos o animados. Por tanto, el objeto material de la psicología será el ente vivo.
No obstante, conviene matizar que por este automovimiento no sólo se entiende el
cambio de lugar, sino cualquier cambio cualitativo, biológico, etc. Por eso, el automovi-
miento es aquel cambio en el que la causa y el efecto son intrínsecos al sujeto que se mueve,
y a las que llamamos operaciones inmanentes.
De este modo, podemos definir la psicología filosófica como «la ciencia que tiene por
objeto los seres que realizan operaciones inmanentes, es decir, que se mueven por sí mismos
en tanto que están animados».
1. Características de la vida
Lo que es la vida lo sabemos por experiencia. Y decimos que un ser está vivo cuando se
mueve. De tal manera que moverse y estar vivo son sinónimos. Por eso, concluimos que la
vida es automovimiento.
Hemos dicho que el moverse es sinónimo de estar vivo, y por lo tanto podríamos llegar a
la conclusión de que la vida es una operación (p. ej.: alimentarse, sentir, trasladarse de lugar
y entender). Pero esto es falso, porque resultaría
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que un ser estaría más vivo cuanto más se moviese. En cambio, tan vivo está un ser que
realiza más operaciones que aquel que realiza menos.
Por tanto, podemos decir que vida designa aquello por lo cual el viviente se mueve a sí
mismo, es decir, que la vida hace relación a la substancia a la que por naturaleza conviene
moverse~ espontáneamente e impulsarse a la operación. De tal manera que el alimentarse,
el sentir, el trasladarse de lugar y el entender son predicados accidentales, y en cambio el
estar vivo es un predicado substancial.
Así se entiende que Aristóteles diga que «para los vivientes, vivir es ser». Por esto, un
hombre no está más vivo cuando anda que cuando duerme, sino que está igual de vivo.
Quizás ahora se entienda mejor el que digamos que las operaciones son predicados
accidentales, pues lo que queremos decir con ello es que el viviente es viviente, realice o no
realice dichas operaciones; y también se entenderá mejor que digamos que vivo es un
predicado esencial, al decir que el viviente existe como tal si está vivo, y que la vida no puede
faltarle sin que deje de ser existente (p. ej.: un viviente puede estar sin pensar, pero no puede
existir sin vida).
Como ya hemos dicho, la vida se puede definir como la capacidad de realizar operaciones
por sí mismo y desde s 1 mismo, a las cuales las llamamos inmanentes. De esta manera, la
inmanencia significa que en el ser vivo hay un «sí mismo» que permanece siempre, y en el
cual permanecen también los efectos de las operaciones (p. ej.: un hombre que estudia, lo
que estudia permanece dentro de él).
Ahora bien, el «quedarse dentro» puede ser de muy diversas maneras, ya que no es lo
mismo el estudio, que antes explicábamos, que la permanencia de un alimento o de una
sensación. Eso da lugar a diversas formas de inmanencia, o dicho con otras palabras, a
diversas formas de vida.
Por eso, podemos definir la vida como «capacidad de realizar operaciones inmanentes»,
de tal manera que dichas operaciones se efectúan desde el mismo viviente y su efecto
modifica al viviente perfeccionándolo.
Santo Tomás divide los grados de vida como grados de inmanencia, y la vida será más
perfecta en la medida que lo que se emana (es decir, lo que surge de una realidad espon-
táneamente según su naturaleza) es más íntimo (o sea, lo más inmanente). Intimo quiere
decir no pasar, no estar distendido espacialmente. Por eso, decimos que lo más íntimo de
cada uno es el «yo», porque el «yo» no pasa, sino que mantiene lo vivido dentro de sí; de
esta manera, el estar dentro o intimidad no es primariamente una denominación espacial,
sino temporal. Por eso, la clasificación de los grados de vida se realiza como grados de
inmanencia, y son los siguientes:
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Es el grado más perfecto de inmanencia, y por lo tanto de vida. No sólo conoce, sino que
se conoce, y lo conocido, que es el mismo intelecto, queda dentro de él. Sin embargo, la vida
intelectiva humana no es la más perfecta, pues para conocer hay que partir de algo exterior.
Por último, podemos decir que los grados superiores de vida contienen, a su manera, la
perfección de los inferiores y la superan (p. ej.: el animal, además de tener sus facultades
sensitivas, tiene la nutritiva, la de crecimiento y la de reproducción). Todo el universo
viviente se divide en estos tres grados de vida: vegetativa, sensitiva e intelectiva, dándose
una jerarquización no sólo entre los tres, sino también dentro de cada uno de ellos (p. ej.: la
ostra es inferior a los mamíferos superiores).
III. EL ALMA
Después de haber estudiado lo que es la vida y sus grados, nos toca ahora ver el principio
del vivir. Al principio de vida de los seres vivientes le llamamos alma o psique. Desde un punto
de vista histórico, en el mundo antiguo la mayoría de los filósofos consideraron el alma como
espiritual e inmortal, aunque algunos también la consideraban como material y mortal. Con
algunas diferencias, esa división permanece también en nuestros días.
Santo Tomás explica que no todo principio de operación vital es alma, porque entonces los
ojos serían alma, ya que en cierto modo son el principio de la visión. Y lo mismo se podría
decir de otros órganos. Ahora bien, el alma es el «primer» principio de la vida. Por eso,
ningún cuerpo puede ser el primer principio de la vida, pues de lo contrario todo cuerpo sería
viviente. Luego si-el ser viviente no le compete por ser cuerpo, lo recibirá por parte del acto
(no del cuerpo, que es la potencia). Por ello el alma, que es el primer principio de la vida, no
es cuerpo, sino acto del cuerpo. En consecuencia, el alma es primer principio e incorpóreo.
Pero en el campo de la bioquímica podemos encontrar actualmente científicos que
sostienen que no hay diferencia entre los cuerpos animados e inanimados. A éstos habría
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que decirles lo siguiente: la materia tiene unas veces unas propiedades y otras veces otras.
En unas situaciones (en los seres inanimados) se rige por unas leyes, y en otras ocasiones
(seres animados) con leyes diferentes. Y aquí podemos preguntamos: ¿las leyes de la materia
son también materia?, y también, ¿por qué la misma materia funciona unas veces con unas
leyes y propiedades y otras veces con otras? La respuesta a estos interrogantes es la
siguiente: una materia se diferencia de otra materia porque tiene propiedades y leyes
diferentes; luego estas últimas no son materia, sino no-materia, y por tanto los entes
materiales no se diferencian por la materia, sino por la no-materia. Esas no-materias son lo
que llamamos en filosofía formas o actos formales (que también se llaman esencia y
naturaleza). Por lo tanto, concluimos que los cuerpos materiales se asemejan entre sí por la
materia y se diferencian entre sí por la forma, es decir, por el principio activo o alma.
A los primeros principios activos de los seres vivos los llamamos almas, y por lo tanto
podemos llamar alma al principio activo del animal, vegetal o minera¡, aunque técnicamente
al principio del mineral se le llama sólo forma o forma substancial.
En consecuencia, con Aristóteles podemos afirmar que la definición del alma es «el acto
primero de un cuerpo orgánico», o también «aquello por lo que primeramente vivimos,
sentimos, nos movemos o entendemos».
No obstante, hay que aclarar que la forma o alma y la materia no existen por separado. En
las realidades corpóreas, el alma no espiritual de los seres no racionales no puede existir sin
el cuerpo, del cual es el principio organizador y activo. Por lo tanto, lo que existe en sí es la
substancia viviente, es decir, todo el animal o el vegetal.
Finalmente, podemos insistir en las características del alma no espiritual, que son: simple,
inextensa, incorpórea y única.
2. El alma humana
En los diferentes niveles de vida, las formas son inmateriales, y de ellas se dice que son
espirituales las que no necesitan de la materia para subsistir. Este es el caso del alma
humana.
Como dice santo Tomás, el principio de la operación intelectual, es decir, el alma, es un
principio incorpóreo y subsistente. Y esto, ¿por qué es así? Es debido a que el hombre puede
por su entendimiento conocer la naturaleza de todos los cuerpos. Pero para que se puedan
conocer cosas diversas es preciso que no se tenga ninguna de ellas en la propia naturaleza,
ya que las que naturalmente estuvieran en ella impedirían el conocimiento de las demás. Por
esto, si el principio de la intelección tuviese en sí la naturaleza de algún cuerpo, no podría
conocer todos los cuerpos, ya que cada cuerpo tiene una naturaleza determinada; luego en
una primera aproximación podemos afirmar, como decía santo Tomás, que es imposible que
el principio de la intelección sea un cuerpo.
Tampoco es posible que el hombre entienda por medio de un órgano corpóreo, porque la
naturaleza concreta de tal órgano corpóreo impediría también el conocimiento de todos los
cuerpos.
Por consiguiente, el entendimiento, que es el principio de la intelección, tiene una
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operación propia en la cual no participa el cuerpo. Ahora bien, si algunos actos humanos son
operaciones en los cuales no participa el cuerpo, y como el obrar sigue al ser, concluimos
que el alma no depende del cuerpo en cuanto a la subsistencia (estos actos son el entender
y el querer). Luego el alma es incorpórea y subsistente.
En consecuencia, al afirmar que el alma humana es espiritual significamos que, aun siendo
forma substancial del cuerpo, no necesita del cuerpo para subsistir en el ser. Por eso, el
cuerpo subsiste con el ser (esse) del alma, y el alma subsiste con su propio ser (esse)
independiente del cuerpo.
No obstante, el intelecto necesita del cuerpo, y más concretamente de la imaginación,
para obtener los objetos que va a conocer. Sin embargo, para realizar el acto de conocerlos
no necesita del cuerpo, y por ello es netamente espiritual.
La prueba de la espiritualidad de la voluntad y de su acto es del mismo género. Si la
voluntad puede quererlo todo -el universo entero y más universos que hubiera- quiere decir
que la voluntad está fuera del universo, porque lo abarca, y por tanto no es del orden de lo
corpóreo. Por tanto, concluimos que si una forma, que es el caso del alma humana, además
de su actividad de informar a una materia tiene una operación que realiza por sí misma sin
esa materia, también tiene el ser (esse) y la substancia por sí misma.
Santo Tomás sostiene que la causa del alma es la nada, es decir, que no tiene causa
material. Con otras palabras, antes del alma espiritual no hay nada a que referirla, y por
tanto, es creada. Como resulta que Dios es la misma causa eficiente creadora, como veremos
en teodicea, el alma es creada directamente por Dios de la nada, y por tanto Dios es la única
causa del ser del alma.
El alma, creada por Dios, la infunde en un cuerpo generado por los padres. Estos
transmiten la naturaleza humana en su parte material, y con esto ejercen una causalidad
preparatoria en orden a la infusión del alma por parte de Dios. Tal infusión es una acción de
Dios de orden natural, no milagroso. Por eso, desde el punto de vista filosófico y también
científico, desde el primer momento de la concepción ya hay individuo de suyo
independiente, cuya vida se debe respetar siempre.
Como la forma substancial, que es el alma humana, no depende del cuerpo para nada, no
puede dejar de ser por la corrupción del cuerpo. El razonamiento para demostrar la
inmortalidad del alma es el siguiente:
a) El primer paso es mostrar que el hombre realiza acciones en las que no interviene el
cuerpo, es decir, mostrar el carácter espiritual del conocimiento, que se demostró an-
teriormente al estudiar que el alma es espiritual y se completará al ver el tema del
conocimiento.
b) El segundo paso consiste en mostrar que si el alma puede obrar sin el cuerpo (en el
entender y en el querer) también puede existir sin él, porque el modo de obrar depende del
modo de ser.
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c) El tercer paso consiste en mostrar que el alma es una forma substancial espiritual simple,
de tal manera que cuando el cuerpo desaparece, el alma (la forma y esse) sigue existiendo.
d) El cuarto paso y último consiste en probar que una forma espiritual y simple no puede
corromperse. Y las formas sólo pueden ser corrompidas por la acción de sus contrarios, por
la corrupción de su sujeto o por defecto de su causa, pero el alma humana no puede
corromperse por la acción de su contrario, porque no hay nada contrario a ella, pues por el
entendimiento posible es a la vez conocedora y receptiva de todos los contrarios; ni por la
corrupción de su sujeto (p. ej.: al destruir el ojo desaparece la capacidad de ver), pues ya se
ha demostrado que el alma humana es una forma y no depende de¡ cuerpo en cuanto al ser;
ni tampoco, por fin, por la corrupción de su causa (p. ej.: el aire pierde la luminosidad al
desaparecer el sol), pues no puede tener otra causa que la eterna, como veremos en
teodicea.
Luego de ninguna manera puede corromperse el alma humana, y por lo tanto es inmortal.
Sobre el destino eterno del alma, la filosofía tiene muy poco que decir. Solamente el alma
separada posee un obrar diverso al que tenía cuando estaba unida al cuerpo, y que la
voluntad queda adherida al último fin que eligió antes de la muerte.
2.4. La muerte
El tema de la muerte es algo vital para el hombre, y conviene decir algunas cosas al
respecto desde el punto de vista filosófico. La afirmación de que la muerte realiza ple-
namente al hombre exige que ésta sea concebida como una acción en el sentido estricto de
la palabra y, además, como la acción vital más plena y llena de sentido. Y ello se debería a
que la muerte fuera la suprema perfección del hombre, o que la muerte por sí misma abriría
las puertas a una forma de vida más perfecta que la existencia corporal. Pero siendo fieles a
santo Tomás, veremos cómo la muerte es un «mal» haciendo hincapié en el carácter unitario
del hombre.
Para santo Tomás, la muerte es un mal. En muchos de sus escritos la muerte no aparece
sólo como el mal mayor, sino como el mal que recapitula el resto de los males: el hambre, la
enfermedad, el dolor, etc. Y la raíz de la muerte es el pecado: por él, el hombre se toma
pasible y mortal, y siente en el cuerpo el «defecto» de la corrupción. Por eso, es
contradictoria esta afirmación con aquellas otras que dicen que la muerte realiza el ser del
hombre.
A Tomás de Aquino el ver la putrefacción del cuerpo le hace reaccionar por su estima ante
la unidad del cuerpo y el alma.
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debe ser considerada como mal. Así, la muerte contraría a la naturaleza humana, que tiende
al ser y no a la nada, siendo ésta resultado de la debilidad de la naturaleza que no puede
conservar su unidad.
- La muerte, separación alma-cuerpo. La muerte debe entenderse como la separación del
alma-cuerpo, y dada la importancia del compuesto -hombre-, la muerte es algo que repugna
a la naturaleza de cada hombre.
La muerte afecta primordialmente al cuerpo, que pierde su perfección y su sentido, pero
también al alma, que aun poseyendo vida propia es en cierto modo una substancia
incompleta porque, por naturaleza, es a la vez forma substancial de un cuerpo; es decir, el
alma queda en estado violento, de tal manera que uno de los argumentos empleados a favor
de la resurrección es su posterior unión al cuerpo.
- La muerte, pena del pecado. La muerte, desde el punto de vista teológico, es una
consecuencia del pecado original.
Por una parte, el alma es forma del cuerpo, pero al exceder a lo puramente corporal, como
ya hemos visto, sobrevive después de la muerte, aunque de un modo violento; por otra
parte, la materia, al ser corruptible, posee la muerte naturalmente, pero a la vez no
naturalmente, ya que la materia debe estar proporcionada a la forma, y ésta se encuentra
en estado violento.
La forma es incorruptible, y la materia, corruptible. Por esto, tanto la corrupción como la
incorrupción son naturales al hombre; pero al ser la forma el fin de la materia, es más natural
al hombre ser incorruptible que morir. Por eso, la muerte es natural al hombre según el
cuerpo, pero no según el alma. Así pues, la muerte no es contraria al cuerpo, pero es
incongruente con respecto al alma y a la proporción que la materia debe tener para con su
forma.
2.4.4. Conclusión
Por lo dicho anteriormente, podemos concluir que la muerte no puede ser concebida como
perfección del ser, sino como su frustración. Por lo tanto, la muerte no puede ser
considerada como una acción, sino como una pasión. No es una acción buscada, porque sería
un acto en contra de la naturaleza. Por ello, la separación del cuerpo es una pasión
involuntaria. Por lo tanto, la muerte no es algo positivo, sino una privación.
Hemos definido la vida como automovimiento, y el primer grado de vida, el más elemental,
es el que corresponde a los vegetales.
En la vida vegetativa podemos distinguir tres funciones o actividades vitales: la génesis, el
autodesarrollo y la auto conservación, correspondientes a las tres potencias del alma
vegetativa: potencia generativa, aumentativa y nutritiva.
Como dice santo Tomás, en sentido propio, «nutrirse consiste en recibir algo en sí mismo
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en orden a la propia, conservación». Por eso, podemos afirmar que la nutrición es una
actividad que posee una cierta inmanencia, porque el alimento, aunque se tome del exterior,
termina dentro del viviente, de tal manera que el alimento exterior es transformado en
substancia viva del propio organismo.
La facultad del crecimiento es una potencia diferente de la nutrición, pues sus operaciones
son diferentes. Eso es así porque el concepto de aumento cuantitativo no se contiene ni se
deduce de la noción de permanencia de la misma substancia, a través de la sustitución de
los elementos materiales que la integran, como sucede en la nutrición.
La última facultad es la generativa, por la que el viviente genera a un individuo de su misma
especie. Los generantes son la causa agente en virtud de su poder generativo; la causa
material es el mismo cuerpo del generante, y el efecto generado es de la misma especie que
la causa.
1. Rasgos generales
El vegetal vive las cosas sin sentirlas ni conocerlas; de tal manera que podemos decir que,
si no siente ni conoce, es como si no viviera: pero vive. Ahora bien, podemos decir que si se
siente y se conoce se vive mucho más.
Los vivientes corpóreos tienen un doble ser: uno material (por el cual el alma constituye
un cuerpo físico organizado, es decir, un organismo viviente) y otro inmaterial (por el cual el
alma constituye las facultades cognoscitivas y, además, se abre a otras realidades extra
subjetivas).
Podemos explicitar lo anterior diciendo que, según sea el ser material, cada cosa es sólo lo
que es (p. ej.: la piedra es sólo piedra), y según su ser inmaterial, además de ser lo que es, es
en cierto modo las demás cosas (p. ej.: el hombre, además de ser hombre, al conocer el
cenicero, «es» cenicero).
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4. Asimilación cognoscitiva
VI. LA SENSACION
Hemos visto el conocimiento general y ahora nos vamos a detener en la sensación, que es
el acto del sentir; es decir, la recepción intencional de una forma sensible y particular, sin
materia.
El conocimiento sensitivo es menos complejo en los animales irracionales y más perfecto
en el hombre. Pero en éste, al estar unido a la inteligencia, es más difícil diferenciar la
sensación; por eso, aunque decimos que vemos una silla, un perro o una planta,
técnicamente no es verdad que lo veamos. Lo único que vemos son colores y por ellos las
figuras y los contornos. Por ello, podemos decir que el gato no se ve, sino que lo que se ve
es una figura de un color determinado, y de este modo podemos concluir que el objeto del
conocer sensible son los accidentes particulares de los cuerpos (cualidades, cantidades, etc.),
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2. La inmaterialidad de la sensación
Las potencias sensitivas o sentidos son potencias o facultades «orgánicas», es decir, que
se sirven instrumentalmente de un órgano corporal (ojo, oído, etc.), al que dan eficacia
cognoscitiva. Las potencias sensitivas se distinguen por su mayor o menor alcance
cognoscitivo o por su mayor o menor grado de materialidad: a mayor grado de materialidad,
menor alcance cognoscitivo, y viceversa. El conjunto de todas las potencias sensitivas y
vegetativas constituye el cuerpo viviente animado.
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Para clasificar lo que los sentidos externos captan, Aristóteles establece una división entre
sensibles propios y sensibles comunes.
Sensible propio es aquel que puede ser captado por un solo sentido (p. ej.: la vista capta
los colores y el olfato los olores). Cada uno de estos sentidos no se equivoca con respecto a
los sensibles propios, que son: el color, el sonido, el olor, el sabor y las cualidades táctiles. A
través del sensible propio (p. ej.: el color en la vista)'se capta todo lo demás.
Por su parte, los sensibles comunes son captados por más de un sentido, y son estos cinco:
movimiento, reposo, número, figura y magnitud. Estos sensibles son comunes a todos los
sentidos, aunque algunos de ellos no los capten todos; sólo el tacto y la vista perciben los
cinco sensibles comunes. Los sensibles comunes son aspectos cuantitativos de los objetos.
Los sensibles propios y los sensibles comunes se engloban bajo la denominación de
sensibles per se, que se contraponen a los sensibles per accidens (es sentido por sus
accidentes y no es sentido por sí mismo). Santo Tomás lo explica diciendo que algo es
sensible según los accidentes cuando decimos, por ejemplo, que Sócrates es sensible por sus
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accidentes, por el hecho de que sea blanco, y se conoce a éste por el color. Por eso, el
sensible per accidens no es propiamente sensible, ya que Sócrates no es un color, sino un
hombre que no «es» ninguna de esas cualidades sensibles, sino que las «tiene», y además
no es reducible a ellas.
Como ya hemos dicho, las facultades se diferencian por sus objetos. También hay que
tener en cuenta el principio de reducir a la menor cantidad posible los principios operativos
o facultades, de tal manera que los que no son reducibles a un solo principio determinarán
la existencia de facultades distintas.
La vida de los animales superiores requiere no sólo que se reciba la realidad presente, sino
que se capte también la que está ausente, pues el animal no podría realizar movimientos de
búsqueda, cuyo objeto son realidades ausentes. Por eso, es preciso que además de los
sentidos externos, que captan lo presente, haya otro sentido que lo retenga y lo conserve.
El animal no sólo se mueve por lo que le deleita o contraría a los sentidos, sino que además
busca unas cosas y huye de otras no en razón del sentido, sino de otras cosas (p. ej.: la oveja
huye del lobo no por ser su figura repulsiva, sino porque es enemigo de su naturaleza). Esto
implica un sentido propio para esa perfección.
Así pues, a la recepción de las formas sensibles se ordenan el sentido propio (sentidos
externos) y el sentido común, y a su retención y conservación se ordena la fantasía o la
imaginación. A la percepción de las intenciones no recibidas
por los otros sentidos se ordena la estimativa. A su conservación, la memoria, que es un
archivo de las intenciones. En el hombre, la estimativa recibe el nombre de cogitativa,
porque la recibe mediante una cierta reflexión.
2. Sentido común
Hemos estudiado las sensaciones como distintas entre sí, pero la pluralidad de sensaciones
se unifica formando lo que conocemos con el nombre de percepción. Y como la percepción
no puede realizarla ninguno de los sentidos externos, tiene que existir un nuevo sentido que
unifique las sensaciones, al que llamamos sentido común.
El objeto del sentido común es el mismo que el de los sentidos externos; pero además
capta los actos de estos sentidos (p. ej.: sentimos que oímos, sentimos que vemos), capta su
propio vivir. Por esto, se puede decir que el sentido común es el grado menor de la
autoconciencia.
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El objeto del sentido común son los actos de los sentidos externos y sus objetos, es decir,
el sentido común siente que ve y siente también lo visto (p. ej.: el color); lo mismo ocurre
con los demás sentidos externos.
Si distingo lo insípido de lo incoloro y de lo inodoro, y además los unifico sobre una misma
cosa (p. ej.: en el agua), tiene que haber una facultad que perciba las tres sensaciones y a la
vez las unifique (p. ej.: la vista no diferencia lo incoloro de lo insípido). Por eso, al acto del
sentido común, en el que se unifican las sensaciones o los actos de los demás sentidos, se le
llama percepción.
Como consecuencia de lo anterior, en el sentido común se produce la primera captación
muy imperfecta de la substancia. En la psicología contemporánea se le denomina síntesis
sensorial y organización primaria de la percepción.
En resumen, las cuatro funciones que caracterizan al sentido común son:
3. La imaginación
La síntesis sensorial que realiza el sentido común produce una impresión que no pasa. De
manera que, aunque la percepción (acto) pase, el haber percibido no pasa, sino que se queda
a disposición de otra potencia sensitiva. A esta potencia, que es capaz de volver a hacer
presente algo que en un momento estuvo pero que ya no lo está, es a la que se llama fantasía
o imaginación.
El sentido que retiene las especies impresas, al que llamamos imaginación, se pone en acto
por sí mismo y desde sí mismo, y lo que hace es imaginar, es decir, volver a presentar lo que
una vez estuvo presente. Esto supone que la imaginación es susceptible de hábitos (p. ej.: la
música se puede oír porque, aunque las notas se desvanezcan, se retiene su haber pasado,
y así se capta la unidad de la melodía).
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Se llaman sentidos formales al sentido común y a la imaginación, porque sus sujetos son
las formas sensibles que están o han estado presentes; y se llaman sentidos intencionales a
la estimativa y a la memoria, porque sus objetos son los valores concretos de las cosas, a los
que el viviente tiende.
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5. La memoria
Así como hay una pareja de sentidos formales, de tal manera que uno recibe y el otro
conserva (sentido común e imaginación, respectivamente), entre los sentidos intencionales
uno capta y juzga sobre sus valores (estimativa) y otro los conserva y los compara (memoria).
El punto más importante que diferencia la imaginación de la memoria es que aquélla no
capta el pasado como tal, y la memoria, sí. La imaginación archiva los objetos de los sentidos
externos (toda la exterioridad). En cambio, las valoraciones son actos internos del viviente
singular, y no pueden hacerse sin referencia a él. Por eso, lo que la memoria conserva es la
actividad interior vivida por el viviente, es decir, el pasado que le pertenece. Así es como la
memoria da continuidad a la intimidad subjetiva y retiene la sucesión temporal del propio
vivir. Su especie expresa es el recuerdo.
Por último, cabe decir que la memoria es una facultad orgánica y por tanto susceptible de
lesión y de localización cerebral.
En el hombre, además de la memoria descrita, se admite una memoria intelectual. Por una
parte, la memoria sensible del hombre no funciona como la del animal, por advenimiento
súbito del recuerdo, sino que pregunta activamente sobre el pasado con razonamientos
concretos, de manera que por esta actividad directiva (propia del intelecto y de la voluntad)
el hombre dispone más activamente de un vivir pasado.
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1. El apetito
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El apetito concupiscible lo tienen todos los animales aunque sólo tengan el sentido del
tacto. En cambio la agresividad, al tener que realizar operaciones trabajosas y de larga
duración, requiere un equipamiento completo de los sentidos internos.
X. LAS PASIONES
Para no caer en equívocos del lenguaje, conviene delimitar el sentido de los siguientes
términos: 1) la emoción es el fenómeno que desarticula las funciones de control e inhibición
provocando un desorden profundo en todo el psiquismo; 2) el sentimiento es el fenómeno
que produce un efecto regulador y estabilizador de la vida psíquica individual, y 3) la pasión,
que designa tanto una emoción como un sentimiento en la psicología tomista.
Podemos definir las emociones y sentimientos como «la valoración de una realidad
externa respecto de los propios deseos e impulsos». Con otras palabras, podemos decir que
son unos juicios que establecen la «conexión» entre una realidad presente y las fuerzas de
la intimidad subjetiva. Por eso, a esta conexión es a lo que hemos llamado autoconciencia
animal.
Las pasiones no son de suyo actos cognoscitivos, pues dan noticia únicamente de la actitud
de la subjetividad (de atracción o de repulsión), y por eso las pasiones sensibles tienen per
se manifestaciones fisiológicas (p. ej.: aceleración del pulso, temblor, etc.). En cambio, las
pasiones espirituales pueden tener repercusiones corporales, pero no serán siempre
necesarias (p. ej.: en el sentimiento religioso).
Los afectos o pasiones han sido clasificados de muy diversas maneras según los diferentes
filósofos, por lo que no hay una clasificación óptima. Nosotros recogemos aquí la clasificación
efectuada por santo Tomás de Aquino.
2. 1. En el apetito concupiscible: el amor como inclinación o aptitud con el bien, y el odio
en relación con su contrario (el mal).
En segundo lugar, si el bien futuro que se ama no es poseído, da lugar al deseo, y el afecto,
respecto del mal futuro, es la aversión.
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Por último, cuando se ha poseído el bien, se llama placer o gozo, al cual se opone, por
parte del mal, el dolor o tristeza.
2.2. En el apetito irascible: estas pasiones presuponen la consecución de un bien
obstaculizado (el bien arduo) o la evitación de un mal. Así las pasiones son: respecto de un
bien futuro que se considera alcanzable, da lugar a la esperanza, y si se considera
inalcanzable, la desesperación; respecto de un mal futuro que se considera inevitable, la
pasión es el temor, y si se considera superable, la pasión es la audacia; en orden al bien
obtenido no hay pasión alguna
en el irascible, porque ya no tiene carácter de arduo, y si se trata de un mal presente, la
pasión es la ira.
XI. LA INTELIGENCIA
Santo Tomás dice que «lo primero que el entendimiento capta en las cosas es el ente, ya
que una cosa es cognoscible en cuanto que está en acto», por esto el objeto propio del
entendimiento es el ente.
Sin embargo, decir que lo primero que se conoce es el ente puede resultar extraño para
una persona que no esté acostumbrada a la filosofía. Pues bien, con la palabra ente
designamos algo que en el lenguaje vulgar llamamos con otra palabra. Ordinariamente nos
preguntamos ante lo desconocido: «¿qué es eso?»; a lo qué contestamos: «es algo». Es decir,
por una parte vernos que todo lo que hay «es», y además «es algo». El «es» es lo que se
denomina en filosofía «ser» y el «algo» es lo que se denomina «esencia». Y la unidad de esos
dos factores, ser y esencia, es a lo que se denomina ente.
Ahora bien, véase que la noción de ente no es ningún sensible, es decir, no es captado por
ningún sentido externo o interno, sino que es un inteligible, es decir, el objeto de la
inteligencia. Por eso, no puede haber absolutamente nada que no sea objeto de la
inteligencia, pues todo es algo, es decir, es ente.
Una vez dicho que el ente es el objeto de la inteligencia, conviene matizar que el objeto
propio de la inteligencia humana unida al cuerpo es la naturaleza de los entes sensibles. Si
no hay conocimiento sensible, el conocimiento intelectual resulta mermado o imposibilitado
y, además, cuando hablamos del objeto propio queremos indicar que es el objeto captado
directa e inmediatamente y a partir del cual se conoce todo lo demás.
Estudiado el objeto de la inteligencia estamos en situación de conocer la naturaleza de la
facultad de entender. El acto de entender se produce sin intervención intrínseca del cuerpo,
aunque, como hemos visto, requiere una actividad sensorial y, por lo tanto, corpórea. Ahora
bien, el objeto del intelecto es un universal y, por lo tanto, el intelecto es completamente
inmaterial o independiente de la materia: carece de órgano corpóreo.
2. Operaciones de la inteligencia
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2. 1. La simple aprehensión
2.2. El juicio
Por ser imperfecto el entendimiento humano, necesita de diversos actos para conocer un
ente. El intelecto unifica las diversas aprehensiones y procede componiendo y dividiendo.
Por lo tanto, no adquiere súbitamente el conocimiento perfecto, sino que conoce en primer
lugar la esencia y luego las propiedades, accidentes y relaciones propias de la esencia. La
composición y división es propia de] juicio, y la unión o separación de un juicio con otros
conforma el raciocinio.
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En la simple aprehensión se capta un aspecto «indivisible» del ente (aunque sea una parte
o un aspecto general), y en los primeros juicios se «componen» los elementos indivisibles
conforme a la realidad. En la composición del juicio, la mente capta la unidad de los
elementos compuestos en. una sola intelección original. Sin embargo, la captación de lo
compuesto no es una suma de simples aprehensiones, sino que se trata de un acto
compuesto pero indivisible y uno. Los elementos del juicio forman un todo inteligible, que
se capta como el trascendental unum.
2.3. El raciocinio
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XII. LA VOLUNTAD
El Creador ha puesto en todas las criaturas una inclinación natural hacia el bien. Cuando
un hombre apetece una cosa, podemos distinguir un doble plano en su acto de querer: el
bien concreto que se quiere y la razón formal por la que ese bien es amado. Y esa razón
formal no es otra que la bondad que esa cosa encierra. Por eso, se dice que las cosas no son
buenas porque alguien las quiere, sino que las quiere porque son buenas.
La tendencia natural de la voluntad tiene por objeto esta razón formal de la bondad que
todos los entes poseen por el mero hecho de ser. Técnicamente, santo Tomás la llama
voluntad como naturaleza (voluntas ut natura). Es, pues, una tendencia determinada por la
naturaleza hacia el bien.
Sin embargo, cuando se habla del bien en general, se hace referencia todavía a un nivel
puramente formal. Y esta razón formal de bondad se encarna en los bienes concretos; pero
como ninguno de estos bienes concretos agota la razón formal de bien (ni siquiera Dios tal
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como se conoce en esta vida), la voluntad, ante cualquier bien finito, está indeterminada. Y
esto es el segundo plano, que se denomina voluntad como razón (voluntas ut rátio).
En definitiva, estos dos conceptos designan planos de un mismo acto que pertenece a la
misma facultad volitiva.
El acto global de la voluntad está constituido por diversos actos singulares que se
corresponden con otros actos intelectivos previos. En este proceso, los actos propios de la
voluntad se llaman elícitos, y los de las otras potencias, en cuanto que son producidas por
un movimiento voluntario, se llaman actos imperados.
Los tres pasos del acto voluntario son: la aprehensión del fin y el consiguiente querer el
fin; la deliberación y la consiguiente elección; y por último la ejecución y el correspondiente
goce o disfrute. Los diferentes pasos enunciados se dan en la realidad a la vez, siendo difíciles
de conocer por la experiencia común.
XIII. LA LIBERTAD
1. Naturaleza de la libertad
La libertad es una propiedad de la voluntad del hombre, por la que éste se auto determina
en sus actos hacia el fin.
Todo el que obra (o se mueve en virtud de un principio intrínseco y tiene algún
conocimiento del fin) posee en sí mismo el principio de sus actos, no sólo para obrar, sino
también para obrar por el fin.
Sin embargo, hay unos seres que reciben de un principio externo la dirección de sus
movimientos hacia un fin. En cambio, los que tienen conocimiento del fin se mueven a sí
mismos. Y sus movimientos se llaman voluntarios.
Así pues, podemos definir la libertad como «aquella propiedad de los actos voluntarios por
la cual decimos que son voluntarios». Los actos voluntarios nacen de un ente que tiene
dentro de sí el principio de ellos, y este ente, desde sí mismo, los encamina hacia un fin.
Cuando hablábamos de los grados de vida como grados de automovimiento, en último
término hablamos de grados de libertad. Podemos considerar la libertad de los animales
superiores como una libertad imperfecta, ya que el hombre es el único animal que pone los
medios para alcanzar el fin que ha elegido.
En virtud de la libertad, la voluntad puede determinarse a sí misma a querer o a no querer;
a este tipo de libertad se llama libertad de ejercicio; y una vez que se determina a querer
puede determinarse a querer una cosa u otra, que se llama libertad de especificación. Desde
este punto de vista de la autodeterminación, la libertad tiene como correlato la ausencia de
coacción interna. Y la libertad interior requiere también la ausencia de coacción externa, a
la que se llama libertad física.
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2. 1. Testimonio de la conciencia
La voluntad es movida a su acto por el bien, y por eso lo que es bueno puede mover a la
voluntad. Para ello es preciso que el entendimiento conozca lo bueno como algo conveniente
aquí y ahora, pues lo que es conocido como bueno no es suficiente para mover a la voluntad,
y esto supone ya cierta libertad. Ahora bien, no habría libertad si el conocimiento práctico
del bien determinase necesariamente a la voluntad; pero para ello sería preciso que
conociésemos el bien concreto como algo absolutamente bueno. Sin embargo, ningún
conocimiento práctico tiene por objeto el bien cabal y puro, y al ser limitados, la voluntad no
puede apetecerlos de un modo necesario.
Respecto al Bien Infinito, como es captado por nuestro intelecto de un modo deficiente,
tampoco se comporta como un bien que arrastra necesariamente a la voluntad. Por lo tanto,
ni el Bien Absoluto ni el bien práctico determinan necesariamente a la voluntad. De este
modo, lo que es aprehendido Por nuestro intelecto muestra la ambivalencia de todo bien
finito, y por lo mismo, es incapaz de determinar unívocamente a la voluntad. En último
término, es nuestro entendimiento el que hace posible nuestra libertad de volición. Y como
el conocimiento práctico no puede determinar a la voluntad, es necesario que nuestra
facultad intelectiva cese en la consideración de los varios aspectos del sujeto y se aplique a
uno solo. Y eso lo hace la voluntad. Y por consiguiente, haciendo cesar la actividad
deliberativa, la voluntad se determina a sí misma sin que tenga ninguna coacción, y por lo
tanto con libertad.
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1. La naturaleza individual
Entendemos por naturaleza de una cosa aquello por lo que dicha cosa es lo que es, es
decir, lo que tiene de común con otros seres de su misma especie. Por eso, podemos decir
que naturaleza y especie son términos sinónimos.
Definimos también a la naturaleza como la esencia en tanto que principio de operaciones.
Por eso, podemos entender esencia y naturaleza como sinónimos. Así, decimos que
pertenecen a la misma especie los seres que tienen la misma esencia o naturaleza.
Como vimos al estudiar el conocimiento, las esencias o naturalezas existen como
universales en el entendimiento, pero como singulares en la realidad; por esto, en la tesis
tomista la naturaleza es universal siempre, pero en los entes materiales se encuentra
multiplicada en los individuos y no subsiste fuera de ellos, sino que está siempre individuada
en entes singulares.
Y la causa de que haya muchos individuos de una misma especie, o de que la misma especie
se multiplique en muchos individuos, está en que la forma (es decir, la especie, la esencia o
naturaleza) se multiplica por la materia. Por eso, decimos que la materia que recibe la forma,
la limita y la hace plural (pero dando por supuesto que la forma no existe por sí misma en
alguna parte). Lo que queremos decir es que la misma naturaleza puede ser educida de
muchos conjuntos de elementos materiales iguales.
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a la especie y también a todos los accidentes. Ninguna naturaleza tiene el ser sino en su
supuesto, pues no puede existir la humanidad, sino el hombre. Por eso, se dice que «las
acciones son siempre de los supuestos» o que sólo actúa la persona, porque ni la naturaleza,
ni las potencias, ni el alma actúan, sino que sólo actúa la persona por medio de ellas.
El tema de la persona es una aportación al pensamiento por el cristianismo. Sin embargo,
ha habido algunas interpretaciones erróneas, como la de los personalistas que toman como
punto de referencia no la noción de persona entendida como subsistencia, sino como
relación subsistente (que es el modo de definir las Personas Divinas). Y al aplicar esta
definición al hombre, queda puesto de relieve que el hombre se constituye como persona
por relación con los demás hombres. Y en consecuencia, la sociabilidad del hombre queda
muy realzada, quedando postergada su singularidad. Por eso, se llega a la tesis insostenible
de que la sociedad es anterior a la persona y la funda. Por el contrario, aunque sólo existiese
un hombre sería persona humana.
Además, otra dificultad importante de algunos personalismos es la dificultad para
fundamentar en la persona una ética de validez universal. En efecto, como lo común a todos
los hombres es la naturaleza, la ética tiene una validez universal si se fundamenta sobre la
naturaleza humana. Pero si se fundamenta sobre la persona en su singularidad, entonces
puede ocurrir que se sobrevalore la conciencia individual con respecto a la norma, y se llega
a una moral de situación: da lo mismo decir que para cada situación lo moralmente bueno
es distinto que decir que para cada persona lo moralmente bueno es distinto.
BIBLIOGRAFIA
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editados por la Universidad de Navarra. Especialmente pp. 1, 2, 4, 5, 19-28, 4756, 76-79,
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204-206, 211 -213, 234, 235, 243-245.
Mateo-Seco, L. F., La muerte como mal en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Atti del
Congresso Internationale, n.' 7. L'uomo. Tomo I. Edizioni Domenicane Italiane. Nápoles.
OTRA BIBLIOGRAFÍA
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